«Llevas el mayor tesoro de tu casa en las venas. Tu sangre es nuestro poder. Es un regalo glorioso y una terrible responsabilidad».
Daine había abandonado la casa Deneith hacía muchos años. Ya de niño prestaba poca atención a las lecciones de su padre. En ese momento, aquello le parecía propaganda arrogante diseñada para preservar el poder de los linajes portadores de la Marca de dragón. Daine había despreciado las advertencias sobre la mezcla de sangre de dos casas y las leyendas de la terrible guerra librada para purgar esa sangre manchada. Eso fue antes de Sharn. Ahora Daine recordaba los ojos salvajes de la niña que hablaba con ratas y el tacto gélido del hombre podrido.
«Del mismo modo en que nuestra sangre puede producir campeones, puede producir monstruos».
La ira y el miedo guerreaban en su interior. Daine quería gritar, negarlo, pero en el mismo momento en que tomó aire supo que era verdad. Y ahora que lo sabía, podía sentir la marca en su espalda. Era como si tres serpientes vivas se hubieran fusionado con su carne. Sentía el dibujo que formaban, sus cuerpos entrelazados formaban un intrincado patrón. Más que eso: podía sentir cómo se enroscaban. Ese terrible picor no era por un sarpullido: era la marca que se movía contra su piel.
—¿Cómo? —preguntó.
Lei negó con la cabeza. El miedo se desbordaba en sus ojos, y Daine no supo si Lei tenía miedo por él o miedo de él. Ella se había tomado las lecciones de su casa al pie de la letra, y Daine recordaba su horror cuando se encontraron con los aberrantes de Sharn.
Daine dio un paso hacia ella, y Lei retrocedió. Través se interpuso entre ambos, y un escalofrío se apoderó del corazón de Daine. Estaba seguro de que Través no era una amenaza, de que el forjado sólo estaba actuando para tranquilizar a Lei. Con todo, ellos dos eran las únicas anclas que le quedaban en el mundo, y que ambos le abandonaran al mismo tiempo…
Sintió vértigo. El mundo giró alrededor de Daine, el suelo desapareció bajo sus pies y su cabeza golpeó la hierba. Después, sintió la mano de Lei alrededor de la suya. Obteniendo fuerza del contacto, Daine reprimió la náusea. Convirtió sus pensamientos en una jaula y metió en ella las víboras enroscadas; lo transformó todo en una bola de energía y lo arrojó a la oscuridad.
Daine abrió los ojos. Tenía la cara contra la hierba húmeda y la piel pegajosa de sudor. La mujer que le sostenía la mano se incorporó y le ayudó a ponerse en pie.
—Gracias —dijo.
Tendió los brazos para abrazar a su benefactora y se detuvo, sorprendido. Una mujer había acudido a ayudarle, pero no era Lei quien le había cogido la mano… Era Xu’sasar. Los ojos plateados de la drow se clavaron en él, lunas gemelas brillando en el bosque oscuro. En el pasado, su pálida mirada había sido siempre desconcertante; ahora parecía más blanda. Con todo, no era la cara que Daine esperaba ver y se alejó de ella.
Ahora Través estaba allí.
—¿Puedes mantenerte en pie, capitán?
—Creo que estoy bien —dijo.
Y era cierto. El picor había desaparecido. Sentía la chispa de energía ardiendo en su interior, pero no era del todo dolorosa. Se dio cuenta de que estaba más despierto, más alerta. Hasta el olor de hierba fresca parecía fuerte y claro. Por un momento, se preguntó…
—¿Sigue ahí?
—Sí —dijo Lei—. Yo… —La voz se le atragantó en la garganta cuando Daine se volvió para mirarla.
—¡Por las llamas de Fernia! —maldijo—. Estamos en mitad de un tres veces maldito bosque de noche eterna. No era mi idea que sucediera esto y no hay tiempo para discutir entre nosotros. Lei, me da igual el miedo que tengas, ¡tienes que decirme qué está pasando!
—Quizá sí lo fue. —La voz de Través era firme y calma, como agua manando lentamente.
—¿Qué?
—Quizá sí fue tu idea.
—¿De qué estás hablando? —dijo Daine.
—El líquido azul que te bebiste. Dijiste que contenía la esencia de la Marca de dragón de Jode.
—Sí —dijo Lei—. La sangre de dos linajes portadores de una Marca de dragón… Tiene razón, Daine. —Todavía había miedo en su voz, pero ahora era la curiosidad lo que la dominaba. Se acercó a él—. Déjame ver.
—Través, Xu, vigilad el bosque —dijo Daine—. Ved si encontráis huellas. Sólo los Soberanos saben qué puede haber ahí. —Le dio la espalda a Lei.
—¿Qué sientes? —dijo ella, buscando herramientas en su bolsa—. ¿Picor, decías?
—Sí… Escozor, un leve ardor. Trataba de ignorarlo. Pero ahora ha desaparecido.
—¿Cuándo empezaste a sentirlo?
—Través tiene razón —dijo Daine—. No recuerdo haberme dado cuenta hasta que estuvimos en la esfera…, después de beberme el líquido azul.
—Evitemos las especulaciones por ahora —dijo Lei, que sacó una delgada varita y un pedazo de cristal de uno de los bolsillos de la bolsa—. A primera vista, el dibujo recuerda a una Marca de dragón. Sin embargo, ni el patrón ni el color coinciden con los de ninguna de las doce verdaderas Marcas…, lo cual, por supuesto, es lo que caracteriza a una Marca de dragón aberrante.
Su voz ganaba fuerza a medida que iba hablando. Estaba claro que describirla la ayudaba a controlar la situación. Hasta Daine se sintió un poco mejor. Eso era lo que Lei hacía. Sin duda, encontraría una explicación.
—Lo que es especialmente infrecuente es el tamaño de la Marca —prosiguió—. Nunca había oído hablar de una Marca de dragón aberrante más grande que la Marca de dragón verdadera más pequeña. Son siempre pequeñas y caben en la palma de la mano del portador. Pero esto… —Caminó alrededor de Daine, contemplando su piel—. Sólo he visto una parecida antes. En Metrol, se decía que uno de mis primos tenía la Marca de Siberys. Es una leyenda en nuestra casa; puede crear objetos con el pensamiento, convertir la imaginación en realidad.
Daine se retorció tratando de verse la espalda, pero sollo alcanzó a observar unas cuantas franjas vividamente rojas en su omóplato. Con todo, recordaba el dibujo que había oído hacía un rato. Lei tenía razón. Daine sólo había visto a una persona con una marca así en su casa. Y el tamaño de una marca siempre era una indicación de su poder.
—¿Qué hace esta cosa?
—No lo sé —dijo Lei. Daine sintió una ligera calidez en la piel cuando ella le pasó por encima una varita—. No hay aura de magia, pero eso no es raro. A veces, es posible sacar conclusiones a partir del dibujo, pero a ésta no puedo encontrarle el sentido. ¿Has tenido visiones o emociones infrecuentes?
—No lo sé. ¿Algo como hablar en sueños con un mediano muerto y ver cómo desaparecen mis heridas?
Lei se mordió el labio inferior.
—Sí…, eso contaría.
—No parece nada terrible —dijo Daine—. Si eso es lo peor…
—¿Qué te hace pensar que eso es lo peor a lo que tendrás que enfrentarte? —dijo Lei con la voz más alta—. Es una marca aberrante. ¡Conoces lo que se dice de ellas tan bien como yo! Locura. Enfermedad. ¿Crees que hablar con nuestro amigo muerto es una buena señal?
La frustración de Daine creció.
—Claro que sé lo que se dice. ¿Y si no son más que leyendas? Nunca antes has visto algo parecido. ¿Por qué sigues creyendo en algo sólo porque tus padres te lo dijeron? Después de todas las mentiras…
El mundo se disolvió en un destello de dolor, y Daine gritó.
Lei había pasado la mano por la marca. En ese momento de contacto, la chispa que había estado ardiendo en la base de su espalda se convirtió en fuego e incendió una franja retorcida en su piel. Lei retrocedió de un salto, y el dolor desapareció. Daine jadeó.
—Daine —dijo Lei—. Yo no…, no sé qué ha sido. Las líneas rojas de tu piel se han encendido y se ha producido un estallido de calor. ¿Estás bien?
—Creo que sí. —La chispa había regresado a sus huesos, y él se tendió sobre la hierba fresca—. Creo que hablar con Jode no será lo peor a lo que tendré que enfrentarme.
—Quédate quieto. —Daine sintió un punto de calidez que se hacía más fuerte y más intenso—. Acercar el dedo a la marca es suficiente para causar una reacción —dijo Lei—. Nunca había visto nada parecido.
—Así que si me tocas, ¿sentiré ese dolor espantoso? Fantástico.
—Llegaremos al fondo de esto, Daine. Tiene que haber algo que yo pueda hacer.
—No ahora —dijo, levantándose y cogiendo su camisa—. Ya hemos perdido demasiado tiempo con esto. Mientras no me toques, al parecer estaré bien. Ni siquiera me pica, así que si crees que puedes mantener tus manos lejos de mí, vamos a buscar una salida de este bosque maldito.
—No creo que eso sea…
—Lei, probablemente tengo esa marca desde hace al menos un día. No estoy muerto. Pero todos podemos morir en horas si no encontramos una salida de este dichoso bosque. Así pues, ¡en marcha!
Daine silbó para avisar a Través al mismo tiempo que se ponía la camisa de malla sobre el chaleco acolchado. La respuesta llegó en seguida y el forjado salió al claro.
—No hay rastro de nada que se pueda considerar una amenaza, capitán. Ni huellas humanoides detrás de nosotros ni animales más grandes que un zorro.
—Pasas por alto los peligros, hombre de madera y metal. —Xu’sasar apareció junto a Través, deslizándose entre las sombras—. Hay pájaros en los árboles, búhos y otros cazadores nocturnos. Hay ojos en la oscuridad. En la tierra de los vivos, esas criaturas pueden no ser una amenaza, pero esto es el reino del espíritu, y el tamaño no significa nada.
—Bien, Xu —dijo Daine—, ¿por qué no nos dices qué deberíamos hacer, ya que eres la experta?
—Nada ha cambiado.
—¡Todo ha cambiado! ¡Estamos en un bosque!
—Sí. Hemos obtenido nuestro paso a una noche más profunda. Es como nos ha dicho el escorpión Las puertas del Ocaso están en el dominio del Hombre del Bosque. Hemos llegado a las tierras de ese espíritu. Ahora tenemos que encontrar las puertas. —Se volvió hacia Lei—. Tú sigues teniendo la llave, artificiera.
—El bastón —dijo Lei. Había soltado el bastón para atender a Daine. Mientras se arrodillaba para cogerlo, se detuvo.
—¿Lei? —dijo Daine.
Había duda en sus ojos, pero al final negó con la cabeza.
—Tiene razón. El bastón conoce el camino y no hemos llegado al final. Hay… tanta ira y dolor en el interior de la madera. —Puso la mano en el mango y se quedó rígida. Un débil gemido surgió en el aire, el susurro de una voz elfa—. Sabe adonde tenemos que ir —dijo Lei, poniéndose en pie—. Y sabe que el peligro nos espera.
—Y todo ha sido tan tranquilo hasta ahora —dijo Daine.
Pero la sonrisa del capitán era forzada. Le quedaban en la memoria restos de dolor, y todavía sentía una chispa ardiendo en su espalda, un recordatorio del misterio que tenía grabado allí. «No es tiempo para el miedo —pensó—. Termina la misión. No te detengas».
—Guíanos, Lei —dijo.
Khorvaire tenía también bosques y junglas, y aquél no era el primer viaje de Daine por densas tierras boscosas. Sin embargo, había algo inquietante allí, algo que parecía dar crédito de los cuentos de espíritus y fantasmas de Xu’sasar. Ninguno de los árboles se alzaba en línea recta. Estaban retorcidos y doblados, y sus ramas desplegadas recordaban a gigantes contorsionados de dolor. Daine habría jurado que veía caras en la madera, deformando la corteza, pero cuando se volvía a mirar, los troncos y las ramas tenían su aspecto habitual.
Árboles o no, estaban rodeados de ojos. Roedores hacían frufrú entre los arbustos y ocasionaban el movimiento suficiente para tener a Daine de los nervios. Vio una lechuza del tamaño de su cabeza, un pájaro precioso de plumaje negro y ojos dorados. La criatura estaba sentada en una rama alta, observando a los viajeros con orgullosa indiferencia. Daine pensó en pedirle a Través que disparara al pájaro, pero no parecía tener sentido. Era como si todo el bosque estuviera conjurado contra ellos, y parecía difícil imaginar que la muerte de una le chuza consiguiera algo más que irritar a los espíritus que estuvieran presentes en los árboles y las bestias. Además, a Través sólo le quedaba una flecha y era… improbable que un pájaro fuera la mayor amenaza que el bosque fuera a plantearles.
Lei abrió camino, apartando enredaderas y arbustos con su bastón murmurante. Había encantado uno de sus guantes, y una pálida luz blanca iluminaba su alrededor. Apartó un grupo de enredaderas y dio un salto atrás cuando la red de hojas entretejidas cobró vida.
—¡Por el arco de Balinor! —A punto estuvo de caérsele el bastón.
Daine pasó junto a ella; la espada brillaba a la luz sobrenatural. Vio tres tentáculos retorcidos desapareciendo en las sombras, negro aceitoso y plata reluciente. Golpeó los matorrales y atisbo un par de ojos pálidos que desaparecieron por entre los arbustos.
Lei le cogió el brazo. Daine se encogió a la espera del espantoso dolor que había notado la última vez que ella le había tocado, pero lo único que sintió fue la presión de sus dedos.
—Lo siento —dijo, respirando profundamente—. No…, no me esperaba eso.
—Sólo eran serpientes —dijo Daine—. Nada de que preocuparse. Yo abriré el camino. Tú dime en qué dirección debemos avanzar.
Leí asintió, y Daine reanudó la marcha. Unas cuantas serpientes más desaparecieron en las sombras después de que la luz de Lei las alumbrara. La artificiera se estremecía cada vez que veía un movimiento sinuoso. Daine estaba seguro de que había algo detrás de ese raro miedo. Lei había visto cosas mucho peores en las Tierras Enlutadas y las alcantarillas de Sharn, y nunca había reaccionado de ese modo. Pero Daine sabía que era mejor dejarla en paz si no quería hablar de ello. Sobrevivirían a un puñado de serpientes.
Después, alzó la mirada.
Los árboles estaban repletos de serpientes.
Las escamas negras y plateadas eran casi invisibles contra la corteza en sombra y la luz de la luna, pero ahora vio el movimiento en las ramas, las pesadas colas colgaban de ellas. La víbora que huyó de la luz era apenas tan gruesa como su pulgar; alzando la mirada, Daine se quedó mirando a los ojos de una bestia con escamas cuya cabeza era más grande que la suya. Docenas de ojos fríos los miraban, y al ver la silueta contra la luz de la luna, pareció que los árboles se movían.
Daine no dijo nada, pero miró de soslayo a Través. El forjado tenía la vista clavada en las ramas y su última flecha preparada en la ballesta. Si una serpiente atacaba, Daine estaba seguro de que acabaría con esa flecha en el cráneo. Xu’sasar no estaba en ninguna parte, pero Daine había empezado a acostumbrarse.
—Lo siento, Daine —dijo Lei justo detrás de él—. Sé que esto es estúpido, sobre todo con todo lo que te ha tocado pasar. Pero… cuando he visto a esas serpientes moviéndose, me he acordado de esa cosa de debajo de Sharn. El desollador de mentes.
Estaba hablando de un horror al que se habían enfrentado un poco después de llegar a Sharn, la monstruosidad con cara de calamar que había asesinado a Jode y casi a Lei. Daine podía imaginarse el trauma de ver a una criatura así alzándose sobre él, extendiendo sus tentáculos hacia su cráneo… Sin duda, comprendía el miedo de Lei.
El terreno era irregular y las traicioneras raíces se ocultaban bajo el musgo. En la oscuridad de la noche, las enredaderas y las raíces eran fáciles de confundir con serpientes, y las sombras creaban monstruos a cada momento. Pero fue una serpiente distinta la que los detuvo. Mientras se abría camino, Daine vio una forma sinuosa y brillante que cruzaba su camino. No era una serpiente, ni siquiera un ser vivo.
Era un río.
El río formaba un cañón en mitad del denso bosque, una grieta en el apretado follaje. Alzando la mirada, Daine pudo ver el cielo. Como en la llanura, sólo había una luna, pero ésta era más grande que la anterior, y de color blanco plateado. Las estrellas formaban dibujos desconocidos, y a Daine le reconfortó que parecieran muy débiles. El agua del río era misteriosamente silenciosa, y a sus ojos parecía totalmente inmóvil…, como si estuviera congelada.
Daine se arrodilló en la orilla. Aunque no fuera un gran nadador, con aguas tan calmas como aquéllas tal vez pudieran cruzarlo. El lado contrario del río se veía bajo otro muro de árboles alzándose en la oscuridad.
Cuando Daine se arrodilló junto al agua, un sibilante susurro llenó el aire: la sobrecogedora canción del bastón de Lei.
—¡Detente!
La voz de Lei era grave y urgente. Le cogió la capa con la mano y tiró de ella con una sorprendente fuerza. Daine dio un traspié, y su mano izquierda se hundió en la tierra húmeda al revolverse para no caer al suelo.
—¿Qué?
—No toques el agua. No entiendo exactamente lo que está diciendo, pero ahí hay un gran peligro.
—¡Ah! —Daine miró el río—. Así que… ¿no tenemos que seguir por ahí?
Lei pasó una mano por el bastón, que gimió débilmente.
—Tenemos que cruzar el río —dijo—, pero… no podemos tocar el agua.
—¿Entonces? ¿Tienes energía para teletransportarnos?
Lei negó con la cabeza.
—He gastado toda la que tenía para crear la luz. Quizá deberíamos descansar aquí.
Daine miró por encima del hombro de Lei y vio una serpiente de veinte pies deslizándose entre el follaje.
—No creo que sea el mejor lugar para acampar.
—Allí hay un puente —dijo Xu’sasar. Las sombras parecieron reacias a liberar a la mujer drow cuando ésta salió del bosque a la luz de la luna—. Puedo enseñaros el camino. Tiene un aspecto espantoso, pero quizá sirva para cruzar.
—¿Aspecto espantoso? —dijo Daine.
—Sí —dijo Xu’sasar—. El puente está vivo.