UN BRILLANTE DESTELLO INTUITIVO, equiparable a ese peculiar sol…

Allí estaba… Expuesto en esa luz, algo que hasta entonces sólo había visto iluminado a medias en la oscuridad: el Patrón, el gran Patrón de Ámbar, proyectado sobre una plataforma oval debajo/arriba de un extraño cielo-mar.

… Y tuve la certeza, tal vez porque algo en mi interior me une a él, que este habría de ser el verdadero. Esto significaba que el Patrón en Ámbar era su primera sombra. Lo que significaba…

… Que la misma Ámbar no era sino una sombra, aunque especial, ya que el Patrón no puede ser transportado a otros lugares que no sean el reino de Ámbar, Rabma y Tir-na Nog’th. Esto me indicó que el sitio en el que estábamos era, por la ley de la prioridad y la configuración, la verdadera Ámbar.

Me volví hacia un sonriente Ganelón, cuya barba y revuelto pelo parecían fundirse bajo la despiadada luz.

—¿Cómo lo supiste? —le pregunté.

—Sabes que soy un buen adivino, Corwin —replicó—, y recuerdo todo lo que me dijiste sobre cómo funcionan las cosas en Ámbar: cómo su sombra y aquellas que creáis vosotros son lanzadas a través de los mundos. A menudo me pregunté, pensando en el camino negro, si algo pudo proyectar una sombra así en la misma Ámbar. Y me imaginé que tendría que ser extremadamente primario, poderoso y secreto. —Con un gesto abarcó la escena ante nosotros—. Como eso.

—Continúa —le pedí.

Su expresión cambió, y se encogió de hombros.

—Así que tenía que haber un estrato de realidad más profundo que vuestra Ámbar —explicó—, un lugar donde se realizara el trabajo sucio. El unicornio nos condujo hasta aquí, y esa mancha en el Patrón tiene el aspecto de ser el trabajo sucio. Tú estuviste de acuerdo conmigo.

Asentí.

—Fue tu perspicacia más que la conclusión en sí misma lo que me sorprendió —dije.

—Me resultaba increíble —admitió Random a mi derecha—, pero tus palabras han penetrado en mis intestinos… por decirlo de una manera delicada. Estoy seguro que, de algún modo, eso de ahí abajo es la base de nuestro mundo.

—A veces alguien de fuera ve las cosas mejor que quien forma parte de ellas —ofreció Ganelón.

Random me miró y luego volvió su atención al espectáculo.

—¿Crees que cambiarán aún más —preguntó— si bajamos y echamos un vistazo?

—Sólo hay una manera de averiguarlo —contesté.

—En fila de a uno, entonces —propuso Random—. Yo iré delante.

—De acuerdo.

Random guio su caballo a derecha e izquierda, por una larga serie de baches en el camino que nos permitió atravesar la mayor parte de la cara del muro. Siguiendo el mismo orden que mantuvimos a lo largo del día, yo iba detrás de él y Ganelón en la retaguardia.

—Parece bastante estable —comentó Random.

—Hasta ahora, si —dije.

—Hay una especie de abertura en las rocas más abajo.

Me incliné hacia adelante. Se veía la entrada de una cueva hacia la derecha, al mismo nivel que la llanura ovalada. Estaba situada en una zona imposible de ver desde nuestra posición anterior más alta.

—Pasaremos muy cerca de ella —observé.

—… Rápida, cauta y silenciosamente —añadió Random, desenvainando su espada.

Yo hice lo mismo con Grayswandir, y en el recodo por el que venía detrás, Ganelón extrajo su arma.

No pasamos por delante de la abertura inmediatamente, sino que giramos hacia la izquierda una vez más antes de llegar hasta la entrada. Nos aproximamos a unos tres o cuatro metros de ella y detecté un olor desagradable que no logré identificar. En aquel momento, los caballos mostraron una prudencia excesiva, o eran pesimistas por naturaleza, ya que agacharon las orejas y ensancharon las fosas nasales, emitiendo ruidos de alarma mientras sacudían la cabeza contra las riendas. Pero se calmaron cuando cogimos la siguiente curva, alejándonos una vez más. No volvieron a encabritarse hasta que finalizamos el descenso y nos aproximamos al dañado Patrón. Entonces se negaron a acercarse.

Random desmontó. Avanzó hasta el borde del díselo, donde se detuvo y observó. Después de un rato, habló sin mirar hacia atrás.

—Por todo lo que sabemos —dijo—, y ya que nos condujeron hasta aquí, el daño fue deliberado.

—Eso parece —corroboré.

—También es obvio que nos han traído por algún motivo.

—Eso diría.

—Por lo tanto, no hace falta mucha imaginación para deducir que la razón por la que estamos aquí es para que determinemos cómo fue dañado el Patrón y cómo repararlo.

—Posiblemente. ¿Cuál es tu diagnóstico?

—Aún no tengo ninguno.

Caminé a lo largo del perímetro del dibujo, hacia la derecha, donde comenzaba el efecto de la mancha. Envainé la espada y me dispuse a desmontar. Ganelón extendió el brazo y me cogió del hombro.

—Puedo hacerlo solo… —comencé.

—Corwin —interrumpió—, parece haber una pequeña irregularidad aproximadamente en el centro del Patrón. No parece pertenecer al…

—¿Dónde?

La señaló, y yo seguí su gesto.

Había un objeto ajeno al Patrón cerca de su centro. ¿Un bastón? ¿Una piedra? ¿Un trozo de papel perdido…? Era imposible decirlo desde esa distancia.

—Lo veo —repuse.

Desmontamos y nos acercamos a Random, quien por ese entonces estaba arrodillado en el extremo derecho del diseño, examinando la decoloración.

—Ganelón descubrió algo cerca del centro —le comenté.

Random asintió.

—Lo he notado —replicó—. Intento determinar cuál es el mejor camino para acercarnos y observarlo. No me entusiasma demasiado la idea de atravesar un Patrón roto. Y por otro lado me preguntaba a qué podría exponerme si atravesaba directamente la zona ennegrecida. ¿Qué te parece?

—Atravesar lo que queda del Patrón llevaría cierto tiempo —dije—, si la resistencia es igual al que hay en casa. Y también nos advirtieron que apartarse de él es la muerte segura… y esta estructura te obligará a hacerlo al llegar a la mancha. Por otro lado, como tú has dicho, podríamos alertar a nuestros enemigos cruzando por la parte negra. Así…

—Así que ninguno de vosotros va a cruzarlo —interrumpió Ganelón—. Yo sí.

Entonces, sin esperar respuesta, dio un salto hacia el sector negro, corrió en dirección al centro, deteniéndose allí el tiempo suficiente para recoger un objeto pequeño, luego dio media vuelta y regresó.

Momentos después, estaba ante nosotros.

—Fue una acción bastante arriesgada —observó Random.

Asintió.

—Pero vosotros dos todavía lo estaríais debatiendo si yo no lo hubiera hecho —alzó la mano, extendiéndola—. ¿Qué creéis que es esto?

Sostenía una daga. Clavada en ella había un rectángulo de cartulina manchada.

Se las quité.

—Parece un Triunfo —comentó Random.

—Si.

Liberé la carta, alisando las partes arrugadas. El hombre que contemplé en ella me resultaba familiar a medias… quiero decir que también me resultaba extraño a medias. Tenía el pelo lacio y claro, con facciones ligeramente angulosas, esbozaba una sonrisa y daba el aspecto de ser de complexión ligera.

Sacudí la cabeza.

—No lo conozco —dije.

—Déjame ver.

Random me quitó la carta, frunciendo el ceño.

—No —afirmó después de un tiempo—. Yo tampoco. Casi me parece como si debiera conocerlo, pero… no.

En ese instante los caballos lanzaron otra vez sus quejas mucho más ruidosamente. Sólo tuvimos que volvernos un poco para descubrir la causa de su incomodidad, ya que emergía en ese momento de la cueva.

—Maldición —exclamó Random.

Estuve de acuerdo con él.

Ganelón se aclaró la garganta y sacó la espada.

—¿Alguien sabe lo que es? —preguntó en voz baja.

Mi primera impresión de la bestia fue que pertenecía a la familia de los reptiles, tanto por sus movimientos como por el hecho de que su larga y gruesa cola parecía más una continuación de su largo y delgado cuerpo que un simple apéndice. Sin embargo, se movía sobre cuatro patas de doble articulación, con garras de aspecto siniestro. Su estrecha cabeza tenía un pico, y se balanceaba de lado a lado a medida que avanzaba, mostrándonos primero un ojo de color azul pálido y luego el otro. Exhibía grandes alas plegadas a los costados, correosas y de color púrpura. No tenía ni pelo ni plumas, pero se veían partes escamadas a lo largo de su pecho, hombros, espalda, y por toda la superficie de la cola. Desde el pico-bayoneta hasta el extremo de la cola parecía medir poco más de tres metros. Se escuchaba un leve sonido de campanillas mientras se movía, y vislumbré el resplandor de algo brillante colgado de su cuello.

—Lo más parecido que conozco —dijo Random— es una bestia heráldica: el grifo. Solo que esta es calva y de color púrpura.

—Definitivamente no es nuestro pájaro nacional —añadí, desenvainando a Grayswandir y colocando su punta en línea con la cabeza de la criatura.

Con increíble velocidad, la bestia sacó una lengua roja y bífida. Levantó las alas unos pocos centímetros y luego las dejó caer. Cuando su cabeza giraba a la derecha, la cola iba hacia la izquierda, luego izquierda y derecha, derecha e izquierda… produciendo un efecto fluido y casi hipnótico mientras avanzaba.

Pero parecía más preocupada por los caballos que por nosotros, ya que la dirección en la que iba la conducía bastante más allá de donde estábamos nosotros, hasta el lugar donde nuestras monturas se encontraban amarradas, temblando visiblemente. Avancé para interponerme en su camino.

En ese momento se alzó sobre sus dos patas traseras.

Las alas se elevaron, abriéndose, extendiéndose como un par de velas flojas que repentinamente cogen una ráfaga de viento. Se irguió sobre nosotros y dio la impresión de que abarcaba cuatro veces el espacio que ocupaba anteriormente. Entonces lanzó un chillido, un grito espantoso, que podía ser de caza o de desafío, y que dejó mis oídos vibrando. Después, con un movimiento seco, bajó las alas y dio un salto, volando momentáneamente.

Los caballos se desbocaron y huyeron. La bestia se encontraba más allá de nuestro alcance. Sólo en ese momento me di cuenta del significado del resplandor brillante y del sonido de campanillas: el animal estaba sujeto a una cadena larga que se perdía en la cueva. La longitud exacta de la cadena súbitamente cobró una importancia más que académica.

Di media vuelta cuando pasó, siseando, batiendo las alas, y aterrizando más allá de donde nos encontrábamos nosotros. No llegó a tener el suficiente ímpetu como para volar de verdad en esa breve acometida al aire. Vi que Star y Firedrake retrocedían hacia la parte más alejada del óvalo. Iago, el caballo de Random, se dirigía en dirección al Patrón.

La bestia volvió a posarse en el suelo, giró, como para perseguir a Iago, pareció estudiarnos una vez más, y se detuvo, quedando inmóvil. Estaba mucho más cerca ahora —a unos cuatro metros—, y nos observaba con la cabeza ladeada, mostrándonos el ojo derecho; después de un momento, abrió el pico y emitió un suave sonido parecido a un graznido.

—¿Qué os parece si nos lanzamos sobre ella ahora? —sugirió Random.

—No. Espera. Hay algo extraño en su comportamiento.

Mientras yo hablaba había agachado la cabeza y extendido las alas hacia abajo. Tres veces golpeó el suelo con el pico, luego levantó la vista de nuevo. Entonces replegó parcialmente las alas. Movió la cola dos veces, y empezó a balancearse más vigorosamente de un lado a otro. Abrió el pico y repitió esa especie de graznido.

En ese momento nos distrajimos.

Iago había penetrado en el Patrón por el lado de la mancha oscura. Se encontraba unos cinco o seis metros en su interior… cuando atravesaba una línea de poder, fue atrapado cerca de uno de los puntos del Velo como un insecto en un papel cazamoscas. Relinchó estentóreamente cuando las chispas se elevaron a su alrededor, haciendo que su crin se erizara.

Inmediatamente el cielo comenzó a oscurecerse encima de nuestras cabezas; pero no se debía al efecto de ninguna nube de vapor de agua: se trataba de una formación perfectamente circular, roja en el centro y amarilla por los bordes, que giraba en el sentido de las agujas del reloj. Súbitamente, llegó hasta nuestros oídos el ruido de un tañido de campana seguido del mugido de un toro.

Iago continuaba con sus forcejeos, liberando primero la mano derecha, que volvió a enredarse cuando soltó la izquierda, relinchando salvajemente durante todo el rato. Por ese entonces las chispas ya le llegaban hasta los hombros, y se las sacudía del cuerpo y el cuello como gotas de lluvia mientras su cuerpo adquiría un brillo suave y mantecoso.

El mugido aumentó de volumen y pequeños relámpagos aparecieron en el corazón de la cosa roja que flotaba encima nuestro. En ese momento un sonido de cascabeles llamó mi atención; bajé la vista y descubrí que el grifo púrpura se había arrastrado hacia nosotros hasta lograr interponerse entre nuestro camino y el del sonoro fenómeno rojo. Se agazapó como una gárgola y nos dio la espalda, contemplando el espectáculo.

En ese instante Iago logró liberar las dos manos, irguiéndose sobre las patas traseras. Ya había algo insustancial a su alrededor, con todo ese brillo y su perfil confuso debido a las chispas que lo bañaban. Tal vez relinchó entonces, pero todos los sonidos se veían ahogados por el incesante rugido que provenía de arriba.

Un embudo descendió de la ruidosa formación… que ahora brillaba, resplandeciente, aullando, tremendamente rápida. Tocó al encabritado caballo, y durante un segundo su contorno se expandió, enorme, haciéndose cada vez más tenue en proporción directa a este efecto. Y luego desapareció. Por un breve intervalo de tiempo el embudo permaneció inmóvil, como una peonza perfectamente equilibrada. Entonces el sonido fue bajando de volumen.

El tronco se elevó lentamente hasta una altura muy pequeña —como la de un hombre— por encima del Patrón. Permaneció ahí unos segundos y luego ascendió tan rápidamente como había bajado.

El aullido cesó. El rugido empezó a disminuir. Los diminutos relámpagos se desvanecieron dentro del círculo. Un momento después, no era más que un trozo de oscuridad; poco más tarde, ya había desaparecido.

No quedaba ni un trazo de Iago en ningún lugar.

—No me preguntes —observé cuando Random se volvió hacia mí—. Yo tampoco lo sé.

Asintió y dirigió su atención a nuestro acompañante de color púrpura, que en ese momento sacudía su cadena.

—¿Y qué hay de Charlie? —preguntó, sopesando la espada.

—Tuve la clara impresión de que intentaba protegernos —comenté, adelantándome un paso—. Cúbreme. Voy a acercarme.

—¿Estás seguro de que podrás moverte lo suficientemente rápido? —inquirió—. Con la herida…

—No te preocupes —le dije, con más convicción de la necesaria, y continué avanzando.

Tenía razón con respecto a mi costado izquierdo, donde la herida del cuchillo, ahora en proceso de curación, todavía me causaba dolores y frenaba de alguna manera mis movimientos. Pero aún tenía a Grayswandir en la mano derecha, y esta era una de esas ocasiones en que la confianza en mis instintos se encontraba a gran altura. En el pasado confié en mis intuiciones con buen resultado. Hay veces en que este tipo de apuestas son necesarias.

Random avanzó hacia la derecha. Ofreciendo mi perfil, alargué la mano izquierda, de la misma manera que lo harías cuando te presentas a un perro extraño: lentamente. Nuestro acompañante heráldico se había incorporado, volviéndose.

‡ ‡ ‡

Nos contempló otra vez, estudiando a Ganelón, que permanecía detrás, a la izquierda. Luego miró mi mano. Agachó la cabeza y volvió a golpear el suelo, graznando muy suavemente —un ruido apagado, burbujeante—; después, alzando la cabeza, lentamente la adelantó. Movió su larga cola y tocó mis dedos con el pico, y repitió de nuevo los movimientos. Con mucho cuidado, puse la mano sobre su cabeza. El movimiento de la cola aumentó; su cabeza permaneció inmóvil. Se la rasqué suavemente a la altura del cuello, y lentamente el animal giró la cabeza, como si lo disfrutara. Retiré la mano y retrocedí un paso.

—Creo que somos amigos —murmuré—. Ahora inténtalo tú, Random.

—¿Bromeas?

—No. Estoy seguro de que no correrás peligro. Inténtalo.

—¿Qué harás si estás equivocado?

—Disculparme.

—Estupendo.

Avanzó y le ofreció la mano. La bestia siguió mostrándose amigable.

—De acuerdo —dijo medio minuto después, palmeándole aún el cuello—, ¿qué hemos demostrado?

—Que es un perro guardián.

—¿Qué está guardando?

—En principio, el Patrón.

—Entonces —expuso Random mientras retrocedía—, diría que su trabajo deja algo que desear —y señaló la parte oscura—. Lo que es comprensible, si es amigable con cualquiera que no coma avena ni relinche.

—Mi opinión es que es bastante selectivo. También es posible que fuera destinado aquí una vez que se produjo el daño, para proteger al Patrón de cualquier actividad descuidada.

—¿Quién lo envió?

—A mí también me gustaría saberlo. Aparentemente alguien que está de nuestro lado.

—Puedes demostrar mejor tu teoría dejando que Ganelón se le acerque.

Ganelón no se movió.

—Puede que irradiéis un olor familiar —dijo finalmente—, y que sólo reconozca a los que son de Ámbar. Así que declinaré la oferta, gracias.

—Muy bien. No es tan importante. Hasta ahora tus intuiciones han sido acertadas. ¿De qué manera interpretas estos acontecimientos?

—De las dos facciones que perseguían el trono —analizó—, la compuesta por Brand, Fiona y Bleys, era la más versada en la naturaleza de las fuerzas existentes alrededor de Ámbar. Brand no te habló de los detalles —a no ser que tú omitieras algunos incidentes que él te narrara—, pero creo que este daño al Patrón representa los medios por los que sus aliados obtuvieron un acceso a vuestro reino. Uno o varios de ellos hicieron esto, abriendo el camino negro. Si este perro guardián responde a un olor familiar o a alguna otra señal identificable que todos vosotros poseéis, entonces puede que estuviera aquí todo el tiempo y no percibiera ningún motivo para actuar contra los atacantes.

—Posiblemente —observó Random—. ¿Tienes alguna idea de cómo lo hicieron?

—Tal vez —replicó—. Dejaré que me lo demostréis, si estáis dispuestos.

—¿Qué hemos de hacer?

—Venid por aquí —dijo, dando media vuelta y encaminándose hacia el borde del Patrón.

Lo seguí. Random hizo lo mismo. El grifo guardián venía a mi lado, con la cabeza baja.

Ganelón se volvió y extendió la mano.

—Corwin, ¿podrías dejarme la daga que descubrí antes?

—Aquí la tienes —acepté, sacándola del cinturón y dándosela.

—Repito: ¿qué hemos de hacer? —inquirió Random.

—La sangre de Ámbar —replicó Ganelón.

—No estoy muy seguro de que me guste esta idea —comentó Random.

—Todo lo que tienes que hacer es pincharte el dedo con la daga —dijo, extendiéndola—, y dejar que caiga una gota sobre el Patrón.

—¿Qué sucederá?

—Hazlo y veremos.

Random me miró.

—¿Qué te parece a ti? —preguntó.

—Hazlo. Averigüemos lo que ocurre… estoy intrigado.

Asintió.

—De acuerdo.

Recibió el cuchillo de Ganelón y se pinchó la yema de su dedo meñique izquierdo. Entonces apretó cerca del pinchazo, colocando la mano encima del Patrón. Apareció una diminuta gota roja, creciendo y temblando, hasta que cayó.

Inmediatamente se elevó una delgada columna de humo del lugar donde había caído, acompañada por un sonido chisporroteante casi inaudible.

—¡Maldición! —exclamó Random, que la observaba fascinado.

Surgió una mancha pequeña, que se extendió gradualmente hasta el tamaño de una moneda de medio dólar.

—Ahí lo tienes —repuso Ganelón—. Así es como lo hicieron.

La mancha era un duplicado idéntico del daño masivo que había a nuestra derecha. El grifo guardián emitió un corto aullido y retrocedió, moviendo la cabeza con rapidez y observándonos atentamente a cada uno.

—Tranquilo, muchacho. Tranquilo —susurré, y extendí la mano para acariciarlo, calmándolo una vez más.

—¿Pero qué es lo que pudo causar una mancha tan enorme…? —empezó Random… y entonces asintió lentamente.

—Así es, ¿qué pudo haber sido? —musitó Ganelón—. No veo ninguna marca que indique dónde fue destruido tu caballo.

—La sangre de Ámbar —prosiguió Random—. Tienes una intuición profunda hoy, ¿no es así?

—Pídele a Corwin que te hable de Lorraine, el lugar donde viví durante tanto tiempo —contestó—, el lugar donde se inició el círculo negro. He permanecido alerta ante los efectos de estos poderes, desde que tuve lejanas noticias de ellos en aquel entonces. Sin embargo estos asuntos se han hecho cada vez más claros para mí gracias al conocimiento que adquirí de vosotros.

—Corwin —dijo Random—, dame el Triunfo perforado.

Lo saqué de mi bolsillo y lo alisé. Las manchas que tenía parecieron más ominosas. Otra cosa me sorprendió: no creía que lo hubiera dibujado Dworkin, aquel sabio, mago, artista, y una vez mentor de los hijos de Oberon. No se me había ocurrido hasta ese momento que cualquier otra persona pudiera crear uno. Así como el estilo de este me resultaba familiar, no era trabajo suyo. ¿Dónde había visto esta línea deliberada antes, menos espontánea que la del maestro, como si cada movimiento hubiera sido completamente intelectualizado antes de que la pluma tocara el papel? Y había algo más que no encajaba… un toque de idealización diferente al de nuestros Triunfos, como si el artista estuviera trabajando con recuerdos antiguos, un toque aquí, otro allí, realizándolo a través de una descripción en vez de hacerlo con un modelo vivo.

—El Triunfo, Corwin. Por favor —repitió Random.

Hubo algo en la manera en que lo pidió que me hizo dudar. Me dio la impresión que de alguna manera se encontraba un paso por delante de mí en un descubrimiento importante, una sensación que no me gustaba nada.

—He acariciado a esa cosa tan fea por ti, y acabo de sangrar por la causa, Corwin. Ahora, por favor, dámelo.

Se lo alcancé, sintiéndome aún más incómodo cuando lo cogió y frunció el ceño. ¿Por qué súbitamente yo era el estúpido? ¿Acaso una noche en Tir-na Nog’th ralentiza la capacidad de análisis? ¿Por qué…?

Random comenzó a maldecir, una retahíla de blasfemias no superadas por nada que yo hubiera escuchado en mi larga carrera militar.

Cuando acabó, pregunté:

—¿Qué ocurre? No lo entiendo.

—La sangre de Ámbar —contestó finalmente—. Quienquiera que lo hizo, primero tuvo que atravesar el Patrón. Luego permaneció en su centro y se puso en contacto con él a través de este Triunfo. Cuando respondió y se consiguió un contacto firme, lo apuñaló. Su sangre cayó sobre el Patrón, destruyéndolo en el lugar en que cayó, tal como lo hizo la mía aquí.

Quedó en silencio por espacio de varios segundos.

—Apesta a algo ritual —comenté.

—¡Malditos sean los rituales! —exclamó—. ¡Malditos sean todos ellos! El que lo hizo va a morir, Corwin. Voy a matarlo, a él o a ella…

—Todavía no…

—Soy un idiota —continuó—, por no darme cuenta inmediatamente. ¡Mira! ¡Observa bien!

Me lanzó el Triunfo agujereado. Lo observé. Todavía seguía sin entender.

—¡Ahora mírame a mí! —rugió—. ¡Mírame!

Lo hice. Luego miré la carta otra vez.

Me di cuenta de lo que quería decir.

—Nunca fui para él más que un susurro de vida en la oscuridad. Pero usaron a mi hijo para esto —dijo—. Ese tiene que ser un dibujo de Martin.