LA ESPERA FORMA PARTE DE LA ALEGRÍA

CUANDO VUELVAS

mis ojos estarán extenuados

como sí en estos meses dejativos y transeúntes

nunca hubieran dejado de andar para mirarte.

La ausencia pesa tanto que es preciso convertirla en espera,

apaciguarla

igual que se hace un torniquete sobre el brazo para evitar la pérdida de sangre;

y ahora quiero decir

que en cada uno de los sitios en donde nos citamos

la esperanza de verte tiene un nivel distinto,

cada lugar tiene su profecía,

éste es el rito de la espera.

Dicen, amiga mía, «que el humo sabe adónde va»,

y por lo tanto en esta hora sólo tengo que hacer un sustraendo,

una ligera operación mental,

y recordar los ruiseñores absolutos,

las sombras disponibles,

los membrillos,

las llagas,

y así he llegado hasta tu calle,

y ahora me encuentro ante tu puerta

para quedarme quieto, sin llamar, porque la dilación forma parte de la alegría,

y sé que el corazón hay que reunirlo poco a poco,

hay que reunirlo prematuramente

para poder tenerlo junto en el momento necesario.

LA PUERTA ES UN ESPEJO QUE SE MUEVE

y al acercarme

pesa tanto la mano que no la puedo levantar para tocar el timbre,

no llego hasta esa altura,

hay días en que la muerte está tan cerca que no se puede alzar la mano;

y a causa de ello

he iniciado el retorno

para seguir callejeando sólo un momento más,

sólo un momento,

detenido,

igual que el agua fría se bebe sorbo a sorbo,

o

también

como a veces se detiene el orgasmo,

cuando la dicha es tan intensa que no queremos que se agote,

y volver a empezar se parece a morir.

LOS AMIGOS ME DICEN QUE CUANDO ESTÁS EN LA PLAYA BAÑÁNDOTE LAS NUBES SE ADELANTAN A LAS OLAS,

y yo estoy solo ante tu casa

tratando de vivir este momento previo,

y salgo a la avenida

en donde todos los portales tienen el mismo número igual que las arterias tienen la misma sangre,

y las casas sienten de tal manera su vecindad que abandonan la acera

y tienden a acercarse como las letras de una sílaba,

y todas las ventanas comienzan a cerrarse,

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que acabar este paseo

y demorar los pasos y los ojos hasta entrar en el cine

cumpliendo un rito de purificación,

ya

que

lo cierto es como un parto,

y al entrar en la sala te adentras en la sombra,

y en el silencio escuchas la sangre dialogada,

y sientes un calor primigenio y anónimo que te taladra con una especie de rubor corporal,

¿no has observado que al sentarte en el cine te inmovilizas y tardas mucho tiempo en atreverte a mirar hacia tus compañeros de butaca por temor a encontrarlos desnudos?

y desnudos están,

configurándose,

en la antesala del vivir,

y si entonces les tocaras los ojos tocarías la esperanza.

Esto pudiera sucederme

ahora,

si no salgo a la calle para desplacentarme,

—tengo que hacerlo pronto—

y al salir estoy viendo que los políticos de izquierdas hablan

siempre del pueblo,

y los políticos de derechas hablan siempre de España,

¡qué difícil es hablar sin mentir!

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este paseo,

y tú estarás ahora con el cuerpo dormido bajo el sol,

mientras las casas convecinas,

las casas que tantas veces vimos juntos,

continúan acercándose y estrechando la calle,

estrechando la calle para hacerla más íntima y más tuya

igual que las paredes de la alcoba,

cuando llega la noche,

se empiezan a abrazar para darnos facilidades.

ASÍ LLEGO HASTA EL BAR QUE ESTÁ VACÍO,

pero lleno de huellas,

como queda la tierra coceada donde hubo una estampida.

Ayer quizá fue día de fiesta,

y el inmenso salón me recuerda una playa

en cuyo extremo hay un sofá de terciopelo rojo,

y en el extremo del sofá está sentada una pareja

que ha venido al café para esperar;

y ambos se esperan aunque están mirándose,

pues algo de ellos no ha llegado aún,

y ambos tienen una misma desolación

que les está neutralizando

como si se tuvieran que suicidar ahora para hacer el amor a la salida.

(Hay personas así, que tienen el amor despavorido

y el miedo no les da nunca cesantía).

Y yo fui acostumbrándome a este bar

en donde veo dos gatos que se están generalizando

—la cafetera lagrimeante, el anaquel, la tortilla difunta—

y una mujer muy rubia que como no tiene nada que hacer deposita su rostro en el espejo,

y otra mujer muy cierta que entra ahora, se sienta junto a mí y está moreneando,

mientras que los amantes venideros,

los amantes que deshabitan el sofá se empiezan a tocar de una manera exánime,

y siento que el reloj es un goteo de sangre en la muñeca,

y el tiempo se hace un grito,

y me bebo de un sorbo el café solo,

y la sangre se mueve por mis venas con ese miedo líquido de la felicidad

cuando salgo a la calle

todavía no, mi amor, espera un poco, hay que alargar este paseo

y siento ya bajo la lengua la miel anticipada

como un interruptor que apaga el mundo

todavía no, mi amor, espera un poco

y comienza a entreabrirse una puerta,

todavía no, mi vida,

y tú estás encuadrada en el dintel,

espera un poco

y al fin puedo mirarte para seguir creyendo en lo que veo.

5 y 6 de agosto de 1976