CAPITULO IX

El Down River serpenteaba majestuosamente por todo el valle. Sus aguas, en principio turbulentas y caudalosas, iban perdiendo fuerza, merced a los infinitos meandros trazados. La tierra, ávida y sedienta, recibía placentera las aguas del Down River. En las altas zonas de pastos, el zacatón y la saladilla crecían, pujantes.

Una magnífica tierra para el ganado.

La mejor del Pecos.

Barry Klein cabalgaba paralelamente a la alambrada que limitaba las tierras del Wyler Ranch. Las más extensas y ricas. Miles de reses deambulaban, poblando el terreno. Más al Sur, las tierras del Klein Ranch.

Barry Klein no experimentó ninguna emoción al adentrarse en las tierras colonizadas por su padre. El viejo Bill Klein fue uno de los primeros en establecerse en el valle. En la década de los cincuenta ya era un poderoso Cattle King (1); pero el gran Bill Klein se hundió, a la muerte de su esposa. Desmoralizado y sin ilusión por vivir, dejó el rancho en manos de su hermano. Pronto cruzó las fronteras del Más Allá, en busca de su amada esposa. El Klein Ranch fue perdiendo poderío, al vender parte de sus tierras y quedar limitado a una franja de terreno, cercana a un intrincado dédalo de montañas y desfiladeros.

(1) Rey del ganado.

 

Barry Klein detuvo su montura.

El Down River bordeaba las tierras del Klein Ranch. Y allí, en uno de los remansos, yacían cuatro reses. Acribilladas a balazos. Reses con el hierro del Klein Ranch.

Aquello intrigó a Barry Klein. Ignoraba que el viejo Norman hubiese adquirido cabezas de ganado.

Prosiguió la marcha.

Pronto divisó la empalizada que limitaba la hacienda. El rancho de los Klein, la hermosa casa de dos plantas, fue destruida durante la guerra. Ahora se alzaba una pequeña casa, toscamente construida de troncos y adobes. Del granero y pabellón de vaqueros ya no quedaba nada en pie.

Todo estaba como cinco años atrás.

Cuando Barry Klein la visitó, al regresar de la guerra.

La única diferencia era aquella pequeña casa.

De pronto, sonó el disparo. El proyectil silbó a dos yardas de Klein. Podía ser un disparo de aviso o una demostración de pésima puntería. El humeante cañón de un rifle asomó por el ventanal de la casa.

Barry Klein se despojó del sombrero.

—¡Eh, Norman!... ¡Soy yo!... ¡Barry!...

La puerta de la casa se abrió casi de inmediato. Aún no se había extinguido el eco del disparo.

Apareció el viejo Norman Holden.

Con su descolorida camisa, los sucios pantalones, sujetos por tirantes y las anchas botas. Corrió al encuentro de Klein. Este ya había desmontado del caballo.

—¡Barry!... ¡Infiernos, hijo!... ¡No puedo creerlo! ¿Cuándo te soltaron?

—Hace unas semanas.

—¿Por qué diablos no me anunciaste tu llegada? ¡He estado a punto de volarte la cabeza!

Klein sonrió, rodeando los hombros del anciano.

—La bala pasó a más de cinco yardas. ¿Es ésa la hospitalidad del Klein Ranch?

Norman Holden soltó un salivazo sobre una cucaracha que subía por la fachada de la casa. La hizo caer.

—¿Hospitalidad? Mejor apretar el gatillo y preguntar después. Las cosas marchan mal, hijo. Muy mal.

Habían penetrado en la casa.

El mobiliario se reducía a un par de camastros, una mesa y tres sillas. Restos de comida y botellas vacías se amontonaban desordenadamente. Al pie de uno de los camastros, se veía una damajuana.

—Adelante, abuelo —dijo Klein, liando un cigarrillo—. Quiero conocer las noticias.

—No soy un buen ranchero, Barry. Todo me sale mal. ¡Endiabladamente mal!

—Quedamos en que te limitarías a comprar las tierras. No te ordené que trabajaras aquí, abuelo.

Norman Holden asintió con repetidos movimientos de cabeza.

—Lo sé, lo sé... Tus tierras, como ya llevaban mucho tiempo confiscadas, salieron a subasta poco después de que te enviaran a Lead Falt. Pujé por ellas. Mi intención era adquirirlas en tu nombre; pero Peter Young, el abogado que te defendió en el juicio, me aconsejó que no lo hiciera. El tal Young es un buen fulano. Dijo que si las compraba en tu nombre, podían surgir dificultades. Tal vez investigaran la procedencia del dinero. Seguí el consejo y las compré, figurando yo como propietario. Fueron baratas, Barry. Tal como yo suponía. No llegaron a los cuatro mil dólares.

—¿Tienes los títulos de propiedad en regla?

—Por supuesto, hijo. Además, apenas compradas, hice testamento, nombrándote heredero. También fue consejo de Young.

Klein sonrió.

—¿Tú, haciendo testamento? Jamás lo hubiera imaginado.

—Tampoco yo. En mi vida tuve más de diez dólares en propiedad. Bueno, Barry... Lo cierto es que me convertí en propietario del Klein Ranch. Permanecí algún tiempo al frente de las caballerizas de Down Hill; pero las cosas comenzaron a cambiar en Texas. Los ganaderos se forraban de dólares, ya que, olvidada la guerra, se comunicaban nuevamente con Kansas y Colorado. Las cabezas de ganado se pagaban diez veces más en Denver o Kansas City. Incluso se adquiría una ganancia fabulosa, con sólo llevar el ganado a la frontera. ¡Y el Klein Ranch, muerto de risa! ¡Poblado únicamente por famélicos coyotes!

—No podías hacer nada, abuelo.

Norman Holden rió, divertido.

—Te equivocas. Decidí trabajarlo. Tenía poco dinero, ya que, después del pago de la subasta, entregué el resto a la viuda de James Beckley. Pedí un préstamo en el Banco de Garfield. Quinientos dólares. Poco dinero, pero suficiente para contratar a un par de vaqueros y comenzar los trabajos. Se construyó la casa y compré algunos longhorns. Aquí engordaron. Tenían pastos en abundancia. Durante un par de años, las cosas marcharon bien. Llegué a reunir un par de cientos de reses y contraté a cuatro vaqueros más. Devolví el préstamo a Donald Garfield. ¿Sabes que murió el pasado año?

—Sí. Me informaron en Down Hill.

El anciano chasqueó la lengua.

—Donald no era un mal hombre. Reconozco que contigo no obró bien, pero debes comprender que...

—Sigue con el Klein Ranch, abuelo.

—Sí... Como te iba diciendo, los primeros años fueron buenos; pero últimamente, empezaron las dificultades. Nuestro vecino William Wyler quiso comprar las tierras. A un buen precio. Me negué. El rancho era tuyo, Barry. No podía actuar sin tu consentimiento. Wyler insistió, día tras día. Con la tozudez de una mula borracha. Mis negativas continuaban. Y fue entonces cuando comenzaron los robos de ganado. Sí, hijo. En un par de semanas me desaparecieron todas las cabezas de ganado. Compré nuevas reses, que a los pocos días eran robadas. Los cuatreros liquidaron a uno de los vaqueros. Terminaron por abandonarme los otros. Ralph Garfield, que es quien controla el Banco tras la muerte de su padre, me negó nuevos préstamos. Era lógico, ya que le ofrecía nulas garantías. Y así he continuado, Barry. De mal en peor. Tenía un pequeño barracón para los vaqueros. Hace unas semanas, unos individuos lo incendiaron.

—¿Llegaste a verles?

—Eso tiene gracia. ¡Estaba en primera fila! Me sacaron de la cama para que presenciara el espectáculo. Luego me hicieron «bailar», disparando a mis pies. Me amenazaron con colgarme si no vendía el rancho.

—¿Vender a quién? ¿A William Wyler?

El anciano se encogió de hombros.

—Hay otro individuo, Barry. Un tal Clint Markham, es el más recalcitrante. No le conoces. Es un tahúr del Emerald. El sí me amenazó abiertamente. Wyler se limita a aumentar el precio. Ya me paga los quince mil dólares.

Klein exhaló una bocanada, dejando que el humo semiocultara sus inexpresivas facciones.

Quedó unos instantes pensativo.

—Mucho dinero por las tierras del Klein Ranch.

—Seguro, hijo. Y aquí no hay oro ni petróleo. Nada. Sólo me quedan unas diez reses por ahí sueltas.

—Seis. Cuatro de ellas han sido acribilladas a balazos. Las encontrarás a orillas del Down River.

El viejo Holden enrojeció.

—Malditos hijos de loba sarnosa... Nos quieren hundir, Barry. No desean que el Klein Ranch levante cabeza. ¡Quieren obligamos a vender!

—Ahora estoy yo aquí, abuelo. Todo cambiará.

El anciano se rascó ruidosamente tras la nuca.

—Pensándolo bien... ¿por qué no vendes esto, hijo? No vale la pena luchar por estas tierras. ¡Al diablo con ellas!

—Tú lo has hecho.

—Yo ya soy un pobre viejo. Poco tengo que perder. Tuve suerte al seguir el consejo de Peter Young. De no haberte nombrado heredero, ya estaría muerto. Me hubieran liquidado para así poder quedarse con el rancho. Saben que mi muerte nada les soluciona. El Klein Ranch pasaría a tu poder. Ahora estamos los dos, Barry. ¿No lo comprendes?

—¿El qué?

—Ahora sí les resultará sencillo. Un balazo para ti

y otro para mí. Piénsalo bien, muchacho. Es mejor vender.

—El Klein Ranch volverá a ser uno de los más importantes del Pecos.

—¿Cómo piensas conseguirlo? Mis ahorros se limitan a unos cincuenta dólares. ¿De cuánto dispones tú?

—Un dólar con veinte centavos.

Norman Holden palmoteo con falso entusiasmo.

—¡Perfecto! Construiremos la casa, compraremos ganado, contrataremos vaqueros, provisiones, herramientas... Aún nos sobrará, ¿verdad, Barry?

Klein sonrió, ante la ironía del anciano.

Se aproximó a la mesa para coger la damajuana y aplicarse el gollete a los labios.

El líquido abrasó su garganta.

Tosió repetidamente.

—¿Qué infiernos es esto, abuelo?

—Mezcal. Se lo compro a un indio de las montañas. No es muy bueno, pero sí barato.

—Todo cambiará, Norman. Serás recompensado por estos años de penalidades.

—No quiero recompensas. Tú sabes que amo esta tierra, hijo. La trabajé con tu padre durante largos y difíciles años. Si quiero que vendas, es únicamente pensando en tu seguridad.

—¿Es ése tu verdadero deseo?

Los ojos del anciano brillaron con fuerza.

Rió cascadamente.

—No, maldita sea... ¡Adelante, Barry! ¡Levantemos el Klein Ranch hasta convertirlo en el mejor de Texas!

Barry Klein también sonrió.

Se tumbó en uno de los camastros.

—Descansaré un poco, abuelo. Al atardecer, iré a Down Hill. Quiero visitar a Elizabeth.

—Dudo que seas bien recibido, muchacho. Elizabeth es ahora la maestra de Down Hill. Vive más bien modestamente. No sé qué diablos habrá hecho con los diez mil dólares que le entregué en tu nombre. Elizabeth te considera culpable de la muerte de su marido. Crees que James no...

—Háblame de Margaret.

Norman Holden tragó saliva.

Carraspeó repetidamente.

No le agradó la interrupción de Klein.

—Bueno..., yo... Margaret...

—¿Es cierto que piensa casarse con Rock Jewison?

—¿Quién te lo ha dicho?

—El propio Rock.

El anciano ahogó un suspiro.

—Pues sí, muchacho. Es cierto. La noticia me sorprendió. Me fue comunicada hace tan sólo unas semanas. Es muy extraño... Puedo jurarte que Margaret no cesó de pensar en ti durante estos años. Te esperaba con impaciencia, Barry. Había contratado los servicios del abogado Young para que acelerara en lo posible tu puesta en libertad. Cuando el gobernador firmó la orden, Margaret corrió a decírmelo. Con los ojos brillantes de felicidad. Y a los pocos días se anuncia su compromiso con Rock Jewison. No, diablos, no lo comprendo. ..

Barry Klein se echó el sombrero sobre la frente.

Semiocultando sus facciones.

Sin duda, para que Norman Holden no descubriera la amargura reflejada en su rostro.

—Es difícil comprender a las mujeres, abuelo.

—En eso te doy la razón.

Quedaron en silencio.

Norman Holden comenzó a pasear por la reducida estancia. Se atizó un largo trago de la damajuana. Sin pestañear. Luego prosiguió su nervioso deambular. Como un león enjaulado.

—¿Por qué no te estás quieto, abuelo?

—Hay algo más que debes saber, Barry. Es referente al hombre que os delató, avisando al sheriff de Owens City.

Klein empujó el ala de su sombrero.

Sus azules ojos se posaron en Holden.

—¿De quién estás hablando?

—Me enteré casualmente días después del juicio. Yo estaba en uno de los saloons de Owens City. Se comentaba que un tal Clint Markham había dado aviso al sheriff de que el Banco iba a ser asaltado por Barry Klein y sus compañeros. Y el tal Markham cobró la recompensa ofrecida por Beckley, Sturges y Warner.

—¿Clint Markham? ¿El mismo que ahora quiere comprar el Klein Ranch?

—Sí, Barry. El tahúr del Emerald. Muy pocos saben que fue él quien os delató. Han pasado ya cinco años y el incidente quedó olvidado. Clint Markham llegó aquí hace unos meses. Acompañado de una mujer. Compraron el saloon Emerald. El tal Markham se comporta como si fuera el dueño del local.

—¿Quién disparó sobre mí, a la salida de las caballerizas?

El anciano se dejó caer en el camastro.

Volvió a beber de la damajuana.

—Lo ignoro, muchacho. Al oír el disparo, corrí en tu ayuda. Comprobé que estabas con vida y comencé a gritar en demanda del doctor. Una sombra, desde la torreta del agua, acudía también en veloz carrera; pero al oír mis gritos, retrocedió como alma que lleva el diablo. Aparecieron tus perseguidores de Owens. El resto ya lo sabes.

—¿Nadie reclamó los dos mil dólares que ofrecían por mi captura?

—Nadie, Barry. Llegué a ver la sombra que disparó contra ti. Al oír que estabas con vida, escapó. No, el muy maldito no reclamó los dos mil dólares de recompensa. Se los embolsaron en Owens City.

—Es extraño...

—Olvídalo, Barry.

—No dejé de pensar en ello durante mi estancia en Lead Flat. También me intrigaba la emboscada sufrida en Owens City.

—El tal Markham os delató al sheriff.

Klein entornó los ojos.

—Sí, pero... ¿cómo supo Clint Markham que íbamos a asaltar el Banco de Owens City?