LA PLENITUD SUELE VIVIRSE EN MÉXICO
A Carlos Pellicer,
in memoriam
TODAS LAS ESTADÍSTICAS CONFIRMAN QUE EL AMOR VIVE SU PLENITUD ENTRE CUATRO PAREDES,
y esto no es más que una opinión casera,
o dicho de otro modo:
una jaculatoria de terror,
ya que nadie puede vivir entre cuatro paredes ni siquiera en la cárcel,
como todos podremos comprobar si tenemos la suerte de vivir unos años aún.
En todo caso la plenitud es rigurosamente incompatible con cualquier perfección,
y esa usual y paralítica experiencia de vivir entre cuatro paredes
puede intensificarse mucho más cuando el suelo que pisas
se convierte en pared,
una pared igual a las restantes que siguen siendo verticales
para hacerte rebotar entre ellas como si te estuvieran manteando.
La estrechumbre diaria que es incómoda y un poquito circense
nos hace andar a gatas,
—en esta posición podemos sostenernos con una mínima indignidad—,
y sólo acaba en los viajes;
puede haber otras soluciones, pero es difícil encontrarlas,
y por esta razón
hace ya muchos años quiero viajar contigo.
Aunque tú no lo creas,
las paredes se hacen más exigentes cada vez,
y es preciso viajar para vivir en orden libre,
pues sólo en el viaje te puedes liberar de las vinculaciones,
descreimientos,
cansancios,
y demás ejercicios
que constituyen nuestra urdimbre vital.
El amor es la ley de la nueva frontera,
no sigas intentando equivocarte para hacerte distinta,
esto es lo consabido,
y en el viaje se hacen patentes muchas cosas,
por lo pronto nuestra imaginación de lo visible,
y algo más importante:
nuestro nivel de aceptación y desde luego nuestro nivel de disponibilidad.
Es preciso viajar para que se remuevan las raíces
y como la imaginación ha repoblado el mundo
basta querer a alguien para hacerlo real.
No hay nada tan real como mirarte
y al filo de la tarde hemos llegado a Teotihuacán, la ciudad de los muertos;
aquí recuerdo a los amigos que siguen siendo recuperables:
Joaquín que nos miraba con los ojos cosquilleando,
Leopoldo, indivisible,
Luis Felipe de luto por España,
Dionisio que era una amnistía,
—yo no he llegado aún,
quisiera terminar este viaje—.
En la meseta planetaria voy abriendo los ojos
y veo que el mundo acaba aquí,
estoy viendo sus límites y su infinita inmediatez,
su grandeza acostándose,
su vida convirtiéndose en distancia
y su desenterrado corazón latiendo todavía.
Cuando un lugar tiene misterio lo que sientes se ve,
no se adivina,
se encuentra en él presente, redimido y andando,
andando sin llegar
como ronda la muerte en torno nuestro.
ÉSTE ES TEOTIHUACÁN DE LUZ PARTICIPANTE Y SOL CONTINUO,
una ciudad surgida de un grano de maíz,
una ciudad en ruinas que año tras año se desentierra un poco,
incorporándose;
la sostienen el aire y el misterio.
Ahora estamos en ella
y al mirarte he sentido su adentración,
pues esta sencillez es tan interna como un sueño
que hemos soñado juntos y se realiza ahora.
No estás viendo un milagro,
sin embargo, lo que esperas se ve,
los ojos al mirar cumplen su profecía,
sólo tienes que abrirlos para que puedan ver irrevocablemente,
sólo tengo que abrirlos y te veo.
Llevas un traje oscuro y silencioso muy apropiado a este lugar,
estás de medio luto como una golondrina,
andas, piensas, trabajas con los ojos,
miras para vivir
y en torno de tu cuerpo se queda el aire quieto.
AQUÍ ESTUVO LA GLORIA.
No la vemos,
sólo queda una muerte desaparecida.
Es extraño: no le basta morir,
la desaparición está en su sitio aunque no deja huella,
y en la planicie desolada el aire tiene
una inconsútil transparencia,
con su brillo exterior
y ese despliegue interno parecido a un metal en donde se reflejan las imágenes.
No hay nada más allá de este horizonte
y todo queda circunscrito en él:
las plazas deteniéndose,
las plazas que ahora están interrumpidas y ayer inauguraron las ceremonias mortuorias
—aún se escucha la música—
los lentos escalones para subir hasta la muerte donde crece la yerba,
y un poco más abajo,
en la falda contigua,
la delimitación entre los dos poderes
—el eclesiástico y el civil—
que siguen enfrentándose en parcelas distintas con templos adosados,
un templo vivo para cada muerto,
las lámparas colgadas no sé donde,
los orígenes,
las vísceras que sangran y van andando por sí mismas hasta la boca de los sacerdotes,
—todo lugar sagrado exige mártires—
y el camino central que nos conduce a la Pirámide de la Luna.
ÉSTE ES EL SANTUARIO Y HEMOS ENTRADO EN ÉL CON LAS MANOS UNIDAS,
tienes que recordarlo,
con las manos unidas desde hace muchos siglos,
y hemos visto un prodigio de piedra entrelazada.
También la piedra si hay estrellas vuela, dice Gerardo Diego,
y aquí tiene la muerte su estatura,
ves temblar las paredes con el peso del cielo,
los muertos levantados,
también hay una tumba para el agua;
y ya recordaremos para siempre,
para siempre jamás, un laberinto
de piedras como pétalos de novia,
porque estamos andando de la muerte a la vida,
y hemos llegado al centro.
Ahora entramos en él, vemos un patio,
un corazón de piedra vegetal,
de piedra en su habilitación más genuina
que es una adentración en el espejo
pues te internas en él y siempre estás más cerca,
más dentro de ti mismo,
como se mueven las raíces de la sombra a la luz.
Y el espejo es un patio cuadrado y desnudándose,
un encaje de piedra que tiene nombre propio,
tienes que recordarlo,
se llama el Patio de las Mariposas:
tal vez no hay otro nombre más apropiado para él,
y por los siglos de los siglos seguirá siendo suyo y anterior al lenguaje.
Éste es el corazón en donde estoy contigo,
inseparablemente,
viviendo en plenitud,
¿no lo comprendes?
es como si de pronto me vaciaran los ojos cuando te estoy mirando,
no cabe esperar nada, nada, nada,
porque la plenitud es un viaje sin estaciones de regreso,
y en el momento en que se logra comienza a decaer:
la termina su propia intensidad.
Quiero que lo comprendas,
esto es inevitable y tan humano
que quisiera morir en este instante de alegría,
morir sin despertar,
igual que el ciego teme que al curarle los ojos le desangre la luz que ve por vez primera.
QUIZÁ EN TODA PLENITUD HAY UNA FORMA DE TERROR
y una alegría que nunca se desunen,
y nos hacen vivir en la inherencia del bautismo,
del bautismo del fin,
sin que podamos superarla,
pues la altura del mar sólo llega a la cresta de la ola:
en esto estriba su grandeza.
No lo olvides,
nadie toca la espuma sin angustia,
nadie puede mantenerla en la mano,
nadie puede vivir de más a más.
Ya lo hemos aprendido y estamos en la cima,
no la podemos rebasar:
estamos solos en el mundo.
«Te quiero mucho», «Hasta mañana», «Quiéreme»,
todo esto son palabras,
y las palabras se quedaron atrás definitivamente dichas;
no pueden repetirse,
se acabaron,
la plenitud nos deja sin mañana.
Y esto me hace pensar que la tristeza de los dioses tal vez pudiera ser la plenitud,
pues nunca viven fuera de programa,
ni se compran un traje,
ni pueden recordar lo que perdieron.
Sin embargo, no te preocupes,
ha llegado a nosotros,
ha llegado y ahora nos debemos a ella,
nos debemos a ella pero, entiéndelo bien,
amiga mía,
en amor no hay lealtades personales,
sólo a la plenitud de nuestra vida le debemos lealtad,
y al recuerdo de México
que ha dejado en nosotros su milagro instantáneo.