Epílogo
Viernes, 23 de diciembre
Anya estaba sentada en el coche de su madre, acababa de aparcar en un parking cercano al lugar donde ese día iba a presentar su nueva novela. Estaba intentando tranquilizarse y poniendo sus ideas en orden. Parecía increíble que sólo hubieran pasado dos meses desde que Felisa intentara asesinarla, a veces pensaba que había pasado toda una vida, y otras veces pensaba que había sucedido el día anterior. Todavía tenía alguna pesadilla, pero cada vez menos a menudo.
Después de todo lo acontecido, se había despertado en el hospital, Mateo se encontraba a su lado. Por lo que le dijeron las enfermeras y su madre, que había ido hasta allí en cuanto se enteró de lo ocurrido, Mateo no se había despegado de ella ni cinco minutos, apenas había comido, lo único, alguna guarrería que compraba en la máquina del rellano de las escaleras, muy cerca de la habitación de Anya.
El médico le dijo que le habían hecho un lavado gástrico, le habían introducido una sonda a través de la boca para vaciar su estómago y le habían administrado un antídoto para ayudar a neutralizar los efectos del tóxico. A Raquel le habían aplicado el mismo tratamiento.
Después de estar un par de días en el hospital, le dieron el alta. Mateo se había encargado de llevarla a casa. Su madre al ver que Mateo se estaba ocupando de su hija, y ella ya no tenía más que hacer allí, decidió volver a Madrid a sus quehaceres. Si hubiese sabido lo que iba a ocurrir a continuación, se hubiera quedado unos días, pero ninguna de las dos se lo podía imaginar.
Navarro también fue a visitarla en varias ocasiones, tanto al hospital como a casa. Le puso al día de lo que habían encontrado en la autopsia de Gonzalo. Como les había dicho Felisa, a Gonzalo le encontraron el mismo veneno que les habían administrado a Raquel y a ella. Navarro no entendía cómo en las autopsias de la familia Ruíz no habían encontrado veneno, fue un grave error que ya nunca sabrían por qué se había producido, puesto que el médico que las realizó se había jubilado, y en esos momentos estaba internado en una residencia con Alzheimer, dado su delicado estado, ya no les podría decir gran cosa. Ambos llegaron a la misma conclusión, al ser tan claras las evidencias de la muerte por cuchilladas, ya que fueron éstas las heridas mortales, ni siquiera se había contemplado la posibilidad que antes hubieran sido envenenados para dormirlos, de forma que a Felisa le resultara más sencillo cometer los crímenes.
También llegaron a la conclusión que Felisa era la que había entrado a robar las fotografías y los diarios a casa de Anya, quizás para que todo apuntara a Marta Moreno, nunca podrían estar totalmente seguros.
En cuanto se conoció que Felisa había sido la culpable de los homicidios, Marta fue puesta en libertad. Había ido a visitar a Anya, primero, para agradecerle que la hubiera sacado de la cárcel, y segundo, por encontrar, por fin, al asesino de su hermana, sus sobrinos y su cuñado. También le dio el pésame por la muerte de Gonzalo, ella tampoco había salido indemne de esa investigación.
Raquel había vuelto a León, seguía con sus clases y también iba a terapia. Hablaban un par de veces a la semana por teléfono, no habían perdido el contacto, y se habían hecho buenas amigas. Los hechos traumáticos parecían ser un punto de unión entre las personas. La había invitado a la presentación de su libro, pero debido a las fiestas navideñas no podía asistir, eran fechas para estar en familia, y más ahora, le había dicho.
Al día siguiente de su salida del hospital, Mateo se presentó en la casa del arroyo, quería hablar con ella, lo vio tan serio que no supo qué pensar.
–Anya, me voy a ir un tiempo. –Estaban ambos sentados en la mesa de la cocina, tomando un chocolate caliente que acababa de preparar.– Necesito aclarar mis ideas, estoy muy confundido, todavía no soy capaz de asumir que mi abuela fuera una psicópata asesina. –Ella no supo qué decir, lo entendía perfectamente, aunque le hubiera gustado ser capaz de expresarle sus sentimientos y decirle que no hacía falta que se fuera, que lo superarían juntos. Pero supuso que era algo que él querría hacer solo. No se había dado cuenta de lo tocado que se había quedado.
–¿Cuánto tiempo?
–No lo sé. –Después de estas palabras, Mateo se había levantado de su asiento y le había dado un dulce beso en los labios. Ella sintió que era un beso de despedida.– No olvides que te quiero. –En cuanto esas palabras salieron de su boca, se dio la vuelta y salió de la casa. Ella no pudo dejar de mirar el lugar por el que había desaparecido durante un largo rato. Ni siquiera había probado el chocolate. Notó el gran agujero que había dejado en su corazón, hasta ese momento no había sido consciente de todo lo que significaba Mateo para ella.
Unos días después, había guardado todas sus cosas y había vuelto a casa de su madre, a terminar la novela y a dejarse querer, necesitaba sentir su amor y su cariño durante algún tiempo.
Respiró hondo y se decidió a salir del coche. No quería darle más vueltas a los recuerdos, quería disfrutar de la presentación.
La novela estaba funcionando muy bien, aún no había salido a la venta, pero muchos de sus lectores incondicionales habían hecho ya la reserva del libro, serían los primeros en recibirlo en sus casas, estaba encantada. Entendía que después de lo que ocurrió y la repercusión mediática que se había generado, mucha gente estaba expectante, querían saber qué fue lo que sucedió en realidad hacía diez años en ese pueblo desconocido llamado Óbito, que de repente se había hecho famoso por un asesinato atroz. Sólo esperaba no defraudarlos.
Después de salir del aparcamiento y callejear por unas concurridas callejuelas, entró en la enorme tienda del centro de Madrid donde se iba a realizar la presentación, una gran distribuidora de productos tecnológicos y culturales que contaba con establecimientos repartidos por todo el mundo.
Siguió los mismos carteles que imaginó que seguirían todos los invitados al evento, hasta que llegó a la tercera planta, la cual había sido reservada prácticamente en su totalidad. En cuanto atravesó la puerta, una radiante Carmina, su editora, se acercó a saludarla.
–Por fin llegas cariño. –Le dijo con una sonrisa en la cara, aunque Anya sabía a la perfección por su tono que la estaba reprendiendo.– Ven, te voy a presentar a algunos de los invitados que estaban esperando a que aparecieras.
Mientras caminaban, se fijó en la gran afluencia de público que había, Carmina había hecho un gran trabajo. Repartidos por varios puntos de la sala había grandes carteles de cartón con la portada de su libro ‘La casa del arroyo’, y también había algunas fotos de ella, se las habían hecho la semana anterior en un estudio, y como no estaba muy satisfecha con el resultado, prefirió ignorarlas.
Se dejó llevar por la sala mientras Carmina le presentaba a unos y a otros, y ella ponía su mejor sonrisa e intentaba mostrarse lo más agradable posible.
Muchos de los allí presentes ya habían leído el primer capítulo de la novela, Carmina se había encargado de enviarlo junto con la invitación, y estaban deseando leer el resto, o por lo menos eso era lo que le decían.
Anya logró escabullirse unos minutos al baño, se echó agua fría en la cara y se miró al espejo, aunque se había maquillado con maquillaje resistente al agua, notó que el rímel se le había corrido, así que intentó arreglar el desaguisado que se acababa de hacer para salir de nuevo y seguir promocionando su novela. Esta era la parte que menos le gustaba de su profesión, tratar con desconocidos, se sentía muy incómoda, todos parecían conocerla. Pero sabía que era indispensable, así que lo hacía con el mejor humor posible.
Cuando salió, un camarero se acercó a ella, con su pajarita negra, su camisa y su chaqueta blanca, le ofrecía una de las bebidas que llevaba en la bandeja, ella cogió una coca-cola que se bebió casi entera de un trago, tenía sed y pensó que la cafeína le sentaría bien, se encontraba especialmente cansada.
Observó que en una esquina se encontraba Concha ojeando el libro, un poco fuera de lugar, supuso que sería porque no conocía a nadie, así que se lanzó a saludarla, antes de que Carmina la interceptara y no le dejase continuar su camino.
–Hola Concha, has venido. No estaba segura. –Se dieron dos besos a modo de saludo.
–Claro cariño, no me lo quería perder, a Gonzalo le hubiera gustado estar aquí y ver tu libro editado.
–Sí, supongo que sí. –Anya aún se sentía algo culpable, pensaba que si no hubiera sido por su novela él todavía estaría vivo, de hecho, si no hubiera comenzado su investigación todo sería ahora muy diferente, no sabía si mejor o peor, pero sí diferente. Intentó quitarse esos pensamientos de la cabeza.
–Además, gracias a ti, se encontró a la asesina de mi hijo, tienes que estar orgullosa. –Anya no se sentía para nada orgullosa.
Carmina se acercó a ellas, llevaba buscando a Anya un rato, la necesitaba, tenía que presentarle a unos directivos de una cadena de televisión privada interesados en convertir su novela en una serie. Saludó a Concha, pidiéndoles disculpas por la interrupción, y por llevarse a Anya de forma tan brusca.
–Concha, hablamos y tomamos un café. –La mujer asintió mientras veía como Anya era conducida a un grupo de personas que la esperaban con la sonrisa más falsa que nunca había visto. Se encogió de hombros y decidió que ya era hora de volver a casa.
Cuando todos se hubieron marchado de la presentación, y sólo quedaban los camareros de la empresa de catering contratada recogiendo, Carmina y Anya por fin pudieron sentarse unos minutos para descansar y sacar conclusiones del evento. Carmina se había quitado los zapatos y se masajeaba uno de sus pies, Anya se sorprendía de cómo podía llevar unos tacones tan altos para pasar esas veladas de pie y de un lado para otro.
–Creo que va a ser un éxito, todo el mundo está encantado. –Se alegraba tanto de haber conseguido que Anya firmara para su editorial, era la escritora que más dinero aportaba con las ventas, y parecía que la cosa iba a ir a más.
–Espera a que la lean. –Como siempre tan optimista, pensó Carmina.
–Por Dios Anya, qué negativa eres. Yo la he leído entera y creo que es la mejor novela que has escrito hasta la fecha. –Anya la miró agradecida, no lo tenía claro, había intentado ser lo más objetiva posible al escribirla, pero sabía que no había sido posible, sus sentimientos se entremezclaban en ella, en esta novela había resultado ser una participante muy activa, aunque Carmina le decía que eso mismo era lo que había marcado la diferencia.– ¿Quieres que te lleve? –Se ofreció Carmina.
–Oh, gracias, pero no hace falta, he venido en coche. –Carmina asintió, notaba el cansancio en los ojos de Anya.
–Creo que será mejor que te vayas a casa y descanses, te veo agotada. El lunes te llamo y te cuento cómo va el ranking de ventas. –Anya asintió, no recordaba cuando había sido la última vez que Carmina la dejara irse con tanta facilidad.
Salió del establecimiento deshaciendo el camino que había seguido al entrar, aunque ya todo estaba apagado, hacía rato que el acceso había sido cerrado al público, las únicas luces existentes para poder moverse por el edificio eran las de emergencia, colocadas en las escaleras y en los pasillos, dirigiéndote a la salida. Con las sombras creadas por los estantes con los productos de venta expuestos, las salas eran bastante lúgubres, la inventiva de Anya salió a flote imaginándose un asesinato en un lugar como ese, por la noche, cuando ya no quedara nadie como era el caso, se rio de su prolífica imaginación.
Cuando llegó al parking, se encontró con gran cantidad de gente que como ella iba a recoger el coche, supuso que eran aquellos que habían ido a cenar a última hora o a tomar una copa por los locales que ofrecía el centro de Madrid. Ella se acercó a una máquina a pagar el ticket, mientras ignoraba el movimiento que había a su alrededor, y a los jóvenes que le lanzaban piropos un tanto groseros debido a su estado de embriaguez.
Salió del garaje sumándose al tráfico existente en la Gran Vía, respiró profundamente intentando relajarse. Un par de meses en el pueblo y se había olvidado de los atascos de Madrid.
Cuando llegó a casa, en lo único que podía pensar era en quitarse esos preciosos zapatos que se había comprado la semana anterior y que le estaban destrozando los pies. Llevaba un vestido rojo que su madre le había obligado a comprar, decía que con él estaba fabulosa, que estaba hecho para ella, pero claro, qué iba a decir su madre, y aunque también había insistido en que se recogiera el pelo, Anya por ahí no había pasado, llevaba su larga melena castaña suelta, como a ella le gustaba y como más a gusto se sentía.
Todas las luces en el piso estaban apagadas, parecía que su madre había salido, cosa que le extrañó, no le había dicho nada, de hecho, habían quedado para tomar una copa de cava para celebrar la presentación, se había encargado de comprarlo esa misma tarde. Su madre hubiera ido encantada, pero ella le había pedido que no lo hiciera, como hacía en todas las ocasiones. Que su madre asistiera a esos eventos le ponía muy nerviosa y le hacía sentirse muy incómoda, puesto que no podría prestarle la atención que le gustaría, ya que Carmina no la dejaba ni a sol ni a sombra. Pero a cambio, habían empezado una tradición, su celebración privada en casa.
Mientras se dirigía a la cocina a por algo que beber, iba quitándose los zapatos y dejándolos por el camino, sintió un gran alivio al andar descalza por el suelo de madera. En la puerta de la nevera, sujeta por un imán, encontró una nota.
“Espero que la presentación haya ido bien, te dije que te acompañaría si hubieras querido.
Te dejo sola esta noche.
Te quiere, tu madre.”
No comprendió el motivo de su ausencia, supuso que querría pasar la noche con su novio, del que Anya sólo había oído hablar, ya que su madre le había dicho que hasta que no tuviera claro que mantenían una relación seria, no se lo iba a presentar, y por supuesto, ella respetaba la decisión que había tomado. Pero aun así, le pareció muy raro, sus celebraciones privadas eran sagradas. Apenada por la ausencia de su madre, decidió servirse una copa de cava para celebrarlo en soledad.
Se fue al salón dispuesta a sentarse en el sofá y relajarse viendo un rato la televisión. Pero cuando entró, notó, por el frío que hacía en la sala, que la terraza estaba abierta, las cortinas se movían por la suave corriente. Le chocó que su madre se hubiera dejado la terraza abierta con el frío que hacía en el exterior. Fue a cerrar la puerta y se dio cuenta de que había alguien disfrutando de las maravillosas vistas de la Catedral de la Almudena, del Palacio Real y de los jardines del Campo del Moro.
–Espléndidas vistas. –Le dijo en cuanto la oyó salir a la terraza, sin dejar de mirar el paisaje.
–¿Mateo? –No sabía si estaba más sorprendida porque estuviera allí, en Madrid, o porque estuviera esperándola en la casa de su madre. Él se dio la vuelta, sus ojos grises brillaban, supuso que por el viento helado, estaba muy guapo con su pelo moreno despeinado, pensó al verlo.
–Vamos dentro, te vas a congelar. –Se fijó en lo hermosa que se la veía con ese vestido rojo y su preciosa melena suelta, pero también le llamó la atención verla descalza sobre la fría baldosa de la terraza.
–¿Qué haces aquí? –Anya no le dejó ni sentarse en el sofá, en cuanto traspasaron la puerta se giró y lo miró a los ojos, intentando averiguar en ellos a qué había venido, pero no hizo falta, él se lo aclaró.
–¿Tú que crees? He venido a por ti.
–¿Después de dos meses sin saber de ti? –A Mateo le dolió, aunque sabía que tenía toda la razón, lo más probable es que hubiera estado preocupada por él, y él no había hecho nada por comunicarse con ella. Por lo menos, eso es lo que supondría ella, porque la realidad era que había hecho el amago de llamarla en un montón de ocasiones, necesitaba oír el sonido de su voz, pero nunca había llegado a marcar su número, no sabía qué decirle. Pero eso prefirió guardárselo para él.
–Lo siento Anya, tenía que aclarar mis ideas. Para mí, descubrir que una de las personas a la que más quería, la persona que se había ocupado de mí desde los doce años, era una asesina, fue un duro golpe. Me ha costado mucho asimilarlo, de hecho, no creo que lo haya terminado de superar, quizás nunca lo haga, estoy simplemente, aprendiendo a vivir con ello. Pero lo que sí te puedo decir, es que en todo este tiempo, no ha habido ni un solo día que no pensara en ti, te he echado mucho de menos, hubiera dado todo lo que fuera porque hubieses sido mi apoyo.
–Fuiste tú el que me apartaste. –Le sonrió, ella no había cambiado, seguía siendo un hueso duro de roer, siempre tan testaruda.
–Anya, lo que estoy intentado decirte, es que me equivoqué. Perdóname. –Se acercó a ella, sus caras estaban muy cerca la una de la otra, Mateo con la cabeza hacia abajo mirándola directamente a los ojos y ella haciendo lo mismo con su cara alzada.– Ann, te quiero, y si me dejas, no pienso volver a separarme de ti en la vida.
Ella le sonrió, invitándolo a darle ese beso que él deseaba tanto dar y ella recibir. Lo cogió de la mano y lo guio a su dormitorio, agradeciéndole a su madre ese rato de intimidad.