DI UN GOLPE EN LA PUERTA DE BRAND.

—Pasa, Corwin —dijo.

Lo hice, diciéndome, cuando crucé el umbral, que no le preguntaría cómo había sabido quién era. Su habitación era un lugar sombrío, iluminado con velas a pesar del hecho de que era de día y que la habitación tenía cuatro ventanas. Tres de ellas estaban con las cortinas corridas. La cuarta se encontraba sólo parcialmente abierta. Brand permanecía de pie al lado de esta, mirando hacia el mar. Estaba vestido totalmente de terciopelo negro y llevaba una cadena de plata alrededor del cuello. Su cinturón también era de plata, bellamente trabajado. Jugaba con una daga pequeña, y no me miró cuando entré. Todavía tenía un color pálido, pero su barba estaba bien recortada y él había ganado algo de peso desde la última vez que lo vi.

—Tienes mejor aspecto —comenté—. ¿Cómo te sientes?

Dio la vuelta y me contempló, su cara carente de expresión, los ojos entrecerrados.

—¿Dónde demonios has estado? —preguntó.

—Aquí y allá. ¿Para qué querías verme?

—Te pregunté dónde habías estado.

—Y yo te escuché —le dije, y abrí nuevamente la puerta detrás mío—. Saldré de nuevo. Luego entro y empezamos la conversación otra vez, ¿de acuerdo?

Suspiró.

—Espera. Lo siento —se disculpó—. ¿Por qué estamos todos tan irritables? No lo sé… Muy bien. Tal vez lo mejor sea que empiece desde el principio.

Guardó la daga y cruzó la habitación, sentándose en un pesado sillón de madera y piel.

—Estuve dándole vueltas a nuestra última conversación —dijo—, y a algunas cosas que no llegamos a discutir. Esperé lo que creí que era un tiempo apropiado hasta que acabaras los asuntos que te llevaron a Tir-na Nog’th y te busqué. Pregunté dónde estabas y me dijeron que aún no habías vuelto. Esperé más tiempo. Al principio tuve impaciencia, pero luego temí que hubieras caído en alguna emboscada de nuestros enemigos. Cuando poco después pregunté de nuevo por ti, me enteré de que habías vuelto, quedándote sólo el tiempo suficiente para hablar con la esposa de Random —tuvo que ser una conversación muy importante— y descansar un poco. Me irritó tu falta de interés en mantenerme al tanto de los acontecimientos. Pero decidí esperar un poco más. Hasta que al final le pedí a Gérard que se pusiera en contacto contigo mediante tu Triunfo. Cuando no lo consiguió, me preocupé mucho. Entonces lo intenté yo, y me pareció que me acercaba a ti en varias ocasiones, pero tampoco pude establecer el contacto. Temí por ti, y ahora veo que mi miedo fue infundado. Esa es la razón de que me precipitara cuando entraste.

—Ya veo —comenté, sentándome en un sofá a su derecha—. Lo que ocurrió es que el tiempo pasó más deprisa para mí que para ti, por lo que desde mi perspectiva estuve fuera sólo un poco. Posiblemente tú estés más recuperado de tu herida que yo de la mía.

Sonrió ligeramente y asintió.

—Por lo menos eso es algo —observó—. Por los dolores que pasé.

—Yo también he pasado por algunos dolores —dije—. Así que no me causes ninguno más. Me querías ver. Sepamos por qué.

—Hay algo que te está molestando —afirmó—. Tal vez debiéramos discutir eso primero.

—De acuerdo —acepté—. Hagámoslo.

Giré la cabeza y contemplé un cuadro que colgaba de la pared al lado de la puerta. Era un óleo más bien sombrío de la fuente que hay en Mirata, con dos hombres que conversaban de pie, al lado de sus caballos.

—Tienes un estilo muy marcado —comenté.

—En todo —replicó él.

—Me acabas de quitar las palabras de la boca —dije, localizando el Triunfo de Martin y pasándoselo.

Cuando lo examinó permaneció con la cara inexpresiva, mirándome durante un momento, brevemente, de reojo. Luego asintió.

—No puedo negar que ha sido hecho por mi mano —indicó.

—Tu mano ejecutó más que esa carta. ¿No es así?

Se humedeció los labios.

—¿Dónde la encontraste? —preguntó.

—En el mismo lugar donde tú la dejaste, en el corazón de los acontecimientos… en la verdadera Ámbar.

—Así… —comenzó, poniéndose de pie y regresando a la ventana, con la carta en alto como si la quisiera estudiar con una luz más clara—. Así que —repitió— sabes más de lo que yo pensaba. ¿Cómo descubriste el Patrón original?

Sacudí la cabeza.

—Primero contesta mi pregunta. ¿Apuñalaste a Martin?

Nuevamente se volvió hacia mí y me miró, asintiendo luego bruscamente. Sus ojos continuaron escrutando mi cara.

—¿Por qué? —pregunté.

—Alguien tenía que abrir el camino a los poderes que necesitábamos —explicó—. Lo echamos a suertes.

—Y tú ganaste.

—¿Gané? ¿Perdí? —se encogió de hombros—. ¿Qué importancia tiene esto ahora? Los acontecimientos no salieron como nosotros esperábamos. Ahora soy una persona diferente a la que fui entonces.

—¿Lo mataste?

—¿Qué?

—Me refiero a Martin, al hijo de Random. ¿Murió de la herida que le infligiste?

Puso las palmas de sus manos hacia arriba.

—No lo sé —dijo—. Si no murió, no fue porque yo no lo intenté. No hace falta que sigas buscando. Ya has encontrado al culpable. Y ahora que me hallaste, ¿qué harás?

Sacudí la cabeza.

—¿Yo? Nada. Hasta donde llega mi conocimiento, incluso puede que siga vivo.

—Entonces cambiemos de tema y hablemos de asuntos más importantes. ¿Desde cuándo tienes noción de la existencia del verdadero Patrón?

—Desde hace bastante tiempo —comenté—. Su origen, su cometido, el efecto de la sangre de Ámbar sobre él… sí, hace bastante. Le presté más atención a Dworkin de lo que suponías. Sin embargo, nunca pensé que se pudiera obtener algún beneficio dañando el mismo tejido de la existencia. Ni siquiera se me ocurrió, hasta que hablé contigo recientemente, que el camino negro pudiera estar relacionado con semejante idiotez. Encontré la carta de Martin y todo lo demás cuando fui a inspeccionar el Patrón.

—No sabía que conocieras a Martin.

—Nunca le he visto.

—¿Entonces cómo supiste que era él quien estaba representado en el Triunfo?

—No me encontraba solo en aquel lugar.

—¿Quién estaba contigo?

Sonreí.

—No, Brand. Todavía es tu turno. La última vez que hablamos me dijiste que los enemigos de Ámbar que atacaron desde las Cortes del Caos, tuvieron acceso al reino a través del camino negro debido a algo que tú, Bleys y Fiona habíais hecho cuando planeabais tomar el trono. Ahora sé qué es lo que hicisteis. Benedict vigila el camino negro y yo acabo de regresar de las Cortes del Caos, y no hay ningún indicio de que estén agrupando sus fuerzas para atacarnos. Sé que el tiempo fluye de manera diferente allí. Ya han tenido más que suficiente para ultimar un nuevo ataque. Quiero saber qué e lo que los retiene. ¿Por qué no se han movido? ¿Qué están esperando, Brand?

—Me adjudicas más conocimientos de los que poseo.

—No lo creo. Tú eres el experto en el tema. Tú has tratado con ellos. Ese Triunfo es la evidencia de que has ocultado algunos asuntos. No finjas más, habla.

—Las Cortes… —comentó—. Has estado ocupado. Eric fue un idiota al no matarte inmediatamente… si era consciente de que poseías tales conocimientos.

—Eric fue un idiota —reconocí—. Tú no lo eres. Habla.

—Yo también soy un idiota —dijo—, y, además, un tonto sentimental. ¿Recuerdas nuestra última pelea, aquí en Ámbar, hace tanto tiempo?

—Un poco.

—Yo estaba sentado en el borde de la cama y tú de pie al lado del escritorio. Cuando te diste la vuelta, dirigiéndote a la puerta, decidí matarte. Busqué debajo de mi cama, donde siempre guardo una ballesta preparada. Llegué a tener mi mano sobre ella e iba a sacarla cuando me di cuenta de algo que me detuvo.

Calló.

—¿Y qué fue? —pregunté.

—Mira hacia la puerta.

Miré, y no vi nada especial. Comencé a mover la cabeza cuando él dijo:

—En el suelo.

Entonces me di cuenta de lo que era… color rojo y oliva, marrón y verde, con un pequeño dibujo geométrico.

Él asintió.

—Estabas de pie sobre mi alfombra favorita. No quise mancharla con sangre. Más tarde, mi furia desapareció. Como ves, yo también soy una víctima de las emociones y las circunstancias.

—Es una historia conmovedora… —comencé.

—… Pero quieres que deje de divagar. Sin embargo, no divagaba. Intentaba establecer un punto. Todos nosotros seguimos vivos gracias a la paciencia de alguien y a algún afortunado accidente. Y lo que me propongo es acabar con la paciencia, eliminando la posibilidad de los accidentes en un par de casos muy importantes. Pero primero responderé a tu pregunta. No estoy muy seguro de qué es lo que los retiene, aunque puedo imaginarlo. Bleys ha reunido un ejército importante para atacar Ámbar. Sin embargo, no se aproxima en magnitud al ejército con el que vosotros dos lo intentasteis. Creo que él cuenta con el recuerdo de aquel último ataque, que es lo que le condiciona en su respuesta a este que planea. Y probablemente dicho ataque vaya precedido por los intentos de asesinar a Benedict y a ti mismo. Pero todo será un simulacro. Estoy convencido de que Fiona se ha puesto en contacto con las Cortes del Caos —tal vez ahora mismo se encuentre allí—, y los tiene preparados para el verdadero ataque, que puede ocurrir en cualquier momento después de la maniobra de distracción de Bleys. Por lo tanto…

—Has dicho que esto es sólo una hipótesis —interrumpí—. Ni siquiera estamos seguros de que Bleys todavía esté con vida.

—Bleys vive —aseguró—. Pude verificar su existencia a través de su Triunfo —incluso vislumbré brevemente sus actividades actuales— antes de que se percatara de mi presencia y la bloqueara. Es muy sensible ante estas intromisiones. Cuando lo espié se encontraba en un campamento con las tropas que lanzará contra Ámbar.

—¿Y Fiona?

—No —comentó—. No intenté manipular su Triunfo, y te aconsejaría que tú tampoco lo hicieras. Ella es muy peligrosa, y no quise arriesgarme a que me cogiera con mis defensas relajadas. Mi estimación de su situación actual se basa en la deducción y no en el conocimiento directo. Pero me fío de ellas.

—Ya veo —dije.

—Tengo un plan.

—Continúa.

—La forma en que me liberasteis combinando todas vuestras fuerzas fue bastante inspirada. Se podría utilizar el mismo principio otra vez, aunque ahora con un propósito diferente. Una fuerza como esa podría romper las defensas de cualquiera con bastante facilidad… incluso las defensas de Fiona, si se concentran apropiadamente.

—¿Lo que quieres decir es que las dirigirías tú?

—Por supuesto. Propongo que reunamos a la familia y que nos concentremos hasta llegar a Fiona y Bleys, sin importar donde se encuentren. Los inmovilizaremos, paralizándoles los cuerpos, sólo por un momento. El tiempo suficiente para que yo pueda actuar.

—¿Como lo hiciste con Martin?

—Mejor, creo. Martin pudo liberarse en el último momento. Eso no ocurrirá esta vez, ya que contaré con toda vuestra ayuda. Incluso con tres o cuatro de vosotros sería suficiente.

—¿Crees de verdad que puedes conseguirlo tan fácilmente?

—Sé que es mejor que lo intentemos. El tiempo pasa. Tú serás uno de los que ejecuten cuando tomen Ámbar. Igual que yo. ¿Qué dices?

—Tengo que estar convencido de que es absolutamente necesario. Entonces no me quedaría otra elección que aceptarlo.

—Es necesario, créeme. El siguiente paso es que necesitaré la Joya del Juicio.

—¿Para qué?

—Si Fiona se encuentra de verdad en las Cortes del Caos, el Triunfo sólo no será suficiente para llegar hasta ella e inmovilizarla… incluso con toda la familia detrás. En su caso, me hará falta la Joya para concentrar todas nuestras energías.

—Supongo que puede arreglarse.

—Entonces cuanto más pronto lo intentemos, mejor será. ¿Podrás prepararlo todo para esta noche? Yo estoy lo suficientemente recuperado como para desempeñar mi parte.

—Demonios, no —dije, poniéndome de pie.

—¿Qué quieres decir? —aferró con fuerza los brazos de la silla, incorporándose a medias—. ¿Por qué no?

—Dije que participaría cuando estuviera totalmente convencido de que es necesario. Has admitido que gran parte de lo que has dicho es una conjetura. Eso sólo ya es suficiente para que este asunto no me convenza del todo.

—Entonces olvida tu necesidad de certeza. ¿Puedes permitirte el riesgo de no hacerlo? Corwin, el próximo ataque será mucho más fuerte que el último. Están al corriente de las nuevas armas que has traído. Contarán con ello cuando nos ataquen.

—Incluso si estuviera de acuerdo contigo, Brand, estoy seguro de que no podré convencer a los otros de que estas ejecuciones son necesarias.

—¿Convencerlos? ¡Sólo díselo! ¡Los tienes a todos cogidos del cuello, Corwin! Ahora mismo el que manda eres tú. Y quieres seguir en esa posición, ¿no es cierto?

Sonreí y me dirigí hacia la puerta.

—Y seguiré —observé—, pero haciendo las cosas a mi manera. Sin embargo mantendré tu sugerencia en mi mente.

—Tu manera te conducirá a la muerte. Más pronto de lo que crees.

—Nuevamente estoy sobre tu alfombra —dije.

Se rio.

—Muy bien. Pero no estaba amenazándote. Has captado lo que quise decirte. Ahora mismo tú eres el responsable de todo el reino. Tienes que hacer lo correcto.

—Y tú has captado lo que yo dije. No pienso matar a dos miembros más de la familia sólo por tus conjeturas. Necesito mucho más que eso.

—Cuando lo consigas, tal vez ya sea demasiado tarde.

Me encogí de hombros.

—Ya veremos.

Extendí la mano hacia el pomo de la puerta.

—¿Qué harás ahora?

Sacudí la cabeza.

—Brand, no le digo a nadie todo lo que sé. Es una especie de seguro de vida.

—Lo entiendo. Sólo espero que sepas lo suficiente.

Por un momento sus ojos tuvieron un instante de recelo. Luego sonrió.

—No te temo, hermano —dijo.

—Es bueno no temer nada —comenté.

Abrí la puerta.

—Espera —pidió.

—¿Sí?

—No me dijiste quién estaba contigo cuando descubriste el Triunfo de Martin donde yo lo dejé.

—Ah, era Random —observé.

—Oh. ¿Está al tanto de los detalles?

—Si lo que preguntas es si él sabe quién apuñaló a su hijo —dije—, la respuesta es no, todavía no.

—Ya veo. ¿Y qué hay sobre el nuevo brazo de Benedict? Tengo entendido que de alguna manera lo trajiste tú desde Tima Nog’th. Me gustaría que me dieras los detalles.

—Ahora no —contesté—. Guardemos algo para nuestro próximo encuentro. No tardará tanto.

Salí y cerré la puerta, saludando en silencio a la alfombra.