Través había hablado poco en el transcurso del día. Aunque su relación con sus amigos se había vuelto más estrecha, nunca había sido aficionado a las charlas intrascendentes. Prefería no especular. Si no estaba seguro de algo, se mantenía en silencio a menos que le ordenaran que diera su opinión. De modo que se había pasado en silencio, la mayor parte de ese viaje, vigilando a Lei y tratando de comprender cuanto le rodeaba. Hasta entonces no había tenido mucha suerte. El recuerdo de índigo tendida en el suelo del Monolito de Karul’tash seguía en su mente, y sus pensamientos continuaban regresando a ese combate. El conflicto con el Cazador y el jabalí habían sido bienvenidas distracciones, pero parecía estar perdiendo algo en cada batalla. Índigo había hecho añicos su mayal, una arma que le había acompañado durante años. Y ahora sólo tenía una flecha para su ballesta. Través no estaba ni mucho menos indefenso. Sus puños y sus pies estaban hechos de acero y podía partir huesos si daba un golpe sólido. Pero tenía un entrenamiento mínimo para el combate sin armas y se sentía curiosamente desarmado, como si fuera una espada roma.

La marca en la espalda de Daine era otra amenaza contra la que no podía hacer nada. Percibía la inquietud de Lei, pero no sabía cómo ayudar a ninguno de sus compañeros.

«La marca parece una forma arcaica del idioma dracónico, peno no se corresponde con ningún carácter conocido —le dijo Shira—. Esa coloración infrecuente y ese diseño atípico indican que es una Marca de dragón aberrante. Esas cosas aparecieron miles de años después de mi encarcelamiento, y todo lo que sé lo sé por tu mente».

Través sintió su tacto fantasmal recorriendo sus recuerdos. Restos de pensamientos afloraron a la superficie…

Una historia de la casa Cannith que había leído cuando estudiaba los orígenes de los forjados.

Su combate con un semiorco aberrante que luchaba con una espada de fuego.

Y Lei, expresando sus temores de encontrar a esos aberrantes en Sharn. Cuando Daine manifestó su ignorancia sobre la marca, fue Shira quien sugirió su posible origen, la mezcla de la sangre Deneith de Daine y la Marca de dragón concentrada que había consumido. Pero no podía darle su opinión sobre su poder o la amenaza que podía representar para Daine.

«La magia en este lugar es demasiado fuerte —pensó—. Me resulta doloroso incluso mirar por tus ojos».

«Somos espadas romas —respondió Través—. Yo he perdido mis armas y tú has perdido tus ojos».

«Tú eres mis ojos, incluso cuando no comparto tu visión. Somos uno».

Aunque halló cierto consuelo en ese pensamiento, Través estaba frustrado por la marca. Daine estaba enfadado, Lei tenía miedo y a Través le había tocado el papel de mediador entre ellos. Pese a todo lo que respetaba a Daine, tenía que proteger a Lei de cualquier amenaza. Través se sintió aliviado cuando retomaron la marcha, pero la tensión permaneció. Hizo cuanto pudo por dejarla a un lado, por concentrarse en lo que le rodeaba y por seguir moviéndose en silencio y con elegancia. Mantuvo su última flecha en la ballesta, escuchó los sonidos de la noche y trató de no pensar en Índigo.

—¿Eso es lo que tú llamas un puente? —dijo Daine.

—Buscas un camino al otro lado del agua y los espíritus proveen —respondió Xu’sasar.

—No muy bien —dijo Daine—. ¿Cómo es posible que eso sea un camino, exactamente?

Siguiendo a la elfa oscura por la orilla, los compañeros llegaron a una ligera elevación. Mirando desde allí, vieron el camino del que hablaba.

Era una serpiente.

En la orilla se alzaba una columna de piedra negra, y una serpiente se había enrollado a su alrededor. Era el reptil más largo que Daine hubiera visto jamás, con unas fauces que podrían tragarse un lobo… o a un hombre. Sus anillos eran negros, con bandas moradas irregulares, y esa visión le recordó a Través la inquietante marca de la espalda de Daine. Sólo tardaron un instante en evaluar su potencial como amenaza. Lei se había extenuado hasta el límite. Través sólo tenía una flecha. Luchar con un monstruo así en esas condiciones era una invitación al desastre.

—Todavía no entiendes cómo funciona este lugar —le dijo Xu’sasar a Daine. El viento movió su cabello blanco plateado y pareció que estaba envuelta en una capa de luz de luna—. Así como el Gran Jabalí nos permitió el paso a este lugar, sin duda esta serpiente es la llave a nuestro próximo desafío.

La guerrera drow todavía era un misterio para Través. Su talento era impresionante y un tanto inquietante. Través confiaba mucho en sus juicios, y era incómodo tratar con alguien que podía zafarse de él tan fácilmente. Y aunque Través tuviera los puños de acero, la habilidad de Xu’sasar en el combate cuerpo a cuerpo era claramente superior a la suya.

«Ya no está desarmada».

Través sintió a Shira indicando un punto en el espacio y dejó que ella guiara su mirada. Xu’sasar tenía la mano derecha pegada al costado, a la altura del muslo, y había puesto, sin que nadie se diera cuenta, su cuerpo entre ella y el objeto que sostenía…, pero Través vislumbró una punta curvada de marfil.

—¿Qué tienes ahí? —dijo.

La culpa no era una emoción que Xu’sasar pareciera sentir. Cuando levantó la mano, su expresión fue de completa inocencia. El objeto parecía ser una primitiva daga de dos hojas. Podía haber sido tallada en el colmillo de una gran bestia. Dos espolones se estrechaban hasta formar una punta.

—¿Por qué lo estabas escondiendo? —preguntó Daine, sorprendido.

—No escondo nada —dijo Xu’sasar—. Los espíritus me lo han dado como recompensa por mi coraje y para superar las pruebas del camino que nos esperan.

—Lo han hecho los espíritus —dijo Lei—. ¿Cuándo?

La elfa oscura se volvió para enfrentarse a Daine, ignorando la pregunta de Lei.

—Os he mostrado el camino. El puente espera.

—Sé que te has enfrentado a un jabalí gigante con los puños —dijo Daine—, pero ¿pretendes en serio atacar a esa serpiente con un pequeño cuchillo?

—Eso sería una locura —dijo Xu’sasar—. Para luchar con una criatura así necesitaría una arma más larga, que me permitiera mantenerla a raya

—Cierto, lo que significa… ¡Por la Llama! —maldijo Daine.

La doble daga se extendió en la mano de Xu’sasar para transformarse en una lanza de hueso envuelta en cuero que se alargó hasta que las puntas de ambos lados se convirtieron en hojas planas. Xu’sasar le dio la vuelta y ahora estaba sosteniendo una alabarda doble. Las hojas como garras se unían sin soldaduras en el mango.

«Hay un gran poder en ese objeto. —Los pensamientos de Shira afloraron antes de que Través hubiera formulado una pregunta—. No lo veo por completo en este momento, pero puedes estar seguro: tiene una fuerza que va más allá de los huesos de cualquier criatura mortal. Puede ser insensible al daño físico».

—Pero esto no tiene sentido —dijo Xu’sasar.

El arma giró y se fundió con su mano, y un instante después tenía una rueda de hueso de tres puntas, una variación en hueso de las armas arrojadizas de madera que utilizaban los drows.

—No me enfrentaría a esa criatura como no me enfrentaría a Vulkoor. ¿No sabes nada de los espíritus? Es, sin duda, Ko’molaq, el Guardián de los Secretos. Tenemos que conseguir el paso con nuestras palabras.

—¿Así que quieres hablar con la serpiente? —dijo Daine—. Yo…

Lei cogió a Daine por el hombro y tiró de él.

—Puede ser que tenga razón, Daine.

Eso sorprendió incluso a Través. Desde su llegada a Thelanis, Lei había parecido reacia a aceptar lo que la mujer drow decía. Fue evidente que le resultó difícil, pero se forzó a hablar.

Xu’sasar, ¿tu pueblo tiene una leyenda relacionada con esto? ¿La serpiente junto al río?

La elfa oscura chasqueó la lengua.

—Eso es —dijo Lei—. El reino de las leyendas. No sé si alguna fuerza está dando forma al reino para que colme sus expectativas o si alguien de su pueblo viajó por Thelanis y regresó para contarlo, pero después de ese escorpión, creo que tenemos que tomarnos en serio sus leyendas.

Daine se quedó mirando la inmensa serpiente.

—Está bien. Xu, es tu leyenda. ¿Qué hacemos? —Miró alrededor—. ¿Xu?

—Capitán. —Través señaló a Xu’sasar.

La drow ya estaba de camino hacia la serpiente.

Maldiciendo a los Soberanos y las serpientes, Daine echó a correr tras ella.

Través siguió al lado de Lei mientras se acercaban a la serpiente. Se puso la ballesta al hombro y volvió a colocar su última flecha en el carcaj. Sabía que esa bestia no podía ser derribada con un solo golpe, y si debía proteger a Lei parecía mejor tener las dos manos libres.

Daine alcanzó a Xu’sasar, y los dos juntos se acercaron al pilar. Cuando estuvieron cerca, la inmensa serpiente se desenrolló un poco y volvió la cabeza para clavar en Daine sus brillantes ojos dorados. Entonces, una segunda cabeza de serpiente salió por el otro lado del pilar, una gran cabeza en forma de cuña, con escamas moradas. ¡Dos!

—Te saludo, viajero.

La voz era como el siseo de un millar de serpientes tejido en palabras. Ambas bocas hablaban como una, moviéndose al unísono, y Través se dio cuenta de que eran los extremos opuestos de una sola serpiente.

—¿Qué buscas?

Xu’sasar se arrodilló, empequeñecida por la inmensa serpiente.

—Te saludo, gran Ko’molaq. Mis compañeros y yo deseamos cruzar el río que guardas.

—¿Y pagaréis mi precio y respetaréis mis reglas?

La serpiente miró desde cada uno de los lados del pilar. Través la estudió y se preguntó cuánto tiempo tardaría en desenrollarse completamente si decidían retroceder.

—¿De qué precio se trata? —dijo Daine.

Y en el mismo momento, Xu’sasar dijo:

—Lo pagaremos.

La cabeza morada se alzó para contemplar a Daine, mientras que la serpiente de escamas negras siguió mirando a Xu’sasar.

—De conocimiento, viajero. La verdad. Responde a mi pregunta y puede ser que cruces el río ileso. Pero una vez que lo cruces no podrás volver nunca. Deberás estar seguro de tu elección.

Daine dio un paso atrás y se volvió hacia Lei y Través.

—¿Alguna idea?

—No creo que tengamos otra opción —dijo Lei—. No comprendo exactamente de qué está hablando esa cosa, pero debemos cruzar y no podemos tocar el agua. Quizá sea una locura, pero me parece muy normal tratándose de este lugar.

Daine miró a Través.

—Yo te sigo —dijo el forjado.

Shira estaba en silencio y él no había visto nada que le permitiera pensar en otra posibilidad.

—Muy bien. —Daine se volvió y caminó hasta la serpiente, fijando la vista en los ojos dorados de la cabeza morada—. Haz tu pregunta.

—Preguntas —dijo la serpiente—. Una para cada uno que cruce mi camino. Responded y después cruzad dejándolo todo atrás.

Mientras hablaba, un extremo de la serpiente entró en el río y empezó a atravesarlo lentamente. Parecía imposible que la bestia alcanzara la otra orilla, pero lo hizo. Unos cuantos anillos siguieron fuertemente enrollados alrededor del pilar oscuro, y poco a poco se fue levantando del agua, al parecer agarrada a algo en el otro lado.

La serpiente hablaba ahora solamente por la cabeza de escamas rojo sangre, pero su voz era igualmente fuerte.

—Tú serás el primero —le dijo a Daine—. Tú has liderado en la batalla. Tú has dejado muchas cosas atrás. Así será también aquí.

Daine frunció el entrecejo, y Través casi oyó sus pensamientos, su renuencia a abandonar a los demás frente a la necesidad de evaluar los peligros de la otra orilla.

—Muy bien —dijo al fin.

La serpiente se alzó por encima de Daine.

—Dime, viajero, y dime la verdad: ¿dónde termina tu viaje?

Daine abrió la boca y después la cerró. Miró a los demás.

—¿Es esto un acertijo? —le dijo a Lei—. Sabes que no es mi…

—Esta pregunta es para ti, y sólo para ti. —La voz de la serpiente ahogó la objeción de Daine—. Piensa en lo que te ha llevado a este lugar, viajero. Y dime dónde termina tu viaje.

Daine se quedó en silencio un momento, observando los ojos de la serpiente. Después dijo:

—Mi viaje termina al otro lado de las Puertas de la Noche, al final de mis sueños. Mi viaje terminará cuando Lakashtai caiga entre mis manos.

—Entonces, cruza el río y no regreses.

La serpiente bajó su cabeza plana, y Daine saltó ágilmente sobre ella. La criatura lo levantó y, un momento más tarde, estaba caminando con cuidado por el tronco de la serpiente, tratando de mantener el equilibrio. No tardó en llegar a la otra orilla. Través le vio bajar de un salto del puente-serpiente.

Entonces, la bestia fijó la mirada en Xu’sasar.

—Hija del escorpión, dime, y dime la verdad: ¿cuál ha sido el coste de tu viaje?

Xu’sasar no se detuvo.

—Las vidas de mi familia, las vidas de mis enemigos y mi lugar en las Tierras Finales.

La serpiente bajó la cabeza, y Xu’sasar cruzó el tronco a la carrera; pareció tan cómoda sobre el puente de escamas como lo parecía sobre el suelo. Ahora sólo quedaban Lei y Través, y la serpiente miró a la primera.

—Dime, artificiera, y dime la verdad, ¿dónde empezó tu viaje?

Lei frunció el entrecejo, concentrada. Través trató de imaginar qué respondería él. ¿Se refería la bestia a ese viaje, que había empezado en el Monolito de Karul’tash…? ¿O quizá al que había comenzado en Sharn? Todo dependía de lo lejos que se remontara. ¿O tal vez hablaba de un viaje más largo?

—Mi viaje empezó en el útero de mi madre —dijo Lei.

Había un ligero temblor de incerteza en su voz, pero la serpiente bajó la cabeza para ella. Lei metió el bastón en la bolsa para tener las dos manos libres y se subió a la espalda de la criatura. Lentamente, con cuidado, inició la travesía hacia la otra orilla.

—Tienes mucho que aprender —siseó la serpiente.

Y se sacudió de manera violenta.

El movimiento lanzó a Lei por los aires, y Través se dio cuenta de que caería en el agua. Se arrojó al río. Había vadeado corrientes en el pasado: contaba con poca habilidad para nadar, pero no tenía que respirar y el agua era calma. Se preguntó qué poderes le esperarían en el agua, pero no permitiría que Lei se enfrentara a ellos sola.

El agua apenas le llegaba a la cadera. No era un río, era poco más que un torrente muy ancho. Se produjo una inmensa salpicadura cuando Lei cayó en el agua, seguida de una inquietante inmovilidad. No se revolvió, ni siquiera trató de salir a la superficie. Través siguió avanzando, luchando contra la masa de agua.

«Está viva». El pensamiento de Shira fue una inundación de alivio, y mientras avanzaba supo dónde estaba aproximadamente Lei. Cambió de dirección y se agachó. Sacó a Lei empapada del lecho del río. Estaba inmóvil en sus brazos. Tenía los ojos cerrados y la piel pálida.

«Está viva».