No hay regreso para Johnny

David Mitrani

Aquí estar yo, ¿qué querer ustedes?, nos ha desafiado el gigante. Huevi y yo nos miramos sorprendidos, asustados, escépticos. No es el mismo. Se asemeja pero no es el mismo. A mucho estirar le llega al pecho mi depilada testa, y Huevi, algo más corpulento que yo, es un fleco de borlas comparado con el descomunal rubio de las huestes norteñas. Antes nos pareció un hombre de talla mediana, de fuerza mediana, de cólera mediana, y ahora ha evolucionado a pivot de la NBA, con la caja torácica dilatada, queriendo zafar los botones de la camisa, señalándonos con un dedo grueso como palo de escoba. Se ha convertido en un guerrero de la edad media, con músculos curtidos por innumerables batallas, con parsimonia de veterano gladiador. No es el mismo. Doscientas libras y pico distribuidas mayormente en el tren superior, un temible melón con patas que antes parecía derrotable por cualquiera de nosotros, y ahora verificamos que ni siquiera cayéndole juntos nos bastamos para arañarlo, que una trompada suya, asestada sobre nuestros pómulos, provocaría hematomas, derrames, consultas con el oculista, burlas, remordimientos.

Hace un rato —balbucea Huevi—, usted maltrató a un amigo nuestro. ¡Ah!, amigo suyo, ¿no? —ironiza el pivot, sobrevalora sus fuerzas, se arrasca la nuca, contrae intencionalmente el bíceps derecho, saborea el temblor vocal de mi amigo, y agrega: A mí eso importarme una pinga. Nos impresiona que, pese al acento inglés, domine la semiótica del arrabal, la secular jerga asere; que parado ahí, acechando desde el umbral de cemento, apriete las patas delanteras, y adopte postura de imponente gorila. Nos impresiona que no tiemble una sola de sus facciones, que sólo haya abierto las aletas de la nariz y los ojos azules, y que, mostrando desprecio hacia nosotros, simples mortales antillanos, haya puesto boca de pez.


Con Lila yo pasarla bien, gozar de verdad. Negrita buena, bonita. Mujeres cubanas no ser igual que las nuestras. Las nuestras mezcla con saxons, fríos, tiesos… y acá, cubanas, mezcla con españoles, árabes, africanos. You are different, yes. Lila camina, baila, mover cin-tu-ra, manos: Celia Cruz, yes, Celia Cruz. Ustedes ignoran eso porque están dentro y no darse cuenta. A Cuba, falta money, a lot of money. If I had… eh… Si yo tengo money, hacer tiendas, muchas, and hotels en playas, muchos, and… ustedes ver pros-pe-ri-dad. Esto es país lindo, de gente linda and hot, I mean… fuego, yes, caliente. Yo algún día veo gran cosa aquí. Nosotros, I mean, mis amigos, creo en lo futuro ser buen país esto. Cada vez yo vengo a Cuba, traigo ropas para ustedes, para niños, porque allá sobrar. Personas echan en basura algo que ustedes pueden usar. Allá preguntan a mí ¿servir esto a cubanos, Johnny? Yes, yes, yo decir, everything, todo servir. Siempre sueño venir a esta isla. Mi abuelo estar en La Habana en mil-ocho-cientos-noventa-ocho, con ejército nuestro, and… siempre hablarme de acá. Como yo ser niño, imagine, yes… imagino jugar con soldaditos, carritos, que yo vengo a combatir contra españoles. Yo tengo risa hoy, antes no, era una ob-se-sión. Después yo crezco, estudio historia de ustedes, saber de Maceo, the battles… eh… los mujeres que él tiene, los hijos… Ése ser el más grande de Cuba. Tiene valor, y ser hombre fuerte, muy fuerte.


¡Ay, mamá, claro que es igual que con un cubano! Existen detalles. Por ejemplo, él siempre habla en inglés pero a veces lo hace en español, sobre todo ciertas palabras… Tú sabes, las que a una se le escapan cuando está volá. Sí, vieja, ¿no me digas que tú no las decías con papi? Bueno, esas mismas, las grita, con acento, claro, pero con una fuerza que llega a gustarme más que si las dijera un cubano. Tampoco imagines que todo es color de rosas. A veces se manda una peste en los sobacos, de dios me libre con dios me ampare. Al principio ni muerta se lo confesaba, pero ahora, sin pena ninguna le digo: Juega agua, papi. Y él, pobrecito, se va derecho al baño sin decir ni pío. ¿Y tú crees que se le quita? ¡Qué va! Siempre le queda un tufito, muy leve, pero más molesto que el de un baño público. Sin embargo los europeos son peores. ¿Qué si sí? Jean Pierre se mandaba un grajo. Menos mal que nuestra relación duró sólo dos semanas. Gato al agua, aquel francés. Entraba al baño, se afeitaba, se echaba desodorante, perfume, y ya se creía limpio. Para mí que no tenía olfato. Cuando estaba con él, sí, en la pisadera, vieja, me entraban unos mareos y unas ganas de vomitar. También se le ocurrían cada cosas. Si veía, vamos a suponer, a un hombre pidiendo para San Lázaro, se acercaba a él y se ponía a conversar como si estuviera hablando con el historiador de la ciudad. ¿Sería comemierda, anormal, o qué? Johnny no. Tú lo has visto. Es parecido a nosotros en el sentido del humor y en la forma de comportarse. Lo mismo hace un cuento de Pepito, que baila casino, como el día de la fiestesita, ¿te acuerdas? Aunque, de verdad, verdad, una no llega a sentir la misma conexión que con un cubano. Con mis primeros novios yo conversaba muchísimo, sobre cualquier bobería: de las fajazones en el barrio, de la shopping, de la telenovela brasileña… Pero a partir de que me empaté con el primer yuma, empecé a aburrirme porque hablan mierdas cantidad. Encontrarme con Johnny ha sido, en parte, una suerte. Él no es lindo. Una, guiada por las películas que ve, piensa que el yuma del ligue tiene que parecerse a los protagonistas, y olvida que en el mundo, ya sea en Cuba o en el yanki, hay tonga de calvos, dentusos, orejones. Tú dices que Johnny se parece al hombre lobo, es tu opinión. Nunca has tenido buen gusto. El único defecto que le veo son las piernas. El otro día estaba en cueros, peinándose frente a la luna de la cómoda, de espaldas a mí, y pude vacilarlo sin que lo notara. Tiene músculos por toda la espalda, así, hasta las nalgas, que son peluitas, y duras como las de un bailarín. Hasta ahí estaba perfecto. Ahora, me puse a mirarle los muslos, y son flacos, y las rodillas dos pelotones gordos, y las canillitas parecen que van a partirse. Sí, sí, lo vacilé cuanto me dio la gana. Hasta que se viró y me sorprendió mirándolo y me preguntó: ¿Qué, yo estoy bien? Respondí sin fijarme en sus piernas, mirando siempre al pecho, al abdomen: Riquísimo, papi, riquísimo.


La pegada que carga en ambas manos está garantizada. Con la víctima reciente ha hecho de las suyas, tal vez por eso su mano izquierda parezca el guante de un cirujano lleno de aire, o más bien, la ubre de una vaca Holstein. Porque flageló a sus anchas el semblante del anterior oponente, porque, insensible al dolor, sació totalmente su furia, la dejó salir de su cuerpo como un fluido más, como si el río sanguíneo: hirviente, tempestivo, drenara en forma de puños contra el quejoso borracho. Hasta que llegaron los vecinos y lo rodearon y el yuma se dio a la fuga porque algo grave iba a ocurrir. Después, asistido por los espectadores, el apaleado se incorporó, subió a su camión y terminamos el viaje. En medio de un animado grupo que vino a recibirlo, descendió finalmente el colchón en casa de la prometida de Huevi. Antes de perderse de nuestra vista, antes de acelerar el vehículo, el camionero nos había conmovido cuando molesto por nuestra pasividad nos acusó de cobardes, llamándonos pencos, ratones, pendejos; nos acusó de apóstatas, de pro-norteamericanos, llamándonos guatacas, hueleculos. Salimos, entonces, a la captura del fugitivo norteño. Fue difícil encontrar su madriguera. Primero regresamos al lugar de los hechos pero nadie supo de él. Los vecinos, suponiendo estrechos nexos entre el camionero y nosotros, nos encuestaron con sincera preocupación. Va mejorando, los tranquilizó Huevi. Rastreamos Habana Vieja y Centro Habana, indagando, enfrentando miradas desconfiadas, respuestas inútiles, evasivas. Casi nos damos por derrotados antes de investigar en Diez de Octubre, y bueno, hallamos este tallercito cercano a la esquina de Toyo donde divisamos el Chevrolet azul del cincuenta y siete con su puerta abollada, y supimos que habíamos encontrado al yuma. Estamos agotados por el viaje. Desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde, cabalgando en una bicicleta china, pedaleando urgidos de venganza, turnándonos el pedaleo y la parrilla, porque Huevi ya no es el de antes, que no se cansaba, ahora, después que una horda de parásitos tapizó su intestino, está más débil y teme constantemente que la poderosa válvula anal ceda ante el empuje de la osmótica diarrea. La idea no ha sido feliz, me enrolé equivocado en este barco, porque yo iba hacia un territorio menos conflictivo, a ver a mi abuelita, cuando Huevi, lobo feroz, me interceptó, rogó que lo ayudara, que el colchón lo disfrutarían él y su novia después de la boda, que yo sería testigo, que me bebería una cuantas cervezas gratis. Con tales argumentos no pude negarme. La misión era trasladarlo a casa de sus suegros y para ello había que hallar el transporte adecuado. En la Virgen del Camino, por la cuadra delgada que ladea el restaurante Terry, emergió aquel camión verde churrioso, parqueado solito, como esperándonos. Yo no soy casado, la casada es mi mujer, pude leer en el extremo superior del parabrisas. El chofer dormía, roncaba, se babeaba. Nos asomamos a la ventana: Eh, mi tío —aparto el pompón del retrovisor, lo toco por el hombro—, ¿alquila? El camionero de mala gana, como si mascara una croqueta cruda, nos informa que si no aflojamos cincuenta pesos no va el negocio. Hoy me siento sin ganas de coger el timón, añade cruzándose de brazos, si no quieren pagar se van pa’l carajo. Nos miró con ojos henchidos de cerveza, torció la boca y escupió por la ventanilla, haciendo volar un plomizo gargajo por encima de nuestras cabezas, humedeciéndonos el rostro con el rocío de la alcohólica saliva. Sin embargo, pese a nuestra estrechez económica y al desagrado sensorial que nos brindaba el conjunto chofer-cabina de camión, aceptamos la tarifa. Está bien, se resignó Huevi, y me preguntó si podía prestarle veinte para completar, contesté que sí, que por gusto no iba a ser testigo de su boda. Decidimos subir el vetusto colchón matrimonial. Para sostenerlo con mayor firmeza introduje la mano por uno de los agujeros, agarré una pareja de muelles, y tiré hacia arriba. Huevi y el camionero empujaban desde abajo. Primero subió una mitad. Saqué la mano del hueco, y, sin poder evitar romper la tela, lo halé por una de las esquinas y la mitad restante cayó sobre la cama del camión. Montamos los tres en la cabina, y en la primera curva, apenas por un azaroso corte del volante, el beodo evitó atropellar una lenta y escuálida motocicleta Karpaty. Ya desde entonces comenzó a preocuparnos la ebriedad del camionero. Mientras recuerdo esto, Huevi, sin mediar palabras, respondiendo al desafío del yanki, ha echado mano a un tubo galvanizado de media pulgada que le queda cercano, y yo, por mi parte, me apodero de una llave española treinta y seis.


Johnny no va a aprender español nunca, Lilita. Si continúa reuniéndose con tu primo Tato y con los del solar, va a terminar hablando como ellos. Ayer le escuché decir las primeras groserías, y hoy, en cuanto bajó del carro, soltó otra. Le dio una patada a una goma porque se había ponchado y dijo: ¡Pinga!, sin importarle un comino que lo escucharan los que andaban por ahí. Al parecer lo hace para congraciarse porque los que estaban en la acera se echaron a reír y al final él también se rió. Como quiera que sea cae simpático y desde que trajo los regalos se ha echado al solar en un bolsillo. Ese gesto no lo hace cualquiera, fíjate que no se olvidó de nadie: a Tato le trajo las cuchillas de afeitar, a Nelsa un par de blúmeres, hasta Felipe el bobo enganchó una gorra… Igual que la forma que tiene de relacionarse con los vecinos. Mira si no mide en ponerse a hablar con la gente que el otro día, el martes, cuando se quedó aquí contigo, me levanté por la mañanita para lavar y tender la sobrecama, y lo sorprendo conversando con Meña. Me dio una risa. Tú sabes que Meña está medio loca. Ella quejándose como siempre, de que si falta la leche, de que si el apagón, y él —para que tú veas lo que son las cosas— empezó a hablarle de lo mismito que habla Fidel, de que si los hospitales son gratis, de que si las operaciones allá cuestan miles de dólares y aquí hasta uno de nosotros puede hacerse una. Hasta de Martí habló. Meña quedó calladita sin saber qué decir primero pero ya como vencida contestó: Bueno, tú puedes explicarme y requetexplicarme, yo sólo sé que hay mucha hambre… y con la misma, se metió en su casa, y allá adentro siguió hablando sola. Johnny es un vacilón. Pero si Tato insiste en enseñarle esas chusmerías, el día menos pensado nos va a hacer pasar un bochorno. Anteayer oí que tu primo le decía que para invitar a un trago a una muchacha tenía que preguntar: ¿Quieres templar, mi cielo? Y que en vez de decir: Tengo ganas de dormir, dijera: Me apena dejarlos solos, señores, pero me estoy… No te voy a repetir la grosería pero es grande. ¿Tú imaginas eso, Lilita? No te rías. Suerte que tú siempre andas con él y lo salvas de pronunciar esas cochinadas. ¡Ojalá no se le ocurra soltarlas delante de alguien importante!


Este Chevrolet, así, costar mucho dinero allá, lo que yo pedir. Con piezas originales y no tiene nunca choque, vale mucho. Cuando yo abro y veo motor brillante, it looks wonderful, then yo querer alquilarlo porque siento bien manejar auto viejo, porque yo estoy en otro tiempo, ir para atrás, yo pongo música: Nat King Colé, Frank Sinatra, even Elvis Presley… and then, eh… sueño, amigo, sueño. Así gusta a mí la vida. Hoteles, piscinas, restaurants son shit, mierda. Mejor entre ustedes, tomo ron, como chicharrones, juego dominó, y Lila conmigo siempre para dar besitos. Ustedes no saben que ser felices. Mi país no es humano, sino máquina, no amar, sino piensa en dinero. Ustedes ser so-cia-bles. Allá no. Gente decir: calor entrar en el alma igual que frío. It’s bull shit. No es cierto. Calor no es sol, no aire, no mar, no playa, no ron. ¿Entienden? It’s culture, yes, cul-tura, rumba, idioma, mezcla pieles, religiones, ¡yes!, mezcla como sustancias, y reaccionar y surgir calor. No sé decir en español. ¿Exo-ter-mis-mo? ¿No? También calor viene de ustedes, de risa, de cuentos.


No creo que lo haga. El yuma debe esperar a que seamos nosotros quienes ataquemos aunque yo, por mi parte, aguarde a que sea Huevi quien tome la iniciativa. El mecánico ha encendido la antorcha, el acetileno brota inflamado, complejo de ángel le ha entrado a este mulato que cuida su negocio como el hortelano a las flores, que mantiene distancia de advertencia. Antes nos ha amenazado, si había problemas no los iba a tolerar, y arrimó la llama a mi rostro, quemándome casi. Sé lo que se traen pero si arman bronca voy a intervenir, concluyó. Huevi había prometido que no. Sólo quería que el tipo se disculpara. Lo mismo me había prometido antes, hace unas horas, cuando el borracho lo insultó y él lo conminó a bajar del camión. No te fajes Huevi —le aconsejé—, recoge el colchón y lo llevamos caminando, ya estamos cerca, asere. Mi amigo se disponía a entender cuando el camionero abandonó en son de guerra su asiento y vino hacia nosotros. Ora manoteaba a la altura de la barbilla de Huevi y hacía como si se limpiara las manos con violencia, ora escupía en el piso, ora gritaba improperios con apasionada y vulgar prosa: te despingo y te piso la cabeza, so yegua. Huevi al fin lo golpeó. Recto al mentón y cayó de rodillas el ofendido timonel. El hombre volvió a pararse y Huevi combinó mejor: izquierda, derecha recta, swing de izquierda para rematar, y le partió ligeramente la nariz, y el hombre cayó sentado. Luego intervine. Aplaqué los ánimos. El borracho ofendió con saña demoledora a Huevi: hijueputasingaoporculo te voy a picar las nalgas maricóndelcoñoetumadre, y no sé cómo logré que volviéramos a subir los tres al vehículo, y continuáramos viaje entre los recovecos de La Habana Vieja. El borracho siguió soltando malas palabras, decía que nosotros lo habíamos metido en una pendejera de calles que nadie entendía, que la comemierduría se pegaba, que por ende, nosotros éramos unos traga mojones. Huevi tragaba en seco, contenía el enfado, y yo, temiendo que por segunda vez el camionero se negara a llevarnos, guiñaba un ojo pacificador a Huevi, y le sonreía. No como ahora, claro. Ahora le sonrío para que desista del combate desigual. El rubio se ha puesto en guardia, pero no como un púgil principiante, sino con la seguridad y elegancia que exhibiría Rocky Marciano en sus mejores tiempos. Extiende su mano zurda hacia delante, lista para, cual serpentino látigo, fustigar en jab nuestros entrecejos. El poderoso puño diestro permanece al acecho, como resorte comprimido, a la altura del mentón. De modo que el yuma parece esculpido en bronce, un coloso invencible, y nuestras armas podrían poco contra él. Sí, mejor sería batirse en retirada ahora mismo y decir: Nos equivocamos, mister, adiós.


Mira, hija, no es para ponerse brava. Verdad que Johnny ha sido muy bueno con nosotras, con Tato, con la familia en general, y también con los del barrio. Pero hay que entender a la gente. Cuando tú saliste de la casa, lo peor había pasado, no viste nada. Aquel hombre ni se defendía. Verdad que estaba borracho como una cuba pero ¿quién hoy no se emborracha? Tu primo Tato lo hace diariamente ¿y por eso merece una paliza? Sabes que no. Tu novio es muy impulsivo, mi hija. Salió como una fiera a comerse al pobre hombre. Comprendo la obsesión que tiene con ese carro, que desde que lo vio le cayó al dueño con la picuita y hasta que no se lo alquilaron no estuvo tranquilo. Siempre fregándolo, pasándole el trapo como si fuera de él, y buscando la mejor música para su cacharrito. A mí también me hubiera gustado tener uno así, me recuerda al que tenía tu abuelo, aunque el del viejo era un Ford que vendió antes de morir… Cuando vi que el camión aquel dobló como un cohete la esquina, me horroricé, cerré los ojos, y ya cuando los abrí, había chocado. Jamás pensé que Johnny se fuera a las manos con el camionero, no había razón para tanta agresividad. Lo mejor que puedes hacer, mi hijita, es arreglarte con la gente. Llama a cada uno de los vecinos, discúlpate con ellos. ¿Qué tú querías que hicieran? Si al menos Johnny se hubiera contentado con los portazos, pero no, tuvo que bajar al infeliz, agarrarlo por el pescuezo y caerle a piñazos. Bastante aguantó la gente, Lilita. Si demoras un poco más, no sé qué hubiera ocurrido. ¿Te fijaste cómo renqueaba el pobre hombre cuando fue hasta su camión, o nada más viste lo que te convino? Y todavía dices que se iba a bajar para fajarse con Johnny. No fastidies. Si ese hombre de soplarlo nada más se caía, Lilita; y, además, se notaba que era un alma de dios, cuando chocó lo primero que hizo, de la vergüenza que sentía, fue poner la cabeza sobre el timón y lamentarse como un muchacho. Si Johnny no llega a trabarle la pierna con la puerta estoy seguro de que se hubieran arreglado, porque el camionero no parecía malo. Iba a bajarse para explicar, como es costumbre. El animal de tu novio —sí, porque es un animal— agarró la puerta, y pámpata, pámpata, contra la pierna del infeliz. No, chica, no, la gente fue más que buena. ¿Para qué tenías que insultarlas? Lo mejor que hiciste fue aconsejarle a tu novio que se perdiera, porque después, tú viste, que cuando vieron bien los moretones que tenía el camionero y oyeron los quejidos que daba, unos cuantos querían cogerle el lomo a Johnny. Dos de ellos, los que venían en el camión, creo, regresaron hace un rato por aquí buscándolo. Dios quiera no lo encuentren porque yo le tengo cariño a él y me disgustaría que le pasara algo… Arréglate con la gente, Lilita. Si cantidad de veces le advertí a Johnny que no parqueara ese carro aquí, en esta cuadra, no sólo por los ladrones, sino porque estas calles son muy estrechas, y el accidente no avisa.


Lo quiero, mami. Sí, no te rías. ¿Piensas que, porque me burlo de él, no lo quiero? Me ha hecho persona. Antes, cuando estaba en el Pre, las blanquitas me miraban por en cima del hombro y me acomplejaban. Tú las veías moviendo el pelo, hablando de que si tal champú daba caspa, de que si tenían que ir a la playa a solearse, de que si tal bronceado!… Me acomplejaban. ¿Y en doce grado? Peor. Éramos tres negritas, Nelsa, Katiuska, y yo, y había dos mulatas de pelo bueno que no se juntaban con nosotras. Las tres éramos igualiticas, tímidas a más no poder… En otras aulas no pasaba igual, las negras formaban sus grupos y se la pasaban bonchando a las blanquitas y las berreaban con facilidad… ¡La vida hubiera dado por estar en aquellas otras aulas! Cuando me embullaste a que empezara la Universidad creí que mejoraría. La cultura ayuda mucho, pensé. Pero ¡qué va! Las únicas negras, como digo yo, de pura cepa, éramos una congolesa, que ni recuerdo cómo se llamaba, y yo. Para colmo, aquella muchacha se pegó a mí como una ladilla. Tú has visto esos perritos callejeros que de pronto empiezan a perseguirte y a mover el rabito y se quieren hacer tuyos a la tuerza. Bueno, era igual. Yo quería cortar con ella pero se sentaba a mi lado en las conferencias y después también en las clases prácticas. Te darás cuenta cómo me sentí cuando la gente empezó a llamarnos las congolesas. Mi peor deseo realizado. Encima el solar distrayéndome, sacándome de paso. La propia Nelsa se dedicó al bisne, y me daba envidia que se echara arriba buena ropa y yo con aquel vestido verde, ¿te acuerdas? Y los tenis negros llenos de etiquetas tapando los huecos, ¿qué parecería cuando entraba a la facultad? No, mami, tú no tenías culpa. Nunca te he reprochado nada. La vida es así. Mira ahora la cara que pone la gente cuando me bajo del carro con Johnny. Me miran y hacen lo indecible por saludarme. Hasta Katiuska, el otro día, que yo iba con él a la tienda, se acercó de lo más efusiva, y a sacarle fiesta, hablándole en inglés y todo. Me dio una risa por dentro. ¿Ella no quería ser médico? ¡Ah! Que se joda. Cuando más embullada estaba le corté la conversación y, dándole una envidia espantosa, me fui con mi rubio. Antes por nada del mundo yo hacía algo semejante. Cuando dejé la Universidad, hasta Katiuska me viró la espalda considerándome una fracasada. A partir de que conocí a Johnny mi vida cambio. Empecé una relación verdadera. Yo misma empecé a verme distinta, a descubrir mis virtudes, a darme valor… Por eso me preocupa lo que pasó el otro día, y a la vez me jode, porque Johnny, incluso con sus defectos, es más buena gente que nosotros. Él pudiera venir a Cuba sólo a disfrutar su dinero, y no lo hace. Siempre preocupándose por ayudar, por unirse a nosotros. Tú recuerdas la vez que me puse bravísima porque no me dio dinero para comprar el cuartico que Nelsa vendía, y en cambio se gastó una millonada en traer el aparato de oxígeno para el policlínico, bueno, aquella vez lo traté que ni a un perro, y fue cuando supe cuánto me quería ese hombre. Me regaló un relojito de pulsera más lindo, y dos cerditos de peluche con una banderita que decía: Amigos para siempre. Me llegó al corazón aquel día. Por eso después le perdoné que hubiera ido a trabajar al campo con los comuñangas. Tú no lo sabes, pero estaba tan embullado que no faltó nada para que me arrastrara con él. Menos mal que la sangre no llegó al río, y me quedé, y fueron aquellos días en que me enredé con Giacomo y Vittorio. Cuando Johnny regresó después de un mes, tenía tierra por todas partes: en las orejas se podía sembrar un boniatal, y las uñas parecían pezuñas de puerco. Le di un baño con estropajo que lo dejé más oloroso que a un bebito. Menos mal que no se le ocurrió repetir esa locura y se dedicó más a las donaciones.


Huevi ha demostrado que tiene huevos tan desmesurados como los de Maceo. Yo no, yo, mientras él avanza, he ido retrasándome precavidamente, y será porque mis huevos son de tamaño normal, y porque pienso que, total, la idea fue de Huevi, y que él debe llevarla a cabo. Aun así me aflige que mi amigo avance hacia nuestro adversario solitariamente, y que el mecánico, neutral hasta hace un rato, se apreste a cortarle el paso con la flamígera arma, mientras yo, penquísimo, siento fatiga por una insólita hipotensión, una reacción vagal diría el médico, fatiguita dirían los socios del barrio, pendejitis aguda diría mi papá. Se nublan los personajes, y a la vez me da lástima que el Huevón, como le decíamos en el Pre, sea tan valiente que ni siquiera me obligue a imitarlo. Y me adelanto llave en mano —vikingo blandiendo su maza, mordiéndose la lengua, afeando los rasgos— hacia el temible melón con patas, el aberrado amante del Chevrolet. El yanki me observa, abre los ojos conmovido, como si fuera yo la pequeña copia de Frankenstein, y abre también las manos y las alza en señal de rendición, y dice: Okay, I give up, qué querer ustedes. El mecánico se aparta. Sorpresivamente el gigante empequeñece. Yo, disculparme con ustedes, dice, yo crazy porque amigo de ustedes romper auto, y ese auto no ser mío, yo prometer cuidarlo… Mientras habla dedica una triste mirada a la puerta del Chevrolet. Y sigue hablando, casi lloroso: Mi vida ser muy feliz hasta hoy, mirar ustedes ese auto, mirar la puerta, un desastre (la voz le vibra), yo sentirlo por su amigo, yo… Baja la cabeza, se pasa la mano por la frente. Huevi, algo más atrás que yo, amenaza inflexible: Te despingamos si no sueltas el fula, oíste, las disculpas no bastan. Amenaza, mueve la tubería, enarca las cejas Huevi. El yuma no entender, no saber qué pretender nosotros. Hay que indemnizarnos, digo yo. Mueve la cánula letal mi compañero de lucha, un touche con tal armamento promete lesión y quién sabe qué más. Me muerdo otra vez la lengua, método Stanislavski, ser matón, gángster, pendenciero, miro atravesado. ¿In-dem-ni-what? No comprender el rubito que nuestro amigo ya no podrá trabajar por unos cuantos días, que necesita dinero, sí, dólares para comprar aceite, malangas, jabón, y, con el menudo, chupa-chupas. No comprender que nuestro amigo ser padre de cinco niñitos, y que él, ponerlo fuera de combate, que él desfigurarle el rostro, partirle el tabique, sacarle un diente, y eso sancionarse por la ley como en todas partes del mundo. ¿Dinero? Sí, por lo menos quinientos, exige Huevi. No por gusto tiene un par de macrotestículos. El arma ahora es un implemento deportivo, un liviano bate, y Huevi un bateador impaciente por abatir al pivot de la NBA reducido a pícher de Grandes Ligas. Okay, yo darte cuatrocientos. Mete mano en el bolsillo al ver que deponemos las armas, y el rubio sorprenderse con los cubanos cada día, aunque los cubanos perdonen cariñosamente mientras paga peaje por haber transitado sus innobles puños por la jeta del camionero; aunque los cubanos estrechen la mano como si fueran amigos de siempre; aunque cubanos sonrían y digan: Zenkiu, y él responda: You are welcome.


Maestro, yo soy hombre a todas. ¿Tú no te has fijado en la guampara que tengo en mi camión? Tiene un filo que al que me cuquée mucho, no digas tú la mano, hasta la cabeza le arranco. Jamás me meto con nadie pero quien me busca me encuentra, y dios ampare a quien me haga una mierda porque no perdono. ¿Te acuerdas de aquel mulato que me jorobó el dedo que hasta yeso hubo que ponerme después? Por poco lo mato. Lo que pasó es que luego vino y se disculpó, que había sido sin querer, y lo perdoné porque está casado con una media prima mía y tiene un chama de dos años, y a mí a los chamas no me gusta dejarlos huérfanos. De todas maneras el dedo me sanó y la mano quedó como nueva. Todavía es y cuando me acuerdo de aquello hay que aguantarme. Como el otro día que después de darme unos tragos fui a buscarlo a su casa y le salvó que no estaba porque si no, hoy, ya estuviera enterrado. Yo soy peligroso, maestro. Tú ves que estoy lleno de magulladuras, bueno, es porque no le paso una a nadie. La última vez me di tremenda enredá con un yuma. El tipo, porque le choqué el Chevrolet, cogió un vértigo, y a querer coger mango bajito conmigo. Si tú lo ves. Era un escaparate, cada brazo parecía un muslo mío. Idéntico el tipo, ¿tú sabes a quién?, a este actor yanki que hizo de Rocky, ¿cómo se llama? Bueno, le soné un gaznatón que le viré la cara. Como era de piel muy blanca, los cinco dedos se los dejé marcados. Ya lo tenía en punto de mate cuando me cayó la pandilla de jineteros que andaba con él y me pelaron a golpes, pero yo también di, y a uno de ellos le partí la nariz y le soné una patada por el estómago que lo dejé sin aire. Después salió la puta que andaba con el yuma, una negra que parecía un macaco, y también cogió lo suyo. Lo que armé allí fue terrible. Me dejaron la pierna izquierda trozada y me fracturaron la mandíbula, es verdad, pero te juro que no me quedé dado. En firme te lo digo, y tú, si quieres, no me creas: a mí hay que respetarme o mamármela, maestro, así flaco como me ves.


Mami, lo hemos defraudado. Imagínate, la gente que él tanto quería se puso de parte de aquel borracho que ni agradeció nada ni un carajo. Ayer lo noté muy triste, no quiso ni entrar a la cuadra, me dejó en el parque de la terminal y me dijo: Nos vemos aquí, mañana. Habíamos almorzado juntos y me había dicho que se iba dentro de una semana y que no pensaba volver. Está decepcionado. No lo ha dicho con esas palabras pero me doy cuenta. Si se va no vuelve, mami. La tapa al pomo se la pusieron los dos que salieron a buscarlo. Johnny estaba hecho un manojo de nervios cuando me lo contó. Dos delincuentes, mami, con cabillas y cuchillos, por poco lo matan, suerte que un hombre salió y lo defendió porque si no… Los cuatrocientos fulas que me iba a dejar para el televisor tuyo se jodieron, mami, se los tuvo que dar a los delincuentes. Pero no te preocupes, mañana busco al irlandés que ayer me presentó Nelsa y en menos de un mes tú estás viendo la telenovela en colores.


El mecánico observa pacífico el canje: perdón por dinero. Nos retiramos. Miramos por última vez al yuma. Caminamos en silencio sin creer que lo hayamos logrado, regresamos a la Habana Vieja, hablamos del asunto por primera vez. Se admira de mi valor Huevi. Yo estaba cagado, confiesa. Se arratonó gracias a ti, agrega. Eres un pingúo, grita. No hago comentarios. Lo invito a tomar cervezas. Los hombres como tú, así, de poco hablar, son los más valerosos, se franquea conmigo. Yo soy penquísimo, se autocritica. Tomamos cerveza, nos dividimos el dinero discretamente sentados en la mesa que está pegada a la pared. Temblando de emoción mis manos capturan el botín. ¿Por fin te operaron alguna vez del agua en los huevos?, le pregunto. Responde que sí, claro, pero los huevos no variaron su tamaño. ¿No te molestan?, vuelvo a interrogarlo. Jamás me he sentado arriba de ellos, contesta serio. Parecían mameyes cuando estábamos en la beca, rememoro. Me han dado tremenda suerte con las jevas, se defiende. Pensarán que tienes más leche que nadie, comento. No creo que sea eso, ¿no te gustan a ti las tetas grandes? Río y bebo un trago largo. La jevita esa, la que salió detrás del yunta, fue novia mía, me confiesa Huevi y añade, fue hace tanto tiempo que ni ella ni la loca de su madre se acordaron de mí.