Capítulo 3
Misterioso mensaje
—Muchachos —dijo Alfred Hitchcock—. Quiero que conozcáis a un joven inglés amigo mío. Se llama Augusto Agosto. Como veis, se trata de un nombre singularísimo. Gus, te presento a Júpiter Jones, Pete Crenshaw y Bob Andrews. Han resuelto casos de auténtico misterio, y confío en que podrán ayudarte.
Los Tres Investigadores se hallaban cómodamente sentados en la lujosa oficina del famoso productor de Hollywood. El muchacho que se levantó de una silla junto al señor Hitchcock, era más alto que Pete, y también mucho más delgado. Su largo pelo era muy rubio, y lucía lentes con ribete de concha, que parecían colgar de su fina y aguileña nariz.
—Celebro conoceros —dijo Augusto, estrechándoles las manos—. Llamadme Gus.
Sentóse de nuevo y continuó.
—Espero que podáis ayudarme. Estoy en un brete. Mi tío abuelo Horacio Agosto falleció recientemente y su abogado me envió una comunicación que… bueno, no entiendo nada de lo que me dice.
—Confieso que yo tampoco —intervino el señor Hitchcock—. Sin embargo, parece ser que Horacio Agosto creyó a su sobrino nieto capaz de entenderlo. Bien, Gus, muéstrales la comunicación.
Gus extrajo cuidadosamente de su cartera de bolsillo un papel fino plegado. Estaba lleno de una escritura garrapateada.
—Veamos qué significado tiene esto para ti —entregó el papel a Júpiter.
Bob y Pete se colocaron junto a su jefe y leyeron por encima de su hombro.
A mi sobrino nieto Augusto Agosto:
Augusto es tu nombre, Augusto tu fama y Augusto tu fortuna. No permitas que las dificultades sean montañas insalvables. Tu nacimiento encierra un principio y un fin.
Mis palabras sólo tienen significado para ti. No me atrevo a expresarme con más claridad por temor a que otros comprendan lo que sólo tú has de averiguar.
Pagué su valor y soy su propietario. Empero me asusta su maleficio.
Han transcurrido cincuenta años, y después de medio siglo quizá ya no sea maléfico. Sin embargo, no puede ser robado. Su propiedad se adquiere por compra, hallazgo o regalo.
Ten cuidado, pues el tiempo es primordial. Heredas esto y mi amor fraterno.
Horacio Agosto
—¡Repámpanos! —exclamó Bob—. ¡Vaya carta!
—A mí me suena a chino —dijo Pete—. ¿Qué significa maleficio?
—Significa… bueno, que alguien o algo pueda hacer daño —explicó Bob.
Júpiter mantuvo el papel al trasluz para comprobar si contenía un mensaje secreto.
—Buena idea, Júpiter —alabó el señor Hitchcock—. Empero no hay escrito secreto, mensaje en tinta invisible, ni nada parecido. Este papel ha sido examinado por expertos en la materia. El abogado que lo envió a Gus informa que el señor Agosto lo escribió unos días antes de su fallecimiento, entregándosela inmediatamente con orden de hacerlo llegar a su destino en el momento oportuno. Luego, el mensaje está contenido en el escrito visible. ¿Qué conclusiones sacas?
—Bien… —Jupe se mostró cauto—. Ciertas partes aparecen muy claras.
—¡Muy claras! —resopló Pete—. ¡Me gusta eso! O a mí me parecen tan claras como la niebla en el Pacífico a medianoche.
Júpiter ni lo escuchó. Se había concentrado en el extraño mensaje.
—Está claro que el señor Agosto quiso mandar a su sobrino un mensaje que nadie más supiera comprender. También se deduce que adquirió algo hace cincuenta años. Y ese algo es muy valioso. Sin duda temió que otras personas lo robasen si decía claramente dónde lo guardó. Eso está bien claro.
—Aceptémoslo —dijo Pete—. Pero el resto aparece tan claro como el lodo.
—Es posible —continuó Júpiter— que algunas palabras tengan un significado preciso y otras hayan sido escritas con el propósito de confundir a la gente. Empecemos por el principio. «Augusto es tu nombre».
—Cierto —dijo gravemente el joven inglés—. Y puede aceptarse que Augusto es mi fama. Me refiero a que mi nombre Augusto Agosto fue causa de popularidad entre mis compañeros de colegio. Era el muchacho más célebre por este motivo.
—¿Qué significa Augusto es tu fortuna? —intervino Bob.
—Ahí está el misterio —contestó Júpiter—. Si pretendió afirmar que Gus hallaría su fortuna en el mes de agosto, no habría dicho «Augusto es tu fortuna».
—Excelente conclusión —dijo Hitchcock—. Claro que pudo escribir precipitadamente y no decir lo correcto.
El Primer Investigador sacudió la cabeza.
—Para mí el mensaje está muy bien pensado. Empero será difícil adivinar el significado de «Augusto es tu fortuna».
—Cumplo años en agosto —dijo Gus—. Dentro de dos días: el seis de agosto. Ésa es la razón de que mi padre me pusiera Augusto de primer nombre. Según él, «un Agosto en agosto, sólo puede llamarse Augusto». ¿Tendrá algo que ver mi cumpleaños con todo esto?
Júpiter pensó intensamente. Al fin dijo:
—Lo ignoro. Aunque tal vez si sólo faltan dos días para tu cumpleaños, tenga explicación la frase de «el tiempo es primordial».
—Si sólo disponemos de dos días para descifrar el mensaje estamos listos —se quejó Pete—. Mejor nos vendrían dos años.
—Conceded a Jupe una oportunidad —dijo Bob—. Acaba de empezar.
El Primer Investigador volvió a estudiar el papel.
—La segunda frase dice: «No permitas que las dificultades sean montañas insalvables. Tu nacimiento encierra un principio y un fin». La primera mitad de la frase te anima a no renunciar, pero ignoro qué significa la segunda mitad.
—Bueno, hay algo que distingue mi nacimiento —explicó Gus—. Mi madre murió al nacer yo. Luego, mi nacimiento fue un principio y un fin: un principio para mi vida y un fin para la suya. Quizá mi tío Horacio se refiera a eso.
—Pudiera ser —admitió Júpiter—. Pero no encaja. La próxima frase parece bastante clara: «Mis palabras sólo tienen significado para ti». Está claro que el mensaje es exclusivo para ti. La siguiente complementa la anterior: «No me atrevo a expresarme con más claridad, por temor a que otros comprendan lo que sólo tú has de averiguar». En esto no hay misterio.
—Cierto —comentó Alfred Hitchcock—. ¿Pero qué conclusión sacas de esta frase? «Pagué su valor, y soy su propietario. Empero me asusta su maleficio».
—Se refiere a que la cosa es legalmente suya y que tiene derecho a legársela a Gus —contestó Júpiter—. Al mismo tiempo dice que teme a la cosa que desconocemos por alguna razón.
Luego leyó en voz alta:
—«Han transcurrido cincuenta años, y después de medio siglo quizá ya no sea maléfico. Sin embargo, no puede ser robado. Su propiedad se adquiere por compra, hallazgo o regalo».
—Analizad esa parte del mensaje, segundo y tercero. Es conveniente que os practiquéis en estas cosas.
—Significa que ha sido propietario de lo que sea durante cincuenta años —dijo Pete—. Y que después de tanto tiempo ya no debe ser maléfico, es decir, que no perjudicará a la gente.
—Pero admite que aún puede ser dañino —siguió Bob—. O de otro modo no diría: «Sin embargo, no puede ser robado. Su propiedad se adquiere por compra, hallazgo o regalo». Al final añade: «Ten cuidado». Con ello aconseja cautela, y «el tiempo es primordial». Luego, concede mucha importancia al tiempo. Unidas las dos frases tienen un significado de apresurarse, aun cuando sin olvidarse de la cautela.
—La frase final. «Heredas esto y mi amor fraterno» es clarísima —acabó Júpiter—. Bien, hemos llegado al final del mensaje misterioso, sabiendo algo más que cuando empezamos.
—En eso estamos de acuerdo —exclamó Pete.
—Sería conveniente saber algo más de Horacio Agosto. ¿Cómo era tu tío abuelo, Gus?
—Lo ignoro —dijo el muchacho inglés—. Jamás lo vi en vida. Fue el hombre misterioso de la familia. De niño, mucho antes de que yo naciera, embarcó en un navío mercante hacia los mares del sur. Al principio, escribió algunas cartas a la familia, pero luego no se supo más de él. Supusimos que moriría en algún naufragio. Mi padre y yo tuvimos una gran sorpresa al recibir la carta del abogado, diciendo que tío Horacio había residido apaciblemente todos estos años en Hollywood.
—¿Y viniste aquí desde Londres en cuanto recibiste el mensaje? —preguntó Júpiter.
—En cuanto me fue posible. Desde luego, no en seguida. Mi padre no está sobrado de dinero y tuve que hacer el viaje en un carguero que tardó varias semanas. En realidad recibí el mensaje hace un par de meses.
—Supongo que tan pronto llegaste irías a ver al abogado que te mandó el mensaje.
—Le telefoneé, pero estaba ausente —dijo Gus—; impidió que lo viera en seguida. Tengo una cita con él para hoy. No conocía a nadie en Norteamérica. Por fortuna, mi padre es amigo del señor Hitchcock, y vine a visitarle. Naturalmente, el señor Hitchcock sugirió que me pusiera en contacto con vosotros. Hasta ahora sólo he hablado con el señor Hitchcock y con vosotros tres.
—En tal caso —dijo Júpiter—, convendría que te acompañásemos a casa del abogado, para oír cuanto sepa de tu tío. Eso nos ayudará a decidir nuestra próxima acción.
—Excelente idea, Júpiter —habló el señor Alfred Hitchcock—. Gus, puedes confiar en ellos. Bien, ya es hora de que vuelva a mi trabajo, y de que vosotros, muchachos, emprendáis la investigación.
El «Rolls-Royce» aguardaba en el exterior. Era un automóvil antiguo, como sus accesorios de metal dorado. Worthington, el alto chófer inglés, abrió la puerta.
Gus se sacó del bolsillo un sobre con el remite del abogado. La dirección escrita se hallaba ubicada en la parte antigua de la ciudad. Momentos después, rodaban por las calles de Hollywood. Gus hizo infinidad de preguntas sobre la meca del cine, hasta que Worthington introdujo el «Rolls-Royce» en un estrecho pasaje, donde vieron una casa relativamente pequeña y bastante anticuada.
—¡Hum! —murmuró Júpiter descendiendo del coche—. El señor Dwiggins parece que tiene su oficina en esta casa.
Una tarjeta sobre el timbre decía: «H. Dwiggins. Abogado. Púlsese y adelante».
Júpiter, tocó el timbre, que sonó lejano. Luego, obedeciendo las instrucciones de la tarjeta, abrió la puerta.
Se encontraron en una salita convertida en oficina, con un gran escritorio, muchos estantes repletos de libros y varios archivadores. Uno de los archivos aparecía abierto. Los papeles de una carpeta se hallaban esparcidos por la mesa, y una silla giratoria se veía caída en el suelo. El señor Dwiggins no estaba.
Esperaron sin aliento y en silencio. Al fin les llegó una voz amortiguada, como venida de muy lejos.
—¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Me ahogo!