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Sin embargo, nada permanece igual y yo no fui la excepción. Cambié muchísimo. Es imposible que la vida se detenga, nunca lo hace. El cambio es algo inevitable. El año en el que Neil se unió al Ejército, fue el mismo en el que todo cambió en mi casa. En mi familia. ¡Demonios!, en el que todo cambió. Punto. Fue por culpa del 11S.
Mi padre viajaba en el avión que se estrelló contra el Pentágono, en Washington DC, durante los ataques terroristas. Iba en ese vuelo con destino a Los Ángeles, por negocios, cuando el aparato resultó secuestrado y desviado de rumbo. Fue uno de los sesenta ciudadanos británicos que perdió la vida aquel aciago día. Mi padre estaba lejos de nosotros y jamás volvimos a verlo. Supongo que ese fue el momento en el que dejé atrás mi infancia. La inocencia anterior desapareció de mi vida… para siempre.
Había llegado el momento de madurar. Lo horrible que resultó aquel año hizo que parte de los sucesos acaecidos se desdibujara en mi mente. Recuerdo claramente algunas cosas que en aquel momento parecían insignificantes y otras que debería recordar… se borraron. Por ejemplo, el funeral por mi padre. Sé que hubo un servicio por él, he visto las fotos, pero no me acuerdo de nada; ni de haber estado allí, ni de quiénes se acercaron a presentar sus respetos, ni siquiera de haber hablado con alguien en concreto. Ese día no es más que un enorme vacío. Sin embargo, tengo grabadas en la mente cosas estúpidas, como qué calzado llevaba puesto cuando vimos las noticias en la televisión, cuando observamos las imágenes de los impactos, los escombros y las partes del avión diseminadas… Del aparato en el que viajaba mi queridísimo y amante padre. Eran unas Converse rojas con cordones negros. Es curioso cómo nuestro subconsciente se aferra a algunos recuerdos y no a otros. Igual que la carta que me envío Neil, escrita de su puño y letra, poco después de que ocurriera. Me acuerdo muy bien porque todavía está en la caja donde guardo los objetos más apreciados de mi vida.
Mi querida Elaina:
No existen palabras adecuadas para expresar la profundidad de mi tristeza ante tan insoportable pérdida. En este momento solo quiero estar en casa, pero es imposible. Tu padre fue un buen hombre. Amaba a su esposa y a sus hijos, trabajaba muy duro para que todos pudierais disfrutar de una vida segura y cómoda. Era un hombre de los pies a la cabeza. En este alocado mundo en el que vivimos, la vida sería mucho más fácil si hubiera más tipos como George Morrison. Lo vamos a extrañar mucho. Me gustaría estar ahí para poder apoyaros a ti, a Ian y a tu maravillosa madre en tan duros momentos. Por favor, ten por seguro que estoy pensando en ti y que os envío todo mi amor. Jamás estás lejos de mis pensamientos, cherry girl, no lo olvides nunca.
Siempre tuyo,
Neil
Su carta, garabateada de cualquier manera en papel con anagrama militar, hablaba del frenético ritmo que mantenía el Ejército después de los atentados. Neil estaba luchando en una guerra abierta contra el terrorismo; yo trataba de crecer, intentando aceptar el hecho de que ya no tendría padre durante el resto de mi vida; Ian estudiaba Derecho en la Universidad, y mi madre ahogaba su dolor en vasos de ginebra.
Todos estábamos muy, muy atareados siguiendo adelante con nuestras vidas y nuestras ocupaciones. Aislados. Solos. Habíamos dependido mucho de mi padre aunque, tras cobrar su seguro de vida, junto con la indemnización de la compañía aérea y la del gobierno americano, el dinero no era problema. No, lo que sentíamos era un profundo vacío; nos costaba asimilar la brusquedad con la que nos vimos obligados a aceptar que jamás volvería con nosotros. Nunca.
Fue entonces cuando tomé realmente conciencia de la muerte y adquirí un nuevo conocimiento. Me encerré en mí misma para evitar tener que volver a sufrir otra vez ese terrible dolor. «Idiota. Fui una idiota».
A mi madre siempre le gustó cocinar, todavía le gusta, y seguía invitando a Neil a cenar como si fuera un hijo más, igual que aquella primera noche, cada vez que tenía permiso en el Ejército. Le agasajaba con copiosas cenas caseras. Era un hecho que él vendría a visitarnos, solo que ahora, cuando mi madre cocinaba, había un gintonic sobre la encimera. No puedo quejarme de mi madre, seguía siendo una madre entregada, dedicada en cuerpo y alma a mi hermano y a mí pero, después de la tragedia, ya no estaba presente ni era consciente de mis actividades como antes.
Se abría ante mí un camino de libertad en un momento en el que necesitaba mano dura. Como adolescente confundida y afligida que era, aproveché la oportunidad. De hecho, me sumergí en ella en cuerpo y alma. El verano que cumplí diecisiete años ya había experimentado todo aquello que ningún padre quiere que experimente su hija adolescente. Sí, así era yo. Fiestas, alcohol, tabaco y… chicos. Lo probé casi todo y salí de la experiencia un poco más madura, más sabia y muy insegura. No tenía ni la menor idea de qué quería hacer con mi vida. Bueno, había algo que sabía que quería. Neil.
Todavía lo quería a él. Y Neil había tenido razón en algo…
Cuando maduré atraje a los muchachos como la miel a las abejas. Creo que él hubiera deseado que fuese más selectiva y que no permitiese todo lo que permití. En realidad sabía que él quería que fuera más selectiva. Me di cuenta por las duras miradas que me dirigía cada vez que tenía un permiso, por cómo evaluaba al chico con el que salía en ese momento; con aquellos ojos oscuros y vigilantes. El hecho de que se fijara en mí resultaba a la vez maravilloso y absolutamente aterrador, una pesadilla. Él estaba pillado. Neil tenía una novia que no le quitaba las garras de encima. Jamás me miró como a una mujer mientras ella revoloteaba a su alrededor. O eso era lo que yo creía.
Yo había estado con un montón de chicos desde que él se fue a la guerra y Neil había sido fiel a Cora. No sé por qué. Yo no podía soportarla y sabía que ella se liaba descaradamente con otros tipos a su espalda cada vez que él partía. A menudo me preguntaba cómo era posible que Neil no se diera cuenta. También era posible que lo supiera y, sencillamente, no le importara. Me imaginaba que sus amigos le habrían dicho lo qué ocurría cuando no estaba cerca; Ian tenía que estar al tanto, razonaba conmigo misma, y se lo habría dicho. ¿Estaría con Cora solo por sexo? «Agg…». Odiaba imaginármelos en la cama y, al mismo tiempo, quería olvidarme de él. Olvidarme de que nunca me pertenecería. Olvidarme de que lo nuestro jamás llegaría a ocurrir. Olvidarme de que nunca tendría al hombre que amaba por encima de todo.
Al verano siguiente, justo después de terminar el instituto, fue cuando nos cruzamos en un territorio nuevo y extraño. Cuando sonó nuestra campana, por así decirlo. Cuando la chispa que había comenzado como una simple llamita se convirtió en una hoguera, en un incendio forestal. ¿Dejaría quemaduras y marcas a su paso? Se convirtió en parte de nuestro paisaje.
Neil regresó a casa de permiso ese verano, cuando yo tenía dieciocho años y él veinticinco. Aquel fue el momento en el que por fin ocurrió…