13

Un año después

La última temporada que pasé en el ejército fue la peor de mi carrera. Tuve las misiones más peligrosas, las maniobras más arriesgadas y estuve cerca de perder la vida. De hecho, murieron muchos compañeros que conocía y comandaba. Un puto caos de situaciones y eventos que supusieron un momento muy oscuro de mi existencia. Cuando regresé, era un hombre distinto. Hubo muchas razones para ello, pero la peor fue descubrir lo que había pasado cuando por fin regresé a Londres; Elaina había aceptado el trabajo como au pair y se había marchado a trabajar a Italia poco después de que yo me reincorporara. Había perdido a mi chica. Mi cherry girl ya no estaba y me enfrentaba a la perspectiva de una vida sin ella. Durante el tiempo que estuve fuera no se puso en contacto conmigo ni una vez. Su madre e Ian todavía lo hacían, pero se mantenían al margen de nuestra relación y aceptaban que lo que fuera que hubiera ocurrido entre nosotros no era tema de discusión, lo que indicaba que respetaban nuestra privacidad. Era como si se hubiera muerto; la había perdido. Creo que habría sufrido lo mismo si me hubiera enterado de que ya no existía. Cuando regresé por fin a mi casa, me encontré con una carta suya fechada el día que me fui a Afganistán.

Querido Neil:

Es terriblemente difícil para mí tener que decirte esto, pero lo considero necesario. Te libero. Eres libre de cualquier promesa que nos hiciéramos. Entiendo tu situación y acepto lo que debes hacer al respecto. Sin embargo, para sobrevivir, tengo que dejarte ir. Es la única manera de que pueda llegar a conseguir algo de mi vida, y te pido que hagas lo mismo. ¡Déjame ir! No me busques ni trates de hacerme cambiar de idea. Las cosas tienen que ser así.

Adiós, Neil. Quiero que sepas que siempre desearé que triunfes en todo lo que hagas. Rezaré para que regreses sano y salvo a casa, para que no te pase nada estés donde estés.

Sé feliz.

Elaina.

Leí y releí la carta un centenar de veces. Había en ella algunas manchas de agua y me imaginé que habían sido producidas por las lágrimas. No soporté deshacerme de ella, tirarla a la basura, pero estuve a punto de hacerlo muchas veces en los tiempos oscuros; cuando estaba furioso con ella por no darme la oportunidad de explicarle lo que realmente había ocurrido. No, no conseguí ponerme en contacto con ella. No tuve ocasión de contarle lo que me había ocurrido la guerra. No pude compartir con Elaina las nuevas perspectivas laborales que se abrieron ante mí, creando una sociedad con un compañero en el ejército que había estado a punto de morir. Una empresa que estábamos decididos a convertir en un éxito. No disfruté de la ocasión de ponerla al tanto del extraño giro de las circunstancias de la vida, que acabaron convirtiéndome en el heredero de una finca escocesa perteneciente a un tío abuelo al que jamás llegué a conocer. Se trataba de una casa con gran extensión de terreno, así como un buen pellizco de dinero; algo que me puso en una posición desahogada por primera vez en mi vida. Después de visitar el lugar, lamenté no tener la oportunidad de compartirlo con ella; supe que le encantaría la mansión, el pequeño lago y los viejos cerezos que florecían en la propiedad, algo que me recordaba mucho aquel viaje que realizamos a Hallborough. Todo aquello se había jodido y mi corazón estaba roto. Y lo más importante, no pude decir a Elaina que, definitivamente, no era el padre del hijo de Cora. Estaba dispuesto a hacer frente a mis responsabilidades llegado el caso, claro está, pero no lo era y Cora me lo dijo en cuanto nació. No sé muy bien si fue porque decidió comportarse como una persona decente, o porque fue evidente al instante que no podía haberlo engendrado yo. Sin embargo, no me importó demasiado; mi pérdida era demasiado grande como para reparar en eso. Cora se había casado con el padre real antes siquiera de que yo volviera a casa. Un enorme tipo de raza negra llamado Nigel. Estos hechos me fueron confirmados cuando me los encontré en el supermercado un día, al poco de volver. El pequeño bebé de piel chocolate pertenecía a otro hombre. Sin embargo era un niño precioso. Logré transmitirles unas felicitaciones vacías de sentimientos y me alejé, envuelto en una amarga sensación de ira e injusticia. Todavía ansiaba a Elaina de manera desesperada, pero el resentimiento que ardía en mi interior, después de que se hubiera marchado sin decir palabra, me había endurecido. Resultó difícil, pero ahogué mis emociones y acepté mi destino. Había conocido antes aquella agria decepción y aquel dolor, y lo había superado.

Estaba acostumbrado a aceptar situaciones dolorosas que me rompían el corazón; esta solo era una más. Me concentré en mi trabajo como vicepresidente y director de operaciones en Blackstone Seguridad Internacional. El brazo derecho del jefe. Ofrecíamos servicios de seguridad para clientes VIP: políticos, dignatarios internacionales, celebridades e incluso miembros de la Casa Real en algunas ocasiones. Viajé por todo el mundo aprendiendo el negocio con Blackstone, ganando mucho dinero, pero con poco tiempo para relacionarme con nadie. No me importaba; de todas maneras no tenía ganas de salir. Cualquier deseo que tuviera de mantener una relación amorosa estaba en manos de una única persona, y ella no me quería. Cuando hablé con la madre de Elaina y le pregunté por ella, me respondió que su hija era feliz en Italia y que le había pedido que no intentara contactar con ella. Quería vivir su vida libremente y no me guardaba rencor a pesar de que las cosas no hubieran funcionado entre nosotros; yo no lo creí. Por supuesto que me guardaba rencor; se sentía traicionada por que hubiera estado con Cora. Y luego me había tenido que marchar durante todo un año con aquella terrible ruptura a mis espaldas. Aquella situación era peor que mala.

Me mantuve próximo a la madre de Elaina y a Ian con la esperanza de tener la oportunidad de verla de nuevo, quizá cuando regresara a casa ocasionalmente. Quizá así tendría la oportunidad de hablar sobre lo que había ocurrido entre nosotros. Quizá, si nos viéramos otra vez, surgirían de nuevo los sentimientos y podríamos encontrar el camino de vuelta a aquel hermoso lugar en el que estábamos tan enamorados.

Llegué a estar tan desesperado que incluso me propuse seguir su rastro en Italia cuando estuve trabajando allí en uno de nuestros casos. Las playas italianas son un lugar impresionante en verano. La exuberante belleza natural parecía adecuada al lugar en el que ella estaba viviendo y trabajando. Elaina merecía tener toda esa belleza a su alrededor. Eso tenía sentido para mí. La vi de lejos, en la playa, con un bikini de color azul celeste y una pamela negra. La reconocí de lejos. ¿Cómo iba a no hacerlo? Se la veía tan hermosa que me picaron los ojos cuando observé aquel pelo rojo cereza sacudido por el viento ondulándose sobre su espalda. Sus largas y preciosas piernas, que se movían sobre la arena con pequeños pasos para que las criaturas que la acompañaban pudieran alcanzarla.

La acompañaban dos pupilas de corta edad, unas niñas que parecían tener los mismos años, cada una en una mano, y llevaba una enorme cesta de paja colgada del hombro con provisiones para todo el día. Tuve que controlarme para no echar a correr hacia allí y ayudarla a transportar la carga. Me resultó difícil mantenerme oculto, acechando entre las sombras, mientras ellas se acomodaban en la playa. Pero lo hice, envuelto en la agonía. La vi construir un castillo de arena con las niñas, hasta que subió la marea y se apoderó de sus creaciones.

La construcción fue arrastrada por las olas… Limpiada… Borrada… Desapareció sin más, como si nunca hubiera existido. No soporté mirarla durante más tiempo y me di cuenta en ese momento que no había sido una buena idea ir allí para acosarla. Me sentí avergonzado por haber utilizado aquellos métodos encubiertos y me percaté de que las emociones que me provocaba eran peores que si no la hubiera visto nunca. Ver a Elaina de nuevo hizo que todo fuera mucho más difícil. Sabía lo que tenía que hacer. Había llegado el momento de dejarla ir. Justo cuando estaba recreándome en su imagen una última vez, se volvió hacia mí. Se volvió hacia mí y me miró. No podía verme —yo sabía que estaba bien escondido—, pero me sentí como si pudiera hacerlo. Sé que sintió mi presencia.

«Jamás dejaré de amarte, cherry girl. Nunca. No puedo dejar de hacerlo… No lo haré». En ese momento explotó mi corazón. Se convirtió en una dura masa de trozos amalgamados que no valían demasiado.

También se endureció; fue como acero durante un buen rato. Tuve que obligarme a tomar aire para seguir respirando. A partir de ese instante tendría que aprender a vivir conmigo mismo y me puse manos a la obra. No tenía mucha elección, y al final asumí que era más fácil aceptar las cartas que me habían tocado que tirarme un farol con aquella mierda. Trabajé duro y viví como pude. Hice lo que tuve que hacer para sobrevivir, sin importarme lo vacío que me sentía después. Al final, también hice lo más difícil de todo. La dejé marchar.

Permití que mi cherry girl se alejara.