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Sábado, 10 de septiembre

 

El día anterior había comprado pintura para las paredes y los techos de la casa, por lo que se disponía a pasar el fin de semana pintando.

Los jardineros habían terminado con su labor, habían dejado el jardín como nuevo, habían encalado la fachada de la casa, e incluso le habían limpiado y poblado de plantas la entrada, la zona que ella y Mateo habían desbrozado, y esto último se lo habían hecho gratis, sólo le iban a cobrar lo que habían plantado. Pedro le había dicho que no iban a dejar ese pegote, que no daría buena imagen a su trabajo, ella, por su puesto, le había pagado algo más por esa tarea que les agradecía enormemente que hubieran realizado.

Anya no recordaba un exterior tan bonito ni cuando vivía su abuela. Lo único que habían dejado pendiente era la preciosa fuente, de estilo clásico y de varios niveles circulares en los que cuando el agua rebosaba caía al nivel inferior, situada en la parte de atrás, entre el arroyo y la casa. Pedro le había informado que no funcionaba y por lo que habían indagado se debía a un problema en la fontanería, así que tenían que hablar con el especialista, que ahora estaba abordando algunas obras, por lo que vendría más adelante, en cuanto terminara con sus compromisos actuales. A Anya no le preocupó ese pequeño contratiempo, la habían dejado como nueva con una mano de pintura y eso era lo más importante. Recordaba que el sonido que producía el agua de la fuente al caer era muy relajante y armonioso, lo que aumentaba la sensación de calma y tranquilidad cuando disfrutabas de un rato en el exterior, pero reconocía que ese sonido también se podía disfrutar de forma natural gracias al arroyo que atravesaba la finca, puesto que existía un salto o escalón, que formaba una pequeña cascada a la altura de la fuente, aunque un poco más alejado de la casa.

En cuanto terminara de pintar, y hasta que el tiempo se lo permitiera, volvería a sus viejas costumbres de sentarse al lado del arroyo, debajo de un árbol, a leer para poder disfrutar de unos momentos de paz.

La noche anterior, antes de acostarse, había terminado de poner la cinta de carrocero en toda la planta baja, de forma que hoy pudiera ponerse a pintar sin interrupciones. Estaba convencida que la parte de la preparación era la más pesada, de hecho, en cuanto empezó a pintar la casa con el bonito tono gris claro que había elegido, los avances se hicieron palpables en muy poco tiempo. A la hora de comer, ya había dado la primera mano al salón, el pasillo y la poca pared vista que había en el despacho, únicamente le quedaba la cocina, a la que pensaba darle un color crema más cálido.

–Hola, ¿se puede? –Cuando Mateo entró en la casa, atravesando la puerta con cuidado de no quitar los plásticos y de no mancharse con la pintura recién dada, se encontró a Anya subida a una escalera pintando un trozo complicado del pasillo, justo debajo había una gatita ronroneando mientras observaba a su dueña.– Parece que tienes nueva compañera de piso.

–Sí, es Kika. –Dijo mientras bajaba de la escalera contenta de haber terminado. Al llegar al último escalón, Kika se cruzó en su camino, buscando el contacto con su dueña, pero para no pisarla, ella dio un traspié que a punto estuvo de hacerle caer. Mateo se acercó rápidamente y la agarró por la cintura antes de que eso ocurriera. Anya le sonrió agradecida mientras aún se encontraban abrazados, él cogiéndola de la cintura, mirándola con cara divertida, y ella asiéndose a su cuello.– Gracias. Siempre está cruzándoseme entre los pies. –Le dijo mientras se desprendía de sus brazos, intentando mantener la compostura y que no notara el escalofrío que le había recorrido el cuerpo al contacto con él. No entendía qué le ocurría cuando estaba cerca de él, se comportaba como una quinceañera y no como una mujer independiente y que se supone sabe lo que quiere.

–De nada. Veo que estás dándole un nuevo color a la casa. Me gusta como la estás dejando. El exterior es impresionante, y veo que el interior no le va a la zaga. –Anya estaba muy agradecida por esas palabras, ella pensaba lo mismo, pero que alguien se lo dijera, le hacía sentir que el esfuerzo de las últimas semanas estaba dando sus frutos.

–El jardín me lo han arreglado Pedro y su cuadrilla, me los recomendó tu abuela. Han hecho un trabajo espectacular, cuando arregle la fuente, va a estar increíble.

–Quizás ya no te quieras marchar de aquí. –Anya se sorprendió al oír esas palabras, era algo que no entraba en sus planes, en cuanto terminara el libro, volvería a su casa, a Madrid, con Gonzalo, pero era verdad que no le sonaron nada mal, se veía viviendo en esa casa que estaba convirtiendo en su hogar. Se quitó esa idea de la cabeza, Gonzalo nunca aceptaría.

–Mi vida está en Madrid. –Dijo intentando parecer convincente o convenciéndose a sí misma.

–Te estás esmerando mucho en ella para no utilizarla. –Dijo Mateo observando su reacción.

–Aunque viva en Madrid, pienso pasar tiempo por aquí, no sólo vacaciones, quizás sea mi lugar de desconexión. No me había dado cuenta de lo mucho que echaba esto de menos. Desde que estoy aquí estoy mucho más activa, me apetece hacer cosas, me da vida, no sé si me entiendes. –Mateo sonreía, sabía perfectamente a qué se refería, por eso él había vuelto.– Me encanta la casa, me encanta el jardín, me encanta la gente, el lugar. Todo. –Anya se había dado cuenta de lo efusiva que se había mostrado y se sonrojó. Mateo no pudo evitar soltar una carcajada al advertir su bochorno.

–Cambiando de tema, yo venía a invitarte a comer. Mi abuela ha hecho pastel de moras. Te aseguro que hace la mejor tarta de moras que hayas probado en tu vida. Me ha comentado que estuvo recogiéndolas contigo el otro día.

–Pero, mira la pinta que tengo, estoy llena de pintura.

–Yo creo que estás preciosa. Anda, cámbiate y vente, si en unos minutos no estás en casa de mi abuela, me obligará a volver a buscarte, o lo que es peor, vendrá ella a por ti. –Salió por la puerta sonriendo. Anya se encogió de hombros y cogió en brazos a Kika, que se frotaba en su pierna pidiendo caricias.

–Creo Kika que no me queda más remedio que cambiarme e ir a comer con ellos. No quiero que Felisa se enfade conmigo, estoy segura de que es una mujer de armas tomar.

En cuanto entró en la cocina de su vecina, Mateo le puso en la mano una copa de vino tinto, mientras Felisa cortaba unos trozos de pan para llevar a la mesa.

–Anya, siéntate. Llevo días sin verte. –Dijo a modo de saludo.

–He estado enclaustrada en casa, ordenando, limpiando, pintando y escribiendo. Prácticamente no he salido. –Todos se sentaron a la mesa y Felisa les sirvió la ensaladilla rusa que había preparado esa mañana.

–¿Y qué tal va esa investigación? –Preguntó Felisa con curiosidad.

–Bien, ya he hablado con Navarro, muchas gracias, por cierto, por conseguirme la cita, no estoy segura de habértelas dado todavía. –Felisa le sonrió con dulzura.– También he hablado con el doctor Soler, el psicólogo que estaba tratando a Jaime Ruíz.

–¿Y te dijo algo interesante? –Preguntó de nuevo la mujer mostrando interés en la labor de Anya.

–La verdad es que sí. ¿Sabíais que Jaime Ruíz no tomaba antidepresivos tal y como dijo la prensa?

–Bueno, eso me lo suponía. Jaime no era la persona que describieron esos periodistas que lo único que querían era una gran exclusiva o una primicia, dando igual lo que dijeran o a quién dañaran. –Parecía que Felisa estaba realmente resentida con los reporteros.– Jaime Ruíz era una bellísima persona, no se merecía el trato que le dispensaron.

–Limpiando el desván, aparte de los álbumes de fotos y dibujos que encontré el otro día, he encontrado unos diarios de Elena Moreno. –Continuó Anya, tanto Felisa como Mateo parecieron muy interesados en el hallazgo.

–¿Encontraste algo en ellos relevante para la investigación? –Preguntó Mateo.

–Por ahora no he visto nada que me aclare lo que ocurrió, o por qué ocurrió, pero seguiré leyéndolos. –Tanto Felisa como Mateo asintieron.– Estaba pensando en ir la próxima semana a ver a Marta Moreno a su casa, y quizás también al exmarido. ¿Tenéis sus teléfonos para concretar una cita con ellos?

–Cariño, aquí no hace falta avisar, te presentas en su casa y listo. Además, seguro que Marta te está esperando. Esto es un pueblo, todo el mundo en Óbito sabe que estás investigando el caso para tu próxima novela, y como es lógico, esperará que la entrevistes. –Había algunas costumbres en los pueblos a las que aún no se acostumbraba.

–Perfecto, pues me acercaré un día de la semana que viene. ¿Su exmarido es de la misma forma de pensar?

–No sé cómo reaccionará Jacinto, ese es otro cantar. Mateo, deberías acompañarla cuando vaya a visitarlo. Es algo agresivo. –Le explicó a Anya.

–No hace falta, creo que sabré defenderme.

–No es ninguna molestia. Estoy con mi abuela, a saber cómo reaccionará. Y más, cuando fue uno de los sospechosos del asesinato de la familia, antes de que sospecharan de Jaime Ruíz. –Mateo se dio cuenta por la cara que puso Anya que no tenía ni idea.– Pensaba que lo sabías.

–No.

–Jacinto siempre ha sido una persona agresiva, que se enfada con facilidad, carente de educación, daba el perfil para ser un asesino múltiple. –Dijo Mateo.

–¿Pero por qué pensaron que era él? ¿cuál hubiera sido el motivo?

–Todos dedujeron que el dinero. –Continuó explicando Mateo.– Jacinto nunca tenía dinero, se gastaba todo lo que entraba en su casa en mujeres, alcohol y drogas. En un primer momento se conjeturó con que él podía haber ido a la casa para pedir dinero, que se lo negaran, -ahora todos sabemos que la familia tampoco tenía nada para prestar- y en un ataque de ira los matara, no de forma deliberada ni premeditada. Estuvieron a punto de arrestarlo por asesinato en segundo grado.

–Pero, si no había pruebas de que nadie hubiera entrado en la casa.

–Eso no es exacto. –Continuaba hablando Mateo.– Él era una persona cercana a la familia, pudo haber sido invitado, hasta ahí todo encajaría con la circunstancia de que nadie había forzado la casa para entrar. También se encontraron huellas suyas por toda la casa, lo cual tampoco es extraño puesto que los visitaba a menudo, bien con Marta o bien solo. Pero además había un testigo fiable, mi abuela, que lo vio ir de visita a la casa esa misma tarde. –Anya estaba estupefacta, no sabía nada de todo eso.

–Sí, lo vi entrar y salir de la casa. Cuando se fue dio un portazo, me asomé a la ventana a comprobar el motivo de ese golpe, y fue cuando lo vi irse. Había entrado un rato antes, yo estaba en el porche terminando de tomarme un té, cuando lo vi pasar.

–Y Felisa, ¿no escuchó nada de la posible discusión?

–Lo siento hija, no escuché nada.

–¿Y en la noche de los hechos tampoco vio nada que se saliera de lo normal? ¿cualquier detalle que no le resultara importante en ese momento y al que no prestara atención? –Mateo estaba fascinado con el interrogatorio de Anya, parecía que sabía qué y cómo preguntar, sería una buena interrogadora en los tribunales, pensó.

–Nada hija. La noche en la que ocurrió todo no estaba en casa. Había salido con Paca y Carmen, fuimos al restaurante del hostal, Carmen nos invitó a cenar. Lo hacíamos a veces, cada día en casa de una, y luego jugábamos nuestra partidita, al tute o al cinquillo, según nos apeteciera. Esa fue la última vez que nos juntamos. Aquello traumatizó a todo el pueblo. Y entonces a la pobre Paca le sobrevino lo de Raquel. –Anya se dio cuenta de que aquello lo recordaba con mucha tristeza, le puso una mano encima de la suya como un intento de consolarla.

–Esta información ha sido una gran sorpresa para mí, no tenía ni idea de que se habían tenido en cuenta otros sospechosos.

–Sólo ese sospechoso, no hubo más. Pensé que te lo habría contado Navarro. –Dijo Mateo sorprendido porque el inspector no se lo hubiera mencionado.

–Supongo que fue culpa mía, sólo hablé de Jaime Ruíz, no se me ocurrió que hubiera algún otro sospechoso, y por nuestra conversación, tampoco llegué en ningún momento a esa conclusión. Quizás tenga que volver a ir a hablar con él, la verdad es que me pareció un señor encantador que se encuentra muy solo. –Felisa asintió, lo había calado a la perfección.

–Bueno, y ahora hablemos de otras cosas menos morbosas. –Dijo Felisa mientras se levantaba y traía la tarta de moras, la cual tenía muy buena pinta, pensó Anya. Cortó tres trozos que les sirvió a cada uno, en cuanto Anya la probó, comprobó que Mateo estaba en lo cierto, era la mejor tarta de moras que había probado en su vida.

–Felisa, está exquisita. Me vas a tener que pasar la receta. –Ella le sonrió, agradecida al saber que le había gustado.