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Viernes, 29 de septiembre 2.006
Raquel llegó corriendo a su casa. Se encontró a su madre en el mismo sitio donde la había dejado, en la cocina, pero esta vez estaba atareada con la preparación de la cena.
–Hola mamá. ¿Puedo cenar en casa de Mónica?
–Cariño, pero si ya os he preparado la cena.
–Porfi, porfi, porfi. –Cuando su hija se ponía así, no podía negarle nada.– Además quiere que la ayude con los deberes, le cuestan las matemáticas, y ya sabes que a mí se me dan muy bien. –Paca se sintió muy orgullosa de su hija, de nuevo.– Porfi mami.
–De acuerdo, pero con una condición.
–Sí mamá, dime qué condición.
–Si mañana viene ella a cenar a casa.
–Claro, ¿harás caldo gallego? A Mónica le encanta tu caldo gallego, dice que su madre no machaca las patatas, y no es lo mismo. –Paca sonrió a su hija.
–Pues si le gusta tanto, mañana os lo hago para cenar. –La niña se lanzó sobre su madre, la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
–Muchas gracias mamá, eres la mejor. –Salió como un torbellino de la casa.
–No vuelvas tarde. –Aunque Paca no estaba segura de que su hija lo hubiese oído, con las prisas que llevaba ya debía de estar prácticamente llegando a casa de su amiga, pensó divertida.
Raquel fue corriendo atravesando el pueblo hasta la casa del arroyo, donde vivía Mónica. En el camino se encontró a muchos vecinos que volvían a sus casas a cenar, dedujo por la hora, los saludó a todos sin parar en ningún momento. Muchos sonrieron al verla pasar a toda velocidad, evocando la energía que tenían los chicos de su edad.
–Raquel, –al oír su nombre se detuvo, vio que Carmen estaba en la puerta de su hostal– ¿sabes si a tu madre le queda mucho? Felisa ya está aquí. –Ella sabía que solían quedar a cenar y a echar la partida, como decían ellas, pero también sabía que se pasaban el rato cotilleando sobre el resto de vecinos.
–Estaba terminando de preparar la cena. Me imagino que en cuanto termine vendrá. –Carmen no pudo decir nada más, puesto que la chica en cuanto hubo terminado de responder, continuó con su carrera.
–Chicos. –Carmen se encogió de hombros y entró al restaurante del hostal donde Felisa estaba sentada esperándola.
Cuando Raquel llegó a su destino, se encontró a todos en la cocina, preparando la mesa para la cena. El único que faltaba era el padre de Mónica, que estaría en el hospital como de costumbre.
–Buenas noches. –Les dijo a los presentes cuando cruzó la puerta de atrás de la casa, por la que se accedía directamente a la cocina, que sabía que solían dejar abierta.
–Hola Raquel, pasa, te hemos puesto un plato, siéntate. –Ella hizo lo que le había indicado Elena obedientemente y se acomodó en el asiento que le había reservado su amiga a su lado.
–Mamá, ¿qué hay para cenar? –Preguntó Mónica.
–He hecho sopa y unos filetes empanados. –Raquel estaba encantada, ambos platos le gustaban, pero su amiga no puso la misma cara. Mónica era más quisquillosa que ella para la comida, en realidad le gustaban muy pocas cosas según había podido comprobar.
–Y ahora qué es lo que no te gusta. –Le preguntó su hermano Miguel resoplando.
–Es que preferiría filetes sin empanar. Mamá, el empanado engorda mucho.
–Hija, ya tendrás tiempo para pasarte la vida a régimen. Ahora disfruta de la comida. –Le dijo su madre sonriéndole con cariño. Pero Mónica puso los ojos en blanco, sabía a la perfección que los chicos no prestaban atención a las niñas gordas, y si ella se ponía gorda, Mati tampoco se fijaría en ella.
–Hola familia. –Jaime acababa de llegar, estaba dejando su abrigo y el maletín a la entrada de la casa.– Llego justo a tiempo. –Comentó al ver que Elena estaba sirviendo la cena a sus hijos. Se acercó a su mujer y le dio un beso en los labios. Raquel se sentía muy contenta cuando estaba con ellos, se les veía tan felices que era contagioso. En su casa, su padre solía llegar con malas pulgas cuando venía del trabajo y nunca besaba a su madre, sólo le pedía la cena y luego se iba a ver la televisión con una cerveza, aunque también era verdad, que cuando su madre se sentaba a su lado a ver el programa que estuviera viendo, él siempre le cogía las piernas para ponerlas en su regazo y darle un masaje de pies, en ese momento todos intuían que ya se había olvidado de la dura jornada y se había relajado en casa. Sabía que sus padres se querían mucho, no lo demostraban en público, no se solían besar, ni acariciar, como hacían los padres de Mónica, a los que les daba igual quién estuviera delante, pero ella se lo notaba, cuando se miraban, sus ojos lo decían todo.– Hombre Raquel, si estás por aquí, ¿qué tal te va este curso? Me dice Mónica que eres un cerebrito.
–Papá. –Mónica le dio un codazo suave a su padre.
–No te he ofendido, ¿verdad Raquel? Es un cumplido. –La niña se sonrojó.
–Raquel me va a ayudar con los deberes de matemáticas después de la cena.
–Eso está bien. –Ya se habían sentado todos a la mesa y estaban disfrutando de la sopa de tomate que había hecho Elena.– Cariño, esta sopa está riquísima. –Raquel la probó y le resultó insípida, pero sabía que él siempre adulaba todo lo que hacía su mujer.
–Bueno chicos, ¿y vosotros qué tal las clases?
–Hoy nos han comentado, a los que queremos ir a la Universidad, las diferentes opciones que tenemos. –Dijo Miguel que el año que viene comenzaba sus estudios universitarios y aún no tenía claro qué quería estudiar.
–¿Y ya has elegido?
–No, todavía no, estoy barajando mis posibilidades. –Eso era lo mismo que no decir nada, pensó su padre, divertido por las dudas de su hijo, sabía que era una decisión difícil y no le quería agobiar, estaba convencido de que elegiría lo que más le gustara y conviniese.
–A mí me gustaría estudiar para Ingeniero Aeronáutico, y después sacarme el título de piloto para aviones comerciales. –Dijo Raquel muy satisfecha por tenerlo tan claro y poder participar en la conversación.
–Eso está muy bien. No es una carrera sencilla. –Dijo Jaime, aunque era evidente que Raquel estaba muy convencida.
–Lo sé, por eso ahora tengo que estudiar mucho. –Elena se levantó a por los filetes, puso el plato en medio de la mesa para que cada uno se sirviera.
–¿Has cocinado una tarta? –Preguntó Jaime cuando vio el pastel que había sobre la encimera.
–No, la ha traído Felisa. Por lo visto todavía tiene muchas almendras de las que recogió hace un par de semanas, así que ha hecho tarta de Santiago, una para ella y su nieto que viene este fin de semana a verla, y otra para nosotros. –Le explicó su mujer.
–Menos mal que tiene a su nieto, se la ve siempre muy sola. –Jaime sabía que su marido había muerto cuando su hija, la madre de Mateo, todavía era pequeña, luego la había perdido a ella y a su yerno, por lo que sólo le quedaba su nieto.
–Sí, es verdad. Se pasa mucho tiempo aquí. –Elena sonó algo reticente. Aunque Felisa siempre había sido encantadora con ella y su familia, a veces la veía mirarlos de una forma un tanto extraña, suponía que era porque en su casa siempre había mucho jaleo con tantos chicos, y en la suya siempre había un silencio sepulcral, pero aun así le ponían los pelos de punta. Ella tampoco estaba acostumbrada a tener a una vecina tan solícita y complaciente, en León cada uno estaba inmerso en sus asuntos y no prestaba atención al que vivía en la puerta de al lado, aquí, desde luego, era diferente.
–Hoy nos ha dicho la profesora que el mes que viene nos van a llevar a una fábrica. –Dijo Alejandro que no tenía mucho interés en ir a ningún sitio, lo único que agradecía es que ese día iba a estar fuera del colegio, por lo que no tendría que ir a clase.– Quiere que veamos no sé qué sobre la industrialización y el trabajo en cadena.
–Parece divertido. –Le dijo Miguel tomándole el pelo. Alejandro se encogió de hombros ignorando a su hermano.
–Bueno, ¿y quién quiere tarta? –Preguntó Elena, mientras recogía los platos de cada uno de ellos, todos levantaron la mano menos Raquel.– Raquel, ¿tú no vas a querer un trocito?
–No, muchas gracias, es que no me gusta la torta compostelana. –Aclaró. Por lo que Elena cortó la tarta en cinco porciones que repartió entre su familia.
–Está muy buena. –Dijo Alejandro.– ¿Seguro que no quieres probarla? –Miró a Raquel ofreciéndole un trozo en la cuchara, ella negó con un movimiento de cabeza, por lo que el chico se metió en la boca la cuchara llena.
–Estoy de acuerdo, creo que es la que más rica le ha salido. –Dijo Miguel que ya estaba acostumbrado a que en época de castañas, moras o almendras, su vecina apareciese con tartas.
–Sí, tiene un sabor diferente. –Confirmó el padre.
–Quizás sea canela. –Dijo Elena intentando pillar el sabor o ingrediente que la diferenciaba del resto.
Cuando terminaron de comer, entre todos recogieron la mesa en un santiamén y mientras Elena fregaba los cacharros, los chicos se pusieron a hacer los deberes. Las niñas comenzaron con los ejercicios de matemáticas, Raquel explicándoselos a Mónica, mientras ella estaba más atenta a la ventana por si veía pasar a Mati.
–Cariño, voy a ir a la cuadra, a ver si encuentro las herramientas que dejé allí. Este fin de semana podo el seto y arreglo el lavabo del baño. –Elena se lo quedó mirando sabiendo que ese era su propósito de todos los viernes, pero luego, cuando llegaba el fin de semana, se le ocurrían otras cosas más interesantes y entretenidas que hacer. Poco se podía imaginar que ese fin de semana tampoco iba a realizar esas tareas, pero por otra causa muy diferente.
–A ver si es verdad, porque el lavabo pierde agua, no podemos tenerlo mucho más tiempo así. Si no lo haces este fin de semana, el lunes llamo al fontanero. O mejor aún, se lo digo a Mateo. –Lo amenazó.
–Que sí cariño, no te preocupes, de este fin de semana no pasa. –Salió por la puerta de atrás en dirección a la cuadra, en donde guardaba todas las herramientas, incluidas las que tenía María, la casera, ya que no había podido llevárselas a Madrid, y a ellos no les había importado, había sitio de sobra. Además, la mujer les tenía dicho que si necesitaban algo de lo que allí había, que lo cogieran. Era una mujer muy agradable. Se volvió en la puerta y le dijo a su mujer.– Y sino, pues llamamos al fontanero. La semana que viene podremos permitirnos hasta que cambie todas las tuberías de la casa. –Elena sonrió al recordar la suerte que habían tenido con la primitiva, ese dinero lo iban a utilizar en cierta medida para ayudar a los demás en la ONG que había creado, pero era evidente que a ellos les resolvería la vida, por fin irían desahogados económicamente, no tendrían que seguir pidiendo préstamos.
Como Raquel se dio cuenta de que su amiga no estaba concentrada en los deberes, estaba más atenta a lo que ocurría al otro lado de la ventana, y además parecía aburrida, no hacía más que bostezar, como si se fuera a quedar dormida de un momento a otro, pensó que sería mejor intentar enseñarle otro día. Su madre le había pedido que no llegara tarde, y como le apetecía ir dando un paseo, se despidió de todo el mundo hasta el día siguiente, momento en el que había quedado con Mónica para terminar su lección de Matemáticas. Todavía no sabía que sería la última vez que la viera con vida.