17

Ya era la última hora de la tarde cuando regresó Fidelias de reunir información de sus contactos en las zonas menos recomendables de Alera Imperia. Apareció de los pasajes laberínticos de las Profundidades en la bodega de la mansión de Aquitania y fue un alivio llegar a un sitio donde era bastante poco probable que lo pudieran reconocer unos ojos atentos. Subió directamente por la escalera de servicio hasta el piso superior de la mansión, donde la fastuosa suite principal de lord y lady Aquitania se extendía con todo su lujoso esplendor.

Fidelias entró en la sala de estar de la suite, se acercó al gabinete donde se guardaban una serie de licores y se sirvió del contenido de una botella antigua de cristal azul. Escanció el líquido claro dentro de una copa ancha y baja, y se la llevó hacia un sillón muy acolchado que se encontraba delante de unos amplios ventanales.

Se sentó y cerró los ojos, sorbiendo lentamente el líquido que sintió frío como el hielo sobre los labios.

Una puerta se abrió a sus espaldas y unos pasos ligeros entraron en la estancia.

—Vino helado —murmuró lady Aquitania—. Nunca me lo habría esperado de ti.

—Hace mucho tiempo acordé señales con mis contactos… En este caso, pedir una bebida. Entonces era lo suficientemente idiota como para tomarme cinco o seis aguardientes en una noche.

—Ya veo —asintió lady Aquitania y se sentó en el sillón que estaba delante de Fidelias.

Su presencia personal era magnética. Tenía ese tipo de belleza que la mayoría de las mujeres no acertaban a envidiar. No era la de la juventud efímera, aunque sus habilidades con el artificio del agua desde luego le permitían parecer tan joven como quisiera. Pero en su lugar, la belleza de Invidia Aquitania era algo que solo podía mejorar con el paso de los años. Se fundamentaba en una fuerza tan sólida como la roca que pasaba a través de las líneas de las mejillas y las mandíbulas, y continuaba hasta el granito oscuro de sus ojos. Todo el porte y la apariencia de lady Invidia era de un poder elegante, y cuando se sentó con su vestido de seda escarlata y miró a Fidelias, sintió esa fuerza y percibió el principio de rabia fríamente contenida que le teñía la voz con la misma suavidad que las primeras heladas del otoño.

—¿Y qué has sabido?

Fidelias tomó otro sorbo de la bebida fría, negándose a que le apremiasen.

—Isana se encuentra aquí. Está en compañía de Serai.

Lady Aquitania frunció el ceño.

—¿La cortesana?

—La cursor —respondió Fidelias—. O al menos eso sospecho.

—¿Una de las manos secretas de Gaius?

Fidelias asintió.

—Es lo más probable, aunque como el legado de los cursores, sus identidades nunca se han revelado por completo. Está con Isana en casa de sir Nedus, en el paseo de los Jardines.

Lady Aquitania arqueó una ceja.

—¿No está en la Ciudadela?

—No, mi señora. Y hasta el momento no he podido descubrir por qué.

—Interesante —murmuró—. ¿Qué más?

—Estoy seguro de que el asesino de la plataforma del viento era un hombre de Kalare.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—No era un sicario local —respondió Fidelias—. Mis informantes en la ciudad se habrían enterado de algo así, no necesariamente de a quién se lo habían encargado, pero de algo. No sabían nada. Así que ha tenido que ser alguien de fuera de la ciudad. Entre esto y la información que logré a través del asesino en Isanaholt, estoy convencido de ello.

—Doy por hecho que no has conseguido nada que se pueda demostrar ante un tribunal —concluyó Invidia, quien le ofreció una sonrisa tan delgada y fina como una daga.

—Kalare sigue intentando eliminar a Isana —afirmó Fidelias—. Sospecho que sus agentes están usando las Profundidades para facilitar sus movimientos.

Invidia frunció el ceño.

—¿Las cavernas bajo la ciudad?

—Sí. Todas las fuentes con las que he hablado informan de hombres desaparecidos en las Profundidades. Supongo que los cuervos de sangre están eliminando a los testigos antes de que tengan la oportunidad de difundir rumores sobre ellos.

Invidia asintió.

—Lo que indicaría la presencia de varios miembros de la banda de Kalare.

—Es lo más probable.

—Pero no tiene demasiado sentido —replicó Invidia—. El intento de hoy contra la vida de Isana fue precipitado, incluso torpe. ¿Por qué atacar con un agente herido si disponen de otros?

Fidelias alzó una ceja impresionado.

—Y ni siquiera os he tenido que enseñar a plantear las preguntas correctas.

—Yo no soy mi esposo, querido espía —le recordó mientras trazaba una sonrisa con la boca—. ¿Y bien?

Fidelias soltó el aire poco a poco.

—No os va a gustar la respuesta, mi señora. Pero no lo sé. Hay otros factores en juego. Esas desapariciones… No los puedo hacer responsables. Y…

Ella se inclinó un poco hacia delante, arqueando una ceja.

—¿Y?

—No estoy seguro —respondió Fidelias y tomó otro sorbo de aquel líquido frío y ardiente—. Pero creo que hay algún problema entre los cursores.

—¿Qué te lo hace sospechar?

Fidelias movió la cabeza.

—Está claro que no he podido hablar directamente con ninguno de ellos. Pero las personas con quienes he contactado debían de saber algo sobre sus movimientos y actividades más recientes. Pero no hay nada. Sin mencionar que Serai se está implicando mucho y en público en todos los acontecimientos, con el gran riesgo que supone revelar sus lealtades.

—No entiendo nada —reconoció Invidia.

—Yo tampoco estoy seguro —reconoció Fidelias—. Pero algo flota en el aire. —Miró a Invidia a los ojos—. Creo que alguien les ha declarado la guerra a los cursores.

Invidia arqueó una ceja.

—Eso… representaría un golpe mortal contra Gaius.

—Sí.

—Pero ¿quién dispondría de la información necesaria para hacer algo así?

—Yo —respondió Fidelias.

—Esa idea me ha pasado por la cabeza —reconoció Invidia—. ¿Lo has hecho?

Fidelias negó con la cabeza, contento de que no tuviera necesidad de ocultar sus emociones para confundir las habilidades de Invidia como artífice del agua.

—No. Abandoné a los cursores porque creía que el Reino necesitaba un líder más fuerte, y que Gaius es incapaz de ejercer sus deberes como Primer Señor. No tengo ningún agravio con los cursores que lo sirven de buena fe, ni les deseo ningún mal.

—¿Cómo la chica? ¿Cómo se llamaba?

—Amara —respondió Fidelias.

—¿Ningún agravio, mi espía? ¿Ningún mal?

—Es una idiota —respondió él—. Es joven. En su momento yo también fui ambas cosas.

—Hummm —murmuró Invidia—. Con cuánto cuidado te ocultas ante mí cuando hablas de ella.

Fidelias le dio vueltas en la copa al último trago de vino helado.

—¿De verdad?

—Sí.

Él movió la cabeza y terminó de beber.

—Voy a averiguar todo lo que pueda, y esta noche me ocuparé de Isana.

—Aquí hay demasiados misterios para que me sienta cómoda —comentó lady Aquitania—. Pero ten en cuenta, mi espía, que quien más me preocupa es la estatúder. No quiero que todo el Reino sepa que Kalarus la ha eliminado. Quiero ser yo quien decida su destino.

Fidelias asintió.

—He dispuesto una vigilancia alrededor de la mansión de sir Nedus. Cuando salga, lo sabré y allí estaré.

—Pero ¿por qué no está en la Ciudadela? —murmuró lady Aquitania—. Lo más seguro es que Gaius sepa que es vital para fortalecer su autoridad.

—Es lo más seguro, Vuestra Gracia.

—Y con Serai. —Invidia esbozó una ligera sonrisa y movió la cabeza—. Nunca habría imaginado que fuera una herramienta de Gaius. He hablado con ella muchas veces, y nunca he percibido nada en ella.

—Es muy eficaz con las artes del engaño, mi señora, y una herramienta valiosa de la Corona. Lleva todo el día enviando mensajeros a la Ciudadela por cuenta de la estatúder.

Invidia frunció el ceño.

—¿A Gaius?

—Al chico en la Academia.

Invidia bufó.

—Familia. Sentimientos, supongo.

—Corre el rumor de que es uno de los pajes personales de Gaius. Quizá se trate de un intento de llegar al Primer Señor a través de él.

Lady Aquitania frunció los labios.

—Si la guardia de palacio está en alerta máxima, y si, como crees, los propios cursores tienen problemas serios, es posible que los canales de comunicación con Gaius se hayan cortado por completo. —Una arruga muy fina apareció entre sus cejas, y después sonrió—. Está asustado y a la defensiva.

Fidelias depositó la copa vacía y asintió mientras se levantaba.

—Es posible.

—Excelente —anunció Invidia, quien también se puso en pie—. Bien. Tengo que prepararme para otra pequeña reunión deprimente, Fidelias… y nada menos que en la mansión de Kalarus. Quizá pueda obtener más información. Te dejo para que te ocupes de la estatúder.

Fidelias le hizo una reverencia a lady Aquitania, dio un paso atrás y se retiró.

—Fidelias —lo llamó justo antes de llegar a la puerta.

Se detuvo y miró hacia atrás.

—La estatúder representa una amenaza política significativa para nuestros planes. Esta noche vas a ocuparte de ella —le ordenó—. Ni se te ocurra fracasar.

Estas últimas palabras tenían un filo helado de acero.

—Lo comprendo, mi señora —le respondió y regresó a la entrada en sombras de las Profundidades.