Los Geómetras nos tienen inmovilizados como muestras biológicas sobre la mesa —dijo Ignetha Foral después de servir la sopa—. Pueden pincharnos y cortarnos a voluntad y ver cómo reaccionamos. Cuando fuimos conscientes por primera vez de que orbitaban Arbre, dimos por supuesto que algo pasaría pronto. Pero todo ha ido exasperantemente despacio. Los Geómetras pueden obtener de los cometas toda el agua que necesiten, y el resto, de los asteroides. Lo único que, sospechamos, no pueden hacer, es realizar viajes interestelares. Pero podría ser que tampoco tengan prisa. —Una pausa para beber. En su muñeca relució un brazalete. Parecía valioso, pero no era llamativo. Todos los detalles de su persona confirmaban lo que, meses antes, nos había dicho Tulia en Edhar: que descendía de un clan burgo con dinero y relaciones en el mundo cenobítico. Todavía no estaba claro por qué se encontraba allí y, además, con un título tan impresionante como «Madame Secretaria». Según la información desenterrada por Tulia, el Guardián del Cielo la había apartado de su trabajo secular. Pero eso era agua pasada. Unas semanas antes habían lanzado al Guardián del Cielo por la escotilla. Quizá mientras yo me distraía en Ecba el Poder Secular se hubiese reorganizado y la hubiese recuperado para darle un nuevo trabajo.

Tras refrescarse, Madame Secretaria miró a los otros seis miembros de la mesa.

—O al menos eso es lo que les cuento a mis colegas que me preguntan por qué malgasto mi tiempo en este Mensal —dijo con buen humor. Fra Lodoghir se rio con ganas. Los demás lograron soltar algunas risitas, excepto fra Jad, que miraba a Ignetha Foral como si ésta fuese la muestra biológica mencionada anteriormente. Ignetha Foral era lo suficientemente lista para darse cuenta—. Fra Jad —dijo, inclinándose ligeramente hacia él en un amago de reverencia—, naturalmente, posee una visión a largo plazo de las cosas y probablemente esté pensando que mis colegas tienen una capacidad de concentración tan escasa como para ser peligrosa. Pero mi especialidad, para bien o para mal, es el funcionamiento político de lo que vosotros llamáis el Poder Secular. Y en ese mundo, a muchos este Mensal les parece una forma de malgastar muy buenas mentes. Lo mejor que admiten es que resulta un lugar conveniente al que exiliar a personas difíciles, irrelevantes o incomprensibles, para que no se inmiscuyan en los asuntos importantes del Convox. ¿Qué dirían los presentes en esta mesa a los que me recomiendan que lo deje? ¿Sur Asquin?

Sur Asquin era nuestra anfitriona: la actual Dicataria de la tación de Avrachon, por tanto su propietaria a todos los efectos menos de nombre. Ignetha Foral la había nombrado primero porque parecía tener algo que decir, pero además, sospechaba yo, porque era una cuestión de etiqueta. Yo de momento le concedía a sur Asquin el beneficio de la duda, porque nos había ayudado a preparar la cena, trabajando con su servitora Tris. Aquél era el primer Mensal sobre la pluralidad de mundos y, por tanto, nos había llevado un tiempo hacernos a la cocina, calentar los hornos y demás.

—Creo que disfruto de una ventaja injusta, Madame Secretaria, ya que vivo aquí. Yo respondería a la pregunta guiando a sus colegas por la tación de Avrachon, que como puede ver es una especie de museo…

Yo estaba de pie detrás de fra Lodoghir con las manos a la espalda. Sostenía el extremo anudado de una cuerda que desaparecía en un agujero de la pared y recorría treinta pies hasta la cocina. Alguien tiró suavemente del otro extremo para llamarme. Me incliné para asegurarme de que mi decán no precisaba que le limpiase la barbilla y luego rodeé la mesa pasando por delante de otros servitores. Mientras tanto, sur Asquin intentaba argumentar que el simple hecho de mirar los viejos instrumentos científicos dispersos por la tación convencería hasta al extra más escéptico de que la metateorética pura merecía el apoyo secular. A mí me parecía evidente que estaba empleando la Transcuestación Hipotroquiana para afirmar que la metateorética pura sería la única ocupación de aquel Mensal, con lo que no estaba nada de acuerdo… pero yo no debía hablar hasta que no me hablasen y suponía que los demás podrían ocuparse de sí mismos. Fra Tavener, también conocido como Barb, estaba de pie detrás de fra Jad, mirando a sur Asquin como un pájaro mira un insecto, deseando saltar sobre ella y aplanarla. Al pasar le guiñé un ojo, pero ni se enteró. Atravesé una puerta acolchada para aislar de los ruidos y tomé un pasillo que hacía de esclusa de aire, o más bien, de esclusa de sonido. Al final había otra puerta acolchada, con bisagras en ambos sentidos. La crucé y entré en la cocina, enfrentándome de súbito al calor, el ruido y la luz.

Y al humo, porque Arsibalt había logrado incendiar algo. Fui hasta el cubo de arena, pero, al no ver llamas, lo pensé mejor. Por el altavoz oíamos a sur Asquin; el Poder Secular había enviado a un Ati a montar un sistema de sonido unidireccional para que en la cocina, y suponía yo que en otros lugares más lejanos, pudiésemos oír todo lo que se decía en el mensalán.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—No pasa nada. Oh, ¿esto? He quemado una chuleta. Da igual. Tenemos más.

—Entonces, ¿por qué has tirado de la cuerda?

Dedicó una mirada de culpa a la tabla de la pared de la que colgaban siete extremos de cuerda, cada una con el nombre de un servitor.

—¡Porque estoy desesperadamente aburrido! —dijo—. ¡Esta conversación es estúpida!

—Están empezando —comenté—. No son más que las formalidades iniciales.

—No me sorprende que la gente quiera abolir el Mensal, si esto es un ejemplo representativo…

—¿De qué te sirve tirar de mi cuerda?

—Oh, es una antigua tradición de este lugar —dijo Arsibalt—. He estado leyendo. Si el diálogo se pone muy aburrido, los servitores manifiestan su disgusto con los pies… marchándose a la cocina. Se supone que los decanes se dan cuenta.

—Hay tan pocas probabilidades de que algo así funcione con este grupo como de que enfermen tomando la cena.

—Bien, hay que empezar por alguna parte.

Me acerqué a las cuerdas, cogí un trozo de tiza y escribí «Emman Beldo» bajo la que todavía no tenía nombre.

—¿Así se llama?

—Sí. Hablamos tras el Plenario.

—¿Por qué no ayudó a cocinar?

—Una de sus tareas es conducir a Madame Secretaria de un lado a otro. Ha llegado hace sólo cinco minutos. En cualquier caso, los extras no pueden cocinar.

—¡Raz dice la verdad! —dijo sur Tris, que llegaba del jardín con el paño cargado de leña—. Tampoco a vosotros parece que se os dé muy bien. —Abrió la puertecita de la caja de leña del horno y contempló las brasas con ojo crítico.

—Pronto demostraremos nuestra valía —dijo Arsibalt, empuñando un enorme cuchillo como si fuese un guerrero bárbaro llamado a un combate singular—. Esta cocina, vuestros productos, vuestros cortes de carne… para nosotros todo es extraño. —Luego, como si dijésemos «hablando de extrañezas…», Arsibalt y yo miramos una cazuela pesada, que habíamos relegado al extremo más lejano de la cocina con la esperanza de que los vapores que emitía apestasen menos si venían de más lejos.

Sur Tris removía las brasas y añadía trocitos de leña como si estuviese dedicándose a la cirugía cerebral. Nos habíamos burlado de ella hasta que nuestros intentos por hacer lo mismo habían acabado con el resultado que uno asocia con la guerra nuclear. Ahora la observábamos contritos.

—Es un poco raro que Madame Secretaria empiece diciendo que el Mensal es una trampa para perdedores —dije.

—Oh, no estoy de acuerdo. ¡Lo hace muy bien! —exclamó Tris—. Intenta motivarlos. —Tris era gordinflona y no muy atractiva, pero al haberse criado en un cenobio poseía la personalidad de una chica hermosa.

—Me pregunto cómo le sentará eso a mi decán —dije—. Nada le gustaría más que que se cancelase para poder irse a cenar con la gente importante.

Sonó una campana. Nos giramos para mirar. Había siete campanillas montadas en la pared, una encima de cada cuerda, conectadas mediante una larga cinta que atravesaba la pared y pasaba bajo el suelo con la parte inferior de la mesa del mensalán, donde terminaba en un tirador de terciopelo. Un decán podía convocar a su servitor, en silencio y discretamente, usando el tirador.

La campanilla sonó una vez, se detuvo, volvió a sonar sin parar, cada vez más violentamente, hasta que pareció a punto de saltar de la pared. Debajo decía: «fra Lodoghir».

Regresé al mensalán, me situé detrás de él y me incliné.

—Deshazte de estas gachas edharianas —dijo entre dientes—. Son incomestibles.

—¡Deberías ver lo que cocinan los matarrhitas! —murmuré.

Fra Lodoghir miró al otro lado de la mesa, a un avoto. Era uno de los que ese mismo día había celebrado Prohijar conmigo. Tenía el rostro cubierto por un paño; no sabíamos si era hombre o mujer. El tejido estaba estirado a los lados de la cabeza, como para formar una capucha, pero la capucha cubría por completo el rostro, a excepción de una abertura para introducir la comida, si ésa es la palabra adecuada para lo que los matarrhitas se metían en la boca.

—Tomaré lo que esté tomando —siseó—. ¡Pero no esto!

Miré directamente a fra Jad, que se estaba metiendo ese mismo plato en la boca sin ningún problema. Luego confisqué la ración de Lodoghir y salí de allí, encantado de tener una excusa para volver a la cocina.

—Incomestible —repetí mientras lo tiraba al abono.

—A lo mejor deberíamos ponerle un poco de todobién —propuso Arsibalt.

—O algo más fuerte —respondí.

Pero, antes de que pudiésemos desarrollar un tema tan prometedor, la puerta trasera se abrió y por ella entró una chica cubierta por una hectárea de paño negro pesado y rasposo ceñido al cuerpo por diez millas de cordón. Su esfera, convertida en un cuenco, estaba llena a rebosar de verdura. En el exterior llevaba la cabeza cubierta, pero cuando hubo dejado la verdura se quitó el paño dejando al descubierto un cráneo perfectamente liso cubierto de sudor, porque hacía calor e iba demasiado tapada. Arsibalt y yo no nos sentíamos tan cómodos en presencia de sur Karvall como en presencia de Tris, así que nos dejamos de chanzas.

—Es una buena selección de verduras —dijo Tris, pero Karvall se estremeció y levantó una mano huesuda y traslúcida, pidiendo silencio.

Fra Lodoghir había empezado a hablar. Supuse que era por eso que quería que le retirase las «gachas».

—Pluralidad de mundos —dijo, y permitió que sus palabras resonasen—. Es impresionante. No tengo ni la más remota idea de lo que significa para algunos de los presentes. La mera existencia de los Geómetras demuestra que hay al menos otro mundo, por lo que es más que trivial. Pero, puesto que al parecer yo soy el prociano simbólico de este Mensal, interpretaré mi papel y diré que no tenemos nada en común con los Geómetras. Hasta que eso no cambie, no nos podemos comunicar con ellos. ¿Por qué no? Porque el lenguaje no es más que un flujo de símbolos que carecen por completo de sentido hasta que los asociamos, mentalmente, con significados: el proceso de aculturación. Hasta que no compartamos experiencias con los Geómetras, y por tanto iniciemos el desarrollo de una cultura común, combinando su cultura con la nuestra a todos los efectos, no nos podremos comunicar con ellos, y sus esfuerzos por comunicarse con nosotros seguirán siendo tan incomprensibles como los gestos que han realizado hasta ahora: lanzar al Guardián del Cielo por la esclusa, arrojar a una víctima de asesinato contra la sede de un culto y lanzar la barra contra el volcán.

Tan pronto como dejó de hablar, el altavoz nos trajo las reacciones de varias personas hablando a la vez:

—No estoy de acuerdo en que esos actos sean incomprensibles.

—¡Pero deben de haber estado viendo nuestros motus!

—No entiende la idea de pluralidad de mundos.

Pero sur Asquin fue la última en hablar y lo hizo con más claridad.

—Muchos otros Mensales hablan de los temas que has mencionado, fra Lodoghir. Siguiendo el espíritu de la pregunta inicial de Madame Secretaria, ¿por qué tener un Mensal dedicado concretamente a la pluralidad de mundos?

—¡Bien, podríamos preguntárselo a los jerarcas que nos convocaron! —respondió fra Lodoghir con algo de desdén—. Pero, si quieres mi respuesta de prociano, la razón es muy simple: la llegada de los Geómetras es, digamos, un experimento de laboratorio perfecto para demostrar y explorar la filosofía de sante Proc. En pocas palabras, que el lenguaje, la comunicación, el propio pensamiento son la manipulación de símbolos a los que la cultura asigna significados… y sólo la cultura. Sólo espero que no hayan visto tantos de nuestros motus que sus mentes se hayan contaminado y por tanto el experimento no sirva.

—¿Y eso qué relación tiene con nuestro tema? —inquirió sur Asquin.

—Lo sabe más que bien —nos aseguró sur Tris—. Simplemente quiere que lo exprese para beneficio de Ignetha Foral.

—La pluralidad de mundos significa una pluralidad de culturas mundiales… culturas que hasta ahora estaban herméticamente aisladas entre sí… que por tanto, por ahora, son incapaces de comunicarse.

—¡Según los procianos! —dijo alguien. No reconocí el extraño acento, así que supuse que debía de ser el matarrhita.

—El propósito de este Mensal es, por tanto, desarrollar y, espero, implementar una estrategia para el Poder Secular que, con la ayuda de los avotos, rompa la pluralidad… cosa que equivale a desarrollar un lenguaje compartido. Seremos innecesarios en cuanto convirtamos la pluralidad de mundos en Un Mundo.

—Odia este Mensal —traduje—, así que intenta convencer a Ignetha Foral para que lo convierta en otra cosa: lo que resultaría ser una base de poder para los procianos.

Sur Karvall odiaba que nos pusiésemos a hablar de los decanes, pero iba a tener que acostumbrarse. Todos nos dedicamos a distribuir las verduras en media docena de platos de ensalada. Sólo seis, porque, aparentemente, los matarrhitas no comían ensalada.

Mientras preparábamos la cena, algunos servitores habíamos mantenido una buena discusión sobre por qué habían invitado a los matarrhitas. Una teoría era que, debido al simple hecho de que el Poder Secular era religioso, quería deólatras en la discusión. Los matarrhitas tendrían una influencia en el Convox desproporcionada dada su escasa importancia en el mundo cenobítico, o eso afirmaba esa argumentación, porque resultaban más cómodos a los Panjandrumes. La otra teoría iba más en el sentido que Ignetha Foral acababa de expresar de que aquel Mensal era un vertedero.

Los ruidos procedentes del altavoz nos indicaron que los servitores estaban recogiendo los cuencos de la sopa. Lo que nos llevó a interrumpir el diálogo; pero oíamos la voz de una mujer mayor, hablando con más informalidad, mientras los servitores trabajaban:

—Creo que puedo acallar tus temores, fra Lodoghir.

—Vaya, es muy considerado por tu parte, gransur Moyra, ¡pero no recuerdo haber expresado ningún temor! —dijo fra Lodoghir, intentando, sin lograrlo, parecer jovial.

Moyra era la decán de Karvall, por lo que, por respeto a Karvall, nos callamos un momento.

Moyra respondió:

—Creo que has manifestado tu preocupación de que los Geómetras hubiesen contaminado su cultura viendo demasiados motus.

—¡Efectivamente, tienes razón! ¡Es lo que me merezco por contradecir a una lorita! —dijo fra Lodoghir.

Se abrió la puerta y entró Barb cargado con siete cuencos.

—Creo que debes cambiar el modo de llamarme —dijo Moyra con delicadeza tras pensarlo un momento—. Llámame metalorita o, en honor de esta ocasión, lorita de la pluralidad de mundos.

Lo que provocó un murmullo de todos los presentes… tanto en el mensalán como en la cocina. Sur Karvall se había acercado al altavoz y escuchaba embelesada. Arsibalt había estado picando algún vegetal: paró y abandonó el cuchillo.

—Los loritas somos siempre un incordio —dijo Moyra—, porque señalamos que esta o aquella idea ya se le ocurrió a alguien hace mucho tiempo. Pero creo que tendremos que expandir la esfera para incluir la pluralidad de mundos y decir: «Lo lamento profundamente, fra Lodoghir, ¡pero esa idea tuya ya se le ocurrió a un monstruo de ojos saltones del planeta Zarzax hace diez millones de años!»

Risas en la mesa.

—¡Espléndido! —dijo Arsibalt. Y se volvió para mirarme.

—Es una halikaarniana secreta —dije.

—¡Exacto!

Fra Lodoghir se había percatado de lo mismo e intentaba presentar una objeción:

—Yo diría que no puedes saber tal cosa hasta que no te comuniques con el monstruo de ojos saltones o sus descendientes… —Repitió luego lo que ya había dicho antes. Corrí con la ensalada, con la esperanza de cerrarle la boca. Sur Moyra no parecía muy impresionada con su argumentación e Ignetha Foral empezaba a ponerse seria.

Mientras tanto, el decán de Arsibalt, que resulta que estaba sentado junto a fra Jad, se inclinaba para intercambiar susurros con el Milésimo. La primera vez que le había visto me había resultado extrañamente familiar. Sólo cuando Arsibalt me dijo su nombre comprendí dónde le había visto antes: de pie, solo, en el presbiterio de Sante Edhar, mirándome directamente. Era fra Paphlagon.

Fra Jad asintió. Paphlagon se aclaró la garganta mientras Lodoghir iba terminando y al fin intervino:

—Quizá mientras demostramos que todo lo escrito por sante Proc era perfecto, podamos también hacer algo de teorética.

Lo que cerró la boca incluso a Lodoghir, por lo que se produjo una breve pausa. Paphlagon siguió hablando:

—Hay otra razón para celebrar un Mensal sobre la pluralidad de mundos: una razón que algunos encontrarían casi tan fascinante como el comentario de fra Lodoghir sobre la sintaxis. Se trata de una razón puramente teorética: los Geómetras están hechos de una materia diferente a la nuestra, materia que no es originaria de este cosmos. Y lo que es más, acabamos de recibir los resultados del Laboratorium relativos a las pruebas realizadas con los cuatro viales del fluido, que suponemos que es sangre, de la sonda de Ecba. Esas cuatro muestras están formadas por materias diferentes entre sí, es decir, que cada una de ellas es tan diferente de las demás como de la nuestra.

—Fra Paphlagon, lo he sabido de camino aquí y todavía estoy intentando entenderlo —dijo Ignetha Foral—. Por favor, dime, ¿qué quieres decir con eso de que la materia es diferente?

—Los núcleos de los átomos son incompatibles —dijo. Luego, examinando los rostros de la mesa, se recostó en su silla, sonrió y levantó las manos en paralelo como si dijese «imaginad un núcleo»—. Los núcleos se forjan en el corazón de las estrellas. Las estrellas explotan al morir y los núcleos se dispersan como ceniza de un fuego muerto. Esos núcleos tienen carga positiva. Por tanto, cuando todo se enfría, atraen electrones y se convierten en átomos. Enfriamientos posteriores permiten a los electrones de los átomos interactuar entre sí para formar complejos llamados moléculas, que es de lo que está hecho todo. Pero, una vez más, la formación del mundo se inicia en el corazón de las estrellas, donde se forjan dichos núcleos siguiendo reglas que sólo se aplican a lugares muy densos y calientes. La química de la materia de la que estamos hechos refleja, de forma muy indirecta, esas reglas. Hasta que aprendimos a fabricar neomateria, todos los núcleos de nuestro cosmos se habían formado según las reglas naturales. Pero los Geómetras conocen cuatro conjuntos de reglas ligeramente diferentes, e incompatibles entre sí, para fabricar núcleos.

—Por tanto —dijo sur Asquin—, aprendieron a fabricar neomateria o…

—O vienen de cosmos diferentes —dijo fra Paphlagon—. Por lo que a mí el Mensal de la pluralidad de mundos me parece más que relevante.

—¡Eso es inconcebible… es fantasioso! —dijo una voz aguda con un marcado acento. No veíamos moverse los labios de nadie, por lo que, por eliminación, nos volvimos hacia el matarrhita, que en el tablón de la campanilla ponía que se llamaba Zh’vaern, sin «fra» ni «sur» que nos indicase su sexo. Zh’vaern se volvió un poco en su asiento e hizo un gesto (por la voz supuse que era un hombre). Su servitor, una columna de tela negra, se acercó, tendió un pseudópodo y recogió su plato… para gran alivio de los que estaban sentados a su lado—. No puedo creer que estemos hablando de una posibilidad tan inconcebible como que existan otros universos, ¡y que los Geómetras vengan de allí!

En ese aspecto, Zh’vaern parecía hablar por toda la mesa.

Excepto por Jad.

—Las palabras nos fallan. Sólo hay un universo, por definición. No es el cosmos que vemos con nuestros ojos y nuestros telescopios… Eso no es más que un único argumento, un hilo que se mueve por un espacio de Hemn compartido por muchos otros argumentos además del nuestro. Cada argumento les parece a sus ocupantes conscientes un cosmos individual. Los Geómetras pertenecían a otros argumentos… hasta que llegaron aquí y se unieron al nuestro.

Después de dejar caer la bomba, fra Jad se excusó y se fue al lavabo.

—¿De qué está hablando? —preguntó fra Lodoghir—. ¡A mí me suena a crítica literaria! —Pero no hablaba con desprecio; estaba fascinado.

—Quizás este Mensal ya se haya convertido en lo que sus detractores afirman que es —dijo Ignetha Foral. Y habiendo lanzado ese desafío, pasó al tema de la investigación que había realizado, años antes, como Unaria.

Paphlagon estaba en su séptima década de vida y era impresionante más que guapo. Sin duda estaba acostumbrado a ser el más anciano, la persona más eminente de cualquier reunión. Sentado con una leve sonrisa irónica, miraba el centro de la mesa… resignado, con muy buen humor, a ser el intérprete de fra Jad.

—Fra Jad —dijo— habla del espacio de Hemn. Probablemente esté bien que haya sacado el tema pronto. El espacio de Hemn, o espacio de configuración, es como casi todos los teores piensan sobre el mundo. Durante la Era Práxica, quedó claro que era un lugar mejor donde realizar nuestro trabajo, por lo que levantamos el campamento, abandonamos el espacio adrakhónico tridimensional y nos mudamos. Cuando habláis de universos paralelos, el concepto tiene tan poco sentido para fra Jad como lo que él dice para vosotros.

—Quizás entonces puedas decirnos algunas palabras sobre el espacio de Hemn, si es tan importante —propuso Ignetha Foral.

Paphlagon volvió a adoptar la expresión irónica y suspiró.

—Madame Secretaria, estoy intentando encontrar una forma de resumirlo para que este Mensal no se convierta en un subvid teorético de un año de duración.

Y con valentía se lanzó a iniciarlos en el espacio de Hemn. Aprendió a mirar a sur Moyra cada vez que no encontraba la forma de explicar algún concepto abstruso. También muy a menudo ella lo sacaba de un lío. Moyra ya había demostrado ser buena compañía. Y la vasta acumulación de conocimiento que ella, como lorita, tenía en la cabeza hacía que se le diese bien explicar las cosas; siempre podía recurrir a una analogía útil o una argumentación clara que algún fra o sur había anotado en el pasado más o menos distante.

Tiraron de mi cuerda y, cuando entré en la cocina, me encontré a Emman Beldo en el otro extremo. El servitor de Zh’vaern estaba junto a la cocina, revolviendo la cazuela misteriosa, y por tanto Emman y yo, sin decir palabra, acordamos ponernos en el otro extremo de la cocina, cerca de la puerta abierta del jardín.

—¿De qué demonios están hablando? —quiso saber Emman—. ¿Estamos hablando de un viaje por la cuarta dimensión?

—Oh, está bien que lo preguntes —dije—, porque precisamente no se trata de eso… el espacio de Hemn es cualquier cosa menos eso. Tú te refieres a una idea antigua: un montón de universos tridimensionales están unos sobre otros, como las hojas de un libro, y te puedes mover entre ellos.

Emman asentía.

—Si encuentras una forma de moverte en la cuarta dimensión espacial. Pero ¿eso del espacio de Hemn es otra cosa?

—En el espacio de Hemn, cualquier punto… con lo que me refiero a cualquier serie de N números, donde N es el número de dimensiones del espacio de Hemn, contiene toda la información necesaria para especificar cuanto es posible saber sobre el sistema en un momento determinado.

—¿Qué sistema?

—El sistema que describa el espacio de Hemn —dije.

—Oh, comprendo —dijo—. Puedes construir un espacio de Hemn…

—En cualquier momento que te apetezca —dije—, para describir los estados de cualquier sistema que te interese estudiar. Cuando eres un fille, y tu profesor te plantea un problema, tu primer paso es siempre establecer el espacio de Hemn apropiado al problema.

—Entonces, ¿a qué espacio de Hemn se refiere Jad? —preguntó Emman—. ¿Cuál es el sistema del cual tal espacio de Hemn nos indica todos los estados posibles?

—El cosmos —dije.

—¡Oh!

—Que, para él, es una línea de mundo posible a través de un espacio de Hemn absurdamente gigantesco. Pero ese mismo espacio de Hemn puede tener puntos que no se encuentran en la línea de mundo de la historia de nuestro cosmos.

—Pero ¿están esos puntos perfectamente justificados?

—Algunos lo están… en realidad muy pocos, pero en un espacio tan inmenso «muy pocos» puede ser suficiente para formar universos completos.

—¿Qué hay de los otros puntos? Los que no están justificados.

—Describen situaciones incoherentes.

—Un bloque de hielo en medio de una estrella —propuso Arsibalt.

—Sí —dije—, en algún lugar del espacio de Hemn hay un punto que describe todo un cosmos similar al nuestro excepto que, en algún lugar de ese cosmos, hay un bloque de hielo en medio de una estrella. Pero esa situación es imposible.

Arsibalt tradujo:

—No hay historia pasada que pudiese haber llevado a esa situación, así que no es accesible por una línea de mundo plausible.

—Pero, si puedes reprimir un momento tu curiosidad por esos puntos —le dije a Emman—, lo que intentaba decir es que puedes unir una sucesión de puntos por los que no pasó nuestra línea de mundo pero que tienen sentido para formar otra línea de mundo que tenga tanto sentido como la nuestra.

—Pero no son reales —dijo Emman—, ¿o sí?

No supe responder.

Arsibalt salió al quite:

—La verdad es que ésa es una pregunta metateorética muy profunda. Todos los puntos del espacio de Hemn son igualmente reales, de la misma forma que todos los posibles valores de x, y, z son igualmente reales, ya que no son más que listas de números. Por tanto, ¿qué es lo que imbuye a un conjunto de esos puntos, nuestra línea de mundo, de lo que llamamos realidad?

Durante los últimos minutos sur Tris se había estado aclarando la garganta cada vez con más fuerza, y se puso a lanzarnos cosas. A lo que se añadió el sonido de varias campanillas. Era hora de servir el plato principal; otros servitores habían estado cubriéndonos a Emman y a mí. Así que nos pusimos manos a la obra con rapidez. Varios minutos más tarde, los catorce volvíamos a ocupar nuestro lugar, los decanes sentados a la mesa esperando a que sur Asquin cogiese el tenedor, los servitores tras ellos.

Sur Asquin dijo:

—Creo que todos hemos decidido, con algunas reservas, trasladarnos al espacio de Hemn con fra Jad. Y por lo que he oído decir a fra Paphlagon y a sur Moyra, ¡no nos va a faltar lugar!

Todos los decanes rieron cortésmente. Barb bufó. Arsibalt y yo pusimos los ojos en blanco. Barb se moría por aplanar a sur Asquin explicándole, con tanta minuciosidad como para terminar en seco con cualquier velada, lo colosal que era realmente el espacio de configuración del universo, incluida una estimación de cuántos ceros hacen falta para escribir el número de estados de configuración que puede describir, hasta dónde se extendería esa cadena de dígitos, etcétera. Pero Arsibalt levantó la mano, amenazando con apoyársela en el hombro: «Tranquilo.» Sur Asquin se puso a comer y los otros siguieron su ejemplo. Se produjo un breve interludio durante el cual algunos decanes, aunque Lodoghir desde luego no, hicieron un comentario cortés sobre las bondades de la comida.

Luego sur Asquin siguió hablando:

—Pero, volviendo a nuestra discusión, me confunde un comentario de fra Paphlagon antes de que se mencionase el tema del espacio de Hemn, relativo a los distintos tipos de materia. Fra Paphlagon lo decía como prueba de que los Geómetras venían todos de cosmos diferentes… o, por emplear el término de fra Jad, de distintos argumentos.

—Un término algo más convencional sería «líneas de mundo» —dijo sur Moyra—. El uso del término «argumento» es algo… bien… tendencioso.

—¡Ahora hablas mi idioma! —dijo Lodoghir, encantado—. ¿Quién aparte de fra Jad emplea el término «argumento» y qué quieren decir con eso?

—Es un uso raro —dijo Moyra—, que algunas personas asocian con el linaje.

Fra Jad parecía no prestar atención.

—Dejando de lado la terminología —dijo un tanto bruscamente sur Asquin—, lo que no acabo de ver es la relación… ¿Qué relación ves entre el hecho de encontrar formas diferentes de materia y las líneas de mundo?

Paphlagon dijo:

—Los procesos cosmogónicos que llevaron a la creación de la materia que vemos, es decir, a la creación de protones y otras materias, a su unión para formar estrellas y la nucleosíntesis resultante… parecen depender todos ellos de los valores de ciertas constantes fundamentales. El ejemplo más conocido es la velocidad de la luz, pero hay otras muchas… como unas veinte en total. Los teores solían pasar mucho tiempo midiendo sus valores exactos, en la época en la que se nos permitía tener el equipo adecuado. Si esos números tuviesen valores diferentes, el cosmos tal y como lo conocemos no habría nacido; no sería más que una nube infinita de gas oscuro y frío, un enorme agujero negro o algo igualmente simple y aburrido. Si piensas en esas constantes como palancas del panel de control de una máquina, bien, las palancas tendrían que estar en la posición correcta o…

Una vez más, Paphlagon miró a Moyra, que parecía estar lista:

—Sur Demula lo comparó a una caja fuerte con una cerradura de combinación, cuya combinación tiene veinte números.

—Si sigo la analogía de Demula —dijo Zh’vaern—, cada uno de esos veinte números es el valor de una de esas constantes de la naturaleza, como la velocidad de la luz.

—Así es. Si introduces veinte números aleatoriamente, no lograrás abrir la caja; no sería más que un cubo inerte de hierro. Incluso si introduces diecinueve números correctamente y te equivocas con el último… nada. Tienes que acertarlos todos. A continuación la caja se abre y de ella surgen la complejidad y la belleza del cosmos.

Tras un sorbo de agua, Moyra siguió hablando:

—Sante Conderline desarrolló otra analogía. Comparaba el conjunto de los valores de esas veinte constantes que no producen complejidad con un océano de mil millas de ancho y mil millas de profundidad. El conjunto que sí lo hace es como una capa de aceite, del espesor de una hoja, que flota en la superficie del océano: una capa exquisitamente delgada de posibilidades que produce materia sólida y estable adecuada para crear universos en los que habitan seres vivos.

—Prefiero la analogía de Conderline —dijo Paphlagon—. Los distintos cosmos que permiten la vida son distintos lugares de la capa de aceite. Lo que hicieron los inventores de neomateria fue encontrar una forma de desplazarse, sólo un poco, a puntos vecinos de la capa de aceite, donde la materia posee propiedades ligeramente diferentes. La mayor parte de la neomateria que crearon era diferente, pero no mejor, que la materia natural. Tras mucho trabajo paciente, lograron desplazarse a las regiones cercanas de la capa de aceite donde la materia era mejor, más útil, que la que nos ofrecía la naturaleza. Y creo que fra Erasmas, aquí presente, ya tiene una opinión sobre la composición de los Geómetras.

Estaba tan poco preparado para oír mi nombre que tardé varios segundos en moverme. Fra Paphlagon me miraba. Intentando sacarme de mi estupor, añadió:

—Tu amigo fra Jesry tuvo la amabilidad de compartir tus observaciones sobre el paracaídas.

—Sí —dije, y tuve que aclararme la garganta—. No era nada especial. No era de material tan bueno como la neomateria.

—Si los Geómetras hubiesen aprendido el arte de fabricar neomateria —tradujo Paphlagon—, habrían fabricado un paracaídas mejor.

—¡O encontrado una forma de aterrizaje de la sonda que no fuese tan ridículamente primitiva! —soltó Barb, ganándose miradas de todos los decanes. Nadie había dicho su nombre.

—El comentario de fra Tavener es excelente —dijo fra Jad, para quitar hierro al asunto—. Quizá más tarde, cuando se le llame, tenga más cosas interesantes que decir.

—Supongo que lo que pretende decir es que cada uno de los cuatro grupos de Geómetras emplea la materia natural de su cosmos de origen —dijo Ignetha Foral.

—Los cuatro tienen ya un nombre provisional —anunció Zh’vaern—. Antar, Pange, Diasp y Cuador.

Probablemente fuese la primera y última vez que Zh’vaern iba a conseguir hacer reír a los comensales.

—Suenan vagamente geográficos —dijo sur Asquin—, pero…

—En la nave aparecen cuatro planetas —siguió diciendo Zh’vaern—. Se ve claramente en el fototipo de sante Orolo. Hay un planeta en cada uno de los viales de sangre que llegaron con la sonda. La gente les ha asignado nombres informales inspirados en sus peculiaridades geográficas.

—Bien, voy a adivinar, ¿Pange tiene un gran continente? —preguntó sur Asquin.

—Diasp un montón de islas, evidentemente —intervino Lodoghir.

—En Cuador, la mayor parte de la tierra está en esas latitudes —dijo Zh’vaern—, y la característica más llamativa de Antar es un enorme continente de hielo en el Polo Sur. —Luego, quizás anticipándose a otra corrección de Barb, añadió—: O el polo que esté representado en la parte inferior de la imagen.

Barb bufó.

Si fra Zh’vaern parecía extrañamente bien informado para tratarse de un miembro de una secta de deólatras famosa por su reclusión y que había llegado al Convox unas pocas horas antes, se debía a que había asistido a la misma sesión informativa que yo: una reunión en una sala de tiza donde varios fras y sures habían puesto al día al grupo de Prohijar. O, si uno era más cínico, nos habían dicho lo que los jerarcas querían que supiésemos. Sólo ahora empezaba a entender cómo se difundía en el Convox la verdadera información.

Hubo algunos minutos de discusión y yo me impacienté, hasta que vi que Moyra y Paphlagon aprovechaban la oportunidad para limpiar sus platos. Algunos de los servitores regresaron a la cocina a buscar el postre. No fue hasta que empezamos a retirar los platos cuando la conversación cesó y sur Asquin, después de intercambiar miradas con Ignetha Foral, se limpió con la servilleta y dijo:

—Bien. Lo que me ha quedado claro, de lo oído hace unos minutos, es que ninguna de las cuatro razas de Geómetras ha inventado la neomateria…

—O eso quieren que creamos —dijo Lodoghir.

—Sí, cierto… Pero, en cualquier caso, cada una de las cuatro se originó en un cosmos, o un argumento, o una línea de mundo donde las constantes de la naturaleza son ligeramente diferentes a las que tenemos aquí.

Nadie se opuso.

Ignetha Foral dijo:

—A mí me resulta casi increíblemente extraño y un descubrimiento importante, ¡y no comprendo por qué no lo hemos sabido antes!

—Los resultados de las pruebas no han sido definitivos hasta el Laboratorium de hoy —dijo Zh’vaern.

—Parece que este Mensal se ha organizado inmediatamente después de tener esos resultados… en realidad durante Prohijar —dijo Lodoghir.

—Hay algunos que tuvieron atisbos de esos resultados hace uno o dos días, en Lucub —dijo Paphlagon.

—Entonces deberíamos habernos enterado hace uno o dos días —dijo Ignetha Foral.

—Es la naturaleza de Lucub que el trabajo desarrollado allí no se comunique tan fácilmente como el realizado en el Laboratorium —comentó sur Asquin, ejerciendo con maestría su papel de facilitadora social, suavizadora de malos momentos. Jad la miró como si la mujer fuese uno de esos limitadores de velocidad que ocupaban el ancho de la carretera delante de su mobe.

—Pero hay otra razón, que Madame Secretaria puede que vea con mejores ojos —dijo sur Moyra—. La hipótesis predominante, hasta esta mañana, era que el sistema de propulsión empleado por los Geómetras a través de los sistemas estelares de alguna forma había cambiado su materia.

—¿Cambiado su materia?

—Sí. Alterando localmente las leyes y constantes de la naturaleza.

—¿Eso es plausible?

—Un sistema de propulsión así se concibió hace dos mil años, aquí mismo, en Tredegarh —dijo Moyra—. Lo comenté la semana pasada. La idea cobró fuerza hace unos días. Por tanto, es todo culpa mía.

—La idea no habría cobrado fuerza de no haber tantas personas inquietas y conmocionadas por la posibilidad de otros argumentos —anunció fra Jad—. Ansiaban una explicación que no las obligase a adoptar una nueva forma de pensar y se olvidaron del Rastrillo.

—Muy elocuente, fra Jad —dijo mi decán—. Un buen ejemplo de las corrientes ocultas que a menudo impulsan lo que pretendemos que es un discurso teorético racional.

Fra Jad miró a Lodoghir de un modo difícil de interpretar… pero no amigable.

Tiraron de mí. Había aprendido a reconocer a Emman al otro lado de la cuerda. Y, efectivamente, me abordó en cuanto entré en la cocina.

—En el mobe, cuando nos vayamos a casa, lo primero que me dirá Madame Secretaria es que busque un modo de meterme en el Lucub adecuado.

—Entonces has acudido al tipo equivocado —dije—. He estado en cuarentena hasta esta mañana.

—Es por eso que eres perfecto: vas a entrar en el mercado.

La imagen, tal y como la concebía yo, era que las mañanas, hasta Provenir, se pasaban en el Laboratorium. Yo iría a un lugar concreto y trabajaría en algo con otros que habían recibido las mismas instrucciones. Después de Provenir, pero antes de Mensal, había una parte del día llamada Periklyne en que la gente se mezclaba e intercambiaba información (como los resultados del Laboratorium) que luego se podía propagar en los Mensales. Después de Mensal venía Lucub… quemando el aceite de medianoche. Todos decían que esa noche habría mucha actividad en Lucub porque Prohijar y Plenario habían ocupado casi todo el día. En cualquier caso, la acción solía concentrarse en Lucub. Todos querían resolver problemas, pero muchos pensaban que la estructura del Laboratorium, el Mensal y demás entorpecía los trabajos. Lucub era una forma de manifestar cierta iniciativa. Podías pasarte toda la mañana trabajando con un montón de bobos, era posible que los jerarcas te hubiesen asignado al Mensal más aburrido, pero durante Lucub podías hacer lo que quisieses.

—Estaría encantado si me quieres acompañar a Lucub —le dije a Emman… y lo decía en serio—. Pero debes comprender que no puedo garantizar…

Me impidieron proseguir las protestas indignadas de Arsibalt y Karvall.

Barb se volvió hacia mí y me dijo:

—Quieren que te calles, para oír lo que se dice…

Mandé callar a Barb. Arsibalt me mandó callar a mí. Karvall le mandó callar a él.

El asunto que parecía haberse convertido en el centro de la velada era qué relación tenían los conceptos de línea de mundo y espacio de configuración con la existencia de formas diferentes de materia en «Pange», «Diasp», «Antar», «Cuador» y Arbre.

—Fue una meme importante en la época de la Reconstitución que las constantes de la naturaleza son contingentes… no necesarias —decía Moyra—. Es decir, que podrían haber sido diferentes si la historia inicial del universo hubiese sido algo diferente. De hecho, investigando esa idea es como obtuvimos la neomateria.

—Por tanto, si lo he entendido —dijo Ignetha Foral—, esa idea de que las cifras son contingentes quedó demostraba. Demostrada por nuestra habilidad para producir neomateria.

—Ésa es la interpretación habitual —dijo Moyra.

—Cuando hablas de la «historia inicial del universo» —dijo Lodoghir—, ¿cómo de inicial…?

—Hablamos de un periodo de tiempo infinitesimal, justo después del Big Bang —dijo Moyra—, cuando del mar de energía aparecieron las primeras partículas elementales.

—Y la idea es que las constantes fundamentales han fraguado de una forma concreta —dijo Lodoghir—, pero que podrían haber fraguado de forma un poco diferente… lo que hubiese producido un cosmos con constantes diferentes y una materia diferente.

—Exacto —dijo Moyra.

—¿Cómo podemos traducir todo eso al lenguaje preferido por fra Jad, el de argumentos en un espacio de configuración? —preguntó Ignetha Foral.

—Lo voy a intentar yo —dijo Paphlagon—. Si recorremos nuestra línea de mundo, la serie de puntos en el espacio de configuración que forma el pasado, presenté y futuro de nuestro cosmos, retrocediendo en el tiempo, veríamos configuraciones más calientes y brillantes, más densas… como al ejecutar a la inversa la tablilla fotomnemónica de una explosión. Nos llevaría a regiones del espacio de Hemn que apenas podríamos reconocer como un cosmos: los momentos inmediatamente posteriores al Big Bang. En cierto punto, yendo hacia atrás, llegaríamos a una configuración en que las constantes físicas de las que hemos estado hablando…

—Esos veinte números —dijo sur Asquin.

—Sí, ni siquiera estaban definidas. Un lugar tan diferente que esas constantes no tendrían sentido… no tendrían ningún valor porque todavía había libertad para tomar cualquier valor. Bien, hasta este momento de la historia que estoy diciendo, no hay realmente ninguna diferencia entre la vieja imagen de un único universo y la imagen de una línea de mundo a través del espacio de Hemn.

—¿Ni siquiera teniendo en cuenta la neomateria? —preguntó Lodoghir.

—Ni siquiera entonces, porque lo único que hicieron los fabricantes de neomateria fue construir una máquina que pudiese crear tanta energía como para formar sus propios Big Bangs de laboratorio. Pero lo que es nuevo para nosotros, en lo referido a los descubrimientos del Laboratorium de esta mañana, es que si alguien, de la misma forma, retrocediese por las líneas de mundo de Antar, Pange, Diasp y Cuador, acabaría encontrando una zona muy similar del espacio de Hemn.

—Los argumentos convergen —dijo fra Jad.

—Al retroceder, quieres decir —dijo Zh’vaern.

—No se puede retroceder —dijo fra Jad.

Lo que provocó algunos momentos de silencio.

—Fra Jad no cree en la existencia del tiempo —dijo Moyra; pero pareció que había caído entonces en la cuenta y lo decía al mismo tiempo.

—¡Ah, bien! ¡Es un detalle importante! —dijo sur Tris, en la cocina, y por una vez nadie la hizo callar. Llevábamos algunos minutos con los platos de postre, esperando el momento adecuado para servirlos.

—No recomiendo que nos desviemos a la cuestión de la existencia del tiempo —dijo Paphlagon, para alivio casi audible de todos—. Lo importante es que en ese modelo que considera los cinco cosmos, Arbre y los de las cuatro razas de Geómetras, como trayectorias en el espacio de Hemn, dichas trayectorias se acercan mucho en las vecindades del Big Bang. E incluso cabría preguntarse si no eran el mismo cosmos hasta que sucedió algo que los dividió. Quizá sea una pregunta para otro Mensal. Quizá sólo los deólatras se atrevan a enfrentarse a ella. —En la cocina, nos atrevimos a mirar al servitor de Zh’vaern—. En cualquier caso, las distintas líneas de mundo acabaron con constantes físicas ligeramente diferentes. Y por tanto puedo decir que, incluso si nos sentásemos en la misma habitación con un Geómetra que se pareciese a nosotros, de hecho los núcleos de sus átomos llevarían una especie de huella digital que demostraría que viene de un argumento diferente.

—De la misma forma que nuestras secuencias genéticas contienen un registro de todas las mutaciones, adaptaciones y ancestros remontándose hasta el primer ser vivo —dijo sur Moyra—, el material del que ellos están hechos codificaría lo que fra Jad denomina el argumento de sus respectivos cosmos, remontándose hasta el punto del espacio de Hemn en que divergieron.

—Más allá —dijo fra Jad, y siguió el silencio que habitualmente seguía todas las palabras de Jad; roto, en esta ocasión, por la risa de Lodoghir.

—¡Ah, comprendo! ¡Al fin! Oh, qué tonto he sido, fra Jad, por no ver a qué jugabas. Pero ahora al menos veo adonde nos has estado guiando tan sutilmente. ¡Al Mundo Teorético de Hylaea!

—Hum, no sé qué me molesta más —dije—. Si el tono de Lodoghir o que se haya dado cuenta antes que yo.

Unas horas antes me había quedado conmocionado cuando Lodoghir se me había acercado durante un Periklyne y se había puesto a charlar conmigo sobre nuestro encuentro en el Plenario. ¿Cómo podía acercárseme sin armadura y sin ir acompañado de un grupo de inquisidores con pistolas aturdidoras? ¿Cómo no había previsto que yo dedicaría el resto de mi vida a tramar mi violenta venganza? Lo que me había obligado a comprender que realmente para él no era nada personal: todos los trucos retóricos, las tergiversaciones salpicadas de mentiras y las tretas para emocionar formaban parte de su caja de herramientas tanto como las ecuaciones y los silogismos formaban parte de la mía, y no se imaginaba que yo pudiese ponerle alguna objeción, de la misma forma que Jesry no hubiera dicho nada de señalarle yo un error en su teorética.

Durante todo el tiempo había estado mirando a Lodoghir, calculando la distancia entre mis nudillos y sus dientes. Tuve la vaga impresión de que intentaba darme algo así como órdenes sobre el Mensal de esa noche, pero yo no había oído nada. Al cabo de un rato perdió el interés, ya que yo no había dicho ni una palabra, y se fue.

—¡No sé cómo voy a salir de ésta, entre él y la Inquisición! —dije.

—¿Ya tienes problemas con la Inquisición? —preguntó Arsibalt, sonando asombrado y admirado al mismo tiempo.

—No… pero Varax me ha hecho saber que me vigilaba —dije.

—¿Cómo lo ha hecho?

—Antes, he tenido un encontronazo con Lodoghir.

—Sí. Lo he visto.

—No, me refiero a un segundo encuentro. Unos segundos después, adivina quién se me ha acercado.

—Bien, considerando el contexto de la historia —dijo Arsibalt— tendré que decir que Varax.

—Sí.

—¿Qué ha dicho Varax?

—Ha dicho: «¡Tengo entendido que has llegado al Capítulo Cinco! Espero que no te arruinase todo el otoño.» Y yo le he dicho que me había llevado unas semanas pero que no le culpaba por lo sucedido.

—¿Eso ha sido todo?

—Sí. Quizá luego hemos intercambiado algunas frases sin importancia.

—¿Y cómo interpretas esas palabras de Varax?

—Lo que me decía en realidad era: «No le pegues a tu decán en la cara, jovencito, te estoy vigilando.»

—Eres un idiota.

—¿¡Qué!?

—¡Te has equivocado por completo! ¡Ha sido un regalo!

—¿¡Un regalo!?

Arsibalt se explicó:

—Un decán tiene el poder de imponer disciplina a su servitor asignándole capítulos del Libro. Pero tú, Raz, como criminal habitual que eres, ya estás en el Cinco. Lodoghir tendría que asignarte el Seis: un castigo muy duro…

—Decisión que yo podría apelar a la Inquisición —dije, comprendiendo por fin.

—Arsibalt tiene razón —dijo Tris, que había estado escuchando (y que parecía tener de mí un concepto totalmente diferente después de enterarse de que había llegado al Cinco)—. Me parece que Varax te estaba haciendo saber de forma más que directa que la Inquisición desestimaría cualquier sentencia impuesta por Lodoghir.

—Casi no tendrían otra opción —dijo Arsibalt.

Tomé el postre de Lodoghir y me dirigí al mensalán de un humor muy diferente. Los otros me siguieron. Llegué a una sala de rostros enrojecidos y labios prietos: un cuadro de lenguaje corporal forzado e incómodo. Lodoghir había causado su efecto habitual en la gente.

—Justo cuando creía que llegábamos a algo —decía Ignetha Foral—, una vez más compruebo que el Mensal se ha desviado a una vieja y tediosa disputa entre procianos y halikaarnianos. ¡Metateorética! La verdad es que a veces me pregunto si en el mundo cenobítico comprendéis lo que está en juego ahora mismo.

Estaba claro que había llegado en mal momento. Pero ya era demasiado tarde y los demás se apelotonaban a mi espalda, así que entré y le di el postre a mi decán mientras éste decía:

—Acepto tu reproche, Madame Secretaria, y te garantizo…

—No lo acepto —dijo fra Jad.

—¡No deberías! —intervino Zh’vaern.

—Estas cuestiones son importantes independientemente de que te tomes el tiempo para entenderlas o no —añadió fra Jad.

—¿Cómo puedes distinguir esta situación de la lucha entre partidos que se produce en la capital? —preguntó Ignetha Foral. Otras personas de la mesa se habían horrorizado ante el tono de fra Jad, pero ella parecía encontrarlo tonificante.

Fra Jad pasó de la pregunta, que le importaba un bledo, y dedicó sus energías al postre. Fra Zh’vaern, que nos sorprendió con su interés por la cuestión, fue quien respondió:

—Examinando la calidad de los argumentos.

—Cuando son argumentos que surgen de la teorética pura, soy incapaz de realizar ese juicio —dijo ella.

—Yo no asumiría que la existencia del Mundo Teorético de Hylaea surja de lo que se llama teorética pura —dijo Lodoghir—. Es un salto de fe tan grande como creer en Dios.

—Por mucho que admire tu habilidad para ensartar simultáneamente a fra Jad y a fra Zh’vaern en la misma frase —dijo Ignetha Foral—, debo recordarte que la mayor parte de la gente con la que trabajo cree en Dios, y por tanto, entre ellos, esa jugada es probable que salga mal.

—Ya es tarde —dijo sur Asquin, aunque nadie parecía cansado—. Propongo que retomemos el tema del Mundo Teorético de Hylaea en el Mensal de mañana.

Fra Jad asintió, pero era difícil saber si había aceptado el desafío o si disfrutaba mucho del pastel.

Matatodo: Un sistema de armas de inusual complejidad práxica, que según se cree fue empleado con efectos devastadores durante los Hechos Horribles. Es creencia común, aunque no se ha podido demostrar, que la complicidad de los teores en el desarrollo de esa praxis condujo al acuerdo universal de apartarlos desde ese momento de la sociedad no teorética. Tal medida, cuando entró en vigor, se convirtió en sinónimo de Reconstitución.

Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.

—¿Habéis disfrutado de vuestros libros? —preguntó sur Moyra, que a continuación tomó una sartén y se puso a echar restos vegetales al abono.

Karvall jadeó, porque Moyra había entrado sin hacer ruido y nos había pillado por sorpresa, dejó caer la cazuela que fregaba, se apartó del fregadero y corrió a quitarle la sartén de las frágiles manos a su decán. Arsibalt y yo nos giramos casi igual de rápido para mirar. Puede que Karvall estuviese enfundada en una tonelada de paño negro, pero, como nos habíamos ido dando cuenta, las ataduras que lo mantenían alrededor de su cuerpo eran muy complejas y merecían una inspección más atenta. Incluso Barb miró. Emman Beldo acompañaba a Ignetha Foral de vuelta a su alojamiento. El servitor de Zh’vaern, Orhan, era un hombre o mujer muy difícil de entender, con eso de que iba con la cabeza totalmente cubierta, pero los pliegues de la capucha me indicaron que seguía con la vista los movimientos de Karvall. Tris aprovechó la situación para robar el mejor cepillo para limpiar.

—¿Fuiste la responsable de los libros? —pregunté.

—Hice que Karvall los llevase a tu habitáculo —dijo Moyra, y me sonrió.

—Así que de ahí salieron —dijo Tris, y luego se explicó—: Esta mañana he encontrado en mi celda una pila de libros. —Por la forma en que los otros servitores miraban a Moyra, supuse que habían tenido experiencias similares.

—Un momento, ¡eso es cronológicamente imposible! —dijo Barb y, exhibiendo un destello del ingenio del viejo Barb, añadió—: ¡A menos que hayas violado las reglas de la causalidad!

—Oh, hace días que intento poner en marcha este Mensal —dijo Moyra—. Preguntadle a sur Asquin y descubriréis que he sido un incordio. No creerás que algo así pueda organizado un grupo de jerarcas pasándose notas durante Prohijar, ¿verdad?

—Gransur Moyra —dijo Arsibalt—, si no han sido los resultados del Laboratorium de esta mañana el motivo de este Mensal…

—Bien, si no hubieseis estado tan ocupados flirteando con estas encantadoras sures y perdiendo el tiempo en la cocina, podríais haberme oído hablar de ser una metalorita.

—O una lorita de la pluralidad de mundos —dije.

—¡Ah, entonces prestabais atención!

—Creía que eso no era más que para romper el hielo.

—¿Quién fue el Evenedric de ellos, fra Arsibalt?

—¿Disculpe? —Arsibalt quedó fascinado por la pregunta, pero enseguida tuvo las manos llenas cuando sur Tris le puso en los brazos una enorme bandeja grasienta.

—Fra Tavener, ¿quién fue el sante Hemn del planeta Cuador? Tris, ¿quién fue la dama Baritoe de Amar? Fra Orhan, ¿adoraban a un Dios en Pange y es el mismo Dios de los matarrhitas?

—¡Debe serlo, gransur Moyra! —exclamó Orhan y ejecutó un gesto con las manos que ya había visto antes. Alguna superstición deólatra.

—Fra Erasmas, ¿quién descubrió la Diagonal de Halikaarn en el mundo de Diasp?

—Lo dice porque evidentemente pensaron esas cosas… —dijo Arsibalt.

—¡Debieron tener esas ideas para poder construir esa nave! —dijo Barb.

—Vuestras mentes son más frescas, más ágiles que las de algunos de los que se sientan en el mensalán —dijo Moyra—. Me ha parecido que tal vez tuvierais alguna idea.

Sur Tris se volvió y preguntó:

—¿Estás diciendo que puede haber una correspondencia entre nuestros santes y los suyos? ¿La misma mente compartida por muchos mundos?

—Os lo estoy preguntando a vosotros —dijo Moyra.

Yo no tenía nada que decir, porque tenía esa sensación ya tan familiar de incomodidad que se apoderaba de mí, de un tiempo a esa parte, cuando la conversación tomaba aquellos derroteros. Las últimas palabras que me había dicho Orolo, minutos antes de morir, habían sido para advertirme de que los Milésimos conocían todo eso y que habían desarrollado una praxis: a todos los efectos, que las leyendas sobre Conjuradores tenían un fundamento real. Y quizá hubiese vuelto a mi antigua costumbre de preocuparme demasiado; pero me daba la impresión de que cualquier conversación en la que participaba se acercaba peligrosamente a ese tema.

Arsibalt, sin esas preocupaciones, se dispuso a probar. Dejó la bandeja limpia en el escurridor, se secó las manos con el paño y se preparó.

—Bien. Una hipótesis de esa naturaleza tendría que fundamentarse en alguna explicación de por qué mentes diferentes en líneas de mundo diferentes iban a tener ideas similares. Uno siempre puede buscar una explicación religiosa —dijo, mirando a Orhan—, pero por lo demás… bien…

—No hace falta que tengas reparos en decir que crees en el MTH… ¡Recuerda con quién hablas! ¡Lo he visto todo!

—Sí, gransur Moyra —dijo Arsibalt, inclinando un poco la cabeza.

—¿Cómo podría el conocimiento propagarse de un Mundo Teorético, no lo voy a llamar de Hylaea porque presumiblemente no había nadie llamado Hylaea en Cuador, a las mentes de distintos santes de mundos diferentes? ¿Y sigue sucediendo en este momento… entre nosotros y ellos? —Moyra había iniciado la retirada hacia la puerta trasera mientras lanzaba esas bombas mentales a la cocina y casi chocó con Emman Beldo, que volvía de escoltar a su decán.

—Bien, da la impresión de que mañana el Mensal hablará de ello —dije.

—¿Por qué esperar? ¡No seáis complacientes! —nos soltó Moyra saliendo rápidamente a la noche.

Karvall tiró el trapo y salió corriendo tras ella, echándose la capucha sobre la cabeza. Emman se apartó educadamente para luego girarse y mirar a Karvall hasta que no hubo nada que ver. Cuando se volvió de nuevo hacia nosotros, sur Tris le lanzó un estropajo a la cara.

—No puede haber todas esas líneas vagando por el espacio de Hemn… —dijo Emman.

—Como nosotros vagamos en la oscuridad —propuse, porque intentábamos dar con un Lucub adecuado.

—Sin orden ni concierto. ¿Se puede?

—¿Te refieres a las líneas de mundo? ¿A los argumentos?

—Supongo… ¿a qué viene eso, por cierto?

Una pregunta muy ambigua, pero sabía lo que le rondaba por la cabeza.

—¿Te refieres a por qué fra Jad usa la palabra «argumento»?

—Sí. Va a ser difícil convencer a…

—¿Los Panjandrumes?

—¿Es como llamáis a la gente como mi decán?

—Algunos lo hacemos.

—Bien, tienen la cabeza muy dura. No intentéis nada pomposo.

—Bien, veamos si se me ocurre un ejemplo —dije—. ¿Recuerdas lo que ha dicho Arsibalt, eso del bloque de hielo en la estrella?

—Sí, claro. Hay un punto en el espacio de Hemn que representa un cosmos en el que incluso pasa eso.

—La configuración del cosmos codificada en ese punto incluye, junto con las estrellas y los planetas, los pájaros y las abejas, los libros y los motus y todo lo demás, una estrella que resulta que tiene un enorme bloque de hielo en el centro. Ese punto, recuerda, no es más que una larga cadena de números… coordenadas en el espacio. No es menos real que cualquier otra posible cadena de números.

—Su realidad, o irrealidad en este caso, tiene que deberse a alguna otra consideración —probó Emman.

—Lo has entendido. Y en este caso, es que la situación descrita es completamente absurda.

—¿Cómo podría llegar a suceder, para empezar? —preguntó Emman, metido en faena.

—«Suceder», ésa es la clave —dije, deseando poder explicarlo con la misma confianza que Orolo—. ¿Qué significa que algo sucede? —Parecía una tontería—. No es que esa situación, ese punto aislado en el espacio de configuración, surja de pronto y luego desaparezca. No es que tengas una estrella normal y luego, de pronto, tras un tictac del reloj cósmico, un bloque de hielo se materialice en su centro y luego, al siguiente tictac, haya desaparecido sin dejar rastro.

—Pero podría suceder, ¿no?, si tuvieses un teletransportador del espacio de Hemn.

—Hum, es un buen experimento mental —dije—. Estás pensando en un dispositivo sacado de una de las novelas de Moyra. Una cabina mágica en la que podrías indicar un punto del espacio de Hemn, ir allí y luego saltar a otro.

—Sí. Independientemente de las leyes de la teorética o de lo que sea. Luego podrías hacer que el bloque de hielo se materializase. Pero a continuación se fundiría.

—Se fundiría si permitieras que las leyes naturales actuaran a partir de ese punto —le corregí—. Pero podrías conservarlo haciendo que tu teletransportador del espacio de Hemn saltase a otro punto que codificase el mismo cosmos un instante más tarde, pero con el bloque de hielo todavía presente.

—Vale, comprendo… pero normalmente se fundiría.

—Bien, Emman, la pregunta es qué significa «normalmente». Otra forma de expresarlo es: la serie de puntos que tienes que unir con el teletransportador del espacio de Hemn para poder ver, por la ventanilla de la cabina, un cosmos con un bloque de hielo persistiendo en el corazón de una estrella, ¿cuánto debe diferir esa serie de puntos de la que forma una línea de mundo correcta?

—¿Te refieres a una línea de mundo que respete las leyes de la naturaleza?

—Sí.

—No lo sé.

Nos reímos.

—Bien —dije—, ahora estoy empezando a entender algunas cosas que decía Orolo sobre sante Evenedric. Evenedric estudió la datonomía, un fruto de la filosofía roscónica, que se refiere a lo que nos es dado, lo que podemos observar. Al final, eso es lo único con lo que podemos trabajar.

—Voy a picar —dijo Emman—. ¿Qué observamos?

—No sólo puntos de mundo coherentes —dije—. Por tanto, nada de bloques de hielo en las estrellas… sino series coherentes de tales puntos: una línea de mundo que podría haber sucedido.

—¿Cuál es la diferencia?

—No es sólo que no pueda haber un bloque de hielo en una estrella, sino que no puedes llevarlo allí, no puedes tenerlo allí… no hay historia coherente que incluya esa situación. Entiende, no es sólo una cuestión de lo que es posible, ya que todo es posible en el espacio de Hemn, sino lo que es composible, es decir, todo lo que tendría que ser cierto en ese universo para que hubiera un bloque de hielo en una estrella.

—Bien, la verdad es que creo que podrías hacerlo —dijo Emman. En su cabeza giraban los engranajes práxicos. Ése era su trabajo; le habían sacado de su trabajo en la agencia de cohetes para convertirlo en consejero técnico de Ignetha Foral—. Podrías diseñar un cohete… un misil con una cabeza fabricada con un material resistente al calor. Metes un bloque de hielo dentro. Haces que penetre en la estrella a gran velocidad. El material resistente al calor se evaporaría. Pero antes de que lo hiciera, durante un momento, tendrías un bloque de hielo dentro de una estrella.

—Vale, eso es posible —dije—, pero de ninguna forma responde a la pregunta: ¿qué tendría que ser cierto en ese universo para que hubiese un bloque de hielo en una estrella? Si tomaras ese cosmos y lo congelases en ese momento del tiempo…

—Vale —convino—, digamos que el teletransportador ofrece la posibilidad de congelar el tiempo formando un bucle que regresa continuamente al mismo punto.

—Perfecto. Y si lo hicieses y mirases la zona alrededor del hielo, verías los núcleos pesados del escudo fundido dando vueltas entre la materia estelar. En el espacio verías los restos del gas del cohete. Podrías ver las manchas en la plataforma de lanzamiento. Alrededor de la torre de lanzamiento verías a gente que se habría pasado la vida diseñando y construyendo ese cohete. Codificados en sus neuronas encontrarías recuerdos de ese trabajo y del lanzamiento. En las retículas habría motus del lanzamiento. Y todos esos recuerdos y grabaciones serían más o menos coherentes entre sí. Todos esos recuerdos y grabaciones se reducen a posiciones de átomos en el espacio… por tanto…

—Por tanto, dices, esos recuerdos y grabaciones son en sí mismos parte de la configuración codificada por ese punto del espacio de Hemn —dijo Emman en voz alta y con firmeza, porque sabía que lo iba comprendiendo—. Y a eso te refieres cuando hablas de composibilidad.

—Sí.

—El hielo de una estrella podría estar codificado en muchos puntos del espacio de Hemn —dijo—, pero sólo unos cuantos de ellos…

—Poquísimos —dije.

—… incluyen todos los registros, coherentes y mutuamente consistentes, de cómo llegó hasta allí.

—Sí. Cuando te me pones práxico y sueñas con sistemas para enviar hielo, realmente lo que haces es descubrir qué argumento crearía el conjunto de condiciones, o sea los rastros que quedan en el cosmos tras la ejecución del proyecto, compatibles con el hielo en la estrella.

Caminamos un poco y me dijo:

—O, poniendo un ejemplo más burdo, no puedes mirar la vestimenta de sur Karvall…

—Sin reconstruir mentalmente la secuencia de operaciones necesarias para atar esos nudos.

—O para desatarlos…

—Es Centena —le advertí—, y el Convox no durará siempre.

—Que no me haga ilusiones. Sí, lo sé. Pero todavía podría conseguir una cita con ella en 3700…

—O convertirte en fra —propuse.

—Después de esto, es posible que tenga que hacerlo. Eh, ¿sabes adonde vas?

—Sí, te sigo a ti.

—Bien, yo te estaba siguiendo a ti.

—Vale, eso significa que nos hemos perdido. —Y dimos vueltas hasta dar con un pareja de gransures que paseaban y a las que preguntamos cómo llegar a la sede edhariana.

—Bien —dijo Emman cuando nos pusimos en camino—. En resumen: en cualquier cosmos… discúlpame, en cualquier línea de mundo… las cosas tienen sentido. Siguen las leyes de la naturaleza.

—Sí —dije—. Eso es una línea de mundo: una secuencia de puntos en el espacio de Hemn unidos de tal forma que parece que se cumplen las leyes de la naturaleza.

—Voy a traducirlo a términos del teletransportador, porque así se lo explicaré a la gente —dije—. El sentido del teletransportador es que puede llevarte a cualquier otro punto en cualquier momento. Podrías saltar aleatoriamente de un cosmos a otro. Pero sólo un punto del espacio de Hemn codifica el estado que tendrá el cosmos en el que estás ahora durante el siguiente tictac del reloj, si se siguen las leyes de la naturaleza… ¿cierto?

—Vas por buen camino —dije—, pero…

—Lo que pretendo es lo siguiente —dijo—: La gente a la que tendré que explicárselo ha oído hablar de las leyes de la naturaleza. Incluso es posible que las haya estudiado un poquito. Se sienten cómodos con ellas. De pronto llego yo hablando del espacio de Hemn. Para ellos es una idea nueva. Les doy una larga explicación… hablo del teletransportador, del hielo en la estrella y las marcas de quemaduras en la torre de lanzamiento. Al final, una de esas personas levanta la mano y dice: «Señor Beldo, has malgastado una hora de nuestro valioso tiempo en una calca sobre el espacio de Hemn. Por favor, ¿qué es lo importante?» Y mi respuesta será: «Señor, lo importante es que nuestro cosmos sigue las leyes de la naturaleza.» Y ella me dirá…

—Ella te dirá: «Eso ya lo sabemos, idiota. ¡Estás despedido!»

—¡Exacto! Momento en el que saldré corriendo y me convertiré en fra, preferiblemente en el cenobio de Karvall.

—Así que me preguntas…

—¿Qué ganamos que valga la pena adoptando el modelo del espacio de Hemn? Ya has comentado que simplifica la teorética… Pero los Panjandrumes no se dedican a la teorética.

—Bien, para empezar, no es realmente cierto que, para un punto dado, haya sólo otro punto a continuación que sea consistente con las leyes de la naturaleza.

—Oh, ¿vas a hablarme de mecánica cuántica?

—Sí. Una partícula elemental puede desintegrarse, lo que es compatible con las leyes de la naturaleza, o puede no desintegrarse, lo que también es compatible con las leyes de la naturaleza. Pero que se desintegre o no nos lleva a dos puntos diferentes del espacio de Hemn.

—La línea de mundo se bifurca.

—Sí. Las líneas de mundo se bifurcan continuamente, siempre que se produce una reducción del estado cuántico… lo que ocurre muchas veces.

—Pero aun así, cualquier línea de mundo en la que nos encontremos seguirá obedeciendo las leyes de la naturaleza —dijo.

—Eso me temo.

—Por tanto, volviendo a mi problema original…

—¿Qué ganamos con el espacio de Hemn? Bien, para empezar, simplifica mucho pensar en mecánica cuántica.

—¡Pero los Panjandrumes no piensan en mecánica cuántica!

No supe qué decir; simplemente, me sentía como un avoto perdido.

—Bien, ¿crees que debo mencionar lo del espacio de Hemn? —insistió.

—Vamos a preguntárselo a Jesry —propuse—. Él es guay.

Porque habíamos llegado al Claustro edhariano y le vimos en un sendero, dibujando diagramas en la gravilla con un palo mientras un fra y una sur le miraban y reían encantados. A la luz de la luna, aquellas personas parecían esbozos de ceniza en el suelo de una chimenea. Aun así, sus siluetas eran muy diferentes. Al lado del fra y la sur, Jesry parecía un joven profeta sacado de alguna escritura antigua, porque aquellos dos venían de órdenes más cosmopolitas que gustaban de envolturas más elaboradas. La mañana de Prohijar me había sentido como un paleto cuando vi cómo vestían los otros avotos. Pero eso era en mi caso. Jesry, vestido de la misma forma, inspiraba sobrecogimiento, era sencillo, austero y también viril. Comprendí, al mirarle, por qué fra Lodoghir había estado tan deseoso de aplanarme. El contingente edhariano impresionaba a la gente. Orolo nos había convertido en estrellas. Lodoghir había visto el Plenario como una oportunidad de quitarnos protagonismo.

—Jesry —saludé.

—Hola, Raz. No soy de los que piensan que lo hiciste fatal en el Plenario.

—Gracias. Dime algo que obtenemos trabajando en el espacio de configuraciones que no podamos obtener de ninguna otra forma.

—El tiempo —dijo.

—Oh, sí —dije—. El tiempo.

—¡Creía que el tiempo no existía! —dijo Emman con sarcasmo.

Jesry miró a Emman un momento y luego me miró a mí.

—¿Tu amigo ha estado hablando con fra Jad?

—Está bien que el espacio de Hemn nos explique el tiempo —dije—, pero Emman dirá que los Panjandrumes con los que tiene que hablar ya creen en la existencia del tiempo…

—¡Pobres tontos ilusos! —exclamó Jesry, lo que le valió una carcajada ahogada y dolorosa de Emman, y una mirada inquisitiva de sus compañeros avotos.

—Por tanto, ¿qué relevancia tiene para ellos el modelo del espacio de Hemn? —añadí.

—Ninguna en absoluto —dijo Jesry—, hasta que simultáneamente llegan al pueblo extranjeros venidos de cuatro cosmos diferentes. Eh, ¿queréis beber algo?

Otra de las características molestas de Jesry es que realizaba algunos de sus mejores trabajos mientras estaba borracho. Los servitores ya habíamos probado nuestra parte de vino y cerveza de la cocina, y como la cabeza ya empezaba a aclarárseme, decidí beber agua. Con el tiempo acabamos en la mayor sala de tiza del capítulo edhariano local… o al menos yo supuse que debía de ser la mayor. Las paredes de pizarra estaban cubiertas con cálculos que reconocí.

—¿Te tienen haciendo cosmografía? —pregunté.

Jesry siguió mi mirada y se centró en la tabla de figuras escritas en una pizarra. Una columna era de longitudes, la otra de latitudes… y viendo cincuenta y pocos grados en la última, comprendí que miraba las coordenadas de Sante Edhar.

—El Laboratorium de esta mañana —explicó—. Hemos tenido que comprobar un montón de cálculos que el Ati hizo anoche. Todos los telescopios del mundo, incluido, como puedes ver, el M y M, apuntarán esta noche a la nave de los Geómetras.

—¿Durante toda la noche o…?

—No. Durante una media hora. Va a pasar algo —proclamó Jesry con su habitual confianza. Me di cuenta de que Emman hacía una mueca—. Algo que nos ofrecerá una visión diferente —añadió Jesry—, más interesante que la placa del culo que he estado mirando durante tantas horas.

—¿Cómo lo sabemos? —pregunté, aunque el nerviosismo evidente de Emman me distraía.

—No lo sé —dijo Jesry—, sólo lo infiero.

Emman volvió la cabeza hacia la salida y le seguimos al Claustro.

—Os lo voy a contar —dijo cuando nos alejamos del resto del Lucub—, ya que de todas formas el secreto se desvelará dentro de media hora. Es una idea concebida tras la Visitación de Orithena por un Mensal muy influyente.

—¿Participabas tú? —pregunté.

—No… pero por eso me trajeron —dijo Emman—. En órbita síncrona tenemos un viejo pájaro de reconocimiento. Va cargado con mucho combustible, para moverse cuando es necesario. No creemos que los Geómetras sepan de su existencia. Hemos mantenido el pájaro en silencio, por lo que no se les ha ocurrido interferir sus frecuencias. Bien, esta mañana le hemos enviado una ráfaga de órdenes y hemos encendido sus motores, situándolo en una nueva órbita que, dentro de media hora, interceptará el Edro. —Utilizó la punta del pie para dibujar la nave de los Geómetras en la gravilla, y golpeó con el talón una parte de la placa—. Esta cosa siempre apunta a Arbre —se quejó, tocándola—, para que no podamos ver el resto de la nave, que es donde tienen todo lo interesante. —Movió el pie en arco hacia la mitad delantera—. Evidentemente, es algo deliberado… Para nosotros esa mitad ha sido como la cara oculta de la luna, así que hemos tenido que depender por completo del fototipo de Orolo. —Se desplazó hacia un lado del diagrama y describió un amplio arco hacia popa—. El pájaro se aproxima desde esa dirección —dijo—. Es radiactivo como el infierno.

—¿El pájaro?

—Sí, obtiene la energía de dispositivos radiotérmicos. Los Geómetras se darán cuenta de que va hacia ellos y no tendrán más elección que realizar maniobras…

—Para colocar la placa, que es su escudo, entre la nave y el objeto —dijo Jesry.

—Tendrán que girar toda la nave —traduje—, que exponer «lo interesante» a la vista de los telescopios terrestres.

—Y esos telescopios estarán listos.

—¿Es posible girar algo tan grande en un periodo de tiempo razonable? —pregunté—. Intento imaginarme cómo de grandes tendrían que ser las toberas…

Emman se encogió de hombros.

—Es una buena pregunta. Aprenderemos mucho del simple hecho de observar la maniobra. Mañana tendremos muchas imágenes que mirar.

—A menos que se pongan furiosos y nos lancen una nuclear —dijo Jesry, mientras yo intentaba pensar en una forma más delicada de decir lo mismo.

—Parece que hay división de opiniones a ese respecto —admitió Emman.

—¡Bien, eso espero! —dije.

—Los Panjandrumes duermen todos en cuevas y búnkeres.

—Qué alivio —dijo Jesry.

Emman no pilló el sarcasmo.

—Y el mundo cenobítico tiene experiencia en afrontar las consecuencias de una explosión nuclear.

Jesry y yo nos volvimos hacia el Precipicio, preguntándonos hasta qué profundidad y a qué velocidad podríamos adentrarnos en esos túneles.

—Pero se considera muy poco probable —dijo Emman—. Lo que sucedió en Ecba fue una verdadera provocación, incluso es posible que un acto de guerra. Tenemos que responder en serio… demostrar a los Geómetras que no nos vamos a quedar sentados pasivamente mientras nos lanzan barras.

—¿El pájaro va a chocar con el icosaedro? —pregunté.

—No a menos que sean tan tontos como para meterse en medio. Pero llegará tan cerca que tendrán que hacer algo, por precaución.

—¡Bien! —dijo Jesry tras pensárselo un minuto—. No hay muchas posibilidades de hacer nada durante Lucub.

—Sí —dije—. Supongo que después de todo tomaré vino.

Nos llevamos la botella al césped que había entre el Claustro edhariano y el de los Oncenos roscónicos. Sabíamos dónde mirar en el cielo, así que nos dispusimos y nos tendimos en el suelo aguardando el Fin del Mundo.

Echaba mucho de menos a Ala. Llevaba un rato sin pensar mucho en ella. Pero era con ella con la que quería estar si empezaban a llover las bombas.

En el momento fijado hubo un diminuto y momentáneo destello de luz en la constelación donde sabíamos que estaba el Edro. Como si entre su nave y nuestro pájaro hubiese saltado una chispa.

—Le han dado con algo —dijo Emman.

—Un arma de energía dirigida —entonó Jesry, como si realmente supiese de qué hablaba.

—Un láser de rayos X, para ser exactos —dijo una voz cercana.

Nos sentamos para ver una figura achaparrada, con un envoltorio antiguo de paño y cordón, acercándosenos con piernas cansadas.

—¡Hola, Gorgojo! —grité.

—¿Os apetece pasear conmigo mientras esperamos la respuesta masiva?

—Claro —dije.

—Me voy a la cama —dijo Jesry. Supuse que mentía—. Esta noche no hay Lucub. —Sin duda mentía.

—Entonces yo haré lo mismo —dijo Emman Beldo, que sabía cuándo sobraba—. Mañana habrá mucho trabajo.

—Si todavía existimos —dijo Jesry.

—De veras que tengo que ponerme en contacto con Ala —le dije a Lio tras media hora de vagabundeo sin decir nada—. Esta tarde la he buscado en el Periklyne pero…

—No estaba allí —dijo Lio—; se preparaba para esto.

—¿Te refieres a que orientaba los telescopios o…?

—Más bien a la parte militar.

—¿Cómo se ha involucrado en eso?

—Es buena. Alguien se dio cuenta. Los militares consiguen lo que piden.

—¿Cómo lo sabes? ¿Tú también tienes algo que ver con lo militar?

Lio guardó silencio. Caminamos unos minutos más.

—Hace unos días me pusieron en un nuevo Laboratorium —dijo. Me resultó evidente que llevaba tiempo queriendo decirlo.

—¿De veras? ¿Qué te tienen haciendo?

—Encontraron algunos documentos antiguos. Antiguos de verdad. Los hemos estado limpiando. Familiarizándonos con su contenido. Buscando palabras antiguas en desuso.

—¿Qué tipo de documentos?

—Dibujos técnicos. Especificaciones. Manuales. Incluso esbozos en servilletas.

—¿De qué?

—No lo dicen y a nadie se le permite verlo todo —dijo Lio—. Pero, hablando con los demás, comparando notas durante Lucub, teniendo en cuenta la fecha de los documentos, que son de justo antes de los Hechos Horribles, estamos casi seguros de que se trata de los planos originales de los matatodos.

Bufé de risa, simplemente por costumbre. Hablábamos de los matatodos como de Dios o del Infierno. Pero por el tono y los movimientos de Lio supe que lo decía en serio. Se produjo un largo silencio mientras yo intentaba procesar la noticia.

Queriendo demostrar que se equivocaba, dije:

—¡Pero eso va contra todo… todo… lo que sustenta el mundo! —Me refería al mundo posterior a la Reconstitución—. Si están dispuestos a hacerlo, entonces ya nada es real.

—Por supuesto, hay muchos que comparten tu opinión —dijo Lio—, y es por eso que… —Exhaló entrecortadamente—. Es por eso que te quería invitar a participar en mi Lucub.

—¿Cuál es el propósito de ese Lucub?

—Algunos están pensando en recurrir a los antares.

—Recurrir… ¿en el sentido de aliarse con ellos? ¿¡Con los Geómetras!?

—Los antares —insistió—. Ahora está claro que la mujer muerta de la sonda era de Antar.

—¿Por las muestras de sangre de los tubos?

Asintió y dijo:

—Pero los proyectiles de su cuerpo pertenecían al cosmos Pange.

—Así que la suposición es que los antares están de nuestro lado…

Volvió a asentir y terminó la frase por mí:

—Y que mantienen alguna forma de conflicto, en la nave, con los panges.

—Por tanto, ¿la idea es forjar una alianza entre avotos y antares?

—Lo has comprendido —dijo Lio.

—¡Uf! ¿Cómo hacer algo así? ¿Cómo comunicarse siquiera con ellos? Es decir, de forma que el Poder Secular no se entere.

—Es muy fácil. Ya lo hemos decidido. —Luego, sabiendo que yo jamás me contentaría simplemente con eso, añadió—: Con las estrellas láser de guiado de los grandes telescopios. Podemos apuntarlas al icosaedro. Ellos verán la luz, pero nadie que no esté en el camino del rayo lo puede interceptar.

Pensé en la conversación que meses antes había mantenido con Lio, cuando nos preguntamos si realmente era cierto, o sólo un cuento de viejas, que los Ati nos vigilaban continuamente. Como un idiota, miré a mi alrededor por si los micrófonos ocultos se habían vuelto visibles de repente.

—¿Los Ati…?

—Algunos Ati están con nosotros —dijo Lio.

—¿Qué tipo de relación quiere la gente establecer con los antares?

—Gran parte del tiempo lo hemos pasado discutiendo sobre eso. Demasiado tiempo. Hay algunos trastornados, por supuesto, que piensan que podremos subir y vivir en la nave, y que será como ascender a los cielos. La mayoría es más razonable. Estableceremos nuestras propias comunicaciones con los Geómetras y… realizaremos nuestras propias negociaciones.

—¡Pero es un proyecto que se opone frontalmente a la Reconstitución!

—¿La Reconstitución menciona a los alienígenas? ¿Habla de múltiples cosmos?

Me callé. Sabía cuándo me habían aplanado.

—En cualquier caso… —añadió.

Yo completé la frase.

—En cualquier caso la Reconstitución es papel mojado si están desempolvando los matatodos.

—Ya se emplea el término poscenobítico —dijo Leo—. La gente habla de un Segundo Resurgimiento.

—¿Quién participa?

—Bastantes servitores. No tantos decanes. No sé si me explico.

—¿De qué órdenes? ¿De qué cenobios?

—Bien… los avotos del Valle Tintineante consideran los matatodos una vergüenza, si eso te sirve de algo.

—¿Dónde se reúne ese Lucub? Tiene que ser enorme.

—Es un montón de Lucubs. Una red de células. Nos hablamos.

—¿Qué haces tú, Lio?

—Me quedo al fondo de la sala con aire de tipo duro. Presto atención.

—¿A qué prestas atención?

—Hay algunos locos —dijo—. Bien, no son exactamente locos, sino demasiado racionales, no sé si me entiendes. No entienden de táctica, ni de discreción.

—¿Y qué dice esa gente?

—Que es hora de que las personas inteligentes estén al mando. Es hora de arrebatar el poder a gente como el Guardián del Cielo.

—¡Decir esas cosas podría llevarnos a un Cuarto Saqueo! —dije.

—Algunas personas van más allá de eso —dijo Lio—. Dicen: «Vale, que así sea. Los Geómetras se pondrán de nuestra parte.»

—Eso es increíblemente imprudente —dije.

—Por eso presto atención a esa gente —dijo Lio—, e informo a mi grupo de Lucub, cuyos miembros en comparación parecen razonables.

—¿Por qué iban los Geómetras a intervenir para detener un Saqueo?

—La gente que lo cree es mayoritariamente del ala dura del MTH, lamento decirlo. Han visto la demostración adrakhónica en el fototipo de Orolo. Creen que los Geómetras son nuestros hermanos. El hecho de que los Geómetras aterrizasen por primera vez en Orithena lo confirma.

—Lio, tengo una pregunta.

—Vale.

—No tengo ningún contacto con Ala. Jesry dice que es porque ella intenta resolver su connubio. Pero no parece propio de Ala. ¿Ella sabe algo sobre este grupo del que me hablas?

—Fue idea suya —dijo Lio.

Esfénicos: Escuela de teores de la antigua Ethras, que eran contratados como tutores de los hijos de las familias adineradas. En muchos de los diálogos clásicos se oponen a Thelenes, Protas u otros miembros de su escuela. Su campeón más eminente fue Uraloabus, que en el diálogo del mismo nombre resultó tan completamente aplanado por Thelenes que se suicidó allí mismo. Se oponían a los puntos de vista de Protas y, en general, preferían creer que la teorética se producía por completo entre las orejas, sin recurrir a realidades externas como las formas protanas. Fueron los antecesores de sante Proc, las Facultades Sintácticas y los procianos.

Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.

El plato de Paphlagon estaba limpio; Lodoghir ni siquiera había tocado el tenedor. El hambre al final triunfó donde los carraspeos, las miradas de furia, los suspiros desesperados y la salida en masa de los servitores habían fracasado: Lodoghir guardó silencio, tomó el vaso y se lavó las cuerdas vocales al rojo vivo.

Paphlagon se mostraba extrañamente tranquilo… casi feliz.

—Si alguien examinase una transcripción de ese discurso, podría encontrar un catálogo extraordinario, y bastante largo, de todos los trucos retóricos de los esfénicos. Hemos visto invocar el sentimiento de la multitud: «Ya nadie cree en el MTH.» «Todos creen que el Protismo es una locura.» Hemos oído argumentos acerca de la autoridad: «Refutado en el siglo XXIX por nada menos que sante Tal y Cual.» Ha habido intentos de apoyarse en nuestra inseguridad personal: «¿Cómo se lo puede tomar en serio una persona cuerda?» Y se han usado muchas otras técnicas cuyo nombre he olvidado, porque ya hace mucho tiempo que estudié a los esfénicos. Por tanto, debo empezar aplaudiendo el dominio retórico que nos ha ofrecido a los demás la oportunidad de disfrutar de una excelente comida y descansar nuestras voces. Pero no me quedaría satisfecho si no señalase que fra Lodoghir todavía no nos ha dado ni un solo argumento merecedor de ese nombre contra la idea de que hay un Mundo Teorético de Hylaea poblado por entidades matemáticas, llamadas cnoönes, que no tienen naturaleza espacial ni temporal, y a las que nuestra mente puede acceder.

—Ni podría… ¡nunca! —exclamó fra Lodoghir, cuyas mandíbulas habían estado trabajando a un ritmo asombroso para deshacerse de un trozo de comida—. Los protistas os cuidáis mucho de plantear la conversación de tal forma que no se vea afectada por el debate racional. ¡No puedo demostrar que os equivocáis de la misma forma que no puedo demostrar la inexistencia de Dios!

Paphlagon tenía cierta habilidad para las peleas callejeras; se limitó a pasar de lo que Lodoghir acababa de decir:

—Hace unas semanas, en el Plenario, tú y algunos otros procianos propusisteis la idea de que el diagrama del Teorema Adrakhnico de la nave de los Geómetras podía ser una falsificación que el propio Orolo insertó en su fototipo, o quizás alguien de Edhar. ¿Te retractas de esa acusación? —Y Paphlagon miró por encima del hombro un fototipo de gran resolución de la nave de los Geómetras, que el telescopio óptico más grande de Arbre había tomado la noche anterior, en el que se veía claramente el diagrama. Las paredes del mensalán estaban cubiertas de fototipos, y había más sobre la mesa.

—No tiene nada de malo lanzar hipótesis durante el proceso de una discusión —dijo Lodoghir—. Está claro que ésa, en concreto, resultó ser falsa.

—Creo que acaba de decir: «Sí, retiro mi acusación» —dijo Tris en la cocina. Yo había vuelto allí supuestamente para cumplir con mis obligaciones, pero en realidad para repasar más montones de fototipos. Todos los miembros del Convox llevaban días mirándolos, pero nadie corría peligro de cansarse.

—Es una suerte enorme que la jugada haya salido bien —reflexionó Emman, mirando fijamente la ampliación granulosa de un puntal.

—¿Te refieres a que no nos dieran un varapalo? —preguntó Barb con sinceridad.

—No, a que tenemos imágenes —dijo Emman—. Las hemos obtenido de un modo inteligente, aquí.

—Oh… ¿quieres decir que es una suerte políticamente? —preguntó Karvall un tanto dudoso.

—¡Sí! ¡Sí! —exclamó Emman—. ¡El Convox es caro! Los Poderes Fácticos están contentos cuando produce resultados tangibles.

—¿Por qué es caro? —preguntó Tris—. Hacemos crecer nuestra propia comida.

Al fin Emman apartó la vista de las imágenes. Examinaba la cara de Tris para ver si realmente hablaba en serio.

Por el altavoz, Paphlagon decía:

—El Teorema Adrakhónico es cierto aquí. Aparentemente es cierto en los cuatro cosmos de origen de los Geómetras. Si su nave hubiese acabado en otro cosmos, igual que el nuestro pero carente de vida inteligente, ¿habría sido cierto allí?

—No hasta la llegada de los Geómetras para decir que era cierto —dijo Lodoghir.

En la cocina, intervine antes de que Emman pudiese soltar algo de lo que luego tuviese que arrepentirse.

—¡Debe de ser caro que gente como Emman e Ignetha Foral lo sigan! —dije.

—Por supuesto —dijo Emman—, pero incluso dejando eso de lado: aquí se está realizando un inmenso esfuerzo cenobítico. Miles de avotos trabajan día y noche. A los seculares no les gusta el esfuerzo malgastado. Mucho menos a los seculares que saben algo sobre administración.

«Administración» era una palabra flújica. Caras inexpresivas en la cocina. Intervine para traducir:

—Los Panjandrumes, por el simple hecho de que saben cómo hacer que funcione un puesto de sandwiches, creen que saben cómo dirigir un Convox. Se ponen nerviosos si hay mucha gente invirtiendo tiempo en algo sin producir resultados.

—Oh, comprendo —dijo Tris, un tanto dubitativa.

—¡Qué gracioso! —dijo Karvall, y volvió al trabajo.

Emman puso los ojos en blanco.

—Admito no ser teor —decía Ignetha Foral por el altavoz—, pero cuanto más oigo menos comprendo tu postura, fra Lodoghir. Tres es primo. Es primo hoy, era primo ayer. Hace mil millones de años, antes de que hubiese cerebros con los que pensar, era primo. Y si mañana fuesen destruidos todos los cerebros, seguiría siendo primo. Está claro que el hecho de ser primo no tiene que ver con nuestro cerebro.

—Tiene mucho que ver con nuestro cerebro —insistió Lodoghir—, porque nosotros suministramos la definición de qué es un número primo.

—Ningún teor que estudie estas cuestiones logra escapar durante mucho tiempo a la conclusión de que los Cnoönes existen independientemente de lo que pueda estar pasando, o no pasando, en un momento dado en el cerebro de la gente —dijo Paphlagon—. Basta con aplicar el Brazo. ¿Cuál es la forma más simple de explicar el hecho de que teores trabajando independientemente en eras diferentes, en subdisciplinas diferentes, incluso en épocas diferentes, una y otra vez, demuestren los mismos resultados… resultados que no se contradicen entre sí, a pesar de que se obtuvieron por medio de demostraciones diferentes… resultados que en ocasiones se pueden convertir en teorías que describen perfectamente el comportamiento del universo físico? La respuesta más simple es que los Cnoönes existen realmente y no en este dominio causal.

Sonó la campanilla de Arsibalt. Decidí ir con él. Quitamos una imagen enorme del icosaedro que había estado colgada de un tapiz situado detrás de Paphlagon. Karvall y Tris nos ayudaron a retirar el tapiz para dejar al descubierto una pared de pizarra gris oscuro y un cesto de tizas. El diálogo se había convertido en una exposición del Protismo Complejo frente al Protismo Simple, y por tanto se le pidió a Arsibalt que dibujase en la pizarra los mismos diagramas que fra Criscan había dibujado en el polvo del camino al Cerro de Bly cuando unas semanas antes nos explicaba lo mismo a Lio y a mí: el Tren de Carga, el Pelotón de Ejecución, la Mecha y demás. A medida que se desarrollaba la exposición, yo iba pasando de la cocina al mensalán. Ignetha Foral hacía tiempo que conocía ese material, pero era nuevo para varios de los presentes. Zh’vaern, en concreto, hizo muchas preguntas. Emman, por una vez, comprendió menos que su decán, y por tanto mientras él y yo preparábamos la guarnición para el postre, observé su rostro y le ofrecí una explicación en cuanto su visión se desenfocaba.

Regresé al mensalán para retirar los platos justo cuando Paphlagon explicaba la Mecha:

—Un Grafo Acíclico Dirigido totalmente generalizado en el que ya no hay distinciones entre, por un lado, los llamados mundos teoréticos y, por otro, los habitados como Arbre, Cuador y los demás. Por primera vez, tenemos flechas que parten del dominio causal de Arbre hacia otros mundos habitados.

—¿Pretendes sugerir que Arbre podría ser el Mundo Teorético de Hylaea de algún otro mundo en el que vive gente? —preguntó Lodoghir, como si no diese crédito a lo que oía.

—O varios de esos mundos —dijo Paphlagon—, que en sí mismos podrían ser MTH de mundos adicionales.

—Pero ¿cómo se podría llegar a probar semejante hipótesis? —preguntó Lodoghir.

—No podríamos —admitió Jad. Era lo primero que decía en toda la noche—. A menos que esos mundos viniesen a nosotros.

Lodoghir se echó a reír con ganas.

—¡Fra Jad! ¡Te felicito! ¿Qué sería de este Mensal sin tus chistes? No estoy de acuerdo con nada de lo que dices, ¡pero el resultado es una cena de lo más entretenida al ser tan absolutamente impredecible!

La primera parte la oí en persona, el resto en la cocina, a la que había regresado cargado de platos. Emman estaba de pie junto a la encimera sobre la que había extendido los fototipos, manejando su cismex. Pasó de mí, pero cuando Ignetha Foral se puso a hablar alzó la vista y la fijó en el vacío.

—El material es interesante, la explicación ha sido buena, pero estoy perdida. Ayer por la noche se nos contó una historia de cómo era posible entender la pluralidad de mundos y que estaba relacionada con el espacio de Hemn y las líneas de mundo.

—Yo me he pasado todo el día explicándolo a una sala llena de burócratas —se quejó Emman, con un bostezo teatral—. ¡Y ahora esto!

—Ahora —decía Ignetha Foral—, escuchamos una explicación totalmente diferente, que no parece tener ninguna relación con la primera. No puedo evitar preguntarme si en el Mensal de mañana se contará con otra historia, y otra completamente diferente en el siguiente.

Lo que provocó en el mensalán una ronda de conversaciones no muy interesantes. Los servitores aprovecharon para limpiar. Arsibalt regresó a la cocina y se ocupó del barril.

—Será mejor que me anime —explicó, sin dirigirse a nadie en particular—, porque estoy condenado a pasar el resto de esta velada dibujando burbujas de luz.

—¿Qué es una burbuja de luz? —preguntó Emman con calma.

—Un diagrama que ilustra cómo la información, causa y efecto, se mueve por el espacio y el tiempo.

—El tiempo… ¿que no existe? —dijo Emman, repitiendo lo que ya se había convertido en un chiste.

—Sí. Pero da igual. El espacio tampoco existe —dije.

Emman me miró fijamente y decidió que debía de estar burlándome de él.

—Bien, ¿cómo le va a tu amigo Lio? —preguntó Emman, a cuenta de la noche anterior. Era de destacar que recordara el nombre de Lio, puesto que no había habido presentación formal y la conversación había sido escasa. En el Convox, la gente se conocía de un montón de formas, así que era posible que ya se hubiesen encontrado antes.

No lo habría tenido en cuenta de no ser por la naturaleza de mi conversación con Lio. El día anterior me sentía cómodo en compañía de Emman. Aquel día la situación era otra. La gente que me importaba se veía involucrada, y en el caso de Ala quizá lo dirigía, en un movimiento subversivo. Lio intentaba atraerme mientras Emman intentaba seguirme al Lucub. ¿Era posible que el Poder Secular se hubiese enterado y que la verdadera misión de Emman fuese desenmascararlo, aprovechándose de mí? No era una idea muy agradable… pero así tenía que pensar a partir de entonces.

Me había quedado tendido en mi celda toda la noche, despierto a causa del jet lag y el miedo al Cuarto Saqueo. Por fortuna la mayor parte del día había sido un inmenso Plenario en el que nos habían contado la jugarreta del satélite, enseñado fototipos y pasado motus. Los bancos del fondo de la nave unaria estaban tan en penumbra y eran tan amplios como para que veintenas de avotos cansados por el Lucub y yo pudiésemos estirarnos y dormir. Cuando acabó, alguien me despertó. Me había puesto en pie, me había frotado los ojos, había mirado al otro lado de la nave y entrevisto a Ala. Era la primera vez que la veía desde que había atravesado la pantalla durante el Voco. Había estado a cien pies de mí, de pie en un círculo de avotos más altos, en su mayoría hombres, todos de más edad, pero aparentemente defendiéndose bien en alguna conversación seria. Algunos de esos hombres eran seculares vestidos de militar. Había decidido que no era el mejor momento para acercarme a saludarla.

—¡Eh! ¡Raz! ¡Raz! ¿Cuántos dedos ves? —me preguntaba Emman. A Tris y a Karvall les pareció gracioso—. ¿Cómo le va a Lio? —insistió.

—Está ocupado —dije—, muy ocupado. Ha estado trabajando bastante con los avotos del Valle Tintineante.

Emman cabeceó.

—Está bien que haga ejercicio —dijo—. Me encantaría saber de qué sirven las inmovilizaciones y los pinzamientos de nervio contra los quemamundos.

Mi mirada regresó al montón de fototipos. Emman apartó algunos y encontró una imagen detallada de una especie de unidad desmontable unida a uno de los amortiguadores. Era un huevo achaparrado de metal gris, sin indicaciones y sin adornos. A su alrededor se había construido un entramado estructural para montar antenas, impulsores y tanques esféricos. Estaba claro que había sido diseñada para soltarse y moverse por sí misma. La mantenía sujeta al amortiguador un sistema de soportes que atravesaba el entramado para agarrar directamente el huevo gris. Ese detalle había llamado la atención del Convox. Se había calculado el tamaño de esos soportes. Eran desmesurados. Sólo podían ser de ese tamaño si el objeto que retenían, el huevo gris, era muy pesado. Increíblemente pesado. No era un simple vehículo presurizado. ¿Podía ser que tuviese las paredes extremadamente gruesas? Pero los cálculos no tenían sentido si se basaban en un metal normal. La única conclusión, la única forma de explicar el número de protones y neutrones de esa cosa, era suponer que estaba hecha de un metal situado tan al extremo de la tabla de elementos que sus núcleos, en cualquier cosmos, eran inestables. Fisionables.

El objeto no era un mero tanque. Era un dispositivo termonuclear, órdenes de magnitud mayor que el más grande jamás fabricado en Arbre. Los tanques de propulsión contenían masa suficiente para llevarlo a una órbita antípoda a la de la nave madre. De detonar, emitiría suficiente radiación contra Arbre como para incendiar la mitad del planeta.

—La verdad es que no creo que los valleros estén planteándose atacar el quemamundo con trajes espaciales y reducirlo a puñetazos —dije—. En realidad, lo que más me impresiona de ellos son sus conocimientos sobre tácticas e historia militares.

Emman alzó la mano para rendirse.

—No me malinterpretes. Me gustaría tenerlos de mi lado.

Una vez más, no pude evitar percibir un significado oculto. Pero sonó una campanilla. Como animales de laboratorio, habíamos aprendido a distinguir las campanillas, así que no tuvimos que mirar para saber de quién era. Arsibalt dio un último trago a la jarra y salió corriendo.

La voz de Moyra surgía del altavoz:

—Uthentine y Erasmas eran Milésimos, así que su tratado no se copió en el mundo cenobítico hasta el Segundo Convox Milenario. —Hablaba de los dos avotos que habían desarrollado originalmente la idea del Protismo Complejo—. Incluso entonces apenas despertó interés, hasta el siglo XXVII, cuando fra Clathrand, un centenario, milenario posteriormente, de Sante Edhar, mirando esos diagramas comentó el isomorfismo entre las flechas de causalidad de esas redes y el flujo del tiempo.

—¿Isomorfismo significa…? —preguntó Zh’vaern.

—Igual forma. El tiempo fluye, o parece fluir, en una dirección —dijo Paphlagon—. Sucesos del pasado causan sucesos del presente, pero no viceversa, y el tiempo jamás describe círculos. Fra Clathrand señaló algo importante: que la información sobre los Cnoönes, los hechos que fluyen por esas flechas, se comporta como si los Cnoönes estuviesen en el pasado.

Una vez más, Emman miraba al vacío, estableciendo conexiones en su cabeza.

—Paphlagon es también un Centeno de Edhar, ¿no?

—Sí —dije—. Probablemente por eso se interesó por este tema. Seguramente dio en algún sitio con el manuscrito de Clathrand.

—Siglo XXVII —repitió Emman—. Por tanto, el trabajo de Clathrand se difundió por el mundo cenobítico en el Apert de 2700.

Asentí.

—Sólo ocho décadas antes del alzamiento… —Calló de golpe y me miró nervioso.

—Antes del Tercer Saqueo —le corregí.

En el mensalán, Lodoghir había estado exigiendo una explicación. Moyra finalmente le tranquilizaba:

—La premisa última del Protismo es que los Cnoönes nos pueden cambiar a nosotros, en el sentido literal y físico de hacer que nuestros tejidos nerviosos se comporten de otra forma. Pero lo contrario no es cierto. Nada de lo que sucede en nuestro tejido nervioso puede hacer que cuatro sea un número primo. Clathrand se limitaba a decir que, de la misma forma, lo que está en nuestro pasado puede afectarnos en el presente, pero nada de lo que hagamos en el presente puede afectar a sucesos del pasado. Y aparentemente eso sería una explicación perfectamente razonable de un aspecto de esos diagramas que, en caso contrario, podría parecernos místico… a saber, la pureza e inmutabilidad de los Cnoönes.

Y a partir de ese momento, tal como Arsibalt había predicho, la conversación se convirtió en una introducción a las burbujas de luz, que eran una vieja idea empleada por los teores para ver cómo el conocimiento, y las relaciones de causa y efecto, podían propagarse en el tiempo de un lugar a otro.

—Muy bien —dijo finalmente Zh’vaern—. Admito la Enunciación de Clathrand de que cualquiera de esos GAD, la Mecha y demás, pueden ser isomorfos con alguna disposición de elementos en el espaciotiempo, influyéndose por medio de la propagación de información a la velocidad de la luz. Pero ¿qué nos aporta la Enunciación de Clathrand? ¿Afirma realmente que los Cnoönes están en el pasado y que, simplemente, de alguna forma los recordamos?

—Percibimos… no recordamos —le corrigió Paphlagon—. Un cosmógrafo que ve estallar una estrella lo percibe en su presente… aunque intelectualmente sepa que sucedió hace miles de años y que simplemente los hechos llegan ahora al objetivo de su telescopio.

—Vale… pero mi pregunta sigue siendo la misma.

Era muy poco habitual que Zh’vaern se implicase tanto en el diálogo. Emman y yo lo confirmamos mirándonos inquisitivamente. ¿Podía ser que el matarrhita se estuviese preparando para decir algo?

—Tras el Apert de 2700, varios teores probaron distintas opciones con la Enunciación de Clathrand —dijo Moyra—. Cada uno probó algo diferente, dependiendo de sus ideas sobre el tiempo y su concepto de la metateorética. Por ejemplo…

—Es demasiado tarde para ejemplos —dijo Ignetha Foral.

Lo que enfrió el mensalán y pareció cerrar la discusión, hasta que Zh’vaern soltó:

—¿Tiene eso alguna relación con el Tercer Saqueo?

Se produjo un silencio todavía más largo.

Una cosa era que Emman y yo, en la cocina, lo mencionásemos, e incluso eso me había hecho sentir bastante incómodo. Pero que Zh’vaern sacase el tema en un Mensal al que asistían (vigilaban) los seculares, pasaba de lo desastrosamente grosero. Dar a entender que los avotos tenían alguna culpa del Tercer Saqueo… eso era de por sí una descortesía de las que acaban con cualquier velada. Pero sembrar tal idea en las mentes de seculares extremadamente poderosos era de una imprudencia rayana en la traición.

Fra Jad rompió finalmente el silencio con una risita, tan grave que el sistema de sonido apenas la reprodujo.

—¡Zh’vaern viola un tabú! —comentó.

—No veo ninguna razón para no tratar ese tema —dijo Zh’vaern, en absoluto avergonzado.

—¿Cómo les fue a los matarrhitas en el Tercer Saqueo? —preguntó Jad.

—Según la iconografía de la época, nosotros, por el hecho de ser deólatras, no teníamos nada que ver con Rétores ni Conjuradores y, por tanto, se nos consideraba…

—¿Inocentes de aquello de lo que nosotros fuésemos culpables? —dijo Asquin, aparentemente escogiendo ese momento para dejar de ser agradable.

—En cualquier caso —dijo Zh’vaern—, nos retiramos a una isla en las profundas regiones polares del sur y nos alimentamos de las plantas, los pájaros e insectos disponibles. Allí desarrollamos nuestra cocina, que sé que os resulta desagradable a muchos de vosotros. Con cada bocado que comemos recordamos el Tercer Saqueo.

En el altavoz oí movimientos, carraspeos y el sonido de utensilios por primera vez desde que Zh’vaern había lanzado la bomba fétida en medio de la mesa. Pero luego lo estropeó todo devolviéndole la pregunta a Jad:

—¿Y vosotros? Edhar fue uno de los Intactos, ¿no es cierto?

Todos volvieron a envararse. Clathrand había salido de Edhar; Zh’vaern planteaba por lo visto la teoría de que el trabajo de Clathrand había sido la base de las actividades de los Conjuradores; llamaba en aquel momento la atención sobre el hecho de que el cenobio de Jad de alguna forma había logrado evitar el Saqueo durante siete décadas.

—¡Fascinante! —exclamó Emman—. ¿Podría empeorar más?

—Me alegro de no estar ahí —dijo Tris.

—Arsibalt debe de estar agonizando —dije. Nos llamó la atención un ruido al fondo de la cocina: Orhan, el servitor de Zh’vaern, había estado allí, en silencio. Era fácil olvidar su presencia cuando no podías verle la cara.

—Acabas de llegar al Convox, fra Zh’vaern —dijo sur Asquin—, y por tanto te perdonamos no haber oído, todavía, lo que durante las últimas semanas se ha convertido en un secreto a voces: que los Tres Intactos son depósitos de residuos nucleares y que, como tales, probablemente disfrutaron de la protección del Poder Secular.

Si Zh’vaern no lo sabía, tampoco dio muestras de estar sorprendido.

—No vamos a ninguna parte —dijo Ignetha Foral—. Es hora de avanzar. El propósito del Convox, y de este Mensal, es hacer cosas, no hacer amigos y mantener conversaciones corteses. La política de lo que llamáis el Poder Secular con respecto al mundo cenobítico es la que es y no se verá alterada por una metedura de pata en los postres. El quemamundo ha concentrado la mente de muchos… al menos donde yo trabajo.

—¿Adonde te gustaría que se dirigiese mañana esta conversación, Madame Secretaria? —preguntó sur Asquin. No hacía falta verle la cara para saber que la reprimenda le había dolido.

—Quiero saber quiénes, qué son los Geómetras y de dónde vienen —dijo Ignetha Foral—. Cómo llegaron hasta aquí. Si tenemos que discutir durante toda la noche sobre metateorética policósmica para poder responder a esas preguntas, ¡que así sea! Pero no volvamos a hablar de nada que no sea relevante para nuestros fines.

Resurgimiento: El acontecimiento histórico que separa la Antigua Era Cenobítica de la Era Práxica y que habitualmente se sitúa en el -500, periodo en el que se abrieron las puertas de los cenobios y los avotos se dispersaron por el mundo secular. Se caracterizó por un súbito florecimiento de la cultura, los avances teoréticos y la exploración.

Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.

Me había estado halagando pensando que fra Jad querría hablar conmigo; después de todo, me había enviado en una misión que en tres ocasiones casi había acabado conmigo. Pero, al contrario que Moyra, no era de los que después del Mensal se quedaban por la cocina, charlando con los servitores y lavando platos. Para cuando terminábamos de limpiar, él ya se había ido al lugar donde el Convox alojase a los Milésimos cuando no los necesitaba.

Razón de más para localizar a Lio.

En el camino de Edhar al Cerro de Bly, fra Jad había confiado en nosotros, o eso creíamos, al dejar caer la posibilidad de que fuese excepcionalmente anciano. Si daba con Jad y llevábamos el diálogo al siguiente nivel, fuera cual fuese, Lio debía estar conmigo.

El problema era que parecía haberme crecido un séquito: Emman, Arsibalt y Barb. Si llevaba a esos tres a una reunión de la conspiración sediciosa de la que formaba parte Lio, Arsibalt se desmayaría y habría que llevarlo a rastras a su celda; Barb se lo contaría a todo el Convox, y Emman nos denunciaría a los Panjandrumes.

Mientras fregaba el suelo de la cocina se me ocurrió la idea de llevarlos al Lucub de Jesry. Con suerte, allí podría deshacerme de alguno o de todos.

Como supimos mientras intentaba dar con Jesry (Emman por mensaje de cismex y los demás por medio de repiques codificados emitidos por el carillón del Precipicio), habían cancelado el Lucub. De hecho, lo habían cancelado todo, excepto el Laboratorium y el Mensal, y la única razón para permitir el Mensal era que teníamos que comer para trabajar. Durante el resto del tiempo se suponía que debíamos analizar la nave de los Geómetras. Los seculares contaban con dispositivos sintácticos para construir y mostrar modelos tridimensionales de objetos complicados, y nuestra meta era crear uno de esos modelos, hasta el último remache, escotilla y soldadura, de la nave espacial que orbitaba nuestro planeta… o al menos de su concha externa, que era lo que podíamos ver. Emman sabía manejar esos sistemas de representación y, por tanto, lo mandaron a trabajar en un Laboratorium con un buen montón de Atis. Por lo que yo sabía, él en realidad no modelaba nada… simplemente hacía que el sistema funcionase. A los que teníamos conocimientos teoréticos nos asignaron a nuevos Laboratorium que tenían como propósito examinar los fototipos de la noche anterior e integrar los resultados en el modelo.

Algunas tareas eran más exigentes que otras. El sistema de propulsión, con chorros de plasma interaccionando con la placa trasera, era tan difícil de entender que incluso a Jesry le costaba. A él le habían encargado revelar los misterios de las baterías de láseres de rayos X. Yo participaba en un equipo encargado de analizar la dinámica a gran escala de la nave. Suponía que alguna parte en el interior del icosaedro giraba para crear pseudogravedad. Por tanto, se trataba de un giróscopo inmenso. Al maniobrar, como se había visto obligado a hacer la noche anterior, debían inducirse fuerzas giroscópicas entre las secciones giradas y no giradas, de las que debían ocuparse cojinetes de alguna naturaleza. ¿Cómo eran de grandes esas fuerzas? Y, en cualquier caso, ¿cómo maniobraba esa cosa? No se habían encendido motores. No había estallado ninguna carga de propulsión. Y sin embargo el Edro había girado con asombrosa agilidad. La única explicación razonable era que contenía un conjunto de volantes de inercia, de giróscopos que giraban muy rápidamente, que podían emplearse para almacenar y liberar momento angular. Imagina una vía férrea circular construida alrededor de la superficie interna del icosaedro, dando toda la vuelta, y un tren de carga que ejecuta un bucle eterno. Si el tren frena, cede parte de su momento angular al icosaedro y lo obliga a girar. Al soltar los frenos del tren y darle al acelerador, se logra el efecto contrario. Desde la noche anterior había quedado claro que el Edro contenía media docena de esos sistemas: dos en direcciones opuestas por cada uno de los tres ejes. ¿Qué tamaño tenían y cuánta potencia podían intercambiar con la nave? De eso, ¿qué podíamos deducir sobre el material del que estaban fabricados? De forma más general, tomando medidas precisas de la maniobra del Edro, ¿qué podíamos deducir sobre el tamaño, la masa y la tasa de giro de las secciones habitadas que ocultaba en su interior?

Arsibalt fue asignado a un equipo que empleaba espectroscopia y otros medios para averiguar qué partes de la nave se habían fabricado en cada cosmos; ¿o se había fabricado enteramente en un solo cosmos? A Barb le encargaron dar sentido a la red triangular de pilares que se había observado sobresaliendo de la parte no rotatoria de la nave. Y así sucesivamente. Por lo que pasaron seis horas en las que estuve completamente enfrascado en el problema que nos habían asignado a mí y a otros cinco teores. No tuve ni un momento para pensar en nada más hasta que alguien me dijo que el sol salía y recibimos el mensaje de que habría comida en la gran plaza frente a la Seo, al pie del Precipicio.

De camino allí, durante unos minutos, intenté sacarme de la cabeza los problemas de giroscopios y pensar en la situación global. Ignetha Foral había dejado bien clara su impaciencia durante el Mensal de la noche anterior. Habíamos salido del Mensal para encontrarnos en un Convox reorganizado abruptamente… siguiendo orientaciones seculares. Ahora todos éramos como práxicos trabajando en pequeños fragmentos de un problema cuya globalidad podíamos no llegar a ver nunca. ¿Era un cambio permanente? ¿Cómo afectaría al movimiento que había mencionado Lio? ¿Era una estrategia deliberada con la que los Panjandrumes intentaban sofocar el movimiento? Lo que Lio me había contado me había dejado ansioso y temía lo que pudiese descubrir si algún día llegaba al Lucub de Ala. Así que me alivió que estuviese en animación suspendida. La conspiración no había podido avanzar la noche anterior. Pero también me preocupaba cómo podía responder si tenía que volverse todavía más clandestina.

El desayuno se servía en el exterior, sobre largas mesas que los militares habían dispuesto en la plaza. Conveniente para nosotros… pero de estilo extraña y molestamente secular, y otra señal más de que los jerarcas cenobíticos habían perdido el poder o lo habían cedido a los Panjandrumes.

Saliendo de la cola con un trozo de pan, mantequilla y miel, vi a una joven que tomaba asiento en una mesa por lo demás vacía. Caminé con rapidez y me senté frente a ella. Teníamos la mesa entre nosotros, por lo que no hubo ningún momento de incertidumbre sobre si nos debíamos abrazar, besar o dar la mano. Ella sabía que yo estaba allí, pero durante un buen rato permaneció inclinada sobre el plato, mirando la comida y, pensé yo, reuniendo fuerzas para alzar los ojos y mirarme.

—¿Está ocupado? —preguntó un fra con un paño muy complicado, ofreciéndome la mirada congraciadora que yo había aprendido a asociar con los que querían hacer la pelota a los edharianos.

—¡Vete! —dije. Lo hizo—. Mandé un par de cartas —dije—. No sé si las recibiste.

—Osa me entregó una —dijo—. No la abrí hasta después de lo sucedido con Orolo.

—¿Por qué no? —pregunté, intentando parecer amable—. Sé lo de Jesry…

El dolor le hizo cerrar los grandes ojos… no… la exasperación, y negó con la cabeza.

—Olvida eso. Es simplemente que han estado pasando muchas cosas. Y no quería distracciones. —Se repantigó en la silla plegable y lanzó un suspiro desde lo más hondo—. Tras la Visitación de Orithena, pensé que quizá fuese mejor abrirme al mundo. Desconectar, como dicen los extras. Leí tu carta. Creo… —Frunció la frente—. No sé qué pienso. Es como si tuviese tres vidas diferentes. Antes del Voco. Entre el Voco y la muerte de Orolo. Y desde entonces. Y tu carta, que era muy buen trabajo, no te confundas, estaba escrita para la Ala de hace dos vidas.

—Creo que podríamos contar la misma historia —dije.

Se encogió de hombros, asintió y se puso a comer.

—Bien —probé—, entonces háblame de tu vida actual.

Me miró, demasiado tiempo para que fuera buena señal.

—Lio me dijo que hablasteis.

—Sí.

Al final apartó la vista. Fue mirando las mesas del desayuno, que se llenaban lentamente de fras y sures cansados, hasta fijarse en los jardines y torres de Tredegarh.

—Me trajeron aquí para organizar a la gente. Así que eso es lo que he estado haciendo.

—Pero no como ellos querían.

Agitó rápidamente la cabeza.

—Es más complicado, Erasmas. —Me mató oírla decir mi nombre—. Resulta que cuando creas una organización, adopta vida propia… vive según una lógica propia. Supongo que si lo hubiese hecho otras veces ya habría sabido que sería así… habría hecho planes.

—Bien… no te castigues.

—No me estoy castigando. Eres tú quien me adjudica emociones. Como se pone ropa a una muñeca.

La antigua sensación, la curiosa mezcla de irritación, amor y deseo por sentirlo más veces, me anegó.

—Verás, sabíamos desde el principio que el Convox era vulnerable. Un blanco evidente si el PACD iniciaba hostilidades.

—¿El PACD?

—Ahora lo llamamos el PACD por Pange-Antar-Cuador-Diasp. Es menos antropomórfico que Geómetras.

Sentí la tentación de decir: «Pero son antropomórficos.» La reprimí.

—Lo sé —dijo mirándome—, son antropomórficos. No importa. Los llamamos el PACD.

—Bien, la verdad es que me intrigaba —dije—. Es un riesgo meter a tanta gente inteligente en una milla cuadrada.

—Sí, pero lo que me han hecho saber, una y otra vez, es que todo es un riesgo. La pregunta es qué beneficios se pueden obtener a cambio de un riesgo dado.

A mí me sonó a la gilypollez organizativa que soltaban continuamente los extras pomposos que no se habían molestado en definir sus términos. Pero a Ala parecía importarle mucho que yo escuchase, comprendiese y estuviese de acuerdo. Incluso alargó la mano y tomó la mía un momento, lo que concentró toda mi atención. Así que escenifiqué procesar lo que me había dicho y mostrarme de acuerdo.

—En este caso, ¿el beneficio es que el Convox podría hacer algo medianamente útil antes de volar por los aires? —pregunté.

Por lo visto acerté, así que siguió hablando:

—Me asignaron a minimización de riesgos, una gilypollez que significa que, si el PACD hace algo que dé miedo, este Convox se dispersará como un montón de moscas ante el matamoscas. Y en lugar de dispersarse al azar, lo haremos de una forma planificada y sistemática. Los Ati lo llaman el Antienjambre. Vamos a seguir en el Reticulum para poder continuar con las funciones esenciales del Convox mientras correteamos por ahí.

—¿Empezaste de inmediato? ¿Justo después de ser Evocada?

—Sí.

—Así que supiste desde el principio que habría un Convox.

Negó con la cabeza.

—Sabía que ellos… nosotros… hacíamos planes para un Convox. No tenía claro que fuese a celebrarse… ni a quién llamarían. Cuando empezó a materializarse, los planes que había estado preparando se definieron de pronto, adquirieron profundidad. Y luego me quedó claro que era… inevitable.

—¿Qué te quedó claro?

—¿Qué nos enseñó fra Corlandin sobre el Resurgimiento?

Me encogí de hombros.

—Tú estudiaste más que yo. Al final de la Antigua Era Cenobítica las puertas de los antiguos cenobios se abrieron de par en par… en algunos casos, arrancando las bisagras. Los avotos se dispersaron por el Sæculum… Vale, creo que lo voy entendiendo.

—Lo que el Poder Secular me había pedido que planificase, sin yo saberlo, era en muchos aspectos indistinguible de un Segundo Resurgimiento —dijo ala—. Porque, Raz, no sólo Tredegarh abriría sus puertas. Si entramos en guerra con el PACD, todos los concentos tendrán que dispersarse. Los avotos caminarán entre la población general, se mezclarán con ella, vivirán con ella. Pero seguiremos hablándonos por el Reticulum. Lo que significa…

—Los Ati —dije.

Asintió y sonrió, animándose cada vez más con la imagen que iba construyendo.

—En cada célula de avotos errantes deberá haber algún Ati. Y ya no será posible mantener la segregación avoto/Ati. El Antienjambre tendrá que realizar tareas… no las tareas tradicionales de los avotos. Trabajo de importancia secular inmediata.

—Una segunda Era Práxica —dije.

—¡Exacto! —Estaba entusiasmada. Yo también sentía la emoción. Pero me aparté de esa sensación, recordando que sólo sucedería si se declaraba una guerra total. Ella también se dio cuenta y obligó a su cara a adoptar la expresión que supuse que tenía en las reuniones con líderes militares de alto nivel—. Empezó… —dijo en voz mucho más baja, y supe que se refería a lo que Lio me había contado—, empezó con reuniones de los líderes de células. Verás, las células, los grupos en los que nos dividiremos si iniciamos el Antienjambre, tienen cada una un líder. Me he estado reuniendo con esos líderes, entregándoles planes de evacuación, dándoles a conocer quiénes estarán en sus células.

—Así que eso…

—Viene ya decidido. Sí. A todos los miembros del Convox ya se les ha asignado una célula.

—Pero yo no…

—No se te ha informado —dijo Ala—. No se le ha dicho a, nadie… excepto a los líderes de célula.

—No queríais inquietar a la gente… distraerla… no tenía sentido hacérselo saber.

—Cosa que está a punto de cambiar —dijo, y miró a su alrededor como si esperase que cambiase de inmediato. Y, efectivamente, me di cuenta de que varios drumones militares más habían llegado a los terrenos y habían aparcado en un extremo de aquel Refectorio al aire libre. Los soldados montaban un sistema de sonido—. Es por eso que comemos juntos —resopló—. Es por eso que estoy comiendo algo. Es la primera comida digna de ese nombre que tomo desde hace tres días. Ahora me toca relajarme un poco… dejar que las cosas sigan su curso.

—¿Qué va a pasar?

—Todos recibirán un paquete e instrucciones.

—No puede ser casualidad que sea desayunando en el exterior bajo un cielo despejado —comenté.

—Ahora piensas como Lio —dijo aprobadora, mientras se comía un trozo de pan. Tragó y siguió hablando—: Es una estrategia de disuasión. El PACD verá lo que hacemos y, se espera, supondrá que nos preparamos para dispersarnos. Y si saben que estamos listos para dispersarnos a la mínima, tendrán menos incentivos para atacar Tredegarh.

—Tiene sentido —dije—. Supongo que dentro de un minuto se me ocurrirán más preguntas. Pero comentabas algo sobre las reuniones con los líderes de célula…

—Sí. Ya sabes cómo son los avotos. Nada se acepta porque sí. Todo se analiza. Se dialoga. Me reunía con ellos en grupos pequeños… media docena de líderes en cada ocasión. Les explicaba sus poderes y responsabilidades, interpretábamos distintos escenarios. Y daba la impresión de que en cada grupo había uno o dos que querían ir más allá que el resto. Adoptar una perspectiva histórica más amplia, compararlo con el Resurgimiento y demás. Lo que te contó Lio surgió de esa situación. Algunas de esas personas… bien, simplemente yo no podía responder en el tiempo asignado a todas las preguntas que me hacían. Así que apunté sus nombres y les dije: «Más tarde mantendremos otra reunión para discutir esos aspectos, pero tendrá que ser en Lucub porque, si no, no tendré tiempo.» Y eso coincidió, y puedes considerarlo afortunado o desafortunado, como prefieras, con la Visitación de Orithena.

Nos distrajimos, porque el sistema de sonido se activó. Una jerarca pidió que «las siguientes personas» se acercaran a los camiones, donde los soldados abrían palés cargados de mochilas, ya preparadas y bien hinchadas. Era evidente que la jerarca jamás había usado un sistema de amplificación de sonido, pero pronto se acostumbró y se puso a decir los nombres de fras y sures. Lentamente, al principio con incertidumbre, los llamados fueron levantándose de sus asientos y recorriendo los pasillos entre las mesas. La conversación se detuvo un ratito, para luego ser retomada en un tono completamente diferente a medida que la gente exclamaba y elucubraba.

—Vale —dije—, así que estás en un Lucub, en alguna sala de tiza, reunida con los líderes de célula más quisquillosos y revoltosos…

—¡Que, por cierto, son maravillosos! —dijo Ala.

—Ya me lo imagino —dije—. Pero todos quieren profundizar más… a la vez que tú descubres que la pobre mujer de Antar sacrificó su vida…

—Y lo que Orolo hizo por ella —me recordó.

Y en ese punto Ala tuvo que dejar de hablar un momento, porque la pena se había apoderado de ella al tener la guardia baja. Observó, o fingió observar, a los avotos que regresaban a sus asientos, cada uno con una mochila al hombro y una especie de insignia colgando del cuello.

—En cualquier caso —dijo, y paró para aclararse la voz, que se le había puesto algo ronca—, fue lo más extraño que haya visto nunca. Pensaba que hablaríamos hasta el amanecer sin llegar a un consenso. Pero fue lo opuesto. El consenso fue inicial. Todos sabíamos que debíamos establecer contacto con la facción que hubiese enviado a la mujer. E incluso si los seculares no permitían tal cosa, una vez que nos hubiésemos convertido en el Antienjambre…

—¿Qué podrían hacer para deteneros?

—Exacto.

—Lio mencionó algo sobre emplear las estrellas láser de guiado de los grandes telescopios para enviar una señal.

—Sí. Se ha hablado de eso. Por lo que sé, es incluso posible que algunos lo estén haciendo.

—¿De quién fue la idea?

Hizo una mueca.

—¡Es una idea genial! —le garanticé.

—Fue idea de Orolo.

—¡Pero si no pudiste hablar con él!

—Orolo lo hizo —dijo Ala, renuente, observándome atentamente para ver mi reacción—. Desde Edhar. El año pasado. Uno de los colegas de Sammann fue al M y M y descubrió las pruebas.

—¿Pruebas?

—Orolo había programado la estrella láser de guiado del M y M para dibujar una analema en el cielo.

Una semana o un mes antes hubiese negado que tal cosa pudiera ser cierta. Pero ya no.

—Así que Lodoghir tenía razón —suspiré—. Aquello de lo que acusó a Orolo, en el Plenario, era cierto.

—O eso —dijo Ala—, o el pasado ha cambiado.

No me reí.

Siguió hablando.

—También deberías saber que Lodoghir pertenece al grupo del que te he estado hablando.

—Fra Erasmas de Edhar —dijo una voz por el altavoz.

—Bien —dije—, será mejor que vaya a descubrir a qué célula me has asignado.

Negó con la cabeza.

—No va así. No lo sabrás hasta que llegue el momento.

—¿Cómo podremos reunimos con una célula que desconocemos?

—Si sucede, si se da la orden, tu insignia se encenderá y te dirá adonde ir. Cuando llegues allí —dijo Ala—, los demás presentes son los componentes de tu célula.

Me encogí de hombros.

—Es razonable —dije, porque de pronto se había puesto sombría y no sabía por qué. Se inclinó sobre la mesa y me agarró la mano.

—Mírame —dijo—. Mírame.

Cuando la miré vi lágrimas en sus ojos y una expresión en su cara que nunca había visto. Quizás era la misma expresión que yo tenía cuando miré desde la aeronave y reconocí a Orolo. Con su rostro me comunicaba algo que era incapaz de expresar con palabras.

—Cuando vuelvas a la mesa me habré ido —dijo—. Si no te vuelvo a ver antes de que suceda… —me dio la impresión de que para ella era una certidumbre—, debes saber que tomé una decisión horrible.

—¡Venga, Ala, todos lo hacemos! ¡Yo debería contarte algunas de mis más recientes decisiones horribles!

Pero me sacudía, obligándome a comprender sus palabras.

—¿No hay forma de hacerte cambiar de idea? ¿De arreglarlo? ¿De rectificar? —pregunté.

—¡No! Es decir, tomé una decisión horrible en el mismo sentido en que Orolo tomó una decisión horrible frente a las puertas de Orithena.

Me llevó unos momentos comprenderlo.

—Horrible —dije al fin—, pero correcta.

Luego se echó a llorar con tal fuerza que tuvo que cerrar los ojos y darme la espalda. Me soltó la mano y se alejó, con los hombros hundidos, como si la hubiesen apuñalado por la espalda. Parecía la persona más pequeña del Convox. Todos mis instintos me decían que corriese tras ella. Pero sabía que Ala me daría en la cabeza con una silla.

Fui hasta el camión y me entregaron mochila e insignia: una pieza rectangular, como una pequeña tablilla fotomnemónica en blanco.

Luego volví a mi trabajo de estimar el tensor de inercia de la nave de los Geómetras.

Dormí la mayor parte de la tarde y me desperté sintiéndome fatal. Justo cuando mi cuerpo se acostumbraba a la hora local yo lo trastocaba estando despierto a horas intempestivas.

Llegué temprano a la tación de Avrachon. La receta de esa noche exigía cortar y picar mucho, así que llevé un cuchillo y una tablilla de cortar a la galería exterior y trabajé allí, en parte para disfrutar de los últimos rayos de sol y en parte con la esperanza de interceptar a fra Jad de camino al Mensal. La tación de Avrachon era una enorme casa de piedra, no tan parecida a una fortaleza como algunas estructuras cenobíticas que podría mencionar, con balcones, bóvedas y ventanas salientes que me hacían desear ser miembro simplemente para poder trabajar todos los días en un entorno tan pintoresco y encantador. Como si el único objetivo del arquitecto hubiese sido despertar la envidia en el corazón de los avotos, para hacerlos conspirar y maniobrar para lograr entrar. Yo tenía suerte de que una sucesión de acontecimientos tan excepcional hubiese hecho posible que pudiese pasar una hora en su galería pelando verdura. Mi conversación con Ala me había recordado que era mejor aprovechar las oportunidades mientras fuese posible. La tación estaba en una loma, así que disfrutaba de una muy buena vista de los espacios abiertos que había entre las taciones y las sedes. Los grupos de avotos iban y venían, algunos hablando efusivamente, otros en silencio, agachados, agotados. Por los terrenos había fras y sures tendidos, envueltos en sus paños, usando la esfera como almohada, durmiendo. Ver a tantos vestidos de forma tan variada me recordó una vez más la diversidad del mundo cenobítico, un hecho del que nunca había sido consciente antes de llegar allí, y que arrojaba una luz diferente a los comentarios de Ala sobre el Segundo Resurgimiento. En cierta forma, era emocionante considerar la idea de arrancar las puertas de cuajo, simplemente porque representaba un cambio inmenso. Pero ¿implicaría el final de todo lo que los avotos habían levantado en 3.700 años? ¿La gente del futuro miraría anonadada las Seos vacías y pensaría que habíamos sido unos locos por abandonar tales lugares?

Me pregunté quién más podía estar en mi célula y qué tareas nos asignarían los que estuviesen al mando del Antienjambre. Una suposición razonable era que simplemente me encontraría con mi nuevo grupo de Laboratorium y que acabaríamos haciendo lo mismo. Viviendo en habitaciones de un casino de cualquier ciudad, esforzándonos con los diagramas de la nave, tomando comida secular que nos traerían sirvientes analfabetos con uniforme. Formaban parte del grupo dos teores impresionantes, uno de Baritoe y otro de un concento del Mar de Mares. Los demás eran una compañía tediosa y no me apetecía especialmente echarme al monte con ellos.

Ocasionalmente entreveía a alguien del contingente del Valle Tintineante, ¡y mi corazón latía un poco más rápido al imaginar cómo sería compartir célula con ellos! Completas fantasías, por supuesto, porque en semejante compañía yo hubiera sido peor que inútil, pero me divertían. Cualquiera sabía qué le ordenarían hacer a semejante célula. Pero lo que fuese sería más interesante que estimar tensores de inercia. Probablemente fuese algo increíblemente peligroso. Así que casi era mejor que estuviese fuera de mi alcance.

¿Qué aspecto tendría la célula de fra Jad y qué tareas tendría que realizar? Ahora que lo pensaba, ¡para mí había sido un privilegio viajar en compañía de un Milésimo durante unos días! Por lo que sabía, él era el único Milenario del Convox.

Me conformaba con pertenecer a una célula en la que hubiese al menos alguno de los antiguos componentes de mi equipo de reloj de Edhar. Pero dudaba de que así fuese. Estaba claro que a Ala la inquietaba algún aspecto de la decisión que había tenido que tomar en relación a las células, y aunque no sabía qué la reconcomía tanto, aquello me indicaba que no debía de creer que acabaría disfrutando de un feliz paseo con viejos amigos. El respeto, o más bien el sobrecogimiento, con el que muchos miembros del Convox trataban a los edharianos hacía poco probable que muchos de nosotros acabásemos concentrados en una única célula. Nos repartirían entre tantas células como fuese posible. Seríamos líderes y estaríamos tan solos como Ala.

Fra Jad se acercó desde el Precipicio. Me pregunté si le habrían dado un alojamiento arriba, en el cenobio milenario. Si así era, debía de pasar mucho tiempo en las escaleras. Me reconoció de lejos y se me acercó directamente.

—Encontré a Orolo —dije, aunque evidentemente Jad ya lo sabía. Asintió.

—Lo sucedido fue… desafortunado —dijo—. A su debido tiempo, Orolo habría recorrido el laberinto y se habría convertido en mi fra en el risco. Me habría gustado trabajar mano a mano con él, beber su vino, compartir sus ideas.

—Su vino era malísimo —dije.

—Entonces, compartir sus ideas.

—Él parecía comprender muchas cosas —dije. Y deseé preguntar cómo: ¿había descifrado mensajes secretos en los cantos de los Milésimos? Pero no quería quedar como un tonto—. Él cree… él creía qué habéis desarrollado una praxis. No puedo evitar pensar que eso explica tu avanzada edad.

—El efecto destructivo de la radiación sobre los organismos vivos se reduce a la interacción entre partículas del organismo afectado: fotones, neutrones y moléculas —dijo.

—Sucesos cuánticos —dije.

—Sí, y por tanto una célula que acaba de sufrir una mutación y una que no la ha sufrido se encuentran en argumentos separados por una única bifurcación en el espacio de Hemn.

—El envejecimiento —dije— se debe a errores de transcripción en las secuencias de las células al dividirse… que también son hechos cuánticos…

—Sí. No es difícil demostrar cómo podría surgir una mitología plausible e internamente consistente según la cual los encargados de los residuos nucleares inventaron una praxis para corregir los daños debidos a la radiación, que más tarde ampliaron para mitigar los efectos del envejecimiento y demás. —«Y demás» incluía muchísimas posibilidades, pero decidí no ir por ahí—. ¿Eres consciente de lo explosiva que sería esa mitología si ganase credibilidad en el Sæculum?

Se encogió de hombros. El Sæculum no era cosa suya. Pero el Convox era un asunto muy diferente.

—Aquí hay algunos deseosos de hacer que esa mitología se convierta en hecho. Los confortaría.

—Zh’vaern estaba haciendo unas preguntas muy raras —dije, e hice un gesto hacia la procesión de matarrhitas que recorrían el césped a cierta distancia.

Era un gambito. Esperaba formar un lazo de unión con fra Jad ofreciéndole la oportunidad de estar de acuerdo conmigo en que aquellas personas eran raras y odiosas. Pero se escapó.

—De ellos se puede aprender más que de cualquier otro miembro del Convox.

—¿En serio?

—Sería imposible prestar demasiada atención a los tapados.

Dos matarrhitas se apartaron de la procesión y enfilaron hacia la tación de Avrachon. Durante unos momentos observé cómo Zh’vaern y Orhan se acercaban, preguntándome qué vería Jad en ellos, para luego girarme hacia el Milésimo. Pero ya se había ido.

Zh’vaern y Orhan se acercaron en silencio y entraron en la tación después de saludarme, muy envarados, en la galería.

Arsibalt y Barb venían a cien pies por detrás.

—¿Resultados? —exigí.

—¡Falta una pieza de la nave PACD! —anunció Barb.

—Esa estructura que has estado estudiando…

—¡Donde solía estar la pieza que falta!

—¿Qué crees que era?

—¡El motor de transporte intercósmico, evidentemente! —se mofó Barb—. No querían que lo viésemos, ¡porque es alto secreto! Así que lo aparcaron en algún lugar del Sistema Solar.

—¿Qué tal tu grupo, Arsibalt?

—Esa nave está montada a partir de sus elementos construidos en los cuatro cosmos PACD —anunció Arsibalt—. Es como una excavación arqueológica. La parte más antigua es de Pange. Queda muy poco de ella. Sólo hay unos cuantos elementos de Diasp. La mayor parte de la nave está formada por materiales de los cosmos Antar y Cuador… de los cuales, estamos prácticamente seguros, Cuador ha sido el visitado más recientemente.

—¡Buenos resultados! —dije.

—¿Qué hay de ti, qué resultados ha obtenido tu grupo, Raz? —preguntó Barb.

Recogía mis cosas, preparándome para entrar. Arsibalt se acercó a ayudarme.

—Se agitó —dije.

—¿Se agitó?

—Cuando el Edro giró, la otra noche, la rotación no fue constante. Se sacudió un poco. Concluimos que la parte giratoria contiene una gran masa de agua estacionaria y que, cuando provocas una rotación súbita, el agua se agita. —Hablé durante un rato sobre los armónicos superiores de ese proceso y lo que significaban.

Barb perdió el interés y entró.

—¿De qué hablabas con fra Jad? —preguntó Arsibalt.

No me sentía cómodo divulgando la parte de la conversación referida a praxis, así que respondí sinceramente:

—De los matarrhitas. Se supone que debemos prestarles atención… aprender de ellos.

—¿Crees que quiere que los espiemos? —preguntó Arsibalt, fascinado. Lo que me llevó a pensar que Arsibalt, por alguna razón, quería espiarlos y buscaba el beneplácito de Jad.

—Ha dicho que sería imposible prestar demasiada atención a los tapados.

—¿¡Lo ha dicho así!?

—Casi con las mismas palabras.

—¿Ha dicho «tapados» en lugar de «matarrhitas»?

—Sí.

—¡No son matarrhitas! —dijo Arsibalt, emocionado.

—Si no te importa, yo me quedo con eso —dije. En su deseo de ayudarme, había cogido la tabla de cortar. Le confisqué el cuchillo.

—¡Crees que estoy tan completamente loco que no se me puede confiar un objeto afilado! —dijo Arsibalt, alicaído.

—¡Arsibalt! Si no son matarrhitas, ¿qué son? ¿Panjandrumes disfrazados?

Me miró como si estuviese a punto de confesarme un gran secreto, pero sur Tris llegó justo en ese momento y se guardó lo que fuera que iba a decirme.

—Consideraré tu hipótesis —dije—, y la pesaré en el Brazo contra la alternativa… que es que los matarrhitas son matarrhitas.

Facultades Sintácticas: Facciones del mundo cenobítico, en los años posteriores a la Reconstitución, que en general afirmaban descender de Proc. Recibían su nombre porque creían que el lenguaje, la teorética y demás eran esencialmente juegos con símbolos carentes de contenido semántico. La idea se remonta a los antiguos esfénicos, que con frecuencia se enfrentaban en el Periklyne a Thelenes y Protas.

Diccionario, 4ª edición, 3000 a. R.

Fra Lodoghir dijo:

—Éste es ya el tercer Mensal. El primero aparentemente trató de líneas de mundo en el espacio de Hemn como forma de comprender el universo físico. Lo que a mí me pareció bien hasta que se convirtió en una puerta de entrada para el Mundo Teorético de Hylaea. El segundo fue una visita al circo… sólo que en lugar de mirar boquiabiertos a contorsionistas, malabaristas y prestidigitadores, nos maravillamos de los saltos atrás, tragasables y equívocos intelectuales a los que deben dedicarse los devotos del MTH si no quieren que los expulsen por ser un culto religioso. Vale, estuvo bien sacarlo a colación, y felicito a la mayoría edhariana aquí presente por poner las cartas sobre la mesa. Ja. Pero ¿qué podemos decir de lo importante, a saber, por si alguien lo ha olvidado, del PACD, sus habilidades e intenciones?

—Para empezar, ¿por qué se parecen a nosotros? —preguntó sur Asquin—. Es la pregunta a la que mi mente vuelve una y otra vez.

—¡Gracias, sur Asquin! —exclamé en la cocina. Esparcía migas de pan sobre un guiso—. No puedo creer la poca atención que se ha prestado a ese pequeño detalle.

—Simplemente la gente no sabe cómo enfocarlo… no sabe por dónde empezar —dijo sur Tris.

Y como para confirmar sus palabras, un coro de voces surgía del altavoz. Abrí la puerta del horno y metí el guiso, colocándolo en el centro de una rejilla de hierro forjado. Fra Lodoghir parloteaba sobre evolución paralela: de cómo, en Arbre, habían evolucionado especies físicamente similares pero sin ninguna relación para ocupar nichos ecológicos similares en diferentes continentes.

—Una buena apreciación, fra Lodoghir —dijo Zh’vaern—, pero creo que las similitudes son demasiado grandes para que las explique la evolución paralela. ¿Por qué los Geómetras tienen cinco dedos de los cuales uno es un pulgar oponible? ¿Por qué no siete dedos y dos pulgares?

—¿Tienes algún conocimiento del PACD que no tengamos los demás? —preguntó Lodoghir—. Lo que dices es cierto en el único espécimen que hemos visto… una mujer de Antar. Por lo que sabemos, las otras tres razas de Geómetras podrían tener siete dedos.

—Por supuesto, tienes razón —dijo Zh’vaern—. Pero la correspondencia Antar-Arbre en sí misma es demasiado grande para explicarla por evolución paralela.

Lo discutieron hasta que llegó la sopa. Los servitores nos movíamos como podíamos por un mensalán atestado de mochilas. Nos habían dicho que no nos separáramos de ellas, para que si durante la orden de dispersión se producía una pérdida de energía, o cualquier desastre que llenase el aire de polvo y humo, las tuviéramos a mano. Dado que los servitores no podíamos llevarlas por el pasillo de servir, habíamos desafiado las reglas dejándolas apiladas contra las paredes. Los decanes tenían las suyas detrás de las sillas del mensalán y se echaban las insignias sobre el hombro para poder comer.

Ignetha Foral cortó el asunto del pulgar y los dedos con una mirada a sur Asquin, quien impuso silencio con uno de sus impresionantes carraspeos.

—Dada la ausencia de más hechos, es imposible evaluar racionalmente la hipótesis de la evolución paralela.

—Estoy de acuerdo —dijo Lodoghir con tono melancólico.

—La hipótesis alternativa parecer ser una especie de fuga de información por la Mecha, si he comprendido el argumento de fra Paphlagon.

Fra Paphlagon parecía incómodo.

—La palabra «fuga» suena a fallo. No es nada de eso… Se trata del flujo normal, o si quieres, de la filtración por el GAD del mundo.

—Esa filtración de la que hablas… Hasta ahora suponía que era todo cosa de teores captando verdades eternas sobre triángulos isósceles —dijo Lodoghir—. No debería sorprenderme la grandiosidad creciente de las afirmaciones, pero ¿no nos pides que creamos en algo todavía más colosal? Corrígeme si me equivoco. ¿No acabas de intentar relacionar la filtración de información a través de la Mecha con la evolución biológica? —Una pausa incómoda—. Crees en la evolución, ¿no? —añadió Lodoghir.

—Sí, aunque hubiese podido parecerle extraña a alguien como Protas, quien francamente tenía una visión mística y pagana del MTH —dijo Paphlagon—, pero cualquier versión moderna del Protismo debe reconciliarse con teorías bien fundamentadas, no sólo las cosmográficas sino también la de la evolución. Sin embargo, no estoy de acuerdo con la parte polémica de tu afirmación, fra Lodoghir. No es una idea más grande, sino una más pequeña, más razonable.

—¡Oh, lo siento! ¿Cuando se afirman más cosas la idea no es más amplia?

—Sólo afirmo lo que resulta razonable. Lo que, como tú mismo señalaste durante el Plenario con fra Erasmas, tiende a ser una idea menor, en el sentido de menos complicada. Lo que yo digo es que la información se mueve por la Mecha de una forma análoga al modo que tiene de moverse del pasado al presente. Al moverse, una de las cosas que hace es producir cambios físicos mensurables en el tejido nervioso…

—Es de ahí de donde extraemos verdades sobre los cnoönes —dijo sur Asquin, simplemente para aclararlo.

—Sí —dijo Paphlagon—, de donde obtenemos el MTH y el Protismo teórico que tanto agrada a fra Lodoghir. Pero el tejido nervioso no es más que tejido, es simple materia que obedece a leyes naturales. No es mágico ni espiritual, independientemente de lo que penséis de mis opiniones.

—¡Me alivia tanto oírtelo decir! —dijo Lodoghir—. ¡Cuando fra Erasmas me traiga el postre te tendré en el bando prociano!

Paphlagon contuvo la lengua un momento, resistiéndose a la risa, y siguió hablando:

—No puedo creer todo lo que acabo de decir sin proponer un mecanismo no místico y teoréticamente comprensible que permita a los mundos «más hylaeanos» producir cambios físicos en los mundos «menos hylaeanos» que se encuentran en la Mecha «corriente abajo» de los primeros. ¡Y no veo ninguna razón para dar por descontado que todas esas interacciones estén relacionadas con triángulos isósceles y que la única materia afectada de todo el cosmos resulte ser el tejido nervioso cerebral de los teores! Eso sí que sería una afirmación ambiciosa y muy extraña.

—¡Estamos de acuerdo en algo! —exclamó Lodoghir.

—Una afirmación mucho más económica, en el sentido del Brazo de Gardan, es que ese mecanismo, el que sea, actúa sobre cualquier materia, forme parte o no de un organismo vivo… ¡o de un teor! Simplemente es un modo sesgado de verlo.

Un par de cabezas asintieron.

—¿Un modo sesgado de verlo? —preguntó Zh’vaern.

Sur Asquin se volvió hacia él y dijo:

—La luz de las estrellas llega continuamente a Arbre, incluso al mediodía, pero no sabríamos de la existencia de las estrellas si durmiésemos toda la noche.

—Sí —dijo Paphlagon—, y de la misma forma que los cosmógrafos sólo pueden ver estrellas en el cielo nocturno, nosotros sólo observamos el Flujo de Hylaea cuando se manifiesta como percepciones de Cnoönes en nuestra mente consciente. Al igual que la luz estelar al mediodía está siempre presente, siempre actuando, pero sólo en el contexto de la teorética pura lo vemos y lo identificamos como algo llamativo.

—Y, dado que a los edharianos os gusta tanto enterrar afirmaciones en vuestros discursos, dejadme aclarar algo —dijo Lodoghir—. ¿Acabas de afirmar que el Flujo de Hylaea es el responsable de la evolución paralela entre Geómetras y arbranos?

—Sí —dijo Paphlagon—. ¿Te ha gustado este último discurso?

—Mucho más conciso, gracias —dijo Lodoghir—. ¡Pero aun así crees en la evolución!

—Sí.

—Bien, en ese caso, debes de estar diciendo que el Flujo de Hylaea tiene un efecto sobre la supervivencia… o al menos sobre la capacidad de supervivencia de un organismo específico para propagar su secuencia —dijo Lodoghir—. Porque así es como los antares y nosotros acabamos con cinco dedos, dos ventanas en la nariz y todo lo demás.

—¡Fra Lodoghir, me estás haciendo el trabajo!

—Alguien tiene que hacerlo. Fra Paphlagon, ¿qué escenario posible podría justificar todo eso?

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—La Visitación de Orithena tuvo lugar hace sólo diez días. Todavía nos llegan datos. Tú, fra Lodoghir, te encuentras ahora mismo en el frente de investigación de la siguiente generación del Protismo.

—La verdad, no puedo expresar lo incómodo que me hace sentir eso. Antes preferiría comer lo que está tomando fra Zh’vaern. ¿Qué es?

—Al fin fra Lodoghir plantea una buena pregunta —dijo Arsibalt.

Emman había tirado de nosotros; una cazuela hirviendo desbordada exigía nuestra atención. Los dos sabíamos perfectamente a qué se refería Lodoghir. Estaba en la cocina y nerviosamente le habíamos dado vueltas toda la velada. Cocido de pelos con cubos de material comprimido y fragmentos de exoesqueleto, o algo así. El pelo parecía ser de un vegetal. Pero lo que realmente inquietaba a Lodoghir y a los demás miembros del Mensal eran los sonidos explosivos que producían al masticar el exoesqueleto, o lo que fuese, los molares de Zh’vaern. Incluso los oíamos por el altavoz.

Arsibalt se volvió para comprobar que Emman y yo fuésemos los únicos en la cocina.

—Como miembro de una orden contemplativa, ascética y enclaustrada probablemente no debería criticar de esta forma a los pobres matarrhitas —dijo.

—¡Venga, adelante! —le animó Emman. Con mucho valor intentaba contener el guiso en la olla.

—¡Vale, ya que insistes! —dijo Arsibalt. Protegiéndose la mano con un pliegue del paño, levantó la tapa del cocido para enseñarnos un cenagal burbujeante de hierbas y caparazones de aspecto peligroso—. Creo que es llevar las cosas un poco lejos dedicarse durante milenios a desarrollar por medio de crianza selectiva comida que resulta ofensiva para los que no son matarrhitas.

—Apuesto a que es una de esas cosas que no son tan malas como parecen, suenan, se sienten o huelen —dije, conteniendo el aliento y acercándome a la cazuela.

—¿Cuánto?

—Disculpa.

—¿Cuánto apuestas?

—¿Propones que lo probemos?

—Propongo que tú lo pruebes.

—¿Por qué sólo yo?

—Porque quien ha sugerido la apuesta has sido tú y eres un teor.

—¿Qué eres tú, entonces?

—Un estudioso.

—Entonces, ¿anotarás mis síntomas? ¿Diseñarás mi vidriera tras mi muerte?

—Sí, la colocaremos justo allí —dijo Arsibalt, señalando un agujero para el humo que había en la pared, como del tamaño de mi mano.

Emman se había acercado. Karvall y Tris habían vuelto del mensalán y estaban juntas, mirando.

Que me mirasen las mujeres lo cambió todo.

—¿Cuál es la apuesta? —dije—. Vuelvo a poseer sólo tres cosas. —Y una de las reglas más antiguas del mundo cenobítico era que no podías apostar el paño, el cordón ni la esfera.

—El ganador no limpia esta noche —propuso Arsibalt.

—¡Hecho! —dije.

Era fácil. Para ganar la apuesta no tenía más que decir que no estaba tan mal y asegurarme de no vomitar… al menos no delante de Arsibalt. E incluso si perdía, obtendría la satisfacción infantil de ver las caras exquisitamente horrorizadas de Tris y Karvall cuando pescara algo de aquella masa y me lo metiera en la boca. Fue un cubo de, suponía yo, una sustancia fermentada similar a la cuajada, envuelto en hojas mustias y salpicado con algunos trocitos crujientes. Mientras yo perseguía estos últimos con la lengua, las hojas se me colaron gaznate abajo y tuve que tragar convulsivamente. Arrastraron el cubo, como las algas arrastran a un nadador. Tuve que toser para lograr que la materia vegetal volviese a la boca, donde podía masticarla. Todo esto añadió dramatismo a la operación e hizo que fuese mucho más entretenida para los demás. Alcé una mano para indicar que todo iba bien y me tomé mi tiempo para masticar lo que quedaba… no quería que los trozos afilados me cortasen las entrañas. Finalmente todo descendió en un montón grasiento, fibroso y espinoso. Estimé que las probabilidades de que no volviese a subir eran de entre un sesenta y un cuarenta por ciento.

—Vaya —dije—. No es mucho peor que quedarse frente a la cazuela haciéndose preguntas.

—¿A qué sabe? —preguntó Tris.

—¿Alguna vez has puesto la lengua entre los bornes de una pila?

—No. Nunca he visto una pila.

—Hum.

—Bien, en cuanto a la apuesta… —dijo Arsibalt dudoso.

—Sí —dije—, buena suerte con la limpieza. Dale fuerte cuando te ocupes de los cacharros del guiso, ¿vale?

Su campana sonó antes de que pudiese discutir. Tris y Karvall se reían de la expresión de su cara cuando salió de la cocina.

En el mensalán, los decanes le habían estado preguntando a Zh’vaern, de forma mucho más circunspecta, por su comida, pero fra Paphlagon retomó la conversación:

—Al igual que cosmógrafos que duermen de día y trabajan de noche porque es cuando se pueden ver las estrellas, vamos a tener que esforzarnos en el laboratorio de la conciencia, que es el único lugar que conocemos donde se observa el Flujo de Hylaea. —Le murmuró algo a Arsibalt y luego añadió—: Por tanto, en lugar de un único MTH, ahora debemos hablar de la Mecha: el Flujo se filtra por una red compleja de cosmos «más teoréticos» que el nuestro o «anteriores» a él.

Arsibalt volvió a la cocina.

—Paphlagon no me quiere a mí. Te quiere a ti.

—¿Por qué me iba a querer a mí? —pregunté.

—No estoy del todo seguro —dije Arsibalt—, pero ayer hablaba con él y le comenté algunas conversaciones que habías mantenido con Orolo.

—Oh. ¡Muchas gracias!

—¡Así que sácate los trozos de los dientes y sal ahí fuera!

Y fue así como pasé todo el plato principal relatando mis dos diálogos de Ecba con Orolo: el primero, sobre cómo, según él, la conciencia radicaba en la creación rápida y fluida en nuestra mente de mundos contrafácticos; el segundo, en el que argumentaba que esa operación no sólo era posible, no sólo era plausible, sino de hecho fácil si uno consideraba que la conciencia se extendía por una colectividad de versiones ligeramente diferentes del cerebro, cada una controlando un cosmos ligeramente diferente. Paphlagon acabó expresándolo mejor:

—Si el espacio de Hemn es el paisaje, y un cosmos es un único punto geométrico en ese espacio, entonces una conciencia dada es un punto de luz que se mueve, como el rayo de una linterna, sobre ese paisaje, iluminando con fuerza un conjunto de puntos, de cosmos, que están juntos, con una penumbra que en los bordes se convierte rápidamente en oscuridad. En el centro brillante del rayo se producen interacciones entre muchas variantes del cerebro. Llegan menos contribuciones de la periferia semioscura y ninguna de la oscuridad.

Agradecido, me acerqué a la pared, intentando convertirme yo mismo en sombra.

—Le agradezco a fra Erasmas que nos haya permitido estar sentados comiendo, cuando tan a menudo debemos interrumpir el yantar para hablar —dijo al fin Lodoghir—. ¡Quizá deberíamos cambiar de lugar y dejar que los servitores se sienten y coman en silencio mientras los instruyen sus decanes!

Barb rio. Demostraba cada vez más aprecio por el ingenio de Lodoghir, lo que me hizo considerar la inquietante idea de que quizá Lodoghir no fuese más que un Barb que había envejecido. Pero tras un momento de reflexión rechacé un pensamiento tan mísero.

Lodoghir siguió hablando:

—Quiero que sepáis que he comprendido perfectamente el comentario anterior de Paphlagon relativo a emplear la conciencia como el laboratorio en el que observar el llamado Flujo de Hylaea. Pero ¿es lo mejor que podemos ofrecer? ¡No es más que una regurgitación de la datonomía de Evenedric en su forma más primitiva!

—Pasé dos años en Baritoe escribiendo un tratado sobre la datonomía de Evenedric —comentó Ignetha Foral, más divertida que furiosa.

Salí de la habitación. De vuelta en la cocina, me serví una bebida y me apoyé en la encimera para descansar los pies.

—¿Estás bien? —preguntó Karvall. Ella y yo éramos los únicos presentes.

—Sólo cansado… eso ha sido muy duro.

—Bien, por si te sirve de algo, creo que has estado muy bien.

—Gracias —dije—, la verdad es que me sirve de mucho.

—Gransur Moyra dice que ahora estamos haciendo algo.

—¿Disculpa?

—Cree que el Mensal está a punto de dar con una nueva idea en lugar de hablar de las antiguas.

—¡Vaya, es todo un comentario viniendo de una lorita tan distinguida!

—Dice que es por el PACD. De no haber venido para traernos nuevos hechos, puede que no hubiese sucedido nunca.

—Bien, mi amigo Jesry estará encantado de saberlo —dije—. Lo ha deseado toda su vida.

—¿Qué has deseado tú durante toda tu vida? —preguntó Karvall.

—¿Yo? No lo sé. Supongo que ser tan listo como Jesry.

—Esta noche has sido tan listo como cualquiera —dijo.

—¡Gracias! —dije—. Si eso es cierto, ha sido por Orolo.

—Y porque fuiste valiente.

—Algunos dirían que estúpido.

De no haber mantenido la conversación con Ala durante el desayuno, probablemente me habría estado enamorando de Karvall. Pero estaba muy seguro de que Karvall no estaba enamorada de mí… se limitaba a expresar los hechos tal y como los veía. Estar allí recibiendo lisonjas de una joven atractiva era bastante agradable, pero una experiencia mucho menos intensa que la sensación de tener los dedos metidos en una toma eléctrica que experimentaba incluso con la mínima interacción con Ala.

Debería haberle dedicado algunos halagos a cambio, pero no fui valiente en ese momento. La grandeza de los loritas intimidaba. Su estilo sofisticado (afeitarse la cabeza, atar nudos durante horas sólo para vestirse) era, lo sabía, una forma de demostrar respeto por sus antecesores, de recordarse a diario todo el trabajo que era preciso para estar a la altura y ser competente en separar las nuevas ideas de las antiguas. Pero que yo entendiese el simbolismo no hacía que Karvall me pareciese más accesible.

Nos distrajo la voz de extraña inflexión de Zh’vaern surgiendo del altavoz:

—Por la forma en que los matarrhitas nos mantenemos apartados, es posible que ni sur Moyra sepa que honramos a sante Atamant.

—No me suena el nombre —dijo Moyra.

—Fue, para nosotros, el introspeccionista más dotado y meticuloso que haya vivido nunca.

—¿Introspeccionista? ¿Es algún título de vuestra orden? —preguntó Lodoghir, sin ánimo de ser descortés.

—Bien podría serlo —respondió Zh’vaern—. Dedicó los últimos treinta años de su vida a mirar un cuenco de cobre.

—¿Qué tenía de especial ese cuenco? —preguntó Ignetha Foral.

—Nada. Pero escribió, o más bien dictó, diez tratados explicando lo que se le pasaba por la cabeza al mirarlo. Se parecen a las meditaciones de Orolo sobre contrafácticos: tratan sobre cómo la mente de Atamant llenaba la superficie oculta o inferior del cuenco con suposiciones sobre cuál debía ser su aspecto. Con tales pensamientos desarrolló una metateorética sobre contrafácticos y composibilidad que, por decirlo brevemente, es perfectamente compatible con todo lo que se dijo durante nuestro primer Mensal sobre espacio de Hemn y líneas de mundo. Afirmó que todos los mundos posibles existen realmente y son tan absolutamente concretos como el nuestro. Lo que hizo que muchos lo tacharan de lunático.

—Pero eso es exactamente lo que propone la interpretación policósmica —dijo sur Asquin.

—Efectivamente.

—¿Qué hay de la discusión de la segunda velada? ¿Sante Atamant dijo algo sobre eso?

—He estado pensando mucho. Verás, nueve de sus tratados hablan sobre todo del espacio. Sólo uno se refiere al tiempo, ¡pero su lectura se considera más difícil que la de los otros nueve juntos! Pero si algo hay que se aplique al Flujo de Hylaea, está en el Décimo Tratado. Lo releí anoche; ése fue mi Lucub.

—¿Y qué le reveló a Atamant el cuenco acerca del tiempo? —preguntó Lodoghir.

—Debo decir primero que sabía mucho de teorética. Sabía que las leyes de la teorética se podían invertir en el tiempo y que la única forma de determinar la dirección de la flecha del tiempo era medir la cantidad de desorden de un sistema. El cosmos parece indiferente al tiempo. Sólo nos importa a nosotros. La conciencia construye tiempo. Construimos el tiempo a partir de las impresiones instantáneas que a cada momento fluyen a través de nuestros órganos sensoriales. Luego pasan al pasado. ¿Qué es eso que llamamos pasado? Es un sistema de registros almacenados en nuestro sistema nervioso… registros que cuentan una historia consistente.

—Ya hemos hablado de esos registros —comentó Ignetha Foral—. Son esenciales para el modelo del espacio de Hemn.

—Sí, Madame Secretaria, pero ahora dejadme añadir algo nuevo. Lo expresa bien el experimento mental de moscas, murciélagos y gusanos. No otorgamos a nuestra conciencia el mérito que merece por su capacidad de tomar datos ruidosos, ambiguos y contradictorios procedentes de nuestros sentidos y ordenarlos; para decir que «este patrón de datos es igual al cuenco de cobre que tengo delante ahora mismo y que estaba delante de mí hace un momento»; para conferir especificidad a lo que percibimos. Sé que os sentiréis incómodos con el lenguaje religioso, pero parece milagroso que nuestra conciencia sea capaz de eso.

—Pero es absolutamente necesario desde un punto de vista evolutivo —señaló Lodoghir.

—¡Por supuesto! Pero no por ello menos asombroso. La capacidad de nuestra conciencia para percibir, no como se limita a captar un motucaptor (recibiendo y registrando datos), sino identificando cosas, cuencos de cobre, melodías, rostros, belleza, ideas… y hacer que esas cosas estén disponibles para la cognición… esa habilidad, dijo Atamant, es el fundamento último de todo pensamiento racional. Y si la conciencia puede identificar la «cuencosidad cobriza», ¿por qué no iba a poder identificar la «triangularidad isoscélica» o «teoremidad adrakhónica»?

—Lo que describes no es más que el reconocimiento de patrones a los que luego se asigna un nombre —dijo Lodoghir.

—Eso dirían los sintácticos —respondió Zh’vaern—. Pero yo diría que lo habéis entendido al revés. Los procianos tenéis una teoría, un modelo de lo que es la conciencia, y todo lo subordináis a él. Vuestra teoría se convierte en el cimiento de toda posible afirmación, y los procesos de la conciencia se consideran simples fenómenos que hay que explicar en términos de la teoría. Atamant dice que habéis caído en el error del razonamiento circular. No podéis desarrollar vuestra teoría fundamental de la conciencia sin hacer uso del poder que la conciencia posee de conferir especificidad a los hechos, y por tanto es incoherente y circular usar esa teoría para explicar el funcionamiento básico de la conciencia.

—Comprendo la objeción de Atamant —dijo Lodoghir—, pero, al decir tal cosa, ¿no se automargina del discurso teorético racional? El poder de la conciencia adquiere una especie de misticismo… no puede ser desafiado ni examinado, simplemente es.

—Al contrario, nada podría ser más racional que empezar con lo que nos es dado, con lo que observamos, y preguntarnos cómo llegamos a observarlo, e investigar cómo lo hacemos de un modo riguroso y meticuloso.

—Entonces, deja que te lo pregunte de esta forma, ¿qué resultados obtuvo Atamant siguiendo este método?

—Una vez que hubo tomado la decisión de proceder de tal forma, tuvo algunos comienzos en falso, recorrió algunos callejones sin salida. Pero en resumen: la conciencia se realiza en el mundo físico, sobre equipo físico…

—¿Equipo? —preguntó directamente Ignetha Foral.

—Tejido nervioso, o quizás algún dispositivo artificial de capacidades similares. Es lo que los Ati llamarían «hardware». Sin embargo, la premisa de Atamant es que la conciencia en sí, no el equipo, es la realidad primaria. Todo el cosmos está compuesto de materia física y conciencia. Elimina la conciencia y sólo tienes polvo; añade conciencia y tienes cosas, ideas y tiempo. La historia es larga y compleja, pero con el tiempo dio con una línea provechosa de investigación enraizada en la interpretación policósmica de la mecánica cuántica. Muy razonablemente, aplicó esa premisa a su tema favorito…

—¿El cuenco de cobre? —preguntó Lodoghir.

—El conjunto de fenómenos conscientes que componían su percepción del cuenco de cobre —le corrigió Zh’vaern—, y procedió a explicarlo dentro de ese marco conceptual. —Desacostumbradamente parlanchín esa velada, procedió a ofrecernos un calca resumiendo los descubrimientos de Atamant sobre el cuenco de cobre. Y como nos había advertido, tuvo muchos puntos en común con los diálogos que yo había relatado unos minutos antes y llevó a muchas de las mismas conclusiones básicas. De hecho, fue tan repetitivo que al principio me pregunté para qué se molestaba, a menos que fuese para demostrar lo listo que había sido ese Atamant y ganar un punto para el equipo matarrhita. Como servitor, yo tenía libertad para ir y venir. Zh’vaern llegó a la conclusión, que habíamos oído antes, de que los sistemas conscientes explotaban habitualmente la interacción entre distintos cosmos alrededor del momento en que sus líneas de mundo divergían.

Lodoghir dijo:

—Por favor, explícame una cosa. Tenía la impresión de que esa interacción de la que hablas sólo podía darse entre dos cosmos exactamente iguales excepto por una diferencia de estado cuántico de una partícula.

—Podemos afirmarlo sin duda —dijo Moyra—, porque la situación que acabas de describir es justo la que se estudia en experimentos de laboratorio. Es relativamente simple construir un aparato que reproduzca ese tipo de caso: «la partícula tiene espín hacia arriba o espín hacia abajo», «el fotón pasó por la rendija izquierda o por la derecha» y demás.

—¡Bien, qué alivio! —dijo Lodoghir—. Temía que fueses a afirmar que esa interacción era lo mismo que el Flujo de Hylaea.

—Creo que lo es —dijo Zh’vaern—. Tiene que serlo.

Lodoghir se mostró ofendido.

—Pero si sur Moyra acaba de explicar que la única forma de interacción intercósmica para la que tenemos pruebas experimentales es aquella en la que los dos cosmos son iguales excepto por el estado de una única partícula. El Flujo de Hylaea, según sus devotos, ¡une dos cosmos completamente diferentes!

—Si miras el mundo a través de una pajita, sólo verás una parte muy pequeña —dijo Paphlagon—. Los experimentos mencionados por Moyra son perfectamente válidos, es más, a su modo son magníficos, pero sólo nos hablan de sistemas de una única partícula. Si pudiésemos idear mejores experimentos, presumiblemente podríamos observar fenómenos nuevos.

Fra Jad arrojó la servilleta sobre la mesa y dijo:

—La conciencia amplifica las señales débiles que, como las telas de araña tejidas entre árboles, unen los argumentos. Más aún, las amplifica selectivamente y, de esa forma, crea bucles de retroalimentación que dirigen los argumentos.

Silencio excepto por el sonido de Arsibalt, que apuntaba eso último en la pared. Fui al mensalán.

—¿Tendrías la amabilidad de ampliar esa afirmación? —dijo sur Asquin al fin. Mirando la obra de Arsibalt, comentó—: Para empezar, ¿a qué te refieres con lo de amplificar señales débiles?

Fra Jad puso cara de no saber por dónde empezar, y tampoco tenía ganas, pero Moyra estuvo más que dispuesta a hacerlo:

—La «señales» son las interacciones entre cosmos que explican los efectos cuánticos. Si no estás de acuerdo con la interpretación policósmica, debes dar con una explicación diferente para esos efectos. Pero si la aceptas, entonces, para que sea compatible con lo que sabemos desde hace tiempo sobre mecánica cuántica, debes aceptar la premisa de que los cosmos interfieren entre sí cuando sus líneas de mundo están muy juntas. Si te limitas a un cosmos concreto, esa interferencia puede interpretarse como una señal… una muy débil, ya que sólo afecta a unas pocas partículas. Si esas partículas se encuentran en un asteroide en medio de la nada, apenas importa. Pero cuando esas partículas resulta que están en ciertos puntos críticos del cerebro, bien, entonces las «señales» pueden acabar alterando el comportamiento del organismo animado por ese cerebro. Ese organismo, en sí mismo, es mucho mayor que nada que pudiese recibir la influencia normal de la interferencia cuántica. Cuando uno piensa en sociedades de esos organismos que duran grandes periodos de tiempo y, en algunos casos, desarrollan tecnologías capaces de alterar el mundo, comprende el sentido de la afirmación de fra Jad relativo a que la conciencia amplifica las señales débiles que conectan los cosmos.

Zh’vaern asentía vigorosamente.

—Lo que tiene que ver con algo de Atamant que leí ayer noche. La conciencia, escribió, no tiene naturaleza espaciotemporal. Pero se implica en el mundo espaciotemporal cuando lo consciente reacciona a su propia cognición y se esfuerza por comunicarse con otros seres conscientes… algo que los seres conscientes sólo pueden hacer por medio de sus cuerpos espaciotemporales. Así es como pasamos de un mundo solipsista, que sólo percibe una persona y sólo es real para esa persona, a un mundo intersubjetivo, uno en el que yo puedo estar seguro de que tú ves el cuenco de cobre y que la especificidad que tú le asignas concuerda con la mía.

—Gracias, sur Moyra y fra Zh’vaern —dijo Ignetha Foral—. Dando por supuesto que fra Jad seguirá con sus métodos enigmáticos, ¿alguien se atreve a intentar explicar lo segundo que ha dicho?

—Yo estaré encantado —dijo fra Lodoghir—, ¡ya que cada vez que abre la boca fra Jad parece más prociano!

Todos prestaron a Lodoghir mucha atención, que saboreó un momento antes de proseguir:

—Cuando habla de amplificación selectiva, creo que fra Jad se refiere a que no todas las interacciones entre cosmos se amplifican… sólo algunas. Por citar el ejemplo de sur Moyra, las interacciones entre partículas elementales de una roca en medio del espacio no tienen ningún efecto.

—No tienen un efecto extraordinario —le corrigió Paphlagon—, no tienen un efecto impredecible. Pero, eso sí, explican todo lo relativo a esa roca: cómo absorbe y refleja luz, cómo se desintegran sus núcleos y demás.

—Pero todo eso se promedia estadísticamente y es imposible distinguir una roca de otra —dijo Lodoghir.

—Sí.

—Lo importante es que la conciencia sólo puede amplificar las interacciones que afectan al tejido nervioso.

—O cualquier otro sistema capaz de tener conciencia —dijo Paphlagon.

—De este modo, ya desde el principio actúa un proceso de selección muy exclusivo de todas las interacciones entre un instante dado de nuestro cosmos y todos los cosmos lo suficientemente cercanos para que tal interacción sea posible, la pasmosa preponderancia de las cuales sólo afecta a rocas y otros materiales que no son lo suficientemente complejos para responder a la interacción de una forma que nos resulte interesante.

—Sí —dijo Paphlagon.

—Entonces, limitemos la discusión a la cantidad infinitesimalmente pequeña de interacciones que resulta que afectan al tejido nervioso. Como acabo de decir, eso ya es selectividad. —Lodoghir hizo un gesto hacia la pizarra—. Pero, independientemente de si fra Jad lo pretendía o no, se abre la puerta a otro tipo de procedimiento de selección. Nuestros cerebros reciben esas «señales», sí. Pero nosotros somos algo más que receptores pasivos. ¡No sólo somos radios de galena! Calculamos. Somos cognitivos. El resultado de la capacidad cognitiva no se puede predecir fácilmente a partir de las entradas. Y esos resultados son los pensamientos conscientes que tenemos, las decisiones que tomamos, nuestras interacciones sociales con otros seres conscientes y el comportamiento de las sociedades a lo largo del tiempo.

—Gracias, fra Lodoghir —dijo Ignetha Foral y se volvió para examinar la pizarra—. ¿Alguien se atreve con los «bucles de retroalimentación»?

—Ésos vienen gratis —dijo Paphlagon.

—¿Qué quieres decir?

—Ya forman parte del modelo que hemos estado comentando, no es preciso añadir nada más. Ya hemos visto de qué modo las señales pequeñas, amplificadas por las estructuras especiales del tejido nervioso y las sociedades de seres conscientes, pueden provocar cambios en un argumento, en la configuración del cosmos, mucho mayores que las señales originales. La línea de mundo cambia de dirección en respuesta a esas débiles señales, y podrías distinguir un cosmos poblado por organismos conscientes de uno que no lo estuviese simplemente por el comportamiento de sus líneas de mundo. Pero recordad que las señales en cuestión sólo pasan entre cosmos cuyas líneas de mundo estén lo suficientemente cercanas. ¡Ahí tenéis la retroalimentación! La interacción modifica la dirección de las líneas de mundo de cosmos con seres conscientes; entre las líneas de mundo que se acercan hay más intercambio.

—¿Así que la retroalimentación acerca las líneas de mundo a medida que pasa el tiempo? —preguntó Ignetha Foral—. ¿Es ésa la explicación que hemos estado buscando a por qué los Geómetras se parecen a nosotros?

—No sólo para eso —intervino sur Asquin— sino para los Cnoönes, el MTH y todo lo demás. Si no estoy confundida.

—Voy a ser la lorita típica —dijo Moyra— y advertiros que «retroalimentación» es un término para profanos que cubre una amplia gama de fenómenos. Ramas enteras de la teorética se dedican, y se han dedicado, a estudiar el comportamiento de sistemas que manifiestan lo que los profanos conocen como retroalimentación. Los comportamientos más habituales en los sistemas con retroalimentación degeneran. Muy pocos de esos sistemas tienen un comportamiento estable… o cualquier comportamiento que tú o yo podamos ver y decir: «Mira, está haciendo esto.»

—¡Especificidad! —exclamó Zh’vaern.

—Pero, a la inversa —siguió Moyra—, los sistemas que sí que son estables en un universo tumultuoso, generalmente, para existir deben contar con algún modo de retroalimentación.

Ignetha Foral asintió.

—Así que si la retroalimentación propuesta por fra Jad realmente acerca nuestra línea de mundo y las de las razas PACD, no se trata de cualquier retroalimentación, sino de una forma muy concreta y específica de ella.

—Llamamos «atractor» a lo que persiste o se repite en un sistema complejo —dijo Paphlagon.

—Así que, si es cierto que el PACD comparte con nosotros el Teorema Adrakhónico y otros conceptos teoréticos —dijo fra Lodoghir—, ésos podrían no ser nada más que atractores en el sistema de retroalimentación que habéis descrito.

—O nada menos —dijo fra Jad.

Dejamos que esas palabras resonasen durante un minuto. Lodoghir y Jad se miraban desde ambos extremos de la mesa; todos pensamos que algo estaba a punto de pasar.

Un prociano y un halikaarniano estaban a punto de darse la razón mutuamente.

Luego Zh’vaern la fastidió. Era como si no comprendiese lo que estaba pasando; o quizá simplemente el MTH no le interesaba. No podía apartarse del tema del cuenco de Atamant.

—Atamant cambió su cuenco —dijo.

—¿Disculpa? —le preguntó Ignetha Foral.

—Sí. El cuenco tuvo treinta años un rasguño en la parte inferior. Hay fototipos que lo demuestran. Luego, durante los últimos años de su meditación, poco antes de su muerte, lo hizo desaparecer.

Todos habían guardado silencio.

—¿Traduces eso, por favor, a lenguaje policósmico? —le pidió sur Asquin.

—Encontró el camino a un cosmos igual a aquel en el que había estado viviendo… sólo que en ese cosmos el cuenco estaba intacto.

—Pero había registros, fototipos, del rasguño.

—Sí —dijo Zh’vaern—, así que fue a un cosmos que incluía algunos registros inconsistentes. Y ése es el cosmos en el que nos encontramos ahora.

—¿Y cómo logró esa hazaña? —preguntó Moyra, como si ya supusiese la respuesta.

—O cambió los registros o cambió a un cosmos con un futuro diferente.

—¡O era un Rétor o era un Conjurador! —soltó una voz joven. Barb, cumpliendo con su función de declarante de lo que nadie quería decir.

—No me refería a eso —dijo Moyra—. ¿Cómo lo logró?

—Se negó a compartir su secreto —dijo Zh’vaern—. Pensé que aquí habría alguien con algo que decir. —Miró alrededor de la mesa… pero sobre todo a Jad y a Lodoghir.

—Si es así, lo dirá mañana —anunció Ignetha Foral—. El Mensal ha terminado por esta noche. —Retiró la silla, mirando torvamente a Zh’vaern. Emman salió corriendo y cogió la mochila de Ignetha. Madame Secretaria se colocó la insignia alrededor del cuello como si fuese una joya y salió, seguida por su servitor, que se esforzaba bajo el peso de dos mochilas.

Tenía grandes planes sobre cómo invertir el tiempo libre que había ganado con la apuesta con Arsibalt. Deseaba invertirlo de tantas formas que no sabía ni por dónde empezar. Regresé a mi celda para recoger algunas notas y me senté en el palé. Luego abrí los ojos y descubrí que había amanecido.

Pero no había malgastado las horas nocturnas, porque desperté con ideas e intenciones que no tenía al dormirme. Teniendo en cuenta los temas tratados en el Mensal, no es difícil imaginar que mientras yacía inconsciente mi mente había estado muy atareada recorriendo la zona local del espacio de Hemn, explorando versiones alternativas del mundo.

Salí y di con Arsibalt, quien había dormido menos que yo. Se mostró más bien hosco hasta que compartí con él algunas cosas que había pensado… si «pensar» es la palabra adecuada para referirse a procesos que se produjeron sin intervención de mi voluntad mientras estaba inconsciente.

Para desayunar tomé panecillos amazacotados y fruta seca. Luego, me dirigí a un grupito de árboles que había detrás de la casa capitular de los primeros roscónicos. Allí me esperaba Arsibalt con la pala que había tomado prestada de una caseta de jardinería. Cavó en la tierra un hoyo no muy profundo, no más grande que un cuenco de servir. Lo recubrí con una lámina de poli de uno de los montones de basura que los seculares dejaban allí donde iban… y que empezaban a invadir los terrenos del concento.

—No hace falta ningún esfuerzo —dije, levantándome el paño.

—Los mejores experimentos —dijo— son los más simples.

Analizar los hechos sólo llevó unos minutos. El resto del día lo invertimos en distintos preparativos. El modo en que Arsibalt y yo logramos la colaboración de los demás y las pequeñas aventuras que cada uno vivió a lo largo del día darían para una divertida recopilación de anécdotas, pero he tomado la decisión de no contarlo aquí porque es extremadamente trivial en comparación con lo sucedido esa noche. Antes de terminar ya contábamos con la ayuda de Emman, Tris, Barb, Karvall, Lio y Sammann, y habíamos convencido a sur Asquin para que mirase hacia otro lado mientras realizábamos algunas modificaciones temporales en la tación.

El cuarto Mensal de la pluralidad de mundos comenzó con normalidad: después de una libación, se sirvió la sopa. Barb y Emman volvieron a la cocina. No mucho después tiraron de la cuerda de Orhan. Tris le siguió. Como un minuto más tarde, sentí en mi cuerda la secuencia acordada de tirones para indicarme que en la cocina las cosas habían salido según el plan: el torpe de Barb había tirado «accidentalmente» el guiso que Orhan estaba preparando. Con esa distracción y el estruendo que estaban armando Tris y Emman con cazuelas y sartenes, era poco probable que Orhan se diese cuenta de que ya no se oía nada por el altavoz.

Le hice un gesto a Arsibalt, situado al otro lado de la mesa.

—Disculpa, fra Zh’vaern, pero has olvidado bendecir tu comida —anunció Arsibalt en voz muy clara.

La conversación cesó. Hasta ese momento el Mensal había estado excepcionalmente tranquilo, como si los decanes estuviesen intentando encontrar una forma de reiniciar el diálogo mientras evitaban el incómodo territorio al que la pasada noche nos había intentado arrastrar Zh’vaern. Pero incluso en el Mensal más animado, un comentario imprevisto de un servitor hubiera sido una sorpresa; el de Arsibalt lo era todavía más por lo que había dicho. Ya que todos callaban, siguió hablando:

—He estado estudiando las creencias de los matarrhitas. Nunca comen sin antes bendecir la comida, que concluyen al final con un gesto. Tú, ni has rezado ni has hecho el gesto.

—¿Y qué? Lo he olvidado —dijo Zh’vaern.

—Siempre lo olvidas —respondió Arsibalt.

Ignetha Foral miraba a Paphlagon de un modo que implicaba: «¿Cuándo le vas a aplicar el Libro a tu servitor?» Y, efectivamente, Paphlagon arrojó su servilleta e iba a apartar la silla cuando fra Jad le retuvo con una mano.

—Siempre lo olvidas —repitió Arsibalt—, y, si quieres, puedo enumerar muchos detalles de la conducta de los matarrhitas que Orhan y tú habéis imitado mal. ¿Es porque no sois matarrhitas?

Bajo la capucha, Zh’vaern movió la cabeza. Echaba un vistazo a la puerta. No a la puerta por la que habían entrado él y los otros decanes, sino a aquella por la que había salido Orhan.

—Tu cuidador no nos oye —le dije—. Un amigo Ati ha cortado los cables del micrófono. Ya no funciona el altavoz.

Aun así, Zh’vaern siguió inmóvil y en silencio. Le hice un gesto a sur Karvall, quien apartó un tapiz para mostrar una reluciente rejilla de cables metálicos trenzados con la que habíamos recubierto la pared. Fui hacia Zh’vaern, metí un dedo bajo la alfombra y la levanté para mostrar más red de la misma en el suelo. Zh’vaern lo entendió.

—Es el material que se usa para las verjas de animales de granja —le expliqué—, que se puede comprar extramuros en grandes cantidades. Es conductor… y está conectado a tierra.

—¿Qué significa todo esto? —exigió saber Ignetha Foral.

—¡Estamos en un Cesto de Sante Bucker! —exclamó Moyra. En su vida de lorita de alta posición a punto de jubilarse probablemente no hubiese muchos sucesos inesperados; por tanto, algo tan mundano como saberse rodeada de tela metálica para pollos le resultaba toda una aventura. Pero, más aún, creo que estaba encantada de que los servitores hubiésemos prestado oídos a sus exhortaciones y que hubiésemos hecho algo que jamás se les hubiese ocurrido a los decanes—. Es una red conectada a tierra que impide que las señales de radio entren y salgan de esta estancia. En ese aspecto, estamos aislados del resto de Arbre.

—En mi mundo —dijo Zh’vaern— la llamamos Jaula de Faraday. —Se puso en pie, se quitó el paño de la cabeza y lo arrojó al suelo. Yo estaba detrás de él, por lo que no pude verle la cara… Sólo vi las caras de asombro y sobrecogimiento de los demás: eran los primeros arbranos, con la posible excepción del Guardián del Cielo, que miraban el rostro de un alienígena vivo. A juzgar por la parte posterior de su cabeza y su torso, estimé que pertenecía a la misma raza que la mujer muerta que había descendido en la sonda. Bajo una especie de camiseta llevaba un pequeño dispositivo unido a la piel por medio de policinta. Metió la mano bajo la prenda, se lo quitó y lo tiró sobre la mesa junto con una serie de cables—. Soy Jules Verne Durand, de Laterre… el mundo que conocéis como Antar. Orhan es del mundo de Urnud, que habéis llamado Pange. Tenéis que meterle dentro de una Jaula de Faraday antes de que…

—Hecho —dijo una voz desde la puerta: Lio, que acababa de entrar felizmente sonrosado—. Le tenemos en otro Cesto de Sante Bucker, en la despensa. Sammann le ha encontrado esto encima. —Sostuvo en alto otro transmisor inalámbrico.

—Bien hecho —dijo Jules Verne Durand—, pero con eso sólo habéis ganado unos minutos; los que están escuchando sospecharán de la pérdida de contacto.

—Hemos avisado a sur Ala de que podría ser necesario evacuar el concento —dijo Lio.

—Bien —dijo Jules Verne Durand—, porque lamento decir que los de Urnud son un peligro para vosotros.

—¡Y parece que también para los de Laterre! —dijo Arsibalt.

Dado que los decanes parecían haberse quedado sin habla, Arsibalt, que había tenido tiempo de prepararse, llevaba la conversación.

—Es cierto —dijo el laterrano—. Os diré rápidamente que los de Urnud y Tro, el planeta que llamáis Diasp, piensan de forma similar, y son hostiles a los de Fthos, el planeta que llamáis…

—Cuador, por eliminación —dijo Lodoghir.

Yo había logrado situarme en una posición desde la que veía a Jules Verne Durand, y por tanto experimentaba parte del asombro que habían sentido antes los otros. Primero por las diferencias… luego por las similitudes… luego otra vez por las diferencias… entre los rostros de Laterre y Arbre. La mejor comparación sería que era como hablar con alguien con un defecto de nacimiento que ha modificado sutilmente la geometría de su cara… pero sin llegar a causarle deformidad o pérdida de funciones. Y por supuesto, no hay comparación posible para lo que sentíamos al saber que mirábamos a alguien que había viajado desde otro cosmos.

—¿Qué hay de ti y los demás laterranos? —preguntó Lodoghir.

—Divididos entre los fthosianos y los otros.

—¿Tú eres leal al eje Urnud/Tro? —preguntó Lodoghir—. En caso contrario, no te habrían enviado aquí.

—Me enviaron aquí porque hablo orto mejor que nadie… soy lingüista. En realidad, uno de bajo nivel. Así que en los primeros días me pusieron a aprender orto, cuando se creía que el orto era una lengua poco importante. Sospechan de mi lealtad… ¡por buenas razones! Orhan, como habéis adivinado, me vigila… Es mi cuidador. —Miró a Arsibalt—. Habéis descubierto mi disfraz. La verdad es que no me sorprende. Pero me gustaría saber cómo.

Arsibalt me miró. Yo dije:

—Ayer probé un poco de vuestra comida. Pasó por mi sistema digestivo sin sufrir cambio alguno.

—Por supuesto, tus enzimas no podían hacerle nada —dijo Jules Verne Durand—. Te felicito.

Ignetha Foral se había recuperado al fin lo suficiente para intervenir en la conversación.

—En nombre del Consejo Supremo, te doy la bienvenida y me disculpo por cualquier ultraje que hayas podido sufrir a manos de estos jóvenes…

—Alto. Lo que has dicho es lo que llamáis gilypollez. No hay tiempo —dijo el laterrano—. Mi misión, que me asignó el mando de espionaje militar de Urnud/Tro, es descubrir si la leyenda de los Conjuradores tiene fundamento real. El eje Urnud/Tro, que en su lengua llaman el Pedestal, teme considerablemente esa posibilidad; estudian un ataque preventivo. De ahí mis preguntas la pasada noche, que sé que fueron muy groseras.

—¿Cómo llegasteis hasta aquí? —preguntó Paphlagon.

—Un comando de asalto entró en el concento de los matarrhitas. Tenemos métodos para lanzar hacia el planeta cápsulas pequeñas que no podéis detectar. Enviaron a un grupo de soldados, y a algunos civiles como yo, para hacerse con el control del concento. Los verdaderos matarrhitas están allí retenidos, ilesos pero incomunicados.

—¡Es una medida extraordinariamente agresiva! —dijo Ignetha Foral.

—Y con toda razón así lo consideran los que no están acostumbrados a los encuentros entre distintas versiones del mundo, en cosmos diferentes. Pero el Pedestal lleva cuatrocientos años de encuentros y se ha vuelto muy audaz. Cuando nuestros estudiosos supieron de los matarrhitas, alguien comentó que su forma de vestir nos facilitaría disfrazarnos e infiltrarnos en el Convox. La orden de hacerlo llegó con rapidez.

—¿Cómo viajáis entre cosmos? —preguntó Paphlagon.

—Queda poco tiempo —dijo Jules Verne Durand—, y yo no soy teor. —Se volvió hacia sur Moyra—. Conoceréis cierta forma de entender la gravedad, que probablemente se remonta a la época de los Heraldos, que nosotros llamamos Relatividad General. Su premisa fundamental es que la masaenergía pliega el espaciotiempo…

—¡Geometrodinámica! —dijo sur Moyra.

—Si las ecuaciones de la geometrodinámica se resuelven para el caso especial de un universo en rotación, se puede demostrar que una nave espacial, si viaja lo suficientemente lejos y lo suficientemente rápido…

—Viajará hacia atrás en el tiempo —dijo Paphlagon—. Sí. Conocemos ese resultado. Pero siempre lo consideramos más bien una curiosidad.

—En Laterre, el resultado lo descubrió una especie de sante llamado Gödel: un amigo del sante que anteriormente había descubierto la geometrodinámica. Podríamos decir que los dos eran fras del mismo concento. A nosotros nos parecía también poco más que una curiosidad. Para empezar, al principio no estaba claro que nuestro cosmos rotase…

—Y si no rota, el resultado es inútil —dijo Paphlagon.

—Trabajando en el mismo instituto había otras personas que inventaron una nave propulsada por bombas atómicas… lo suficientemente energéticas para probar esa teoría.

—Comprendo —dijo Paphlagon—. Así que Laterre construyó esa nave y…

—¡No! ¡No lo hicimos nunca!

—En Arbre tampoco se hizo… ¡aunque tuvimos la misma idea! —intervino Lio.

—Pero en Urnud fue diferente —dijo Jules Verne Durand—. Tenían la geometrodinámica. Tenían la solución del universo en rotación. Poseían pruebas cosmográficas de que su cosmos efectivamente rotaba. Y tenían la idea de la nave atómica. Construyeron varias. Tuvieron que recurrir a esa medida a causa de una terrible guerra entre dos bloques de naciones. El combate infectó el espacio; todo el Sistema Solar se convirtió en un escenario bélico. La última y mayor de esas naves se llamó Daban Urnud, que significa «Segunda Urnud». Fue diseñada para enviar una colonia a un sistema estelar cercano, situado a sólo un cuarto de año luz de distancia. Pero se produjo un motín y hubo un cambio de mando. Tomaron el control personas que comprendían la teorética de la que hablo. Decidieron cambiar de rumbo: pretendían regresar al pasado de Urnud, donde esperaban deshacer la decisión que había llevado al estallido de la guerra. Pero, al llegar al final de su viaje, no se encontraron en el pasado de Urnud, sino en un cosmos completamente diferente, orbitando un planeta similar a Urnud…

—Tro —dijo Arsibalt.

—Sí. Así es como el universo se protege. Impide las violaciones de la causalidad. Si inventas algo que te da el poder de violar las leyes de causa y efecto, regresar al pasado y matar a tu abuelo…

—Simplemente acabas encontrándote en un dominio causal distinto… ¡Qué extraordinario! —dijo Lodoghir.

El laterrano asintió.

—Uno es relegado a un argumento totalmente diferente —dijo, mirando a fra Jad—, y así se preserva la causalidad.

—¡Y parece que lo habéis convertido en un hábito! —dijo Lodoghir.

Jules Verne Durand lo pensó.

—Lo dices como si hubiese sido un proceso rápido y fácil, pero hay mucha historia entre el Primer Advenimiento, el descubrimiento urnudano de Tro y el Cuarto… en el que nos encontramos ahora. El Primer Advenimiento en sí duró siglo y medio, y dejó Tro en ruinas.

—¡Cielos! —exclamó Lodoghir—. ¿De verdad los urnudanos son tan brutales?

—No tanto. Pero era la primera vez. Ni los urnudanos ni los troänos poseían la sofisticada comprensión del policosmos que parecéis haber desarrollado en Arbre. Todo era sorprendente, y por tanto fuente de terror. Los urnudanos se implicaron demasiado rápido en la política troäna. Se produjeron sucesos desastrosos, casi todos ellos culpa de los troänos. Finalmente reconstruyeron la Daban Urnud para que ambas razas pudiesen vivir en ella y se embarcaron en un segundo viaje intercósmico. Llegaron a Laterre cincuenta años después de la muerte de Gödel.

—Disculpa —dijo Ignetha Foral—, pero ¿por qué tuvo que modificarse tanto la nave?

—En parte porque estaba desgastada… consumida —dijo Jules Verne Durand—. Pero sobre todo por la comida. Cada raza debe disponer de su propia fuente de alimentación… por razones que son obvias tras el experimento de fra Erasmas. —Hizo una pausa y nos miró a todos—. Ahora mi destino es morirme de hambre en medio de la abundancia, a menos que por medio de la diplomacia pueda convencer a los de la Daban Urnud para que me envíen comida que pueda digerir.

Tris, que había regresado al Mensal al comienzo de la conversación, dijo:

—¡Haremos todo lo posible por conservar las viandas laterranas que todavía quedan en la cocina! —Y se fue.

Ignetha Foral añadió:

—Será una prioridad en cualquier futura comunicación con el Pedestal.

—Gracias —dijo el laterrano—. Para alguien de mi ascendencia, la muerte por inanición sería el destino más ignominioso.

—¿Qué sucedió en el Segundo Advenimiento… en Laterre? —preguntó sur Moyra.

—Me saltaré los detalles. No salió tan mal como en Tro. Pero en todos los cosmos que se visitan hay trastornos. El Advenimiento dura entre veinte y doscientos años. Con o sin vuestra cooperación, la Daban Urnud se reconstruirá por completo. Ninguna de vuestras instituciones políticas, ninguna de vuestras religiones sobrevivirá en su forma actual. Habrá guerras. Algunos de los vuestros se encontrarán a bordo de la nueva versión de la nave cuando finalmente pase a algún otro argumento.

—¿Como te pasó a ti, entiendo, cuando la nave abandonó Laterre? —preguntó Lodoghir.

—Oh, no. Ése fue mi bisabuelo —dijo el visitante—. Mis antepasados vivieron durante el viaje a Fthos y el Tercer Advenimiento. Yo nací en Fthos. Aquí probablemente pase algo similar.

—En el caso de que no usen el quemamundo contra nosotros —dijo Ignetha Foral.

Yo apenas empezaba a entender las expresiones faciales laterranas, pero estoy seguro de que en el rostro de Jules Verne Durand vi el horror que le daba esa idea.

—Ese objeto odioso fue inventado en Urnud, durante su gran guerra… aunque debo confesar que en Laterre teníamos planes similares.

—Igual que nosotros —dijo Moyra.

—Veréis, los urnudanos sospechan que cada Advenimiento los lleva a un mundo más ideal, más cercano a lo que llamaríais el Mundo Teorético de Hylaea, que el anterior. No tengo tiempo de daros todos los detalles, pero yo mismo he tenido la impresión de que Urnud y Tro parecían versiones menos perfectas de Laterre, y que Fthos nos parecía a nosotros lo que nosotros éramos para Tro. Ahora hemos llegado a otro nuevo mundo, y el Pedestal teme que los habitantes de Arbre posean poderes y capacidades que superen las suyas… incluso que estén más allá de su comprensión. Son exageradamente sensibles a todo lo que tiene la apariencia…

—De ahí el asalto y esta jugada ambiciosa para saber sobre los Conjuradores —dijo Lodoghir.

—Y los Rétores —le recordó Paphlagon.

Moyra rio.

—¡Es de nuevo la política del Tercer Saqueo! Sólo que infinitamente más peligrosa.

—Y el problema al que os enfrentáis… al que nos enfrentamos, es que no podéis hacer nada para convencerlos de que los Rétores y los Conjuradores no existen —dijo Jules Verne Durand.

—Rápido… ¿Atamant y el cuenco de cobre? —preguntó Lodoghir.

—Basado libremente en un filósofo de Laterre llamado Edmund Husserl y el cenicero de cobre que tenía sobre la mesa —dijo el laterrano. Si leía bien su expresión, se sentía un poco avergonzado—. Mi versión es muy ficticia. Lo de hacer desaparecer el rasguño fue, por supuesto, una estratagema para haceros hablar… para que dijerais claramente si alguien en Arbre poseía el poder de hacer algo así.

—¿Crees que la estratagema tuvo éxito? —preguntó Ignetha Foral.

—Vuestra reacción aumentó la suspicacia de los que me controlan. Me indicaron que esta noche debía insistir todavía más.

—Así que todavía no se han decidido.

—Oh, estoy más que seguro de que ahora ya se han decidido.

El suelo saltó bajo nuestros pies y el aire se llenó súbitamente de polvo. El silencio posterior acabó en una sucesión de estruendos. Durante unos quince segundos… veinte golpes en total. Lio anunció:

—No hay motivo de alarma. Forma parte del plan. Lo que habéis oído son las cargas de demolición controlada derribando partes de la muralla exterior. Están creando aberturas para abandonar rápidamente el concento sin tener que salir todos por la Puerta de Día. La evacuación ha comenzado. Mirad vuestras insignias.

Saqué la mía de un pliegue del paño. Se había encendido. En un mapa coloreado de mi entorno inmediato, igual que la pantalla de navegación de una cartabla, estaba marcada en púrpura mi ruta de evacuación. Superpuesto había un dibujo esquemático de una mochila con un signo de interrogación que parpadeaba.

Los decanes tomaron la decisión impresionante de retirar las sillas. Miraban sus insignias, haciendo comentarios. Lio se subió de un salto a la mesa y dio una patada muy fuerte. Todos le miraron.

—Dejad de hablar —ordenó.

—Pero… —dijo Lodoghir.

—Ni una palabra. ¡Actuad! —Lio dio esa orden con una voz que yo no le había oído nunca… aunque en las calles de Mahsht había oído algo similar. Había estado entrenando su voz junto con su cuerpo, aprendiendo trucos de vallelogía para usarla como arma. Yo me alejé de los decanes, que se marchaban en dirección contraria, cargando con sus mochilas. Entré en el pasillo donde me esperaba la mía. Me la puse al hombro y volví a mirar la insignia. El dibujo de la mochila había desaparecido. Pasé a la cocina. Tris y Lio ayudaban a Jules Verne Durand a meter en bolsas y cestos lo que quedaba de su comida.

Salí por la parte de atrás de la tación de Avrachon y me sumé a la evacuación del antiguo concento de Tredegarh.

A miles de pies por encima, las aeronaves aterrizaban en las torres de los Milésimos.

A mí y a muchos con los que había hablado, el asunto de las insignias y las mochilas nos había parecido insultantemente simplón… como si el Convox fuese un campamento de verano de niños de cinco años. En los quince minutos de carrera por Tredegarh, acabé encontrándole el sentido. No había plan ni procedimiento, por simple que fuese, que no se estropeara cuando miles de personas pretendían ejecutarlo a la vez. Hacerlo en la oscuridad elevaba el caos al cuadrado, hacerlo a toda prisa lo elevaba al cubo. La gente que había perdido la insignia o la mochila vagaba por ahí en distintos estados de pánico… pero gravitaba hacia camiones con sistemas de sonido que anunciaban: «¡Venid aquí si habéis perdido la insignia o la mochila!» Algunos se torcieron un tobillo, hiperventilaron e incluso tuvieron problemas de corazón: los médicos militares se ocupaban de esos casos. Granfras y gransures que no podían mantener el ritmo acabaron a la espalda de filles. Corriendo en la oscuridad, hipnotizados por sus insignias, unos tropezaban con otros como en una comedia, se caían, se partían la nariz, discutían sobre quién tenía la culpa. Me detuve a ayudar a algunas víctimas, pero los equipos de asistencia eran asombrosamente eficientes… y muy groseros para decirme que me dirigiera a la salida en lugar de meterme en medio. Ala realmente había marcado la operación con su sello. Al crecer mi confianza en que la evacuación básicamente funcionaba, me moví más rápido y atravesé la gigantesca plantación de árboles de páginas, cargados de hojas que nadie cosecharía jamás, para pasar por un hueco desigual que habían abierto en el antiguo muro. El paso estaba sembrado de escombros. De extramuros llegaban luces, y el aire lleno de polvo relucía sobre la abertura blanca y azul, proyectando largas sombras nerviosas tras los avotos que salían subiendo por el montón de cascotes, ayudados por los soldados que iluminaban con las linternas las zonas más complicadas y ladraban consejos a los avotos que tropezaban o parecían indecisos. La insignia me indicaba que la atravesase, por lo que lo hice, intentando no pensar en los muchos siglos de piedras que hasta esa noche se alzaban allí, en los avotos que las habían tallado y las habían colocado en su sitio.

Tras el muro había un llano, un cinturón de terreno abierto que los ciudadanos locales usaban como parque. Esa noche se había convertido en zona de aparcamiento para drumones militares: simples vehículos de plataforma plana con toldo de lona. Al principio sólo vi los pocos que estaban más cerca de la base del montón de escombros, ya que se encontraban dentro del halo de luz. Pero mi insignia insistía en que me adentrase en la oscuridad. Haciéndolo, me di cuenta de que esos drumones ocupaban como un cuarto de milla. Tenían los motores en marcha y vi la luz fría que emitían los bulbos luminosos, las esferas de los avotos y los paneles de control que se reflejaban en los ojos de los conductores. Los vehículos en sí estaban completamente a oscuras.

Algo me alcanzó, se dividió para esquivarme y siguió avanzando. Más que oírlo lo sentí. Era un pelotón de valleros con paños negros, corriendo en silencio.

Corrí unos minutos serpenteando, porque mi insignia no dejaba de insistir en que corriese entre los drumones aparcados. A mi derecha pasó otra sección de muralla con su montaña de luz, y vi otra asomando más allá de la curva del muro. Los huecos no dejaban de escupir avotos, así que no tuve la impresión de llegar tarde. Aquí y allí observaba a un fra o una sur solo, el rostro iluminado por la luz de la insignia, acercándose a la parte trasera abierta de un drumón, los ojos saltando entre insignia y vehículo, el rostro manifestando una certidumbre creciente: «Sí, éste es.» Manos surgiendo de la oscuridad para ayudarlos a subir, voces que los saludaban. Todos se mostraban extrañamente alegres… porque desconocían lo que algunos sabíamos que estaba pasando.

Al fin la línea púrpura me llevó más allá del último drumón aparcado. Sólo quedaba un vehículo suficientemente grande para trasladar una célula de tamaño considerable: un autobús forrado de fototipos de extasiados jugadores. Debían habérselo requisado a un casino. No podía creer que fuese mi destino, pero en cuanto intentaba esquivarlo la línea púrpura se modificaba irritantemente y me indicaba que diese la vuelta. Así que me acerqué a la puerta lateral y miré los escalones de entrada. Había un conductor militar sentado, iluminado por su cismex.

—¿Erasmas de Edhar? —me gritó, aparentemente leyendo una señal de mi insignia.

—Sí.

—Bienvenido a la Célula 317 —dijo, y con un gesto de la cabeza me indicó que subiese—. Seis, quedan cinco —murmuró cuando pasé a su lado—. Pon la mochila en el asiento contiguo… entrada rápida, salida rápida.

El suelo del autobús y las superficies inferiores de las bandejas de equipaje estaban marcados con cintas que emitían una débil luz sobre los asientos y las personas que los ocupaban. No había muchas. Soldados que hablaban por los cismex o los usaban para alguna otra cosa habían reclamado las primeras dos filas de asientos. «Oficiales», pensé. Luego, tras algunas filas vacías, vi un rostro que reconocí: el de Sammann, iluminado como siempre por su supercismex. Alzó la vista y me reconoció, pero no vi en su rostro la sonrisa familiar. En lugar de sonreírme apartó los ojos un momento.

Mirando hacia la oscuridad del fondo, vi varias filas de asientos ocupados por mochilas y, junto a cada una, una cabeza afeitada, inclinada, concentrada.

Me detuve tan de golpe que el impulso de la mochila casi me derribó. Me dije: «¡Chico idiota, te has equivocado de autobús!» Y mis piernas intentaron sacarme de allí antes de que el conductor cerrase la puerta y arrancase.

Luego recordé que me había llamado por mi nombre y me había dicho que subiese.

Miré a Sammann, quien adoptó una expresión de sufrimiento que sólo se le daba realmente bien a un Ati y se encogió de hombros.

Así que tiré mi mochila a un asiento vacío y me senté. Justo antes de hacerlo, estudié los rostros de los valleros. Eran fra Osa, el PEI; sur Vay, la que me había cosido con hilo de pescar; sur Esma, la que había dado cabriolas por la plaza de Mahsht cargando contra el francotirador, y fra Gratho, el que había usado su cuerpo como escudo, colocándose entre el líder gheethe, al que luego había desarmado, y yo.

Durante un rato me senté inmóvil, preguntándome cómo prepararme para lo que se avecinaba, deseando que empezase ya.

El siguiente en subir fue Jesry. Vio lo que yo había visto. Me pareció que por su rostro pasaban muchas de las mismas emociones, pero atenuadas; a él ya le habían escogido para ir al espacio y probablemente lo esperase. Cuando pasó a mi lado, me dio en el hombro.

—Me alegro de estar contigo —dijo—. No hay nadie con quien me gustaría más que me vaporizasen, mi fra.

—Vas a ver cumplido tu deseo —dije, recordando nuestra charla de Apert.

—Más de lo que había deseado —respondió, y se acomodó en el asiento del otro lado del pasillo.

Minutos más tarde se nos unió fra Jad, que se sentó solo detrás de los oficiales. Me saludó y yo le devolví el saludo; pero, una vez que se hubo puesto cómodo, los valleros recorrieron uno a uno el pasillo para presentarle sus respetos.

Una joven Ati subió, seguida de un Ati muy mayor. Se colocaron junto a Sammann unos minutos, recitándose números. Pensé que íbamos a tener tres Ati en nuestra célula, pero a continuación los dos visitantes salieron y no los volvimos a ver.

Cuando llegó, fra Arsibalt se colocó al principio del pasillo, junto al conductor, y durante medio minuto consideró la idea de huir. Luego respiró hondo, como si intentase aspirar todo el aire del autobús, y recorrió impasible el pasillo para sentarse detrás de Jesry.

—Será mejor que por esto consiga mi propia vidriera.

—Quizá consigas una Orden… o un concento —le propuse.

—Sí, quizá… si siguen existiendo cuando termine el Advenimiento.

—Venga, hombre, ¡somos el Mundo Teorético de Hylaea de esa gente! —dije—. ¿Cómo van a destruirnos?

—Haciendo que nos destruyamos entre nosotros.

—Decidido —dijo Jesry—. Tú, Arsibalt, acabas de ganarte el puesto de oficial de moral de la Célula 317.

Jesry no entendía algunas cosas que nos habíamos dicho Arsibalt y yo, así que nos pusimos a explicarle lo sucedido en el Mensal. Mientras, Jules Verne Durand subió a bordo, cargado con un conjunto variopinto de bolsas, botellas y cestos. Su incorporación a la célula tenía que haber sido una improvisación de última hora; era imposible que Ala pudiese haberlo planeado. Durante un minuto pareció aterrado, luego, si interpreté correctamente su expresión, se alegró.

—¡Es imposible expresar lo orgulloso que estaría mi tocayo! —anunció, y recorrió el pasillo presentándose como Jules a todos los miembros de la Célula 317—. ¡Estaré encantado de morirme de hambre con esta compañía!

—¡El alienígena debe de tener un tocayo tremendo! —murmuró Jesry después de que Jules pasase.

—Y que lo digas, amigo. ¡Te lo contaré todo sobre él durante nuestras aventuras! —dijo Jules, que le había oído; aparentemente los laterranos tenían muy buen oído.

—Somos diez, falta uno —le dijo el conductor a alguien que evidentemente se encontraba al pie de la escalera.

—Vale —dijo una voz familiar—, ¡vamos!

Lio entró en el autobús. Tras él la puerta se cerró con un silbido y nos movimos. Lio, al igual que Jules antes, recorrió al pasillo sin perder el equilibrio ni siquiera cuando el vehículo daba bandazos o pasaba por terreno accidentado. Los que conocía recibieron apretones de mano. Los relojeros edharianos recibieron abrazos capaces de romper el espinazo. Los valleros recibieron reverencias… aunque me di cuenta de que incluso fra Osa se inclinaba con más formalidad, con una inclinación mayor, ante Lio que Lio ante él. Fue la primera señal de que Lio era el líder de nuestra célula.

Al cabo de veinte minutos llegamos a un aeródromo. La escolta de vehículos de la policía militar ayudó a acelerar los trámites. No hubo que preocuparse por la seguridad ni las multas; atravesamos la entrada protegida y llegamos a la pista, donde paramos junto a una aeronave militar de alas fijas capaz de transportar cualquier cosa, pero que esa noche estaba lista para llevar pasajeros. Los oficiales de la parte delantera del autobús eran la tripulación. Salimos, recorrimos diez pasos de pista y subimos la escalerilla de la nave. No era feliz. No estaba triste. Sobre todo, no estaba sorprendido. Comprendía perfectamente la lógica de Ala: una vez aceptado que estaba tomando la «decisión horrible», el único camino era tomarla de verdad… hasta sus últimas consecuencias. Juntar a sus personas favoritas. Para ella el riesgo era mayor… me refiero al riesgo de que todos muriésemos y tuviese que pasar el resto de su vida sabiendo que había sido la responsable. Pero para cada uno de nosotros, individualmente, el riesgo era menor, porque podríamos ayudarnos mutuamente. Y si moríamos, lo haríamos en buena compañía.

—¿Hay una forma de enviar un mensaje a sur Ala? —le pregunté a Sammann después de ocupar nuestros asientos y con el estruendo de los motores ahogando mi voz—. Quiero decirle que ha hecho lo correcto.

—Está hecho —dijo Sammann—. ¿Algo más… ya que tenemos el canal abierto?

Lo pensé. Había muchas cosas que podía decir, que debía decir.

—¿El canal es privado? —pregunté.

—No seas tonto —dijo.

—No —aseguré—. Nada más.

Sammann se encogió de hombros y se concentró en el cismex. La nave avanzó. Me acomodé en el asiento, busqué el cinturón en la oscuridad y me lo abroché.