CAPÍTULO 3

 

Lexa bullía de furia mientras dejaba atrás la sala de subastas y recorría una tras otra las habitaciones en busca de aquel maldito hombre. Todavía no daba crédito a lo que había pasado ahí dentro, había supuesto que Bernard presentaría batalla por la figura de bronce, pero nunca había esperado que llegase al extremo de luchar de forma tan encarnizada por ella en una subasta, sabía perfectamente que nunca antes había llamado su atención, de lo contrario la habría adquirido por otros medios, como solía hacer con la mayoría de las cosas. Bernard no era un hombre que tuviese demasiados escrúpulos a la hora de hacerse con algo que le interesaba, aunque para ello tuviese que recurrir al mercado negro. Lexa maldijo en voz baja, aquella maldita comadreja lo había hecho a propósito, no era ningún secreto que nunca se habían llevado bien, si lo había soportado en su momento era por su amiga, pero desde el primer instante en que lo había conocido, una sensación de incomodidad y desconfianza se había apoderado de ella cada vez que se cruzaban, la verdad había saltado a la luz tiempo después cuando le había sacado a su amiga todo lo que necesitaba de ella dejándola con las dos últimas mensualidades del alquiler sin pagar, y varias facturas más. No, Bernard no había estado tras la estatuilla, sólo se había interesado en ésta porque había visto una manera de desquitarse con ella. Dios, como odiaba a ese hombre.

Pero entonces había intervenido él, había escuchado su voz ronca y profunda en las dos ocasiones por las que se había interesado por una pieza, en ambas la puja había terminado demasiado pronto, ya que se había limitado a ofrecer un importe altísimo que nadie había estado interesado o dispuesto en rebasar. Cada vez que había oído su voz, una corriente de fuego líquido se había extendido por sus venas, calentándola, dejándola en la incómoda y frustrada situación en la que seguía.

Ansiosa, caliente y muy, muy excitada. Y nuevamente, lo había vuelto a hacer, ofreció un importe demasiado elevado que cortó de raíz toda puja, adquiriendo la estatuilla que estaba segura tampoco deseaba. Le había arrebatado su maldita estatuilla. ¡Cómo se había atrevido!

Sus tacones resonaban sobre el piso de parqué mientras aceleraba el paso en dirección a la pequeña habitación de la entrada, donde se llevaban a cabo los pagos y las transacciones, apenas dio la vuelta a la esquina cuando lo vio y el corazón le dio un brinco.

La luz del atardecer se filtraba a través de la puerta abierta tiñéndolo todo de un suave color anaranjado el cual hacía resaltar la suavidad de su pelo, el intenso color castaño entretejido con mechones dorados y alguno que otro más oscuro e iluminando de una forma sobrenatural los impresionantes y claros ojos azules.

Contrario a su atuendo de cuando lo había conocido aquella mañana, iba vestido formalmente, un pantalón de traje oscuro a juego con una camisa de un tono más clara por debajo de la americana que se ajustaba perfectamente a sus amplios hombros. No llevaba corbata y la camisa tenía los primeros botones de arriba desabrochados mostrando su bronceada piel.

Lexa sintió que se le aceleraba nuevamente el pulso, la humedad que había crecido entre sus piernas durante toda la subasta volvió con tal intensidad que acabó apretando los muslos como si de esa manera pudiese evitar derretirse allí mismo. ¿Por qué diablos se excitaba de esa manera cada vez que veía a aquel hombre? No era más que un completo desconocido.

Apretando con fuerza los ojos se obligó a respirar profundamente, enderezándose, cuadró los hombros y se dirigió directamente hacia él.

Markus estaba seguro de que en cualquier momento iba a reventar sus pantalones si no ponía distancia entre él y aquella atormentadora hembra, estaba haciendo un enorme esfuerzo por mantener la mirada fija al frente, por evitar el dulce aroma de caramelo que lo atraía como un imán, su felino rugió en su interior demandando su premio, exigiendo tener a su compañera.

—Ah, aquí están… dos piezas, lotes 67 y 102 —le informó la recepcionista que se encargaba de gestionar los cobros. Su mirada felina y su lenguaje corporal hablaba por si solos, una invitación que a Mark no le interesaba.

—Y hay una más… —respondió entregándole el último boleto con el número de la figura.

—El lote 201 —asintió la mujer con un suave ronroneo y una atractiva caída de pestañas mientras metía los datos en el ordenador—. Una hermosa pieza.

Lexa en cambio, si había reparado en los infructuosos intentos de la mujer por llamar la atención y en un instante se imaginó a sí misma arrancándole cada uno de los pelos de la exuberante melena rubia. ¿Pero qué diablos le estaba pasando? ¿Qué le importaba si aquella mujer se le tiraba a él encima? Lo único que quería era su estatuilla. ¡Era suya!

—Esa pieza es mía —exclamó ella antes de poder detenerse. Sus tacones le daban una altura extra de ocho centímetros, pero aún así, el hombre parecía una montaña a su lado.

— ¿Disculpe? —preguntó la recepcionista un poco sorprendida. Su mirada fue del hombre para luego posarse en ella, estudiándola disimuladamente.

Lexa ignoró a la mujer y se encaró con aquel magnífico espécimen masculino, el cual ni siquiera se había molestado en volverse hacia ella.

—Me la quitaste de las manos, estaba a punto de hacerme con ella —insistió ella y le clavó uno de sus delgados dedos en el brazo tratando de captar su atención.

Aquello fue un error del que acabaría arrepintiéndose más tarde.

El chispazo eléctrico que la recorrió la hizo jadear abriendo desmesuradamente los ojos, él se volvió entonces hacia ella, sus ojos azules la taladraban con una profundidad que nunca antes había conocido, eran casi como el cristal, inhumanos, animales… y absolutamente sexys.

—No debiste hacer eso —la voz de él sonó profunda, sensual y ronca. Pura cadencia. Ella dio otro paso atrás el cual él siguió con la mirada.

—Esa Isis Alada era mía. He estado toda la subasta esperando para comprarla

—insistió ella, aunque su voz ahora era más baja, casi lastimera. Había algo en él que la dejaba maleable, tierna, sumisa… y maldita fuera si ella tenía algún gramo de sumisión en su cuerpo.

Él la miró de arriba abajo, incluso ladeó la cabeza contemplándola, entonces casi como si le costase arrancar la mirada de la suya se volvió hacia la recepcionista, quien parecía bastante sorprendida por el intercambio de la pareja. Mirando con duda a la muchacha, sugirió echando mano del teléfono.

— ¿Quiere que llame a seguridad?

Mark arqueó una ceja ante aquella estúpida pregunta. Sacudiendo la cabeza señaló el ordenador.

—Las dos piezas principales que las embalen con mucho cuidado, tendrán que ser trasladadas a su lugar definitivo —le respondió con voz suave, casi un ronroneo para los exaltados sentidos de Lexa—. La otra pieza —su mirada se volvió entonces hacia ella, la mujer de dulce aroma a caramelo que lo miraba como si fuese un dios y un diablo, todo en uno. No se alejaba mucho de la realidad—, embálela también con sumo cuidado y envíela a la dirección que le de la señorita. La factura déjela a mi nombre.

Si a Lexa la hubiesen pinchado en ese momento, no estaba muy segura de que hubiese soltado una sola gota de sangre.

La recepcionista miró al hombre y luego a ella con una mirada de lo que a Lexa le pareció envidia, pero asintió educadamente.

—Como usted diga, Señor Kenway — aseguró y se volvió entonces hacia Lexa, su voz más fría e impersonal de lo que había sido con él—. Si es tan amable de cederme sus datos.

Lexa se volvió hacia la mujer todavía sorprendida y sacudió la cabeza volviéndose de nuevo hacia él.

— ¿Es una broma?

Mark sólo sonrió en respuesta y repitió el gesto de despedida que había hecho en la sala antes de dar media vuelta y decirle:

—Sólo dale los datos, caramelo.

—Si es tan amable de darme su nombre.

—Eh… mi nombre… sí… Lexa… Lexandra Catrisse —murmuró, aunque su mirada seguía puesta en el hombre que se dirigía a la puerta.

—Lexandra —oír su nombre en sus labios fue como una inyección de lava. Él lo decía de una forma tan cadenciosa que le sorprendía no convertirse en un charco a sus pies—. Procura no volver a meterte en líos.

Dicho aquello, atravesó el umbral de la puerta y salió a la calle, alzando un instante la mirada hacia el cielo, para finalmente meter las manos en los bolsillos y marcharse calle abajo, Lexa lo siguió con la mirada hasta que desapareció.

Markus estaba totalmente dividido por dentro, su felino tironeaba en dirección a la muchacha a la que había abandonado.

Lexandra. El nombre le quedaba muy bien, de alguna manera sabía que bajo aquella anodina vestimenta había una mujer ardiente que reflejaba por completo hasta el más oscuro de sus deseos, su carácter así lo expresaba. Dejarla se estaba convirtiendo en una tortura, su cuerpo llevaba en aquel estado desde el momento en que la había visto aquella mañana, desde el momento en que la había saboreado, grabándose para siempre el dulce sabor de su boca y el aroma a caramelo y nata de su piel. Maldición, la deseaba… maldita fuera ella… la deseaba desesperadamente, todos sus instintos gritaban que volviese y la reclamase, pero hacerlo sería condenarse.

Él no necesitaba aquello. No necesitaba una compañera.

El calor empezaba a agobiarlo, se sacó la americana y procedió a remangarse las mangas, dejando a la vista el suave vello dorado de sus fuertes antebrazos, colgando la chaqueta del dedo índice la tiró sobre su hombro y continuó hacia delante, necesitaba relajarse un poco, ahogar aquella furiosa pasión antes de encerrarse entre las paredes de aquel maldito hotel. Glendale parecía un lugar mucho más agradable que el ajetreo de la propia Los Ángeles, situada a las afueras de la ciudad, la localidad tenía el aspecto de un pueblo tranquilo, con árboles y vegetación adornando algunas de las calles. Con todo, echaba de menos los bosques, o en su defecto los extensos acres de la mansión del clan en Georgia, un lugar donde podría dejar en libertad al felino que ya sentía contra su propia piel y que no dejaba de pasearse como tigre enjaulado, un estado que se había agravado desde el momento en que la había olido a ella.

Deseaba volver a casa, marcharse de aquel lugar de una buena vez, ya tenía lo que había venido a buscar, su hermano no podía exigirle nada más, pero la idea de tener que vérselas con Mitia y su compañera o con Mint. Suspiró. Sobre todo con Mint, ella iba a hacer un infierno de su vida si regresaba sin su compañera, estaba lo suficientemente loca como para gritar a quien quisiera escucharle que había encontrado a la mujer y la había abandonado.

Pero maldición, él no deseaba una compañera, no deseaba a alguien como aquella pequeña humana a su lado, el aroma a caramelo de su piel parecía impregnarlo todo, haciendo que tanto él como su tigre salivaran ante la idea de saborearla. Incluso ahora podía saborear aquel aroma en el aire… Mark se detuvo en seco, el aroma era demasiado fuerte para ser un simple recordatorio, ladeando la cabeza escuchó el eco de unos tacones resonando sobre el pavimento al compás de una rápida respiración.

No te des la vuelta, márchate. No la mires.

Ni siquiera su conciencia podía evitar que lo hiciera. Volviéndose lentamente se enfrentó a una imagen que quedaría para siempre grabada en su mente. El cabello desprendido de su austero moño, los botones superiores de su blusa desabrochados mientras la tela se tensaba sobre sus bamboleantes pechos, la recta falda le restaba libertad de movimientos, pero aquello no impidió que ella se acercase a él corriendo, porque aunque le pareciera imposible, aquella pequeña hembra corría sobre unos altos tacones en su dirección, alzando la mano haciéndole una seña cuando vio que se había girado hacia ella.

Jadeante, detuvo su carrera a escasos pasos de él.

—Demonios… ¿Caminas siempre con tanta prisa? —respondió entre jadeos, inclinándose con las manos sobre los muslos para recuperar el aliento.

Mark no respondió, todo lo que podía hacer era mirarla, aspirando el aire que se iba llenando con su aroma, aumentando el calor que ardía en su cuerpo, deseándola aún más.

Su mirada bajó por su cuerpo a los anodinos zapatos con un increíble tacón.

— ¿Y tú corres siempre encima de eso?

La pregunta le había salido más ronca de lo que había esperado, el felino en su interior no hacía más que ronronear ahora que la tenía cerca, deseoso de una caricia suya.

Ella alzó su mirada castaña y parpadeó varias veces, entonces se incorporó y respiró profundamente.

—Mira tío, no sé que se te ha estado pasando por la cabeza…

—Mark.

— ¿Qué? —se interrumpió ella, sin entender.

—Mi nombre.

Ella asintió de acuerdo con la presentación y continuó.

—De acuerdo, Mark. Mira, no sé qué te traes entre manos, o quién eres... — continuó tratando de controlar su respiración. Quería pensar que era por la repentina carrera el que todo su cuerpo se estuviese encendiendo ante su compañía —. Pero no puedes hacer estas cosas.

Mark arqueó una ceja y respondió con absoluta convicción.

—Sí puedo.

Lexa hizo una mueca interior. Claro que podía, acababa de hacerlo. Tal parecía que el dinero para él carecía de importancia.

—Eso salta a la vista —farfulló ella recordando el dinero que había invertido en la figurita—. Mira, no puedo pagar el precio que has pujado por la figura, pero te daré todo lo que tenía pensado invertir en ella.

—No quiero tu dinero.

Ella se sobresaltó al escuchar el repentino rugido en su voz, parecía haberle molestado la insinuación, por otro lado, el brillo que adquirieron esos ojos azules y la mirada desnuda y hambrienta que había en ellos hablaba por sí solo.

Lexa se indignó al interpretar su mirada.

—No te pagaré de ninguna otra forma, tío —declaró con un indignado bufido.

Mark alzó la mirada y le sostuvo la suya, sus ojos refulgían al otro lado de los cristales de sus gafas, las pecas que salpicaban su nariz y pómulos resaltaban sobre su acalorado rostro. En contra de su voluntad alzó una mano y delineó aquellas motitas con un dedo, el felino en su interior empezó a ronronear de felicidad, adoraba ese contacto.

Sacudiendo la cabeza, bajó inmediatamente la mano al tiempo que se encontraba con su sorprendida mirada.

—Quédate la estatuilla, yo no la quiero —respondió fríamente antes de darse media vuelta y continuar su paseo.

—Pero… —jadeó ella. De repente le faltaba el aire, pero no estaba segura si había sido provocado por su contacto o su respuesta.

Siguiéndole con la mirada le vio alzar una mano a modo de despedida al tiempo que oía un suave:

—Adiós, Lexandra.

Lexa abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua, todo aquello empezaba a resultarle absurdo, el tipo había pagado una elevada cantidad de dinero por una figurita que no costaba ni la mitad y se la había entregado en el momento en que ella se la había reclamado. ¿Pero qué demonios pasaba con ese hombre?

Sacudiendo la cabeza, apretó los labios y dudó un instante antes de desoír la voz interna que le aconsejaba aceptar su ofrecimiento de la estatuilla y volver a casa, para en cambio seguir a aquel extraño espécimen masculino calle abajo.

Poco sabía ella que había sellado su destino al ir tras él.