EPÍLOGO
AL DESCUBIERTO
En febrero de 2012, recibí una llamada perentoria del servicio de urgencias del hospital Ambroise-Paré, en Boulogne. Mi padre acababa de ser ingresado en un estado de extrema confusión. Su vida no estaba en peligro, pero estaba tardando en recuperar la razón. Llegué al cabo de una hora, lo encontré en una especie de box separado por tabiques móviles, atado a la cama. Tenía hematomas por todas partes, el rostro tumefacto, los labios partidos, una mejilla le sangraba. Se había caído sin romperse nada, por suerte, y después había permanecido mucho rato en el suelo, con el riesgo de sufrir una embolia. Deliraba, pronunciaba frases incoherentes, gruñía. Le habían puesto una especie de vestidito azul que le llegaba hasta las rodillas. Me quedé sorprendido por la blancura de sus piernas, sin un pelo. Era lampiño como un bebé. En un momento dado, se agitó, se apartó la bata y lo vi desnudo.
Abrí los ojos de par en par: estaba circuncidado. Sin la menor duda. Estaba clarísimo. Me incliné para asegurarme de que no estaba siendo víctima de una alucinación. Mi padre estaba tumbado, totalmente al descubierto. La desnudez de los padres tiene algo de chocante, los devuelve a la condición común, subraya las imperfecciones de la carne. Son personas como las demás. El tabú no oculta lo diferente, sino lo semejante. Recordé que en Lyon, a los nueve años, tuve que sufrir una operación de fimosis, un problema del frenillo muy frecuente entre los muchachos. Mis padres suplicaron al cirujano que no me circuncidara, no fuera que estallara una nueva guerra. El facultativo no prometió nada ni nada cumplió.
En cuanto mi padre recuperó el conocimiento, lo acosé a preguntas. ¿Cómo había podido atravesar los países en guerra, instalarse en Berlín y en Viena, en el ojo del huracán, con semejante estigma, con el peligro de ser denunciado? ¿O es que fue operado después de 1945, en un momento en que ese tipo de intervención era muy infrecuente? Él lo negó todo, se escandalizó ante mis preguntas. Me pidió que me ocupara de mis asuntos. Yo puse a la familia en pie de guerra, pregunté a las personas cercanas, nadie estaba al corriente. ¿Por qué no me habían dado jamás una explicación?
No lo sabré jamás.
Solo tengo una certidumbre: mi padre me permitió pensar mejor pensando contra él. Yo soy su derrota: ese es el regalo más hermoso que me hizo.
Mientras el horizonte se hace más estrecho, yo conservo una línea de conducta: no cambiar nada de mi vida, confirmar todas mis opciones. Me iré sin haber aprendido nada, solo el precio sin precio de la existencia.
El mundo es una llamada y una promesa: en todas partes hay seres sobresalientes, obras maestras que descubrir. Hay demasiadas cosas que desear, demasiadas cosas que aprender y muchas páginas por escribir. Mientras sigamos creyendo, mientras sigamos queriendo, estamos vivos.
Yo espero ser inmortal hasta el último aliento.