¡Este es mi hermano pequeño! dijo Siri a la señora de detrás del mostrador de la pastelería. También se lo dijo a la señora de la tienda. Lo decía siempre que podía. Hermanito. Mi hermano pequeño. Y siempre lo tenía cogido con fuerza de la mano, él se quejaba, decía, me aprietas demasiado, Siri, me duele, y entonces ella le apretaba la mano aún más y miraba desde arriba su gran gorro gris, y se reía diciendo eso es algo que tienes que aguantar, los hermanos pequeños tienen que aguantar que las hermanas mayores los cojan de la mano con mucha fuerza, pero te la soltaré en cuanto nos hayamos sentado y tengamos en la mesa el cacao, y entonces Syver se reía y decía, claro, no se puede tomar cacao si estamos cogidos de la mano todo el tiempo.

A menudo se colocaban cara a cara en el jardín. Aunque Syver tenía dos años menos que Siri, eran casi de la misma estatura.

Syver señalaba la cabeza de Siri y decía:

-Tu cabeza.

Y Siri señalaba la nariz de Syver y decía:

-Tu nariz.

Syver señalaba el cuello de Siri y decía:

-Tu cuello.

Siri señalaba la clavícula de Syver y decía:

-Tu clavícula.

-¿Qué?

-Tu clavícula -repetía Siri-. Se llama así. Como una clavija.

-¿Qué es una clavija?

-¿No sabes nada o qué?

Ella señalaba otra vez la clavícula de Syver y decía:

-Tu clavícula.

Y él señalaba el pecho de ella y decía:

-Tus tetas.

Siri ponía los ojos en blanco.

-Tengo seis años. No tengo tetas. Solo las mujeres tienen tetas.

-Vale -decía Syver y señalaba la tripa de su hermana-. Tu tripa.

Siri se inclinaba, señalaba una rodilla de Syver y decía:

-Tu rodilla.

Luego los dos se inclinaban y uno agarraba los pies de del otro, diciendo al unísono:

-¡Tus pies!

Se trataba de ver cuántas veces se podía hacer sin echarse a reír.

Todo cambió cuando Syver murió. Ya no había nadie con quien jugar a ese juego. Jenny bebía y Bo Anders Wallin se mudó a Slite y abrió allí una cantería. Le tocaba a Siri mantener las cosas a raya. No sabía del todo lo que significaba eso de mantener las cosas a raya. Pero Ola le había dicho que ahora le tocaba a ella mantenerlo todo a raya o mantener las cosas a raya, Ola dijo que era mucho pedir a una niña, pero Siri tenía fuerzas para hacerlo. Siri se puso muy contenta, fue una cosa muy bonita la que le dijo (aunque ella no entendía del todo lo que significaba), y lo mismo debió de parecerle a Helga, porque hizo un gesto muy elocuente con la cabeza y acarició a Siri el pelo. Cuando Siri estaba en casa, se recordaba a sí misma que era la que mantenía las cosas a raya, y escuchaba, adivinaba y miraba a Jenny, y aprendió a interpretar sus señales. Cuándo convenía correr hacia ella con un vaso de agua, y cuándo convenía mantenerse alejada. Pero a pesar de escuchar, adivinar, seguir los acontecimientos, dividirse y mantener las cosas a raya, a pesar de aprender a interpretar las señales, no sirvió de nada.

Por las tardes estaba en su cuarto, ese cuarto donde habían jugado Syver y ella. Él siempre quería estar con ella en su habitación y a Siri todos los juguetes le recordaban a su hermano, excepto la casa de muñecas, los muebles y las propias muñecas que Ola le había construido en madera. Esos juguetes no le recordaban a Syver. En todo caso, él no habría querido jugar con muñecas. Siri cogió todos los demás juguetes y los metió en el ropero de la segunda planta, entonces su cuarto quedó vacío y grande, con mucho sitio para la casa y las cosas de las muñecas, y a veces podía pasarse horas allí jugando, hasta que Jenny la encontraba.

Cuando Siri ya era adulta, un día le dijo a Jon: Sé que ella me parió, tardé dos días y dos noches en nacer, lo he leído en su diario, pero ella solía decir que mi padre tendría que haberle sido infiel con otra mujer antes de que yo naciera, y que seguramente esa mujer era mi verdadera madre, porque era imposible que yo fuera su hija.

Ahora estaba sentada en su silla de ruedas, hundida, con su gran cabeza colgando pesada hacia delante, la barbilla reposando en el hueco de la cavidad del cuello, la boca medio abierta. Pronto se partiría en dos. Siri se acercó a ella y le habló:

-¿Cómo estás, mamá?

No recibió respuesta. Algunas veces, cuando Jenny estaba así, muy callada y sin moverse, Siri ponía la oreja junto a su boca para asegurarse de que respiraba. Jenny no estaba muerta. Pero tampoco exactamente viva.