Ese suspiro necesita un rey
PÁSALE, PÁSALE, caballero, dos tandas por el precio de una. Lo que vale es la atención, no se haga güey, ya llegó el mejor espectáculo del mundo, su teatro-carpa favorito, el que anida en el baúl de sus recuerdos… Aquí encontrará a los mejores artistas de cine, radio y televisión. Pásele, pásele, la función va a comenzar… Hay muéganos, papas, tortas, gordas, gordos, chaparros, altos, rostros de mil llamativas formas, rostros que conforman la máscara artística del barrio, la última estirpe de los que llegaron para no hacerla, el lado grotesco y humorístico de esta canija vida donde una carcajada se malbarata en el precio de una entrada. Pásele, pásele, jovenazo, aquí el espectáculo lo es usted y su reverenda presencia y sus reverendas ganas de divertirse…
Ésta es su carpa favorita: ¿la Margo Su?, ¿la Cara Limpia?, o ¿Rosalba? Ubicadas en la Ramos Millán, en la Romero Rubio, enfrente de la San Juan de Aragón, en la Bondojo, en la Río Blanco: tablas viejas y lonas parchadas ambulantes por los rincones de esta su Ciudad de los Palacios, templo carcomido del inolvidable Raúl del Mar, genio y figura de la expresión artística del barrio. «Ponme la mano aquí, Macorina…, o dame un besito aquí, mmmm…, un poquito más abajo, papacito…, así, mmm, así, resbálate tantito…, qué bien aprendes…, ¡ay!, no tan abajo, que siento escalofríos…, ponme la mano aquí, Macorina…». «¡Grito fuerte y voy peludo!». El grito fuerte y ríspido sale de la sala (semillena o semivacía, según se vea) del teatro portátil, de una vida hecha a la medida de las circunstancias.
Recinto donde el fogueo se da con la vida misma, y el artista aprende en diez rápidas mentadas de madre un albur chapucero: «Sí, señores y señoras, ahora que salga Alicia La Cubanita, última sobreviviente de los andares y venires de la tragedia hecha sin igual. Señor locutor, aquí le dejo mis calzones, que voy a trabajar: Cuuuuubanita soy señores, cuuuuuubanita soy formal… la mujer del tabernero, ¡tabernero!, se hizo un traje con Angulo, ¡pelotero! y cada vez que se lo pone se le nota mucho el… Cuuuuubanita soy señores…». Y el casi-ya-merito se transforma en las inmensas ganas de gritarle a las cosas por su nombre.
Muuuuuuy buenas noches, damas y señoritos. Caballos güeros y señoras güenas, éste su teatro favorito, el aposento sagrado del albur y el-me-prestas, donde las palabras son lo que no son, según usted, se complace en presentar a su amable atención: Joven, por favor siéntese, no se vaya a cansar… Esa vaca que rebuzna me conoce…
—A tu herman…
—De a rana…
—En la cama…
—Qué pasó, joven, no me falte al respeto porque le puede faltar otra cosa. ¡Sí, sí, caballero, usted que se siente muy pomadoso nada más dése una resbaladita y ya está, Pomada de la Campana! Y así, joven, la comunicación se establece en base a la aristocracia del Pirulí, su cómico favorito y el agandallamiento del cábula del público.
Aquí, joven, la carpa se levanta en undosportres y desaparece en un suspiro de pajarito: ¡Soplas, perico! Joven, cuando usted toca la trompeta nadie lo interrumpe.
La gorda infinitamente untosa, rostro masacrado por los kilos de maquillaje, cuerpo encarcelado en el azul chillante del traje de baño adornado por lentejuelas, sale al escenario: el lugar donde el descontón a las ambiciones hace añicos las ilusiones de este pérfido destino. Fiiiiiu fiuuuu, eso y más merezco, mamacita, cuerpo de toronja magullada… Ora sí, Gabriela, Liza Minelli te quedó chiquita. Y Gabriela La bella se voltea inmensamente colmada de alegrías, se desplaza como tromba sobre el entarimado, endeble por años pasados en el traca-traca. Uno-dos-tres-cuatro-cinco, ¡maaambo! La exigencia de la calidad artística se queda en casa, porque aquí uno se viene a divertir, no importa cómo; el espectáculo no es la gorda, es el ambiente verbal, la pirotécnica de la lengua y la mente, la risotada y el pedo tronador: «Ese suspiro necesita un rey». Y los cortinajes de maravillosos colores reconocen el resoplido del noble público que todo lo escupe. «Joven, el sanitario está a mano derecha, atrasito del poste de la luz».
Aquella muchacha que va por la pasarela, ¿quién es? Es mi reina, mi buen. Es la que anida en el corazón de éste su humilde servidor y la gorda es como la Osa Mayor que ilumina la espesura de estas mis noches de octubre.
«Reeespetable público: se les suplica de la manera más atenta, no echar cáscaras de plátano al escenario de azul y plata, que nuestros artistas pueden sufrir un resbalón…». «¡Ya cállate, cabrón!». El rugido de Pérez Prado anima a Gabriela La bella, mientras el diálogo sigue su marcha: «Joven, por favor, si no quiere callarse, por favor véngase y chupe limón…».
Las luces del verbo inventan apantallantes colores que cobijan el alma del arrabal. Foquitos correteadores anuncian la diversión, fotos color tabaco invitan al relajo para familias, gritos destemplados publicitan en la esquina de su casa las urgencias de un espectáculo hecho a la medida del cábula del barrio: donde tú gritas, ella contesta, él agasaja y todos nos embarcamos.
Y El Pirulí es el viejo cómico carpero, el de las caderas bajadas, cintura de molinillo, el que se atreve a ser el centro de las miradas y las lenguas viperinas; baila un cachondo danzón e invita a su patiño, una gorda joven, para hacerla de virgen, con su inmaculada presencia, y donde el doble sentido estriba en la inocencia fingida:
—Pues sí, señorita, yo le pedí un aniceto…
—¿Mande, don Pirulí…?
—¿Qué pasó, señorita? ¿Ya nos llevamos tan pesado?
—¿Qué hice? Sígale por favor, don Pirulí.
—Sígale, sígale, y bien que me sorraja…
—¿El aniceto, don Pirulí?
—Otra vez, señorita…
—Sí, ¿qué pasó con el aniceto, don Pirulí?
—¡Ay!, si no fuera porque eres tan inocente, creería que me estás albureando, niña. Pensaba que me estaba pidiendo el aniceto y me dije: Ésta a la mejor es lesbiana.
Ansiada consumación siempre pospuesta, magia de la represión sexual, secretos dichos a voces destempladas, carcajadas liberadoras, gritos como mentadas de madre, donde el artista debe tener la intuición suficiente para darle a donde al público le duele. Experiencia y capacidad para torear a este público que embiste con ganas, donde el respeto se queda con el precio del boleto. Porque si Carmen Salinas sale de día de campo en el teatro Blanquita y Elisa Berumen en el cabaret hace su número hasta con los ojos cerrados, y Las Kúkaras y demás ni sienten cosquillas ante el público domado de los centros correctos de diversión, es porque no se foguearon en balde en su carpa favorita.
Comicidad hecha con las garras de la vida, comicidad languideciendo ante el apantallante invento electrónico, comicidad que se atreve a decir su nombre, comicidad reflejo de nuestra condición de ser, comicidad a mentadas de madre.
—¿Y tú qué: prestas, soplas o arremedas?
—Arremedo, manito, arremedo.
En la seña obscena el lenguaje adquiere su eficacia, y el movimiento del cuerpo la urgencia padroteril, y la mueca del rostro la configuración de la desgracia. Comicidad corrosiva, agresiva, ofensiva, aguerrida. Donde nuestro cómico favorito es la radiografía de todos los cachivaches que llevamos dentro. O no, mi compadrito: ¿Soy o me parezco?
Alicia La Cubanita mueve sus nalgas como le viene en gana, y uno sabe si son de a de veras o son postizas, y esa boca pintarrajeada exhala los más dignos poemas del arrabal, que hasta en la Facultad de Ciencias Políticas los declaman: Y tú que eres poeta y las compones en el aire, hazme una sin tocarme la bragueta. La confirmación del diálogo no se hace esperar y la voz más varonil del Parnaso contesta: Poeta ni tanto, pero lo que tengo… Las rimas se suceden con la procacidad hecha costumbre: Usted señora del sombrerito a lo Mary Popins, se le suplica lo deje encargado con el que vende los muéganos, porque se le puede caer al oír el florido lenguaje de esta nuestra sincera concurrencia.
¡Y ahora con ustedes, damas y caballeros, el creador de un estilo, el artista de radio, cine y televisión, artista de fama internacional, la séptima maravilla de la Bondojito, con ustedes el imitador inimitable, la tarabilla del disco: el gran José y pistas!
El charro cantor, con tipo a lo Vicente Fernández, se enfrenta al público con su mano puñetera y el gesto a lo Jorge Negrete y la sonrisa simpaticona de Pedrito Infante. Chilla el sonido y las notas del mariachi se dejan llegar; José suelta su indómita voz y aguanta a pie firme la avalancha de voces sordas arremedando los quiebres y gallos que le brotan al artista del barrio:
—Ten, te presto unos poquitos para que cantes más fuerte.
—Ay sí, tú la traes, loca…
Y la sala grita con regocijante alegría, abraza a su compadrito del alma y le dice: Por ésta, compadrito, que yo lo quiero un resto, y que conste que soy muy macho… El charro cantor canta la que se fue, la que al caer su copa quiso quedarse pero ya estaba escrito que esa noche la perdería para siempre… y el compadre, esa noche, no se le iba a abrir. El charro echaba su mirada cuzca sobre el personal masculino para poder cerrarle a alguien el ojito.
Afuera, en las rendijas, los escuincles del barrio con ojo avizor hurgan las imágenes mágicas, llenas de luz y color, donde el secreto y la prohibición de no entrar alimentan la fantasía y el aferramiento a cometer el pecado del edén: Una limosnita para este pobre huerfanito, una limosnita por el amor de Dios… Y con el chantaje a la caridad cristiana, el niño recolecta la mordida para poder entrar al recinto sagrado, en donde se entra niño y se sale hecho un cabrón, perenne máxima de la anciana de la vecindad.
—Su cartilla joven, o el permiso de sus padres para dejarlo entrar.
—¿Permiso, permiso? Aquí está.
—¿Cuál es ése?
—El que me dio Dios.
Dios el omnipresente, el que todas las puede, el que le dio la bendición a esta carpa el día de su inauguración.
El boletero, el que da telonazo, el que da balcón, el que da entrada como las putas, tiene que enseñar, para vender, cara de cabrón y voz de más cabrón: Qué güey, qué güey, no se pase de vivo que yo sí le doy patrás… Usted siga de cábula y bailamos el oso… El oso, el oso de la vida diaria, el que no se desavalorina, el que no permite que se le levante la mano a la jefecita delante de su presencia, él sí sabe de las rejas, el birote y el rancho, con él no hay pierde, alma protectora del altar dedicado a la mexicana alegría: Pásele, pásele, dos tandas por el precio de una.
Que salga El Pirulí. El artista requerido por el público se hace del rogar, sabe que las mieles del triunfo son mieles que no se deben de desperdiciar, mira con desdén a sus colegas y por fin salta a la luz. Y las miradas muertas de risa lo reciben cascabeleramente.
Sí, ésta es la esquina donde el chiste cabulero y las ganas de joder del albur abren sus puertas y engalanan el barrio, una vez al año, una vez cada que quiere la santa autoridad, que los extinguen arrimándolos al lugar de las tolvaneras. Santa tradición hecha a imagen y semejanza del lugar, del barrio, de la calle, de la vecindad, del cábula, del gandallita que nada tiene y todo lo disfruta, ese cábula que para el hocico y suelta la bien amada leperada, ese cábula que las palabras se las come solas, ese cábula que tiene el ingenio en la punta de la lengua:
—Ora sí, Pirulí, siéntate, porque yo voy a actuar…
El saca-de-quicio de los artistas, el al-tú-por-tú del espectáculo, el que sube sus patotas en el respaldo de las sillas de madera y esta jodiéndole la existencia al de adelante, el consuetudinario, el que ya se sabe la revista de memoria y es el número uno, el showman:
—Ora sí, Cubanita, ya perdiste el orgullo y sólo te quedó el perjuicio.
Cábula que todo lo puedes, cábula que engalanas con tu presencia el escenario, porque el escenario lo es toda la carpa, y, joven, ¿es tan amable de bajar sus patas porque le huelen a queso añejo?
—Uuuy, pos si quiere estar oloroso váyase al Fábregas.
Es el espectáculo del verbo y la personalidad, de la idiosincrasia y las ganas inmensas de reírse hasta de la propia tragedia. Aquí usted se persigna antes de entrar y se santigua antes de salir: entra ignorante y sale ilustrado.
Cuatro o cinco carpas de tablas viejas y lonas raídas deambulan todavía por los lugares populosos de ésta su enorme ciudad del desgaste cultural y el apachurramiento de cómo somos.
Pásele dama, pásele caballero, aún las puede ver por todos esos lugares añejos del valle de lágrimas: Santa Julia, Guerrero (ya casi no), Río Blanco, Bondojito, verdadero centro de lo que no se quiere extinguir, Nueva Atzacoalco, Martín Carrera y demás lugares cercanos a la villita de Guadalupe. Pásele, pásele, aquí entra virgen y sale inmaculado, ésta es la carpa favorita donde usted se sienta y ya está embarcado en el barco de su existencia, pásele, pásele, aquí la palabra lo embaraza, pásele, usted forma parte del espectáculo; aquí es el lugar donde el ser chico es una cosa admirable que no se debe prestar… a menos que tenga gustos sofisticados o comparta las teorías evolucionistas… y entonces, ya no hay albur, ni carpa, ni nada de esto, ni nada de nada… san se acabó.