La noche le susurró a Xu’sasar: el viento más débil mecía al junco cubierto de rocío. Los humanos a los que seguía no le hacían caso. Continuaban murmurando en su lengua bárbara, ajenos a las maravillas que les rodeaban. Ella sentía la brisa y sabía lo que era, el aliento de los espíritus más elevados y un aviso. Escuchó, tratando de discernir las palabras del viento, pero lo único que encontró fue una vaga sensación de inquietud, de peligro por venir.
Eso la complació.
Los recuerdos de Xu’sasar eran una suma de conflictos y luchas. Su pueblo siempre estaba en busca de una nueva presa, y nunca había escasez de enemigos. Todavía iba a la espalda de su madre cuando vio a su primer gigante. La fortaleza de aquella bestia no fue suficiente para la velocidad y el talento de la gente de Xu’sasar, y no sintió más que alegría cuando su madre danzó entre los mecanismos de la batalla. Aprendió la danza en cuanto pudo caminar. Había perseguido pájaros tilxin bajo el dosel de la jungla, saltando de arbusto en arbusto para seguir el vuelo de las pequeñas criaturas. Había luchado contra gigantes y se había enfrentado a unidores de fuego, serpientes de sueños y criaturas que caminaban como hombres, pero luchaban como insectos. Y había cazado a extranjeros que trataban de saquear las ruinas antiguas. A veces, su tribu luchaba contra esos extraños, como había hecho con ese Daine cuando había aparecido. En otras ocasiones, se limitaban a seguirlos, se convertían en su sombra, y sólo golpeaban si los espíritus lo exigían. Aunque los humanos raramente eran una víctima valiosa, a Xu’sasar le gustaban esas largas cacerías, y después de muchos ciclos, incluso había aprendido su lengua común, aunque le parecía dolorosamente lenta y torpe.
Xu’sasar no sabía lo que encontraría bajo esa luna. De todos modos…, aquel era un campo de caza, la primera de las Tierras Finales. Allí demostraría quién era. Allí se ganaría el paso al siguiente reino, y al siguiente, hasta que se reuniera con su pueblo en los campos de la lucha infinita. Era la última de su tribu, y con su muerte, los jalaq qaltiar habían dejado atrás Eberron. Ahora su obligación era honrar a su tribu en la muerte y abrirse paso hasta la última batalla. Mientras se movía por la noche, estudiaba las caras de piedra enterradas en la tierra y se enorgullecía del hecho de que ninguna de ellas fuera qaltiar.
El viento susurró de nuevo, y Xu’sasar vio movimientos en el cielo. Un trío de brillantes chispas se habían descolgado del firmamento y descendían hacia el suelo.
«Volutas vagantes». Mientras se cubría contra la cara de piedra de la formación rocosa más cercana, recordó las palabras del Contador de Cuentos al hablar de los muchos peligros de las tierras Finales: «Restos de los caídos, unidos al cielo como otros están enterrados en la tierra. Son embusteros que os llevarán a la ciénaga o a la batalla. No los subestiméis; arden con los celos, y este fuego es tan mortal como cualquier espada».
Esas volutas no estaban interesadas en el engaño. Pasaron más allá de Daine y Lei, después cambiaron de trayectoria y regresaron rápidamente hacia los humanos.
Xu’sasar no pensó en ningún momento en abandonar a los extranjeros a su destino. Opinara lo que opinara de sus gestos sin elegancia y de sus estúpidas ideas, eran sus compañeros en la caza final. «Un cazador que deja morir a sus camaradas no es un guerrero».
A partir de ese momento, todos sus pensamientos estuvieron concentrados en su víctima. La distancia era irrelevante. Xu’sasar era una con el viento, y saltó por los aires sin preocuparse por la altura; su pasión por la presa tiró de ella. Ascendiendo en su interior, Xu’sasar convocó a la oscuridad que era derecho de nacimiento de los drows, la fría noche que consumía la luz y la vida. Las sombras rodearon su puño, y ella golpeó el corazón de la esfera brillante.
Aquélla no era una criatura de carne y sangre. Xu’sasar sintió una débil resistencia cuando su mano atravesó a su víctima, como si le hubiera dado un puñetazo a una bola de agua. Carne o no, sintió que un pulso de agonía irradiaba del espíritu cuando la oscuridad atravesó la luz. Xu’sasar giró en el aire y cayó, volviéndose para enfrentarse a las volutas al mismo tiempo que preparaba su aterrizaje.
Tres flechas canturrearon en el aire y redujeron la ya débil voluta a una catarata de polvo en llamas. Sin duda, ese arquero creía que le estaba haciendo un favor, pero Xu’sasar no esperaba el ataque. Todavía tenía que aprender las tácticas utilizadas por esos tres, y uno de los suyos nunca le habría robado a Xu’sasar su presa de ese modo. Por un instante, perdió la concentración, y eso fue todo lo que las volutas necesitaron. Se produjo un estallido de luz, rápido como un rayo, y una voluta impactó contra Xu’sasar y atravesó su pecho.
La agonía recorrió cada uno de sus músculos. El dolor se dobló cuando la segunda voluta la atravesó. Sintió la furia en estado puro del espíritu, y esa ira barrió sus pensamientos al mismo tiempo que su luz cegadora quemaba su carne. La tortura habría arrancado un grito de la garganta de un débil extranjero, pero Xu’sasar era un fantasma de la guerra de los qaltiar, una cazadora endurecida por el ritual. Había superado incontables pruebas, y los ancianos habían quemado las guardias espirituales en su piel con el veneno sagrado del mismísimo Vulkoor. Xu’sasar convocó los recuerdos incrustados en esos pálidos tatuajes y la fuerza de sus triunfos acalló el dolor de su heridas. Su visión se aclaró y se volvió para enfrentarse a sus enemigos.
Los espíritus se separaron; uno se dirigió hacia los humanos mientras el otro trazaba círculos alrededor de Xu’sasar. Era rápido como el rayo, pero Xu’sasar había luchado con gigantes que podían arrancar tormentas del cielo, y había esquivado rayos antes.
Dejó que su mente se quedara en blanco, hasta que su enemigo fuera el mundo. La voluta destelló ante ella, pero parecía arrastrarse por el aire; lo único necesario para echarla de su camino era el más ligero de los movimientos, y Xu’sasar introdujo la palma de su mano en el reluciente globo cuando pasó. Por un instante, deseó tener consigo sus cuchillos, las largas dagas que habían pertenecido a su abuela antes que a ella, pero no le sorprendió que se viera obligada a enfrentarse a las pruebas de las Tierras Finales sin más arma que sus manos y sus pies. Tenía que demostrar la fortaleza de su espíritu y su conocimiento de las enseñanzas de Vulkoor. Esa raro que los extranjeros pudieran tener consigo sus herramientas, pero ellos eran blandos y débiles, y no era de sorprender que no se les exigiera tanto como a los hijos de la noche.
El cazador de metal insistía en ayudar a Xu’sasar. Una flecha atravesó el corazón de la voluta, pero este segundo ataque fue insuficiente para hacer añicos el orbe. Advirtió un destello de luz en un extremo de su campo visual cuando los humanos derribaron a su enemigo. La última voluta no quería compartir el destino de sus compañeras y huyó a toda velocidad por la llanura. Xu’sasar corrió tras ella, dejando que la velocidad de pantera fluyera por sus piernas. Oyó una advertencia en lo más recóndito de su mente —«son embusteros»—, pero la emoción de la caza se había apoderado de ella, y su enemigo no iba a escapar. A cada paso la distancia entre las dos se reducía. La voluta giró tras una formación rocosa, y ella la persiguió y dobló la esquina.
El escorpión la estaba esperando.
Los jalaq qaltiar reverenciaban a muchos espíritus, pero el mayor entre ellos era el escorpión, conocido como Vulkoor, en su lengua. Muchas lecciones podían aprender de Vulkoor, y el escorpión compartía su armadura y su veneno con los drows. Muchas tribus se negaban a escuchar a otro espíritu que no fuera el escorpión, y su padre había sido muerto en una batalla con drows que consideraban que las creencias panteístas de los qaltiar eran heréticas. Por un instante, Xu’sasar se quedó paralizada de miedo. «Ha venido a castigarme».
Entonces, habló. Al principio, ella creyó que hablaba en la lengua de su pueblo, después se dio cuenta de que no oía palabras, que simplemente conocía su significado, como si su lengua fuera tan primaria que dejara a un lado todo conocimiento mortal.
—Lo habéis hecho bien, guerreros —dijo. Su voz era profunda y fuerte, y su mero sonido pareció alejar el eco de dolor que Xu’sasar todavía sentía en el pecho—, pero vuestras pruebas acaban de empezar.
Los humanos habían aparecido tras la formación rocosa con el cazador de metal detrás de ellos. Xu’sasar tenía que actuar rápidamente. Esos extranjeros eran idiotas en cuestiones de espíritus, y era probable que el hombre blandiera su espada y los condenara a todos. Xu’sasar se puso de rodillas y alzó las manos.
—Perdona a esta gente su ignorancia, gran Vulkoor —dijo—. En tu sabiduría, les has dejado recorrer este camino. Dinos qué debemos hacer para llegar a la batalla infinita.
—¿Qué batalla infin…? —dijo Daine, pero el poderoso espíritu le interrumpió.
—Me honras, Xu’sasar del juramento roto, pero estás equivocada en muchas cosas. No soy más que un sirviente de Vulkoor. Los más elevados espíritus no pueden ser conocidos en esta vida, ni siquiera por los que son como yo. El camino que recorres no lleva a la lucha infinita. Aunque cruzas las fierras Finales, todavía tienes una obligación en las tierras de los vivos.
Xu’sasar se tambaleó. ¿Cómo podía estar tan cerca de su destino —tan cerca de su reunión con los caídos de su pueblo— y tener que darse la vuelta? ¿Iba a reencarnarse en una forma inferior? Un millar de gritos resonaron en su mente, pero nadie podía contradecir las palabras de un espíritu tan grande.
Al parecer, nadie se lo había dicho a Daine.
—¿De modo que no estamos muertos?
Xu’sasar casi golpeó al burdo humano. Si irritaba al espíritu, la reencarnación sería el menor de los castigos que podía infligirles. Pero el escorpión no se movió, y cuando habló, no había rastro de malicia en su voz.
—No estáis muertos, viajero, aunque todavía tenéis ante vosotros muchos peligros, y no os prometeré que vayáis a sobrevivir para ver la luz de la tarde.
Daine pensó en ello.
—Y tampoco tienes planeado… comernos, destrozarnos, casarte con nosotros, ni nada por el estilo, ¿verdad?
—Sólo soy un mensajero, mandado para guiaros y aconsejaros.
—¿Mandado por quién? —dijo Lei.
En lugar de mostrarse agradecida, parecía suspicaz. Todavía tenía el bastón en lo alto, como si pudiera enfrentarse al gran escorpión con su pequeño palo de madera.
—He oído tu llamada antes, hija de Cannith. ¿Has olvidado el mensaje que te dieron? Tus respuestas están en el crepúsculo.
—Más allá de las Puertas de la Noche —dijo Lei—. ¿Y qué significa eso exactamente?
—Ya has descubierto lo que tienes que saber. Estás bajo la Luna del Cazador. Las Puertas de la Noche están bajo la Luna de Densobosque, en el dominio del Hombre del Bosque. Tienes la llave de las puertas en la mano. Abre las puertas y entra en el Ocaso y el dominio de aquel al que sirvo.
—¿Y el peligro? —dijo Daine.
—Éstos son los reinos de los Nueve hermanos de la Noche. El Hombre del Bosque es el más poderoso de ellos, y ha estado esperando durante mucho tiempo el regreso de la señora Corazón Oscuro. Él guarda las Puertas de la Noche, y te matará si puede.
—Mira —dijo Daine—, puertas, hombres de los bosques… No trato de comprender nada de esto. Y el misterio me da exactamente igual. Lo único que quiero es irme a casa.
—Tus respuestas están en el Ocaso, viajero, al igual que el paso a tu mundo. Abre las Puertas de la Noche y encontrarás el camino a tu futuro.
—¿Y cuál es mi destino? —dijo Xu’sasar tras recuperar, al fin, la voz.
—Por ahora, tienes que proteger a éste —respondió el escorpión, señalando a Daine con un levísimo gesto de su inmenso aguijón—. Deja a un lado tus preguntas y pon tu confianza en nuestra guía. Tu pueblo te mira con orgullo y espera la noche en la que lucharás junto a ellos una vez más. Pero todavía tienes que ganarte el camino. Por ahora debes volver al mundo de los vivos. Honra a tus ancestros, haz caso a los espíritus y no permitas que este hombre sufra ningún mal.
Las palabras ardían en sus oídos. ¿Proteger a ese extranjero? ¡Se había pasado décadas cazando a gente como él! Pero no le correspondía a ella cuestionar las órdenes de los espíritus o los deseos de los caídos. Hizo una reverencia.
—¿Puedo decir algo? —dijo Daine.
—No. —La voz del escorpión se había vuelto fría, y el menor cambio de su expresión sirvió para recordar sutilmente su poder—. Necesitarás su ayuda si quieres sobrevivir a los peligros que te esperan. Ahora debes acudir al reino del Hombre del Bosque.
—¿Y dónde está eso? No hemos visto muchos bosques últimamente…
—Xu’sasar tiene razón. Tendréis que pagar vuestro paso con sangre. Busca a Colchyn, el Gran Jabalí de la Luna del Cazador. La señora Corazón Oscuro te guiará. Derrota a Colchyn, y el camino estará despejado.
Lei pensó en ello.
—Si quieres que hagamos eso, ¿cómo es que no puedes ganar tú a ese jabalí en nuestro lugar?
—Tenemos que ganarnos el paso —dijo Xu’sasar—. Nadie puede hacerlo por ti.
—Es como dice —respondió el escorpión—. Sólo puedo advertiros. Si librara yo vuestras batallas, nunca saldríais de aquí.
Lei asintió, pero no parecía convencida. Xu’sasar suspiró ruidosamente. «¡Humanos!».
—Tu juicio te espera —dijo el escorpión—. Presta atención a la voz de la señora Corazón Oscuro, hijo de Cannith. Ten cuidado y sé cauteloso. Más de un héroe ha caído ante los colmillos de Colchyn, y verás que es un enemigo formidable.
Tras decir eso, desapareció. No se produjo ningún sonido, ningún estallido de luz. Un segundo el escorpión estaba allí, inmenso, y al siguiente, estaban solos. Ni siquiera la hierba registró ningún cambio.
Daine rompió el silencio.
—¿Lei?
La mujer pasó una mano por la empuñadura de su bastón, que murmuró ligeramente.
—Siento la dirección hacia la que quiere que vayamos. Más allá de eso, tu intuición es tan buena como la mía. Al menos, no estamos muertos.
Xu’sasar volvió a suspirar. «Estar tan cerca y ver cómo te quitan la eternidad…». No había nada que celebrar. Con todo, uno de los espíritus más poderosos le había confiado una tarea. Así era como se hacía leyenda…, si es que quedaba algún otro jalaq al que contársela.
Contempló al humano que le habían ordenado proteger y se preguntó qué interés podían tener los espíritus en él.