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Aún no había amanecido cuando Amara y Bernard se despertaron juntos. Compartieron un beso lento y suave, antes de levantarse sin mediar palabra y empezar a preparar las armas y las armaduras. Acababan de terminar cuando oyeron unos pasos al otro lado de la habitación improvisada, y Doroga retiró hacia un lado la cortina formada con una capa. La cara ancha y fea del marat estaba sombría.

—Bernard —murmuró—. Está amaneciendo. Ya vienen.