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Tavi le frunció el ceño a Ehren.

—¿Qué quieres decir con nada? —susurró.

—Lo siento —respondió Ehren también con un susurro—. He hecho todo lo que he podido con el tiempo disponible. Durante el ataque alguien debió de apagar las luces de la calle. Mucha gente vio la pelea, e incluso hubo dos testigos del inicio del ataque, pero alguien apagó las farolas. Después de eso, nada.

Tavi soltó lentamente el aire y apoyó la cabeza en la pared. El ambiente en el aula de exámenes era algo más que sofocante. La parte escrita del examen de historia había empezado después de la comida de mediodía y concluyó cuatro horas más parte, para dar paso al examen oral individual. La luz del atardecer extendía sus dedos anaranjados a través de las ventanas superiores de la sala. Ninguno del centenar de estudiantes presentes dejaba de estar ansioso por salir de allí.

El maestro Larus, un hombre de hombros caídos con una melena impresionante de cabello plateado y una barba de un blanco inmaculado, hizo un gesto con la cabeza al estudiante que estaba de pie delante de su cátedra y movió la mano para despedirlo. Se tomó un instante para apuntar una nota en el primero de una pila de pergaminos, antes de mirar a Tavi y Ehren.

—Caballeros —tronó su voz sonora con un deje de enojo—. Espero que mostréis suficiente cortesía a vuestros compañeros estudiantes para permanecer en un silencio respetuoso durante sus exámenes. Al igual que espero que ellos lo hagan por vosotros. —En especial, entornó los ojos al mirar a Tavi—. De hecho, si no fuera ese el caso, me vería obligado a hablar largo y tendido sobre el tema de la cortesía académica. ¿Puedo confiar en que no sea necesario?

Se produjo un siseo de telas cuando toda la clase se volvió para mirarlos. Un centenar de miradas irritadas y amenazadoras se concentraron en Tavi y Ehren, con la promesa silenciosa de un tumulto en el fondo de los ojos.

—No, maestro —contestó Tavi, que intentaba que sonase arrepentido.

—Lo siento, maestro —le apoyó Ehren, que era mejor que Tavi en fingirlo o estaba realmente arrepentido.

—Excelente —replicó Larus—. Ahora veamos. Ah, Demetrius Ania, si podéis venir hacia delante. Sois la siguiente. Por favor, ¿me podéis hablar de los avances económicos producidos durante el gobierno de Gaius Tertius, y de sus efectos sobre el desarrollo del valle de Amarante?

La joven empezó a titubear en busca de una respuesta bajo la mirada fija y amenazadora de Larus.

Tavi se inclinó hacia Ehren.

—No tiene sentido —susurró—. ¿Para qué iba a apagar las luces un arquero? No podría ver para disparar.

Ehren le lanzó a Tavi una mirada de protesta, moviendo los ojos hacia Larus.

Tavi frunció el ceño.

—Mantén la voz baja. No va a oír nada por encima de los rugidos de los estómagos de todos.

Ehren suspiró.

—No sé por qué lo harían, Tavi.

Gaelle, que se encontraba al otro lado de Ehren, se inclinó hacia Tavi.

—Yo tampoco he descubierto mucho más —susurró—. Nadie del personal con los que he hablado recuerda a los sicarios que mencionaste. Pero he mirado en el cubo de la basura, donde he encontrado varios juegos de ropa perfectamente utilizables, algunas sábanas, algunas copas y otros artículos por el estilo, como si hubieran tirado todo lo que había en una o dos habitaciones. Los restos del desayuno estaban encima de todo, así que debió de ocurrir la pasada madrugada.

—Cuervos —murmuró Tavi, que se volvió a reclinar inquieto contra la pared.

El examen había durado demasiado. Kitai había prometido que se quedaría tranquilamente en la habitación de Tavi hasta que cayese la noche para ocultar su salida del recinto de la Academia, pero él le había dicho que regresaría mucho antes de eso. A cada momento era mucho más probable que ella decidiera irse.

—¿Tavi? —preguntó Ehren—. ¿La Legión Cívica ha encontrado algo?

Tavi negó frustrado con la cabeza.

—No cuando llegué aquí hace doscientos años —murmuró y le lanzó una mirada a la estudiante que intentaba responder a una pregunta tan sencilla—. Cuervos, las políticas de Tertius redujeron la inflación, lo que hizo posible la domesticación del murciélago de seda y así empezó toda la industria de la seda. Los malditos huertos de manzanas, que se coman los cuervos, no tienen nada que ver con todo eso.

—Sé amable, Tavi —murmuró Gaelle—. Es de Riva y he oído decir que la gente de por allí no es demasiado brillante.

Ehren frunció el ceño.

—Es la primera vez que lo oigo. Quiero decir que Tavi es de cerca de Riva y… —Parpadeó y después hizo girar los ojos—. Oh.

Tavi miró a Gaelle, que le sonrió y siguió escuchando hasta que Ania mencionó finalmente algo sobre las granjas de seda en su titubeante respuesta. El maestro Larus la despidió con otro movimiento de la mano y una mirada agria, antes de poner otra nota en el papel y girar la última página.

—Muy bien —murmuró Larus—. Esto nos deja con el último estudiante. Tavi Patronus Gaius, por favor, venid aquí delante. —Le lanzó a Tavi una mirada llena de dureza—. Quiero decir si podéis interrumpir durante un momento vuestra conversación.

Tavi sintió cómo se ruborizaba pero no dijo nada mientras se apartaba de su lugar frente a la pared y caminaba hacia la parte delantera del aula para presentarse ante el maestro Larus.

—Muy bien —pronunció lentamente el maestro—. Si no es demasiada molestia, me pregunto si me podríais ilustrar sobre las llamadas artes románicas y su supuesto papel en la historia antigua de Alera.

Un murmullo recorrió el aula. Era una pregunta con trampa, y todos los sabían. Tavi había discutido sobre el tema con el maestro Larus en cuatro ocasiones diferentes durante los últimos dos años, y ahora el maestro lo planteaba en un examen. Estaba claro que pretendía que Tavi renunciara a su punto de vista o suspendiera la asignatura. Se trataba de un abuso deliberado, y a Tavi le pareció una táctica increíblemente mezquina e irritante si tenía en cuenta los problemas por los que había atravesado en los últimos días.

Pero apretó las mandíbulas y la parte tranquila y lógica de su mente se dio cuenta con cierta alarma de que el terco aprendiz de pastor que había en él no tenía intención de rendirse.

—¿Desde qué perspectiva, señor?

El maestro Larus parpadeó muy lentamente.

—¿Perspectiva? Desde la perspectiva de la historia, por supuesto.

La boca de Tavi dibujó un rictus fruncido.

—¿De la historia de quién, señor? Como sabéis, han existido muchas escuelas o ideas sobre las artes románicas.

—No me había dado cuenta —respondió Larus con suavidad—. ¿Por qué no empezamos con una explicación de qué fueron precisamente las artes románicas?

Tavi asintió.

—En general, hacen referencia a una serie de habilidades y métodos que utilizaron los primeros aleranos de los que han sobrevivido registros históricos.

—Supongo que queréis decir que suponemos que utilizaron —replicó Larus con suavidad—. Porque no se sabe que hayan sobrevivido registros auténticos de esa generación.

—Suponemos que utilizaron —repitió Tavi—. Entre ellos se incluyen áreas de conocimiento como tácticas militares, doctrina estratégica, filosofía, mecanismos políticos e ingeniería sin el uso de artificios de las furias.

—Sí —asintió Larus, y su voz cálida y melosa se empezó a volver petulante—. Ingeniería sin artificio de las furias. También incluían materias como la lectura de los intestinos de los animales para predecir el futuro, el culto a seres que recibían el nombre de «dioses» y pretensiones tan ridículas como que pagaban a sus soldados con sal en lugar de monedas.

Algunas risitas ahogadas recorrieron el aula.

—Señor, las ruinas de la ciudad de Appia en la región meridional del valle de Amarante, así como la vieja calzada de piedra que recorre unos dieciséis kilómetros hasta el río, parecen indicar que su habilidad constructiva sin el beneficio del artificio de las furias era cierta y considerable.

—¿De verdad? —preguntó con suavidad el maestro Larus—. ¿Según quién?

—En fechas recientes —respondió Tavi—, el maestro Magnus, vuestro predecesor, en su libro De los tiempos antiguos.

—Eso es cierto. Pobre Magnus. En su época fue un orador bastante conmovedor. Y lo siguió siendo hasta que fue despedido por el Consejo de la Academia para evitar que su locura influyera en la juventud de Alera. —Larus de detuvo, antes de proseguir con una paciencia insultante—: Nunca fue demasiado estable.

—Es posible que no lo fuera —reconoció Tavi—, pero sus escritos, sus investigaciones, sus observaciones y sus conclusiones son lúcidas y difíciles de rechazar. Las ruinas de la arquitectura característica de Appia son comparables en calidad y escala a las modernas técnicas de construcción, pero están claramente construidas con bloques de piedra trabajados a mano que fueron…

El maestro Larus hizo un gesto de desprecio con la mano.

—Sí, sí, supongo que os gustaría hacernos creer que los hombres, sin el uso de artificios de las furias, tallaron bloques de mármol con las manos desnudas. Y que a continuación, también sin el uso de una fuerza impulsada por las furias, levantaron esos bloques enormes, algunos de ellos con un peso de seis o siete toneladas, con nada más que sus espaldas y brazos.

—Como el maestro Magnus…

Larus emitió un bufido grosero.

—… y otros antes que él —continuó Tavi—, creo que la capacidad de los hombres para utilizar herramientas y equipos pesados, combinada con un esfuerzo coordinado, se ha subestimado de una manera generalizada.

—Suenas bastante como Magnus hacia el final —replicó Larus—. Si esos métodos eran tan practicables como pretendes, ¿por qué no los siguen empleando los obreros actuales?

Tavi respiró hondo y trató de calmarse.

—Porque la llegada del artificio de las furias hizo que dichos métodos fueran innecesarios, caros y peligrosos.

—O quizás esos métodos inútiles no existieron nunca.

—Inútiles no —insistió Tavi—. Solo diferentes. Las técnicas de construcción modernas no han demostrado que sean sustancialmente superiores a las ruinas de Appia.

—¡Oh, para decirlo en voz alta, Calderon! —gritó alguien en el centro del aula—. ¡No lo pudieron hacer sin artificio de las furias! ¡No eran tan inútiles como tú! ¡Y los no anormales en la sala están hambrientos!

Unas risitas nerviosas recorrieron el aula. Tavi sintió una oleada de rabia, pero no dejó que apareciese en su cara ni apartó la mirada del maestro Larus.

Academ —prosiguió Larus—, esa postura es interesante y romántica, supongo… desde vuestro punto de vista. Pero la realidad es que la sociedad pequeña, primitiva y limitada de los primeros aleranos era claramente incapaz de suportar el tipo de esfuerzo masivo y colectivo que habría sido necesario para dichas construcciones. Simplemente no tenían los medios para construirlas sin el uso de artificios de las furias, lo que a su vez deja bastante claro que los aleranos siempre han dispuesto de dichos artificios, aunque en aquella época tuvieran una capacidad mucho más limitada, teniendo en cuenta la unión de diversas partes constructivas, en lugar de los métodos modernos que extraen todas las rocas de una sola pieza desde la tierra. Este es el punto de vista razonable.

—Ese es vuestro punto de vista, maestro —replicó Tavi—. Hay muchos estudiosos e historiadores, además de Magnus, que no están de acuerdo con eso.

—Entonces deberían estar en la Academia compartiendo sus puntos de vista, ¿no os parece? —le contradijo Larus y sus ojos mostraron su desprecio—. Bueno, supongo que se puede tolerar vuestra… perspectiva única.

A Tavi le volvía a arder el rostro de rabia y humillación, y le resultó muy difícil mantener una expresión tranquila.

—Aunque vuestros conocimientos están claramente desviados, academ, debo admitir que habéis leído el material. Supongo que eso es mucho más de lo que ha hecho la mayoría. —Larus bajó la mirada hacia el papel y apuntó la nota final de Tavi… la nota mínima aceptable. Le hizo un gesto con la muñeca a Tavi—. Ya es suficiente.

Tavi apretó los dientes, pero volvió a su lugar en la pared, mientras el maestro Larus repasaba sus papeles.

—¿No he llamado a alguien? —preguntó—. Si no habéis superado la parte oral del examen, recibiréis un suspenso. —Miró alrededor del aula, que ya había empezado a zumbar con conversaciones y movimientos—. Muy bien —asintió—. Os podéis ir.

Antes de que pudiera acabar la frase todos los estudiantes estaban de pie y se precipitaban hacia la puerta.

—Tirano engreído —le dijo Gaelle a Tavi mientras salían—. Furias, ese tipo es un tonto arrogante.

—Es un idiota —recalcó Tavi—. Nunca ha estado en Appia, ni nunca la ha estudiado. Es posible que Magnus estuviera loco, pero no por ello estaba equivocado.

—La pregunta no tenía nada que ver con eso —explicó Ehren en voz baja—. Tavi, no puedes discutir de esa manera con un maestro de la Academia. Quería ponerte en tu lugar.

Tavi bufó y empezó a golpearse la palma de la mano salvajemente con el puño. Hizo un gesto de dolor. Le latían las heridas en los nudillos y la piel abrasada se le abrió en varios sitios.

—Furias, Tavi —exclamó Gaelle con voz preocupada—. ¿Cómo te has hecho eso?

—No quiero hablar de ello —respondió Tavi.

—Vamos a conseguir algo para comer —sugirió Ehren.

—Id delante —replicó Tavi—. Me tengo que presentar inmediatamente ante Gaius. Es probable que esté furioso por la duración del examen.

—Quizás hayan encontrado a tu tía —sugirió Ehren—. Es posible que te esté esperando.

—Seguro —asintió Tavi sin entusiasmo—. Intentad descubrir algo más, ¿de acuerdo? Hablaré con vosotros en cuanto pueda.

Se dio la vuelta y se alejó hacia los dormitorios, haciendo caso omiso de las miradas de preocupación de sus amigos. Creyó oír una o dos risitas de los estudiantes que presenciaron su marcha, pero era posible que las hubiera imaginado, y en cualquier caso no tenía ni tiempo ni ganas para enfrentarse a ellos. Ya solo se veía en el cielo la última luz del día y tenía que sacar a Kitai de la Academia antes de que Killian empezase a husmear para descubrir qué le había pasado a Tavi. No creía que Killian fuera a hacer nada peligroso, al menos no hasta que todo estuviera bien claro, pero se sentiría mejor en cuanto Kitai hubiera abandonado al menos la Ciudadela.

Caminó de regreso a su dormitorio, con el estómago crujiendo durante todo el camino, y con la esperanza de que ella hubiera permanecido en la habitación como le había prometido.

Tavi giró la esquina que conducía a la habitación que compartía con Max y se quedó helado. Frunció el ceño contemplando las sombras profundas que cubrían la fila de puertas que conducían a las habitaciones de los estudiantes. Esa zona del alojamiento estudiantil se apoyaba en la muralla exterior de la Ciudadela, y entre la piedra oscura de la muralla y los huecos de las puertas la oscuridad era completa.

Tavi no podía ver nada por delante de él, pero su instinto le advirtió que no siguiese. Se lamió los labios. No se había llevado el cuchillo cuando fue al examen, porque no estaban permitidos en las aulas y echaba de menos el peso tranquilizador de su modesta arma.

Se apartó a toda prisa del pasillo y se aplastó contra la muralla exterior donde él también quedaría en sombras, sin recibir desde atrás la luz mortecina que entraba a través de las zonas más abiertas. Cerró los ojos durante un momento, e intentó concentrar los sentidos para comprender qué había hecho saltar las alarmas de su instinto.

Oyó pasos en retirada, largos y muy suaves, en algún punto por delante de él en la oscuridad. Y un latido más tarde percibió el hedor acre y a animal enjaulado del Salón Negro.

El corazón le dio un vuelco. Uno de los canim le estaba esperando en la oscuridad delante de su puerta. Su primer instinto fue huir, una sencilla reacción de terror, pero la aplastó sin piedad. No solo estaba cerca de Kitai, que posiblemente no era consciente del peligro, sino que para un cane dicha huida hubiera sido una invitación para atacar. De hecho, aunque hubiera llevado el cuchillo y una docena más, no habría servido de nada. Una lucha sería un suicidio. La única baza que lo podía proteger de un cane emboscado era una confianza temeraria.

—¡Tú! —le gritó Tavi a las sombras con una voz autoritaria—. ¿Qué asunto te trae por aquí? ¿Por qué has salido del Salón Negro?

Desde la oscuridad llegó un gruñido bajo, estruendoso y entrecortado que Tavi interpretó como una risita del cane. Y entonces se oyó un bufido y el sonido sorprendentemente ruidoso de madera destrozada, de una puerta derribada hacia dentro.

Un rayo de la luz de una vela salió a través de la puerta destrozada hacia la oscuridad del exterior, y Tavi vio algo enorme y con pelaje que se recortaba contra ese solitario rayo de luz mientras atravesaba la puerta rota y entraba en la habitación de Tavi.

Desde el interior surgió un grito y los oídos de Tavi captaron de repente el ruido de lucha. Salió corriendo. Se oyó el rascado de una hoja al salir de la funda, el sonido de algo derribado, después el rugido bestial de sorpresa, de rabia y de dolor. La voz de Kitai lanzó un grito de guerra, subrayado por una carcajada burlona, hasta que quedó ahogado por un rugido creciente; y en ese momento Tavi llegó al quicio de la puerta.

El embajador Varg llenaba la habitación con su presencia, con el cuerpo doblado por la mitad, y tan agachado que podría haber parecido una postura incómoda si no fuera que el cane se movía con una agilidad increíble mientras se abalanzaba sobre Kitai.

La chica marat se encaraba con Varg, agachada sobre el arcón de Max, con los ojos brillantes y la boca retorcida con una mueca. Llevaba su cuchillo en una mano, con la hoja manchada de sangre oscura, y agarraba el arma de Tavi con la otra. Cuando Varg intentó alcanzarla, movió los dos cuchillos hacia las garras extendidas y uno de los cortes lanzó gotas de sangre hacia el techo.

El aullido de Varg hizo retumbar la habitación y, con una fuerza insospechada, el embajador apartó el arcón de debajo de Kitai. La muchacha dejó escapar un grito de sorpresa y cayó, aterrizando a cuatro patas como un gato. Aunque era rápida, no lo fue lo suficiente para evitar las garras de Varg y el cane la agarró en el suelo y la sacudió como un terrier sacudiría a una rata. Los cuchillos cayeron de sus manos, y el Varg se dio la vuelta para mirar hacia la puerta.

Tavi no se detuvo al entrar en la habitación y cuando Varg se dio la vuelta hacia él, ya había cogido el pesado jarrón de cerámica, que se encontraba sobre la mesa al lado de la puerta, y lo lanzaba con toda la fuerza de ambos brazos y de la parte superior de su cuerpo. El jarrón se rompió contra el morro de Varg, que tuvo que cambiar el peso hacia la pierna que tenía más atrasada. Los ojos inyectados en sangre del cane se abrieron de par en par por la sorpresa, el dolor y la rabia, y los labios oscuros se retiraron de los colmillos blancos amarillentos para dejar escapar un bufido de indignación.

—¡Suéltala! —ordenó Tavi mientras lanzaba la bandeja sobre la que solía descansar el jarrón, pero Varg la apartó en el aire con un gesto desdeñoso y preciso, mientras se acercaba a Tavi en un remolino de pelaje, colmillos y ojos enrojecidos.

El cane le golpeó y Tavi sintió con gran sorpresa su poder. Varg lo apartó como si no pesase más que unas pocas plumas y la fuerza del impacto lo envió volando a tres metros de distancia, hasta aterrizar con espalda y codos en el suelo.

—¡Alerano! —jadeó Kitai.

Varg gruñó y se cernió sobre Tavi con los dientes desnudos que brillaban blancos en la oscuridad.

—Sígueme o morirá.

Varg se dio la vuelta y empezó a recorrer la fila de puertas en sombras, antes de cruzar el patio abierto que se encontraba al otro lado y recorrer un sendero de servicio que, como sabía Tavi, conducía a una rejilla que se levantaba para entrar en las Profundidades.

Tavi se quedó mirando a Varg durante un segundo y dejó escapar una maldición, antes de ponerse en pie y recoger los dos cuchillos. Cogió la vela encendida y la metió en la pequeña linterna de latón, antes de salir corriendo de la habitación para alcanzar al embajador Varg.

Tavi sabía que era una locura. No podía luchar contra Varg y ganar. Por eso podía no luchar contra Varg y sobrevivir. Pero en ningún caso podía permitir que el cane le arrebatase a Kitai, ni abandonar a la chica marat a su destino cuando ella había confiado en él para que la escondiese durante el día.

Sabía que Varg lo podía dejar atrás con facilidad y que Tavi solo podría alcanzarlo si dejaba que lo hiciera, pero no tenía alternativa.

Le había prometido a Kitai que no estaría sola y, aunque le costase la vida, haría honor a su palabra.