Capítulo 2

Rafe se quedó mirando la mujer que tenía enfrente. Sin duda se creía lo que estaba diciendo, pero para él no tenía significado alguno. En absoluto.
—¿Muerto?
Repitió la palabra como si nunca antes la hubiera escuchado. Movió en sentido negativo la cabeza.
—Es imposible. Si le hubiera pasado algo, me habría enterado. Dan... —no pudo terminar la frase. Lo que iba a decir era una estupidez. Él mejor que nadie sabía lo fácil que era acabar con la vida de alguien—. Mejor será que empieces desde el principio, Mandy, y me cuentes lo que está pasando aquí.
Mandy sacó un vaso y lo llenó de agua. Dan pensó en pedirle algo de beber, pero prefirió no hacerlo. Tenía otras cosas más importantes en mente. Mandy lo volvió a mirar, pero sus bonitos ojos grises se dirigieron a algún punto que no era él.
Mientras esperaba, intentó reconocer algún signo de la chica que él había conocido en la mujer que tenía enfrente. Había algo en su porte y en la forma de moverse que se lo recordaba. También descubrió que seguía teniendo la misma reacción en su presencia.
Aunque todavía era una mujer delgada, su cuerpo tenía curvas que habría hecho a cualquier hombre volver la mirada. Su piel satinada lo incitaba a tocarla.
Seguía llevando su pelo pelirrojo largo, hasta los hombros.
Mandy lo miró y tragó saliva. Se le veía que estaba nerviosa, lo cual no era extraño.
—No sé nada de Dan desde hace tiempo. Los dos hemos estado muy ocupados en nuestras cosas, pero él me llama todas las semanas. Hace diez días me llamó el capataz de Dan, Tom Parker. Me preguntó si había visto o hablado con Dan.
—¿Y por qué te llamó?
—Me dijo que había llamado a todo el mundo incluido el socio de Dan, para saber por qué Dan se había ido sin decir nada a nadie.
—¿Quieres decir que desapareció sin más?
Tom me dijo que había hablado con Dan una tarde, para decirle que tenía que trasladar el ganado a otra zona, donde había más pastos. Dan le dijo que tenía una reunión esa misma noche y que lo vería a la mañana siguiente. Y nunca más se volvió a saber de él.
—¿No sabe nadie con quién se iba a ver, ni dónde?
—Por desgracia, no. Debió quedar en la pista de aterrizaje, porque su coche estaba en el garaje y Tom encontró el Jeep allí.
—¿Qué pista de aterrizaje?
—La que Dan mandó construir en el rancho hace tres años. Su socio y él estaban pensando en comprar un avión. Pero nunca lo compraron. Sin embargo alquilan aviones de vez en cuando y utilizan la pista.
Rafe movió de lado a lado la cabeza.
—Todo esto me parece muy complicado. Creo que mejor será que duerma un poco, para que se me aclaren los pensamientos.
—Espero que te sirva de algo, porque a mí no me ha servido, aunque he de reconocer que no he podido dormir bien desde que Tom me llamó. Vine inmediatamente a ver si podía averiguar dónde se había ido. Y estoy bastante disgustada, porque aparte de a Tom y a mí, a nadie parece preocuparle demasiado dónde pueda estar. Ni a la policía, ni a su socio. Su socio dice que ya volverá. Yo no lo creo. No me creo que Dan pueda desaparecer sin decir nada a nadie y menos después de haber quedado con Tom. Además, habría llamado a alguien para que no nos preocupáramos.
—Yo también lo creo. Dan es una de las personas más responsables que conozco.
—Así es —se quedó mirándolo durante unos segundos—. Tienes razón, Rafe.
Tienes que dormir algo. Estás que te caes. Ve a la cama. Hablaremos de todo por la mañana.
Rafe sabía que tenía razón. Estaba que se caía de sueño. Se levantó y apartó la silla.
—Lleva tantos días desaparecido, que no creo que unas cuantas horas más vayan a solucionar nada.
—Si quieres, puedes dormir en la cama de Dan.
Rafe esperó a que ella encendiera la luz del vestíbulo, antes de apagar la de la cocina. Ranger lo miraba sin pestañear.
—Me alegra de que cuides de ella —le dijo en voz baja.
Ranger no cambió su expresión. Rafe tenía la sensación de que al perro le daba igual lo que él pudiera pensar.
Rafe siguió a Mandy hasta el vestíbulo.
—Dan se trasladó al dormitorio principal cuando murió mamá —le dijo, indicándole con la mano el final del pasillo.
Rafe se detuvo junto a ella.
—Sentí mucho lo de tu madre, Mandy. Siempre fue muy amable conmigo.
Nunca lo he podido olvidar.
—Fue algo muy repentino —le respondió, mirándose los brazos, que tenía cruzados sobre su pecho—. Por lo menos no sufrió.
—¿El corazón?
—Sí —lo miró a los ojos—. Sin embargo, mi padre estuvo tiempo luchando contra el cáncer.
Rafe no quería hablar del padre de Mandy. No en ese momento. O quizá nunca.
Pasó a su lado y entró en una de las habitaciones de la casa en las que nunca había estado. Mandy entró con él en la habitación y echó un vistazo al cuarto de baño.
—Bueno, hay toallas limpias y todo lo que necesitas —le dijo—. Hablaremos por la mañana.
Y después de decir eso, salió de la habitación y cerró la puerta.
Sólo entonces se acordó Rafe de que se había dejado la bolsa fuera, pero no tenía ganas en aquel momento de ir a buscarla. Miró a su alrededor. Era una habitación bastante grande, con una cama inmensa pegada a una pared. En la otra pared había estanterías con libros, repletas de novelas. Sonrió, al recordar lo mucho que le gustaba leer a Dan.
Pero su sonrisa se desvaneció cuando recordó lo que Mandy le había dicho. Era posible que Dan estuviera muerto. Pero era imposible que Dan se metiera en una situación de peligro. Aunque lo cierto era que ocurrían accidentes todos los días.
¿Dónde se habría metido? Si estaba vivo, ¿por qué no había vuelto?
Rafe se dirigió a la pared que había al lado de la puerta del cuarto de baño.
Estaba llena de fotografías, grandes y pequeñas, muy variadas. La mayoría de ellas se habían tomado en el rancho. Había fotos de vacas, venados, animales domésticos y de su familia.
Rafe se quedó sorprendido al comprobar que él estaba en muchas. No se recordaba a sí mismo tan delgado y con aspecto tan triste.
Se dio la vuelta y continuó mirando a unas fotos que se debieron tomar durante la fiesta que los Crenshaw habían dado la noche que Dan y él terminaron la universidad, la última noche que él había estado en el rancho.
Había una foto de Mandy, con un vestido de algodón de color caramelo, que la llegaba hasta los pies, con mangas. Todavía recordaba, sin necesidad de mirar la foto, su aspecto en aquella fiesta y su sonrisa contagiosa. Aquella noche había parecido tener más edad de la que tenía, que eran sólo quince años. Durante toda la fiesta había parecido encantada al descubrir que los hombres la miraban. Tocó la foto con las yemas de sus dedos, trazando la curva de sus labios, la forma de sus hombros.
Crenshaw Todavía podía recordar el sabor de su boca, la suavidad de sus hombros, el deseo que había evocado en él aquella noche.
Rafe apartó la mirada de la foto y se concentró en otra, una en la que estaba Dan en traje, con aspecto muy solemne. Pero si se fijaba uno bien, se veía con claridad que estaba a punto de partirse de risa. Se quedó mirando también una foto de sí mismo.
Llevaba el pelo muy corto y su aspecto también era de gran solemnidad. Pero en su mirada no se veía otra cosa que su resolución por ser algo algún día.
Algo que logró bastante bien, con la ayuda del tío Sam.
Rafe entró en el baño y se quitó la ropa. Se quedó de pie, bajo el chorro de agua caliente. No podía casi mantener los ojos abiertos. Al poco tiempo, cerró el grifo y se secó con la toalla. Después, se fue a la cama y se durmió.
Cuando Rafe cerró la puerta de su habitación Mandy se fue a la cama. Ranger la acompañó y se quedó con ella, hasta que se metió en la cama y apagó la luz.
Después, se rascó la cabeza y se tumbó en la alfombra, dando un suspiro.
Ojalá ella pudiera hacer lo mismo.
La aparición de Rafe McClain de forma tan inesperada la había dejado conmocionada. Sin embargo, no tenía más remedio que admitir que si había alguien que podía resolver el misterio de la desaparición de Dan, ese alguien era Rafe.
Debería estar aliviada de que hubiera acudido. Además, si Dan le había escrito a su amigo, eso quería decir que Dan se había metido en algún problema. De lo contrario no le habría escrito a Rafe.
Sus pensamientos se concentraban una y otra vez en Rafe. ¿Cómo era posible que una persona que no había visto en doce años, todavía siguiera teniendo el mismo efecto en ella?
Nunca podría olvidar el día que lo vio por primera vez en el rancho. Él tenía catorce años, la misma edad de Dan. Ella once.
Llevaba unos pantalones viejos y el pelo largo. No había cambiado mucho, pensó.
Mandy estaba en su habitación, un sábado por la mañana, decidiendo si tenía que retirar todas las muñecas y las cosas con las que jugaba de pequeña. Todavía seguía jugando con ellas de vez en cuando, pero sólo cuando sabía que Dan no la iba a descubrir. Si las guardaba, tendría más espacio. El colegio empezaba el lunes y tenía que organizar la habitación y prepararla para el nuevo curso escolar.
Era duro ser demasiado mayor para jugar a las muñecas, y demasiado joven para salir con chicos.
Oyó a los perros ladrar y miró por la ventana, para ver qué era lo que los había alterado. Vio a un chico alto y muy delgado al lado de la puerta que separaba el jardín del resto del rancho. Se había quedado quieto como una estatua, mientras los perros corrían a su alrededor.
De pronto se oyó la voz de Dan.
—¡Hola, Rafe! ¿Qué tal? —Dan mandó callar a los perros y lo invitó a entrar.
Mandy recordaba vagamente a ese chico. Había ido al mismo colegio en Wimberley que Dan y ella habían ido. Los dos chicos iban a ir al instituto ese otoño.
Pero hacía bastante tiempo que no lo había visto.
Y había vuelto. Mandy bajó las escaleras y salió al porche. Le sorprendió oír lo que Rafe estaba diciendo.
—Estoy buscando trabajo.
Dan se echó a reír.
—¿En serio? ¿Es que no vas a volver al instituto?
Me voy a matricular el lunes, pero para ello tengo que vivir por aquí. Así que he pensado que podría trabajar en el rancho por las tardes y los fines de semana, hasta que termine de estudiar.
Dan estiró la mano y tocó una herida que Rafe tenía en un ojo.
—¿Qué te ha pasado?
—Qué más da.
—¿Tu padre?
—Déjalo.
—¿Viven todavía en Texas?
—Sí.
—¿Saben dónde estás?
—No —frunció el ceño—. ¿Se lo vas a decir?
—No, si no quieres que se lo diga. ¿No intentarán localizarte?
Rafe se echó a reír, pero no parecía muy alegre.
—No creo.
Rafe pasó al lado de Dan y vio que Mandy los estaba mirando. Miró hacia otra parte. Dan volvió la cabeza y la miró.
—Deja de meterte donde no te llaman y vuelve a casa —le gritó.
Sin decir una sola palabra, Mandy entró en la casa. Se fue a buscar a su madre y la encontró en el patio, trabajando en su jardín, como de costumbre.
—Mamá, ha venido un chico a pedir trabajo.
Crenshaw Su madre se sentó sobre sus talones y miró a Mandy con cara de asombro.
¿Y por qué me lo dices a mí, cariño? Tu padre es el que se encarga de eso.
—Es un crío.
—Su madre sonrió.
—¿De verdad? ¿Cuántos años tiene?
—Los mismos que Dan. Estaban en la misma clase, hasta que Rafe se trasladó a otro sitio, o algo parecido.
—¿Rafe?
—Es el nombre del chico.
Su madre se levantó, se limpió las rodillas y se quitó los guantes. Después, se ajusto el sombrero y se fue hacia la casa. Vio a los dos chicos sentados en las escaleras y se acercó a ellos.
Mandy la siguió.
—Hola, soy la madre de Dan, Amelia Crenshaw —dijo, ofreciéndole la mano a Rafe. Mandy notó que su madre actuaba de la forma más natural.
Rafe se quedó mirando su mano. Después se la estrechó y la soltó de forma inmediata.
—Hola, me llamo Rafe McClain.
—Amanda me ha dicho que buscas trabajo. ¿Es cierto?
Dan traspasó a su hermana con la mirada. Ella le sonrió.
Rafe se aclaró la garganta.
—Sí, señora.
—Pero será después de que termines el colegio, ¿no?
—Sí, señora.
—Bueno, ¿por qué no entras y tomas algo? El padre de Dan vendrá dentro de una hora, más o menos. Cuando llegue, hablas con él.
Mandy se dio cuenta de lo tenso que estaba Rafe. Miraba a todas partes, menos a su madre.
—No importa —murmuró—. Volveré un poco más tarde.
—Tonterías —le dijo su madre con amabilidad, sonriéndole—. Te quedarás a cenar con nosotros. Dan te enseñará la casa, después de que tomemos algo —subió las escaleras y cruzó el porche, sin dudar un segundo que los chicos la iban a seguir.
—Cotilla —murmuró Dan, cuando pasó al lado de Mandy, aprovechando para tirarle del pelo.
—¿Qué secreto hay en buscar trabajo? —le preguntó, apartándole la mano.
Rafe la miró y sonrió.
—Nada —ella le devolvió la sonrisa. Le gustaba aquel chico de ojos negros y tristes.
Horas más tarde, cuando ya habían acabado de comer, el padre de Mandy le hizo a Rafe un montón de preguntas, para saber lo que sabía hacer, pero en ningún momento le preguntó el porqué necesitaba un trabajo y un sitio para vivir. Mandy tenía la sensación de que su padre ya lo había averiguado de antemano.
Y así fue como Rafe McClain se hizo un hogar en el rancho durante ese mes de agosto. En la casa había una pequeña casita, con una habitación bastante grande y un baño, entre la casa principal y los graneros.
Su padre le había invitado a quedarse allí.
Nadie hizo comentario alguno sobre que no tuviera ningunas pertenencias.
Aparecía a la hora de las comidas con alguna camisa vieja y pantalones de Dan. Su padre le dijo que le iba a asignar un sueldo. Y así fue como se compró zapatos y se cortó algo el pelo. Trabajaba desde el amanecer, hasta que se tenía que ir al instituto y después cuando volvía hasta que oscurecía.
En los cuatro años que estuvo allí, Mandy acabó enamorándose de él. Pero Rafe ni siquiera notaba su presencia.
Mejor hubiera sido dejar las cosas de esa manera. La vida hubiera sido más fácil para ambos.
El sonido de las voces y de gente trabajando en el rancho despertó a Rafe a la mañana siguiente. Abrió los ojos y recordó por qué había vuelto a Texas. Se incorporó y gruñó, al sentir que le dolía todo el cuerpo.
Se levantó y se fue hacia el armario, para buscar unos calzoncillos. Cuando abrió los cajones, se quedó asombrado. No había ropa de saldo. Eligió unos calzoncillos de seda y sonrió. A su amigo le gustaba el lujo. Ya le tomaría el pelo la próxima vez que lo viera.
Si es que lo veía.
Abrió la puerta del vestidor y entró. En una pared había un montón de perchas con trajes, camisas y en el suelo una fila de zapatos, todos muy brillantes. También había vaqueros y botas.
Interesante.
Trató de recordar la última vez que había hablado con Dan, o que le había escrito. Recibió una carta hacía un par de años, invitándole a su boda y para que fuera su padrino.
Crenshaw Antes de que Rafe tuviera tiempo de responder, para decirle que no, porque seguro que no era bien recibido en la familia Crenshaw, Dan le había escrito otra carta comunicándole que no se iba a casar.
¿A qué se dedicaba Dan, para necesitar tanto traje y corbatas tan caras?
Descolgó una de las camisas de trabajo y se la puso. Le quedaba bien. No tuvo tanta suerte con los vaqueros. Parecía que Dan había engordado un poco. Rafe estuvo revolviendo, hasta que encontró unos pantalones que le servían.
Estaban un poco desgastados en las rodillas y en las culeras. Seguro que esos pantalones llevaban allí desde los tiempos que iban al instituto.
Luego, se puso unos calcetines, antes de ponerse sus botas.
No había señales de Mandy, pero había dejado evidencia de que había entrado en la habitación. Sobre la mesa, había una bandeja con bizcochos y un plato con beicon. Hacía bastante tiempo que no había probado bocado. Se sirvió una taza de café y se hizo un bocadillo con el beicon.
Miró por la ventana, pero no vio a Mandy por ningún sitio. Una de las primeras cosas que tenía que hacer era sacar su bolsa de entre los arbustos donde la había escondido. Después, hablaría con alguien para que devolvieran el coche que había alquilado. Se dirigió hacia la puerta de atrás y la abrió. Quería hablar con el capataz, para saber lo que pasó la noche que Dan desapareció.
Salió al porche y caminó hacia la puerta de entrada. Casi había llegado, cuando de pronto sintió un sonido a su espalda. No le dio tiempo ni siquiera a volverse.
Sintió un golpe en la cabeza.
Lo último que vio fue el camino de piedra justo en sus narices.