EL ÚLTIMO CONTINENTE
¿No habéis olvidado a mi amigo Arnau, a quien fui a visitar en Luxemburgo durante el verano de 2006, verdad? Pues bien: por si acaso la pequeña odisea por las costas de Panamá me hubiera llevado a cuestionarme mi buena suerte, la/las instancias superiores que tanto me quieren decidieron darme una prueba más de su buena fe, e hicieron que mi vuelo de regreso a Cataluña hiciera una escala de transbordo casual en Estados Unidos…, que era exactamente donde, casualidad de casualidades, residía en aquellos momentos este mismo amigo. Naturalmente, todas las piezas encajaron a la perfección para que, con la ayuda de su familia de Estados Unidos, pudiera retrasar la segunda parte de mi vuelo durante los días suficientes para ir a visitarle y pasar la semana más relajada y agradable de los últimos seis meses con él y su familia. Y hay que reconocer que, después de mis turbulentas experiencias navales por América Central, ni todo el oro del mundo hubiera sido suficiente para pagar los días de paz y tranquilidad que me ofrecieron para recuperarme…
Después de mi visita (y en un estado físico incalculablemente superior al de mi llegada) volví a Europa a presentar El mundo sobre ruedas, una actividad que parecía expresamente diseñada para recordarme qué diferentes son los viajes y la vida rutinaria de Cataluña.
Aun así, fueron unos meses realmente interesantes (exceptuando el exceso de relojes en mi vida), llenos de aventuras por Cataluña y de personas con quienes compartirlas, y con el añadido de saber que todavía me esperaba la segunda parte de mi año sabático.
Hablando del tema, quizás empezaba a ser el momento de decidir dónde iría exactamente, porque junio se encontraba cada vez más cerca y todavía no lo tenía muy claro… a pesar de que, para ser sincero, ya hacía tiempo que tenía el ojo puesto en un continente en particular.
Hasta entonces había viajado por Europa, había viajado por Asia, y ahora también por Sudamérica y Norteamérica. Incluso había rozado Oceanía…, pero nunca había estado en África.
Durante semanas, cada vez que pensaba en este hecho, o que me daba cuenta de que tenía las puertas del continente a unos centenares de kilómetros, sentía unas ganas compulsivas de coger una mochila y saltar a la carretera para empezar a hacer autoestop. Y, conociéndome, cualquiera podía adivinar que solo era cuestión de tiempo hasta que llegara el día en que acabaría por hacerlo de verdad.
Durante mucho tiempo había ido posponiendo este viaje a causa de todos los innumerables peligros que, según me decían, pueblan África: guerras, guerrillas, terroristas, enfermedades, pobreza…
Por otro lado, yo no quería hacer el viaje de cualquier manera: muchas veces me habían preguntado cómo viajaría fuera de Europa si no dispusiera de un primer avión de salida, y quería aprovechar para demostrar que ni siquiera esto es imprescindible para viajar tan lejos como uno quiera. Mi intención era salir desde las mismas puertas de mi casa, en Esparraguera, y acabar por llegar a cualquier rincón de África sin haber tenido que tocar el dinero en todo el proceso.
Huelga decir que decenas de personas me advirtieron que era imposible hacer lo que me proponía. Personas que habían viajado varias veces a África me decían que allá las cosas eran diferentes, otras me enseñaban páginas webs que aseguraban que necesitaría dinero para cruzar las fronteras. Y muchos me decían que, sencillamente, no conseguiría cruzar el desierto del Sáhara para ir de Marruecos a Mauritania si no tenía mi propio coche y unos cuantos visados muy caros.
Pero la verdad es que, por muchas cosas que me cuenten, al final siempre acaba llegando el día en que me canso de creer que las cosas sean imposibles. Decido olvidarme de todas las explicaciones e intentar alguna imposibilidad enorme.
... Y lo bueno es que funciona.
Qué divertida es la vida, ¿verdad?