Capítulo 11
«¡Sabemos que estáis aquí!»
Los pasos se detuvieron exactamente detrás de la puerta de la bodega. Una linterna provocó un destello de luz en la oscuridad que envolvía a los tres jóvenes.
—Ya hemos registrado la bodega —dijo una voz profunda—. No hace falta entrar otra vez.
—Hemos buscado en toda la casa —comentó otra voz áspera—. Llevamos media hora en este sótano. Jackson, si nos engaña…
—¡No, les juro que no! —dijo la voz aguda de un hombre de edad avanzada—. Si está en esta casa, hemos de encontrarlo. Les digo que hay muchos escondites que yo ignoraba, pese a que fui el mayordomo del señor Weston… bueno, del señor Agosto durante veinte años.
¡Jackson! Pete sintió cómo Júpiter se envaraba. El señor Dwiggins había nombrado a los Jackson, únicos supervivientes del tío abuelo de Gus.
—Espero que esté en lo cierto, Jackson —contestó Voz Profunda—. No jugamos a las damas. Se trata de dinero abundante y obtendrá su parte cuando encontremos el Ojo.
—Les he dicho cuanto sé, de veras —afirmó el señor Jackson—. Lo debió de ocultar en alguna parte, aprovechando que mi esposa y yo estaríamos ausentes. No estoy seguro de que confiara en nosotros, pese a que le servimos fielmente tantos años. Hace algún tiempo que se mostraba algo raro, como si se supiera espiado.
—Era listo y no confiaba en nadie. Y se comprende con una piedra como el Ojo en su poder —comentó Voz Áspera—. Me gustaría saber qué se propuso al enterrar aquella piedra falsa en la cabeza de Augusto.
Los muchachos escuchaban con incontrolado interés, casi olvidados de su peligrosa situación. Si los que hablaban conocían la falsedad del Ojo de Fuego hallado, entonces eran cómplices de Bigote Negro o de Tres Puntos. Las siguientes palabras aclararon esta pregunta.
—¡Pobre Hugo! Cuando aquel sujeto de los tres puntos acabó con él, no se mostró muy combativo —dijo Voz Áspera, riéndose.
Aquella risa hizo que Pete sintiera escalofríos en la espina dorsal. Recordó el brillante estoque y la mancha roja que dejara al ser limpiado.
—Olvídate de Hugo —aconsejó Voz Profunda—. Ahora nos interesa averiguar por qué había un rubí falso en la cabeza de Augusto. Tal vez sólo fuera una pista falsa. Y eso me hace presumir que el auténtico se halla oculto en esta casa.
—Me temo, caballeros, que tendrán que demoler todo el edificio para encontrarlo —dijo el señor Jackson—. Les juro que no se me ocurren más ideas sobre dónde buscar. Déjenme regresar con mi esposa a San Francisco. He hecho todo lo que he podido, de veras.
—Nos lo pensaremos —respondió Voz Profunda—. Quizá lo dejemos marchar. La persona que me gustaría tener en mis manos es aquel inteligente gordo de la chatarrería. Según me han informado, tiene cerebro de computadora aunque ponga cara de estúpido. Apuesto un dólar a que sabe más de lo que dice.
—No es fácil apoderarse de él —comentó Voz Profunda—. Aunque… tal vez sí. Vámonos arriba, y discutiremos qué ha de hacerse ahora.
—¿Qué piensas de la escalera secreta del cuartito? —preguntó Voz Áspera—. Quizá sea bueno buscar allí.
—Demasiado inocente —repuso Voz Profunda—. Ya oíste a Jackson, servía de comunicación entre la bodega y la biblioteca. ¿No es así, Jackson?
—Desde luego —contestó el mayordomo—. Veinticinco años atrás, el señor Agosto instaló las estanterías, y para satisfacer su deseo, construyó la escalera. Sólo la empleaba para bajar a su bodega de noche. Siempre decía que de niño, en Inglaterra, soñaba con vivir en una casa grande con una escalera secreta.
—Bien —apremió Voz Profunda—. Regresemos arriba. Este oscuro sótano me hace sentir incómodo.
La luz se alejó, y después, los tres chicos oyeron pasos que ascendían escalones de madera, y una puerta al ser cerrada de golpe. Volvían a estar solos en la bodega.
—¡Truenos! —exclamó Pete—. Creí que nos tenían. Sonaban a clientes desagradables.
—¡Palabra! —dijo Gus—. ¿Recordáis la risa del que habló de la suerte de su compañero a manos de Tres Puntos?
—¿Quiénes supones que son? —preguntó Pete—. ¡Jupe! —gritó—. ¿Estás en trance o algo parecido?
El Primer Investigador volvió en si con un ligero sobresalto.
—Pensaba —admitió—. Estos dos sujetos debieron de tener noticias del Ojo de Fuego a través del señor Jackson, y ahora lo obligan a que les ayude a obtenerlo antes de que Tres Puntos lo consiga.
Pete asintió antes de preguntar.
—¿Cómo salimos de aquí? Estamos atrapados.
Júpiter decidió qué debía hacerse.
—Prefiero esperar hasta que ellos se alejen. Mientras, localizaremos la puerta del sótano, y nos prepararemos a escapar a la primera oportunidad.
Salieron de la bodega a un sótano de vigas bajas. Carecía de ventanas. En un extremo vieron un gran depósito de combustible para el enorme horno de la calefacción.
Localizaron un tramo de peldaños de madera que conducían a una puerta, a la que se acercaron de puntillas. Jupe, cauteloso, tanteó el pomo, que giró, pero la puerta no se abrió.
—Está cerrada por el otro lado —dijo—. Seguimos atrapados.
Durante un momento se quedaron silenciosos. Si estaban encerrados en el sótano, y aquellos sujetos se marchaban, dejándolos allí, ¿cuándo vendría alguien que les librase? Tal vez pasarían muchos días… o quizá no apareciese nadie hasta que los obreros empezasen a demoler la casa.
Júpiter rompió el silencio.
—Nos queda la puerta de la escalera secreta.
—El pomo se desprendió por el otro lado —objetó Gus—. Lo oí caerse. Aquella puerta no se abrirá, ¿verdad, Pete?
—Eso temo.
—Espero abrirla —afirmó Júpiter.
Regresaron a la bodega. Pete mantuvo la luz enfocada sobre el puesto donde antes había estado el pomo desprendido. Jupe sacó su navaja suiza. Abrió una hoja, que era un pequeño destornillador.
—Cuando falta un pomo de una puerta ordinaria, un destornillador sirve para girar el picaporte —dijo.
Introdujo el destornillador en el agujero, y al girarlo, enganchó la pieza de cuatro lados que había en el interior. La lengüeta de la cerradura se movió, y la puerta quedó abierta.
—Es una operación muy sencilla, que da resultado en las emergencias —comentó Júpiter, mientras salía al pequeño cuarto.
De repente, un foco de luz hizo parpadear al jefe de los investigadores, que se vio deslumbrado.
—Conforme —dijo Voz Profunda—. Supusimos que estabais aquí. Así que, arriba, y tranquilos, si sabéis lo que os conviene.