Capítulo 1

Natascia no sabía cómo consolar a su madre. Pero ¿consolarla de qué? ¿De no estar más en el piso de arriba? Se habría consolado sola también esta vez y habría vuelto a meterse luego en otro lío. Pero ahora estaba enferma y Natascia temía que a su madre ya no le quedara tiempo de meterse en más líos. Lo decía tal cual y después se echaba a llorar.

Cuando oían el timbrazo tímido e indeciso de Johnson sénior no le abrían, y si Natascia estaba en casa y él insistía, ella se ponía detrás de la puerta y le decía: «¡Váyase! No vuelva más. ¡Déjenos en paz, por favor!».

Un día yo estaba sentada en la cama de Anna. Llamaron a la puerta. El timbrazo era claramente de Giovannino y ella me dio permiso para que fuese a abrir. Y sí, era Giovannino, pero su abuelo estaba detrás. El niño subió corriendo al piso de arriba, yo me adelanté a Johnson sénior, entré en el dormitorio de Anna y conseguí decirle: «Quédate tranquila». Invité a Mr. Johnson a que se sentara, pero contestó algo que no entendí y que debió de ser algo así como: «No importa, me quedo de pie», y no pasó del umbral de la puerta. No se dijeron una palabra, ni ella ni él, se los veía pálidos, con cara de afligidos. Los dos estábamos lejos de la cama de Anna, yo me acerqué para arreglarle las almohadas y él se apresuró a ayudarme, aunque no había necesidad, sólo por hacer algo. Y como el silencio se estaba haciendo pesado, dije:

—¿Qué tal? Hacía mucho que no nos veíamos.

—Todo bien, gracias. ¿Y vosotras?

—Ya lo ve. No hay motivos para estar alegres.

—Vendrán tiempos mejores. Estoy seguro.

—¿Su hijo y su nieto le han contado lo que pasó?

—Claro. Tampoco en el piso de arriba hay motivos para estar alegres.

—¿Su mujer se encuentra mal? Hace tiempo que no la vemos.

—Está muy bien, gracias. Pero ya no es mi mujer. Es mi ex mujer. Bueno, mi futura ex mujer.

Nos lo quedamos mirando con la boca abierta y él se acercó otra vez a Anna para arreglarle las almohadas.

Mi intención era dejarlos solos, pero Mr. Johnson se dirigió a Buckingham Palace y de ahí a la puerta de entrada para marcharse.

—Y su mujer, es decir, su futura ex mujer, ¿cómo se lo ha tomado? —le pregunté en la puerta.

—Ahora está contenta. Hacía tiempo que no era feliz conmigo. Yo no sabía que se pudiera ser tan infeliz con una persona sólo porque esa persona es infeliz con nosotros and to be happy only if she’s happy. Discúlpame, hoy me siento como un muchacho y hablo como entonces, en inglés, como hace cincuenta años. Mi querida pequeña, te deseo la inmensa felicidad que nos llega de la felicidad de alguien que es feliz con nosotros. Mi mujer me quería, pero llegó un momento en que le molestaba todo lo que yo hacía o decía. De mí le irritaba todo, mi forma de andar, de estar en la mesa, de ser distraído. Tonterías, dirás tú. Pero yo siempre tenía la impresión de que había llegado el momento de marcharse. Empecé a soñar con un pájaro negro, parecido a una cucaracha, alguien lo cogía con la mano para matarlo y él hacía crac. Pero volvía todas las noches y eso significaba que renacía todas las mañanas, para fastidiar. Yo era ese pájaro. Mientras tuve éxito mi mujer me lo perdonaba todo. Pero yo sabía que tarde o temprano eso se terminaría. Yo no era violinista. Era alguien que tocaba el violín. Y si tenía que terminar, pues que terminara enseguida. Y desaparecí de la circulación.

—Pero, Mr. Johnson, ¿entonces por qué aceptó tocar en el concierto?

—Podía hacerlo. Anna me habría querido igual aunque me hubiesen tirado tomates podridos.

—Puede estar seguro. Era muy feliz con usted. Estaba guapa, y ahora está enferma, flaca flaquísima y tiembla. ¿Sabe que tendrán que operarla del corazón?

—Me lo ha dicho mi hijo. Y si ella acepta, la llevaré a Estados Unidos. La operación es sencilla, pero está el problema de la edad, sesenta y cinco ya son años.

—¿Quién le ha dicho que tiene sesenta y cinco años?

—Mi hijo.

—¿Cuándo?

—Cuando se enteró.

Y se fue con ese movimiento de la cabeza, la inclinación imperceptible que hacen los músicos cuando termina el concierto.

Al día siguiente volvió, armado de maleta y violín, y me resultó de lo más raro asistir a esa escena, era como contemplar el sol radiante en el cielo azul, pero en un cementerio.

—¡No era mi destino! —exclamó Anna y le tendió los brazos.

—Si me aceptas —dijo el señor de arriba, corriendo hacia ella para dejarse abrazar—, aquí me tienes. Sin nada. Con mi violín. Me vengo a vivir contigo, aquí, al piso de abajo.

—Te quiero aunque no tengas nada. Nosotros somos más importantes que las cosas. Pero la verdad es que me da pena por tu mujer. Y me da pena por ti, que tienes que dejar tus cosas bonitas y cómodas.

—Mis cosas bonitas y cómodas siempre me han parecido inmerecidas. La rica es mi mujer. Todo es de ella. Yo me las gané por un malentendido. Ella amó a un violinista y yo era alguien que tocaba el violín. Siempre seré alguien que toca el violín, feliz de tocarlo. Entonces ¿me puedo quedar? Para tamborilear melodías con los dedos, todos los alféizares sirven.

—Fíjate qué fea estoy. Se me han resecado los pechos. Mira qué ojeras tan oscuras, si parece que tuviera los ojos embadurnados de maquillaje.

—Pero ¿qué dices? ¿De qué pechos resecos me hablas? ¿De qué ojos embadurnados? You are lovely. Como siempre.