Estar con ella la noche anterior había sido la culminación de todas sus fantasías que había tenido desde que se había ido de Texas. Cuando se fuera de nuevo, no iba a necesitar de su imaginación para conjurar la experiencia. Los recuerdos lo acosarían.
Mandy le había hecho sentir cosas que nunca había pensado que pudiera sentir.
Pero no le estaba agradecido por ello. Hablar de su madre y de sus hermanas la noche anterior le había dejado una herida difícil de cicatrizar.
No le estaba agradecido por ello.
Lo único que sabía de él mismo era que parecía un superviviente. Sobreviviría a ese viaje, como había sobrevivido a numerosas heridas de guerra.
Sin embargo, el dolor iba a ser igual de intenso.
Se puso a pensar en Dan. Pensar en Dan le alegraría un poco. ¿Habría decidido su amigo que podía hacer más dinero con el contrabando de componentes electrónicos?
Esperaba que Dan no estuviera haciendo ese tipo de negocios. Si lo estaba haciendo, James Williams lo sabía y estaba sacando beneficios de ello.
¿Pero y si era James el que estaba implicado en el contrabando y no Dan? ¿Y si Dan había tratado de interceptar el envío antes de que saliera? De ser así, no podía pensar en ninguna razón por la que pudieran dejar a Dan vivo.
El ocupante de aquella cueva podría arrojar algo de luz a aquel misterio. Lo único que tenía que hacer era esperar a que apareciera.
Crenshaw Horas más tarde, la espera de Rafe se vio recompensada. Sacó los binoculares y vio una figura en movimiento. La siguió hasta que subió por el caminito y se metió en la cueva. Rafe esperó otra hora antes de bajar del árbol. Dejó el macuto allí, porque así se movería sin ser oído.
Se fue acercando poco a poco. Se vio una luz en la cueva, cuando se acercó a la entrada. Miró dentro y se apoyó en la pared. Un chico muy joven estaba de espaldas a la entrada, sacando cosas que tenía en un saco. Estaba solo.
Rafe entró y le dijo:
—¿Tienes comida para dos?
El chico gritó y se dio la vuelta con los ojos abiertos de forma desmesurada.
—No voy a hacerte daño —le dijo Rafe para calmarlo—. Dime por qué estás viviendo en esta cueva, hijo.
El chico no respondió. Se quedó quieto, observando a Rafe.
Tendría más o menos unos diez años. Demasiado joven como para estar por allí solo. Y estaba claro que vivía solo. Tenía la ropa hecha jirones y le quedaba pequeña.
El pelo lo tenía muy sucio y le caía por la frente y le tapaba los ojos.
Lo curioso era que el cuerpo lo tenía limpio. Verlo de aquella manera lo angustió. Le traían muchos recuerdos a la cabeza.
Rafe se agachó y se sentó en el suelo de la cueva. Se apoyó en la pared.
—Has dejado todo esto muy bonito. Espero que no entre agua cuando llueve.
Porque parece que va a caer bien antes de mañana.
El chico se quedó mirándolo.
—Mira hijo, me imagino que ahora mismo estás pensando que te voy a obligar a hacer algo que no quieres hacer. Pero estás equivocado. De hecho, creo que en realidad eres tú el que me puede ayudar a mí.
El chico apoyó el peso de su cuerpo sobre el otro pie.
—¿Cómo?
Tenía una voz tan de niño que a Rafe se le ablandó el corazón, pero sabía que no se lo podía demostrar. Tendría que mantener la conversación tan impersonal como pudiera, para así conseguir que se relajara.
Rafe se metió la mano en el bolsillo y sacó un paquete de cecina que había cortado en lonchas. Empezó a comerse una y le ofreció al niño.
—¿Quieres?
El niño lo miró de forma suspicaz y después miró la cecina. Rafe esperó pacientemente mientras se comía la loncha. El niño lo observaba.
Crenshaw Al poco tiempo, el niño se acercó, sacó una loncha de la bolsa y volvió de inmediato a su sitio. Cuando se la comió, volvió a por otra.
—Quédatela, tengo más.
El niño se guardó la bolsa en el bolsillo. Rafe sonrió.
—¿En qué te pudo yo ayudar? —le preguntó el niño. Estaba sentado en el colchón, apoyando la espalda contra la pared.
—¿Has tenido alguna vez un amigo con el que siempre has jugado y te has llevado bien?
El niño frunció el ceño.
—Ahora mismo no.
—Pero habrás tenido amigos así, ¿no? Y sabrás lo que significan para ti.
El niño se miró las piernas.
—Sí —susurró.
—Pues eso es Dan para mí. Es mi amigo. Dan y yo somos amigos desde que teníamos ocho años. Eso es mucho tiempo, más de veinte años.
El niño continuó mirándolo. Rafe había logrado captar su interés.
—Hace unas semanas recibí una carta suya diciéndome que necesitaba mi ayuda, así que he venido a ver qué podía hacer. Porque eso es lo que se hace por un amigo —Rafe miró a su alrededor—. ¿Tienes algo de beber? Esta cecina está bien salada.
El niño se levantó y se fue hacia su bolsa. Sacó dos latas de soda. Le dio una a Rafe.
—Gracias, está todavía fresca —abrió la lata y dio un trago. El niño hizo lo mismo con la suya.
—Pues cuando llegué aquí, descubrí que mi amigo había desaparecido. Y nadie sabe dónde está. Y estoy muy preocupado por él. Lo único que sé es que el último sitio donde estuvo fue aquí, porque es donde encontraron su Jeep.
Vio que el niño lo escuchaba y asentía con la cabeza.
—Así que me he puesto a buscar por la zona, para ver si encuentro alguna pista de lo que le pudo pasar. Y así es como he encontrado tu cueva, y se me ha ocurrido que a lo mejor podrías haber visto algo que me ayude a encontrarlo.
—Le dispararon —le dijo el niño en voz baja.
Las palabras impresionaron a Rafe con tanta fuerza que casi se queda sin respiración. Estuvo a punto de agarrar al niño y zarandearlo, para conseguir más información. Pero prefirió mantener la calma y que él se lo fuera diciendo a su manera.
—¿Quién le disparó?
—No lo sé.
—¿Me puedes contar lo que ocurrió?
—Yo oí que llegaba un Jeep y salí para ver quién era. Sólo se veía su sombra.
Así que me quedé observando. Entonces oí un avión que volaba muy bajo. Dio unas vueltas y después aterrizó. Pero no apagó los motores, sólo paró y se bajaron dos tipos que se fueron hacia el Jeep.
Rafe dio otro trago de su lata de soda y se limitó a escuchar la historia del niño, y no en lo que le pudo pasar a Dan.
—El tipo del Jeep salió. Todos hablaban al mismo tiempo. Escuché parte de lo que estaban diciendo, pero no tenía sentido para mí.
—Dime lo que oíste.
—Los hombres del avión parecían muy enfadados—. El hombre del Jeep decía que no se iba a hacer.
—¿Qué no se iba a hacer?
—No lo sé.
—Les dijo que se lo dijeran a su jefe. Empezó a caminar en dirección al avión y ellos lo siguieron.
—¿Ahí fue cuando le dispararon?
—No. Uno de ellos lo agarró del brazo y él le golpeó y lo tiró al suelo. Otro tipo salió del avión y sacó una pistola. Disparó al tipo del Jeep y cayó al suelo. El hombre de la pistola ordenó a los otros dos que lo metieran en el avión. Y eso hicieron.
Los dos permanecieron en silencio. Rafe se quedó pensando en lo que le había contado. Según pasaba el tiempo, la opresión que sentía en su pecho era cada vez mayor. Eso explicaba por qué Dan no había llamado a nadie.
—¿Crees que ése era tu amigo? —le preguntó el niño.
Rafe respiró un par de veces, antes de responderle.
—Creo que sí, hijo.
—Lo siento.
—Y yo.
Al cabo de otro rato, el niño le dijo:
—Yo no creo que lo mataran. Creo que le dieron en el hombro o en el brazo, porque cuando lo trasladaban le vi mover la cabeza. A lo mejor sólo está herido.
—Me gustaría que eso fuera cierto.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó el niño.
—Rafe. ¿Y tú?
—Kelly.
—Bonito nombre.
—Y el tuyo también.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí, Kelly?
—Un tiempo.
—¿Cómo encontraste el sitio?
—Estaba buscando un sitio donde no hubiera nadie.
—¿Es que no te gusta la gente?
—No mucho.
—Ni a mí tampoco.
¿Has vivido alguna vez en una casa de adopción?
—No —le contestó, después de pensárselo un rato—. ¿Y tú?
—Una vez. Y no me gustó.
—Así que te marchaste.
—Sí.
—¿Y cómo consigues la comida?
—La robo —le dijo, mirándolo a los ojos.
—Eso es peligroso —Rafe miró a su alrededor.— ¿Y robaste el saco de dormir?
—No. Era mío. De antes.
—¿Y tu ropa?
—No robo ropa, sólo comida.
—Una vida muy dura.
—No me importa.
—¿Y si te pillan?
Kelly se encogió de hombros.
—¿No se te ha ocurrido nunca trabajar en un rancho?
—¿Qué podría hacer yo en un rancho?
—Muchas cosas. Yo empecé a trabajar en un rancho cuando tenía más o menos tu edad.
—¿De verdad?
—Sí. Creo que tú y yo tenemos muchas cosas en común. A mí tampoco me gustaba donde vivía, cuando tenía tu edad. Así que me marché.
—¿En serio?
—Sí. Y tuve mucha suerte de conocer a Dan. Es el propietario del rancho, ahora.
Cuando yo me vine a trabajar aquí, su madre y su padre me dieron un sitio donde poderme quedar y me pagaron un sueldo por hacer algunos trabajos. ¿No se te ha ocurrido nunca buscar trabajo?
—No quiero que nadie sepa que estoy aquí.
—Eso lo entiendo. Pero escucha una cosa. Si decidieras ponerte a trabajar e ir al colegio, yo podría conseguir que te quedaras aquí en el rancho de forma permanente.
No es un mal sitio.
—¿Hay otros niños?
—No.
—Mejor.
—No te gusta relacionarte con otros niños, ¿verdad? Algunas veces son un fastidio.
—Es que te roban las cosas y dicen que no te las han robado y a ti no te creen.
—Eso es duro —Rafe estiró los brazos y bostezó—. Yo no sé tú, pero yo estoy que me caigo de sueño. ¿Te importa si duermo aquí esta noche?
—¿Aquí?
—Sí. Tú duermes aquí todas las noches. Si tú lo puedes hacer, yo también.
—Es que sólo hay un colchón.
—No importa. Yo estoy acostumbrado a dormir en el suelo —Rafe se tumbó a la entrada de la cueva y bostezó—. Gracias por tu hospitalidad, Kelly. Creo que podrías ser un buen amigo para cualquiera.
—¿Como Dan por ejemplo?
—Como Dan.
Cerró los ojos. Minutos más tarde, la vela se había apagado y se hizo el silencio y la oscuridad en la cueva. Rafe no quería pensar en Dan esa noche. Prefirió dormirse.
Rafe no había vuelto a casa la noche anterior, y Mandy estaba preocupada. Se había quedado con Ranger, según había prometido, pero fue una noche tranquila.
Pero ella había estado muy preocupada, sabiendo que Rafe estaría durmiendo a la intemperie, oyéndose truenos como se oían en la zona. Tuvo que recordarse a sí misma que Rafe había sido entrenado para ese tipo de situaciones y que sabía cuidar de sí mismo. No quería pensar en lo que había hecho para tener tantas cicatrices en su cuerpo. Era mejor no saberlo.
Estaba finalizando el segundo día desde que se había ido y todavía no sabía nada de él. No sabía si decirle a Tom que fuera a la pista para ver si lo veía. Pero prefirió esperar un poco más.
Pasó el día limpiando la casa, hasta que la dejó como los chorros del oro.
Para mantenerse ocupada, empezó a cocinar una sopa y algunos pasteles. Tenía que hacer algo para entretenerse. Iba a tener que llamar para ampliar los días que había pedido de permiso. Ó bien eso, o volver a casa.
Pero no quería volver a casa mientras Rafe estuviera por allí. Quería pasar el máximo de tiempo con él. Confiaba en que él quisiera hacer lo mismo.
Estaba sacando una pierna de cordero del horno cuando oyó a Ranger ladrar.
Mandy miró por la ventana. Ranger salió disparado hacia la puerta, ladrando sin parar. Había alguien allí fuera en la oscuridad y no era Rafe.
Pero sí era. Lo oyó dirigirse a Ranger y el perro se tranquilizó, pero sin embargo siguió gruñendo. Se fue a la puerta y la abrió.
—¿Rafe?
—Sí, soy yo. He venido con un amigo y los dos estamos algo sucios.
Un nuevo amigo. ¿De qué estaba hablando?
—Deja las botas ahí fuera y entra —le dijo—. Acabo de sacar un asado del horno. Mientras preparo la mesa, podéis ducharos.
Estaba tan nerviosa que casi le castañeteaban los dientes. Mandy no sabía qué pensar. ¿Dónde habría conocido a ese amigo?
Oyó que los dos se quitaban las botas. Rafe entró y le sonrió. Se echó a un lado y le presentó al chico.
—Mandy, quiero que conozcas a Kelly. Kelly, ésta es Mandy, la chica de la que te he hablado. Es la hermana de Dan.
El chico estaba muy delgado. Su cara era todo ojos. Tenía los ojos más azules que ella jamás había visto. Era medio rubio, pero su pelo parecía que no se lo había lavado en bastante tiempo. La estaba mirando como si ella estuviera a punto de echarlo a patadas.
Le estaba rompiendo el corazón.
—Encantada de conocerte, Kelly. Si eres amigo de Rafe, eres amigo mío.
Tenemos dos duchas, así que si quieres ducharte antes de cenar, puedes hacerlo.
Kelly miró a Rafe. Rafe asintió y le dijo:
—Te enseñaré dónde está —le puso una mano en el hombro y los dos salieron de la cocina juntos.
¿Qué diablos estaba pasando? Mandy sabía que tarde o temprano Rafe se lo explicaría, pero en esos momentos todo era un misterio. ¿Dónde habría encontrado a Kelly?
Se fue a su habitación y abrió el armario. Recordaba haber guardado una caja con ropa vieja, vaqueros y camisas que tenía antes de marcharse de aquella casa. Le quedaban pequeñas, pero no había querido tirarlas.
Era ropa unisex. Abrió la caja y empezó a sacar lo que mejor le pudiera ir al chico. Lo que no tenía era calzoncillos y los de Dan le quedarían muy grandes. Movió la cabeza. Pero por lo menos aquella ropa era mejor que la que llevaba.
Se detuvo ante la puerta del cuarto de baño y llamó con los nudillos.
Pasaron bastantes segundos, antes de que Kelly respondiera.
—¿Sí?
—He encontrado algo de ropa, por si quieres ponerte algo limpio cuando termines de ducharte.
Esperó a que le respondiera. Al cabo del rato, abrió la puerta y miró. Mandy le dio la ropa. La miró, miró la ropa y después la volvió a mirar a ella.
—Gracias —le dijo.
Ella sonrió.
—A lo mejor te quedan un poco grandes, pero por lo menos está limpia.
En cuanto cerró la puerta, se fue al cuarto de baño de la habitación principal.
Rafe estaba en la ducha. Una pena, porque quería preguntarle cosas que no quería preguntárselas delante del niño.
Abrió la puerta y entró en el cuarto de baño. Tenía la cabeza bajo el chorro, frotándosela y no la oyó entrar. Esperó hasta que se aclaró el pelo y se enjabonaba el cuerpo.
—¿Qué está ocurriendo, Rafe?
Se dio la vuelta de pronto. Cuando la vio le sonrió y le dijo:
—¿Te metes conmigo?
Cuando la miraba de la forma que la estaba mirando, era difícil pensar en otra cosa más que en lo que tenía delante.
—Me gustaría saber dónde has encontrado a Kelly.
—En una cueva cerca de la pista de aterrizaje.
—Oh, Dios mío.
—Sí.
—¿Y quién es?
—No tengo ni idea. Pero le he convencido para que se venga conmigo. ¿Crees que Tom le puede dar trabajo?
—¿Cómo lo voy a saber? De todas maneras, es un niño.
—Dan y yo estábamos trabajando a su edad. Tiene que haber algo que pueda hacer para ganarse su sustento. Porque no creo que quieras que siga durmiendo en una cueva.
—No, claro que no —le costaba un gran esfuerzo concentrarse en la conversación mientras veía a Rafe desnudo. Tuvo que luchar su impulso de acariciarle sus músculos. Le había echado mucho de menos esos dos días y una noche que no lo había visto. La cosa se complicaba, porque se tendría que acostumbrar a vivir en el futuro sin él.
Rafe cerró el grifo y estiró un brazo para sacar una toalla. Pero ella llegó primero.
—Déjame a mí —le dijo y empezó a secarlo. Al ver cómo respondía su cuerpo, Mandy sonrió.
—No sé de qué te extrañas. No estoy acostumbrado a que una mujer me seque.
—¿He dicho yo algo?
—No, pero...
—Pues entonces. Vístete y vamos a cenar, antes de que se enfríe —tuvo que salir a toda prisa de la habitación, antes de hacer algo de lo que luego se podría avergonzar.
Mandy ya había puesto la mesa y había servido los platos, cuando Kelly apareció por la puerta. Estaba llenando los vasos de agua.
—¿Ya estás listo?
Como se había imaginado, la ropa le quedaba algo grande. Se había remangado las perneras del pantalón y se los había ajustado a la cintura con el cinturón. La camisa le quedaba inmensa. Estuvo a punto de estrecharlo entre sus brazos, pero no se atrevía, aunque sabía que era lo que más necesitaba aquel chiquillo.
—¿Dónde está Rafe? —le preguntó, mirando a su alrededor como si ella lo hubiera escondido en alguna parte.
—Está duchándose, como tú —le señaló una de las sillas—. Siéntate. ¿Quieres un vaso de leche?
El niño miró la silla y la mesa llena de comida. A continuación la miró a ella de forma suspicaz.
—¿Quién más va a venir?
—Sólo tú, Rafe y yo. ¿Por qué?
—Eso es un montón de comida para tres personas.
Mandy sonrió.
—Me he pasado un poco. Pero se puede guardar.
Mandy se sintió más aliviada cuando vio aparecer a Rafe. Cuando entró, le puso la mano al niño en el hombro.
—¿A qué se está mejor con ropa limpia? —le preguntó, guiándolo hasta la mesa.
Kelly se sentó al lado de Rafe, casi pegado a él. Rafe fingía no darse cuenta. Por suerte Rafe era zurdo, pensó Mandy, sonriendo para sus adentros. Porque de lo contrario, no podría utilizar la mano sin golpear al niño.
Mandy no sabía qué decir para que el niño se sintiera cómodo. Cuando ellos se sirvieron, él se sirvió también. Mandy se dio cuenta de que esperaba a ver lo que ellos hacían, antes de llevarse algo a la boca.
Llevaban ya un rato comiendo y Kelly empezó a sentirse un poco menos tenso.
En un momento determinado, el niño se apoyó en el respaldo de su silla y sonrió.
—Eres muy buena cocinera, Mandy. Esto está muy bueno.
—Yo no dejo de decírselo —comentó Rafe.
Incapaz de contenerse por más tiempo Mandy le preguntó a Kelly:
—¿No estará preocupada tu madre por ti?
Cualquiera que hubiera visto la reacción de los dos, habría pensado que les había propuesto participar en una película pornográfica. Reconocía que a lo mejor no tenía que haber sacado ese tema, pero tampoco era para tanto.
Rafe a miró con el ceño fruncido, como si hubiera cometido un verdadero crimen. Parecía que estuvieran viviendo en los tiempos de la colonización del oeste, donde nadie osaba preguntar cosas del pasado de una persona. Además, Kelly era un niño. No tenía edad todavía para vivir por sí solo.
Rafe continuó comiendo. Kelly bebió leche. Al cabo de un rato dijo:
—Murió.
—Oh —exclamó Mandy—. Lo siento, Kelly. Es muy duro perder a una madre.
Mi madre también murió y la echo mucho de menos.
El niño asintió.
—Sí. Pilló una neumonía, pero por eso no se muere nadie. Pero el médico que la vio dijo que había muerto porque además estaba desnutrida y anémica y todo eso.
—¿Anémica?
—Sí, que no tenía suficiente sangre, o algo así.
—Ya —Mandy miró a Rafe. Estaba claro que él desaprobaba que le hiciera esas preguntas, pero ella hizo caso omiso—. ¿Cuánto hace que murió?
Kelly se encogió de hombros.
—Hace tiempo. El año pasado.
—Sí, eso es mucho tiempo.
Como si ya hubiera pensado lo que le iba a preguntar, Kelly le dijo:
—Y no tengo padre. Sólo estaba con mi madre. Mi madre trabajaba limpiando y en un almacén. Y hacía todo eso para que pudiéramos estar juntos. No quería dejarme con nadie.
—Tu madre era una madre maravillosa.
A Kelly se le iluminó la cara.
—¡Lo era! Era mi mejor amiga —miró a Rafe—. Mi mejor amiga —añadió.
Rafe asintió con la cabeza y dejó claro que él no participaba de aquella conversación, concentrándose en su comida.
Pero una vez rotas las barreras, Kelly se abrió más.
—Rafe me ha dicho que a lo mejor puedo conseguir un trabajo en tu rancho.
Soy un buen trabajador. También me ha dicho que quiere pedirme prestada mi cueva un tiempo y yo me puedo quedar aquí. Es un acuerdo —miró a Rafe, para que lo confirmara.
Rafe le sonrió.
—Así es. Esta noche dormiremos aquí. Hablaré con Tom por la mañana y mientras me quede en la cueva de Kelly, él se puede quedar aquí contigo.
—Me tendré que hacer amigo de tu perro —comentó Kelly.
Los tres miraron a Ranger, que estaba acostado al lado del frigorífico.
—No creo que tengas el menor problema —le respondió Mandy, con un nudo en la garganta.
Rafe se aclaró la garganta. Había dejado limpio el plato. Se bebió un vaso de leche.
—Kelly me ha ayudado mucho —empezó a decir, poniéndole la mano al niño en la nuca y acariciándolo—. Creo que ya tengo un plan para encontrar a Dan.
Mandy lo miró fijamente.
—¿Y me lo dices ahora?
Crenshaw Rafe miró su plato.
—Lo primero es lo primero. Te lo estoy diciendo ahora. ¿Algún problema?
—Continúa —le dijo, dando un suspiro.
—Kelly me ha contado que aterrizan un par de aviones de vez en cuando. Ha visto que el primer avión que lleva descarga algo y lo esconde. Al cabo de unas dos noches llega otro avión y se lo lleva. A mí el que me interesa es el primer avión. Es en el que se llevaron a Dan.
—Oh, Rafe —miró a Kelly—. ¡Así que viste a mi hermano marcharse! ¡Cuánto me alegra oír eso!
Kelly miró a Rafe antes de asentir con la cabeza.
—Creo que alguien está haciendo un buen negocio utilizando esa pista. A lo menor Dan no tiene nada que ver en ello. A lo mejor alguien la vio desde el aire, y la empezaron a utilizar por su inaccesibilidad y privacidad.
—¿Sabes dónde está Dan?
—Todavía no, pero lo voy a averiguar. Voy a esperar que llegue el primer avión. Luego intentaré averiguar algo.
Mandy lo miró con un tono de duda.
—¿No es eso peligroso? Esa gente está haciendo algo ilegal. ¿No puedes llamar a la policía y que se encarguen ellos?
—Podría. Y al final será lo que haré. Pero primero quiero encontrar a Dan. Si los pilla la policía primero, te aseguro que no dirán dónde está Dan.
—¿Entonces piensas que lo tienen escondido en algún sitio?
—Eso es lo que quiero averiguar.
—¿Y si te pillan a ti también?
—Que lo intenten —le dijo con una sonrisa que la hizo estremecerse. A continuación miró a Kelly—. Por eso le he pedido a Kelly que se quede aquí y que te cuide, porque yo no sé el tiempo que voy a tardar. Hablaré con Tom por la mañana, para que le dé trabajo a Kelly —miró a Mandy a los ojos—. He pensado que te vendría bien un poco de compañía.
—Sí —logró decir. ¿Qué otra cosa podría decir? Aquella era la típica actitud de Rafe. La verdad, no le importaba tener a Kelly con ella. Necesitaba algo de distracción, para dejar de preocuparse tanto de Dan como de Rafe.
—¿Está la habitación de Dan libre, la que utilizaba de pequeño?
—Es más un almacén que una habitación —sonrió a Kelly—. Si no te importan los visillos de color rosa, puedes dormir en la habitación que tenía yo cuando era pequeña —Rafe enarcó una ceja, porque aquella era la habitación en la que ella había estado durmiendo desde que había vuelto a la casa.
Mandy lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Por qué no le enseñas dónde está la habitación, mientras yo limpio la cocina?
—Pensé que lo ibas a hacer tú, ya que es tu habitación.
—No te preocupes, sacaré lo que necesite un poco más tarde.
Kelly no podía casi mantener los ojos abiertos. Rafe se levantó y se lo llevó con él.
—Vamos, es hora de dormir.
En cuanto terminó de limpiar la cocina, Mandy se fue a buscar a Rafe. Lo encontró viendo las noticias de la televisión.
—¿Está bien? —le preguntó, sentándose a su lado, en el sillón.
—Se durmió nada más meterse en la cama. Creo que nos hemos ganado su confianza y cuando ha logrado dejar de estar tenso, su cuerpo se ha caído derrotado.
—¿Sabes qué edad tiene? —le preguntó.
—Dice que doce, pero no lo creo. Diez, quizá. Once como mucho. Pero no doce.
—¿Te ha dicho por qué vive así?
—Creo que huyó de una casa de adopción.
—Seguro que lo están buscando.
—Pareces una asistente social.
—Lo cual no es ninguna sorpresa.
—Pregúntaselo tú, cuando yo no esté.
—Tendría que empezar el colegio en septiembre, Rafe. Y tú lo sabes.
—Sé que harás lo que consideres que es mejor.
—Sí —le dijo, asintiendo con la cabeza—. Lo haré.
—¿Por qué le dejaste tu habitación? Podríamos haberle puesto en cualquier otro sitio a dormir.
—Porque mi habitación ya estaba hecha y estaba que se caía. Además, porque yo ya tengo un sitio donde dormir.
—¿Sí? ¿Dónde?
—Contigo.