Estrellas falsas
Hanson está durmiendo, mirando los pájaros en su patio, al amanecer, en compañía de Weegee.
Están consultando el libro de aves para saber si ese pájaro de ahí es un colibrí gorginegro o un colibrí de Allen. Weegee levanta el libro en alto.
—Aquí dice que no se puede ver la diferencia entre las hembras.
Hanson le sonríe.
—Tal vez sea la misma especie.
Al otro lado de la ciudad, en el pueblo de San Antonio —otro país—, Felix está contemplando el cielo nocturno, en el cual hay una falsa estrella que brilla sobre la bahía, parpadeando y lanzando destellos, como si titilara, apareciendo y desapareciendo. Son estrellas falsas. Ponen como mínimo cuatro cada noche, cuatro como mínimo, en ocasiones más. Unos aviones que vuelan a gran altitud —él los llama lanzadores de estrellas— las lanzan cuando se pone el sol, sincronizadas con sus propias luces estroboscópicas, y se acomodan en un sitio donde permanecen apagadas pero después, cuando el avión ya se ha ido, se encienden. Es obvio lo que están haciendo, pero nadie ha informado nunca de ello ni ha escrito nada al respecto. ¿Cómo hacen para mantenerlo en secreto? Los controladores del tráfico aéreo tienen que saberlo.
La mayoría de la gente nunca mira al cielo cuando es de noche, y las estrellas están tapadas por la contaminación lumínica, pero aun así seguro que miles de personas las ven y no dicen nada. Tienen miedo de que las tomen por locas.
Felix ya no intenta sacar el tema, ni siquiera con Levon. Le nota en la mirada lo que está pensando cuando le habla de ello, sonríe y asiente a todo lo que dice, como si él fuera un loco.
No puede darse el lujo de enfadarse por ello. Eso es lo que las estrellas esperan que haga. No puede enfadarse.
Las estrellas falsas saben que él es consciente de su presencia, de lo que están haciendo. En este momento lo están escuchando. Les da igual que él lo sepa, porque ¿qué puede hacer al respecto? ¿Dar parte a las autoridades?
Lanza una carcajada. Son casi las cuatro de la madrugada.
Hay una brigada especial o una unidad especial espiándolo, todos los organismos: la Policía de Oakland, la DEA, el FBI, el ATF; la CIA. También el Departamento de Justicia está al tanto, tiene a los jueces. Otros. Todas las noches, sin órdenes de detención ni causas probables, sin nada. Todo ilegal. Ellos se inventan las leyes y las van modificando sobre la marcha. Le pinchan el teléfono, le ponen micrófonos en la casa. El fisco está en los bancos que cuentan su dinero. Informantes por todas partes. Espías que lo vigilan día y noche, que graban cada palabra que dice y luego hacen un cortapega para conseguir lo que necesitan para declararlo culpable. Y ahí están esas estrellas todas las noches.
Y cuando no consiguen pillarlo con las manos en la masa, se lo inventan. Cosas que no han ocurrido nunca. No las incluyen en los registros públicos, las clasifican como de uso exclusivo para los agentes de la ley y luego las citan en un par de boletines o informes trimestrales, y no tardan en ser verdaderas, «de conocimiento general, señoría», y a ninguno de sus abogados se le concederá acceso para cuestionarlas. En cambio, ellos siguen queriendo el puto dinero.
En este momento ya no puedo hacer nada, se dijo, salvo irme a la cama. Intentar dormir. Empieza a hacer frío.