Siri estaba sentada sola en la cocina de Mailund, a punto de marcar el número de Jon en el móvil. Apagó el intercomunicador. Resultaba confuso operar con teléfono móvil e intercomunicador a la vez. Últimamente, tanto Jenny como Jon farfullaban y desvariaban por igual.

Siri se levantó, fue a buscar a la nevera media botella de vino tinto y se sirvió un gran vaso. Quería hablar con Irma de que Jenny, quien manifiestamente no toleraba el alcohol, bebía todos los días grandes cantidades de vino tinto con la tortilla. Jenny no solo había sido una borracha gran parte de su vida adulta (salvo los veinte años que había estado sobria), sino que mezclar vino tinto con medicinas fuertes en pleno día tenía que ser mortal. No era de extrañar que Jenny estuviera desorientada. No era de extrañar que farfullara. Y ya que iba a hablar de lo del vino tinto, a lo mejor podría mencionar también lo de las tortillas. Tortilla todos los días. Sin verduras. Sin jamón. Sin nada de nada por dentro. Solo ketchup. Bueno, y grandes cantidades de vino tinto. Siri ya había intentado discutir el tema de las tortillas con Irma, pero esta había rechazado toda protesta, colocándose delante de Siri con su enorme cuerpo, diciendo:

-Los médicos dicen que Jenny necesita proteínas. Los huevos están llenísimos de proteínas. Yo solo sigo las instrucciones del médico. -Y añadió-: Creo que el médico sabe más de esto que tú, ¿no crees?

-Seguro que sí -contestó Siri-, pero tortilla y vino tinto todos los días acaba por ser bastante poco variado...

Irma escuchaba con los brazos cruzados, y Siri intentó proseguir:

-Yo también sé algo de nutrición, de dietas, quiero decir... podría darte unas recetas estupendas de platos con muchas proteínas...

Irma respiró.

-Entiendo que te resulte difícil aceptarlo -dijo-. Eres su hija. Pero yo he convivido con ella durante veinte años y la conozco. Se fía de mí. Somos...

-¿Qué sois? -susurró Siri-. ¿Qué sois realmente?

Irma levantó la mano, se volvió y sacudió la cabeza para indicar que la conversación había terminado.

Hoy el ambiente era muy distinto. Irma había aceptado que Siri entrara y se quedara un ratito. Irma estaba de muy buen humor, casi gorjeante. Incluso se había dignado a dar un bocado de la tarta de trufas de Siri con fondo de vainilla. Dijo que tenía cosas que hacer. Primero iría a la tienda a comprar huevos y leche, luego a la farmacia a por las medicinas de Jenny, y al final iría a comprar un vestido de lunares rojos que había visto en las rebajas. Siri la escuchaba atónita, sobre todo por lo del vestido de lunares rojos. Era incapaz de imaginarse a Irma con un vestido de lunares rojos, en realidad con cualquier vestido. Irma solía llevar vaqueros y camisas de cuadros y su pelo de ángel suelto, medía al menos dos metros de estatura y lo mismo de ancho y andaba descalza de puntillas por todas partes. Pero Siri no dijo nada. ¿Acaso Irma se había suavizado un poco? Tal vez ese gorjeo, el aceptar probar la tarta y los lunares rojos fueran el principio de una relación menos complicada con Irma. A lo mejor Irma estaba incluso más dispuesta a hablar de la dieta de Jenny y de su consumo de alcohol.

En todo eso pensaba Siri sentada junto a la mesa de la cocina, bebiendo vino tinto muy frío. En una mano tenía el teléfono móvil, no debía olvidar llamar a Jon, y tenía la esperanza de que Irma tardara algo y no volviera antes de que Siri hubiese vuelto a encender el intercomunicador.

A Irma le encantaba el intercomunicador.

-Es importante seguir los sonidos de Jenny -dijo antes de marcharse-. Tal vez no pueda respirar. Tal vez pida ayuda. Tal vez se haga daño.

Siri asintió con la cabeza.

-Pero si no escuchas más que sonidos normales, déjala en paz. No entres y salgas de su habitación. Eso no es más que un estorbo para ella.

Siri volvió a asentir con la cabeza. Tenía ganas de preguntarle a Irma qué significaba sonidos normales, pero no lo hizo. No había que estropear el buen ambiente. No decir nada que pudiera entenderse como un sarcasmo.

Era principios de septiembre. Jenny pasaba ya la mayor parte del tiempo en la cama, excepto cuando Irma la lavaba, la cambiaba, la bajaba en brazos por la escalera (como si fuera un pequeño pavo real) y empujaba su silla de ruedas hasta la cocina. Tortilla a la una.

Siri miró fijamente el intercomunicador. Cuando lo apagabas, la habitación quedaba en silencio total, salvo el zumbido del frigorífico. Siri miró la cocina. El frigorífico verde zumbaba. Sí, te oigo a ti. Llevas treinta años zumbando aquí. Por lo demás, reinaba el silencio. La mesa estaba en silencio. Las sillas. El suelo y el techo. Miró por la ventana. Las vacaciones de las niñas habían terminado ya, ni habían considerado la posibilidad de pasarlas en Mailund tampoco ese año, no con la presente situación. Siri dormía en el estudio de encima del restaurante. Había dejado gran parte de la responsabilidad a Pepper, al que no importaba nada trabajar otro verano más junto al mar, y ella iba y venía del chalé adosado de Oslo a Mailund.

El intercomunicador estaba diseñado como una pequeña radio, la otra parte, que estaba en la mesilla de noche de Jenny, tenía forma de un animal indefinible, con cara sonriente -tal vez una rata, un gato, una pequeña liebre, o algo entremedias. Siri se sirvió otra copa de vino. Quería hablar con Irma sobre lo del intercomunicador. ¿No suponía una violación de la vida privada de Jenny tenerlo siempre en la mesilla de noche? ¿No podía tener su madre sus sonidos agonizantes en paz? ¿Esa manera de vigilarla no suponía la infantilización de una persona que, al fin y al cabo, siempre había reivindicado su independencia? Siri apuró la copa y marcó el número de Jon. No le hacía ninguna ilusión llamarlo. Él no cogió el móvil, y ella le envió un mensaje en el que le preguntaba cómo iba todo por casa. Esta vez contestó enseguida.

Un follón.

¿Qué pasa?

Alma le ha pegado a una chica de la clase de al lado.

Siri leyó el mensaje y marcó otra vez el número de Jon. Él no cogió el teléfono. Ella escribió:

¿Por favor, podrías coger el teléfono?

Unos segundos más tarde sonó su teléfono. Era Jon. Notó enseguida que había bebido.

-¿Qué está pasando?

-¿Quieres oírlo?

-Déjalo Jon. ¿Qué está pasando?

-Vale. Te cuento: Alma ha pegado a una chica de la otra clase. Al parecer, fue una pelea en toda regla. No sé por qué. Según testigos la empezó Alma. La otra chica, que se llama Mona Haugen, y está en la clase 10A, sangró por la nariz. Había sangre por todas partes, según dicen. En su cara. En sus manos. En el patio de recreo.

-¿Cómo está Alma? -lo interrumpió Siri.

-Ilesa. Sin un arañazo. Pero expulsada, claro. ¿Cuándo vuelves a casa?

Siri miró la botella de vino. Se había bebido dos copas.

-Cogeré el coche e iré a casa esta noche. Llegaré lo antes posible. ¿Cómo está Liv?

-Liv está bien. Se fue con una amiga, Laura, a su casa. La madre de Laura mandó un mensaje preguntando si se podía llevar a Liv, que Liv y Laura se llevan muy bien, que no había ningún problema.

-Qué bien.

Cerró los ojos.

-¿Algo más? -preguntó.

Oyó que Jon vacilaba.

-Sí...

Oyó que él intentaba llenar el vaso (¿de whisky? ¿vino?), sin hacer ruido.

-Jon, ¿qué pasa?

-Bueno, lo que pasa es que llevo varios meses recibiendo mensajes de Amanda Browne.

-¿Qué? ¿La madre de Mille?

-Sí.

-¿Te has follado a la madre de Mille?

-No, Siri. Lo creas o no, no me la he follado.

Jon suspiró.

-Acabo de decirte que he estado recibiendo mensajes suyos. Manda mensajes y llama. A veces llama y cuelga enseguida. Otras veces llama y no dice nada.

-Deberíamos haber escrito aquella carta -dijo Siri.

-Lo que ocurre es que me parece que ella cree que tú también estás involucrada.

-¿Involucrada en qué?

-No lo sé. Involucrada. ¿Cómo coño voy a saber qué significa? Está pirada. Supongo que opina que nosotros, de alguna u otra manera, tenemos la culpa de lo que ocurrió.

Yo no sé lo que ocurrió! -exclamó Siri-. ¿Lo sabes ?

-No. Tú sabes que yo no lo sé. -Vaciló-. Seguro que lo hizo ese chico, ese tal KB. Pero mientras no la encuentren...

-¿Estuviste en el anexo aquella noche? -lo interrumpió Siri.

-¡Te he dicho que no, que no estuve en el anexo! Qué coño... ¿Ahora vas a acusarme ? ¿Es lo único que sabes hacer, o qué? ¿Vamos a intentar, por una vez, apoyarnos el uno al otro? ¿Resolver este caso juntos?

-Vale -dijo Siri-. ¿Te acostabas con Mille?

Jon gritó. Gritó con tanta fuerza que ella se echó a llorar.

-NO ME ACOSTABA CON MILLE, ¿VALE? NO ESTUVE EN EL ANEXO, ¿VALE?

-Vale.

Siri contuvo el aliento. No podía quedarse allí llorando. ¿Y si Irma llegaba de repente y la encontraba así? Encendió el intercomunicador. Todo estaba tranquilo en la planta de arriba. Jenny dormía. Miró la botella vacía.

-Vale. Saldré de aquí dentro de unas horas. ¿Hay algo que no me hayas contado de Mille? Si quieres que estemos juntos en esto, al menos tendrás que contármelo todo.

-Hay una cosa -dijo Jon.

Siri se rió.

-Ya me lo imaginaba.

-No es nada -dijo Jon-. Pero opino que debes saberlo. Amanda no lo ha mencionado, pero puede que salga en algún momento. No creo. En realidad, no tiene importancia.

-¿Y es?

-¿Te acuerdas de aquella foto que salió en los periódicos cuando informaron sobre el caso? ¿Esa foto que en realidad no parecía ella? ¿Recuerdas que lo comentaste? Vestido azul. Boca roja. Trenza.

Dejó de hablar. Ella oyó que él estaba bebiendo, pero no dijo nada. Jon prosiguió:

-Lo hablamos tú y yo. Hablamos de la foto. Está bastante borrosa, y sin embargo tomada muy de cerca. Recuerdo que dijiste que ella estaba mucho más guapa en esa foto que en la realidad. No tanta cara de luna, dijiste. No puede verse dónde está hecha la foto. Puede estar hecha en cualquier sitio por cualquier persona. Es una foto normal de teléfono móvil de una chica normal. Ningún fondo. Ningún entorno. Salvo algo negro abajo en la esquina izquierda. Algo espeso y peludo. ¿Lo recuerdas?

-No... o sí. Tal vez -contestó Siri en voz baja, pensando en la mancha negra.

-No es algo en lo que uno se fije -dijo Jon-. A quien se mira es a la chica, claro. Pero... eso negro y peludo era un trozo del rabo de Leopold.

-¿Cómo?

Siri se incorporó en la silla.

-Lo cierto es que yo hice esa foto de Mille aquel verano. Entró en mi despacho a preguntarme algo. Seguramente algo referente a las niñas. Por alguna razón me dijo que no tenía ninguna foto suya de adulta, entonces yo le hice una con la cámara de su teléfono móvil. Eso es todo. Y justo en ese momento Leopold se levantaría y pasaría por delante.

Siri no dijo nada.

-¿Estás ahí, Siri?

-Sí.

-No fue más que una foto.

-Sí.

-¿Vienes esta noche?

Siri apagó el intercomunicador, luego lo volvió a encender. Clic clic.

-Sí, cogeré el coche e iré esta noche. Seguiremos hablando en casa.

Nunca le había gustado conducir de noche, le molestaba ese calor polvoriento del interior del coche, las luces lanzadas en largas pinceladas sobre ese paisaje que conocía tan bien, pero con el que nunca llegaba a familiarizarse del todo. Esta vez era como si no consiguiera mantener la mirada fija en la carretera, las manos sobre el volante. Quería llamar a Jon y gritar por qué hiciste esa foto, pero no serviría de nada. Todo era mentira. No quería ir a casa, y no quería dar la vuelta, y tenía la sensación de que el largo túnel justo antes de entrar en la ciudad no acabaría nunca.