Las materias primas
A LO LARGO DE LA HISTORIA de la humanidad la obtención de materias primas ha sido y sigue siendo fundamental para la supervivencia y el desarrollo. Elementos como el agua, la piedra, la arcilla o la madera, serán necesarias para que los diferentes grupos humanos se asienten, evolucionen y se multipliquen a través de los cinco continentes. Sin la existencia de agua y recursos alimenticios, de origen animal o vegetal, el hombre no tiene posibilidad de sobrevivir y, en los lugares en los que éstos faltan, tan sólo puede estar de paso durante un tiempo relativamente corto.
Cuando estudiamos al ser humano a través de la Prehistoria observamos cómo a lo largo de centenares de miles de años ha dependido básicamente de materias como la piedra y el hueso para la fabricación de instrumentos. Tenía que cazar además de recolectar y para ello debía contar con útiles; las piedras, principalmente el sílex, además de los huesos y la madera, eran las materias primas fundamentales. De los animales que cazaba, además de alimento, obtenía pieles, huesos, cuernas y toda una serie de productos básicos para su posterior transformación; la vegetación circundante le proporcionaba madera y fibras diversas. Conforme trascurren los milenios y las técnicas evolucionan, necesitará además otra serie de elementos como la arcilla para construir sus viviendas y fabricar vasijas y a partir del Caleolítico dependerá, de manera creciente, de los metales.
Pero muchas de estas materias primas no han sido siempre fáciles de obtener; es por ello que los distintos grupos se han visto obligados frecuentemente a desplazarse, en ocasiones a través de grandes distancias, con el fin de aprovisionarse de algunas de ellas. Para ello, desde los tiempos más remotos, las diferentes poblaciones se han debido organizar, y poco a poco especializarse, para conseguir toda esta serie de elementos básicos para sobrevivir y evolucionar.
Se han visto en la necesidad de buscar charcas y cursos de agua para saciar su sed, han tenido que estudiar los diferentes territorios que han poblado para conocer sus posibilidades en cuanto a recursos disponibles, perfeccionando progresivamente las técnicas de localización y caza de animales así como el aprendizaje de las cualidades de los productos vegetales que les rodeaban. Con la llegada de la metalurgia del bronce y posteriormente del hierro precisarán de filones y afloramientos de minerales con los que poder fabricar los instrumentos más diversos. En resumen, a lo largo de la prolongada historia de los seres humanos sobre la Tierra la obtención de materias primas, cada vez más numerosas, variadas y de tratamiento más complejo, ha sido una tarea básica a la que han dedicado importantes esfuerzos.
El agua
Este elemento, básico para la vida del ser humano, ha jugado un papel fundamental a la hora de determinar la ubicación de sus asentamientos, ya sean temporales o de carácter estable. La proximidad de una charca, fuente o cauce fluvial va a proporcionar, en principio, una seguridad de cara a la supervivencia, sobre todo en las zonas áridas. Por otra parte, estos puntos con agua son lugares de concentración tanto de especies animales como de vida vegetal, elementos ambos necesarios para nuestra especie. Es por ello que las sucesivas poblaciones que han habitado el planeta han acudido de forma continua a estos lugares para proveerse de este líquido imprescindible.
Pero además de recurrir al agua de lagos y charcas y a la que discurría por los distintos cauces, en numerosas ocasiones recogían la procedente de la lluvia utilizando para ello variados sistemas; así, la frecuente existencia de filtraciones de agua en las cuevas y su acumulación en ciertas zonas se emplearía ya a lo largo del período Paleolítico. Cuando el habitat se localiza al aire libre, los asentamientos suelen situarse en lugares próximos a manantiales, riachuelos o ríos; sin embargo, pese a ello, se sigue recogiendo el agua de la lluvia por medio de estanques o agujeros practicados en el interior de los propios poblados o en sus cercanías. En las últimas fases de la Prehistoria pudo incluso haberse dado algún tipo de regadío, tal y como sucedió en determinados lugares del Próximo Oriente.
Las primeras poblaciones del Paleolítico Inferior se establecieron en ocasiones en las terrazas de los ríos y en sus proximidades (cuenca de Iruña), con lo que estarían bien provistas de este líquido. En la zona de Urbasa, donde se han localizado diferentes yacimientos correspondientes a estas primeras poblaciones del interglaciar Riss-Würm, éstos se sitúan próximos a lugares con fuentes o incluso a balsas.
Gran parte de los hábitats conocidos actualmente en Euskal Herria ocupados durante el Paleolítico Medio se encuentran en lugares próximos a los cursos fluviales abundantes en nuestro territorio. Así, cuevas como la vizcaína de Axlor (río Indusi), las guipuzcoanas de Lezetxiki (ríos Bostiturrixeta y Urkitxerreka) y Amalda (río Alzolaras), y las de Isturitz (río Arberoue) y Olha (río Nive), situadas en Behenafarroa y Lapurdi respectivamente, entre otras, cuentan en sus cercanías con agua abundante. Asimismo, durante el Paleolítico Superior numerosos asentamientos, al menos los considerados como hábitats estables, se encuentran en zonas no alejadas de cursos fluviales. Como ejemplo significativo podría servir la gran concentración de cuevas de este momento ubicadas en las cercanías del río Deba, tales como las de Ermittia, Praile Aitz I y II, Langatxo e Iruroin, entre otras. En cotas próximas al río, o en zonas algo más elevadas, todas ellas tienen en común la escasa distancia entre el lugar de estancia y el cauce fluvial, en donde además de agua se proveían de diferentes peces, tal y como se ha constatado en algunas de las excavaciones de estos lugares. Del mismo modo, la no muy lejana cueva de Ekain (Deba) cuenta en las cercanías de su entrada con la confluencia de las regatas de Goltzibar y Beliosoerreka, las cuales, con el nombre de Sastarrain, desembocan a algo más de un kilómetro de distancia en el río Urola.
En las cuevas con niveles del Epipaleolítico los cursos de agua cercanos son también frecuentes. En Kukuma (Araia) por ejemplo, el agua discurre por las proximidades; del mismo modo, en Zatoya (Abaurregaina), con niveles que van desde el Magdaleniense avanzado hasta el Neolítico antiguo, pasando por el Epipaleolítico, el río Zatoya se encuentra próximo a la cavidad. El abrigo de Aizpea (Aribe), ocupado hace entre 8.000 y 6.000 años, es decir, entre el Epipaleolítico y los comienzos del Neolítico, se abre por su parte junto al cauce del Irati, mientras que a los pies del abrigo alavés de Kanpanoste Goikoa (Birgara), habitado a lo largo de cuatro milenios, entre el Epipaleolítico y el Calcolítico, discurre el río Berrón, a tan sólo 30 metros en línea recta y con un desnivel de entre 30 y 3 5 metros
La práctica totalidad de los hábitats al aire libre conocidos con niveles del Neolítico y de la Edad del Bronce cuentan en sus proximidades con algún curso de agua, fuente o charca (Kanpanoste Goikoa, Iritegi, Marizulo, etc.). Incluso en un territorio tan árido en la actualidad como el de Las Bardenas, pero habitado durante la Edad del Bronce, en asentamientos como Puy Águila I y Monte Aguilar, la presencia de un nivel de humedad está constatado a través de los estudios polínicos; así, especies tales como Tilia (tilo), Alnus (aliso) o Corylus (avellano), nos indican de la existencia de pequeños cursos fluviales con agua permanente en la zona.
Adentrados ya en el último milenio anterior a nuestra Era, los poblados fortificados de la Edad del Hierro, además de situarse cercanos al menos a un río de cierta entidad, cuentan frecuentemente dentro del propio recinto con una o varias fuentes. Así, de los 72 poblados catalogados en la vertiente atlántica de Euskal Herria, la práctica totalidad se localiza a escasa distancia de cursos fluviales que les proporcionan agua todos los días del año; igualmente la existencia de numerosos manantiales o fuentes como las halladas en los recintos de Intxur (Albiztur-Tolosa), Larreondoa (Senpere), Gastalepo (Ahatsa), Gastelusare (Arhantsusi-Jutsi) y Lecheguita (Iruri-Barkoxe), facilita la obtención de este elemento básico (X. Peñalver, 2001). El poblado de La Hoya (Biasteri), por su parte, dentro de la vertiente mediterránea, disponía en sus cercanías de una importante charca, hoy desecada, en cuyas proximidades crecían olmos, alisos y sauces; así mismo el de Atxa (Gasteiz) se localiza sobre el río Zadorra. Del mismo modo el poblado del Alto de la Cruz (Cortes) se estableció en gran medida en función de su ubicación con respecto al agua, tal y como señala J. Maluquer de Motes (1958): «El lugar elegido en pleno valle estuvo determinado por la presencia de un montículo natural, testigo del curso cambiante del río. A menos de medio kilómetro dos nacimientos de agua ofrecían la necesaria para los usos domésticos, sin tener que alcanzar el río. La presencia de éste se acusa desde el primer momento de población, puesto que en la alimentación del pueblo nunca faltaron pequeñas cantidades de almejas de río que aún se pueden recoger en la actualidad».
Además, tal y como hemos señalado, en estos momentos se recurre también a utilizar el agua de la lluvia de forma directa. Así, en el poblado de Intxur se han hallado sendos agujeros de 1,70 y 0,80 metros de diámetro y 0,60 y 0,30 metros de profundidad respectivamente, excavados en la roca, en el interior de cada una de las viviendas, muy probablemente con la finalidad de recoger el agua de la lluvia que descendía de la zona superior de la ladera a través de un canalillo.
La piedra
Es el material fundamental para la fabricación de utensilios a lo largo del Paleolítico; sin embargo, cuando los grupos humanos van trabajando nuevas materias primas, principalmente a partir del Calcolítico, la aparición de la metalurgia del cobre y bronce y posteriormente del hierro, llevará consigo el que la piedra vaya perdiendo importancia progresivamente de cara a la elaboración de instrumentos. Durante la Edad del Hierro será desplazada a un lugar muy secundario (principalmente el sílex), aun cuando sigan utilizándose diferentes tipos de roca para fabricar molinos, alisadores, moldes para fundir piezas metálicas, etc. Paralelamente, en toda esta etapa más reciente de la Prehistoria, la piedra se convertirá en un elemento importante para la construcción de parte de las viviendas, así como para el levantamiento de defensas, principalmente en los últimos siglos anteriores a nuestra Era.
Ya durante el Paleolítico Inferior y Medio la obtención de esta materia prima tendrá un carácter selectivo y, primero una serie de rocas duras como la cuarcita, el cuarzo y los basaltos y, posteriormente el sílex, se convertirán en las piedras preferidas siempre y cuando sea posible acceder a ellas. El sílex, más utilizado a partir del Paleolítico Medio, se puede presentar tanto en forma de nódulos de diferentes dimensiones como estratificado en capas de diverso grosor, y ofrecer una variada gama de colores. Todo parece indicar que, durante estas remotas etapas, se obtendría mediante su recogida superficial, y en los casos en que se aprovechase la existencia de sílex estratificado, muy probablemente tan sólo se explotarían las capas superficiales, tanto en los derrumbes como en el borde de los barrancos u orillas de los ríos; sin embargo, no se practicarían excavaciones profundas en los lugares ricos en mineral (S.A. Semenov, 1981).
Las poblaciones más antiguas que conocemos en Euskal Herria utilizaban ya el sílex, frecuente en áreas de la Sierra de Urbasa (zona de Osaportillo, balsa de Aranzaduya, fuente de Andasarri, Regajo de los Yesos y fuente de Aciarri), donde habitaban algunos de los primeros grupos humanos. Así, gentes del Paleolítico Medio trabajaban los nódulos de sílex de Urbasa (Mugarduia Norte) obteniendo de ellos lascas que porteriormente transformaban en raederas, puntas u otros útiles (L. Montes, 1988). En estos primeros momentos, las terrazas de los ríos proporcionaban además abundantes cantos propicios para su posterior manipulación.
En el Paleolítico Superior se seguían utilizando en muchos casos las mismas fuentes de abastecimiento que en los períodos anteriores. En estos momentos ya se producían movimientos de grupos organizados dispuestos a recorrer considerables distancias con el fin de obtener determinadas rocas. En este sentido, conocemos cómo tanto el sílex de Urbasa como el de Trebiño se emplearon a lo largo del Paleolítico Superior en diferentes cuevas, distantes en ocasiones decenas o centenares de kilómetros de los puntos de aprovisionamiento. Asimismo, en la Sierra de Urbasa (Mugarduia Sur) se tallaron a lo largo del primer tercio del Paleolítico Superior, probablemente en el Gravetiense, abundantes instrumentos en sílex (I. Barandiaran, 1995). La existencia de afloramientos en esta zona ha hecho que en todos los yacimientos descubiertos en las inmediaciones predomine entre sus instrumentos el sílex local. El material se presenta aquí en forma de nodulos oblongos de diferentes tamaños dentro de los estratos de caliza y, tras un proceso erosivo, es posible recogerlos en superficie; además, cuenta con unas características adecuadas para ser trabajado al ser su grano fino, las superficies de ruptura lisas y las aristas cortantes, lo que permitirá obtener piezas de gran calidad (A. Cava, 1988).
A lo largo del Epipaleolítico, y concretamente en la cueva de Kukuma (Araia), el sílex se obtenía mayoritariamente en las proximidades del yacimiento. Sin embargo, una pequeña parte de la industria se fabricó con sílex más fino y del que no se conoce su existencia en las proximidades, con lo que es probable que acudieran en su busca a zonas más alejadas (A. Baldeón, E. Berganza, 1997). Por lo general, sin embargo, en este período, los sílex locales son mayoritarios.
La mayor parte de los objetos de sílex del abrigo de Kanpanoste Goikoa (Birgara) correspondientes a los diferentes niveles que van desde el Epipaleolítico hasta el Calcolítico, pasando por el Neolítico (unos 4.000 años), provendrían de la zona de Trebiño/Estribación Norte de la Sierra de Cantabria, donde existen abundantes afloramientos de esta materia prima; para obtenerlo, estas poblaciones tendrían que desplazarse un mínimo de 20 kilómetros en línea recta (A. Tarriño. In: A. Alday, 1998).
Durante el Neolítico y, posteriormente, en la Edad del Bronce, se incorpora un nuevo tipo de sílex no existente en la cuenca Vasco-Cantábrica: el sílex Evaporítico de grano fino del Ebro. Adentrados en la Edad del Hierro, muchos de los objetos de piedra se fabricarán a partir de cantos, quedando el sílex relegado a un plano secundario; la recogida de estos cantos se efectuaría frecuentemente en zonas relativamente próximas a los respectivos lugares de habitación. Por poner un ejemplo, en el poblado del Alto de la Cruz (Cortes) se aprovisionaban de material lítico dentro de la misma zona del habitat, en la margen derecha del río Ebro; igualmente, en El Castillar (Mendabia) los molinos se fabricaban con piedras rodadas obtenidas en una terraza fluvial conocida como «montón de ruejos» (A. Castiella, 1979).
En la actualidad disponemos de un completo estudio realizado en torno al sílex de la cuenca vasco-cantábrica y Pirineo navarro y de su aprovechamiento a lo largo de la Prehistoria, llevado a cabo por A. Tarriño (2001); en él se recogen varias decenas de afloramientos de esta materia prima básica, aunque tan sólo de unos pocos se tiene constancia de que hayan sido utilizados habitualmente por las diferentes poblaciones prehistóricas. Una causa de que suceda esto es que, si bien en algunos lugares el sílex es de gran calidad para la fabricación de instrumentos, su extracción es muy dificultosa o imposible; por el contrario se conocen otros puntos en los que aunque la calidad del sílex es mediocre, el afloramiento es muy bueno y de fácil obtención, con lo que resulta más sencilla su explotación.
Del análisis de los sílex correspondientes a una serie de yacimientos de Euskal Herria, se deduce que son cuatro los tipos fundamentales utilizados: sílex del Flysch, de Urbasa, de Trebiño y de Loza; de ellos, los tres primeros ofrecen mejores condiciones para ser elegidos como materia prima a lo largo de los diferentes períodos. Además de estos tipos, existen otros sílex norpirenáicos en nuestros yacimientos.
Con relación al primer tipo, el sílex del Flysch, está presente en un gran número de yacimientos prehistóricos, pero son destacables los hallazgos realizados en la misma zona del afloramiento: en Kurtzia (Barrika) la acción del mar suelta bloques del acantilado, dándoles una pátina específica. En el entorno de este lugar, en la franja costera entre Punta Galea (Getxo) y la bahía de Plentzia, se ha documentado una estación prehistórica de gran importancia que tiene su inicio en el Paleolítico Medio y que perdura hasta momentos de la Prehistoria más reciente.
El grupo correspondiente al sílex de Urbasa abarca una banda de unos 18 kilómetros de longitud y entre 150 y 300 metros de anchura, entre el monte Baio, en Araba, por el este y el de San Donato, en Nafarroa, por el oeste, concentrándose los sílex en la zona situada entre la falla de Lizarraga por el este y las cercanías del límite entre Nafarroa y Araba por el oeste. Los restos correspondientes a ocupaciones del Paleolítico se localizan en tres zonas del altiplano de Urbasa. Algunos de ellos, como Mugarduia Norte, Mugarduia Sur, Portugain y Bioitza se han clasificado como talleres de sílex, parte de los cuales han sido asignados al final del Paleolítico Superior o comienzos del Epipaleolítico. De la misma manera, la cercana cueva de Koskobilo (Olazagutia), hoy desaparecida, con niveles del Paleolítico Medio y Superior, muy probablemente estuvo relacionada con la explotación del sílex de Urbasa. Destaca de este sílex el que haya sido difundido a numerosos lugares, algunos de ellos considerablemente distantes de esta sierra; así está presente en Herriko Barra (Zarautz), Labeko Koba (Arrásate), Antoliña (Gautegiz Arteaga) y, más esporádicamente, en Kobeaga II (Ispaster), Mendandia (Saseta) y Aizpea (Aribe). Incluso se ha detectado en la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri), distante casi 100 kilómetros (A. Tarriño, 2001).
El sílex de Trebiño aparece en paquetes intercalados entre margas en la sierra de Araiko y en las de Kutxo y Busto, separadas por el río Ayuda. En estas zonas se han recogido miles de lascas de deshecho y más de mil núcleos en lo que serían talleres al aire libre. Asimismo, se han localizado más de cincuenta mazos de cantera, de ofita, con ranura central para ser enmangados. A diferencia de los dos tipos de sílex anteriores, el de Trebiño parece tener una difusión menor; se localiza en yacimientos como el treviñés de Mendandia y en cuevas paleolíticas como las guipuzcoanas de Labeko Koba, Amalda, Urtiaga, Ekain y Praile Aitz I y las vizcaínas de Antoliña y Bolinkoba.
El sílex de Loza se ha utilizado de forma más irregular y es generalmente de peor calidad; se ubica en Loza (Araba).
Profundizando más en la obtención del sílex, y a partir de los estudios realizados, hoy podemos diferenciar la existencia de dos modelos de gestión de este material, dependiendo de la proximidad o lejanía entre los hábitats y los lugares de recogida de la roca. Según sea esa distancia entre ambos puntos estaremos ante el modelo de aprovisionamiento próximo, con distancias menores a 20 kilómetros, o ante el modelo de aprovisionamiento no próximo, con distancias superiores a 50 kilómetros.
Conocemos cuatro casos de aprovisionamiento próximo, todos ellos a distancias de entre 10 y 20 kilómetros: para la cueva de Antoliña (Gautegiz de Arteaga), el afloramiento de Flysch Cretácico situado a unos 15 kilómetros de distancia representa el 71,4% de la materia prima; en la cueva de Kobeaga II (Ispaster), el mismo tipo de sílex, distante unos 20 kilómetros, significa el 99% del total. Con sílex del Flisch pirenaico se abastecen en un 96,5% los habitantes de Aizpea (Aribe), distantes unos 10 kilómetros; finalmente en Mendandia (Saseta, Trebiño), los sílex de Trebiño y Loza suponen el 96% del utilizado. Como ejemplos de aprovisionamiento no próximo disponemos de dos: Labeko Koba (Arrásate) en donde el sílex de Urbasa, recogido a casi 40 kilómetros de distancia, alcanza el 56%; el de Trebiño, a distancia similar, el 32,8%, y el de Herriko Barra (Zarautz), en el que el sílex de Urbasa, distante unos 50 kilómetros supone, el 59,1% y el del Flysch Cretácico, a más de 55 kilómetros, el 40,9% (A. Tarriño, 2001).
Si estos modelos de utilización del sílex los aplicamos a los diferentes períodos prehistóricos, observamos cómo durante el Paleolítico Superior, en los yacimientos de Labeko Koba (transición del Paleolítico Medio al Superior y comienzos del Paleolítico Superior) y Antoliñako Koba (del Gravetiense al Magdaleniense avanzado), se aprovisionan en fuentes de sílex considerablemente diversificadas (Flysch, Urbasa y Trebiño), aunque no siempre en las mismas proporciones. Los cazadores del Paleolítico Superior, con un elevado nivel de especialización, son capaces de obtener materias primas para la elaboración de sus útiles a distancias medias para lo cual establecerían campamentos temporales, que en muchos casos utilizarían también para cazar. Durante el Mesolítico de Kobeaga II, Mendandia y Aizpea, la obtención del sílex es siempre en lugares próximos, aunque se producen relaciones esporádicas con puntos más distantes, es decir, que explotan de forma intensiva los recursos más cercanos. Para la etapa neolítica se ha analizado el yacimiento de Herriko Barra (Zarautz), que refleja un aprovechamiento de afloramientos ubicados a cierta distancia. Otros puntos como Los Husos I (Bilar), Peña Larga (Kripan) y Marizulo (Urnieta) tienen también aportaciones de sílex más lejanos, como es el caso del procedente del Ebro (A. Tarriño, 2001).
A pesar de ser el sílex la materia prima lítica por excelencia durante la Prehistoria para la fabricación de industrias, se han utilizado también otras como la cuarcita, el cuarzo, la lidita, la ofita o la vulcanita. Además, suelen hallarse en casos contados ámbar u otras rocas exóticas en yacimientos paleolíticos como Isturitz (Izturitze-Donamartiri) en su nivel Auriñaciense, o Labeko Koba (Arrásate), entre otros; sin embargo, estos materiales se hacen más abundantes a partir del Neolítico, generalmente para fabricar objetos de adorno. El lugar de aprovisionamiento de estas rocas sería en los casos de la caliza, la arenisca, o la ofita, en las proximidades del lugar en que fueron trabajadas; en los de la jadeíta o la variscita el origen estaría mucho más distante (A. Tarriño, 2004).
El hueso y la cuerna
La utilización del hueso es habitual entre las poblaciones cazadoras, pero también en las sociedades agropecuarias. Se trata de un material al que se puede acceder con facilidad al obtenerse tanto de los animales cazados, como en etapas posteriores, de los criados; a partir de él, elaborarán gran variedad de instrumentos, que se caracterizarán por su dureza y rigidez; por otra parte, el hueso es una materia fácil de trabajar. Entre los huesos es frecuente la utilización de los de mayor tamaño (diálisis de huesos largos, metapodios, omóplatos), aunque también se trabajan los más pequeños, en muchos casos para realizar piezas ornamentales. Por lo que se refiere a la cuerna, es un soporte muy resistente.
Durante el Paleolítico más antiguo las poblaciones preneandhertales y neandhertales se servirían de los huesos más o menos apuntados, generalmente de forma natural, para golpear, aunque la industria ósea apenas presenta elaboración en estos primeros momentos o es de difícil determinación. El trabajo de esta materia prima alcanza un elevado grado de perfección, principalmente a lo largo del Paleolítico Superior, período en el que se fabricarán toda una serie de piezas con las que desarrollarán un importante número de actividades. Además, tanto el hueso como la cuerna de ciervos y renos principalmente, servirán como soporte de obras de arte mobiliar, grabando sobre estos materiales o recortándolos. En el apartado correspondiente a los utensilios, destacan piezas como alisadores, punzones, espátulas, azagayas, arpones, agujas y bastones perforados, algunos de los cuales presentan decoraciones que los convierten en obras excepcionales, principalmente en el caso de los bastones de mando, las azagayas, los arpones, los alisadores y las varillas. Ejemplos de estos materiales se conocen en un considerable número de yacimientos pertenecientes al Paleolítico Superior: así, ofrecen algunas de estas piezas, cuevas como Isturitz (Izturitze-Donamartiri), Ermittia (Deba), Urtiaga (Deba), Praile Aitz I (Deba), Aitzbitarte IV (Errenteria), Ekain (Deba), Berroberria (Urdax), Santimamiñe (Kortezubi), Goiko-lau (Berriatua), etc. Entre los elementos de arte, destacan los localizados en los yacimientos citados de Isturitz, Santimamiñe o Urtiaga, y en los de Torre (Oiartzun), Arenaza (Galdames), Atxeta (Forua), Lamina (Berriatua) y Lumentxa (Lekeitio).
El hueso y la cuerna se siguen empleando entre las poblaciones epipaleolíticas; de entre los restos conocidos sobresalen los hallados en yacimientos como Urtiaga (Deba) y Santimamiñe (Kortezubi). Las piezas más representadas en este período son las puntas de sección circular, triangular y cuadrada, siendo frecuentes también las azagayas. El arpón aziliense, de sección aplanada y con una o dos hileras de dientes y perforación en ojal, está así mismo presente, al igual que los colgantes sobre dientes (caninos atrofiados de ciervos) y las costillas decoradas con motivos geométricos.
Con la llegada del Neolítico va a continuar siendo un elemento importante para la fabricación de útiles, si bien conforme vayan transcurriendo los siglos, y a través de las edades de Bronce y de Hierro tendrá que competir con otras materias primas más apropiadas para elaborar ciertos instrumentos, con lo que irá reduciéndose su utilización. Sin embargo, se realizarán con hueso tanto herramientas y armas como objetos de adorno: punzones (San Martín, Igaratza Sur, Los Husos y Gobaederra), puntas de flecha (Iritegi, Mina de Farangortea, El Sotillo y Solacueva), espátulas (Los Husos y Gobaederra), ídolos-espátula (San Martín, Praalata), colgantes (Obioneta Norte, Gurpide Sur y Kobeaga) y botones (San Martín y La Mina de Farangortea); estas piezas se localizan tanto en monumentos funerarios como en cuevas. En la etapa protohistórica, el hueso y la cuerna se utilizan sobre todo para la fabricación de mangos (Atxa, Alto de la Cruz), espátulas (Henaio, Peñas de Oro, Kutzemendi, Alto de la Cruz), colgantes (Atxa, Sansol, Castros de Lastra), cuentas de collar (El Castillar), alfileres y agujas (Alto de la Cruz , El Castillar). Dentro del nivel celtibérico del poblado de La Hoya (Biasteri), se halló un importante número de herramientas y complementos de hueso tales como espátulas, picos, mangos o silbos.
Por lo que se refiere a las cuernas de ciervo y reno empleadas a lo largo de la Prehistoria, señalar que provendrían de la caza de estas especies y en muchas ocasiones de la recogida de cuernas procedentes de la muda.
La madera
A lo largo de los sucesivos períodos la madera ha sido utilizada con frecuencia; su abundancia en gran parte de las áreas geográficas la convierte en una materia prima accesible para numerosos y variados usos. Sin embargo, los testimonios que nos quedan de ella son escasos debido a su difícil conservación. Únicamente perdurarán en buen estado en turberas y zonas lacustres, como sucede en algunos puntos de Centroeuropa, en donde es posible apreciar la perfección de determinadas estructuras levantadas con este material ya desde el Neolítico; también se conserva en las zonas muy secas.
Su recogida se realizaría muy probablemente de forma mayoritaria en las proximidades de los puntos en los que fuera a ser consumida. Así, en los casos en que se necesitase combustible para los hogares se emplearían especies cercanas al lugar de habitación, aunque también influirían en la elección características especiales de cada especie como el peso, la facilidad de arder, el poder calorífico, el olor, la cantidad de humo que desprende u otras. Sin embargo, los cambios climáticos que se van a suceder a lo largo de centenares de miles de años, harán que predominen en cada momento unas especies sobre otras, estando ausentes muchas de ellas durante grandes períodos.
Con la madera se fabricarán embarcaciones, recipientes, arcos, mangos para hachas, cuchillos o puñales; se utilizará para construir y acondicionar viviendas, cercados y defensas, dependiendo de las características de cada especie y de su abundancia o escasez, se emplearía una u otra: maderas más o menos resinosas, elásticas, duras o blandas serían seleccionadas según los casos. La madera de fresno, dura, elástica y flexible, pudo emplearse para fabricar mangos, mientras el tejo sería más propicio, por su elasticidad para construir arcos; las varas de avellano, por su parte, servirían para elaborar entramados y cestos, mientras que especies como el castaño, el haya y el roble serían un buen material para la construcción. Por su parte, estas dos últimas, junto a la encina, el endrino, el pino, el fresno, el avellano, el boj y el abedul, entre otras, se usarían en diferentes momentos y lugares como combustible.
De los restos conservados correspondientes a las etapas paleolíticas, la práctica totalidad tienen relación con su utilización como elemento de combustión en los hogares, y a este tema nos referimos con mayor extensión en el apartado dedicado al fuego. Sin embargo, podemos adelantar que maderas de enebro, pino, abedul, roble, encina y castaño, se han empleado durante el Paleolítico Superior para ser quemadas en cuevas de
Euskal Herria como la vizcaína de Lamina (Berriatua). Por otra parte, en uno de los hogares correspondiente al período Magdaleniense de la cueva de Praile Aitz I (Deba), hoy en curso de investigación, las maderas utilizadas para quemar han sido de roble y enebro.
Imagen 3: Mamus y renos, especies frecuentes durante las etapas frías del Paleolítico (Reproducción Sociedad Ciencias Arazandi. J. Egaña)
Durante el Epipaleolítico geométrico de Kanpanoste Goikoa (Birgara), fechado en el 6.550 antes del presente, la especie más utilizada para quemar en los hogares fue el pino (50%) seguido del roble (40%) y en menor proporción el avellano, las rosáceas y el boj, todas ellas con maderas buenas para la combustión (L. Zapata. In: A. Alday, 1998). Según se desprende de las investigaciones, el compaginar la madera de pino con el roble, marojo y quejigo, podría tener como finalidad la de mantener el fuego de la forma más conveniente, ya que el pino tiene una combustión rápida y el género Quercus arde más lentamente.
Con el inicio del Neolítico y a lo largo de la Edad del Bronce, además de emplearse diferentes tipos de madera para quemar, la generalización de hábitats al aire libre irá acompañada de la construcción de numerosas estructuras, en gran parte de tipo vegetal, así como de empalizadas y recintos diversos, en los que esta materia prima será un elemento fundamental, mientras que con el desarrollo de la metalurgia se irá generando un instrumental cada vez más variado y apropiado para el trabajo de la misma. Entre los restos de carbones recogidos en yacimientos correspondientes a estas etapas se aprecia una abundancia de roble durante el Neolítico, entre otros, en Pico Ramos (Muskiz), Kobaederra (Kortezubi) e Hirumugarrieta (Bilbo), así como en los niveles calcolíticos de las mencionadas cuevas de Pico Ramos y Kobaederra y durante la Edad del Bronce, en la de Arenaza (Galdames).
Cuando en la Edad del Hierro los asentamientos al aire libre se generalizan, a la vez que se hacen más complejos, aumenta la cantidad de madera necesaria tanto para la construcción de empalizadas y defensas como para levantar las viviendas. Será entonces preciso seleccionar cuidadosamente, en la medida de lo posible, los tipos de madera con los que fabricar postes, vigas y muchos de los elementos básicos de cada estructura. Así, además de especies como el haya o el roble, será imprescindible tener a mano en las proximidades de los recintos otras como el avellano, con el fin de abastecerse periódicamente y poder elaborar con sus ramas los entramados vegetales.
De este período protohistórico sabemos, por ejemplo, que los postes de sustentación de las viviendas del poblado del Alto de la Cruz (Cortes), situado en el valle del Ebro, se construyeron con madera de encina, coscoja, roble albar o carballo y pino carrasco, con predominio del género Quercus, hoy escaso en ese área; conviene recordar no obstante que en torno al año 700 antes de nuestra Era la cubierta vegetal de esta zona era muy diferente de la actual, estando presente el bosque de clima mediterráneo con encinas, robles y pinos, lo que permitiría abastecerse sin dificultad de estas especies a los habitantes del poblado. En el recinto de Intxur (Albiztur-Tolosa), también de la Edad del Hierro, ubicado en plena vertiente atlántica, las maderas utilizadas para la construcción de las viviendas fueron básicamente el haya y el roble.
Las pieles y otros productos animales
El empleo de las pieles de los animales cazados o muertos de forma natural tuvo lugar sin ninguna duda desde los momentos más remotos de la historia de la humanidad. A partir de esta materia prima elaborarían, una vez tratada y trabajada adecuadamente, tanto prendas de vestir como calzado y, probablemente, recipientes para contener líquidos y otros productos, tal y como lo testimonian diferentes útiles, tanto líticos como óseos, tales como agujas de coser, perforadores y cuchillas. El recurso a las pieles como elemento constructivo, por su parte, está documentado ya en viviendas del Paleolítico, principalmente del Superior. Con la ayuda de troncos y ramas, e incluso con grandes huesos de animales, se levantaron en ocasiones estructuras al aire libre para poder sobrevivir en aquellos lugares en los que o no existían cuevas o eran zonas con un interés determinado para sus constructores. La facilidad con la que pueden ser transportadas de un punto a otro abundaría en su utilización. Pero además de las pieles también se emplearían otras partes del animal; así, los tendones de algunos de ellos servirían para amarrar determinadas piezas o materiales, mientras que las vejigas podrían haberse utilizado para contener líquidos.
Sería probablemente algo habitual a lo largo de los diferentes períodos prehistóricos, la recogida de las plumas de algunas aves con fines lúdicos o de tipo ritual, o incluso de distinción; sus variados colores harían de ellas un buen elemento de adorno. Hoy día se sigue recurriendo a estas plumas por parte de numerosos pueblos primitivos actuales.
Una vez introducida la domesticación de los animales, la cría de la oveja permitirá disponer de un producto de gran transcendencia en las culturas postpaleolíticas: la lana. Su utilización para la fabricación de tejidos está fuera de toda duda, principalmente según avanza el Neolítico y las etapas metalúrgicas. El esquilado de los animales se llevaba a cabo de formas diferentes, empleándose a partir de la Segunda Edad del Hierro tijeras de hierro; con anterioridad esta tarea se realizaría de forma manual. La abundancia de rebaños de ovejas en las etapas postneolíticas hará de este producto un elemento accesible para una gran parte de la población. Como prueba de ello nos han quedado en muchos de los yacimientos, principalmente en los de la Edad del Hierro, diversos elementos propios de la actividad textil, tales como piezas de los telares, e incluso esporádicamente, restos de tejidos.
Las fibras vegetales
Además de como recurso alimenticio de importancia, los vegetales han sido empleados a través de la Prehistoria con fines muy diversos, si bien su documentación a través de la arqueología resulta generalmente difícil. Sin embargo, podemos deducir si nos fijamos en los pueblos primitivos aún existentes, que generación tras generación se sirvieron de diferentes partes de muchas de las plantas; así, incluso hoy en día, determinadas hojas y cortezas de árboles, además de frutos y semillas, se emplean como recipientes para contener tanto productos líquidos como sólidos.
Pero de entre todas las plantas documentadas cuyas fibras han servido a los seres humanos en los diferentes períodos postpaleolíticos, destacan el lino y el esparto. La primera, de tipo herbáceo, es conocida en distintos lugares tanto de forma salvaje como cultivada, muy probablemente a partir del Neolítico y algo más tarde en la península Ibérica, estando presente en las zonas templadas y subtropicales. La fibra se obtiene del tallo cuya parte interior, separada de los tejidos leñosos periféricos, proporciona los filamentos idóneos. Entre sus características destaca la elasticidad, la suavidad y su color blanco. Todo ello ha hecho de esta fibra un elemento importante para la elaboración de vestidos, aptos principalmente para los momentos de más calor.
El esparto, por su parte, es una gramínea cuya fibra se obtiene trabajando las hojas de esta planta, y cuyos pequeños filamentos en que se descompone son útiles como materia prima para la fabricación de textiles, cuerdas, calzados, cestos y otros productos. Requiere un clima continental y escasa pluviosidad, y ha sido utilizado ya desde las etapas prehistóricas con cerámica. En los niveles de la Edad del Hierro del poblado navarro del Alto de la Cruz (Cortes) se hallaron algunos fragmentos de cuerdas carbonizadas elaboradas con esta planta.
Sobre algunos de estos tejidos se aplicarían diferentes colorantes obtenidos a partir, tanto de productos vegetales y animales como minerales en menor medida. Entre los vegetales destaca el glasto para lograr colores azules, al igual que el índigo o añil; del arándano lograrían el color lila, mientras que para conseguir el amarillo emplearían gualda, de cuyas flores, hojas y tallo se consigue el tinte. El rojo podía proporcionarlo un liquen marino denominado urchilla, así como la rubia. De entre los tintes extraídos de animales, tanto terrestres como marinos, destacan algunos de insectos parásitos de vegetales como el roble, la encina o la coscoja, así como los obtenidos de dos especies de moluscos gasterópodos: la Purpura y el Rocher murex (C. Alfaro, 1984).
La arcilla
Si bien ya en yacimientos del Paleolítico Superior se han hallado evidencias de la utilización de la arcilla para la elaboración de una serie de figuras de animales y más esporádicamente humanas, hasta la etapa neolítica no se utilizará de forma generalizada esta materia prima; principalmente será para la fabricación de utensilios, que hasta ese momento o se elaboraron a partir de la madera o se recurrió a recipientes naturales de tipo vegetal. Pero a partir de ese momento, mediante la arcilla producirán vasijas de tipos diferentes y variadas finalidades, lo que significará un notable avance en la cultura material de la humanidad.
La gran cantidad de objetos fabricados en arcilla refleja la importancia de esta materia a lo largo de los últimos milenios, contabilizándose miles de recipientes de todos los tamaños y formas, algunos de ellos provistos de decoraciones. Pero además, con ella se han elaborado otra serie de piezas: idolillos, cajas ricamente decoradas, fusayolas, pesas de telar, morillos, "canas", etc.
Al mismo tiempo, la progresiva proliferación del habitat al aire libre a partir del Neolítico conllevará la necesidad de disponer de una serie de materiales constructivos con los que levantar viviendas y otras estructuras complementarias. En este campo la arcilla jugará un importante papel, sirviendo tanto para la fabricación de adobes con los que en algunos casos se construirán las paredes de las viviendas e incluso las defensas de los poblados, como para recubrir las estructuras vegetales que forman las paredes, revocar los muros de algunas casas, alisar los suelos y construir hornos y hogares. De todas estas utilidades de la arcilla disponemos de numerosos ejemplos en nuestros yacimientos, principalmente en algunos poblados correspondientes a la Edad del Hierro como el Alto de la Cruz (Cortes) y La Custodia (Viana) en Nafarroa, La Hoya (Biasteri) y Atxa (Gasteiz) en Araba, Intxur (Albiztur-Tolosa) y Basagain (Anoeta) en Gipuz-koa y Berreaga (Mungia-Gamiz-Fika-Zamudio) en Bizkaia.
La obtención de la arcilla es relativamente sencilla dada su abundancia y accesibilidad en los más diversos lugares del planeta. En la cuenca Vasco-Cantábrica se localiza en todos los materiales sedimentarios desde el Triásico hasta el Holoceno (Cuaternario). Compuesta por minerales arcillosos y no arcillosos, son los primeros los que determinan las propiedades más características de la misma y están compuestos por partículas cristalinas muy pequeñas, generalmente silicatos de aluminio hidratados. Estos elementos darán la plasticidad a la vez que son los causantes de la retracción y cohesión que adquirirá la pasta en la fase del secado. Los desgrasantes o minerales no arcillosos, son principalmente calcita, dolomita, cuarzo, mica, pirita, feldespato y yeso, y pueden estar presentes en la arcilla de forma natural o bien ser añadidos de forma voluntaria por el ceramista con el fin de obtener una mezcla con propiedades determinadas (C. Olaetxea, 2.000).
El estudio de las características de las cerámicas de los diferentes yacimientos así como las de las zonas de posible abastecimiento, permitirán en el futuro establecer con mayor precisión los lugares de fabricación de las piezas, determinando si estas labores tenían lugar en las proximidades de la zona de obtención de la materia prima, trasladándose posteriormente a los poblados las vasijas, o por el contrario se acarreaba la arcilla en carros tirados por bueyes o caballos hasta el lugar de habitación, significando esta operación un costoso trabajo, dado el peso de este material.
Los metales
La práctica de la actividad metalúrgica en nuestro territorio desde hace unos 4.500 años precisará de un profundo conocimiento del medio en el que se localiza la materia prima básica, obligando a las gentes que vivieron durante estos milenios a realizar intensas labores de prospección. A partir de los diferentes minerales se fabricarán piezas muy especializadas y a la vez duras y resistentes, aunque para ello se requieran grandes conocimientos tecnológicos, dada la elevada complejidad de muchos de estos procesos metalúrgicos. Pero la necesidad de disponer de diferentes metales, algunos de los cuales son inexistentes o resultan difíciles de obtener en nuestro territorio, hará que se tenga que recurrir a variados y, en ocasiones, complejos métodos de aprovisionamiento. Así, a lo largo de miles de años, estas materias serán frecuentemente objeto de importantes movimientos comerciales, una vez dominadas las diferentes tecnologías precisas para su extracción y manipulación. Sin embargo, la obtención de los metales seguía siendo difícil, debiéndose recurrir a reciclar la materia prima de piezas ya en desuso, volviéndolas a fundir con el fin de poder fabricar otras nuevas.
Antes de pasar a recorrer los diferentes metales empleados durante los últimos milenios de la Prehistoria, sería de interés hacer una revisión de los yacimientos de metal existentes en Huskal Herria; sin embargo, de momento no son muchos los estudios realizados en este sentido. Como muestra de algunos de estos datos, sirva lo que aportó P. Caprile (1986) dentro del estudio que realizó a cerca de los objetos de adorno alaveses, y en donde se recogen una serie de informaciones relativas a los recursos metalúrgicos del territorio de Araba: vetas de pirita de cobre mezclada con pirita de hierro en Villarreal, dentro del término de Larragorri, en las proximidades del poblado de Letxa-boste; filones de cobre bastante pobres en Salinas de Anana, no lejos del poblado de La Desilla; en el término de Mungia se explota hoy en día una mina de hierro, conociéndose a lo largo del valle de Zuia minerales como blenda (sulfato de cinc), galena (sulfato de plomo), pirita (sulfato de hierro) y calcopirita (sulfato de cobre y hierro); destacan en esta zona los poblados de Peñas de Oro, Jugatxi y Urisolo; asimismo se han explotado así mismo en ocasiones, minas en Aramaio, localizándose en el área los poblados de Castillo de Ocio, Castro de Valdeportilla, La Ermita, Castillo de Portilla y Vetrusa. Es frecuente, si bien de forma dispersa, el mineral de hierro en Salinas de Anana, próximo, como ya hemos señalado, al poblado de La Desilla, así como en Villanaje, cercano a los Castros de Lastra. Al parecer existían también minas de plomo en Zuia, Mungia, Lezama, Villarreal y Barambio.
El cobre
El cobre se encuentra en estado natural y como tal fue en un primer momento recogido en superficie y trabajado mediante el martilleado, aunque este proceso no sea propiamente una actividad metalúrgica; los llamativos colores rojo (óxido de cobre) o verde (carbonato de cobre) facilitaron sin duda su localización por parte de los prospectores de este metal. Posteriormente se practicaron pozos para su obtención. Aparece asociado a numerosos elementos, principalmente al arsénico, de tres formas distintas: como carbonates, como óxidos y como compuestos sulfurados. Funde a 1.150° C y es muy dúctil y maleable. Generalmente se emplean minerales con cobre como la cuprita (88,8% de cobre), la melaconita (79,8%), la azurita (65,5%), la malaquita (57,33%) y otros (J.J. Eiroa; et alii, 1999›).
Las modestas explotaciones de cobre se complementarían en algunos casos mediante la comercialización de metal en forma de chatarra, que correspondería a materiales amortizados, piezas rotas o incluso a tortas de fundición. Lo que está claro a través de los hallazgos de determinados restos de los procesos metalúrgicos es que las actividades productivas y de elaboración existieron en nuestro territorio.
La metalurgia del cobre irá asociada a los inicios de la vida urbana, momento en el que se producirán nuevas formas de relaciones sociales tanto en Oriente Medio y Próximo como en Europa. El trabajo del cobre está documentado en zonas de Asia a finales del quinto milenio; así se conocen en Irán en estos momentos finales del V milenio y comienzos del IV pequeños centros de reducción del mineral de cobre, próximos a los puntos de extracción; más al este, en Mehrgarh (Pakistán) se sabe de esta actividad metalúrgica en torno al 4.000 antes de nuestra Era. En nuestro continente, la metalurgia de cobre está presente en diferentes lugares, incluso dentro de la primera mitad del V milenio en Rudna Glava (Yugoslavia). Estos inicios son el resultado de la unión de varios factores locales: la existencia de mineral de cobre de tipo carbonato, fácil de reducir, mezclado a su vez con ganga rica en óxido de hierro que servirá de fundente; la presencia de técnicas mineras muy elaboradas y, finalmente, el protagonismo de un sistema social bien implantado en la zona. En fechas próximas al año 3.000 antes de nuestra Era, en la zona de Riotinto (Huelva) se explotaron más de 70 minas de cobre, dentro del período Calcolítico, seleccionando el mineral en las trincheras de extracción, recogiendo la malaquita, el carbonato oxidado, de fácil reducción (J.-P. Mohen, 1992).
El desconocimiento de datos de explotaciones de cobre durante la Prehistoria en nuestro territorio nos obliga a referirnos a los lugares de explotación modernos y que tal vez fueron utilizados en etapas anteriores. Dentro de la cuenca Vasco-Cantábrica, la minería de cobre conocida es de escasa envergadura, destacando la de la sierra de Aralar, en donde la principal mena de cobre viene dada por la presencia de sulfosales. Existen asimismo hallazgos puntuales dentro de Araba, en Baranbio y Ollerías; en Bizkaia en Galdakao y Axpe, y en Gipuzkoa, en Antzuola y Atxondo. Los lugares más explotados de los conocidos son los de Arditurri y San Narciso en Gipuzkoa y Baigorri en Behenafarroa. Existen igualmente indicios de malaquita y azurita en Urbiola (Nafarroa), y de que se explotaron ya durante la Edad del Bronce. En las proximidades de Euskal Herria existe mineral en los macizos paleozoicos de la Demanda y Cinco Villas. No obstante, se conocen una serie de restos que documentan el trabajo del cobre; así, mineral, escorias de fundición, restos de hornos, lingotes y crisoles (recipientes utilizados para la fusión del metal) han aparecido en yacimientos como Las Gobas (Apodaka), Urtiaga (Deba) y en las Bardenas Reales (A. Tarriño, 2004).
Entre las piezas de cobre halladas dentro de nuestros yacimientos, además de una cuenta del dolmen de la Txabola de la Hechicera (Bilar), la mayor parte consisten en punzones y puñales. Los primeros están presentes tanto en la cueva de Gobaederra (Subijana-Morillas), como en los dólmenes del Sotillo (Biasteri), La Mina (Salcedo), Kalparmuñobarrena (parzonería de AItzania) y Uelagoena Norte (mancomunidad de Enirio-Aralar). Los puñales se localizan en la citada cueva de Gobaederra, Urtao II (Oñati), Aitzbitarte IV (Errenteria) y en el Puerto de la Herrera (Peñacerrada), además de en los dólmenes de San Martín (Biasteri) y Pagobakoitza (parzonería de Altzania). Al conjunto de punzones de Gobaederra habría que situarlo en el siglo xvm anterior a nuestra Era; por lo que se refiere a los puñales, a los del dolmen de San Martín y Puerto de la Herrera, habría que asociarlos con ajuares del campaniforme de tipo Ciempozuelos; ya con el campaniforme tardío, aparecerían los de Gobaederra (L. Valdés, 1989).
El bronce
La combinación de dos o más metales al ser fundidos permite en ocasiones obtener nuevos metales más fuertes y resistentes. Esto sucede por ejemplo con la aleación de cobre y estaño, y cuyo resultado es el bronce, dependiendo sus características de diferentes factores, entre ellos el contenido de estaño.
La metalurgia del bronce está presente desde hace unos 4.500 años, perdurando a lo largo de toda la Edad del Hierro. Con su expansión se produce una gran transformación en las formas de vida, fabricándose en este material tanto objetos de adorno como variados elementos relacionados con la agricultura y la guerra principalmente, surgiendo especialistas con un elevado control de la tecnología metalúrgica, que serán en ocasiones muy considerados socialmente.
La actividad metalúrgica pudo haberse desarrollado frecuentemente a pequeña escala, aunque también formaron parte del proceso personas especializadas que desarrollarían esta labor en lugares concretos dentro de los poblados.
Por lo que se refiere a Euskal Herria, ya hemos mencionado los escasos puntos conocidos en los que se pudo haber obtenido cobre durante la Prehistoria con el fin de obtener bronce. Pero además, parece claro que en la cuenca Vasco-Cantábrica no existen menas de estaño, con lo que tendrían que obtenerlo del exterior (A. Tarriño, 2004).
Sin embargo, y pese a esta penuria de materia prima, diferentes yacimientos de las Bardenas Reales han proporcionado en los niveles de la Edad del Bronce evidencias relacionadas con la actividad metalúrgica del bronce (mineral bruto, mineral parcialmente reducido en hornos, escorias, crisoles, moldes de fundición y útiles). No obstante, se desconoce el origen del mineral al no ser la depresión del Ebro una zona rica en afloramientos de cobre, por lo que muy probablemente recurrieron para su adquisición a otros lugares, aunque también pudieron haber aprovechado los pequeños filones de este metal existentes en las areniscas de los paleocanales de la Bardena Blanca (Mª. L. García, J. Sesma, 1994).
En el poblado del Alto de la Cruz (Cortes), se hallaron del mismo modo algunos restos que documentan la actividad metalúrgica del bronce; entre ellos destacan una serie de moldes para fabricar varillas sencillas o con discos intercalados y espátulas o discos para la fabricación de coladores. Pero también aparecieron dos fragmentos de tortas de fundición de bronce de 982 y 855 gramos, respectivamente, y que corresponden a piezas cuyo peso total sería de unos cinco kilos y un diámetro de 180 milímetros la primera y 1.710 gramos y 110 milímetros de diámetro la segunda. Pero si hay algo que destaca entre los restos de este yacimiento es el horno metalúrgico parcialmente destruido y en el que se hallaron los dos fragmentos de torta descritos. En el poblado alavés de Kutzemendi (Olarizu) se localizaron así mismo dos fragmentos de tortas de 51 y 465 gramos, esta última correspondiente a una pieza de 1.550 gramos y 140 milímetros de diámetro.
El oro y la plata
El oro, escaso en la naturaleza, aparece en filones, asociado a otros minerales, o en las arenas o aluviones de los ríos. Sea en forma de pepitas o dentro de rocas auríferas, es un metal dúctil y maleable que funde a 1.064o Q e incluso a menor temperatura cuando se encuentra en estado puro. Por lo que se refiere a la plata, asociada a otros elementos o en estado nativo, funde a 962o C, siendo, al igual que el oro, muy dúctil y maleable, aunque es más dura que aquel.
Desde la antigüedad el oro adquirió una gran importancia al ser un metal inalterable que no se oxida ni se sulfura. Su gran resplandor característico se mantiene y, en ocasiones, se empaña según se combine con otros metales como la plata, el cobre, el platino, e incluso el plomo y el hierro. En el Próximo y Medio Oriente piezas realizadas en este metal están datadas en torno al año 4.000 antes de nuestra Era, dentro de Mesopotamia (yacimiento de Ur), disponiéndose en la zona de fechas más recientes como el año 3.600 e incluso 3.000. En todos los casos se observa una elevada técnica de fabricación. Los elementos de oro más antiguos conocidos en Europa proceden del yacimiento de Varna (Bulgaria) y datan de los milenios V y IV. La gran cantidad de objetos (más de 4.320 elementos, con más de 1.518 gramos de oro en una sola de las tumbas) están fabricados en gruesas hojas martilladas, siendo las únicas decoraciones unas pequeñas cupulitas conseguidas mediante el repujado. Dentro del IV milenio, y hasta los inicios del III milenio, se conocen más de 50 yacimientos con ídolos de este metal (Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Yugoslavia), cuyo oro procedería de los ríos locales. Dentro de la Europa Occidental, en torno al 2.500 antes de nuestra Era, se localizan cuentas de oro en tumbas del mediodía francés, y ya hacía el 2.000, con la difusión del vaso campaniforme, se descubre un importante número de productos (cuentas, pendientes, apliques, cintas), todos ellos fabricados con oro de origen aluvial local (J.-P. Mohen, 1992). En la península Ibérica y Francia se encuentran los primeros objetos de oro en Galicia occidental y norte de Portugal, estuario del Tajo, Algarve portugués, Meseta norte, Andalucía occidental, sureste Peninsular, Pirineo Occidental-Alto Valle del Ebro, Pirineo oriental-Languedoc, Lot-Aveyron, fachada atlántica francesa y este de Francia (A. Alday, 1992).
En Euskal Herria, el oro está ya presente en yacimientos correspondientes al Eneolítico, utilizándose posteriormente durante la Edad del Bronce y la del Hierro. Su obtención estará en manos de especialistas, requiriendo la capacidad de detectar las fuentes de mineral así como la de transformarlo posteriormente en objetos. Túmulos como el de Trikuaizti I (Beasain), los dólmenes de Ausokoi (Enirio-Aralar), Sakulo (Isaba), Los Llanos (Kripan), Zorroztarri (Idiazabal-Segura) y Praalata (Ataun-Idiazabal) o la cista de Langagorri (Astigarraga-Errenteria) cuentan con objetos fabricados en este metal. En el yacimiento de Solacueva (Jócano), cuyos niveles excavados fueron atribuidos al período comprendido entre el Bronce Pleno-Final y la Edad del Hierro, se hallaron entre otros materiales una pulsera de oro, otra de plata y una tercera de aleación de plata (nivel VIb) consideradas como una ofrenda. Asimismo, en el poblado protohistórico de Peñas de Oro (Zuia) se localizó un anillo de oro fabricado en una varilla retorcida en espiral y rematado con pequeñas bolas aplastadas. Correspondiente también a la Edad del Hierro es la punta de lanza del castro de Carasta (Ribera Alta) decorada a base de damasquinados de plata, mientras en la necrópolis de Castejón (Arguedas) se han hallado un pendiente y una espiral de oro. Los cuencos de Axtroki (Eskoriatza) son finalmente uno de los ejemplos más relevantes de la utilización de este metal durante nuestra Prehistoria, aunque en este caso de origen centroeuropeo.
La plata es muy escasa en estado nativo, obteniéndose a partir de diferentes minerales de los cuales es preciso aislarla. En este metal, dentro del poblado de La Custodia (Viana), se halló un pequeño colgante y otra pieza de adorno de bronce chapeada también en plata. Pero este metal se ha utilizado en este yacimiento principalmente en forma de hilo en los motivos geométricos de las placas de cinturón (J.C. Labeaga, 1999-2000). También se fabricó en plata un pendiente descubierto en la necrópolis de Castejón (Arguedas).
El hierro
La introducción de la metalurgia del hierro es una de las innovaciones más significativas de las etapas finales de la Prehistoria. Los yacimientos de hierro son mucho más abundantes y están geográficamente muy repartidos, a la vez que ofrecen frecuentemente accesos fáciles para la obtención del mineral. Su calidad varía notablemente en función de los elementos que contenga y, aunque en la actualidad no resulta fácil saber en qué fecha comenzó a obtenerse, está presente en lugares puntuales de Asia ya en torno al año 2.500 antes de nuestra Era, extendiéndose por zonas de ese mismo continente en la primera mitad del II milenio. Por lo que se refiere a Europa, será por lo general avanzado el primer milenio anterior a nuestra Era cuando se encuentra de forma generalizada, aunque se documenta con anterioridad en la zona mediterránea, entre los siglos XII y IX.
A pesar de ser abundantes los elementos fabricados en hierro hallados en los yacimientos vascos de la Segunda Edad del Hierro, así como determinados restos que documentan la actividad metalúrgica (hornos, lingotes, escorias, etc.), no conocemos, sin embargo, los lugares en donde se aprovisionaban de este mineral. Al igual que sucede con el cobre, sabemos los puntos en los que se ha explotado en fechas históricas dentro de nuestro territorio, y tal vez algunos de ellos sirvieron para abastecerse a estas poblaciones protohistóricas. En este sentido, las explotaciones más importantes se localizan en el área de Bilbo, siendo principalmente mineralizaciones de siderita, con anquerita y dolomita en proporciones mucho menores, y su localización se centra sobre todo en Gallaría, Bilbo y La Arboleda, en Bizkaia. Dentro de este mismo territorio, en Galdames y Sopuerta existen también filones aunque de menor importancia; aparece como pirita asociada a los diapiros en Jugo (Araba) y Orduña (Bizkaia) y se conocen también mineralizaciones de hierro asociadas a fracturas del Macizo Paleozoico de Cinco Villas. Hay que destacar, sin embargo, que sobre las dos morfologías de yacimientos de hierro (estratoligada y filoniana), se puede desarrollar una fase posterior de alteración supergénica con formación de óxidos e hidróxidos de hierro, principalmente compuestos por hematites y goethita. Estos yacimientos, al proporcionar materia prima de forma accesible las partes más superficiales y meteorizadas de las mineralizaciones, han tenido una gran actividad minera a lo largo del tiempo; en estos lugares muy probablemente se producirían las primeras explotaciones mineras de hierro durante la Prehistoria (A. Tarriño, 2004).
En Nafarroa, a la hora de estudiar el poblado del Alto de la Cruz (Cortes), se hace siempre referencia a las minas de hierro existentes en el Moncayo, relacionando su explotación con la consolidación de los pueblos de la cuenca media del Ebro en la Segunda Edad del Hierro. De la actividad metalúrgica en esta zona existen constancias arqueológicas y recientes trabajos de campo que están proporcionando en la actualidad datos de gran interés. Pero no solamente en este poblado navarro se documenta la existencia de hierro; numerosos recintos con niveles de la Segunda Edad del Hierro en Euskal Herria cuentan con piezas de este metal así como con restos de escorias. En todos ellos tuvieron que disponer de las fuentes que les proporcionasen el mineral, bien mediante la extracción o bien a través de su comercialización.