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Estamos en el verano de 1897 y han pasado cerca de siete años desde que tuvieron lugar los hechos que aquí he relatado. Es hora de cerrar este capítulo de mi historia, hora de devolver este diario a su eterno escondrijo de una vez por todas.

Nuestro querido hijo, que vino al mundo ocho meses después de nuestro regreso de Transilvania, acaba de celebrar su sexto cumpleaños. Lo bautizamos como Quincey John Abraham Harker, en honor a todos los hombres que participaron en aquella peligrosa aventura… pero lo llamamos Quincey. Lord Godalming y el doctor Seward están felizmente casados con dos encantadoras jóvenes y, a juzgar por las cartas del profesor Van Helsing, parece que sigue tan cascarrabias y tan lleno de energía como de costumbre.

A menudo pienso en Lucy y en su madre con afecto. Cada verano, Jonathan y yo vamos a Londres para poner flores frescas en sus tumbas, en el cementerio de Hampstead.

Mi esposo y yo nos amamos más cada día que pasa. Jonathan está entregado a su trabajo.

Regresó de nuestro viaje a Transilvania en perfecta forma y se ha granjeado un gran prestigio como abogado. Asimismo, y animada por él, he desplegado mis alas. Soy muy activa en nuestra comunidad. Imparto clases de piano y de baile y pertenezco a varias organizaciones humanitarias femeninas. En ocasiones escribo artículos para el periódico local. Es un trabajo satisfactorio y me hace feliz.

Hasta el momento, mi esposo y yo no hemos sido bendecidos con más hijos, pero abrigamos la esperanza de que eso cambie. Nuestro pequeño Quincey es un buen muchacho: dulce, curioso y muy inteligente. Parece ser más fuerte y brillante que los demás niños de su edad pero, quizá, no sea más que amor de madre. Al igual que sus padres, disfruta enormemente con la lectura e, incluso a tan temprana edad, muestra talento para la música y el arte. Tiene el cabello mucho más oscuro que Jonathan y unos profundos ojos azules que, supongo, debe de haber sacado de la madre de mi marido. Sin embargo, a veces, cuando miro esas profundidades azules, imagino que veo a otra persona… pero sé que eso es imposible…

Pasamos las veladas con Quincey tocando música, leyendo en voz alta libros sobre cualquier tema imaginable y recitando poesía. La intimidad entre Jonathan y yo ha florecido hasta convertirse en algo maravilloso y satisfactorio.

—Soy el hombre más feliz de toda Inglaterra —comentó Jonathan anoche mientras me estrechaba entre sus brazos—. Tengo todo cuanto un hombre podría desear.

Yo correspondo a sus sentimientos con absoluta sinceridad.

Amo mucho a Jonathan. Él es mi alma gemela. ¡Es reconfortante tener una relación de igual a igual con alguien! Estoy contenta y muy agradecida por todo lo que poseo.

Asimismo, de vez en cuando, no puedo evitar volver la vista atrás. Me pregunto a mí misma si fue un error haber amado a Drácula. No lo sé. Pero sucedió y eso es algo que no puede cambiarse.

Solo puedo atesorar aquello como lo que fue, comprender que no debía ser… e intentar aprender de todo aquello. Algunas relaciones, por reales y vitales que sean, resultan demasiado extremas, demasiado peligrosas y agotadoras para sobrevivir a ellas.

A veces, muy a mi pesar, aún sueño con él; sueños eróticos en los que Drácula viene a mí mientras estoy dormida y me hace el amor. Siento su presencia en cada mota de polvo y cada vez que hay niebla. En los momentos más extraños, me he sobresaltado con el convencimiento de haber vislumbrado el rostro de Nicolae entre la multitud. No puedo librarme de la sensación de que él aún existe, de que está ahí fuera, en alguna parte, velando por mí, pero sé que eso también es imposible…

Creo que, sea lo que sea lo que me depare el destino, mi vida estaba destinada a ser una cosa hasta que llegó él, y luego otra radicalmente distinta y magnífica… y ahora que ya no está, otra diferente. Esas tres versiones de mí —antes, durante y después de él— pertenecen a seres distintos; tan diferentes unos de otros como la raíz de la flor cuando se siembra la semilla. Aunque ya no hubiera más días ni más noches, seguiría diciendo que estábamos destinados a encontrarnos, a amarnos y a conocer el dolor del cruel desengaño.

Siempre le amaré y nunca podré olvidarlo. Él me cambió para siempre y por ello le estaré eternamente agradecida. Mi vida está colmada de infinita dulzura gracias a que le conocí y a que él me dejó marchar. Mi vida es ahora mía y sé que es mejor así.