El hábitat

EL TERRITORIO DE LA ACTUAL Euskal Herria ha ido sufriendo a lo largo de los centenares de miles de años en los que los seres humanos lo han ocupado, numerosas e importantes transformaciones. Los sucesivos cambios climáticos han modificado un paisaje que se nos presenta variado en cada uno de los períodos prehistóricos, dada la gran diversidad de relieves y ubicaciones. Zonas de montaña con diferentes cotas sobre el nivel del mar, estrechos valles atlánticos o amplios valles en la vertiente mediterránea se verán afectados por frecuentes modificaciones climáticas de formas muy diferentes, facilitando o dificultando los establecimientos humanos en cada momento según fuese la idoneidad del lugar y dependiendo de la existencia de materias primas básicas para cada una de estas poblaciones: acceso a recursos como el agua y alimentos de tipo animal y vegetal, básicamente a lo largo del Paleolítico, y disponibilidad de pastos y tierras adecuadas para los cultivos a partir de la etapa neolítica.

La observación de mapas de distribución de los yacimientos correspondientes a distintos momentos de nuestra Prehistoria muestran aparentemente las preferencias de las sucesivas poblaciones que ocuparon el territorio y su relación con las condiciones climáticas de los diversos lugares. En este sentido, hasta hace escasas fechas se pensaba que una vez finalizados los rigores climáticos de la última glaciación, y ya iniciado el Epipaleolítico, la ocupación del territorio sería muy superior a la de etapas anteriores, debido en gran medida al hecho de haber quedado libres de nieve y con mejores condiciones climáticas amplias zonas de nuestro espacio que anteriormente serían inhabitables. Sin embargo, recientes hallazgos de restos materiales, principalmente de distintos tipos de sílex, prueban la ocupación de muchos de esos puntos incluso en los momentos climáticos más rigurosos, aunque fuese de manera estacional.

Pero si bien los seres humanos están íntimamente relacionados con los hábitats en los que se desenvuelven, tampoco debemos caer en un determinismo absoluto del medio sobre el hombre. Está claro que tanto el suelo como el clima marcarán unas barreras a las plantas y a los animales en cada momento, pero a pesar de ello, la especie humana dispondrá, dentro de unos límites, de importantes posibilidades de elección dentro de las condiciones que le ofrece la naturaleza, y tal como sugiere Gr. Clark (1980), si no lo considerásemos así tendríamos que suponer que los cambios producidos en los hábitats habrían sido por sí mismos los responsables de los grandes avances realizados por el hombre a lo largo de la Prehistoria.

Cuando un grupo humano se adapta de forma adecuada a un determinado ecosistema, en muchos casos se establece en él de forma prolongada, aun cuando pudiera ausentarse durante ciertos períodos de tiempo. Así, conocemos espacios de habitación, y en ocasiones funerarios, ocupados a lo largo de milenios de manera más o menos continua, conservándose claros testimonios de ello en las estratigrafías de nuestros yacimientos, en los que se suceden niveles diferentes pertenecientes a poblaciones distintas.

Así, por ejemplo, en la cueva de Lezetxiki (Arrasate) se ha podido definir una serie de ocupaciones correspondientes a distintos momentos del Musteriense; con posterioridad, el lugar fue nuevamente habitado en el Auriñaciense, para reutilizarse una vez más a lo largo del Gravetiense, y tras un período considerable de desocupación, acudir nuevas gentes en el Magdaleniense Final, y por último durante el Calcolítico-Bronce. Esta amplia secuencia cronológica está representada por restos de industrias líticas y óseas características de cada período, abundando entre las primeras los denticulados y las raederas en los momentos más antiguos y los buriles y raspadores en períodos más recientes del Paleolítico; asimismo aparecen cerámicas a partir del Calcolítico. Entre la fauna más representativa está el Ursus spelaeus deningeri (oso de las cavernas) y el Bos primigenius o Bison priscus (bisonte) en las primeras fases, además del Dicerorhinus kirchbergensis o Dicerorhinus bemitoechus (rinoceronte) y la Pantera spelaea (león de las cavernas), entre otras, siendo más frecuente ya en el Auriñaciense la Rupicapra rupicapra (sarrio), el Bos primigenius o Bison priscus (bisonte), el Cervus elaphus (ciervo) y la Capra pyrenaica (cabra montes), además del Ursus spelaeus (oso de las cavernas), y en el Magdaleniense la Rupicapra rupicapra (sarrio), el Cervus elaphus (ciervo) y la Capra pyrenaica (cabra montesa), además del Canis lupus (lobo).

Si analizamos un poblado al aire libre, el de La Hoya (Biasteri) nos puede servir de modelo. La superposición en el interior del recinto fortificado de tres fases principales de ocupación se reflejarán, entre otras cosas, en cambios en la concepción del espacio así como en la forma de construir tanto las viviendas u otros edificios, como los sistemas defensivos: la primera ocupación gira en torno al siglo XV antes de nuestra Era, y se encuentra defendida mediante una empalizada de madera y, algo más larde, por una defensa muy elemental de mampostería. Ya en el siglo XII, una nueva población queda patente principalmente a naves del análisis de los tipos constructivos, y ya en el siglo IV, se aprecia un importante cambio en muchos aspectos al hacer acto de presencia la cultura celtibérica; el poblado se abandona definitivamente en torno al siglo I antes de nuestra Era, sin llegar a ser romanizado.

Sin embargo, quizá sean las sierras de Urbasa y Entzia uno de los mejores modelos para observar dentro de Euskal Herria cómo un mismo territorio ha mantenido una ocupación a lo largo de la mayor parte de la Prehistoria, utilizando los recursos naturales allí existentes. En este altiplano está constatada la presencia humana a lo largo del Paleolítico Inferior, Medio y primer tercio del Superior, así como en los diferentes períodos postpaleolíticos; así, durante el Epipaleolítico, Neolítico, Edad del Bronce y Edad del Hierro han continuado subiendo a la sierra poblaciones que han ido dejando testimonio de su presencia y del aprovechamiento de las canteras de sílex. Igualmente se han desarrollado en esas zonas actividades pastoriles a partir del Neolítico, e incluso, según se desprende del hallazgo de hachas pulidas, azuelas, hojas de hoz de sílex y molinos, han tenido lugar trabajos agrícolas y de explotación de los bosques (I. Barandiaran, et alii, 1990).

Para lograr una reconstrucción del paisaje a lo largo de los diferentes períodos prehistóricos deberemos tener en cuenta principalmente lo que nos digan los estudios sedimentológicos, palinológicos, carpológicos y antracológicos, así como los paleontológicos. Todos ellos se practican habitualmente en las diferentes intervenciones arqueológicas y poco a poco nos están permitiendo que nos hagamos una mejor idea de las condiciones en que vivieron nuestros antepasados.

Si retrocedemos a los momentos más antiguos en que los seres humanos se asentaron en nuestro territorio, debemos conformarnos con tan sólo anos escasos testimonios. Los hallazgos conocidos hasta ahora del Paleolítico Inferior guardan relación con ocupaciones generalmente al aire libre, en las cercanías de algunos de los grandes ríos (terrazas del Ebro, Atturri y Ega). No obstante, hay que tener en cuenta que estamos refiriéndonos a una muestra muy pequeña de materiales, por lo que pudiéramos encontrarnos en el futuro con asentamientos en otro tipo de enclaves, si bien muchos de ellos pueden haber desaparecido a causa de la erosión. En el territorio de Nafarroa los restos se localizan en la zona de Urbasa (Aranzaduia y Mugarduia), en cuevas como Coscobilo (Olatzagutia) y Abauntz (Araitz) y en una serie de yacimientos de la cuenca de Iruña (Arazuri, Cordovilla, Gazolaz, Ibero, Orkoien y Paternain); asimismo se vienen descubriendo bifaces fuera de contexto en Lunbier, Lizarra, Lezaun, Viana, Dicastillo y Allo, además de las cuarcitas halladas en Zuñiga. La mayor parte de estos materiales podrían situarse en el período Achelense Superior-Final e incluso en el Musteriense de Tradición Achelense, y en algunos casos, como los de la cuenca de Iruña, en el Achelense Medio (J. Armendariz, 1997-98). En Araba, igualmente, se han descubierto una serie de restos adscritos por sus características al Paleolítico Inferior Final; se sitúan en diecisiete puntos en torno al embalse de Urrunaga, dentro de las estribaciones orientales del macizo de Gor-bea, pero todos ellos se descubrieron fuera de estratigrafía (A. Sáenz de Buruaga, et alii, 1988-1989). En Bizkaia y Gipuzkoa se tienen algunas noticias, confirmadas en parte, de materiales de estos momentos más antiguos; finalmente, en el territorio de Lapurdi se conocen una serie de piezas halladas en Larralde, Bidart, Le Basté y región de Baiona, asignadas al Paleolítico Inferior.

Con los restos más antiguos que hoy conocemos en Euskal Herria, y que se remontan hasta hace aproximadamente 125.000 años, se correspondería una climatología templada y húmeda, presentando el paisaje abundantes bosques caducifolios formados por pinos, robles, castaños, avellanos y nogales.

A lo largo del Paleolítico Medio, los hábitats se localizaban tanto en áreas costeras como en valles estrechos, zonas abiertas, graveras de aluvión o, en ocasiones, en zonas interiores de mayor altitud, aprovechando en unos casos la existencia de cuevas y abrigos, y en otros estableciéndose al aire libre. Los yacimientos más significativos, y en gran parte estudiados, son por territorios los siguientes: en Bizkaia, la cueva de Venta Laperra (Karrantza), el abrigo de Axlor (Dima) y los depósitos costeros de Kurtzia (Getxo-Berango-Sopela-Barrika); en Araba, la cueva de Arrillor (Zigoitia) y el yacimiento al aire libre de Murba (Trebiñu); en Gipuzkoa, las cuevas de Amalda (Zestoa) y Leze-txiki (Arrásate); en Nafarroa, los conjuntos al aire libre de Urbasa y las cuevas de Coscobilo (Olazagutia) y Abauntz (Araitz); en Lapurdi, los abrigos de Olha I y II (Kanbo); en Behenafarroa, la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) y en Zuberoa, la de Gatzarria (Atharratze).

De entre todos estos yacimientos, tomaremos como ejemplo el conjunto de Urbasa y la cercana cueva de Coscobilo asociada a el, con el fin de reconstruir lo que podría ser una organización del espacio a través de las diferentes estaciones del año. Así, las gentes del lugar habitarían durante el invierno en la cueva de Coscobilo (Olazagutia), trasladándose al llano de Urbasa en verano, cuando ya la nieve hubiese desaparecido. Allí dispondrían de importantes yacimientos de sílex y de caza abundante que habría subido para alimentarse de los pastos de altura. En esa sierra establecerían campamentos temporales relacionados con actividades como la talla de sílex (yacimiento de Mugarduia) o la caza (yacimientos de Balsa de Aranzaduya y Fuente de Andasarri, entre otros), aprovechando muchos de estos puntos para aprovisionarse de agua así como para capturar animales que acudirían a ellos para beber. Así nos encontraríamos con asentamientos de verano de la zona sur del Raso como el citado de Fuente de Andasarri, el de la Fuente de Aciarri o el de Regajo de los Yesos. Mientras tanto, otra parte del grupo podría seguir habitando durante el verano en la cueva de Coscobilo (L. Montes, 1988).

Es asimismo significativo para profundizar en el habitat durante el Paleolítico Medio el abrigo vizcaíno de Axlor (Dima), situado a 320 metros sobre el nivel del mar y desde donde se domina el río Indusi que transcurre 15 metros por debajo de la cavidad. La zona montañosa en la que se localiza y las características del relieve circundante convierten este enclave, con una importante ocupación correspondiente al Musteriense, en un lugar idóneo para la caza de ungulados. El hallazgo de abundantes industrias líticas, en su mayor parte de sílex, así como de miles de restos óseos, hacen de este yacimiento un punto refencial para el conocimiento del habitat de estos momentos. Según J.M. de Barandiaran (1980), el aprovisiona miento de sílex podría haber tenido lugar en Irupagota, zona no muy distante del abrigo, en donde los cantos de este material son numerosos.

Adentrados ya en el Paleolítico Superior, sus gentes van a verse afectadas por la glaciación Würm, es decir, tendrán que soportar un clima dominantemente frío, dulcificado temporalmente durante los períodos interglaciares. Esta situación se prolongará hasta el final de Paleolítico viéndose reflejada, en lo que a la vegetación se refiere, en una escasez de arbolado, en su mayoría pinos y algunos arbustos; en cuanto a la fauna, se producirá la llegada de especies correspondientes a climas fríos tales como el zorro y la liebre polares o el reno, el mamut y el rinoceronte lanudo.

No obstante, el hecho más significativo que va a acarrear la bajada de temperaturas es el de la delimitación de una serie de zonas en las que va a ser prácticamente imposible la vida para los seres humanos, principalmente cuando el frío se haga más riguroso. Así, la cota de nieve perpetua se situaría en torno al periodo glaciar por debajo de los mil metros sobre el nivel del mar, con lo que amplias superficies de terreno no serían habitables en estos momentos y obligarían a las poblaciones de cromagnones a establecerse, bien en el interior por debajo de los 500 metros de altitud o en zonas próximas a la línea de costa. Esta, durante el período Solutrense, hace unos 22.000 años, estaría unos cinco kilómetros más alejada que en la actualidad, entre uno y dos kilómetros en el Magdaleniense y entre medio y uno en el Aziliense, según J.M. Merino (1991); estas variaciones del nivel de las aguas marinas fueron el resultado de la fusión de los bancos de hielo en los períodos interglaciares y de la reconstrucción en los glaciares. Ya durante los estadios superior y final del Magdaleniense, paralelamente al retroceso de los gla-i lares, se producirá una ocupación más amplia y diversa del espacio que en etapas anteriores, pudiéndose establecer ya en estos momentos en cotas más elevadas.

La vida en el interior de las cuevas es un hecho frecuente a lo largo de este período, conociéndose en la actualidad algo más de sesenta enclaves de habitación. En los casos en que era posible, se elegían cavidades que contasen con características adecuadas para ser habitadas, viviendo generalmente en la zona de la entrada, donde penetraba la luz, al mismo tiempo que se protegían del frío y de la lluvia; habitualmente optaban por aquéllas cuya orientación de la entrada daba hacia el sur o el suroeste con el fin de disponer de una mayor luminosidad natural y de temperaturas más elevadas. Intentaban así mismo ocupar cuevas no excesivamente húmedas ni con grandes corrientes de aire. Las dimensiones de estos recintos solían permitir establecerse a grupos más o menos numerosos de moradores, principalmente en los lugares centrales de habitación. La abundancia de materiales hallados junto a la boca de algunas de estas cuevas nos hace pensar en la posibilidad de que existieran construcciones artificiales añadidas para aumentar el espacio habitable, tal y como ha sido documentado en alguna ocasión.

La utilización de algunas de estas cuevas de forma estacional, ya sea como asentamiento base o especializado, permitirá optar a sus ocupantes por lugares menos confortables que si se tratase de habitarlos durante una estancia prolongada, pero siempre y cuando cuenten con características como una ubicación estratégica para la caza, la pesca, la recogida de materia prima (sílex, madera) u otra serie de labores especializadas, teniendo preferencia aquellos puntos desde los que se dominen zonas de valle o espacios amplios. Este tipo de asentamientos estacionales presentan características diversas, llegando a alcanzar en ocasiones una considerable entidad, o por el contrario, ser apenas posible su identificación al haberse utilizado tan sólo como punto de ojeo y estancia breve, por ejemplo, dentro de una actividad cazadora.

En la actualidad conocemos numerosos yacimientos base o de ocupación permanente habitados en Euskal Herria a lo largo del Paleolítico Superior y Epipaleolítico, destacando entre otros los de Isturitz (Izturitze-Donamartiri), Santimamiñe (Kortezubi), Lumentxa (Lekeitio), Lezetxiki (Arrásate), Urtiaga (Deba), Aitzbitarte (Errenteria), Berroberna (Urdax) o Zatoya (Aban rregaina). Del mismo modo, son frecuentes los de carácter esta cional, comprobándose esta utilización temporal del habitat a través de diferentes estudios, entre ellos el de ¡os animales caza dos. Así, en la cueva de Zatoya, a través del análisis de los huesos de un ciervo recién nacido, y por tanto capturado en el mes de junio, así como el de los de un potrillo cazado entre mayo y junio, podemos llegar a conocer que esta cavidad estuvo ocupa da durante el Magdaleniense entre finales de la primavera y comienzos del verano, siendo abandonada ya avanzada esta última estación. Ya a finales del Magdaleniense, el período de estancia en la cueva fue mayor, habitándose casi la mitad del año, y siendo abandonada durante los meses de invierno y los inmediatamente anteriores y posteriores; en este período (entre junio y septiembre) cazaron crías de jabalí, corzo y cabra, y otros animales más entre mayo y junio. Algo similar ocurre en este mismo yacimiento a lo largo del Epipaleolítico (I. Barandiaran, A. Cava, 1989). En la cueva de Ekain (Deba) también está confirmada la estacionalidad de la ocupación a partir del estudio de los cervatillos recién nacidos cazados en el lugar, siendo durante los meses de verano y el comienzo del otoño cuando practican la caza, muy probablemente sorprendiendo a las ciervas en el momento del parto o en los días siguientes, justo en el período en que se separa del rebaño junto a sus crías de años anteriores. El hecho de que las parideras se suelan localizar en puntos fijos facilitaría la captura de estas jóvenes piezas (J. Altuna, J.M. Merino, 1984).

En los territorios situados al norte de los cordales pirenaicos, se aprecian asimismo durante el Magdaleniense diferentes tipos de hábitats: los que pueden denominarse de ocupación permanente, bien acondicionados y con importantes industrias, y los estacionales o de temporada, en los que se establecerían cazadores u otros grupos durante etapas del año delimitadas; estos últimos cuentan con menores cantidades de industrias, y los yacimientos norpirenáicos de Isturitz, Enléne y Duruthy pertenecerían al primer grupo y los de Les Eglises, EOeil y la Cauna de Belvis, al segundo (J. Clottes, 1974).

A lo largo de estos milenios, tanto las cuevas como los abrigos bajo roca serán acondicionados frecuentemente por sus moradores para así disponer de un espacio más confortable en el que pasar un número importante de horas. Para ello en algunos casos modificará la superficie de las zonas más frecuentadas con el fin de evitar la acumulación de agua o barro, llegando incluso a colocar piedras de diferentes tamaños a modo de empedrado para disponer de un firme más seco y cómodo, horizontalizar el terreno y eliminar los huecos. Ejemplos significativos, en este sentido son el suelo empedrado con pequeñas piedras que se extiende por toda la sala de entrada de la cueva de Praile Aitz I (Deba) durante el período del Magdaleniense Inferior o la regularización a base de lajas que los ocupantes de la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) llevaron a cabo en el Magdaleniense Medio para aislarse de la humedad del estrato arcilloso inferior. Existen igualmente testimonios de la realización de otra serie de trabajos tales como la colocación de piedras alineadas o cubriciones a base de ramas, pieles, tepes o incluso piedras. Asimismo se practicaron en ocasiones agujeros en el suelo con el fin de recoger agua, guardar alimentos o utensilios diversos. Incluso la ubicación de los hogares en lugares determinados de la cavidad debe ser considerada como un elemento fundamental en el acondicionamiento del espacio de habitación, al proporcionar luz y calor a una zona concreta seleccionada como estancia.

Además del acondicionamiento de! espacio habitable y de la ubicación del hogar, suelen establecerse lugares concretos para cada una de las actividades; así, pueden determinarse las zonas para fabricar o retocar los instrumentos, los puntos donde comer, en los que depositar los restos de comida y el espacio para descansar. Este último lugar pudo haberse cubierto con vegetales o pieles con el fin de hacerlo más confortable. Toda esta organización del espacio es un hecho de gran importancia dentro de la vida cotidiana de las poblaciones prehistóricas; por ello es conveniente conocer la función o funciones a las que estuvo dedicado el lugar, ya que no será igual la forma de organizar un habitat permanente que uno de utilización temporal, ya sea éste para realizar actividades de caza o de aprovisionamiento de diferentes materias primas. Pero la ordenación del recinto dependería también de sus dimensiones y del número de miembros que lo ocupasen.

La distribución espacial dentro de un yacimiento de una serie de elementos como los fuegos, los instrumentos, los restos de fauna o incluso los espacios vacíos ofrecerán así una valiosa información al arqueólogo para determinar esas formas de estructurar el espacio disponible. Destacamos a continuación dos de esos elementos de gran trascendencia: la luz y el calor. Sobre ambos, L.R. Binford (1998) ha escrito lo siguiente: «la propagación del calor dentro de un edificio es aproximadamente simétrica, mientras que la luz se distribuye de forma asimétrica, en función del diseño de la estructura. Por tanto, las actividades que requieren tanto luz como calor (diversas tareas de fabricación y preparación) se localizan en el cuadrante más iluminado de la casa y son llevadas a cabo en gran parte durante el día, en un área de uso intensivo; otras actividades que precisan únicamente de calor y de un mínimo de luz (por ejemplo, comer y dormir) se concentran en las áreas de la casa escasamente iluminadas por la claridad que proviene del exterior». Tal y como sugiere este investigador, la temperatura existente en el exterior de la vivienda será un factor importante a tener en cuenta que determinará la organización del espacio; así, cuanto menor sea la temperatura, mayor será el número de actividades que tendrán que desarrollarse dentro de espacios protegidos; por el contrario, en los períodos en que el clima sea más benigno, las posibilidades de ocupar, al menos durante el día, una serie de espacios próximos al recinto cerrado o protegido, serán mayores.

Ligado al conocimiento del espacio habitable está el tema de su limpieza, algo fundamenta] en los distintos períodos prehistóricos. Los residuos procedentes de las variadas actividades ocuparían espacios que muy posiblemente serían necesarios para otros usos. Además, muchos de estos restos producirán incomodidades para andar, malos olores, etc. Tal vez por ello suele ser I recuente observar durante los trabajos de excavación de determinados yacimientos, cómo muchos de estos materiales (residuos óseos procedentes de animales consumidos principalmente), fueron apartados fuera de los recintos, o dentro de las cuevas arrojados a los lados, junto a las paredes. Pero, no obstante, esta actividad de limpieza estaría en función de lo frecuentado que fuese el lugar así como del número de labores que en él se desarrollasen y de la cantidad de individuos que la habitaran.

En este sentido, frecuentemente se ha especulado con el numero de ocupantes de una determinada cueva en un momento concreto; por ello, una serie de autores han realizado estimaciones, generalmente en función de las dimensiones del espacio limitado, y así, para el Paleolítico Superior se ha calculado por ejemplo que en la cueva de Santimamiñe (Kortezubi) vivirían entre 15 y 30 personas, en Aitzbitarte IV (Errenteria) entre 20 y 40 al igual que en Berroberria (Urdax); entre 10 y 18 en Zatoya (Abaurregaina) y entre 8 y 15 en Ekain (Deba). (I. Barandiaran, A. Cava, 1989). Durante el Epipaleolítico, en la pequeña cueva de Kukuma (Araia), el grupo de cazadores debió ser muy poco numeroso (A. Baldeón, E. Berganza, 1997).

Paralelamente a la ocupación de las cuevas y abrigos, durante estos momentos fríos del Paleolítico, existían establecimientos al aire libre dentro de la actual Euskal Herria, sobre todo en las zonas sin cavidades; pero su localización resulta muy difícil dentro de la vertiente atlántica, debido a la densa cubierta vegetal actual y a la peor conservación de los restos. Sin embargo, basándonos en los yacimientos conocidos en otros puntos del planeta sabemos que las viviendas al aire libre fueron levantadas en estos momentos y que presentaban formas diversas, con plantas circulares, semicirculares, ovales o rectangulares según los casos, y con cubiertas cónicas o de cúpula, que construirían a base de elementos vegetales, pieles o barro; en algunas zonas septentrionales se llegaron a emplear incluso grandes huesos de mamuts para levantar estas viviendas, que con el paso del tiempo irían siendo más confortables, y probablemente serían transportadas de un lugar a otro cuando sus ocupantes decidieran cambiar de emplazamiento, tal y como hacen en la actualidad los pueblos nómadas.

Numerosos investigadores han trabajado durante años en torno a un tema de gran interés: la funcionalidad de los diferentes yacimientos y los territorios de explotación. Generalmente, era admitido que entre los primeros humanos una gran concentración de huesos de animales asociada a un pequeño número de piezas líticas correspondería a un lugar de cacería y posterior descuartizamiento. Si por el contrario los instrumentos de piedra eran abundantes y escasos los huesos nos situaríamos ante un taller. Si fueran pocos los huesos y las industrias líticas, el lugar se correspondería con un asentamiento provisional y si ambos tipos de materiales eran abundantes entonces se trataría de un lugar de habitación (G. Isaac, 1971).

Sin embargo, este esquema puede no ser válido de una manera absoluta; en este sentido L.R. Binford (1998) se plantea diferentes preguntas con respecto a la relación entre los lugares de caza y de habitación de estas poblaciones antiguas, dudando de si comían y dormían en el mismo lugar y si, por lo tanto, llevaban la caza desde el punto de la captura hasta el de habitación o, por el contrario, consumían la carne allí en donde había sido cazada. Para profundizar en el tema plantea una serie de reflexiones relacionadas con la vida que se desarrolla en torno a una charca africana en Namibia en la actualidad: a ella acuden diferentes especies animales a beber convirtiéndose el lugar en un punto estratégico en el que los animales carnívoros pueden capturar a los ungulados. Estos dominan las fuentes de agua al mediodía, pero al ir poniéndose el sol comienzan a retroceder a los límites del valle y a ascender a zonas más elevadas, dispersándose. Al ocaso los depredadores ocuparán progresivamente las charcas. Esos puntos de agua serán reflejo a través de los restos de huesos de la matanza de animales así como de la actividad de los carroñeros. La llegada al siguiente día de los ungulados los vuelve a convertir en potenciales presas de los carnívoros.

Basándose en este proceso, el investigador citado pone en cuestión la teoría, muy extendida en la que se considera que las poblaciones paleolíticas habitaban frecuentemente en torno a las charcas o puntos de agua. Los primates, incluidos nosotros, son seres diurnos y mal adaptados para la caza o la defensa durante la noche; así, a pesar de disponer de elementos como el fuego o las armas, no parece muy aceptable considerar que se eligieran puntos tan frecuentados por animales carnívoros para establecer sus hábitats estables y pernoctar en ellos. En ese sentido, recuerda que las poblaciones primitivas de diferentes lugares del continente africano no acostumbran a asentarse en esos espacios. Los pueblos actuales, al igual que lo harían las gentes del Paleolítico, acuden allí a beber e incluso a cazar animales o a alimentarse de carroña. Tal vez por ello en esas áreas se recogen restos de huesos pertenecientes a animales muertos por otros animales o cazados por el hombre, junto a industrias fabricadas por gentes paleolíticas, sin que ello signifique que fuesen forzosamente lugares de habitación estable, sino tal vez enclaves en los que cazar e incluso comer lo capturado o una parte de ello; posteriormente se desplazarían a zonas más seguras.

Una vez finalizada la rigurosidad climática del Tardiglaciar, se continuará con la ocupación de abrigos y pequeñas cuevas a las que ocasionalmente se adosarán estructuras exteriores con el fin de lograr su ampliación. En estos momentos surgirá la posibilidad de poblar nuevos espacios, hasta ahora vedados para el ser humano, lo que permitirá optar por una mayor variedad de enclaves, al aire libre, como San Esteban (Tolosa) o en cueva, como Aizpea (Aribe).

El abrigo de Aizpea, junto al río Irati, a una altitud de entre 700 y 720 metros sobre el nivel del mar, orientado hacia el sur y por tanto protegido de los vientos dominantes de la zona, fue ocupado hace entre 8.000 y 6.000 años y ha sido excavado y estudiado por I. Barandiaran y A. Cava, apoyados por un amplio equipo de colaboradores. Su ubicación, las condiciones del paisaje, así como el estudio del terreno, los recursos existentes y la estacionalidad de la ocupación, nos permiten ponerlo como ejemplo de un período en el que la dulcificación de las temperaturas abre nuevas perspectivas a las poblaciones de las etapas postpaleolíticas. La vida en este enclave a lo largo del Mesolítico y comienzos del Neolítico está basada en una supervivencia a partir de la caza de ungulados salvajes, la pesca, la recogida de vegetales, así como en la utilización de otros recursos, principalmente el lítico, para la fabricación de utensilios, no apreciándose aún síntomas de domesticación animal ni de desarrollo de la agricultura.

Por lo que se refiere al paisaje, cuenta con una matizada influencia oceánica, dentro de una zona de valles pirenaicos con temperaturas más suaves que las de las cercanas cumbres del Pirineo. El río Irati, de caudal bastante regular, discurre por la zona. Durante el período en que se ocupa el abrigo se daría una expansión del bosque, con robles, alisos, abedules, avellanos, chopos, rosáceas como el endrino y el manzano, olmos, pinos, fresnos y bojes, además de otras especies. La fauna, básica para la alimentación de estas poblaciones, refleja la diferencia de eco sistemas de las inmediaciones, asociándose los grandes bóvidos a los espacios abiertos, los ciervos, los jabalíes, los corzos y los gatos monteses a zonas boscosas más cerradas (monte bajo) y las cabras monteses y los sarrios a paisajes de roquedo y de montaña alta y abrupta. Sin embargo, dentro del amplio espacio de tiempo en que se habita el yacimiento, se producen una serie de modificaciones que pueden resumirse así: en los momentos más antiguos de la ocupación, el medio es más seco y extremado, correspondiéndose con el final del Boreal, y en el que perdurarían algunos árboles de climas más fríos. Ya en el período intermedio de la ocupación, en lo que sería el período Atlántico, tendrá lugar el desarrollo del robledal mixto dentro de un clima más cálido y húmedo, mientras que en los últimos momentos de la estancia en la cavidad, también dentro del período Atlántico, se producirá un aclaramiento del bosque motivado por la acción humana, principalmente para recoger leña. La localización de la cavidad hace pensar a sus excavadores que probablemente su ocupación tuvo lugar durante los meses del año en que las temperaturas eran más suaves, concretamente durante el verano y el otoño (I. Barandiaran, A. Cava, 2001).

En cuanto al área inmediata de explotación del medio, los ocupantes de Aizpea podían acceder en dos horas de camino a una superficie de entre 120 y 140 kilómetros cuadrados, si bien esos espacios podían verse obstaculizados por cortados o pendientes de diferente dificultad, así como por corrientes de agua de complicado vadeo, medios forestales densos u otras dificultades de aquel momento. En ese entorno se abastecieron de materias primas, de las cuales únicamente se han conservado hasta nuestros días las de piedra, principalmente sílex, aunque otras como las maderas, los cueros o las pieles, estuvieron muy probablemente presentes. El sílex lo obtendrían básicamente en el paraje de Artxilondo, distante entre 10 y 12 kilómetros del abrigo. Con él tallan numerosos instrumentos, a la vez que utilizan cantos y otras materias primas como el hueso, el asta, los dientes y las conchas. La caza de ungulados está documentada en este yacimiento a través de restos de ciervo, cabra montes, jabalí, corzo, gran bóvido y sarrio, dándose también gato montés, tejón, zorro y marta, aunque estos últimos serían ocupantes del abrigo en ausencia de los humanos. La actividad pesquera se aprecia sobre todo durante el Mesolítico, y en menor medida en el Neolítico, predominando los barbos, seguidos de los salmones y las truchas. En algunos de los niveles se han hallado anzuelos de los denominados rectos, fabricados en hueso. En cuanto a la presencia de restos de aves, todo apunta a que fueron cazadas, al menos en algunos casos, principalmente la paloma, la perdiz y las anátidas. Se aprovechan igualmente los vegetales, tanto para combustible como para alimentación; en los fuegos queman generalmente roble, y en menor medida, endrino, espino, así como tejo, boj y algo de pino, aliso, fresno, avellano y olmo. Con ¡a finalidad de alimentarse, recogen avellanas y frutos de rosáceas que dan pomos comestibles; además comerían brotes y plantas varias (I. Barandiaran, A. Cava, 2001).

Los establecimientos levantados al aire libre a partir del Neolítico y a lo largo del Eneolítico y Edad del Bronce coexistirán con hábitats en cueva, aunque estos últimos irán perdiendo peso progresivamente. Su localización es difícil, si bien disponemos de frecuentes hallazgos donde se dan concentraciones de materiales, principalmente líricos, y cambios de coloración de las tierras que indican el desarrollo de actividades humanas en esos lugares. Sin embargo, estos enclaves denominados de forma equívoca talleres de sílex por ser éste el material en el que están fabricadas la mayor parte de las industrias conservadas, no ofrecen por lo general información relativa a estructuras, si bien hay que tener en cuenta que han sido muy pocos los yacimientos de este tipo excavados. Pese a ello, sería en muchos de estos puntos donde las gentes que poblaban estos territorios, y que nos han dejado abundantes restos funerarios (dólmenes, túmulos y cuevas sepulcrales), levantarían sus sencillas cabañas de forma circular, con materiales tales como el barro, la madera y otros elementos vegetales. Con el paso del tiempo contarían así mismo con pozos, silos y otros elementos complementarios, aunque, por lo general, no se han conservado hasta nuestros días. Estos hábitats se situarían tanto en zonas bajas de valle como en otras más elevadas, en cuyo caso pudieran ya jugar un importante papel los conceptos de defensa y control de los pasos o vías estratégicas.

En el yacimiento de Los Cascajos (Los Arcos) se están descubriendo diferentes estructuras de habitación neolíticas definidas por pequeños agujeros de poste, presentando plantas de forma circular de entre 5,8 y 8 metros de diámetro. Se conserva en ellas el nivel de pavimento y carecen de poste central y de hogares en su interior. Se han localizado las puertas de acceso así como restos de manteado de barro, probablemente perteneciente a las paredes. (J. García, J. Sesma, 2001).

Algunos de estos restos de ocupaciones al aire libre están presentes principalmente en la vertiente mediterránea de Euskal Herria, y por las industrias que ofrecen habría que situarlos entre el Eneolítico y el final de la Edad del Bronce, aunque podrían tener su origen en algunos casos en el Neolítico avanzado y prolongarse incluso hasta la Primera Edad del Hierro. Este tipo de yacimientos abunda en áreas como la zona Media de Nafarroa o la Ribera, así como en el Alto Valle del Ebro y en la mayor parte del territorio alavés. Son habituales en ellos las industrias de sílex, muchas de ellas de tipo microlítico, además de las hachas pulimentadas, cerámicas y en ocasiones piezas metálicas de cobre y bronce, al igual que colgantes de piedra y cuentas de collar; en algunos casos se localizan también molinos de tipo barquiforme (I. Barandiaran, E. Vallespí, 1984).

La escasez de restos similares en la vertiente atlántica se debe en gran medida a la dificultad de la prospección a causa de la cubierta vegetal existente en la zona; sin embargo, determinados hallazgos como el reciente del alto de Etxegarate, hoy en estudio, nos demuestran cómo en esos momentos, principalmente a lo largo de la Edad del Bronce, una serie de poblaciones se establecen en sencillas estructuras de habitación al aire libre, en relación posiblemente con monumentos funerarios próximos, en este caso con el dolmen de Etxegarate. Además, en el territorio de Bizkaia han comenzado a aparecer este tipo de hábitats utilizados ya a partir de Neolítico Final y a lo largo de la Edad del Bronce; se constata su existencia en zonas elevadas de los cordales montañosos, al pie de los mismos o en sus laderas, en ocasiones, próximos a monumentos funerarios como dólmenes o túmulos.

En Nafarroa, el habitat durante el Neolítico Final y el Calcolítico ha sido estudiado de forma intensa en las Bardenas (J. Sesma, 1993), localizándose una serie de conjuntos líticos en superficie, generalmente de pequeño tamaño. En la actualidad se conocen en este territorio 83 lugares que son considerados como asentamientos temporales de gentes que recorrerían con sus ganados la Bardena de forma trashumante. Estos puntos se sitúan preferentemente en plataformas a media altura desde las que controlarían visualmente amplios espacios cerca de la cañada actual, lugar estratégico de paso para acceder a las diferentes zonas, y no estableciéndose por el contrario en las áreas bajas ni en los abundantes cerros testigos. Estas características se repiten en los yacimientos alaveses, asentándose durante el Eneolítico y los comienzos de la Edad del Bronce, en áreas abiertas sin protección, e incluso carentes de defensas artificiales, aunque con un buen control visual del entorno (L. Ortiz, 1987).

Dentro del Calcolítico Final y Bronce Antiguo, en lo que respecta al fenómeno campaniforme, los trabajos de prospección llevados a cabo en las Bardenas han proporcionado 16 lugares con cerámicas de tipo campaniforme y otros 4 en el término municipal de Tutera. Esta abundancia de enclaves podría deberse a la riqueza de flora y fauna existente en el III y II milenio anterior a nuestra Era en la zona, así como a las condiciones del relieve. Como ejemplo puede servir el estudio de polen llevado a cabo en Monte Aguilar, habitat ubicado en un lugar elevado y fuertemente defendido correspondiente a los siglos XVII y XIII, en el que en sus cercanías corría un curso de agua durante todo el año y la vegetación la formaban pinos, alisos, tilos y avellanos, entre otras especies, abundando entre la fauna el ciervo y el jabalí; es decir, que en plena Bardena disponían estas poblaciones de agua, madera, pastos y caza, elementos necesarios para la supervivencia de las gentes de esta cultura campaniforme (J. Sesma, 1993).

Estos establecimientos campaniformes de las Bardenas según el citado autor, cuentan con extensiones generalmente reducidas, de entre 700 y 1.000 metros cuadrados como término medio, formando en ocasiones pequeñas aglomeraciones, aunque existen casos excepcionales como Monte Aguilar que alcanza una hectárea de superficie. El mismo investigador clasifica estos yacimientos en diferentes grupos según sea su emplazamiento: yacimientos en zonas bajas, a media altura y en puntos altos; todos ellos presentan diferentes variantes. Del estudio de las ubicaciones de Bardenas y Tutera, y analizando las zonas de control desde cada punto, la potencialidad de las tierras, los accesos, la visibilidad de unos puntos desde los otros, así como las características del propio emplazamiento, establece una serie de grupos con unas prioridades claras en cada caso, como dominar las tierras fértiles del valle del Ebro, controlar la depresión de La Blanca, o dominar el paso de) Barranco de Tudela, de gran valor estratégico, o el de La Val de Valdenovillas, vía natural de acceso meridional a las Bardenas. Como pauta general parece que fue la zona sur de la Bardena la más habitada, probablemente por su mayor proximidad al río Ebro. No se conocen estructuras defensivas en torno a estos hábitats (J. Sesma, 1993).

Ya durante el Bronce Final y posteriormente en la Edad del I berro el habitat al aire libre será generalizado, pasando las cuevas a jugar un papel residual o de carácter coyuntural, tal vez como refugio en situaciones especiales o para servir en ocasiones como lugar de almacenamiento de determinados productos. Sin embargo, un pequeño número de cuevas presentan aún 1 estos pertenecientes a estos períodos aunque en la mayor parte de los casos son de escasa relevancia.

La mayor parte de los lugares de habitación que conocemos correspondientes a la Edad del Hierro, es decir, construidos durante el primer milenio anterior a nuestra Era, son poblados que han sido fortificados, y que aunque con características especificas en cada caso, cuentan sin embargo con numerosos elementos comunes. Así, dentro de la gran variedad de tipos de relieve existente en Euskal Herria optarán generalmente por asentarse en cumbres o lugares elevados con relación al entorno, en ocasiones provistos de desniveles o acantilados que dificulten el acceso. Estos puntos, además de contar con buenas defensas naturales que generalmente se completan con otras construidas por ellos, suelen estar situados sobre vías de comunicación naturales de importancia o en zonas de interés estratégico, quedando bajo su control visual grandes extensiones de territorio que potencialmente podrían ser utilizadas con fines agrícolas, ganaderos o forestales. Las cotas sobre el nivel del mar en que se localizan varían en función de la altitud general de la zona en que se sitúen; no obstante, sea mayor o menor el desnivel con respecto a los terrenos próximos, siempre disponen de una amplia visibilidad y control espacial, pudiéndose, en muchos casos, establecer una relación visual entre unos asentamientos y otros.

La distribución de estos poblados nos permite acercarnos a lo que sería la forma de organización del territorio en ese momento, pudiendo en ocasiones incluso establecerse relaciones entre unos y otros puntos y diferenciar enclaves de mayor o menor importancia.

Contemporáneamente con estos recintos fortificados, convivirían muy probablemente unidades de habitat menor que ocuparían de forma dispersa los territorios más propicios y que no dispondrían de fortificaciones. Este hecho dificulta su localización, si bien ya se conocen en otros territorios algunos ejemplos de esta forma de poblamiento. La puesta en marcha de programas adecuados de prospección y la revisión de los hallazgos aislados correspondientes a este primer milenio anterior a nuestra Era pudieran proporcionar en el futuro el descubrimiento de algunos de estos pequeños núcleos o granjas.

La ocupación del espacio en estos momentos obedece a una serie de criterios que ya han sido tratados y entre los que destaca el control del espacio circundante y el de sus recursos. En la actualidad, conocemos en Euskal Herria un considerable número de yacimientos construidos durante la primera y segunda Edad del Hierro: así, en Nafarroa existe documentación arqueológica de 109 ubicaciones, la mayor parte próximas a los grandes ríos Ebro, Ega, Arga y Aragón. En Bizkaia, se han catalogado 8 poblados, otros tantos en Gipuzkoa, 10 en Lapurdi, 28 en Behenafarroa, 17 en Zuberoa y 108 en Araba. Su distribución permite apreciar cómo algunas zonas cuentan con una relativa abundancia de este tipo de establecimientos colectivos de altura.

En la mayoría de los casos, una vez elegido el lugar en donde se va a levantar el poblado, suelen llevarse a cabo una serie de adaptaciones previas del terreno con el fin de obtener mejores condiciones de habitabilidad. Así, incluso en los momentos en los que la ordenación del espacio en el interior de los recintos no había adquirido un desarrollo importante, ya se realizaban trabajos básicos de preparación del terreno, principalmente en donde iban a levantarse las viviendas, horizontalizándose la zona, y que en dependencia del tipo de poblamiento, abarcaba extensiones relativamente extensas (habitat agrupado) o pequeñas superficies (habitat aislado o semiaíslado dentro del propio recinto). Estos trabajos permitían la posterior construcción de viviendas, asentando sus estructuras de madera, piedra o adobe, de forma estable, evitándose corrimientos de tierra o deslizamientos. Sin embargo, estas explanaciones y fijaciones mediante muros u otros sistemas de contención de tierras no se limitaban a la superficie en donde se levantaban las viviendas sino que afectaban en muchas ocasiones a su entorno cercano; y es precisamente en este espacio próximo a las casas en el que se desarrollarán numerosas actividades, por lo que será preciso evitar la formación de charcas, desniveles importantes o cualquier dificultad de cara a obtener una estancia cómoda; para lograrlo, emplearán piedras, fragmentos cerámicos, restos óseos de los desechos de la comida, tierra y elementos vegetales.

Sin embargo, la construcción de poblados de estas características no era algo sencillo; se requería tanto de la existencia de una voluntad de llevar adelante la obra como de contar con una serie de individuos capacitados para hacerla viable. Era imprescindible crear una organización colectiva y contar con una estructura capaz de planificar de una forma global toda una serie de elementos básicos para el buen desarrollo del trabajo, y si bien ciertas actividades podrían llevarse a cabo de forma más o menos individual, otras tareas posteriores a la elección del enclave como, por ejemplo, la construcción de los sistemas defensivos, que afectan al conjunto de los pobladores del lugar, deberían resolverse de manera colectiva. No obstante, no será éste el único asunto para el que se requiera un importante grado de organización: la construcción y conservación de caminos, el control sobre el agua y otros recursos, así como la ubicación de los campos de cultivo y de pasto para el ganado, así como la necesidad de acondicionar espacios para el desarrollo de actividades tales como la fabricación de cerámica, metal y tejidos, entre otras, serán temas a los que estas gentes tendrán que dar una salida adecuada.

Las características de los sistemas defensivos, tanto murallas, fosos o terraplenes, dependerán tanto de los tipos de terreno elegidos para el asentamiento como de la estructura del poblado y de sus necesidades. Con estas defensas rodearán las partes no defendidas de forma natural (pendientes del terreno, acantilados, etc.) de los recintos, pudiendo levantar varias líneas de muralla y fosos paralelos; su desarrollo dependerá en gran medida del espacio a delimitar; los elementos constructivos utilizados serán tanto piedras como maderas, adobes o tierra, estando en función de las necesidades y de la disponibilidad de materia prima.

Las murallas y los fosos serán los elementos más espectaculares de cuantos nos han dejado estas gentes de la Edad del Hierro; ocultos en gran parte en la actualidad por la tierra y la vegetación, decenas de enclaves estratégicos, al igual que sucede en el resto de Europa, estuvieron defendidos por estas construcciones que alcanzaron en ocasiones dimensiones que hoy resultan difíciles de explicar. Nos hallamos ante obras realizadas por gentes bien organizadas que han contado con la participación de especialistas y que han elaborado un proyecto de defensa muy definido al que han dado gran importancia y dedicado un enorme esfuerzo colectivo para su ejecución. El hallazgo de estas grandes construcciones defensivas, unido al de los restos conservados en el interior de los recintos que delimitan, apuntan a que no estamos ante refugios temporales sino más bien, al igual que estaba sucediendo en estas fechas en amplias zonas del continente, ante poblados estables, defendidos con impresionantes medios, y que requerirán de un continuo trabajo de mantenimiento.

Las murallas a las que nos estamos refiriendo están formadas generalmente por dos lienzos de piedras de diverso tamaño colocadas a seco, mientras el interior lo ocupa un relleno de cascajo y tierra. Cuentan con anchuras por lo general de entre 0,90 y 1,50 metros, aunque existen casos como el de los Castros de Lastra (Caranca) en que llegan a medir hasta 5 metros y su altura se calcula en algunos casos en 2 metros o más, a los que habría que añadir posibles levantes de madera que harían la defensa más efectiva. En el poblado del Alto de la Cruz (Cortes), la defensa era de adobe, alcanzando una anchura de 2,40 metros, y estaba constituida por tres muros de 0,80 metros de espesor, adosados los unos junto a los otros. En ocasiones, aprovecharon afloramientos rocosos para insertarlos en el sistema defensivo facilitando así parte del trabajo de construcción, a la vez que obtenían una obra más sólida. En muchos casos se observa que previamente al levantamiento de la muralla se había preparado el terreno por el que iba a discurrir, con el fin de conseguir mayor solidez y evitar posibles derrumbes o desplazamientos de las estructuras. Los fosos también eran a veces espectaculares; en el poblado guipuzcoano de Intxur (Albiztur-Tolosa) éstos llegaban a alcanzar en algunos lugares del trazado hasta cuatro metros de profundidad y un desarrollo que superaba los 650 metros.

Conforme avanza la Edad del Hierro los poblados irán consiguiendo niveles cada vez más elevados de desarrollo, llegando a contar con trazados urbanos hasta esos momentos inimaginables. La ordenación de las viviendas dentro del recinto fortificado se organizará dependiendo de la forma de éstas, así como de la estructuración general del poblado, adaptándose a los diferentes tipos de relieve, alineándose en unos casos en terrazas más o menos amplias u ordenándose de manera más compleja, hasta llegar a adquirir una estructura urbana. Así, en el poblado navarro de la primera Edad del Hierro del Alto de la Cruz (Cortes) se levantaron ya en el siglo VII antes de nuestra Era una serie de barrios formados por casas adosadas, planificando sus orientaciones y dejando zonas de tránsito. También dentro del poblado alavés de Atxa (Gasteiz) se nos presenta una ordenación espontánea y aparentemente anárquica aunque con un cierto grado de organización dentro de la Segunda Edad del Hierro (siglos iv-m antes del cambio de Era): el territorio construido está dividido en lotes, formados en su mayoría por un recinto o corral en cuyo interior se levanta la vivienda y en ocasiones otros edificios auxiliares; entre ellos existen espacios libres y callejones, a veces muy estrechos, que permiten acceder a cada una de las construcciones. Toda esta distribución presenta una cierta planificación que en opinión de E. Gil (1995) probablemente se diseñó previamente a la construcción del habitat. Un nivel de desarrollo mucho más evolucionado se refleja en el poblado alavés de La Hoya (Biasteri), dentro de la ocupación celtibérica, cuando se define un urbanismo avanzado con calles que dividen el terreno en manzanas ocupadas por casas. Las calles estaban empedradas, siendo perpendiculares entre sí, con bocacalles no enfrentadas; orientadas según los puntos cardinales, cuentan sobre sus pavimentos con grandes piedras que servían para cruzar las calzadas de una acera a la otra evitando el barro y algunas de las casas contaban con pórticos que sobresalían sobre las aceras, lo que favorecería la actividad en las calles, principalmente en las zonas de acceso a las viviendas.

Dentro de los diferentes hábitats postpaleolíticos al aire libre, uno de los elementos que proporciona mayor información, es la vivienda; a ella nos referiremos a continuación. A lo largo del Calcolítico Final y Bronce Antiguo, en los poblados campaniformes, las casas se fabricaban con material perecedero, hallándose hoy en estos lugares restos de barro secado al sol con improntas de ramajes y cañas así como agujeros de postes y hoyos para posibles silos. El poblado de Monte Aguilar (Bardenas) ha ofrecido valiosa información al permitir apreciar la forma de la cabaña; en este caso, tenía una tendencia rectangular y estaba acondicionada sobre la roca del terreno, con un cubrimiento horizontal de la estructura sobre vigas de pino soportadas por medio de postes escuadrados y clavados en hoyos en la caliza del terreno y afianzados por cuñas de piedra (J. Sesma, 1993).

Hace ya algunos años una serie de hábitats al aire libre en el territorio de Bizkaia comenzaron a proporcionar información correspondiente al período que va desde las postrimerías del Neolítico al final de la Edad del Bronce. Así, el asentamiento de media montaña de Ilso Betaio (Artzentariz-Garape) mostró varios fondos de cabaña ubicados sin un aparente orden a lo largo de una suave loma de 700 metros de longitud, lugar por otra parte que permite un gran control visual de la zona. Estos fondos de vivienda han dejado a la luz un rudimentario enlosado de piedras pequeñas de arenisca que definen una planta de forma circular de entre 8 y 10 metros de diámetro, así como un hogar central excavado en el terreno; en torno a esta estructura de habitación, se hallaron algunos hogares y restos de industria lítica. El hallazgo de estructuras de apoyo a pies derechos hace pensar que las viviendas se habrían construido a partir de un armazón de madera con una cubierta vegetal o de pieles (J. Gorrochategui, M.J. Yarritu, 1990).

A partir del Bronce Final, y sobre todo a lo largo de la Edad del Hierro, las viviendas se construyen con la aportación de novedades tecnológicas importantes, quedando reflejadas en la calidad de estas construcciones, tanto en lo que a materiales se refiere, como en las formas de edificación, así como en la definición de los espacios interiores, ahora mucho más precisos y complejos que en las etapas anteriores.

Hoy son numerosos los restos de viviendas conocidos en los diferentes poblados de este período, y en ellos, la variedad, tanto de los elementos y técnicas utilizadas en su construcción como de las formas, dimensiones y estructuración interna, es considerable. Sin embargo, también existen características comunes dado que el habitat es en estos momentos básicamente rural y por tanto la arquitectura estará en dependencia directa con las necesidades y las costumbres de una sociedad agrícola y ganadera.

La mayor parte de las viviendas se construyen a partir de materias primas disponibles en la zona y las técnicas empleadas en su edificación se basarán en los conocimientos y dominios técnicos tradicionales de cada lugar, siendo por lo general muy simples. Todo ello no impedirá, sin embargo, una relativa variedad en los tipos de construcciones, en función de los recursos empleados, el clima o las necesidades de cada grupo. Los materiales básicos para la edificación son la tierra, la piedra y la madera.

La tierra se utiliza en muchos casos para levantar paredes así como para construir suelos y cubiertas, siendo de gran valor aislante. La fabricación de adobes, habitual en las zonas más meridionales de Europa, ha dejado asimismo testimonios en áreas situadas más al norte. Este material de difícil conservación con el paso de los años, ha quedado sin embargo bien documentado en los casos en que las construcciones han sido sometidas por diversos motivos a altas temperaturas, principalmente, a causa de los incendios; así, son frecuentes los hallazgos de adobes en poblados de la vertiente mediterránea de Euskal Herria tales como el Alto de la Cruz (Cortes) y La Hoya (Biasteri), entre otros, aunque también se han encontrado restos de los mismos en algunos de la vertiente atlántica como Intxur (Albiztur-Tolosa) y estructuras de tapial en Basagain (Anoeta).

La piedra es igualmente un elemento básico a la hora de edificar los sistemas defensivos y resulta también común en la construcción de viviendas, aunque sea frecuentemente de forma secundaria. La geología del entorno determinará los tipos de piedra empleados, y algunas de sus características tales como el grado de compactación y la facilidad de extracción, entre otras, se reflejarán en los tipos de construcción. Se emplea repetida mente como materia aislante de la humedad y, por ello, esta presente en las bases de los muros; igualmente ha servido para proteger estructuras de madera, así como para calzar los postes. En ocasiones, se ha empleado para levantar gran parte de la construcción.

La madera, por su parte, muy abundante en la mayor parle del territorio en estos momentos, se ha colocado como material fundamental a la hora de levantar cualquier tipo de estructura. 1 a utilización de gran variedad de especies arbóreas en las diferentes zonas determinará de alguna forma técnicas diferentes de construir; los trabajos de este material evolucionarán con rapidez, debido sobre todo a la generalización de los hábitats al aire libre.

Es frecuente también recurrir a la cuerda, principalmente para ensamblar piezas de madera diferentes, obteniéndose así armaduras de considerable solidez; en muchas ocasiones, se seleccionan determinadas formas naturales de los troncos, tales como horquillas.

El suelo sobre el que se levantan las viviendas varía según los lugares, siendo en ocasiones la propia roca base la que es trabajada con el fin de obtener el soporte de la estructura; los poblados de Atxa (Gasteiz) e Intxur (Albiztur-Tolosa) son ejemplos de ello. En el primero, según su excavador E. Gil, en el momento de ser habitado, la superficie del terreno estaría ocupada por la roca (cayuela), tal vez recubierta por una fina capa de tierra; esto haría que la base de todas las construcciones se apoyase directamente en ese suelo rocoso aunque de carácter deleznable, excavándose en él agujeros de poste, surcos y cubetas. En el caso de Intxur, las dos viviendas estaban semiexcavadas en la roca, horizontalizando en sucesivas gradas una ligera pendiente existente en las proximidades de la cumbre del poblado. En otros, sin embargo, las construcciones se levantan sobre los diferentes estratos de tierra existentes en el lugar, una vez realizados los trabajos de acondicionamiento necesarios.

Todas estas viviendas presentan formas diversas dependiendo principalmente del área en que se localizan y de la época en que fueron levantadas. Básicamente pueden diferenciarse dos grandes grupos: el de las estructuras en las que las líneas rectas son las que delimitan el espacio periférico y el de las que están definidas por líneas curvas, es decir, viviendas de planta rectangular o cuadrada en el primer caso, y circular u oval en el segundo. En ocasiones, sin embargo, se combinan líneas rectas y curvas, resultando de ello formas diversas.

La fecha de construcción de cada uno de los tipos es algo aún no resuelto definitivamente: si bien las viviendas circulares parecen representar una fase inicial en los poblados que conocemos para dar paso posteriormente a las de forma rectangular, estas últimas ya habían hecho su aparición en algunas zonas del sur peninsular en épocas muy arcaicas. Está claro, sin embargo, que en plena Edad del Hierro, en un momento que podría situarse entre los siglos VI y iIV antes de nuestra Era se iría introduciendo la vivienda de planta cuadrada o rectangular, hecho que permitiría entre otras cosas una mayor utilización del espacio interior; así mismo, la frecuente aparición de estas estructuras de habitación con muros comunes, además de facilitar su construcción les proporcionaría mayor consistencia e isotermía, facilitando incluso en ocasiones su defensa; no obstante, en algunos casos se levantarán casas de planta rectangular también en momentos anteriores a la aparición de los poblados denominados cerrados (M. Almagro-Gorbea, 1994).

En nuestro territorio contamos con viviendas de formas diferentes: así, en las de Atxa (Gasteiz) la planta curva es predominante, al igual que lo es en los poblados de Peñas de Oro (Zuia) y Henaio (Dulantzi), guardando ciertas semejanzas con las de los poblados del noroeste peninsular. Pero también se han hallado en nuestros yacimientos viviendas de planta rectangular: es el caso de los recintos del Alto de la Cruz (Cortes), La Hoya (Biasteri), Intxur (Albiztur-Tolosa) o Basagain (Anoeta).

Como ejemplo de vivienda circular podemos referirnos a la levantada entre los siglos IV y III anterior a nuestra Era en el poblado de Henaio: de planta circular, de 6 metros de diámetro aproximado, estaba formada por postes de madera entre los cuales se habían entrelazado ramas recubiertas posteriormente con barro para darles solidez, presentando en todo su perímetro un zócalo interior. La techumbre estaría construida con ramaje y presentaría una forma cónica. Las viviendas de Peñas de Oro, así mismo circulares o con tendencia curva, a diferencia de las de Henaio tenían las paredes recubiertas de un manteado de barro pero se apoyaban sobre un zócalo de piedra.

Entre las viviendas rectangulares, las ocho correspondientes al poblado del Alto de la Cruz, pertenecientes a la fase Pila situada dentro de la Primera Edad del Hierro, alcanzan unas longitudes que oscilan entre los 10 y los 14 metros y una anchura de entre 3 y 5 metros. Su espacio aprovechable se distribuye generalmente en tres zonas diferenciadas: vestíbulo, sala central y despensa, aunque en ocasiones tan sólo disponen de las dos primeras e incluso toda la superficie puede formar una sola unidad; en todos los casos la localización de estructuras tales como hogares o bancos, es muy semejante. Por lo que se refiere a las viviendas también rectangulares del poblado de La Hoya, cuentan con dimensiones diferentes según hayan sido construidas en la fase indoeuropea o en la celtibérica. Así, mientras las correspondientes al primer grupo alcanzan superficies de en torno a los 83 metros cuadrados, las más recientes oscilan entre los 66 y los 80 metros cuadrados (A. Llanos, 1981).

Continuando con la superficie de estas construcciones, sabemos que las de forma rectangular son de mayor tamaño que las circulares; así, por ejemplo, mientras las del poblado de La Hoya disponen de una superficie media de 80 metros cuadrados y llegando a alcanzar incluso en el recinto del Alto de la Cruz los 110 metros cuadrados, las de forma circular como las de Peñas de Oro o Henaio, tan sólo disponen de entre 20 y 30 metros cuadrados.

En cada una de las viviendas se diferencia una serie de partes básicas: los suelos, las paredes, la entrada y la techumbre. Pues bien, por lo que se refiere a los primeros, generalmente están formados por tierra batida y su fragilidad ha hecho que su conservación haya sido esporádica, salvo en los casos en que el fuego los ha endurecido. Sin embargo, sabemos a partir de excavaciones practicadas en diferentes yacimientos cómo estas superficies eran mantenidas cuidadosamente, llevándose incluso a cabo renovaciones de las mismas según se iban deteriorando. Sobre ellas han quedado en ocasiones reflejados restos de estructuras interiores, siendo frecuentes los puntos de soporte de postes (agujeros, cuñas). Estas huellas situadas en los suelos permitirán determinar en numerosas ocasiones tanto la forma y dimensiones de la vivienda como su ordenación interna.

La tipología de las paredes está íntimamente ligada al material empleado en su construcción: piedra, madera o barro, combinados en ocasiones, ofrecen resultados diversos. En los numerosos hábitats protohistóricos excavados en el continente europeo se encuentra una considerable variedad, siendo por lo general en las zonas situadas más al sur en donde predomina el empleo de adobe; la utilización de la piedra es frecuente en todas las latitudes. Sin embargo, es la madera combinada con el barro o el adobe, e incluso con la piedra, el modelo más extendido en este momento protohistórico. La unión de troncos o planchas de madera mediante diversas técnicas se ha podido documentar en muchos casos, a veces con el añadido de entramados de ramas de menor tamaño cuyas improntas en el barro son fácilmente reconocibles. Dentro de Euskal Herria, en gran parte de las viviendas del poblado de La Hoya (Biasteri), se ha levantado un zócalo de piedra sobre el que se construye el resto de la pared a base de adobes. Sin embargo, este zócalo no ha sido hallado en las casas semiexcavadas en la roca del poblado de Intxur (Albiztur-Tolosa), en donde la totalidad de las paredes eran de adobe, mientras que en otros como Basagain (Anoeta) o Henaio (Dulantzi) son de manteado de barro sobre ramaje sin zócalo de piedras, y en Peñas de Oro (Zuia), con zócalo. En el caso del poblado de Atxa (Gasteiz) las paredes se levantaron con ladrillos de adobe en unos casos y en otros mediante entrelazados de varas flexibles de madera recubiertos con manteado de barro. Las viviendas del Alto de la Cruz (Cortes) son también a base de tapial, colocando postes de madera en el interior de los muros para darles mayor solidez. En ocasiones, estas paredes se levantaron previa excavación en la roca del terreno, encontrándonos en esos casos con viviendas semirrupestres, como sucede en los poblados de Arkiz (Trespuentes), Leguin (Etxauri), Arrosia (Arroniz) e Intxur (Albiztur-Tolosa).

Respecto a la entrada de la vivienda, su ubicación está en función de la forma del recinto, así como de que exista o no una ordenación del conjunto de las casas o incluso un urbanismo más o menos desarrollado. En el poblado de La Hoya las puertas de acceso se abrían en uno de los lados menores de la misma, al igual que sucede en las del Alto de la Cruz. En las dos viviendas excavadas en Intxur las entradas se localizaban en uno de los lados mayores, en la pared orientada al sur, si bien en uno de los casos se abría en el extremo oeste y en el otro en el este. En una de estas dos casas el lugar de entrada está acondicionado mediante la colocación de piedras planas, mientras en la otra se apreciaba una serie de escalones recortados en la roca que conducían a la puerta salvando un pequeño desnivel existente en la ladera. También en el poblado de Atxa, una de las viviendas presentaba la entrada preparada mediante un empedrado de lajas colocadas de forma plana.

Las techumbres eran siempre de carácter perecedero, estando relacionadas directamente sus formas con las de las viviendas y sus dimensiones. El empleo de troncos o vigas de madera así como de ramas de menor grosor se completaría con la colocación de paja, tepes de hierba o barro, según los casos, aunque por lo general se carece de documentación arqueológica precisa. Según interpretación de E. Gil (1995), la construcción a base de paja de cereal se realizaría del siguiente modo: «Las gavillas de paja de 1,5 a 2 metros de longitud se atan con cuerdas también hechas de paja y se colocan empezando por la parte inferior, imbricándolas como tejas, siempre con la espiga hacia arriba y el corte hacia abajo. En un caso se techa sobre un enripiado de tablas, sin atar al mismo las gavillas. Ello obliga a sobreponer o infraponerle una red o una espiral de cabo hecha con ramitas de brezo trenzadas que asegure la cubierta; horquillas de madera clavan periódicamente los cabos a la masa de paja, especialmente en los aleros. Se puede decir que este primer sistema es más rápido y consume menos material, aunque es menos duradero que el que se expondrá a continuación. Si el enripiado es de palos en vez de tablas, se pueden atar a ellos las gavillas con comodidad, cada una a dos de los palos. Como el haz superior que se le imbrica cubre los dos atados, resulta que únicamente asoman los cortes de las pajas y la cubierta, si menos estética vista desde dentro, gana en consistencia e incluso en apariencia exterior».

Imagen 6: Bifaces navarros de Cabeza Redonda (Biana) y Barandalla (Dicastillo). (Foto J. Armendariz)

La distribución del espacio dentro de cada vivienda está en función de variables tales como las actividades del grupo que la habita, su nivel técnico o la forma que se ha dado a la propia estructura, entre otras. Es frecuente, sin embargo, diferenciar zonas dedicadas a usos específicos, principalmente en las viviendas de planta rectangular, disponiendo así de espacios para la estancia, en donde habitualmente se sitúa el hogar u hogares, así como de lugares para almacenar los excedentes propios del pequeño grupo, a modo de despensa particular. Se conocen también viviendas con una importante compartimentación de su espacio interno, en las que se han destinado lugares para actividades artesanales e incluso para recoger determinados animales. Contamos con ejemplos de interés dentro de la vertiente mediterránea de Euskal Herria, en los poblados del Alto de la Cruz (Cortes), La Hoya (Biasteri) y Atxa (Gasteiz), así como de Intxur (Albiztur-Tolosa) en la vertiente atlántica, entre otros.

Las numerosas excavaciones practicadas en diferentes países, apenas han proporcionado restos de muebles o estructuras complementarias en el interior de las casas; sin embargo, el hallazgo de huecos en el suelo, nichos en las paredes y otra serie de modificaciones de las superficies nos inducen a pensar en la existencia de numerosos elementos fabricados a partir de materiales perecederos, principalmente de madera, tales como banquetas, repisas y otra sene de soportes, que habrían rellenado en su momento muchos de los espacios hoy vacíos. En este sentido, la reconstrucción de una de las viviendas del poblado alavés de La Hoya llevada a cabo en el museo situado en el propio yacimiento, ilustra sobre la relativa riqueza de elementos en el interior de estos recintos; el incendio de ese poblado en uno de sus niveles facilitó la localización de una serie de materiales de difícil conservación. Es significativa en este sentido la descripción que hace Estrabón en referencia a la forma de organizar las comidas en el interior de estas viviendas: «comen sentados sobre bancos construidos alrededor de las paredes, alineándose en ellos según sus edades y dignidades; los alimentos se hacen circular de mano en mano». La existencia de estos bancos se ha podido comprobar en casas como las de los poblados del Alto de la Cruz o Intxur, entre otras.

Los sistemas de almacenamiento utilizados a lo largo de esta etapa son diversos. Los excedentes de producción, principalmente los de tipo agrícola procedentes de los cultivos, así como los productos recolectados, es preciso conservarlos en buen estado a lo largo de determinado tiempo. Con ese fin, se crean numerosos dispositivos que van desde edificios destinados propiamente a dicha función hasta zonas especiales dentro de las propias viviendas. El recurso a los contenedores cerámicos, de mimbre o de madera debió de ser frecuente. De la utilización de estos recipientes y de su ubicación en determinados lugares de las casas disponemos de información en los poblados de La Hoya, Alto de la Cruz e Intxur, entre otros. No conocemos de momento, sin embargo, en nuestro territorio formas de almacenamiento presentes en otros poblados europeos como silos o agujeros, ni dentro ni fuera de las viviendas; tampoco se han localizado espacios o edificios propios para esta función ni sistema alguno de almacenamiento colectivo, aunque es posible que dispusieran de ellos en algunos de estos asentamientos.

Existe asimismo la posibilidad, no documentada de forma clara, de la existencia de un piso superior en algunas viviendas, bajo cubierta, en donde se pudieran almacenar diversos excedentes, sobre todo en las casas de construcción más sólida. Ciertos restos de manteado de barro en poblados como La Hoya o el Alto de la Cruz han hecho pensar en la existencia de estos altillos, principalmente sobre las zonas dedicadas a vestíbulo y almacén.

Ya en la fase final de la Edad del Hierro muchos de los poblados acabarán siendo abandonados, desconociéndose a qué lugares se desplazan las poblaciones que los ocuparon a lo largo de centenares de años; otros por el contrario se romanizarán, quedando en esos casos documentación arqueológica tanto de las modificaciones estructurales como de los cambios en las industrias utilizadas. Algunos ejemplos de recintos abandonados son los guipuzcoanos de Buruntza (Andoain), Basagain (Anoeta) e Intxur (Albiztur-Tolosa), los alaveses de La Hoya (Biasteri), Peñas de Oro (Zuia) y Henaio (Dulantzi) y los navarros del Alto de la Cruz (Cortes) y El Castillar (Mendabia). Por el contrario, se mantuvieron habitados tras la romanización otros como los alaveses de Iruña (Trespuentes), Catasta (Ribera Alta),Vetrusa (Lacorzana) y Atxa (Gasteiz), y los navarros de La Custodia (Viana) y El Castejón (Arguedas).

Llegados ya a estas etapas finales de la Prehistoria, disponemos además de los datos arqueológicos de una serie de fuentes escritas antiguas de considerable interés; así, autores como Estrabón, Pomponio Mela o Plinio el Viejo se refieren a la distribución de nuestro territorio relacionándolo con una serie de tribus. Sin embargo, entre unos y otros textos se producen una serie de contradicciones, debidas probablemente en gran parte al desconocimiento directo del terreno por quienes escribían así como a la época tardía en que fueron recogidas estas informaciones. Según algunos de estos datos los Aquitanos ocuparían el territorio comprendido entre el mar, el río Garona y el Pirineo occidental, mientras que los Vascones se asentarían en la actual Nafarroa aunque accediendo al mar por la zona más oriental de la actual Gipuzkoa, y extendiéndose así mismo por parte de los territorios de Zaragoza y Huesca. Los Várdulos por su parte, se ubicarían en la casi totalidad efe la actual Gipuzkoa, los Caristios se extenderían desde el río Deba hasta el Nervión y los Autrigones en la costa occidental de Bizkaia.

Estrabón se refiere en su obra Geografía, escrita entre el año 29 y el 7 antes del cambio de Era y a la que introduce algunos retoques en el 18 de nuestra Era, a una serie de aspectos de las diferentes poblaciones de la época. Con relación al territorio vascón escribe en el libro III.4.10: «Esta misma región está cruzada por la vía que parte de Tarrakón y va hasta los Ouaskones del borde del Océano. Esta calzada mide dos mil cuatrocientos estadios y se termina en la frontera entre Akytania e Iberia. Después, por encima de laketania, en dirección al Norte, está la nación de los Ouaskones, que tienen por ciudad principal a Pompélon, como quien dice "la ciudad de Pompeios".

Entre los pueblos que cita, asentados en estas latitudes, están los Ouaskones «y otros cuyos nombres no son agradables de oír y que harían del relato un escrito aburrido». Por esta razón no los menciona, a excepciem de algunos que enumera como ejemplo: los pleútauroi, barbyétai y allotriges. Estos dos últimos se han asimilado a várdulos y autrigones. De los bardyétai, en el párrafo que sigue, menciona su cambio de denominación y su situación en la zona meridional: (III.4.12): «allí habitan los Berones nacidos también de la emigración céltica, y cuya ciudad principal es Ouáreia, sita junto al puente que cruza el Ebro: «confinan también con los Bardyétai, a los cuales se les llama hoy Bardoúloi…».

En referencia a los habitantes de Aquitania, este mismo autor los diferencia de los Galos y los sitúa entre el río Garona, los Pirineos y el mar. En el libro IV.1.1, escribe: «Los akytanoi son completamente distintos, no sólo por su lengua sino por su aspecto físico, pareciéndose más a los íberos que a los galos», y en el IV.2.1: «Los akytanoi difieren de los pueblos galos tanto por su constitución física como por su idioma, asemejándose más a los íberos. Tienen por límite el Garoúna, viviendo entre este río y el Pyréne; se encuentran más de veinte pueblos Akytanoi, todos pequeños y oscuros, la mayoría de los cuales habitan a las orillas del Océano…».

A lo largo del siglo primero de nuestra Era, se siguen generando informaciones sobre nuestro territorio; así, Pomponio Mela, dentro del libro III.1.15, en referencia al cantábrico oriental dice: «Allí están asentados los cantabri y los vardulli; entre los cantabri hay algunos pueblos y ciertos ríos cuyos nombres no pueden ser expresados en nuestra lengua…Los vardulli, que forman una sola nación, se extienden desde allí hasta el promontorio de la cadena Pyrenaica y terminan las Hispaniae». Dentro de este mismo libro III, se incluyen otras informaciones: III.22: «en el mismo Pyrenaeus los cerretani, tras los cuales siguen los vascones». III.26: «Al conventus clunienses llevan los varduli 14 pueblos, de los cuales basta con citar a los alabanensis…».

De esta misma época, Cayo Plinio proporciona, dentro del libro IV, una información algo más extensa, haciendo referencia al saltus vasconum, a «Olarso» y a los várdulos con sus oppida. Así se refiere a estos temas: IV.10: «Partiendo del Pyrenaeus y siguiendo la rivera del Oceanus hallamos el Vasconum Saltus, Olarso, los oppida de los Varduli, Morogi, Menosca, Vesperies; y el portus Amanum donde actualmente está la colonia de Flaviobriga; sigue la región de los cantabri con nueve civitates». Con anterioridad, se enumeran numerosos pueblos que habitaban en Aquitania: los Tarbelli Cuatuorsignani ocuparían Lapurdi y Behenafarroa y los Sybillates se extenderían por Zuberoa. Ambos pueblos ya habían sido citados por César (III.27).

Ya en el siglo II de nuestra Era, Claudio Tolomeo, dentro de su obra Geográphica, recoge una amplia relación de topónimos que agrupa por etnias. Entre los que se refieren a la zona de costa de nuestro territorio, están las siguientes líneas: «De los autrigones, el puerto del río «Nervae» (Nervión), Flaviobriga. De los caristios, el puerto del río «Divae» (Deba). De los várdulos, Menosca. De los vascones el puerto del río «Menlasci». La ciudad de Easo, Easo promontorio del Pirineo…». En cuanto a la zona interior: «Al este de éstos y de los cántabros están los autrigones con las siguientes ciudades: Uxamabarca, Segisamonculum, Viruesta, Antecuia, Deobriga, Vendeleia, Salionca… Entre el río Ebro y la parte del Pirineo, en los autrigones por medio de los cuales pasa el río, están situados hacia la salida del sol los Caristios y las siguientes ciudades Suestasium, Tullica, Velia; todavía más al oriente están los várdulos y las siguientes ciudades Gebala, Gabaleca, Tullonium, Alba, Segontia Paramica, Tritium Tuboricum, Tabuca. Después de éstos, los vascones y las ciudades de Iturissa, Pompelon, Bituris, Ándelos, Nemanturissa, Curnomum, Iacea, Gracuris, Calagorina, Bascontum, Ergavia, Tarrasa, Muscari, Setia, Alavona…».

Con respecto a la distribución espacial de estos pueblos, y concretamente en lo que se refiere a la extensión de los vascones hacia el este, I. Barandiaran (1973), escribe: «La tradicional tesis de amistad vasco-romana defendida hace más de trescientos años por A. de Oihenart se asegura ante la total ausencia en las fuentes clásicas de enfrentamiento a los romanos y ante la densidad de materiales de importación que revelan las excavaciones. Más aún deberá tenerse en cuenta la sugerencia de que el crecimiento del territorio vascón a costa del jacetano en el siglo I antes de Cristo pudo suponer una concesión hábil de Roma a favor de sus amigos tradicionales para mejor controlar a los más inquietos grupos del Pirineo central y oriental».