CAPITULO VII
El cinturón canana con hebilla de plata pasó al individuo de largas patillas. También el reloj de oro.
—Ya tiene engrasado el revólver. ¿No le interesaría venderlo también?
Barry Klein estaba frente a un espejo. Ajustándose un sombrero de ancha ala y copa aplastada. Sus viejas ropas habían sido sustituidas por otras. Ahora vestía negra camisa con botones de hueso, chaleco negro y pantalones oscuros. Sólo había conservado sus botas tejanas.
Giró hacia el propietario del almacén de Rittsville.
—¿Vender el revólver? No... Sería como traicionar a un amigo.
—Le pagaría un buen precio. Cierto que es un magnífico «Colt» del 44, pero en la vitrina puede elegir otros que...
Klein le arrebató el revólver para depositarlo en la funda de un desgastado cinturón canana.
—No hay trato. Bien... ¿cuál es mi saldo?
El tipo de las largas patillas comenzó a hacer números.
—Pues... por un cinturón canana y el reloj hemos acordado los ochenta dólares. El reloj es de oro, pero necesita una reparación a fondo. De ahí que no pueda ofrecerle más. Sus compras... la ropa, munición, tabaco, provisiones... el cinturón que lleva es un regalo. Ya está demasiado viejo. Le entregaré treinta dólares y quedamos en paz. ¿Qué le parece?
—¿Acaso puedo elegir? Vengan esos treinta dólares.
Barry Klein los juntó con el dinero proporcionado por el alcaide. Chasqueó la lengua.
—¿Le ocurre algo, amigo?
—Dudo que pueda conseguir un caballo con este capital.
—¿Un caballo? ¿Cómo diablos ha llegado hasta Rittsville? La diligencia de Abilene no...
—Vengo de Lead Flat —interrumpió Klein.
El propietario del almacén quedó con la boca entreabierta. Sus diminutos ojos estudiaron más detenidamente a Klein.
—¿Cuánto tiempo?
—Cuatro años, ocho meses y once días.
—¡Diablos! Es usted un extraño ejemplar, amigo. Llevo mucho tiempo aquí. Todos los que salen de Lead Flat, me visitan. Algunos, con sólo dos o tres años de condena, son verdaderos cadáveres vivientes. Usted parece haber soportado con entereza los...
—Adiós.
—Un momento, amigo... Sígame. Voy a proporcionarle un magnífico caballo, por tan sólo cincuenta dólares.
El individuo abandonó el almacén, penetrando en la casa antigua. Un barracón donde se amontonaban sacos y cajas. También se veían cuatro caballos de bella estampa.
—La silla de montar no es gran cosa, pero el caballo es uno de los mejores de Texas. ¿Qué le parece?
Barry Klein contempló el caballo seleccionado por el individuo.
Un nervioso animal de negro y brillante pelo. Sin duda, un magnífico caballo.
—¿Cincuenta dólares?
—Eso es.
—¿Por qué lo hace?
El hombre se rascó ruidosamente una de las patillas.
—Ni yo mismo lo sé. Puede que remordimientos por cotizar bajo su reloj. Márchese antes de que me arrepienta.
Barry Klein le entregó los cincuenta dólares.
—Gracias, amigo.
Montó en el caballo.
Poco más tarde, dejaba atrás las últimas casas de Rittsville. Al norte quedaba la prisión de Lead Flat.
Los azules ojos de Klein dirigieron una enigmática mirada en aquella dirección.
Lead Flat...
Allí quedaban cinco años de su vida.
Cinco años que fueron un verdadero infierno.
Presionó los ijares de su montura. Sin volver más la mirada. Cabalgó, sintiendo la brisa azotar su rostro. Respiró con fuerza el aire puro, muy distinto al pestilente hedor de Lead Flat.
Sí.
Lead Flat quedaba atrás.
Ya ante Barry Klein se abría un nuevo camino. Empezaría otra vez. Como al principio, cuando regresó con el gris uniforme de la Confederación. También ahora disponía de unos pocos dólares en los bolsillos; pero no cometería el mismo error.
Ya no era un pistolero.
Había pagado su culpa.
Con creces.
Cinco años en Lead Flat era suficiente castigo. Debía olvidar. Olvidar también el odio acumulado. Regresaría a Down Hill, su pueblo natal. Una nueva vida. Empezar otra vez.
La imagen de Margaret llenó la mente de Klein.
Margaret...
Era mucho el tiempo transcurrido, pero tal vez le estaba esperando. Y juntos emprenderían aquella nueva vida. Ya nada se interpondría entre ellos. Barry Klein había dejado de ser un pistolero. Había pagado su culpa.
Klein sonrió, acariciando las crines del animal.
Se sentía feliz.
Por primera vez en mucho tiempo, sus labios dibujaban una abierta sonrisa. Cabalgaba hacia Down Hill. En busca de Margaret. En busca de la felicidad.
Barry Klein ignoraba que era precisamente en Down Hill donde le esperaba la muerte.