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Cinco años después

Las oficinas de Blackstone Seguridad Internacional, S. L. se encontraban en un elegante rascacielos cercano a la estación de Liverpool Street, en el centro de Londres. Era mi nuevo centro de trabajo. Aquella empresa tenía negocios a nivel internacional y necesitaban a una recepcionista con conocimiento de determinadas lenguas europeas. Yo dominaba el italiano y el francés a la perfección y me hacía entender en alemán y español. Por eso, este trabajo me venía como anillo al dedo en muchos sentidos. Hacía casi seis años que no estaba en Inglaterra, así que me parecía estupendo estar otra vez en casa y cerca de mi familia. Había vivido durante tres años en Italia y dos en Francia, y eso me había permitido conocer otros lugares y practicar las lenguas autóctonas de primera mano. Aquella podía ser la oportunidad que esperaba para viajar por Europa, ese trabajo en Blackstone Seguridad era una especie de coctelera donde se combinaban ambos mundos, y eso me gustaba. Cuando mi madre me sugirió que me presentara, yo pensé que era porque una amiga suya del club le había sugerido lo bien que me adaptaría al empleo. Frances Connery era la secretaria ejecutiva del propietario de la empresa y una gran amiga de mi madre. Mi hermano también me animó a intentarlo. Ian se había convertido en un prestigioso abogado de la City y Blackstone Seguridad era uno de sus clientes más importantes. Trabajaba en el mismo edificio, pero dos pisos más abajo, por lo que nos podríamos ver a menudo. A veces incluso esa frecuencia era demasiado, porque había descubierto lo mucho que adoraban las mujeres a Ian… y las razones para ello. Me molestaba escuchar lo bueno que era mi hermano en la cama. Aggg… Sería mejor oír hablar sobre que necesitaba sentar cabeza.

Lo cierto era que aquel empleo resultaba casi demasiado bueno para ser verdad, y solo llevaba dos semanas trabajando allí cuando me enteré de la razón.

—El equipo regresará hoy, después de haber acabado el encargo de Madrid. Por fin tendrás la oportunidad de conocer al señor Blackstone. Probablemente hoy acabaremos más tarde de lo habitual con todo el trajín del viaje. Te lo presentaré a él y al resto del equipo en cuanto sea posible. ¿Un café, querida? —Frances, mi supervisora, me señaló con la mano la sala de descanso.

—Sí, por favor. Todavía me queda por conocer a mucha gente para saber quién es quién. —La empresa llevaba varios clientes a la vez en operaciones internacionales a gran escala, por lo que nunca coincidían todos los miembros del equipo.

—No te preocupes, querida.

Me ofreció una taza de café que, al instante, endulcé con edulcorante.

—Bueno, espero que me consideren una buena adquisición, Frances.

—Oh, lo eres, querida, lo eres. Hasta ahora has realizado un trabajo excelente, y sé que Ethan estará encantado de tener aquí, en BSI, a alguien con tus habilidades. Estamos en un punto en el que llueven los trabajos a nivel internacional.

—Gracias por la parte que me toca. Estoy disfrutando mucho. Estoy a punto de terminar el contrato para el consulado italiano y me pondré con los otros antes de irme hoy.

—Eres una joya, querida —aseguró, saliendo de la agradable salita con el café en la mano.

Regresé a mi escritorio y muy pronto estuve abstraída en la tarea de traducción. De pronto, el hombre más guapo del mundo atravesó la estancia. Decir que era guapo no servía para ser precisa a la hora de describirlo, quizá era mejor decir que resultaba sorprendente. Cabello oscuro, ojos azules, muy alto, bien formado, serio y con esa seguridad en sí mismo que da saber que eres el dueño del lugar. Se me encendió la bombilla. Se trataba de Ethan Blackstone, y de hecho, era el dueño de la empresa.

—Buenos días —me saludó con un gesto y una mirada penetrante.

—Buenos días, señor —repuse cuando pasó. Utilizó su clave y entró en el despacho principal.

Solté el aire lentamente y esperé tener la aprobación del jefe. Aquel trabajo me convenía y quería conservarlo. Prefería tomar el almuerzo al aire libre si el clima lo permitía. Si disponía de un rato lo suficientemente largo, me gustaba sacar el Kindle en el parque y leer durante algunos minutos. Era ávida lectora de novela de ficción de todos los géneros literarios y comprar libros en otros idiomas me ayudaba a no perder la facilidad de expresión, me daba la oportunidad de dominar aquellos que todavía no había perfeccionado. En ese momento disfrutaba de una obra de J.R. Ward en español, Amante desatado, y estaba completamente subyugada por la lucha contra la extinción que mantenían aquellos vampiros urbanos en un mundo moderno. Por lo menos lo estuve hasta que alguien ocupó el espacio vacío que había en el banco, a mi lado.

—Hola, guapa, ¿qué me has traído hoy? —Él metió un dedo en la bolsa que contenía mi almuerzo y husmeó dentro.

—Por Dios, Denny, ¿es que no piensas parar?

Él tomó una uva de la bolsa y se la metió en la boca.

—¿Por qué voy a parar? Estás de vuelta en Inglaterra y trabajas en algún lugar cercano; siempre sales de ese edificio a la misma hora para comer el almuerzo. —Señaló mi edificio con la cabeza.

—No me interesa lo que dices. —Le brindé una sonrisa forzada.

—Ay, nena, no seas tan cruel. Solo quiero salir contigo, pasar un buen rato. Ya sabes, por los viejos tiempos. ¿Qué me dices?

Bajé el Kindle y le dirigí una mirada paciente.

—Lo que digo, mi querido Denny, es, por décima vez, no, gracias. —«Ni por los viejos tiempos, ni por los nuevos, ni por ningún otro momento en el futuro. No vamos a salir juntos».

No quería ni imaginar el escenario que se habría montado para «pasar un buen rato». No. Sencillamente no. No iba a volver a salir con un antiguo novio que me había puesto los cuernos con una cualquiera en un callejón detrás del pub. A pesar de que no lo reconocería nunca, tenía que decir que me había sorprendido dónde había acabado Denny Tompkins. Yo hubiera apostado siempre que sería en la cárcel, pero según me había contado no había acabado en prisión, sino con un puesto muy bien remunerado en el negocio de importación de su padre. No quería imaginar qué bienes poco legales importaban, pero estaba segura de que era mejor que el tráfico ilegal que solía hacer en la calle. Quizá todavía lo hiciera, ¿quién sabía? Lo cierto era que me acechaba a la hora del almuerzo desde que me descubrió en el parque, el segundo día en mi nuevo empleo.

—Nena, ¿me dirás hoy en qué empresa trabajas?

—Deja de llamarme nena y no, no voy a decírtelo. Lo que tú estás haciendo se llama invadir la privacidad ajena, Denny. Tienes que parar.

Él sonrió y ladeó la cabeza. El pelo oscuro y ondulado cayó sobre sus cejas, lo que le hizo parecer terriblemente encantador. Podía ser un hooligan con traje, pero eso no quitaba que fuera un tipo muy apuesto.

—Ahora eres más fuerte, nenita. ¿Qué ha ocurrido con la dulce jovencita que solía salir conmigo? —Me puso la mano en la pierna—. Lo pasamos muy bien juntos.

—Creció y maduró. Mira como hablas. Deja de dar rodeos —ordené con firmeza, apartando sus dedos de mi muslo.

Recordé lo implacable que se había mostrado después de que Neil regresara a Afganistán, antes de que yo me marchara a Italia. No podía quitármelo de encima. Finalmente tuvo que intervenir Ian para que dejara de darme la lata para que volviera con él. Denny me quería de nuevo en su cama, pero a mí no me interesaba. Sin duda poseía el gen de la persistencia y era demasiado obtuso como para entender que ningún hombre podría ocupar el lugar de Neil. No, porque Neil había dejado un vacío que jamás se llenaría.

—Bueno, vale. Hasta mañana, nena. —Se inclinó y me besó en la mejilla. Antes de alejarse, volvió a meter un dedo en la bolsa del almuerzo y me robó otra uva.

Puse los ojos en blanco y trate de concentrarme de nuevo en la novela mientras me preguntaba cómo demonios era posible que mi nuevo trabajo me hubiera puesto en el mismo lugar de Londres que a mi ex, Denny Tompkins. Al parecer no había tenido suerte. Con aquel pensamiento en mente, recogí el libro de aquel decadente vampiro y el resto de mis cosas. Me dirigí al kiosco para adquirir algunos periódicos extranjeros. Leer noticias en italiano o en francés me mantenía al día de los temas candentes en el exterior, y era otra manera más de practicar esos idiomas.

—Son dos libras y media. —Muriel, la kiosquera de la esquina, tenía bastante carácter. Parecía un cruce entre una sin techo y una gitana lectora de la buenaventura, deseosa de predecir el futuro.

Sus ojos poseían un sorprendente tono verde avellana, totalmente diferente a todos los que yo había visto. Eran impresionantes.

—Aquí tienes, Muriel, quédate el cambio —le dije entregándole un billete de cinco libras.

—Sin duda eres un ángel, que Dios te bendiga. —Me dedicó una de sus feísimas sonrisas—.Dame tu mano, chica, que quiero leer tu futuro.

Tomó mi mano derecha y la sostuvo ante sus ojos. Trazó las largas líneas de mi palma con uno de sus nudosos dedos.

—Vida… Salud… Amor… —Las nombró con un susurro antes de mirarme con aquellos hermosos ojos—. Tienes el amor en camino, muchacha. El amor verdadero. —Sonrió de nuevo.

La declaración de Muriel me hizo estremecer. Arranqué la mano de sus dedos y murmuré «gracias» con rapidez antes de alejarme con mis periódicos bajo el brazo, segura de que la anciana solo trataba de ser amable conmigo. ¿Cómo iba a ser verdad que se acercaba a mí el amor verdadero? Me entraron ganas de reír, pero no lo hice. Las palabras concretas que había usado eran ridículas; sabía que su predicción era falsa. Solo había un amor verdadero y yo lo había alejado hacía mucho tiempo… No era para mí. Apenas había llegado de almorzar cuando Frances me llamó para pedirme que llevara a los despachos de los ejecutivos las traducciones que había hecho. Por fin. Había llegado el momento de conocer a los miembros del equipo. Traté de reprimir los nervios que me atenazaron de repente cuando me alejé de mi escritorio. Recogí los papeles y dosieres antes de acercarme a la puerta. Utilicé el código de seguridad en el panel de acceso —Z-A-R-A— y se abrió al instante, pero los papeles se me escurrieron. El borde de una carpeta chocó contra el marco de la puerta y se me escapó de la mano. El contenido se derramó en el suelo.

—Vaya… ¡mierda!

Mortificada, me agaché para recoger los papeles, rezando para que nadie me viera en esa situación, cuando dos pies masculinos entraron en mi línea de visión.

—Permita que la ayude con esto —dijo el hombre, agachándose a mi lado y comenzando a recoger el caos de folios esparcidos junto a nuestros pies.

—Gracias —musité, demasiado avergonzada como para alzar la vista cuando me entregó un montón de papeles.

Se incorporó al mismo tiempo que yo. Entretenida en ordenar las páginas, no le miré mientras me presentaba.

—Lo siento mucho. Soy Elaina, la nueva recepcionis…

Alcé la mirada de la carpeta y me encontré con un pecho enorme… y unos ojos que ya había contemplado antes; unos ojos hermosos y oscuros que me habían mirado con amor en los momentos de intimidad más profunda. Unos ojos que había amado. No pude seguir hablando. El corazón aporreaba dentro de mi pecho. Estaba sin palabras, sin aliento… Demasiado estupefacta para tener control sobre mi cuerpo; la carpeta se me cayó de nuevo y escuché cómo los papeles formaban un charco a nuestros pies con un sonoro chasquido.

N-Neil

—Elaina —respondió con frialdad.

El duro ceño que vi en su rostro hizo que me diera cuenta de que estaba tan sorprendido de verme como yo de verlo a él.