V

León regresó al trabajo con la tensión acumulada. Dejó de dormir por las noches, y los días que lograba dormitar algunas horas, soñaba con una visita policial.

Los hechos no eran más que hechos. Ella había consentido la relación, pero desconfiaba que Zofia dijera lo mismo.

Como un día más, salió a la calle en dirección a la escuela. En las portadas aparecían de nuevo los líderes políticos. El presidente de los Estados Unidos de América visitaría el país.

Subió en el autobús que lo llevaba hasta el Liceum Copernicus y se sentó junto a un hombre de abrigo gris. El hombre leía una revista de opinión. En el interior, Komarnicki aparecía sentado en un sillón de piel a doble página. León dio un vistazo por encima del hombro del señor y volvió a sus asuntos.

Cuando llegó al centro, antes de entrar por la puerta de la escuela, alguien se acercó.

—¡Amigo! —dijo en español con acento extraño. Era Mateusz y se dirigía a él—: Un día frío, ¿eh?

—Sí —dijo León. No estaba de humor.

—La ciudad se está volcando demasiado por la llegada de ese cretino. Piensan que nos quiere amparar, cuando lo único que busca son intereses.

—No estoy al tanto —dijo León.

—¿No estás al tanto de lo que pasó en 1939? —dijo Mateusz. León prefirió no decir nada. Caminaron en silencio hasta la puerta del pabellón. Mateusz sujetaba un maletín negro—: No logro concentrarme con tanta falacia.

—Cada uno tiene lo suyo.

—Sí… —murmuró—. Tú deberías ser más cuidadoso con lo que haces.

—¿Disculpa? —dijo León levantando la voz.

—Solo te advierto —dijo—. Lleva cuidado con lo que haces.

—¿De qué hablas ahora?

—Tus alumnas.

—¿Estamos teniendo esta conversación?

—Aquí, los pecados se pagan caro.

Spokój… —dijo tajante, soltándose de la mano de Mateusz—. Ya somos mayorcitos.

León entró en el edificio y desapareció entre la muchedumbre.

En la sala de profesores encontró Katarzyna, que lucía un vestido de encaje de color gris oscuro. León levantó las cejas. El vestido despertó su curiosidad.

—Buenos días, Kasia.

—Hola León —dijo ella con desaire.

—Deberías vestir así más a menudo —dijo.

—¿Disculpa? —dijo en polaco.

—Me pregunto si fui a la escuela correcta.

—¿No crees que es un poco grosero hablar así?

—¿Qué os pasa a todas? —dijo—. Hasta los halagos os ofenden.

—Hay formas y formas —comentó la mujer—. Mi marido me va a llevar a un restaurante.

—Una ocasión especial, supongo —dijo León.

—Lo es.

—Yo te llevaría todas las semanas…

—Basta —dijo de nuevo.

León sabía que su presencia la ponía nerviosa. Kasia era una mujer del socialismo, de la doble moral y la vergüenza pública.

La mujer se levantó, cogió sus libros y se despidió diciendo adiós. León preparó un café y echó un vistazo a la prensa. La visita del presidente americano. Y dejó de leer.

A última hora del día, cuando León terminó la última lección, todas las alumnas salieron del aula excepto una.

—¿Podemos hablar? —susurró.

—¿Qué necesita?

—En diez minutos en los baños de la pizzería Don Vito —susurró—. Es importante.

La joven desapareció corriendo y él dejó su bolígrafo sobre la mesa.

—¡Mierda! —exclamó.

León se puso el abrigo y salió al exterior con disimulo. Dio la vuelta a la manzana en sentido contrario a las agujas del reloj. No le seguía nadie.

Se paró en la puerta de Don Vito y caminó hasta el baño.

Allí no había nadie. Azulejos amarillentos, pintadas a rotulador y un aseo privado. Se miró al espejo, preguntándose qué hacía.

—No te reconozco —se dijo en voz alta.

Entró en el aseo y cerró.

Escuchó unos pasos.

—¿Estás ahí? —dijo Zofia.

León abrió la puerta y la metió dentro.

Enlatados, la besó con fuerza y la empotró contra la puerta, bajando hasta el cuello.

—León… —dijo excitada—. Es importante.

—¿Qué pasa?

—No podemos.

—¿Cómo? —dijo él separándose de ella—. ¿Ahora me dices esto?

—Está mal.

—¡No! —dijo dando un puñetazo en los azulejos.

—Es la verdad, León… —dijo ella acongojada.

—Eres una niñata consentida… —dijo resignado.

La chica se asustó de nuevo.

—Lo siento… —contestó.

Una lágrima se derramó por su mejilla y salió del baño rápidamente.

León fue tras ella.

Al salir del restaurante, la vio a lo lejos corriendo.

Aún no era consciente de que había llegado a una situación muy poco deseable.

Pronto desearía no volver a verla jamás.