EPÍLOGO
Lexandra se rió cuando Mark tiró de ella con insistencia hacia el corredor que bajaba hacia el sótano, le había estado enseñando la enorme mansión en la que su hermano había instalado al clan, presentándole a la estrambótica Mint, quien nada más verlo había bufado y había puesto los ojos en blanco para lanzarse en una amplia y elocuente conversación con Lexa sobre lo que debía o no debía dejarle hacer al tigre con el que se había emparejado.
Mark estaba haciendo todo lo posible por ponerle las cosas fáciles, por ayudarla a comprender mejor el mundo en el que acababa de entrar y su propia naturaleza felina, como humana, Mark le había dicho que quizás no desarrollaría todo su potencial, pero que sin duda sus sentidos se agudizarían y hasta era posible que su problema de visión se fuera corrigiendo solo con el tiempo, sin duda una ventaja.
Dimitri y Jasmine habían insistido en que cuando estuviesen preparados, fuesen a hacerle una visita, Mitia quería presentarla al clan como la compañera de su hermano, su propia hermana y Mark había aceptado sólo cuando ella había dado su consentimiento.
—Cuidado con el escalón, sólo un poco más y ya llegamos —oyó la voz de su compañero por delante de ella.
—No sabía que tu idea de enseñarme la casa incluía también el sótano, tigre —le respondió con una risita—. No conocía esta vena romántica tuya.
Mark la miró por encima del hombro con una promesa sensual en sus ojos y ella sólo pudo reír como una tonta ante lo que aquello prometía.
— ¿Realmente hay algo interesante ahí abajo además de telas de araña y ratas?
La suave y profunda risa de Mark hizo que se derritiera de placer.
—Aquí abajo no hay ratas, caramelo, tigres sí, ratas… ni una —aseguró deteniéndose ante una enorme puerta con sistema de seguridad.
Lexa echó un vistazo y miró a su compañero.
— ¿No sois un poquito exagerados con este tema de la seguridad?
Mark le dedicó un guiño.
—Aquí dentro están las joyas sin clasificar de mi hermano —le respondió con un guiño al tiempo que introducía la numeración correcta para abrir la puerta —. Piezas de museo, algunas de ellas, otras tan antiguas que se quebrarían si ven la luz del sol.
—Vaya —musitó ella sorprendida.
Mark la condujo a lo largo de una sala bien iluminada que contenía varios pasillos con estantes en los que se apilaban cajas, pasó del primer estante al siguiente como si estuviese buscando algo en particular.
— ¿Qué buscamos? —le preguntó mirando a su alrededor.
Él no le respondió, en cambio se detuvo al final del segundo estante y sacó una vieja caja de madera, la cual depositó en el suelo y abrió lentamente. En su interior, protegida por papel libre de ácido estaba una pequeña estatua de bronce exactamente igual a la que él había adquirido en la casa de subastas para ella.
Los ojos de Lexa se abrieron desmesuradamente.
—No puede ser —respondió cuando Mark alzó la figura y se la tendió.
—Sabía que había visto esa estatuilla en algún lugar antes de ese día —le aseguró y le tendió la pieza a Lexa—.
Esta, caramelo, es la verdadera Isis Alada, perteneciente al periodo del Bajo Egipto, yo diría que de finales del trescientos después de Cristo.
Lexa miraba la figurita fascinada, era exactamente igual a la que Becca estaba custodiando.
—Quieres decir…
—Que la figura del museo, por la que pagué mil doscientos dólares, es una imitación.
—Lo sabías… ¿Por qué diablos pagaste ese dineral entonces? —preguntó asombrada.
Él sonrió y le acarició el rostro.
—Necesitaba atraer tu atención.
—Pues lo has conseguido, tigre — sonrió ella dejando la estatuilla de nuevo en su caja, para luego echar mano al bolsillo interior de su chaqueta y sacar una tableta de chocolate y moverla delante de su compañero—. ¿Crees que yo seré capaz de atraer la tuya?
—Me tienes en tus manos, caramelo — sonrió él con picardía—. Siempre en tus manos.