EPÍLOGO

Si no acabé rico como mi abuelo, soltero me conservo, y libre así del pecado que le atribuyen. Vaya lo uno por lo otro.

Y pongo punto. Si estas páginas son a veces amargas, piénsese que las escribo ya viejo y sin recursos; que para mí se me hace que la falta de bienes tanto llega a envejecer como la sobra de años, y la Divina Providencia parece querer cargarme de tantos años y de tan pocas pesetas como de los unos y las otras tengo ahora.

Si empecé animoso y acabé rendido acháquese a la falta de pericia que en estas lides Dios me dio, y no se olvide que ni se pueden pedir peras al olmo ni vino a las fuentes de los caminos.

Si el cuento a alguno sirve, tanto mejor; con ese fin fué escrito. Si a nadie vale…, ¡qué le vamos a hacer!, a alguno distraerá. Y si ni aun eso consiguen mis palabras, pienso que por lo menos para tranquilizarme durante los días que en su orden empleé ya habrán valido.