La evolución de los tipos humanos

LAS SUCESIVAS TRANSFORMACIONES del clima, y como consecuencia del paisaje en nuestro Planeta, fueron ofreciendo a las diferentes especies anteriores a la aparición de los Australopitbecus hábitats variados en los que poder acomodarse y sobrevivir. Estos cambios acabaron propiciando que nuestros antecesores más remotos optasen, en un determinado momento, por caminar sobre dos patas, incorporándose, lo que les permitiría no sólo tener una mejor visión del espacio más lejano, sino también disponer de una total libertad para utilizar las manos; con ellas llegarían a realizar gran variedad de actividades, muchas de las cuales serían transcendentales para alcanzar sucesivos grados de evolución. El bipedismo, en suma, se convertirá en un elemento fundamental para establecer diferencias entre los simios y los homínidos.

Hace en torno a dos millones de años que el Homo erectus estuvo presente sobre la Tierra tras una lenta evolución de los Australopitecus de casi otros dos millones de años. Es esa suma de unos cuatro millones de años la que probablemente nos separa de la etapa anterior al bipedismo. Desde la aparición del Homo erectus hasta la llegada del Homo sapiens, una serie de homínidos poblarán los diferentes continentes, teniendo lugar diversas evoluciones; éstas se analizan, a falta de otros elementos materiales fuera de los propios restos óseos, a través de las características de los mismos, así como mediante la medición de su capacidad cerebral.

Gran parte de los hallazgos más antiguos correspondientes a fósiles de homínidos, que se remontan a cuatro millones de años de antigüedad en algunos casos, se han descubierto en África Oriental, en las proximidades de la cuenca del Turkana, así como en otros puntos de la zona. Más al sur, en la llanura tanzana de Laetoli, las huellas de unos primates que caminaban erguidos en un suelo fangoso, nos remontan, según los arqueólogos que trabajan en el lugar, a algo más de tres millones y medio de años. Muy probablemente, estos Australopitbecus, bípedos, de los que se conocen diferentes especies, todas ellas con fuertes mandíbulas, eran básicamente herbívoros.

Todo indica que, tras los Australopitbecus, el Homo habilis, trabaja los cantos rodados con el fin de obtener de ellos primitivas herramientas básicas para desarrollar diferentes actividades desde hace dos millones y medio de años. Los Homo erectus, antecesor y heidelbergensis, además de otros grupos, se desarrollarán entre los dos millones de años y el año 125.000 aproximadamente, aunque esta última fecha es dudosa al no conocerse con precisión el momento en el que se produce su desaparición; el comienzo del Homo neanderthalensis, que perdurará hasta hace unos 25.000 años, tampoco es seguro, aunque cabe la posibilidad de que en algún momento hubiera coexistido con el Homo erectus. Finalmente, el Homo sapiens será documentado en África hace aproximadamente 200.000 años, introduciéndose en etapas posteriores en otros continentes como Europa y Asia y, más recientemente, en Australia y América.

El género Homo está presente en Europa desde hace más de 1.000.000 años, al menos eso parece deducirse de los restos proporcionados por yacimientos como el de Atapuerca o el italiano de Ceprano. Por su parte, otros hallazgos, como la mandíbula alemana de Mauer o la tibia de Boxgrobe de Gran Bretaña, aportan fechas que rondan los 500.000 años de antigüedad.

Pero no todos los investigadores están de acuerdo en denominar del mismo modo a todos los Homo de hace medio millón de años ya que presentan entre ellos algunas características diferenciadas. Estas variaciones se apreciarían, por ejemplo, entre los individuos descubiertos en África y los que habitaban en el continente europeo: así, mientras estos últimos mostrarían rasgos que los relacionan con los neandhertales, los cuales posteriormente ocuparán el continente, los africanos no contarían con esas características, evolucionando directamente hacia los humanos actuales.

En lo que se refiere al actual territorio de Euskal Herria, a pesar de no disponerse dentro de él de restos humanos correspondientes a los momentos más antiguos de la especie humana, una serie de industrias, principalmente líticas, nos sitúan ante preneanderthales relacionados tal vez con hallazgos como los del Pirineo Central (Montmaurin), Cataluña Septentrional (Aragó-Tautavel) o Burgos (Atapuerca) (I. Barandiaran, 1981). En este último yacimiento, se están descubriendo en los últimos años un gran número de huesos pertenecientes a las etapas más antiguas de la historia de la humanidad y que están resultando fundamentales para avanzar en el conocimiento de las diferentes fases de la evolución.

Así, en la Gran Dolina se han localizado fósiles humanos a los que se les atribuye una antigüedad de alrededor de 800.000 años, pertenecientes al denominado Homo antecesor. Estos hallazgos, que según sus descubridores, «constituirían la prueba irrefutable de un poblamiento de Europa mucho más antiguo de lo imaginado por la mayoría», han permitido saber que estos individuos de aproximadamente 1,70 metros de altura y una morfología de la cara no muy diferente de la de los humanos actuales, serían un antecesor directo nuestro, considerándolo «el último antepasado común de las líneas evolutivas de neandhertales y humanos modernos». Los investigadores de este yacimiento creen que «las poblaciones de Homo antecesor que permanecieron en África, donde se originó dicha especie, dieron lugar a nuestra propia especie, mientras que las poblaciones que emigraron a Europa originaron a los neandhertales» (J.L. Arsuaga, I. Martínez, 2004).

Por su parte, en la Sima de los Huesos, del conjunto de Atapuerca, se hallaron restos humanos a los cuales se les da, basándose tanto en los estudios paleontológicos como en técnicas isotópicas, una antigüedad de 400.000 años. Los al menos 28 individuos de ambos sexos y diferentes edades corresponden al Homo heidelbergensis, que «presenta rasgos primitivos, ausentes en las poblaciones neandhertales y humanas modernas, junto con caracteres evolucionados, compartidos tanto con los neandhertales como con los humanos modernos, y otros rasgos específicos sólo compartidos con los neandhertales» (J.L. Arsuaga, I. Martínez, 2004).

Sin embargo, la transición entre las poblaciones que vivieron durante las últimas fases del Paleolítico Inferior y las que se desarrollaron a lo largo del Paleolítico Medio no presenta de momento aspectos lo suficientemente claros, según algunos investigadores, y si bien se supone que se produjo una evolución entre el Homo erectus del Paleolítico Inferior, concretamente del período Achelense, y el Homo sapiens neanderthalensis del Paleolítico Medio (Musteriense), son necesarios nuevos descubrimientos para conocer de forma adecuada todo ese complejo proceso.

Existen, no obstante, diferentes planteamientos a la hora de explicar las transformaciones que habrían tenido lugar en la evolución de los tipos humanos a través de las distintas fases del Paleolítico. Así, se ha considerado que ya en el interglaciar Riss-Würm, o incluso en momentos anteriores, se habría producido una separación de dos líneas de un mismo tronco: la primera que originaría los neanderthales clásicos del continente europeo, que finalmente desaparecerían, y la segunda, en la que se apreciarían caracteres propios del Homo sapiens sapiens, lo que explicaría la sucesión brusca que tendría lugar posteriormente entre el Homo sapiens neanderthalensis y el Homo sapiens sapiens. Del mismo modo, y en relación con el discurso anterior, se plantea la separación del Homo sapiens neanderthalensis en dos ramas: la primera de ellas correspondiente a los clásicos europeos y la segunda, en la que estarían incluidos los grupos más evolucionados del norte de África y Oriente Próximo. El origen del Homo sapiens sapiens provendría, según algunos, del grupo segundo o más evolucionado, y según otros, a partir de una mezcla entre ambas ramas (L. Montes, 1988).

Las poblaciones neandhertales que habitaron durante el Paleolítico Medio presentaban un aspecto robusto, con nariz ancha, ausencia de barbilla y cejas salientes, y los primeros restos fueron recogidos en el siglo XIX en el valle alemán de Neander. Según los estudios del antropólogo H.V. Vallois, tendrían una vida media no muy elevada; así, del análisis de veinte individuos procedentes de diferentes lugares de Europa se desprende que un 40% habría muerto antes de alcanzar los 14 años, un 55% entre los 15 y los 40 y un 5% llegaría a vivir entre los 40 y los 60 años. Cazadores y recolectores, utilizarán el fuego y fabricarán un considerable número de herramientas.

Del Paleolítico Medio disponemos en Euskal Herria de un pequeño número de restos óseos, correspondientes al hombre de Neanderthal (Homo sapiens neanderthalensis); su hallazgo tuvo lugar en las cuevas de Lezetxiki (Arrásate), Axlor (Dima) y Arrillor (Zigoitia). En el caso de Lezetxiki se recuperó un húmero perteneciente a un neanderthal de unos treinta años, probablemente una mujer, así como dos dientes, un molar superior derecho y un premolar inferior izquierdo. Por lo que se refiere a la cueva de Axlor (Dima), la investigación proporcionó cinco piezas dentarias que presentan características intermedias entre las de los neanderthales y las de los sapiens. Asimismo, existen datos, aunque no comprobables, de huesos humanos en las cavidades de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) y Olha I (Kanbo). Por otra parte, se han perdido restos de una mandíbula y otras piezas óseas con características neandhertales hallados en la cueva de Isturitz, así como otra serie de huesos humanos de la cavidad de Olha I.

Con la llegada del Paleolítico Superior serán más abundantes los restos humanos disponibles en los diferentes yacimientos europeos, apareciendo generalmente en el interior de las cuevas, aunque en ocasiones, en Europa Central y Oriental se sitúan al aire libre. Se trata de huesos correspondientes al hombre de Cromagnon (Homo sapiens sapiens); sin embargo, en este período nos hallamos probablemente ante dos diferentes tipos de Homo sapiens sapiens: el de Combe-Capelle y el de Cromagnon, si bien la evolución de estos grupos tenderá hacia una gracilianización, para alcanzar, en el período Magdaleniense, formas muy parecidas a las de los humanos actuales.

Procedentes de África, en donde están documentados con una antigüedad de unos 160.000 años, y de donde comenzarían a salir hace unos 100.000, estas poblaciones están presentes en Europa desde hace aproximadamente 40.000 años, coincidiendo cronológicamente en parte con los neandhertales, los cuales desaparecieron hace unos 30.000 años. En la actualidad, desconocemos cual fue la relación entre ambos grupos y de qué forma se llevó a cabo el relevo.

Sobre la coincidencia cronológica o convivencia entre ambos grupos J.L. Arsuaga e I. Martínez (2004) hacen las siguientes consideraciones: «Entre hace 40.000 años y hace 28.000 años (las dos fechas límite para la llegada de los cromañones a Europa y para la muerte del último neandhertal) hay un amplio lapso temporal de 12.000 años, en el que neandhertales y cromañones podrían haberse estado disputando el territorio. Es ése largo tiempo, y muchas generaciones (unas 480), de pugna entre unos y otros; el conflicto más largo de la historia humana, lo que hablaría elocuentemente de lo equilibrada que estaba la partida. Sin embargo, no parece que en cada región europea concreta hubiera poblaciones de neandhertales y de cromañones entremezcladas durante tantos miles de años. Por el contrario, la impresión que da el mapa (con yacimientos y fechas) de la extinción de los neandhertales, aunque éste todavía sea muy poco preciso, es que en la región mediterránea, Crimea y el Caúcaso los neandhertales se extinguieron después que en el centro de Europa, pero porque los cromañones penetraron allí más tarde, no porque la disputa durase más tiempo. En la península Ibérica, el contraste entre lo que pasó en las regiones atlántica (o euro-siberiana) y mediterránea (tal como las definen los botánicos) es tan claro que se ha llegado a hablar de «la frontera del Ebro». Al norte de este río, en la cornisa cantábrica y norte de Portugal, los neandhertales habrían sido sustituidos mucho antes por nuestros antepasados que en el sur. De confirmarse estas teorías (para lo que harán falta más excavaciones de yacimientos con buenos registros arqueológicos y paleoantropológicos), en cada región concreta de Europa el pulso entre neandhertales y cromañones habría durado mucho menos de 12.000 años (en el caso mediterráneo tal vez sólo un par de miles de años)».

A pesar de ser escasos los hallazgos de huesos humanos correspondientes a estas etapas del Paleolítico, son numerosos los estudios realizados sobre las características de las diferentes poblaciones que lentamente fueron evolucionando sobre el Planeta. Así, para conocer la altura de estas gentes se han utilizado hallazgos procedentes de distintos yacimientos de los cinco continentes, llevándose a cabo diferentes cálculos; algunos de ellos han proporcionado los siguientes resultados: la altura de los individuos medidos oscila entre 1,60 y 1,80 metros y evoluciona del siguiente modo: a los Homo erectus se les calcula alturas de entre 1,60 y 1,70 metros, siendo de mayores dimensiones tanto el Homo heidelbergensis como el Homo rhodesiensis; el Homo sapiens neanderthalensis del Peleolítico Medio alcanza entre 1,60 y 1,70 metros mientras que el Homo sapiens sapiens del Paleolítico Superior mide entre 1,65 y 1,75 metros.

Con respecto a la capacidad cerebral de estos mismos grupos humanos podemos referirnos a medidas de en torno a los 800-1.000 centímetros cúbicos para el Homo erectus, superando el Homo antecesor los 1.000 centímetros cúbicos y alcanzando entre esta última capacidad y los 1.400 centímetros cúbicos tanto el Homo heidelbergensis como el Homo rhodesiensis y llegar a los 1.500 centímetros cúbicos con el Homo sapiens neanderthalensis y a los 1.400 con el Homo sapiens sapiens.

Dentro de este proceso evolutivo, la esperanza de vida aumentará entre los cromagnones en relación con los neandhertales; así, según el investigador ya citado, H.V. Vallois, y sobre un estudio de 102 restos de estos grupos, un 24,5% morirían antes de cumplir los 14 años, un 63,7% entre los 15 y los 40 y un 11,8% entre los 40 y los 60 años. Sin embargo, y a pesar de la todavía muy alta mortalidad infantil, son escasos los hallazgos correspondientes a niños; del estudio de algunos de ellos se deduce, no obstante, que ya durante el Paleolítico Superior las diferencias con los actuales no eran notables, salvo ciertos rasgos arcaicos en sus mandíbulas y en sus dientes.

En lo que a Euskal Herria se refiere, y pese a que son numerosos los lugares con industrias pertenecientes al Paleolítico Superior, apenas se dispone hasta la fecha más que de un escaso número de restos humanos. Así, en el nivel Magdaleniense Final de la cueva de Erralla (Zestoa), se hallaron dos dientes humanos en buen estado (molar y canino) correspondientes a un adulto del que no se puede precisar la edad. Por lo que respecta a otros testimonios, concretamente los de la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) pertenecerían a varios momentos del Paleolítico Superior (Auriñaciense, Solutrense y Magdaleniense). Por otra parte, son numerosos los huesos humanos descubiertos en la cueva de Urtiaga (Deba), algunos de los cuales se asignaron a niveles del Paleolítico Superior y Aziliense; varios de los cráneos más antiguos de este yacimiento fueron analizados antropológicamente y datados hace unos años: la cronología se corresponde con fechas más recientes, lo que hace ponerlos en relación con el nivel superficial sepulcral perteneciente a la Edad del Bronce.

En parte motivados por esta escasez de elementos antropológicos disponibles que nos permitan conocer las características físicas de nuestros antepasados, se ha recurrido en ocasiones al estudio de las representaciones parietales (pinturas y grabados) existentes en algunas cuevas paleolíticas europeas. Sin embargo, a pesar de ser éstas abundantes, apenas cuentan con un pequeño número de figuras humanas o antropomorfas. Dentro del arte mueble, estas imágenes son muy escasas y, cuando aparecen, se representan desnudas y con la cabeza y cara muy modificadas, al parecer de forma intencionada. Entre las cavidades europeas que cuentan con ejemplares de este tipo están entre otras las francesas de Le Portel, Marsoulas, Sous-Grand-Lac, Massat, Pech-Merle, Les Combarelles y Lascaux; las cántabras de Altamira y Hornos de la Peña y la de Los Casares, de Guadalajara. En Euskal Herria contamos con dos ejemplares de antropomorfo grabados en la cueva de Altxerri (Aia); el primero de ellos, sin cabeza, cuenta con un falo claramente visible; el segundo, presenta la cabeza y un largo cuello que le da una apariencia de serpentiforme.

Dentro del arte mueble conocemos asimismo un antropomorfo grabado, junto a otras figuras de animales, en el hueso hallad o en la cueva de Torre (Oiartzun), y que presenta «una cabeza bien destacada, de calvaría redonda característica, con indicación de una nariz apenas saliente y de un ojo ovalado (en perspectiva frontal) al que cuidadosamente se le han indicado las pestañas superiores e inferiores. Un cuello bien proporcionado marca la transición a la mitad superior del cuerpo, que se va adelgazando y concluye a la altura de la cintura; se le señala el brazo, inconcluso distalmente» (I. Barandiaran, 1971). En la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) se representan figuras femeninas y antropomorfos.

A lo largo del Paleolítico Superior también se realizaron una serie de figuras femeninas de bulto redondo denominadas «venus», fabricadas en piedra, hueso o marfil y que, en algunos casos, representan las formas del cuerpo con una considerable precisión. Son muy conocidas las denominadas Venus de Kostienki (Rusia), Willendorf (Austria), Lespugue (Francia), o el contorno del relieve de la Dama del Cuerno de Laussel (Francia). Dentro de nuestros yacimientos contamos con el reciente hallazgo de un colgante de piedra con una silueta femenina en la cueva de Praile Aitz I (Deba), correspondiente a un nivel de ocupación del Magdaleniense Inferior.

El hecho de que a partir del Neolítico, y hasta el comienzo de la Edad del Hierro, las inhumaciones se produzcan por lo general en lugares definidos y con un carácter colectivo, principalmente en dólmenes y cuevas sepulcrales, nos va a permitir disponer de un abundante muestrario de restos humanos para ser analizado y poder definir con cierta precisión algunas características de quienes habitaron nuestro suelo en esos momentos. Con la llegada de la Edad del Hierro y el cambio de ritual funerario de la inhumación a la incineración, volverán a ser escasos los huesos conservados, correspondiendo la mayor parte a niños recién nacidos, ya que éstos, excepcionalmente, no eran quemados sino inhumados en el interior de las viviendas.

Con el fin de ilustrar lo que sucede en estos períodos postpaleolíticos en el actual territorio de Euskal Herria y en sus zonas más próximas, recogemos una serie de apuntes que sobre la diversificación y tipología antropológica hacen I. Barandiaran y E. Vallespí (1980) dentro de su obra en torno a la Prehistoria de Navarra, en la que se retoman algunas consideraciones planteadas en 1892 por F. Olóriz: «Desde hace tiempo se ha controlado, y descrito, la diversificación tipológica de las gentes del Pirineo: mientras que los caracteres propios de las poblaciones del grupo occidental se desparraman por ambas vertientes de la cadena (constituyendo una unidad antropológica peculiar: el tipo pirenaico-occidental, o vasco), los de las que ocupan los valles centrales del Pirineo quedan encerrados en su propio ámbito de la vertiente meridional». Así lo había definido correctamente F. Olóriz, a finales del siglo XIX: «La faja de partidos judiciales fronterizos con Francia aparece claramente dividida en tres porciones que corresponden a los tres estados que en la Edad Media compartieron la vertiente meridional del Pirineo. Y es muy notable el hecho de que en los segmentos extremos, esto es, en las fronteras franconavarra y francocatalana, el índice sea más alto que en el segmento medio o frontera francoaragonesa. Parece como si las partes más débiles de la muralla natural que nos separa de Europa, que están en sus extremos, hubieran sido puertas de paso para las emigraciones desde la península al continente y a la inversa, de modo que alrededor de dichas puertas se hubieran constituido poblaciones de caracteres intermedios, en tanto que el trozo central de la cordillera, fuera de las líneas ordinarias de emigración y de comercio, se hubiera mantenido casi pura la raza más antigua quizá de nuestro suelo».

I. Barandiaran y E. Vallespí prosiguen: «Las zonas más alejadas de la crestería y de los altos valles, en dirección hacia el centro de la depresión del Ebro, ofrecen poblaciones asentadas y conformadas en épocas más recientes que aquéllas del Pirineo Occidental. Los grupos humanos propios del Pirineo Occidental y del resto del territorio vasco parecen estar asentados aquí, quizá, desde fines del Paleolítico Superior. Mientras que el poblamiento de los altos valles del Pirineo Central (en su vertiente ibérica), el de los somontanos y el de la zona central de la depresión del Ebro (Ribera, franja central de Aragón), ha debido producirse de modo esporádico y limitado a partir del Epipaleolítico y Neolítico antiguo y en forma masiva en el Eneolítico y Bronce pleno, con un aporte sustancioso en el posterior Bronce final-Hierro I. Todo ello a partir de grupos que «colonizan» este territorio desde distintos frentes (el Pirineo Occidental, las tierras transpirenaicas, la Meseta y quizá hasta el bajo valle del Ebro y el litoral mediterráneo), produciendo variedades de formas culturales y de grupos étnicos que siguen hoy vigentes en bastantes rasgos. Por ello, resulta siempre válido el calificativo de «mosaico racial» que aplican los antropólogos al panorama ofrecido por las actuales poblaciones del Pirineo ibérico y de sus zonas vecinas. En dicha diversificación antropológica se singularizan tres elementos, o troncos étnicos, más característicos: el «pirenaico-occidental», el «alpino» y el «mediterráneo».

Continuando con el mosaico racial del Pirineo, M. Fuste (1954), tras diferenciar los tres grupos básicos que lo constituyen (pirenaico-occidental, alpino y mediterráneo), se refiere a cada uno de ellos del siguiente modo: «El pirenaico-occidental es probablemente también el más antiguo, puesto que según algunos autores, cabe remontar su diferenciación al Paleolítico Superior. Constituye el principal componente del pueblo vasco, y se diferencia de los otros por su estatura más elevada y constitución robusta. A ello se añaden la considerable anchura del cráneo en relación con la longitud (mesocefalia con tendencia a braqui) y su escasa altura. Por tener el agujero occipital muy inclinado, con su punto anterior (basio) mucho más elevado que el posterior (opistio), la cabeza, en su posición normal, presenta la barbilla muy recogida y el perfil de la cara es vertical. Las sienes abultadas y la escasa anchura mandibular, le proporcionan contorno triangular. La nariz alta, saliente y con frecuencia convexa, así como el color verdoso del iris, son también caracteres típicos del elemento en cuestión».

Según el mismo investigador, los tipos mediterráneo y alpino son de menor estatura, aunque el mediterráneo es más esbelto y presenta una notable dolicocefalia, mientras el alpino es rechoncho y braquicéfalo. Un cuarto tipo racial presente en algunos núcleos es el nórdico, de complexión clara, elevada estatura y notable dolicocefalia.

La distribución de estos tres grupos en ambas vertientes del Pirineo es estudiada tanto por el autor referido como por otros investigadores contemporáneos. Todos ellos concluyen que el tipo pirenaico-occidental es el predominante en el extremo occidental de la cadena montañosa, si bien en su vertiente septentrional se extiende más hacia el este que en la vertiente meridional (M. Fuste, 1954). En este sentido, S. Alcobé (1934) localizó restos del tipo pirenaico-occidental en el valle de Aran, mientras H.V. Vallois (1952), basándose en los grupos sanguíneos, sitúa el que denomina «elemento vasco», al menos hasta la cuenca del Garona. En la vertiente meridional, sin embargo, el tipo mediterráneo delimitaría con el pirenaico-occidental entre Nafarroa y Aragón.

Volviendo a los restos arqueológicos, hay que destacar los importantes estudios antropológicos que se desarrollaron en Euskal Herria desde principios de siglo por parte de investigadores como E. Eguren, T. de Aranzadi, M. Fuste o J.M. Basabe, y que se basaron en gran medida en los materiales obtenidos en diferentes excavaciones de etapas postpaleolíticas. De estos trabajos se desprende que el tipo pirenaico occidental está presente en monumentos funerarios de la vertiente atlántica tales como Obioneta (Realengo de Aralar), Aranzadi (Uharte Arakil) o Arzabal (Uharte Arakil), mientras el mediterráneo grácil se encuentra mejor representado en la vertiente mediterránea, aunque en ocasiones se localizan individuos de este tipo en la zona atlántica y viceversa. Asimismo se han detectado mediterráneos robustos en dólmenes como el Alto de la Huesera (Biasteri) y elementos dinárico-armenoides en la cueva de Urbiola (Urbiola) y algún elemento alpino en la de Kobeaga (Ispaster). C. de la Rúa (1985) realizó por su parte un trabajo sobre el cráneo vasco, abordado desde el estudio de la morfología y la estructura craneofacial de la población vasca, basándose en 170 cráneos, de los cuales 100 eran masculinos y 70 femeninos; del mismo modo se analizaron 139 mandíbulas, 90 de ellas masculinas y 49 femeninas.

Correspondiente al Mesolítico, en el yacimiento de Aizpea (Aribe) se localizó y estudió la evidencia antropológica más completa hasta el momento del Homo sapiens de Euskal Herria, perteneciente a una mujer que vivió en ese lugar hace 6.600 años.

Centrándonos en los materiales arqueológicos correspondientes al Neolítico, la cueva de Santimamiñe (Kortezubi) cuenta con restos de cráneo estudiados tanto por T. de Aranzadi, J.M. de Barandiaran y E. Eguren en 1931 como por J.M. Basabe en 1966, constatándose en ellos la existencia de una serie de rasgos que caracterizan a la población vasca actual. Posteriormente, en el abrigo de Fuente Hoz (Anúcita) fueron localizados nueve individuos inhumados (todos ellos varones adultos, excepto un niño, con edades comprendidas entre los 15 y los 40 años) correspondientes al tipo mediterráneo grácil, fechados en un Neolítico avanzado (3.290 y 3.210 antes del cambio de Era). En el estudio realizado por J.M. Basabe e I. Bennassar (1983), se describe a estos pobladores neolíticos como de estatura media y fuertes articulaciones, con ciertos rasgos arcaicos en sus rostros y un fuerte aparato masticador, aunque con los dientes muy gastados en bisel debido al tipo de mordida.

Además de los citados yacimientos, otros como la cueva del Padre Areso (Biguezal), Lumentxa (Lekeitio), Atxeta (Forua) o Marizulo (Urnieta), han proporcionado restos humanos del Neolítico, que en muchos de los casos pertenecerían al tipo pirenaico occidental, si bien en alguno, como el de Marizulo, los rasgos son más propios del tipo mediterráneo; los hallazgos de la cueva del Padre Areso, por su parte, ofrecen características craneales comunes a otros restos neolíticos peninsulares: índice cefálico mesocráneo, cráneo alto, órbitas medianas, contorno craneal superior ovoide y estatura media (C. de la Rúa, 2004).

Imagen 2: Denominadas características especificas de los vascos han sido subrayadas en diferentes estudios antropológicos. Layadoras del siglo XX (Foto J. Ortiz Echagüe. Fondo fotográfico Universidad de Navarra, VEGAP. San Sebastián 2005)

En el yacimiento de Los Cascajos (Los Arcos), se han hallado numerosas estructuras con inhumaciones correspondientes al Neolítico, en las que se coloca a los individuos en posición flexionada o hiperflexionada, siendo cubiertos mediante grandes losas o con fragmentos de molinos (J. García, J. Sesma, 2001).

Del Eneolítico o Calcolítico se conocen restos humanos en las cuevas de Kobeaga (Ispaster), Amalda (Zestoa), Iruaxpe I (Aretxabaleta), Abauntz (Araitz), Los Husos I (Bilar), además de en otras muchas cavidades de carácter exclusivamente sepulcral. Paralelamente, en dólmenes, túmulos y otras estructuras funerarias se han recuperado gran cantidad de huesos humanos, muchos de ellos aún sin revisar.

Según los estudios antropológicos realizados por C. de la Rúa (1990) con restos neo-eneolíticos del Alto Valle del Ebro, parece deducirse una cierta heterogeneidad de la población, predominando el sustrato del mediterráneo grácil que se sitúa en ambas márgenes del Ebro, e incluso remontando los afluentes de este río; al mismo tiempo aparecen rasgos de una mayor robustez en algunos individuos de cuevas de estos afluentes, así como en los dólmenes riojanos. Por lo que se refiere al tipo pirenaico occidental, está presente en las poblaciones documentadas en los yacimientos de Gipuzkoa y Bizkaia así como en los dólmenes pirenaicos, aunque escasea en los yacimientos próximos al valle del Ebro. En cuanto a los grupos braquicéfalos que desde el Eneolítico se documentan entre las poblaciones de Europa occidental, apenas están representados en nuestro territorio.

A lo largo de toda la Edad del Bronce y hasta el comienzo de la Edad del Hierro, los restos humanos siguen siendo frecuentes tanto en los monumentos megalíticos como en las cuevas sepulcrales. En referencia a los hallazgos en el territorio de Araba, el doctor Basabe, tras el estudio de algunos de ellos, considera dominante el elemento mediterráneo grácil, resaltando también la importancia de la morfología de tipo cromañoide; destaca de igual manera la representación del tipo Pirenaico Occidental (15%).

Los restos humanos pertenecientes al menos a 3 5 individuos recuperados en la cueva de los hombres verdes de Urbiola y asignados al Bronce avanzado, en un momento cercano al 1.200 anterior al cambio de Era, corresponderían a una población heterogénea con una base de tipo probablemente mediterráneo y en la que se localizan un 30% de braquicéfalos, entre los cuales dos serían del tipo armenoide; este hecho ayudaría a detectar la existencia de ciertos movimientos de población, muy probablemente ligados a actividades metalúrgicas, bien sea para llevar a cabo prospecciones de metales bien para desarrollar tareas comerciales.

Introducidos ya en la Edad del Hierro, el cambio de rito funerario hace que los restos sean muy escasos; así, correspondientes a este momento disponemos tan sólo de un pequeño número de individuos que, por diversos motivos, no fueron incinerados tras su muerte: en el nivel celtibérico del poblado de La Hoya (Biasteri) se hallaron en sus calles, entre los escombros, algunos de los pobladores muertos de forma violenta, uno de ellos decapitado y con la mano derecha cortada. El estudio antropológico de estos restos ha constatado un predominio de caracteres del tipo mediterráneo grácil. Pudiera ser que sobre este sustrato mediterráneo emergieran algunos rasgos craneales, como los que se aprecian en uno de los individuos de La Hoya, que inducen a pensar en contactos con gentes célticas, que hacia el siglo V-IV antes de nuestra Era llegarían desde la Meseta a esta parte de Euskal Herria junto a otros grupos autóctonos procedentes de las cuevas alavesas (C. de la Rúa, 1990).

En cuanto a lo que se refiere a las escasas necrópolis conocidas correspondientes a una serie de poblados protohistóricos, tales como las de La Hoya (Biasteri), La Torraza (Valtierra) o La Atalaya Baja (Cortes), entre otras, ninguna ha proporcionado restos humanos, salvo las cenizas resultantes de la incineración de los cadáveres.

Algo similar ocurre en el caso de los numerosos monumentos megalíticos pertenecientes a este período, debido al cambio de ritual. A pesar de ser 59 los cromlech pirenaicos excavados, correspondientes 335 conjuntos diferentes, todos ellos de la Edad del Hierro, éstos tan solo han aportado en cinco ocasiones fragmentos de huesos humanos previamente incinerados, depositados en la zona central del monumento; sin embargo, en la mayoría de los casos, o estos restos no existen o al menos no se han conservado, dando la sensación de que se han conformado con la colocación de unos puñados de carbones vegetales de modo simbólico. Pero aún en los yacimientos en los que se han hallado huesos, éstos son muy escasos y fragmentados y generalmente de difícil determinación. El cromlech de Oianleku Ipar n°1 (Oiartzun), no obstante, y de forma excepcional, proporcionó 460 fragmentos óseos entre los que se pudieron determinar cuatro piezas dentarias, restos de bóveda de cráneo, costillas, vértebras, diáfisis de húmero y radio y diáfisis de fémur, todo ello perteneciente a un solo individuo de edad adulta. Asimismo, en el cromlech contiguo al anterior, Oianleku Ipar n°2, se obtuvieron 429 restos entre los que se determinaron 11 piezas dentarias así como diáfisis de fémur y tibia, en su totalidad pertenecientes a un único individuo de edad adulta.

El caso más significativo, no obstante, corresponde al cromlech tumular de Millagate IV (Larraine), en el que se hallaron 1.500 gramos de huesos agrupados en el centro del monumento. Del estudio de los 1.470 fragmentos (H. Duday, 1988) en los que están representados la mayor parte de los huesos del cuerpo, entre ellos 182 fragmentos de cráneo, 16 de mandíbula y 19 dientes en un buen estado de conservación, se desprende que todos ellos corresponden a un solo individuo, adulto y probablemente de sexo masculino, muerto a una edad relativamente avanzada. Los cromlechs de Errozate n°3 (Lekunberri) y Millagate n°3 (Larraine) cuentan igualmente con huesos humanos.

En una reciente publicación de C. de la Rúa, relativa a la antropología biológica de la población vasca, se aportan nuevas tendencias importantes para el conocimiento de los habitantes que a lo largo de la Prehistoria poblaron el territorio de Euskal Herria. En este trabajo se hace referencia a cómo, hasta hace escasas fechas, se utilizaban marcadores genéticos "clásicos" como los grupos sanguíneos (ABO, Rh, etc.) para explicar nuestra historia evolutiva, según las tendencias de las investigaciones internacionales. La mayor parte de estos estudios se recogen en la obra de L.L. Cavalli-Sforza, P. Menozzi y A. Piazza publicada en 1994, en donde se incluyen 76.676 frecuencias genéticas correspondientes a 120 sistemas genéticos analizados entre 42 poblaciones mundiales, entre ellas la vasca. Por lo que se refiere a esta última, la ubican «en el rango de la diversidad genética europea. Sin embargo, se ha sugerido que la población vasca podría conservar en mayor medida un componente pre-neolítico europeo. Esto se ha explicado sobre la base de la posible existencia de un flujo genético más restringido con el resto de las poblaciones europeas, en particular durante la fase de expansión de los agricultores neolíticos, iniciada hace unos 10.000 años desde Oriente Próximo (Turquía, Irán, Iraq) hacia Europa. El componente genético neolítico proveniente de Oriente Próximo, habría reemplazado en mayor medida al componente pre-neolítico autóctono en la mayoría de las poblaciones europeas. Una hipótesis semejante habría sido formulada por A.E. Mourant en 1947, basándose únicamente en los datos del Rh» (C. de la Rúa, 2004).

Esta misma investigadora, pese a reconocer que el análisis de las frecuencias genéticas de los grupos sanguíneos han ofrecido una importante información sobre la historia biológica de las poblaciones, considera que, sin embargo, no permite indagar en los mecanismos evolutivos que han modelado dicha historia. Y es por ello que en la actualidad, «con el fin de profundizar en estos procesos evolutivos (mutación, selección, migración…), se analiza la filogenia o genealogía de los genes, para lo cual es preciso que el análisis se realice a nivel del ADN».

Es por tanto a través del estudio del ADN antiguo como se pretende conocer datos relativos a los acontecimientos migratorios o de colonización, así como las relaciones evolutivas entre las diferentes poblaciones prehistóricas. En esta línea, el equipo de C. de la Rúa ha realizado estudios sobre restos humanos de cuatro yacimientos vascos pertenecientes al período comprendido entre el Neolítico y la Edad del Bronce; se trata de San Juan ante Portam Latinam (Biasteri), con fechas de 5.070±150 y 5.020±140 B.P.; Longar (Viana), fechado en el 4.445±70 y en el 4.580±90 B.P.; Pico Ramos (Muskiz), con dataciones de 4.100±110 y 4.790±110 B.P. y Urratxa (Gorbeia), con fecha de 3.405±70 B.P. Este mismo equipo ha trabajado sobre el esqueleto correspondiente a una mujer del Mesolítico hallado en la cueva de Aizpea (Aribe), y por tanto el resto más antiguo descubierto en nuestro país perteneciente al Homo sapiens sapiens: «su ADNmt pertenece al haplogrupo U, que es el linaje europeo más antiguo y cuya procedencia se atribuye a la llegada del hombre moderno a Europa, hace unos 45.000 años» (C. de la Rúa, 2004). Los futuros trabajos desarrollados en esta línea permitirán sin duda tener acceso a numerosas informaciones correspondientes a la historia de los distintos grupos humanos.

Una cuestión que suele plantearse con frecuencia relacionada con las diferentes poblaciones prehistóricas, y que es de difícil solución, tiene que ver con el número de habitantes que ocuparían un determinado territorio, en este caso Euskal Herria, en cada uno de los períodos. La complejidad de obtener datos que pudieran aproximarnos a la realidad es grande, sobre todo en lo que se refiere a las etapas anteriores al establecimiento de asentamientos estables. Es por ello que dada la dificultad de localizar estructuras correspondientes a hábitats anteriores a la Edad del Hierro, principalmente en la vertiente atlántica, se han realizado algunos intentos de contabilización a partir de los yacimientos funerarios, principalmente dólmenes y cuevas sepulcrales. I. Barandiaran sugiere una serie de cifras orientativas que, aunque conviene tomar con todas las reservas, sí nos permiten tener una somera visión general de la situación: así, se parte de una población de entre 20 y 40 individuos en el Paleolítico Inferior, que aumentaría hasta un número de entre 60 y 120 en el Paleolítico Medio para alcanzar en el Paleolítico Superior los 300 o 400 habitantes como máximo y poder llegar varios milenios después, ya en la etapa dolménica, tal vez a los 10.000. Según este cálculo, los yacimientos conocidos en Euskal Herria guardarían una proporción del tipo siguiente: por cada 10 correspondientes al Paleolítico Inferior se tiene noticia de 15 del Medio y de unos 60 del Superior; en este último período se aprecia una importante evolución numérica, que se cuadruplica con respecto al Paleolítico Medio (I. Barandiaran, 1981).