PRÓLOGO

Markus entendía el concepto de familia y no podía sino alegrarse ante el hecho de que su hermano hubiese encontrado por fin aquello que tanto había estado buscando, a la compañera de su vida, la única mujer con la que estaba destinado a emparejarse y que complementaba su alma de una manera que sólo los compañeros pueden hacerlo. Sabía lo mucho que había sufrido Dimitri en los últimos años, después de la prematura muerte de sus padres, había tenido que hacerse cargo de la manada a muy temprana edad, asumiendo el papel de líder con tan sólo diecisiete años, algo que para el estándar de su raza, lo situaba todavía en un simple cachorro. Si ya era difícil mantener el orden dentro de la manada tygrain, lo era todavía más mantenerles alejados de los humanos, a salvo de aquellos que sin dudar harían presa de ellos llevándolos a un destino peor que la muerte. Cuando había dinero de por medio, los humanos se convertían en verdaderas bestias, toda una ironía cuando los que poseían instintos animales eran ellos. Había sido imperativo adaptarse a los nuevos tiempos, mezclándose con la humanidad, ocupando sus mismos puestos de trabajo, en definitiva adaptarse a un mundo en el que la desconfianza estaba a la orden del día y nadie se fiaba de nadie.

Los hombres seguían temiendo aquello que no comprendían y su manera de actuar al respecto sólo incluía muerte y destrucción. Así era la naturaleza humana y no iban a cambiar de la noche a la mañana.

Sus ojos azules recorrieron el extenso salón reparando en la delicada y hermosa mujer que sonreía enganchada del brazo de Dimitri. De tez canela, largo pelo castaño oscuro y unos rasgados ojos verdes dorados, su cuñada era humana.

Aquella menuda mujer que apenas le llegaba a Mitia a los hombros tenía un carácter explosivo y había presentado una ardua batalla a su hermano, pero como tantas y tantas veces había oído decir a Mint, la Chamán de su clan, aquellos que estaban destinados a ser compañeros, podían pelear hasta el fin de sus fuerzas por negarse a ello, pero antes o después caerían en las redes del destino.

Sacudiendo la cabeza dio media vuelta y salió del salón antes de que alguno de los presentes se diese cuenta de su aparición, no estaba de humor para estampar una afectada sonrisa en sus labios y pasearse entre aquella panda de corderos que estúpidamente se habían metido en una manada de tigres. No, si Dimitri quería seguir adelante con la compra de la sucursal americana, tendría que hacerlo él solo, después de todo, el hablar con los humanos no era algo que se le diese demasiado bien, a menudo tendía a perder la paciencia y en sus ojos se reflejaba su alma de tigre.

Sonrió afectado al pensar en lo irónico de aquella reunión, él mismo podría sentirse como un paria en medio de todos ellos, no pertenecía al mundo de los humanos, pero tampoco encajaba completamente en el de sus hermanos.

—Aquí estás —oyó una voz a sus espaldas—. ¿Huyendo nuevamente de tus deberes?

Markus se volvió en redondo con una mueca. Antes de que viese el largo pelo violeta, las gafas con cristal verde ahumado y el estrambótico atuendo hippie supo que aquella voz sólo podía pertenecerle a una persona, la misma a la que había estado evitando por todos los medios durante la última semana.

—No está en mi sangre el huir de nada, Mint —le respondió con fastidio, volviendo la mirada a la recepción. De repente, aquello parecía antojársele más soportable que lo que prometía traer consigo la presencia de la mujer.

Ella se rió con aquella clara y musical voz que hacía que se le pusiera el vello de punta.

—Dime eso cuando no me hayas rehuido durante toda una semana y quizás, sólo quizás, me lo crea, gatito blanco — respondió ella mirándolo a través de aquellas risibles gafas. ¿Cómo podía alguien tomarse en serio a aquella mujer con el aspecto que tenía? Aquello tenía una fácil respuesta, ella tenía en sus manos el destino de todos ellos, y el de sus compañeras.

Markus se estremeció. Había estado evitándola desde la noche en que lo encontró a solas en la enorme mansión de la plantación Berkley, en Virginia, en la que se había refugiado el clan al completo. Dimitri había conseguido comprarla después de varios meses de negociaciones y había trasladado a aquellos de la manada que todavía estaban sin emparejar con él. Situada a las afueras de Charles City, contaba con más de mil hectáreas de terreno en la que los suyos podrían dar rienda suelta a sus instintos animales y correr en libertad sin llamar la atención de los humanos.

Ahora que su hermano se había emparejado, el lugar empezaba a hacérsele bastante asfixiante, sobre todo después de la declaración que había presentado la Chamán hacía exactamente una semana.

—No voy a ir a ningún sitio.

La mujer frunció el ceño y chasqueó la lengua.

—Puedes huir con el rabo entre las piernas o esconderte bajo una piedra, querido, pero eso no hará que ella desaparezca —le aseguró con total convencimiento—. Ninguno de los nuestros puede huir de su compañero una vez que ha aparecido, en el momento en que captes su aroma, éste se grabará a fuego en tu interior y tus instintos te llevarán a ella de todas las maneras posibles, nunca podrás escapar, por mucho que quieras correr en dirección contraria.

Markus gruñó.

—No necesito una compañera — masculló apretando los puños—. No la quiero.

La mujer lo miró a través de los redondeados cristales de sus gafas, la intensidad de sus ojos verdes quemaba a través del cristal y sabía que aunque intentara negarse a escucharla, o quisiese huir, ella no se lo permitiría. Le sorprendía que le hubiese permitido hacerlo durante toda aquella semana. La gorra roja que cubría su pelo violeta, no hacía si no restarle seriedad a aquella mujer.

—Si bueno, los condenados en el infierno tampoco quieren quemarse y mira por donde, no lo consiguen —le respondió ella con un gracioso encogimiento de hombros. Entonces echó mano a su bolsillo trasero y sacó un pequeño papel de colores en el que había garabateado unas frases—. Siempre había pensado que Mitia iba a ser el más difícil de emparejar, pero me equivoqué, no contaba con que su cabezota y terco hermano iba a ser como una espina clavada en una de mis patas.

La mujer le tendió un papel y él se lo quedó mirando como si fuese una serpiente o algo peor. Poniendo los ojos en blanco, Mint tomó una de las manos del tigre y depositó en ella el papel con una sonora palmada.

—La encontrarás en esa ciudad y al igual que tú, deseará escapar sólo para acabar volviendo a ti. Su sabor será tan dulce como el chocolate que tanto te gusta. Un pastel para un tigre hambriento —aseguró la mujer, entonces se llevó las manos a las caderas y se inclinó hacia delante—. Es tu compañera, te guste o no, será la única que te aguante, lo cual para mí ya es un milagro. Ahora, deja de lloriquear y ve a por ella. Nadie puede vivir solo toda su vida, Mark.

Markus miró el papel en su mano y luego a la mujer, cerrando el puño lo arrugó y lo dejó caer en el suelo para luego pisotearlo con el pie.

—No quiero una compañera, no quiero a ninguna maldita mujer —respondió entre dientes—. Y maldito sea si voy a ir a buscar a alguien que no quiero.

—Lo harás.

Markus se tensó al oír una nueva voz a su espalda y maldijo interiormente por no haber sentido como se acercaba, podía ser el líder de su manada, pero ante todo eran hermanos y se habían criado juntos. Una mano dura y firme se posó sobre su hombro haciendo que se diese la vuelta lo justo para ver a su hermano acompañado de su cuñada.

—No te metas en lo que no te incumbe, Mitia.

El hombre, de la misma altura que Markus no se parecía en nada a su hermano, de facciones duras y cinceladas, con una incipiente barba sombreando su mentón era la antítesis de él, donde Markus era de tez dorada y con un suave pelo castaño claro, Mitia era oscuro y moreno, los ojos de Markus eran de un suave azul helado mientras que los de su hermano poseían el color del heno cosechado y con todo, por sus venas corría la misma sangre.

—Ah, pero me incumbe, hermanito —le aseguró con el mismo estoicismo que utilizaba para todo—. Si Mint está en lo cierto, y no dudo de ella, esa mujer… tu mujer... será miembro de esta manada.

Markus entrecerró los ojos.

—No tendrás que preocuparte de que nadie más con mi mismo pedigrí ensucie la manada —respondió él con dureza y resentimiento—. No pienso tomar compañera.

Aquellas palabras fueron como un golpe en el estómago para Mitia, Markus lo sabía, lo había visto en los ojos de su hermano y se odió por ello. Su hermano no había sido si no protector y amable con él, su mejor amigo, él no tenía culpa del resentimiento que Markus sentía por sí mismo.

La mano que había permanecido sobre el hombro de Mark cayó libremente a un costado.

—Quizás eso sea lo mejor —le respondió él, sorprendiéndolo durante unos instantes—. Ninguna mujer merece que su compañero la desprecie por lo que es, cuando es incapaz de aceptarse a sí mismo. Eres mi hermano, Mark, me da igual de qué color sea tu piel o tus ojos, compartimos la misma sangre, el mismo espíritu…

—Yo no pertenezco…

—Si continúas, te daré una paliza —lo previno su hermano—. Y tu compañera tendrá que recogerte con una cuchara.

—No iré a por ella —masculló empecinado.

Dimitri suspiró y sacudió la cabeza, entonces se volvió hacia Mint.

— ¿Se lo has dicho ya?

La mujer se agachó a recoger el papel que Mark había pisoteado y se tomó su tiempo en abrirlo y alisarlo, antes de caminar hacia el hombre y colárselo en el bolsillo.

—Sabe dónde encontrarla —le dijo ella mirando a Mark a los ojos—. Solo espero que te de tanta guerra como te mereces.

Sin decir una sola palabra, se volvió y se alejó por el largo corredor.

Dimitri chasqueó la lengua.

—Esto te costará caro, hermanito —le aseguró negando con la cabeza mientras veía marcharse a la mujer—. Has pisoteado su orgullo.

Markus gruñó.

—No le he pedido que viniese a mí — respondió él, por dentro se sentía como un auténtico hijo de puta por haberse comportado así con ella. Mint podía ser un tanto estrambótica, pero siempre había sido una buena amiga, quizás, la única a la que le traía sin cuidado cual era el color de su piel, el signo de su vergüenza.

Dimitri negó con la cabeza, entonces se volvió para volver de nuevo a su papel de anfitrión.

—No dejes escapar aquello a lo que estás destinado, Mark —le aconsejó suavemente—. No podrás soportarlo por mucho tiempo… lo sé, lo he intentado.

Mark se volvió a mirar a Dimitri con sorpresa, iba a decir algo pero se cayó al ver a Jasmine acercándose a su compañero, el amor reflejándose en sus ojos.

—Y por cierto —le dijo Dimitri abrazando a su mujer—. Ya que vas a pasarte unos días en Los Ángeles, ve a la

Subasta de Glendale, se celebrará en dos días, a las cinco de la tarde en el 1146N de Central Ave. Hay una obra muy importante que quiero en mi colección. Te daré los detalles antes de que te marches.

Y con eso, el líder de la manada se dio la vuelta y continuó con la recepción que estaba dando lugar en su suntuoso salón, había dejado a Mark con una clara advertencia. Si no quería ir a buscar a su compañera, iría de todas formas, y ya podía patalear si quería por que no iba a conseguir nada.