Cuatro
Cuatro
La noche toca a su fin. Las estrellas retroceden y se extinguen, el sol asoma sobre el mar de montañas, y el cielo se incendia velozmente, succionando la visión del ojo hacia el horizonte circular y una tierra en paz. Trinos de pájaros, cristalinos como el aire, silban al sol para que regrese al cielo. El ojo, cansado de distancias, busca el detalle, y emerge la rapacidad; un conejo salta de un arbusto de artemisa y una sombra lo sobrevuela. Un halcón, sereno, surca el cielo trazando círculos cada vez más estrechos sobre él. El trino de los pájaros se torna disonante y estridente. Golondrinas que surgen de la nada se arrojan sobre la rapaz para ahuyentarla. Una mariposa se posa sobre una piedra y un lengüetazo de camaleón se la lleva por delante.
La luz del sol se adentra en el dormitorio de la casa de Guido, donde Roslyn está durmiendo. La algarabía de los pájaros parece penetrar en sus sueños; su rostro se crispa y un puño empieza a cerrarse. La almohada vacía a su lado está hollada.
Se abre la puerta que da a la sala de estar y Gay, desde el umbral, contempla a Roslyn, palpando con los ojos el contorno de su cuerpo bajo las sábanas. El retrato de Guido y su mujer ha desaparecido del cabecero de la cama; sólo queda el clavo. Hay deseo en el rostro de Gay, y todavía lleva impregnado en la piel el perfume del cuerpo de Roslyn, pero sus ojos la escudriñan como si una neblina la envolviera. Ha tenido lugar algo prodigioso que aún no ha terminado de desvelarse en su interior, una consecuencia impredecible del placer. Inconscientemente, se atusa el pelo y su gesto denota la preocupación por no ser ya tan joven.
Roslyn se revuelve bajo su mirada y ahora abre los ojos, y él va hacia la cama y se agacha a su lado. En cuanto ella abre los ojos, él se inclina y la besa. Ella, por un momento, parece no saber dónde se encuentra. Luego sonríe, recorre la habitación con la mirada y se estira.
—¡Uf, qué hambre tengo!
—Ven, sal, que te he preparado una sorpresa.
Gay sale del dormitorio. Ella se incorpora, con una gozosa expectación en el semblante, y se levanta.
Gay se dirige al fogón y da la vuelta a unos huevos en una sartén. Junto a él hay una mesa de cocina, dispuesta para dos. Al volverse, ve a Roslyn saliendo por la puerta del dormitorio en albornoz.
Roslyn mira a su alrededor asombrada.
—¿Has estado limpiando?
Avanza, ve la mesa preparada, el desayuno chisporroteando en el fogón y un ramillete de flores silvestres en un jarrón. Algo al otro lado de la puerta principal atrae su atención. Se asoma y ve que es un mocho dentro de un cubo vacío entre la maleza. Luego se vuelve hacia él. Está emocionada por el agasajo. Corre presurosa hacia el fogón, donde está él.
—Deja, ya lo hago yo.
—Tú siéntate tranquila, que ya está todo hecho.
Gay lleva los dos platos de huevos a la mesa y se sienta enfrente de ella. Roslyn lo mira fijamente. Gay ataca el plato.
—¿Siempre haces esto?
—Qué va. Es la primera vez.
—¿De verdad de la buena?
Gay asiente con la cabeza; el esfuerzo habla por sí solo.
Roslyn empieza a comer.
—¡Oooh! ¡Qué ricos están!
Come con voracidad. Él disfruta observándola.
—Te entregas con ganas, ¿eh? Hasta para comer. Me gusta. Las mujeres suelen ser muy tiquismiquis comiendo.
A modo de respuesta, Roslyn sonríe y sigue comiendo, y eso los une por un momento. Luego levanta la vista hacia Gay y dice, con la boca llena:
—Tanto aire da hambre, ¿verdad?
Gay ríe por lo bajo. Luego da unos sorbitos de café. Enciende un cigarrillo sin dejar de mirar a Roslyn.
Roslyn come con voracidad, como si hubiera pasado hambre en la vida. Luego se detiene para tomar aliento.
—¡Me encanta comer! —Mira alrededor, feliz—. Nadie diría que es la misma casa. Hasta huele distinto. —De repente se levanta, rodea la mesa y le planta un beso en la mejilla a Gay—. Te gusto, ¿verdad?
Gay la sienta sobre sus rodillas, le da un beso en la boca y la abraza, hundiendo la cabeza en ella. Roslyn le da unas palmaditas en la nuca, con cierto desasosiego en el semblante. Gay deshace el abrazo. Ella se levanta, va hacia la puerta y contempla las interminables montañas, el horizonte, el límpido cielo:
—Los pájaros tienen que ser valientes para vivir aquí. Sobre todo de noche. —Se vuelve hacia él, explicándose—. Siendo tan pequeñitos…
—Mmm.
Roslyn, casi entre risas, pregunta:
—¿Te parece que estoy loca?
—Qué va. Si pongo esta cara es porque no te entiendo.
—¿Por qué?
—No lo sé… ¿Tienes hijos?
Roslyn niega con la cabeza. La pregunta parece suscitarle cierta turbación; se vuelve hacia la puerta de nuevo y, al ver una mariposa posándose en el umbral, se agacha y le tiende un dedo, pero la mariposa levanta el vuelo. Roslyn se tumba boca abajo en el suelo, con la cabeza en el umbral. Luego vuelve la vista hacia él y decide contestarle:
—Yo no quería tener hijos. Con él, no.
—Pero él sí, ¿eh?
—Dicen que los niños unen. Pero ¿y qué pasa si no, eh? Porque yo he conocido a parejas, de ésas que se supone felices, y una vez… —se vuelve hacia Gay, poniéndose de lado— su mujer estaba en el hospital dando a luz y él va y me llama. Me llama a mí. Y se supone que siguen felizmente casados.
—Barrunto entonces que crees en el amor verdadero, ¿no?
—Yo qué sé, pero alguien tendría que inventar una fórmula para que las parejas que no se quieren no pudieran tener hijos. Porque los niños notan la diferencia. Yo siempre la noté. —De pronto, casi alegremente—: Si quieres ir a algún sitio, no me importa quedarme sola.
Gay se acerca a ella, se acuclilla y le acaricia el pelo.
—¿Tú me has visto que tenga ganas de irme a algún sitio?
—Sólo quiero que hagas lo que te apetezca.
—Nunca he visto cosa igual.
—¿A qué te refieres?
—Hablas en serio. Incluso cuando no hablas en serio, hablas en serio.
Roslyn se echa a reír.
—A la mayoría de la gente no le gusta.
—Pues a mí me da paz. —Se sienta en el suelo. Guardan silencio un momento—. ¿Sabes? Aquí vienen de Nueva York, Chicago, Saint Louis… y se buscan a un cowboy. Como el cowboy se supone que es tonto, ¿no?, se lo sueltan todo. Y hacen de todo, todo lo que no podían hacer en su tierra. Es penoso.
—¿Por qué es penoso?
—Porque el cowboy se burla de ellas y ni se enteran. No sabes qué gusto da topar con alguien que siente respeto por un hombre.
—¿Alguna vez has pensado en volver a casarte?
—Buf, pensarlo, muchas, pero nunca de día.
Roslyn ríe sin reticencias, aceptándolo tal cual es, y Gay sonríe radiante admitiendo su naturaleza.
Una calma total embarga a Gay, y si antes había alguna estrategia que dictara ese intercambio de preguntas y respuestas, ya se ha desmoronado. La mirada de Gay, directa, clavada en ella, suscita en Roslyn un atisbo de temor.
—Pero te diré una cosa, Roslyn: de ti no sabría cómo despedirme. Quién me lo iba a decir a mí.
Roslyn de pronto siente el silencio como el envite de una ola, amenazando con ahogarla. Le toma la mano agradecida, pero sus ojos se alejan, protegiéndola.
Gay recorre la habitación con la mirada.
—Habría mucho que hacer aquí si decidieras quedarte una temporada.
Roslyn se ha puesto en pie y le tira de la mano, levantándolo.
—¡Salgamos al sol!
Saltan al exterior y caminan entre la maleza pensativos, tomados de la mano.
—Tú respetas a los hombres. No soporto a las mujeres que se pasan la vida diciéndote lo que van a hacer o no van a hacer.
Roslyn se echa a reír.
—Y luego lo hacen de todos modos.
Se sientan sobre los tablones de madera apilados. Roslyn levanta la vista al cielo azul y despejado.
—¿De verdad te doy paz?
Gay asiente con la cabeza.
—Ojalá supiera si piensas quedarte o marcharte.
Roslyn se agacha para recoger una piedra y le sacude la tierra.
—Cuando yo misma lo sepa, te lo digo. ¿Te parece? Por el momento, vivamos el día a día…, como dijiste en el bar. —En tono de disculpa, casi entre risas—. Sigo un poco perdida, ¿entiendes?
Roslyn se levanta y su mirada se posa casualmente en un bloque de cemento entre la maleza. Contenta de encontrar un simple pretexto para cambiar de tema, va casi brincando hacia él.
—¡Mira! ¿No podríamos usarlo como escalón?
Gay se acerca y lo levanta del suelo.
—Pues igual sí. —Carga con él hasta la entrada, a unos pocos metros de distancia, y lo coloca al pie de la puerta—. ¡Ya tenemos escalón!
—Déjame probarlo. —Roslyn sube corriendo el escalón, se da la vuelta y salta afuera de nuevo—. ¡Es perfecto! Puedo entrar y puedo salir.
Entra de un salto otra vez y vuelve a bajar, y su gozoso entusiasmo conmueve a Gay, que ríe con la sorpresa de un joven. Roslyn percibe la autenticidad y candidez de su sentimiento y, con una gratitud y una ilusión repentinas, exclama:
—¡Eres un encanto de hombre, Gay!
Él sella su boca con un beso, en el momento en que Roslyn sale una vez más brincando por la puerta.