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Expresó su declaración con amable suavidad, y así resultó honesta y clara a la vez. Le creí. Neil acababa de decirme que me amaba y yo le creí. Sentí que mi corazón se saltaba un latido y que luego se aceleraba como si estuviera a punto de explotar, y todo porque él había pronunciado esas palabras. Los corazones hacían eso cuando se veían sometidos a mucha presión emocional, cuando estaban embargados por la tristeza o destrozados por algo terrible. Creo que su confesión podría ser calificada como presión emocional, no como nada triste o terrible. Cuando oí aquello, el mundo se convirtió en un lugar glorioso y perfecto.

Neil me amaba.

—Neil… Te he amado desde que puedo recordar. De hecho, no recuerdo un tiempo en el que no lo hiciera. —Miré a un lado mientras reunía coraje para decir el resto—. Pero lo cierto es que jamás… Nunca me imaginé que tú podrías llegar a sentir lo mismo que yo.

—Mírame, cherry girl. —Me tomó por la barbilla y me obligó a mirarlo—. Eres la chica más hermosa, sexy, increíble e inteligente, pero en esta ocasión te equivocabas al no darte cuenta de lo que sentía por ti durante todos estos años. ¿Cómo podría no amarte? Eres perfecta, ¿recuerdas?

Absolutamente perfecta. Solo tuve que esperar a que fuera el momento adecuado para decírtelo. Escuché cada una de aquellas palabras mientras me alisaba el cabello.

—Cada vez que volvía a casa estabas saliendo con otro chico y… No me parecía justo entrometerme en esos momentos para hacerte caer en mis brazos.

Me puse a llorar de nuevo, pero en esta ocasión fue de felicidad.

—Ojalá lo hubieras hecho.

—No. —Movió la cabeza con firmeza—. No, tenía que esperar. Encerró mi cara entre sus manos y me secó las lágrimas que me mojaban las mejillas con los pulgares.

—Eres preciosa para mí, cherry girl, incluso cuando lloras.

Entonces me besó como si tuviera derecho a ello. De la manera en que yo siempre había sabido que podría. Me besó las lágrimas y puso fin al anhelo que conocía desde hacía tanto tiempo en un solo instante. Me fundí con su enorme cuerpo y saboreé su contacto. Sus labios, sus palabras. Por fin tenía lo que siempre había querido.

—Eras mi cherry girl cuando eras pequeña.

—Sí, lo era —convine, asintiendo con la cabeza.

—Y sigues siendo mi cherry girl ahora.

—Sí —me las arreglé para decir.

—Te amo, Elaina Morrison, y siempre serás mi cherry girl. Siempre. Nada cambiará eso. —Se inclinó hacia delante y me besó con dulzura—. Créeme —susurró.

Yo no podía hablar. La capacidad de expresarme me había abandonado por completo. Estaba abrumada. Lo único que podía hacer era mirarle… y respirar.

Él inclinó la cabeza hacia mí.

—Me da la impresión de que no lo haces.

—Lo hago… p-pero tengo que darme una ducha ahora —espeté—. Y utilizar tu cepillo de dientes y conseguir algo de ropa. Esta noche vomité ¡dos veces! Y no tengo nada que ponerme.

Él esbozó una sonrisa de anuncio y ni siquiera se inmutó cuando le recordé que había vomitado.

Sin duda me amaba.

—Por favor, dime cómo puedo ayudarte.

—Con el cepillo de dientes… tal vez. Con la ducha, no —respondí, sintiéndome tímida de repente, al ver la dirección que tomaba la conversación y mi estado de desnudez. En el santuario que era mi mente podía ser audaz y reconocer que deseaba estar con Neil, pero era demasiado pronto para retozar juntos entre las sábanas y ponernos a follar. Necesitaba superar la sorpresa antes de que el sexo formara parte de nuestra relación. «¿Y si él quiere dar ese paso esta noche?». ¿Cómo se tomaría la noticia cuando le dijera que necesitaba un poco de tiempo para llegar a ese punto?

Resultó que no tenía que preocuparme de nada porque Neil fue un perfecto caballero conmigo, como siempre.

—Ya lo sé, cielo —dijo al tiempo que me daba un beso en la punta de la nariz—. Pero dormirás aquí esta noche, ¿verdad? —Me recorrió de nuevo con los ojos antes de mirarme a la cara. Su mirada fue casi de súplica. Era evidente lo mucho que quería que me quedara, tanto como yo quería hacerlo.

—Sí. —Asentí lentamente—. Me quedaré aquí esta noche. —Puse las dos manos sobre las sábanas, a ambos lados de mis caderas, para demostrarle que hablaba en serio—. Quiero estar aquí contigo.

—Bueno, eso es todo lo que necesito por ahora. Abrazarte y saber que estás aquí, a salvo, conmigo… Que estoy contigo y es real. —Me acarició de nuevo el pelo con la mano—. Temo despertarme y que te hayas ido. Tengo que acostumbrarme a la idea de que voy a tenerte para mí.

«¡Sí, por favor!».

La creciente timidez se hizo más intensa, hasta que tuve que apartar la mirada. Mis ojos aterrizaron sobre la fina sábana que apenas cubría mi cuerpo y eso no me ayudó a sentir más confianza en mí misma. Necesitaba convencerme primero de algunas verdades.

—Está bien… —¡Ay, Dios! Sonaba como una idiota temblorosa—. Esto… nosotros… Es real, ¿verdad? —Mi inseguridad fue palpable en el tono de mi voz. Respiré hondo mientras mi corazón latía con fuerza, a la espera de su respuesta.

—Sí, cherry girl, es real. —Me alzó la barbilla con el dedo índice para que levantara la mirada hacia él.

Pude leer la sinceridad en su cara, en la forma en que me estudió con sus oscuros ojos castaños cuando por fin me atreví a mirarlo.

—Completamente real. —Me tomó una mano y puso la palma contra su corazón—. Siéntelo mientras te beso —me dijo antes de deslizar la otra mano por mi nuca y atraerme hacia aquellos mágicos y suaves labios suyos—, y sabrás que es real.

Pero esta vez Neil trataba de convencerme y su beso fue más exigente. Su lengua se enredó con la mía al tiempo que saqueaba mi boca. Le permití el acceso sintiendo los acelerados latidos de su corazón bajo la palma.

Traté de memorizar las sensaciones porque no podía soportar la idea de llegar a olvidar lo que sentía en ese momento.

Cuando Neil interrumpió finalmente el beso, aún me sostenía la nuca con firmeza, tomando el control de aquel momento, y eso me encantó. Me hizo sentir querida. Quise flotar entre esos sentimientos para siempre.

Cherry girl, te amo. Solo necesito que estés aquí, conmigo. Eso es todo lo que quiero. No te pediré más hasta que estemos preparados y los dos lo deseemos. Lo sabremos cuando llegue el momento. Todo seguirá su curso y llegará el momento de que estemos juntos. ¿De acuerdo? —Otra lenta y minuciosa inspección de su lengua en mi boca hizo que sintiera mariposas en el estómago y que mi corazón se acelerara.

Me las arreglé para asentir con la cabeza.

—Sí —susurré al tiempo que le apresaba la cara entre mis manos—. Te he amado durante tanto tiempo que no puedo recordar no amarte.

Neil sonrió. Todo su rostro se iluminó con aquella sonrisa, desde los ojos a la barbilla. Mi chico parecía muy feliz.

«Mi chico. Tengo un chico. Neil. Neil McManus es ahora mi hombre».

Navidad y mi cumpleaños se habían adelantado este año, y se celebraban esa noche. Lo vi levantarse de la cama y meterse en el cuarto de baño. Escuché el ruido del agua corriendo y que abría y cerraba armarios. Regresó poco después con una enorme toalla con la que envolverme. Dijo que me había dejado una camiseta y unos pantalones cortos que podría ponerme después de ducharme. Añadió que estaría en la cocina preparando la cafetera para mañana y salió del dormitorio, cerrando la puerta. Me quedé en su cama durante un momento más, intentando aclarar lo que parecía un lío desde fuera pero que, dentro de mí, donde mi corazón todavía latía acelerado, era un sueño hecho realidad. Flotaba entre nubes. Me amaba. Neil me amaba de verdad, pero ¡joder!, la próxima vez que me besara estaría limpia y cómoda. Me sentía asquerosa y repugnante, y todavía tenía problemas para procesar lo que había ocurrido entre nosotros en apenas unas horas.

Me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de baño. La ducha ya estaba caliente, por lo que el pequeño espacio se había llenado de vapor. Según lo prometido, había dejado su cepillo de dientes y pasta dentífrica para que la usara, junto con unos bóxers de seda y una suave camiseta negra con la leyenda The Jimi Hendrix Experience grabada con letras blancas en la pechera.

Sabía que Neil era fan de Hendrix, y le había visto con aquella camiseta muy de vez en cuando, por lo que el hecho de que me la hubiera prestado me llegó al corazón. Hundí la cara en la suavidad de la prenda, e inhalé su aroma. El olor que desprendía Neil siempre me había resultado increíble, y había sido adicta a él durante años. Es difícil de describir, pero estimulaba por completo mi sensibilidad. Era como a aire fresco, especias del bosque y agua pura, todo combinado en una perfecta mezcla de fragancia masculina.

Me la había negado durante la mayor parte de mi vida, pero ya no. Cerré la puerta del cuarto de baño y me despojé del sujetador y las bragas, dispuesta a lavarme en la ducha de mi novio. «Me encanta usar esas palabras en mis pensamientos». Estoy segura de que tenía grabada en el rostro una ridícula sonrisa durante todo el tiempo que duró la ducha. Cuando terminé, usé el cepillo de dientes, todavía sonriendo estúpidamente ante el espejo. Era un alivio que la puerta estuviera cerrada y Neil no pudiera ver lo imbécil que parecía en ese momento. Otra tontería. Él sabría al momento qué me ocurría. Seguramente ya lo sabía. Salí del cuarto de baño vestida con su camiseta y los bóxers de seda. Sin duda era mejor que estar envuelta en una toalla o cubierta con una ropa manchada de vómito, además resultaba muy sexy para mí que mi piel estuviera en contacto con prendas que antes habían estado rozando la suya. La camiseta me cubría la parte superior de los muslos y ya había decidido que iba a quedármela. Sí, su adorada camiseta de Hendrix pasaría a ser de mi propiedad. No tuve absolutamente ningún reparo en robarla. No quería tener que prescindir de su olor cuando se le acabara el permiso. No lo iba a disfrutar demasiado tiempo antes de que la British Army le volviera a enviar a Afganistán. Eso significaba que esa camiseta no sería lavada nunca. Sí, nunca.

Mis divagaciones interiores me distrajeron hasta el punto de que no pensé qué podía estar esperándome cuando salí, aunque la visión que me recibió cuando regresé al dormitorio con el bóxer y la camiseta de Neil no era lo que esperaba. Me detuve en seco, estoy segura de que mis globos oculares se me cayeron al suelo. La toalla que estaba usando para secarme el pelo se me cayó de las manos y aterrizó en el suelo con un susurro.

Neil estaba tumbado en la cama, esperándome. A mí. Definitivamente a mí.

¡Oh, Dios! Era increíblemente guapo. Sentado contra la cabecera, se reclinaba contra ella con su ancho pecho desnudo expuesto para regocijo de mis ojos. Pude recrearme con todos aquellos ángulos de duros músculos y piel dorada que contrastaba con las sábanas blancas. Casi gemí en voz alta. Quería acariciarlo y sabía que había muchas probabilidades de que consiguiera mi deseo. Noté que tenía duras las tetillas. Su mirada estaba clavada en mí, tan líquida, misteriosa y sensual como yo me sentía. Solo podía imaginar lo que él estaba pensando. Estoy segura de que estaba pensando en sexo sudoroso, salvaje y alocado. Desde luego yo sí pensaba en eso. Mis pezones también estaban duros, y sentí que me recorría la espalda un involuntario escalofrío al pensar en que Neil ponía las manos sobre ellos. Yo había visto antes su cuerpo. Sabía el aspecto que presentaba sin camisa, conocía sus marcados abdominales, los oblicuos que formaban una V en sus caderas… Mis entrañas se derretían cada vez que tenía la suerte de conseguir echarle un vistazo… Algo que, por desgracia, ocurría en muy pocas ocasiones.

Neil había sido bendecido con un cuerpo que parecía más propio de un dios pagano, pero yo nunca había estado en posición de permitirme pensar en él de esa manera. En aquellos tiempos le había visto cuando estaba ejercitándose con Ian, jugando al fútbol con los chicos o tomando un baño. Esta situación era completamente diferente. Neil era mío y solo mío. Estaba ofreciéndose a mí, su cuerpo era para que mis ojos lo vieran, para que mis manos lo tocaran, para que mis labios lo besaran…

—Se te ha caído la toalla —me dijo en voz baja, al tiempo que estiraba la mano por la sábana, lo que hizo que flexionara el músculo del antebrazo.

—Lo sé. —Intenté recuperar el resuello a pesar de los latidos acelerados en mi pecho y me incliné para recogerla.

—Déjala.

La voz de Neil era más dura, diferente… Una orden de verdad. Me quedé inmóvil en mitad del movimiento y me giré para ver su rostro y entender lo que quería decir. Me tendía sus largos y musculosos brazos.

—Ven aquí, preciosa —susurró en voz baja—. No pienses en nada de lo que temes en este momento. Solo somos tú… y yo.

Asentí con la cabeza, pero las palabras no acudían a mis labios. Lo único que podía hacer era experimentar el momento y tratar de escuchar lo que me decía.

—Quiero abrazarte, estar cerca de ti sabiendo que nadie va a interponerse entre nosotros ni tratará de alejarte de mí. Te quiero para mí solo por una vez. —Ladeó la cabeza un poco—. ¿Me entiendes?

—Sí… —conseguí decir.

Neil siguió tendiéndome los brazos, con los ojos brillando de una manera que jamás había visto antes. Me lo estaba exigiendo, estaba claro, pero eso no me detuvo. Las sensaciones que me atravesaban eran increíbles, pero también aterradoras. Mis emociones me paralizaron porque realmente entendí, en ese momento, en ese preciso instante, el paso que estaba a punto de dar; me iba a entregar por completo a Neil.

Eso me hizo sentir muy vulnerable. Sentí en mi corazón el beso del miedo. Me advertía con la misma claridad que si fuera una brisa fría, de esas que te hacen frotar los brazos para protegerte de un gélido estremecimiento. No sabía cómo sobreviviría si lo perdía. Si dejaba de amarme no sería capaz de soportarlo. No quería ni imaginarme que lo perdiera en la guerra, uno de los riesgos más aterradores que corría; uno que corría cada día que estuviera en el servicio militar activo. Eso me destruiría. Perder a Neil acabaría conmigo si ocurría después de que supiera lo que se sentía al ser amada por él, como iba a saber esa noche.

—No pienses en las cosas malas, Elaina. Pasa de ellas y ven a mí, mi hermosa cherry girl. Ven aquí y deja que te ame.

Y fui. Lo único que supe fue encontrar el camino hacia los fuertes brazos de los que jamás querría salir, que me iba a doler cuando regresara al Ejército, y que me sostuvo de una manera tan perfecta que tuve que contener de nuevo las lágrimas. El duro cuerpo de Neil y sus suaves labios contra mi piel me permitió imaginar cómo sería todo entre nosotros. Me enseñó lo que significaba que se me hubiera concedido el más profundo deseo de mi corazón; ser amada por Neil McManus

Y, al mismo tiempo, me vi obligada a reconocer mis temores más terribles en lo que a él respectaba.

Podía perderlo. Y si eso ocurriera, me moriría.