CAPITULO VIII

Down Hill.

Nada parecía haber cambiado.

Pero eran casi cinco años de ausencia. Todo seguía igual.

El jinete que se adentraba por la calle principal, sí había cambiado. Sus ojos tenían un brillo antaño inexistente, sus facciones se habían endurecido... y en su corazón aún anidaba el odio y el rencor acumulado en Lead Flat. Le iba a resultar difícil olvidar.

Pero Barry Klein quería intentarlo.

Al divisar la circular plaza de Down Hill, sintió que la sangre le latía con más ímpetu en las venas, golpeando sus sienes con fuerza.

El hotel, los dos saloons, la barbería del viejo Stewart, la oficina del sheriff... y el Banco de Donald Garfield.

Margaret.

Margaret...

Aquel nombre torturaba la mente de Klein que abandonara la siniestra prisión de Lead Flat. Cabalgó varias jornadas. Sin descanso. Deseando llegar cuanto antes a

Down Hill y poder reflejarse en los verdes ojos de Margaret.

Y ahora...

Ahora tenía miedo.

No acudió directamente a la casa de Margaret. Detuvo su montura frente al porche del Emerald. Tras sujetar las riendas al atadero, penetró en el saloon.

Parpadeó con ligero asombro.

El local era muy distinto a como él lo recordaba. Había sido reformado por completo. Con marcado lujo. Un nuevo escenario con rojos cortinajes, mostrador más largo, profusión de cuadros y espejos, elegantes mesas de ruleta, baccará y póquer.

El saloon, dado lo prematuro de la hora, aparecía desierto.

Una mujer, en una mesa próxima al mostrador, realizaba un solitario con aburrido rostro. Alzó los ojos para dirigir una inquisitiva mirada al recién llegado.

Barry Klein había acudido junto al mostrador.

Un individuo, que le era desconocido, colocaba varias botellas en las estanterías. Giró hacia Klein.

—Buenos días, forastero. ¿Qué le sirvo?

—Whisky. ¿Ya no está aquí Donnelly?

El del mostrador arrugó la nariz.

—¿Donnelly? ¿Y ése quién es?

—El propietario del saloon. Al menos, lo era hace unos años.

—Yo soy ahora la propietaria —dijo la mujer, desde la mesa—. Hace cinco meses compré el Emerald al viejo Donnelly.

Klein sonrió, tras una semicircular mirada por el local.

—Te felicito. Has hecho un buen trabajo.

—Seguro. Cuando adquirí el Emerald era una verdadera pocilga. Invertí varios miles de dólares en reformarlo, pero estoy satisfecha de los resultados.

Barry Klein, con el vaso en su diestra, se acomodó frente a la mujer.

De unos treinta años de edad. Rostro de sensuales facciones, destacando unos labios gordezuelos y tentadores. Su atrevido vestido, rojo y adornado con lentejuelas, era endiabladamente provocativo. El pronunciado escote dejaba al descubierto los torneados hombros y el inicio de los opulentos senos. Muy ceñido a la cintura para luego contrastar con la curva de las caderas. Sus piernas, seductoramente cruzadas, estaban enfundadas en negras medias de malla.

—Tienes la mirada algo sucia, querido. ¿De qué estercolero vienes?

Klein sonrió, percatándose de lo insolente de su mirada, al recorrer el cuerpo femenino.

—Debes perdonarme. Hace mucho tiempo que no veo a una mujer bonita.

Aquello intrigó a la propietaria del Emerald. Se inclinó sobre la mesa, acentuando su atrevido escote.

Los ojos de Klein se tomaron vidriosos.

—No pareces un vaquero. Muchos pasan meses conduciendo ganado a Nuevo México o Colorado. ¿Eres uno de ellos?

—No.

—¿De paso en Down Hill?

Klein sacó su bolsa de tabaco, comenzando a liar un cigarrillo.

—Nací aquí. Conozco Down Hill y a sus habitantes, pero llevo algún tiempo alejado de estas tierras. De ahí que preguntara por Donnelly.

—¿Cuánto tiempo?

—Cinco años.

La mujer sonrió.

—Mi nombre es Susan Eshley. Lo encontrarás todo muy cambiado. Hace cinco años, la guerra estaba muy reciente y Texas padecía las consecuencias de la derrota. El tiempo todo lo borra. El ganado tejano ya puede cruzar las fronteras hacia Kansas, Colorado y Nuevo México. Down Hill es una ciudad próspera, y paso obligado para los rancheros del Pecos, que se dirigen hacia Abilene. Esta noche, el Emerald estará a rebosar.

—¿Cómo le van los negocios al viejo banquero Garfield?

—¿Viejo? ¡Ralph Garfield no tiene más de treinta años!

—Yo hablo de su padre. Donald Garfield.

—Murió. Cuando yo llegué a Down Hill, ya había fallecido. Ralph Garfield es ahora el propietario del Banco.

Klein quedó en silencio.

Donald Garfield había muerto.

¿Y Margaret? ¿Qué era de ella?

Quiso formular aquella pregunta a Susan, pero volvió a sentir miedo. Temor a conocer la respuesta.

—¿Cuál es tu nombre?

—Klein. Barry Klein.

Súbitamente, la sangre fluyó del rostro de Susan. Sus manos, que jugueteaban distraídamente con los naipes, sufrieron un leve temblor.

Klein se percató de ello.

—¿Qué te ocurre, nena?

—Yo... yo... oí hablar de un tal Klein. Un pistolero que sentenciaron a cinco años en la prisión de Lead Flat.

Al nombrar los años de condena, la palidez se acentuó en el rostro de la mujer.

Barry Klein sonrió.

—Sí, Susan. Cinco años de ausencia. Los pasé en Lead Flat. Tienes muy buena memoria. ¿Quién te habló de mí?

Susan no llegó a responder.

En ese instante se abrieron los batientes del saloon.

Un individuo penetró en el local. En su chaleco brillaba una estrella de latón.

Los labios de Klein esbozaron una sonrisa.

Tampoco Rock Jewison había cambiado.

Continuaba como sheriff de Down Hill.

 

* * *

Los dos hombres se estrecharon la mano.

En el rostro de Rock Jewison una forzada mueca, muy distante de la sonrisa que quería aparentar.

—No pareces muy contento de verme, Rock.

—Estoy... estoy sorprendido. Eso es todo. Te hacía aún en Lead Flat. Me asombró el verte aquí, Barry.

—Adelantaron unos meses mi libertad.

Jewison desvió la mirada hacia Susan. La mujer contemplaba la escena con evidente interés.

—Salgamos, Barry.

Klein hizo ademán de sacar unas monedas, pero la mujer intervino, con sensual sonrisa. La palidez de su rostro ya había desaparecido:

—Invita la casa, Barry.

—Gracias, nena. Nos volveremos a ver.

—Eso espero.

Barry Klein abandonó el saloon, acompañado del sheriff.

Quedaron bajo el porche.

Klein se apoyó en una de las columnas. Exhaló una bocanada de humo, dirigiendo a Jewison una irónica sonrisa.

—Te encuentro algo nervioso, Rock. ¿Es por mi presencia?

—Ya te he dicho que no esperaba verte por Down Hill.

—Sigues con la estrella de sheriff al pecho.

—Fui reelegido en las dos últimas elecciones.

—Comprendo. ¿Por qué te inquieta mi presencia? Creo que olvidas mis cinco años en Lead Flat. Soy un hombre libre, Rock. Sin cuentas pendientes con la ley. Ya no soy un pistolero. He pagado mi deuda. Y puedo jurarte una cosa, Rock. La he pagado con creces.

—Prometiste a Donald Garfield no volver a pisar Down Hill.

Klein arrojó el cigarrillo.

Sus ojos destellaron con extraño brillo.

—Me han informado de la muerte de Donald.

—Eso no rompe la promesa.

—No la recuerdas bien, amigo Rock. La promesa debía hacerla al llegar a México, pero no pude salir de Down Hill. Me cazaron aquí. ¿Lo has olvidado? Yo he tenido tiempo de pensar en estos cinco años. Incluso he llegado a una conclusión muy divertida. ¿Quieres oírla?

La voz de Klein era marcadamente irónica.

Mordaz.

Al no recibir respuesta de Jewison, prosiguió:

—Sí, Rock... Tú, Donald y el viejo Norman Holden. Los únicos en saber mi presencia en Down Hill. Y Margaret, por supuesto. Abandoné la casa de Donald Garfield para, acompañado por Norman, ir a las caballerizas. Sólo el tiempo de ensillar un caballo y despedirme del abuelo. Y a la salida, alguien me esperaba con un rifle. Me disparó a la cabeza, pero la bala únicamente rozó mi sien izquierda.

—¿Insinúas que yo o el difunto Donald fuimos tras de ti?

—Tal vez los dos. Donald, para quedar bien ante los ojos de su hija, accedió generosamente a dejarme marchar. También tú, Rock.

—Creí que ayudaba a un amigo.

—¿De veras?

—En tus absurdas sospechas hay un leve error, Barry. De haberte esperado yo a la salida de las caballerizas, no estarías ahora con vida. Jamás fallo un disparo.

Los dos hombres se miraron fijamente.

Barry Klein descendió los dos escalones del porche, soltando las riendas de su caballo. Antes de montar, giró la cabeza hacia Jewison.

—¿Dónde está Norman? ¿Sigue en las caballerizas?

—Le encontrarás en tu rancho.

Klein arqueó las cejas.

—¿Mi rancho?

—Norman compró las tierras cuando salieron a subasta. Supongo que con el dinero producto de tus anteriores robos.

Barry Klein montó en su caballo, ignorando el comentario.

—Quiero hacerte una advertencia, Barry. No serás bien recibido en Down Hill. Aquí no hemos olvidado tu condición de pistolero. Mejor harías en marchar a otras tierras. Es un buen consejo, Barry.

—Dudo que lo siga.

—Hay algo más, Barry. Referente a Margaret.

Los azules ojos de Klein adquirieron un metálico brillo.

Un fulgor que no presagiaba nada bueno.

—¿Qué ocurre con ella?

—Es mi prometida, Barry. Voy a casarme con ella.