Aunque Lázaro, en el Tratado IX de su relato, nos habla de que pone punto a la primera parte de sus andanzas, pareciéndonos indicar así que pensaba escribir una segunda que abarcase desde donde dejó el hilo del cuento hasta el fin de sus días, no parece probable que esta continuación jamás la escribiera. En todo caso, y si alcanzó a redactarla, por lado alguno llegó a encontrarse.

Cuando le visitamos, poco antes de nuestra guerra, en el hospital de San Juan de Dios, de Madrid, para preguntarle que dónde la había echado, nos respondió que en su cabeza seguía, porque había pensado que así había de ser mejor por aquello de que nunca segundas partes fueron buenas.

Quizá Lázaro tuviera razón.

No sabemos si murió de aquélla o de otra, o si sigue vivo todavía. Nada sabemos tampoco si varió de opinión. Lo que sí podemos asegurar es que seguimos sin noticia, tanto de nuestro hombre como de sus ingenuos y atormentados cuadernos de bitácora: o de macuto, morral o fardelejo, mejor sería decir.

Lo que lamentamos por no poder —por hoy— dar completa la historia de este hombre ejemplar que combatió contra todas las adversidades y se apagó como una vela cuando dejó de caminar.

Madrid, mayo de 1944.