AVANZANDO A LO LARGO DEL SENDERO a paso lento, con nubes que oscurecen el cielo y un relincho de Drum producido por el recuerdo o la anticipación… Un giro a la izquierda, un ascenso… La tierra es marrón, amarilla, de nuevo marrón… Los árboles se dispersan… Y la hierba que se agita entre ellos en la creciente y fresca brisa… Un fuego súbito en el cielo… Un tremor libera las gotas de lluvia…

Empinado y rocoso es el suelo ahora… El viento sacude mi capa… Sigo subiendo… Hasta donde las rocas están veteadas de plata y los árboles marcan un límite… La hierba, como fuegos verdes, muere bajo la lluvia… Hacia arriba, hacia las alturas escarpadas y resplandecientes, bañadas por la lluvia, donde las nubes se arraciman y hierven como un río desbordado y lleno de lodo… La lluvia aguijonea como perdigones y el viento se aclara la garganta para cantar… Subimos y subimos, y la cima aparece a la vista como la cabeza de un toro asustado, guardando el sendero con sus cuernos… Nos inunda el olor del ozono cuando llegamos a la cima y pasamos rápidamente de largo: la lluvia repentinamente queda bloqueada, el viento desaparece…

Salimos por el lado más alejado… No llueve, el aire está quieto, el cielo despejado y oscurecido por una densa negrura plagada de estrellas… Los meteoritos entran y arden, entran y arden, cauterizando las heridas fugaces, desvaneciéndose, desvaneciéndose… Las lunas, arrojadas como un puñado de monedas… Tres brillantes centavos, una opaca moneda de veinticinco, un par de peniques, uno de ellos con el brillo perdido y mellado… Entonces se inicia el descenso, por ese largo y sinuoso camino… Los cascos suenan claros y metálicos en el aire nocturno… En algún lugar escucho una tos como de gato… Una oscura forma cruza ante una luna baja, andrajosa y veloz…

Descendemos… La tierra cae en picado a ambos lados… Debajo sólo hay oscuridad… Nos movemos por la cima de una pared infinitamente alta y curva, el camino mismo está iluminado por la luz de la luna… El sendero se tuerce, haciéndose transparente… Pronto se dispersa, gaseoso, neblinoso, con estrellas debajo y arriba… Estrellas debajo y a ambos lados… No hay tierra… Sólo existe la noche, la noche y el delgado y translúcido sendero que debo intentar recorrer, descubriendo lo que se siente al hacerlo, para el caso de que lo necesite en el futuro…

Se produce un silencio absoluto, y la ilusión de la lentitud se pega a cada movimiento… Poco después, el sendero desaparece, y avanzamos como si estuviéramos nadando bajo el agua a una enorme profundidad, las estrellas peces brillantes… Es la libertad, es el poder de la cabalgada infernal que produce el júbilo, tan diferente de la temeridad que a veces surge en la batalla, la audacia de una proeza arriesgada bien realizada, el ímpetu de lo exacto seguido del hallazgo de la palabra adecuada para el poema… Es esto y la búsqueda en sí misma, cabalgando, cabalgando, cabalgando, quizás de ninguna parte a ninguna parte, a través y entre los minerales y los fuegos del vacío, libre de la tierra y el aire y el agua…

Corremos detrás de un meteoro, rozamos su masa… Ganando velocidad en su superficie agrietada, bajamos, circunvalamos y volvemos a subir… Se convierte en una gran llanura, haciéndose más clara, de color amarillo…

Es arena, ahora hay arena sustentando nuestros movimientos… Las estrellas se desvanecen a medida que la oscuridad se diluye en el amanecer de un nuevo día… Guadañas de sombras delante, con árboles del desierto en su interior…

Cabalgo hacia la oscuridad… Atravesándola… Brillantes pájaros asustados emprenden el vuelo, se quejan, vuelven a posarse sobre las ramas…

Entre los árboles que se hacen tupidos… El suelo es más oscuro, el camino más estrecho… Frondas de palmeras se encogen hasta caber en la mano, la corteza se oscurece… Un giro a la derecha, un ensanchamiento del camino… Nuestros cascos sacando chispas de las piedras… El sendero se hace más grande, convirtiéndose en una calle flanqueada de árboles… Diminutas hileras de casas pasan a los lados… Persianas brillantes, escalinatas de mármol, pantallas pintadas más allá de los paseos de losetas… Veo un carro lleno de vegetales frescos tirado por un caballo…

Paseantes humanos se vuelven a mirar… Un pequeño murmullo de voces…

Continuamos… Pasando debajo de un puente… Siguiendo la corriente hasta que se ensancha en un río, que se dirige al mar…

Trotando a lo largo de la playa bajo un cielo del color del limón, con nubes azules que se deslizan velozmente… La sal, los fucos, las conchas, la suave anatomía de madera a la deriva… La espuma blanca que se desprende del mar de color de cal…

Galopamos, hacia el lugar donde las aguas chocan con una terraza… Subimos por las escaleras, cada escalón cruje y suena bajo el peso, perdiendo su identidad, uniéndose con el estruendo del oleaje… Hacia arriba, arriba, hacia la lisa llanura recubierta de árboles, con una ciudad dorada que resplandece, como un espejismo, a lo lejos…

La ciudad crece, oscureciéndose bajo un sombrío paraguas, con sus grises torres enhiestas, cristal y metal despidiendo luz a través de las tinieblas… Las torres comienzan a oscilar…

La ciudad se derrumba sobre sí misma, silenciosamente, a medida que nosotros pasamos… Las torres se desmoronan, el polvo vuela, suspendiéndose en el aire… Un ruido suave, como el de una vela al apagarse, inunda la atmósfera…

Una tormenta de polvo, que desaparece rápidamente deja su lugar a la niebla… A través de ella se escucha el sonido de las bocinas de los automóviles… Una oscilación, una breve subida, una transformación en el gris-blanco, blanco-perla, cambiando… Nuestras huellas en un trozo de carretera… Hacia la derecha hay innumerables hileras de vehículos inmóviles… Blanco-perla, gris-blanco, otra vez alejándose…

Gritos y aullidos que provienen de ninguna dirección… Resplandores fortuitos de luz…

Subiendo una vez más… La niebla desciende y desaparece… Hierba, hierba, hierba… El cielo ahora está claro y es de un azul delicado… Un sol que se apresura a ponerse… Pájaros… Una vaca que pace en el campo, mira y pace…

Saltamos por encima de una cerca de madera para continuar la carrera sobre un camino comarcal… Un frío repentino surge más allá de la colina… la hierba está seca y hay nieve en el suelo… Una casa de campo con techo de estaño sobre una elevación del terreno, una estela de humo flota sobre ella…

Continuamos… Las colinas crecen, el sol desciende, arrastrando a la oscuridad tras de sí… Estrellas salpicando el paisaje… Aquí una casa, alejada… Allí otra, con un largo y serpenteante camino entre viejos árboles… Faros…

Nos apartamos a un lado del camino… Tiro de las riendas y dejo que pase…

Me limpio la frente y me quito el polvo de la camisa. Palmeo el cuello de Drum. El vehículo que se aproxima frena cerca de mí, y veo al conductor boquiabierto. Sacudo ligeramente las riendas y Drum comienza a andar. El coche frena hasta detenerse y el conductor me grita algo, pero no me detengo. Momentos después, le escucho alejarse.

Durante un buen rato anduvimos por un camino a través del campo. Marchamos a un paso cómodo y dejé atrás puntos de referencia, recordando otras épocas. Unos pocos kilómetros después llegué hasta otro camino, más ancho y en mejores condiciones. Doblé allí, permaneciendo en el andén de la derecha. La temperatura siguió bajando, pero el aire frío tenía una fragancia limpia. Una luna partida brillaba por encima de las colinas a mi izquierda. Unas pocas nubes recorrían el cielo, rozando el cuarto de la luna con una suave y polvorienta luz. Había muy poco viento; apenas un movimiento ocasional de las ramas, sólo eso. Después de un rato, llegué hasta una serie de depresiones en el camino, lo que me indicó que casi había alcanzado mi objetivo.

Una curva y un par de depresiones más… Y vi la roca al lado de la carretera, donde leí mi dirección.

Entonces tiré de las riendas y contemplé la colina. Había un coche al lado de la carretera y luz dentro de la casa. Saqué a Drum del camino y atravesamos el campo hasta una arboleda. Até sus riendas a un árbol de hoja perenne, acaricié su cuello y le dije que no tardaría mucho.

Volví al camino. No había ningún coche a la vista. Lo crucé y me dirigí hasta la parte más alejada de la carretera, dejando atrás al coche. La única luz que había en la casa provenía del salón, a la derecha. Rodeé la casa por la izquierda, encaminándome hacia la parte trasera. Me detuve al llegar al patio, mirando a mi alrededor. Había algo que no estaba bien.

El patio trasero parecía muy cambiado. Faltaban un par de viejas tumbonas que había al lado de un desvencijado gallinero que nunca me preocupé de arreglar. Yendo más lejos aún, también faltaba el gallinero. La última vez que pasé por aquí aún estaban. También faltaban las ramas muertas que yo amontoné para usar como leña.

Tampoco estaba el montón de abono.

Me acerqué hasta el lugar donde había estado. Todo lo que quedaba era una irregular parcela de tierra vacía del tamaño que ocupó el abono.

Recordé que cuando sintonicé con la Joya descubrí que podía sentir su presencia si me concentraba en ello. Cerré los ojos por un momento y lo intenté.

Nada. Volví a mirar, inspeccionando cuidadosamente la zona, pero no vi ningún resplandor. No esperaba verlo, y menos cuando no pude sentir su presencia.

Cuando pasé por la casa no vi ninguna cortina en la habitación iluminada. La estudié detenidamente, notando que ninguna de las ventanas tenía cortinas, persianas o contraventanas. Por lo tanto…

Me encaminé hacia el otro extremo de la casa. Aproximándome a la primera ventana iluminada, eché un rápido vistazo. Casi todo el suelo estaba cubierto por sábanas. Había un hombre con un mono de trabajo y una gorra pintando la pared opuesta a donde yo me encontraba.

Claro.

Le había pedido a Bill que vendiera el lugar. Le firmé los papeles necesarios cuando estuve ingresado en la clínica local al proyectarme desde Ámbar a mi viejo hogar —probablemente debido a cierto poder de la Joya— cuando me apuñalaron. Eso habría ocurrido varias semanas atrás, de acuerdo con el tiempo de aquí y usando el factor de conversión de Ámbar a la Tierra de sombra, que era aproximadamente de dos días y medio por uno, contando con los ocho días que me tomó mi viaje a las Cortes del Caos según el tiempo de Ámbar. Bill, por supuesto, se apresuró a cumplir mi pedido. Pero la casa estaba en malas condiciones entonces, ya que permaneció abandonada durante varios años, y fue saqueada… Necesitaba algunas ventanas nuevas, arreglarle el techo, nuevas tuberías, pintarla… Y había un montón de escombros que sacar, tanto fuera como dentro…

Di media vuelta y bajé por el camino principal hasta la carretera, recordando la última vez que recorriera este trayecto sumido en el delirio, arrastrándome sobre las manos y las rodillas, con la sangre que me chorreaba del costado. Aquella noche era más fría, y la nieve cubría la tierra. Pasé cerca del lugar donde me senté entonces, tratando de llamar la atención de un coche con la funda de una almohada. El recuerdo era ligeramente borroso, pero todavía recordaba a los que pasaron de largo.

Crucé la carretera, abriéndome camino por el campo, entre los árboles. Solté a Drum y monté.

—Todavía tenemos que andar un poco más —le dije—. Pero esta vez no será mucho.

Volvimos hasta la carretera y seguimos por ella, dejando atrás mi casa. Si no le hubiera dicho a Bill que la vendiera, el montón de abono aún estaría allí con la Joya. Y yo podría estar de regreso en Ámbar con la piedra colgando alrededor de mi cuello, dispuesto a intentar lo que tenía que hacer. Pero ahora tenía que buscarla, y con cada momento que pasaba sentía que el tiempo se acababa. Me consolaba saber que el tiempo aquí transcurría de modo favorable con respecto a Ámbar. Espoleé a Drum y sacudí las riendas. A pesar de esa ventaja no tenía ningún sentido que lo desperdiciara.

Media hora después llegué a la ciudad y bajé por una calle vacía de una zona residencial cuyas casas me rodeaban por todos los lados. Las luces estaban encendidas en la casa de Bill. Entré en el camino que conducía hasta ella. Dejé a Drum en su patio trasero.

Alice contestó a mi llamada, me contempló un momento y luego exclamó:

—¡Dios mío! ¡Cari!

Minutos después me encontraba sentado en el salón con Bill y una copa en la mesita de mi derecha. Alice se había ido a la cocina, tras cometer el error de preguntarme si tenía hambre.

Bill me estudió mientras encendía su pipa.

—Tu manera de aparecer y desaparecer sigue siendo llamativa.

Sonreí.

—Está motivada por la urgencia —comenté.

—Aquella enfermera de la clínica… casi nadie creyó su historia.

—¿Casi nadie?

—La minoría a la que me refiero soy yo, por supuesto.

—¿Qué historia contó?

—Juró que te dirigiste hasta el centro de la habitación, te volviste bidimensional, y simplemente desapareciste, como el viejo soldado que eres, acompañado por algo parecido a un arcoíris.

—El glaucoma puede producir el síntoma del arcoíris. Debería hacerse un examen de la vista.

—Lo hizo —dijo—. La tenía perfecta.

—Oh. Lamentable. Lo siguiente que se me ocurre es que se trate de una lesión neurológica.

—Vamos, Cari. Ella está bien. Tú lo sabes.

Sonreí y tomé un sorbo de mi copa.

—Y tú —continuó— te pareces a alguien que una vez vi en una carta. Eres exactamente igual, incluso la espada. ¿Qué está ocurriendo, Cari?

—Es muy complicado —comenté—. Ahora más que la última vez que hablamos.

—¿Lo que significa que todavía no puedes explicarme nada?

Sacudí la cabeza.

—Te has ganado un recorrido completo por mi hogar…, cuando todo esto acabe —observé—, si es que aún me queda un hogar. En estos mismos instantes el tiempo está realizando cosas terribles en mi contra.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte?

—Por favor, necesito información sobre mi vieja casa. ¿Quién es la persona que la está arreglando?

—Ed Wellen. Es un contratista de esta zona. Creo que lo conoces. ¿No te colocó una ducha, o algo así?

—Sí, sí lo hizo…, lo recuerdo.

—Su negocio ha crecido bastante. Compró equipo pesado, y ahora tiene a unos cuantos hombres trabajando para él. Yo me ocupé de los papeles que necesitó para la licencia.

—¿Sabes a quién tiene trabajando en mi casa en este momento?

—No, ahora no. Pero puedo averiguarlo de inmediato. —Colocó la mano sobre el auricular del teléfono que tenía a su lado—. ¿Le llamo?

—Sí —comenté—, pero hay algo más. Sólo estoy interesado en una cosa. Había un montón de abono en el patio trasero. La última vez que estuve seguía allí. Ha desaparecido. Tengo que averiguar dónde está.

Ladeó la cabeza hacia la derecha y sonrió mordiendo la pipa.

—¿Hablas en serio? —preguntó finalmente.

—Totalmente —contesté—. Cuando me hirieron escondí algo en el abono. Y tengo que recuperarlo.

—¿Qué era?

—Un rubí.

—Supongo que de un precio incalculable.

—Tienes toda la razón.

Asintió lentamente.

—Si se tratara de otra persona, pensaría que es una broma —dijo—. Un tesoro en un montón de abono… ¿Es una reliquia familiar?

—Sí. Cuarenta o cincuenta quilates. Con un engarce sencillo y una cadena maciza.

Se quitó la pipa y silbó.

—¿Te importa si te pregunto por qué la colocaste ahí?

—Si no lo hubiera hecho ahora estaría muerto.

—Es una buena razón.

De nuevo posó la mano en el teléfono.

—Hubo bastante movimiento en la casa —observó—. Bastante si pensamos que aún no hemos puesto ningún anuncio. Alguien que se lo comenta a alguien, quien a su vez lo oyó de otra persona. Esta misma mañana yo llevé a un hombre a verla. Lo está pensando. Puede que la vendamos muy pronto.

Comenzó a marcar un número.

—Espera —pedí—. Dime cómo era.

Volvió a colgar el teléfono y alzó la vista.

—Un hombre delgado —dijo—. Pelirrojo. Tenía barba. Dijo que era un artista y que quería una casa en el campo.

—¡Hijo de puta! —exclamé, justo cuando Alice entraba en el salón con una bandeja.

Hizo un sonido reprobador y sonrió, pasándome después la bandeja.

—Es sólo un par de hamburguesas y ensalada que quedó del mediodía —comentó—. No mucho.

—Gracias. Estaba a punto de comerme a mi caballo. Aunque me hubiera sentido mal después.

—Me imagino que a él tampoco le hubiera gustado. Que aproveche —dijo, y regresó a la cocina.

—¿Estaba todavía el montón de abono en el patio cuando le enseñaste la casa? —pregunté.

Cerró los ojos y frunció el ceño.

—No —comentó al cabo de un rato—. El patio ya estaba limpio.

—Por lo menos eso es algo —murmuré, y empecé a comer.

Hizo la llamada, y habló unos minutos. Capté la conversación gracias a las preguntas que hizo Bill, pero la escuché por completo cuando él colgó, a la vez que acababa mi comida y la ayudaba a bajar por mi garganta con lo que quedaba en mi copa.

—Me dijo que odiaba que se desperdiciara un buen abono —comenzó Bill—. Así que lo cargó en su furgoneta y se lo llevó a su granja. Lo volcó sobre una tierra que piensa cultivar, pero todavía no tuvo la oportunidad de extenderlo. Dijo que no vio ninguna piedra preciosa, pero que se le pudo haber pasado por alto.

Asentí.

—Si me puedes prestar una linterna, será mejor que la busque ahora.

—Seguro. Te llevaré hasta su casa —dijo.

—No me gustaría separarme de mi caballo.

—Bueno, probablemente necesites un rastrillo, y una pala o un pico. Yo puedo llevarlos y nos encontramos allí, si sabes cómo ir solo.

—Sé dónde está la granja de Ed. Y supongo que él tendrá todo lo que puede hacerme falta.

Bill se encogió de hombros, sonriendo.

—De acuerdo —dije—. Primero deja que vaya al baño, y luego nos marchamos.

—Me pareció que conocías al posible comprador.

Puse la bandeja a un lado y me incorporé.

—Tú oíste hablar de él como Brandon Corey.

—¿El tipo que se hizo pasar por tu hermano y que te encerró en el hospital?

—No fingió. Es mi hermano. Pero eso no es culpa mía. Perdóname.

—Estuvo allí.

—¿Dónde?

—En la casa de Ed, esta tarde. Al menos sé que fue por allí un pelirrojo.

—¿Qué le dijo?

—Dijo que era un artista. Pidió permiso para colocar su caballete y pintar uno de los campos.

—¿Y Ed le dejó?

—Sí, claro. Pensó que era una buena idea. Por eso me lo contó. Quería alardear un poco.

—Coge las cosas. Nos encontraremos en su casa.

—Bien.

Lo segundo que hice en el baño fue sacar los Triunfos. Tenía que hablar con alguien en Ámbar inmediatamente, alguien que fuera lo suficientemente fuerte para poder detener a Brand. ¿Pero quién? Benedict iba camino de las Cortes del Caos, Random se encontraba buscando a su hijo, y yo acababa de separarme de Gérard en términos que no eran demasiado amigables. Lamenté no disponer de un Triunfo de Ganelón.

Decidí que sería Gérard.

Saqué su carta y me concentré. Momentos después establecí el contacto.

—¡Corwin!

—¡Sólo escúchame, Gérard! Brand está vivo, si eso te sirve de consuelo. Estoy completamente seguro de ello. Esto es importante. De vida o muerte. Tienes que hacer algo… ¡y pronto!

Su expresión cambiaba constantemente mientras yo hablaba: ira, sorpresa, interés…

—Continúa —dijo.

—Puede que Brand regrese pronto. De hecho, tal vez ya se encuentre en Ámbar. Todavía no lo has visto, ¿verdad?

—No.

—Es preciso que no recorra el Patrón.

—No entiendo de qué me hablas. Pero puedo colocar a un guardia fuera de la cámara del Patrón.

—Ponlo dentro de la cámara. Brand puede ir y venir mediante sistemas que nosotros no conocemos. Ocurrirá un desastre si atraviesa el Patrón.

—Entonces se lo impediré yo personalmente. ¿Qué ocurre?

—No tengo tiempo ahora. Esto es lo siguiente que tienes que hacer. ¿Regresó Llewella a Rabma?

—Sí, está allí.

—Ponte en contacto con ella utilizando su Triunfo. Tiene que advertirle a Moire que el Patrón en Rabma también ha de estar vigilado.

—¿Es muy serio esto, Corwin?

—Podría ser el fin —dije—. No dispongo de más tiempo, me marcho.

Rompí el contacto y me encaminé a la cocina, donde estaba la puerta trasera; allí sólo me detuve lo suficiente para darle las gracias a Alice y despedirme. Si Brand se había apoderado de la Joya, sintonizando con ella, la situación era muy peligrosa. Tuve el presentimiento de lo que haría.

Monté en Drum y me dirigí al camino. Bill salía del garaje.