Capítulo X: El follón de El Bribón
Me suelo reír de aquellos compañeros que me miran por encima del hombro y me adjetivan como bloguero. Algo así como si fuera «el follonero» de Buenafuente, un tipo raro y algo original al que le da por escribir y mantener un blog y que cambia de artículo de forma diaria, como se puede cambiar uno de calcetines.
«Mira, esto es la inmediatez, es no pensarlo mucho y actuar, es el feedback inmediato, pero además es el presente y es el futuro, y debería ser la obligación de todo político de informar y ser informado, de criticar y ser criticado, de opinar y, de vez en cuando montar un pollo, de acumular información y datos y de ser director de tu propio periódico», les argumento. «Yo vendo pescado fresco y cada día cuento una batalla u opino sobre algo que me ha podido llamar la atención», les digo. Pero no les convenzo. Me miran como a aquellos ovejeros del Oeste que no querían la llegada del tren, pero como sé que en poco tiempo van a estar haciendo lo mismo que yo, empiezo a verles con cierta conmiseración.
No hay más que leer a Manuel Castells, porque, si alguien ha estudiado las interioridades de la sociedad de la información, es este sociólogo que ha impartido clases durante 24 años en la Universidad de Berkeley. Una de sus investigaciones más recientes es el Proyecto Internet Cataluña, en el que durante seis años ha analizado, a partir de 15.000 entrevistas personales y 40.000 a través de la Red, los cambios que Internet introduce en la cultura y en la organización social.
Dice Castells que los poderes tienen miedo a Internet y que la primera pregunta que se hacen siempre los gobiernos es «¿cómo podemos controlar Internet? Y la respuesta es siempre la misma: no se puede. Puede haber vigilancia, pero no control».
Y otro dato que aporta Castells. Existe una brecha digital que la curará el tiempo. En España, entre los mayores de 55 años sólo el 9 por 100 son usuarios de Internet; pero entre los menores de 25 años, son el 90 por 100. «Cuanto más autónoma es una persona más utiliza Internet. Y frente a esto hay miedo a lo nuevo. De la vieja sociedad a la nueva, de los padres a sus hijos, de las personas que tienen el poder anclado en un mundo tecnológico, social y culturalmente antiguo, en relación de lo que se les viene encima, que no entienden ni controlan y que perciben como un peligro y en el fondo lo es. Porque Internet es un instrumento de libertad y de autonomía, cuando el poder siempre ha estado basado en el control de las personas, mediante la información y la comunicación. Pero esto se acaba, porque Internet no se puede controlar», dice Castells.
Todo esto lo intuía pero no supe de verdad en qué consistía hasta que un buen día escribí un comentario, a bote pronto, sobre el rey y su nuevo Bribón. Aquel comentario recogido por EFE, tres días después y rebotado por los programas de televisión de la tarde, adquirió categoría de noticia de primera página, se editorializó sobre él, originó una rueda de descalificaciones y fue como una especie de detonante o de piedra en un estanque quieto que colapsó, con dos mil entradas en tres días, mi ordenador en el verano del 2007; llegando a decir de algunos que la caricatura de El Jueves y la crítica de un senador propiciaron durante dos meses el levantamiento de la veda de treinta años de silencio sobre el rey y su familia. La historia es esta:
El viernes 20 de julio del 2007, hojeaba los periódicos del día. Estábamos en verano. El País tenía una sección de revista de esta estación lúdica. En su página 51, una gran fotografía del rey, con su gorra puesta, aparecía de lado a lado de la página, frente al timón de una embarcación deportiva. El título lo decía todo: «Otro Bribón para el Rey. Don Juan Carlos estrenó en Palma su nuevo velero patrocinado por la Caixa». La noticia no parecía una información cualquiera. Era una nota hagiográfica sobre las habilidades marineras del monarca redactada por Andreu Manresa que, sinceramente, me dejó perplejo.
La semana anterior, el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo había secuestrado la revista El Jueves por injurias a la Corona. Al día siguiente, el juez iba a tomar declaración al dibujante y al guionista de El Jueves por la caricatura publicada en su portada.
«¿Será posible: —me dije—: ¿En qué reino de Kafka vivimos?». Y, en un brote de indignación, escribí lo que pudo ser el cuerpo del delito. Decía así:
Se ha organizado una buena a cuenta del dibujo de El Jueves. Y la verdad es que todo esto es de risa. La mitad de la mitad de lo que ocurre en Gran Bretaña y allí la Casa Real lo aguanta todo porque viven en un verdadero sistema democrático. No son intocables. Aquí sí. Aquí se ríen de nosotros a cuenta de los derechos históricos y resulta que el derecho histórico de una pandilla de vagos, eso es intocable. Por eso lo que más me ha gustado ha sido eso de que el Príncipe Felipe diga que ese es su único trabajo.
Y digo esto porque en Madrid, en el Madrid político y, sobre todo, en el Madrid del PSOE, no se les puede tocar ni con el pétalo de una rosa.
Mi última discrepancia con esta familia fue durante el discurso del rey en el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas en el Congreso y aguantando el video encargado por Marín, que era una página de la revista HOLA. Aquello parecía dar entender que lo importante había sido lo que había hecho el rey y no la gente con su voto, y, días antes, en la entrega de los Premios Carandell en el Senado donde no logré le pusieran de número 1 al presidente del Senado, que era el anfitrión y le pusieron de número 2. Yo argumenté que Felipe de Borbón no había sido elegido por nadie, que no era el Jefe del Estado, que no se hacía el acto en su Casa, pero no hubo forma ni manera de arreglar aquel acto de cortesanía. El pelotilleo con esta familia es enfermizo y de ahí esa obsesión, cubierta de silencio, de decir a todas horas que es la Institución más valorada.
Luego, de vez en cuando ocurre lo de El Jueves y el rey se queda desnudo, o se descubre que está cazando y no acude el primero a la Clínica cuando nace su nieta y cosas así. Por cierto, cuando nació Juan Carlos, su padre Juan de Borbón también estaba cazando cerca de Roma.
Ésta es, pues, una familia impresentable, rodeada de censura de prensa y con un nivel empalagoso hacia una institución caduca que clama el cielo.
Se me dice que es mejor eso a que el presidente sea Aznar, y les contesto que, si lo fuera Aznar, sería por el voto popular, y a este señor lo puso ahí Franco, un general asesino y golpista, y que al cabo de cinco años a Aznar se le mandaría a casa y a éstos, a lo sumo, sólo se les puede hacer una caricatura... ése es el verdadero escándalo de esta semana. No la caricatura, que está muy bien, sino que toda la familia con el presupuesto público veranee de gorra dos meses, Marichalar incluido.
Y, esta semana, con yate nuevo.
Sí, sí. No ha tenido el hecho la menor repercusión y sin embargo el Borbón ha estrenado otro Bribón. Lo acaba de hacer en una regata en Mallorca, sacando al mar su nuevo barco de regatas, un moderno diseño adecuado para competir en la clase TP-52, una categoría considerada la estrella de la vela. Acaba de ser construida en el astillero valenciano King Marine. Y no ha habido escándalo alguno.
El Bribón fue botado el pasado mes de mayo y en junio, en el litoral de Alicante, ya demostró sus condiciones triunfadoras con su tripulación habitual. El barco es el decimocuarto velero que con el mismo nombre construye su armador, el empresario José Cusí, amigo del rey y compañero habitual de francachelas deportivas.
Bueno, para mí éste es el verdadero escándalo y no el dibujo, y, ante esto, el juez del Olmo no hace absolutamente nada. Dos meses de vacaciones, un Bribón nuevo, cacerías y ausencias, pero lo importante es un dibujito diciendo que están trabajando. España sigue siendo diferente. Pero si sigue así, la estancia de esta familia en La Zarzuela y en Marivent tiene fecha de caducidad. Que la gente empieza a despertar.
Y, en el fondo, todo por culpa de un PSOE cortesano y pelota. ¡Ya está bien!
Sinceramente no cuidé mucho la forma, y el escrito, hecho post, fue colgado en mi blog. Reconozco que era un texto descarnado escrito bajo los efectos de la bilirrubina alterada por lo impune de la noticia.
Casi me había olvidado de él, cuando uno de los periodistas de la Agencia Efe que trabajan en las Cortes me llamó a Bilbao el miércoles 25, cinco días después. «Señor Anasagasti —me preguntó—, ¿se ratifica usted en todos los extremos de lo que ha escrito y colgado y me certifica que la columna sobre El Bribón es suya?» «Sí, claro que sí, pero si usted va a reproducirla, quite, por favor, lo de vagos, porque la intención no era describirles de esa manera sino criticar que se secuestre una revista y no se diga nada ante un regalo tan caro», le contesté. «No podemos. Nos interesa todo el escrito y sobre todo ese párrafo.»
Al colgar el teléfono supe inmediatamente la que se me venía encima. Iban a coger el rábano por las hojas y debía prepararme a soportar un tifón sin el chubasquero puesto.
A MALLORCA
Esa conversación se produjo el miércoles 25 de julio. El jueves 26, salía yo de Bilbao para Mallorca con mi mujer y los dos críos. Desde febrero tenía cerrada la presencia de mi hijo de 14 años, Iker, en un curso organizado por el Chelsea cerca de Palma de Mallorca, en el que se imparten cursos de inglés por la mañana y de fútbol en inglés por la tarde.
Otros años le habíamos enviado a Inglaterra, pero en lugar de reforzar el inglés, con todos los chavales que habían ido de habla hispana, había reforzado su agenda de amistades. Lo normal era, pues, un nuevo experimento para tratar de lograr que su pasión futbolística la pudiéramos canalizar también con el idioma del Chelsea.
Jamás hubiera pensado que al llegar al aeropuerto de Palma me esperarían las cámaras de Telecinco y varias radios ante la gran ola desatada en una Mallorca en la que eran noticias diarias las regatas del rey y los posados fotográficos de la Familia Real en el Club Náutico.
Lo primero que hice al llegar al hotel en Alcudia fue ponerme unas gafas negras que, junto a una gorra cerrada hasta los ojos, disimulaban algo un físico que no paraba de salir en los informativos y programas vespertinos del corazón. En uno de ellos, Jaime Peñafiel comentaba que no entendía cómo había escrito aquello, sabiendo como sabía él que el rey me tenía afecto, y escenificando la manera en que el rey me saludaba con cordialidad y cercanía.
AQUEL VERANO DEL 2007
Fue bonita aquella película Verano del 42, del año 71, con Jennifer O'Neill y un chaval en una isla. Describía con nostalgia los estertores de un tiempo que se iba para no volver jamás. Quizás haya ocurrido algo así como el verano de 2007 en Palma de Mallorca; tan buen verano como los treinta anteriores, pero que parece comenzar a dar sus últimos coletazos, sobre todo a la hora de la escenificación de un poder sin control. Ojalá.
Porque, cuando llegó a mediados de julio el rey y su familia a Palma de Mallorca, algo había cambiado. Tras las elecciones del 27 de mayo de ese año, ya no fue Jaume Matas, gran preboste del PP, quien fuera al aeropuerto a recibir al monarca. Tras cuatro años de oposición, volvía Francesc Antich con su variopinto Gobierno, donde había un conseller de Interior, Joan Lladó, militante de ERC, que acudió días después a la audiencia real de La Almudaina, posó en quinta fila para la foto oficial y estrechó la mano del rey bajo una avalancha de flashes. Eso sí, lo hizo con un pin de Francesc Macià en la solapa, primer presidente de la Generalitat catalana en 1931, y dio su explicación de por qué estaba allí: «Un republicano ha asistido a una audiencia real y eso es algo que forma parte de la democracia, no es una contradicción. Ahora toca olvidarse de la Familia Real y gobernar preocupándose de las necesidades de las familias reales».
Esto ocurrió en un acto que se repite al inicio de cada ciclo político y que en aquella ocasión llegaba envuelto en polémica ya que Lladó declaró en contra de la Monarquía, justo al inicio del verano; hecho que había encendido la primera mecha en el Govern que dirigía el PSOE de Francesc Antich.
Las juventudes de ERC emitieron un comunicado en el que exhortaban a la Familia Real a devolver el palacio de Marivent a los mallorquines, recomendaban al rey que abandonara Mallorca y pedían a las autoridades electas que no rindieran vasallaje a la Corona. Lladó no sólo no desautorizó aquellas declaraciones en su momento, sino que se mostró de acuerdo con su contenido e incluso llegó a plantear la posibilidad de dar un uso alternativo a Marivent.
Y como el periodista Jesús Mariñas había dicho que el palacio de Marivent había sido una donación personal de un pintor, Juan de Sadirakis, al rey, dos primos salieron diciendo que de eso nada, porque aquella donación la hizo la viuda en 1965 a la Diputación Provincial, lo que ahora es el Consell de Mallorca, y que esa donación estaba condicionada a que en el palacio se creara un museo abierto al público.
Todas estas polémicas no le importaron nada a Elena de Borbón, que, viviendo del erario público, navegó durante dos días en el Siemens, ganador en TP52, acompañando a la tripulación y recogiendo el trofeo de manos de su padre. La hija mayor de los reyes participó además en la rueda de prensa posterior a la última regata que tuvo lugar en el Club Náutico de Palma donde confesó haber sufrido «un poco». «Esta victoria supone una inmensa alegría», declaró. Pero Perelló, director del proyecto del Siemens, apuntó sobre Elena: «No es que nos traiga suerte, sino que hace que ganemos». Le faltó decir que sobre todo en marketing. Todo muy emocionante y todo a mayor gloria de la marca Siemens, encantada de que alguien de la Familia Real publicite la firma. Tan encantados como estuvieron los de Azur de Puig en la edición de 2005 contando con Cristina. Publicidad, ¿gratis?
Algo muy poco edificante para una familia mantenida por los Presupuestos Generales del Estado.
PERIODISMO CORTESANO
Cuando salió El País en 1976, nació como una gran esperanza. Me encontraba en Bruselas, y en una reunión en las Comunidades nos anunciaron su nacimiento como el gran acontecimiento democrático del momento porque iba a romper de cuajo con toda la información de la Cadena de Prensa del Movimiento y de todos los periódicos adláteres que habían mantenido al país desinformado. Todos ellos habían sido tan sólo la correa de transmisión informativa y deformativa de una dictadura sangrienta y represiva.
Recuerdo también el pequeño despachito que tenían los periodistas Jesús Ceberio y Javier Angulo en la calle Hurtado de Amézaga, de Bilbao. De allí, los dos pasaron a Madrid, y el primero sucedió a Cebrián en la dirección del periódico tras su paso por México. Nunca nos tuvo la menor simpatía.
Y es curioso cómo fueron vascos o gentes vinculadas con Euzkadi los editorialistas de El País o sus jefes de política, amén de sus intocables. Patxo Unzueta, Javier Pradera, Fernando Savater, Ander Landaburu, Antonio Elorza, Hermann Tertsch y un etcétera que se degrada en un Luis Rodríguez Azpiolea que de El Diario Vasco pasó a El País, después de haberle organizado a José Juan González de Txabarri una huelga de no presencia en el Habe (Instituto de Enseñanza del Euskera) donostiarra, por haber permitido que dos policías nacionales se inscribieran allí para aprender euskera. Pues bien, este mismo Azpiolea, que ahora nos da clases de todo, fue el líder de aquella revuelta motivada porque gentes del PNV en las instituciones querían que todos los ciudadanos, políticos o no, aprendieran euskera sin discriminación alguna.
Es el mismo también que acaba de lograr que el Gobierno vasco se querelle contra el PNV por escribir este Azpiolea que ETA pactó una minitregua con Ibarretxe los días de la discusión en el Parlamento vasco de la ley de consulta. La detención una semana después del Comando Bizkaia, dispuesto a atentar esos días, desbarató la patraña.
Es el mismo Azpiolea que nos despelleja día va y día viene en los momentos más duros de la mayoría absoluta de Aznar, siendo el actual «chisgarabís» de información política que banaliza casi todo lo que toca con su periodismo de salón y de tertulia madrileña. Como es normal, este caballero no me puede ver ni en pintura porque tengo el mal gusto de recordar estas cosas.
Pero el hombre clave de este medio lo fue y lo sigue siendo Juan Luis Cebrián. «La Monarquía española no resiste un editorial de El País», dicen que comentó un día Juan Luis Cebrián, primer director del periódico y consejero general del Grupo Prisa, amén de Académico de la Lengua y brazo ejecutor del editor Polanco en todos sus proyectos.
No sé si es verdad esta afirmación pero bien pudiera serla. Es el estilo perdonavidas de Cebrián, que nos juró odio eterno a cuenta de la llamada guerra digital. Se lo dijo a la cara al diputado González de Txabarri en un plató de televisión. «Te vas a enterar.» ¡Y vaya que nos enteramos!
Lo malo es que su comentario sobre la Monarquía es cierto. Si El País hubiera informado cabalmente sobre la Familia Real en estos años, no hay duda que otra sería hoy su imagen. Pero, no sabemos por qué, ha seguido la estela de Felipe González, que ha preferido, curiosamente, una Monarquía como sistema en España a un régimen republicano democrático y alternativo. Curiosidades de la Transición hecha por gentes de lo que se llamó «el interior». ¡Para rato Rodolfo Llopis hubiera admitido el monarquismo del PSOE!
El caso es que, estallada la polémica sobre El Bribón, fue curioso el silencio de El País sobre el caso. Quizás pensó que aquella turbulencia sería flor de un día; pero con televisiones, radios, columnistas y otros periódicos informando a todo meter, optó por elevar el tiro y dedicarme un dudoso editorial. Hasta el punto de que varios políticos me llamaron, con sorna, para decirme que El País no dedica un editorial ad hominem a casi nadie y que debería estar contento por el hecho. Les contesté que me hubiera gustado más un editorial donde se analizara desapasionadamente la polémica y que le hiciera pensar mínimamente al Sr. Borbón sobre el por qué un político vasco le metía semejante rejonazo. Pero el rejonazo fue para mí. ¡Y qué rejonazo!
EL EDITORIAL
Esto fue lo que publicó el superperiódico progresista de España el 28 de julio. Se titulaba «Injurias a la Corona» y decía así:
Si el secuestro de la revista El Jueves por la caricatura de los príncipes de Asturias ha puesto en tela de juicio la procedencia de esta medida judicial en la era de las nuevas tecnologías de la comunicación, las opiniones del senador y secretario primero de la Cámara alta, Iñaki Anasagasti, sobre el rey Juan Carlos y su familia han puesto en evidencia la inutilidad —su desfase, en definitiva— del sistema de protección a la Corona diseñado en torno al delito de injurias en el Código Penal. El ministerio fiscal no se ha sentido concernido por esas opiniones, que por su carácter directo, claro, contundente y personal sobre el rey y su familia podrían ser susceptibles de ser perseguidas judicialmente quizá con igual fundamento que la distorsionada y caricaturizada imagen de don Felipe y doña Letizia en la viñeta de El Jueves.
La fiscalía ha actuado correctamente al no tomar ninguna iniciativa contra el senador, pero ello le coloca en una posición contradictoria respecto a la que mantiene contra El Jueves. Ahora puede resultar incluso discriminatoria y difícilmente sostenible, por pura coherencia ante la justicia. Habrá que esperar, no obstante, a que el fiscal se aclare ante el requerimiento del juez sobre si mantiene la acusación o la retira, una vez que se ha tomado declaración a los autores de la viñeta presuntamente injuriosa, contra los Príncipes.
Las manifestaciones de Anasagasti sobre el rey y su familia, por más que hayan aparecido en su página personal de Internet, son impropias de un político responsable que, además, tiene un cargo institucional. Y en lo que se refiere a la persona de don Juan Carlos son manifiestamente injustas. Que a estas alturas un político como Anasagasti, de la misma generación de don Juan Carlos, es decir, la que protagonizó la transición, siga presentando como una tacha original irredimible e imprescriptible su designación por Franco resulta verdaderamente descorazonador. Anasagasti sabe, y debería explicarlo a las generaciones actuales, que ese origen quedó limpio y ampliamente superado por una legitimidad de ejercicio democrático impecable que se puso de manifiesto especialmente la noche de la intentona golpista del 23-F, como recordarán siempre los españoles. Ningún político, entre los muchos que pasaron del franquismo a la democracia, ha podido dar lecciones a don Juan Carlos en este terreno.
Pero aunque sean injustas, opiniones como las de Anasagasti deben poder expresarse, sin otro reproche que el político y social, como el que ya ha recibido por parte de la mayoría de fuerzas políticas y foros sociales, y sin otro descrédito que el propio de quien las emite. Lo mismo cabe decir de la viñeta de El Jueves, cuyo carácter inconveniente y soez ha sido ampliamente resaltado. Ojalá todas las críticas que se hagan sobre la Corona sean como las que provienen del mundo de la sátira, incluso la descarada y atrevida de esta publicación.
SU DESIGNACION POR FRANCO
Parecía, pues, que lo que más había molestado a la dirección de El País había sido mi recordatorio de que el rey había sido designado por Franco. Me recriminaba que el rey «había quedado limpio y ampliamente superado por una legitimidad de ejercicio que se puso de manifiesto la noche del 23-F». Y me decía que nadie le habíamos podido dar a D. Juan Carlos clases en este terreno. Lo que pasa es que no se le pueden dar.
¿Por qué el rey no fue llamado como testigo en el juicio de Campamento? ¿Por qué se impidió hablar de este asunto? ¿Lee Cebrián todo lo que se ha publicado de la implicación del rey en el golpe del 23-F, aparecidos estos juicios en infinidad de libros y testimonios editados con motivo del 25 aniversario de aquella asonada de opereta?
Ya he contado como, estando un día con Antonio Carro en una recepción en el Palacio Real, aquel colaborador de Carrero Blanco que había sido ministro de la Presidencia y era diputado del PP me dijo lo siguiente: «La culpa del 23-F la tuvo íntegramente el anfitrión de esta casa». No le dolían prendas en expresarse sonoramente de aquella manera en un salón de Palacio. Veía el fin de su carrera política y no estaba por la labor de seguir riéndole las gracias a una figura institucional que con su ligereza había propiciado aquella conjunción de situaciones que llevaron a un golpe fallido. ¿De qué si no Alfonso Armada cifró toda su estrategia en ir a La Zarzuela el 23-F? ¿Por qué el rey salió tan tarde en televisión? ¿Por qué ninguno de los complotados cuestionó el régimen impuesto por el general Franco? ¿Por qué no se hizo una investigación total del caso? ¿Por qué tanto El País como todo quisqui nos venden ahora la moto de que el rey paró el golpe cuando era manifiesto que había propiciado la dimisión del presidente Suárez? ¿Por qué? Muy sencillo. No interesa y además, como los libros los leen muy pocos, pues que digan lo que quieran. Pero esto, como aquella barbaridad del bombardeo de Gernika auspiciado por los propios nacionalistas irá saliendo poco a poco a la superficie a nada que haya una brizna de libertad de expresión en España sobre los hechos de la actual Monarquía. Y ese día llegará.
PÉREZ ROYO PUSO EL DEDO EN LA LLAGA
Ese mismo 28 de julio, el catedrático de la Universidad de Sevilla, Javier Pérez Royo ponía el dedo en la llaga, no en relación con mi artículo sino con lo ocurrido con El Jueves, que bien pudiera aplicarse a todo lo referente a lo que se consideran «injurias a la Corona». En su columna y bajo el título de «Aprendiz de brujo», empezaba de esta manera su argumentado trabajo:
He visto varias veces la portada de El Jueves y le he estado dando vueltas al asunto a lo largo de la semana y cada vez entiendo menos que el ministerio fiscal haya procedido de la forma en que lo ha hecho y que el juez ordenara el secuestro de la publicación, primero, y la clausura de la página web después.
El asunto es una estupidez, pero el problema que ha planteado es de una trascendencia extraordinaria. Si la conducta de publicar una portada como la de El Jueves es constitutiva de delito, entonces la Monarquía parlamentaria no puede ser la forma política del Estado español. Si la Monarquía parlamentaria no es compatible con el ejercicio de las libertades ideológicas, de expresión y de creación artística (la producción de una mamarrachada está tan protegida constitucionalmente como la de una genialidad) en la forma en que han sido ejercidas por los caricaturistas de la revista, la Monarquía no es aceptable como forma política. El hecho de que la Jefatura del Estado sea una magistratura hereditaria en lugar de una magistratura electiva no puede traducirse en una limitación de la intensidad de estas libertades, además de la limitación del derecho a transmitir información, ya que, al ordenarse el secuestro de la publicación y el cierre de la página web, también este derecho se ha visto afectado. Ese precio es desorbitado. No se puede pagar.
Su crítica la centraba en la actuación de la Fiscalía sobre el cierre de El Jueves y argumentaba que, en el momento en que se inició la Transición política, tuvimos que enfrentarnos a un problema muy serio de legitimidad de la institución monárquica que había sido restaurada como consecuencia de un golpe militar contra la República. Ese problema de legitimidad de la Monarquía se resolvió —según Pérez Royo— con base en el compromiso de que la Monarquía no supondría el más mínimo obstáculo para la libertad de expresión del principio de legitimidad democrática del Estado, y para el reconocimiento y ejercicio de los derechos fundamentales. ¿A qué venía crear un problema donde no existía? Y sentenciaba: «Cuanto más tiempo se mantenga con vida este asunto, peor». Eso es lo que hicieron El País y todos los juancarlistas, que no son pocos. Sobre todo en la llamada progresía. Bajaron el volumen de la polémica a todo meter.
José María Ridao, otro de los columnistas de El País y la SER, abogaba por solucionarlo con multas punitivas que sirvieran de iniciativas disuasorias para evitar humillaciones añadidas a la víctima de la injuria. Esa fue su tesis el 30 de Julio. La víspera, «Sin el permiso de Su Majestad», El País publicó toda una página con portadas y viñetas dedicadas a la reina de Inglaterra, a la reina Margarita de Dinamarca y al príncipe Lorenzo de Bélgica. Exponía cómo se tratan estas cosas en el Reino Unido, en Bélgica, en Dinamarca, en Holanda y en Suecia. Nada que ver con la que había armado el juez del Olmo secuestrando la revista El Jueves.
Ese mismo día, el inefable Mario Vargas Llosa, alineado con la visión de la sociedad española que tiene el PP, publicaba un artículo titulado «Intimidad de los príncipes» donde se quejaba de que «si el fiscal y el juez que ordenaron el secuestro de El Jueves querían proteger a los Príncipes de Asturias de ser denigrados, se han equivocado garrafalmente. Lo que han logrado más bien es que desde hace una semana estén asociados, en las portadas de medio mundo, a una viñeta estúpida y vulgar, y que sin haber tenido la menor intervención en lo que sucede...». Menos mal que Vargas Llosa tenía el artículo escrito antes de «mi salida de tono», que si no, conocida su furia antinacionalista, me hubiera puesto no verde sino morado. Es curioso cómo estos americanos cuyos antepasados lucharon bajo el mando de Simón Bolívar y José de San Martín para librarse de la férula de la Monarquía de Fernando VII sean ahora tan cortesanos y monárquicos. Casi tanto como El País. Es algo que nunca he entendido y que sólo puede comprenderse en base a la inexistencia de libertad de expresión hacia las cosas que hace el monarca.
APARECIÓ CEBRIAN
Fue su primer artículo en El País tras el que escribió como consecuencia del fallecimiento de Jesús de Polanco. El 3 de agosto, su trabajo «La poca vergüenza» cargaba sobre todo, sin nombrarlo, contra un «petimetre savonarola local que, desde la radio, incendia cada mañana con su intolerancia la convivencia española». Se refería naturalmente a Federico Jiménez Losantos, bestia parda de todo el grupo Prisa y que, muerto Polanco, enfocaba sus fobias hacia el académico de la Lengua.
Cebrián salía al paso de algo que le había ocurrido con el juez de instrucción del Juzgado número 40 de Madrid, a quien llamaba «personaje siniestro» y otras lindezas, mientras le añadía a su apellido de la Hoz el complemento del Martillo, porque este juez acababa de dictar un auto en el que aseveraba que el uso de estos y otros peores vocablos proferidos contra Cebrián, en su día, no constituían nada delictivo. A su entender, se trataba sólo de términos duros que pueden ser utilizados en un contexto de discrepancia o de debate. Y como Cebrián discrepaba del juez, se los endilgaba a él diciendo que había perdido el sentido del decoro.
El consejero de Prisa, aprovechando que yo había pasado por allí, en dicho artículo me lanzaba este mensaje:
Un artículo del señor Anasagasti, que todavía tiene pendiente el demostrar que trabaja él como legislador más horas de las que el monarca dedica a sus deberes, vino a complicar la cuestión: es obvio que el fiscal general y los jueces de la Audiencia Nacional se atreven con un caricaturista de a pie, pero no con un senador del reino. Con lo que podemos preguntarnos si en este país todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero algunos acaban siendo más iguales que otros.
CONTESTÉ AL ACADÉMICO
Cuando leí el anterior comentario, subí a la habitación del hotel en Alcudia y con mi ordenador portátil escribí a El País una carta al director. Como El País pide que las cartas no excedan las quince líneas, sólo pude referirme a la primera parte de la pedrada que me había lanzado Juan Luis Cebrián. La segunda era, así mismo, fácil de comentar.
¡Claro que en este país no todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y no sólo lo es un senador que necesita un suplicatorio para ser enjuiciado, sino también el intocable Cebrián y el superintocable señor Juan Carlos de Borbón y Borbón!
De todas formas escribí la siguiente carta, que, para mi gran sorpresa, publicaron al día siguiente. Decía así:
Juan Luis Cebrián me alude en su artículo del viernes 3 de agosto de 2007, diciendo que todavía tengo pendiente «el demostrar que trabajo como legislador más horas de las que el Monarca dedica a sus deberes». Demuestre yo lo que demuestre, nunca me reconocerá nada el señor Cebrián, que tiene asumida una actitud preconcebida hacia mi persona. Mi artículo no sólo aludía al trabajo que realiza don Juan Carlos, sino sobre todo a la imposibilidad de establecer un control parlamentario sobre los gastos de la Casa Real.
Pero ya que el señor Cebrián alude a la dedicación del monarca, ¿no cree que una visita del rey a los damnificados de Tenerife y otra a Barcelona hubieran formado parre de su trabajo y no el diario regateo y el diario peloteo?
Me imagino que ese día en el palacio Marivent sonaron los teléfonos.
ZAPATERO EN MARIVENT
Ese mismo día 3 de agosto, media página de la sección España de El País se dedicaba a la visita relámpago que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había hecho a Mallorca. «Zapatero se reunió en Marivent con el presidente balear antes de visitar al rey en Marivent» era el subtítulo de la noticia donde lo importante era que el presidente de la Comunidad, Antich, reclamaba más inversiones estatales para Baleares en el año 2008.
En lo referente a la audiencia con el rey toda la información se resumía a lo siguiente:
Poco después de su reunión con el presidente autonómico, Zapatero fue recibido por el Rey en el palacio de Marivent, cumpliendo así con la tradición del primer despacho estival que habitualmente mantienen el monarca y el jefe del Ejecutivo. Durante la audiencia, el Rey transmitió a Zapatero su preocupación por los incendios que, desde hace varios días, asolan las Islas Canarias. El presidente le informó sobre la marcha de las tareas de extinción y sobre el estado de los núcleos de población más afectados.
Ése fue todo el despacho. Seguramente ni hablaron de eso, ya que el rey ni se movió de sus regatas. Probablemente me pondrían a caldo perejil y Zapatero haría su consabida declaración de sensibilidad monárquica cuando, como en varias oportunidades me decía, en tiempos de Aznar, que el rey era quien más nos apoyaba. «Chico —le contestaba—, no me lo creo. La fe en política no existe, y la fe sin obras, según nos enseñaban en el colegio, es fe muerta.»
Eso sí. La foto publicada en El País con aquella escuálida información real era para demostrar el feeling existente entre Zapatero y el rey. Los dos aparecían dándose la mano, de frente y riéndose a mandíbula batiente. Y los Borbones tienen mucha. Todo muy idílico, pero sin rueda de prensa posterior. No se quiso hablar de los incendios, de la postura de Zapatero haciendo tragar a los socialistas navarros el apoyo a Miguel Sanz de UPN, ni hablar de los coletazos de dos polémicas superpuestas. No parecía muy serio aquel silencio, a no ser que no tuvieran nada que decirse o que lo comentado entre ellos fuera un cúmulo de insustancialidades. Me inclino por esto último.
Pero es así como se construye la imagen de que la Monarquía en España es la institución más valorada.
EL FORO DIGITAL
Seguramente y para que no se dijera que El País no trataba este asunto, hicieron la pregunta en su «Foro Digital» que fue difundido en la edición digital de un País que ardió. En papel publicaron solamente esto el martes 31 de julio. La pregunta se las traía:
«¿Le parece incoherente que el fiscal actúe contra El Jueves y no contra Anasagasti?»
—Me parece superincoherente; el fiscal debería actuar contra todos los que cometemos injurias contra la Corona, yo incluida. Taliaes.
—Lo que me parece incoherente es hacer del radicalismo trasgresor una pose, una vulgar estratagema que en el fondo lo que manifiesta, más que otra cosa, es un cierto conservadurismo en la lucha por la supervivencia particular. La actuación de la fiscalía en uno de estos asuntos no ha venido más que a proporcionarle un balón de oxígeno y una publicidad impagables. La indiferencia siempre perjudicará mucho más a los «transgresores» de salón. J. G. Ibañez.
—Sí. Una revista satírica, no olvidemos este dato, publica una viñeta en la que se representa a dos personajes públicos en una postura sexual explícita. Un senador, es decir, un representante político, se dirige en su página web, no en una conversación privada, en términos groseros y despectivos hacia esas personas, a las que acusa directamente de ser vagas y ociosas. Las dos expresiones son de mal gusto, pero ninguna de ellas constituye delito. La diferencia es que sólo en la segunda existe verdadero ánimo de ofender. Romario.
—En una democracia de verdad, ni a El Jueves ni al señor Anasagasti hay que enjuiciarlos. Araras.
—Sobre la incoherencia del fiscal por si debe de actuar o no contra la revista El Jueves y no contra el señor Anasagasti, mi opinión es que afortunadamente en este país existe la libertad de opinión, ¿o no? Y que si los señores de El Jueves han transgredido las leyes, cúmplanse éstas o modifíquense, pero asimismo, si el señor Anasagasti también las transgredió, aplíquense de la misma manera, pero no con distintas varas de medir. Gavilani.
Esto fue lo que publicaron en papel el día 31. Pero la polémica en Internet fue larga y muy sabrosa.
LA DERECHA MONTARAZ DE SIEMPRE
El principal y secular problema político español de fondo es que no cuenta con una derecha democrática como existe en cualquier país europeo. La derecha española es heredera directa del franquismo ya que sus epígonos más característicos formaron parte de la nomenclatura de un régimen que funcionó como una dictadura sangrienta y asesina y a la que no le detuvo ningún obstáculo para encarcelar, perseguir y eliminar al adversario político y, así, durante cuarenta años.
José Antonio Zarzalejos es hijo destacado de esa derecha antidemocrática que hizo carrera en las aguas cenagosas de aquel régimen militar. Su padre, el fiscal Zarzalejos fue, en su calidad de seguidor de Fraga Iribarne, el delegado del Ministerio de Información y Turismo, conocido popularmente como de Deformación y Cinismo. Desde su oficina se decía lo que era publicable o no; y, desde ella, se perseguía a quien decía la verdad sobre hechos históricos, como el bombardeo de Gernika, o incluso por utilizar los colores de la ikurriña, y se multaba el pronunciar la palabra Euzkadi. Es normal, pues, que un jovencito de la escuela del repelente niño Vicente, como nuestro José Antonio, tenga tics autoritarios e interprete que la única historia de España es la suya. Es normal también que adverse la ikurriña y que, a raíz de la sentencia del Supremo sobre la colocación de las banderas, escribiera recientemente en su púlpito, la tercera de ABC, una reflexión sobre la bandera vasca que es oficial en el Estatuto vasco, y nos arrojara esta perla «democrática»:
La exclusión de la bandera nacional de España del paisaje vasco se corresponde con una profusión abrumadora de la ikurriña, una enseña que responde a las ensoñaciones mitológicas de Sabino Arana y que nunca antes de 1936 fue otra cosa que un elemento distintivo del PNV, jamás de la sociedad vasca y, desde luego, en absoluto de ninguno de sus tres territorios históricos que han dispuesto de antiguo de sus pendones y estandartes. Cuando esa bandera se incorporó al Estatuto de Autonomía, se practicó por los no nacionalistas un ejercicio extremo de generosidad que tuvo que ampliarse —unos recogían las nueces mientras otros movían el árbol— a todas las manifestaciones supuestamente emotivas del PNV.
Esta falta de respeto hacia la ikurriña, que, le guste o no a Zarzalejos, es bandera oficial de los vascos, quizás tenga su explicación. Su padre, que en 1977 era gobernador civil de Bizkaia, con todo lo que esto significa, dimitió de su cargo en protesta política porque el ministro de la Gobernación de la época, Rodolfo Martín Villa, despenalizó su enarbolamiento. Previamente, Manuel Fraga, en 1976, había dicho en Venezuela en un programa de televisión, que antes de que ondeara la ikurriña en el País Vasco, había que pasar por encima de su cadáver. Y ya se sabe lo que ocurrió.
OTRO EDITORIAL
Con estos antecedentes, no me llamó la atención la virulencia del editorial que me dedicó Zarzalejos el viernes 27 de julio, el mismo día en el que anunciaba en portada que acababa de ser descabezado el aparato logístico de ETA en la «ratonera» de Francia. Decía también que la Fiscalía rebajaba la acusación contra El Jueves a un delito penado con multa y que había una censura unánime de todos los partidos políticos contra mi persona. No sacaba en portada que ese mismo día, tras ocho años de secano, el PNV recuperaba la Diputación de Álava, con la elección de Xabier Aguirre como Diputado General. Decía así Zarzalejos:
De El Jueves a Anasagasti
El juez Juan del Olmo concluyó el pasado miércoles la investigación por el presunto delito de injurias a los Príncipes de Asturias cometido por la revista El Jueves y, ayer, el Ministerio Fiscal decidió mantener la acusación contra los imputados, aunque retirando la de injurias al Príncipe de Asturias «en el ejercicio de su función institucional» (artículo 490.3 del Código Penal), que preveía hasta dos años de prisión. Las declaraciones que los acusados prestaron ante el instructor no podían tener más que un valor relativo, pues habría sido toda una sorpresa que hubieran reconocido que su intención era la de injuriar a los Príncipes de Asturias. Afirmaron que sólo querían criticar la decisión del Gobierno de conceder una ayuda de 2.500 euros por cada nacimiento. Cabe, preguntarse si para esta finalidad, y aun concediendo a un caricaturista el más amplio margen de libertad de expresión, era necesario no sólo utilizar las imágenes de Don Felipe y de Doña Letizia, sino hacerlo de manera tan soez y difamatoria.
Tales declaraciones no podían hacer cambiar de criterio al Ministerio Fiscal sobre el carácter delictivo de la viñeta.
En la polémica de El Jueves hay una enorme dosis de hipocresía. La corrección política y el oportunismo trapacero han hecho que, desde la derecha hasta la extrema izquierda, se apele a la libertad de expresión para cuestionar una acción penal totalmente justificada, incluido el secuestro de la revista, porque es el instrumento del delito. Es cierto que el efecto inmediato de esta medida cautelar ha sido una publicidad amplificada de la viñeta, pero, además de un coste inevitable si se quería hacer justicia, la responsabilidad de que así haya sido recae más en los medios que la han distribuido —sabiendo ya que estaba bajo secuestro judicial, alentando el morbo social y agravando el daño a la imagen de los Príncipes de Asturias— que en el fiscal y el juez que han actuado al amparo de la ley.
En todo caso, por mucho que se especule en tomo a la conveniencia o no de esta medida cautelar contra un medio de comunicación, la cuestión de fondo sigue siendo la misma. En este episodio ha habido una agresión intolerable a las personas de los Príncipes de Asturias, aprovechada por los pescadores en río revuelto, entre los que destaca, una vez más, un personaje tan mediocre y venido a menos como Iñaki Anasagasti, cualificado ventrílocuo durante años de Arzalluz y uno de los políticos menos legitimados para tachar a nadie de «vago e impresentable», ya que si por algo se ha caracterizado el dirigente nacionalista vasco es por haber vivido, sin grandes contrapartidas, a costa del erario público. Una sociedad libre no es aquella que carece de reglas y límites y consiente las más bajas expresiones de mal gusto y ofensa delictiva, sino la que sabe distinguir el ejercicio legítimo de las libertades y derechos individuales frente a conductas delictivas.
¡Caramba con el director de la derecha «civilizada» y su crítica ad hominem! Si tan mediocre y venido a menos soy, no entiendo por qué me dedicaba todo un editorial. Pero, en fin, esto hay que inscribirlo en su visceral y beligerante antinacionalismo vasco, y sobre todo en su obsesivo antipeneuvismo que como muy buen hijo de gato, sigue cazando ratones.
LA MUERTE DE GABI CISNEROS
Estuve por última vez con Gabi Cisneros, vicepresidente tercero del Congreso, en junio de ese año 2007, cuando Manolo Marín nos organizó un acto conmemorativo del treinta aniversario de las elecciones de junio de 1977 y donde, tanto en el vídeo que encargó a TVE como en su propio discurso de presidente del Congreso, pareció que el gran artífice de aquellas elecciones no había sido el pueblo soberano con su voto, sino el soberano puesto allí por el general. Ante aquel atropello parlamentario y de forma ostensible estuve todo el acto sin aplaudir ni a él, ni al rey, ni al vídeo; y como los miembros de la Mesa estábamos colocados en el frontispicio del hemiciclo, todos los presentes vieron mi huelga de palmas caídas con un cierto estupor.
Sentado en aquel lugar estratégico, recordaba yo el veinte aniversario de aquella fecha siendo presidente del Congreso Federico Trillo y secretario de la Mesa José Juan González de Txabarri. Allí sólo hubo palabras de Trillo y la intervención del Orfeón Donostiarra. ¡Oh tiempos!
También observé escurrido en su escaño, al lado de Fraga, a Gabi Cisneros, que pudiendo estar con nosotros en aquella vitrina prefirió colocarse en su escaño. La siguiente vez que volvió al Congreso fue en un ataúd el 28 de julio en plena polémica borbónica.
Cisneros había fallecido de un cáncer y todos los diputados y senadores que íbamos a las reuniones de las Mesas conjuntas habíamos ido viendo cómo aquel robusto zaragozano se iba consumiendo y cómo a sus camisas, como le ocurrió asimismo a Rodríguez Sahagún, le iban sobrando tela y números en el cuello, mientras ya no le respondía la voz.
En la sala Isabel II se colocó la capilla ardiente y allí fueron políticos, familiares y periodistas a cumplimentar al primer ponente constitucional fallecido desde 1978.
Yo había recortado una entrevista que le habían hecho en el diario La Razón sobre la Constitución con objeto de discutir con él algunas de las preguntas que había contestado. Más de una vez le había dicho que eso de los «padres de la Constitución» no sólo me parecía una cursilada machista, porque además se habían cargado la posibilidad de que las infantas, no las mujeres, pudieran ser reinas, sino porque al PNV se le excluyó de la ponencia constitucional y, por tanto, éramos huérfanos de padre, mientras que él, que hablaba un castellano muy preciso, se me revolvía y daba datos de por qué no habíamos estado.
Pero en aquella entrevista, quizás la última, había ido por primera vez más lejos que nunca. Si hasta entonces había dicho que de reformar la constitución nada de nada, el 22 de julio contestaba así a La Razón:
¿Cree que hay que reformar la Constitución?
—Si me hace esta pregunta hace un año o dos le digo que no. Lo primero, soy conservador y, lo segundo, me parecía lleno de riesgos abrir el melón. Me parecía que eran mayores las desventajas que tenía el hacerlo que el mantenerlo. Ahora le digo radicalmente que sí y además no una reforma menor. Hay que meterle mano en la línea del dictamen del Consejo de Estado que tanto le ha disgustado al Gobierno. Hay que meterle mano al título octavo, al Senado. Por supuesto, está el tema, que todos damos por hecho pero que tiene que pasar por referéndum, sobre la igualdad de la mujer, eliminando la prevalencia del varón en la línea sucesoria de la Corona.
¿Y la Ley Electoral?
—He defendido el aumento del número de escaños para reducir el peso nacionalista, pero consciente de que esto sin reforma constitucional no es posible.
Preguntando sobre su momento preferido de la historia de España, contestó: «Retendría el de 1512, la incorporación de Navarra a la Corona española y, desde luego, como el más lamentable, el regreso del miserable Fernando VII al poder». Para mí, las dos fechas son lamentables. Pero Cisneros había contestado como un perfecto nacionalista español. No obstante, reconozco que me extrañó que un diputado tan políticamente correcto llamara miserable al tatarabuelo del abuelo del actual monarca. La raya debe estar ahí.
ACEBES Y BLANCO, COMO ROMANONES
Como a los romanos de Asterix y Obelix se me cayó el cielo encima, pero, curtido en estas lides vi que aquello era flor de un día porque si el discurso políticamente correcto era ponerme como chupa de dómine, la gente normal me decía en la calle, en Internet, en llamadas a la centralita de la sede de mi partido, y en el aeropuerto, que había puesto voz a un sentimiento que nadie se atrevía a verbalizar. Pero lo oficial iba por otro registro.
Y es que como con la copla con la que se habían quedado fue lo de la «pandilla de vagos», desconociendo todo el océano que había por detrás y el propio texto, la Fiscalía General tuvo que salir diciendo que no iba a instar medida alguna contra mí, una iniciativa que, en todo caso debería impulsar la Fiscalía del Tribunal Supremo dada la condición de aforado que tenía yo como parlamentario.
Lógicamente Ángel Acebes, secretario general del PP me calificó de impresentable y recalcó que mis palabras le merecían el mayor de los desprecios. Acebes me instó a rectificar y pedir perdón en lo que curiosamente coincidió con el secretario de organización del PSOE, José Blanco, para quien mi escrito era un despropósito. Blanco elogió el papel que desempeña la Familia Real y destacó que su trabajo ha sido muy positivo para España.
Leyendo estas cosas, me acordaba la de veces que tuve delante de mi escaño a Pepiño Blanco destacándome su esencia gallega y la necesidad que teníamos de entendernos. En nadie como en este personaje juega eso de si quieres conocer a fulanito, dale un carguito.
Más coherente con su ideología fue Gaspar Llamazares, que animó a la Corona a admitir la crítica como algo normal en democracia. Mi compañero Josu Erkoreka, a quien yo había promocionado desde el Instituto Vasco de Administración Pública para ser diputado, salió por la tangente cuando le preguntaron por el escrito. Yo en su caso no lo hubiera dudado un segundo, pero... Más prudente que en otras ocasiones estuvo el presidente del Senado, Javier Rojo, que dijo que cada quien es dueño de sus actos pero que cada uno debía asumir sus responsabilidades. Curioso comentario de un sindicalista de UGT.
Como andaban buscándome las cosquillas a mí y al entonces ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, no dejaron de preguntarle por lo de la «pandilla de vagos», que era a lo que había quedado reducida la polémica y muchos años de cuestionamiento, pero Bermejo contestó bien: «Desde luego, el Gobierno no comparte la opinión del senador del PNV, Iñaki Anasagasti». En rueda de prensa en el Ministerio, apuntó que no le parecía una expresión en absoluto afortunada, si bien recalcó que «el Sr. Anasagasti tiene libertad de expresión, por lo que él le explicará lo que ha dicho, y, si hay alguien a quien no le gusta, ya se lo dirá».
LO DIJO RAFA TORRES
He coincidido con el escritor republicano Rafael Torres en algunos programas de televisión. Hablamos de libros y de reyes. Sé cómo piensa y sabe cómo pienso. Y es de los pocos que ponen negro sobre blanco reflexiones que más de uno debería escribir. Pero nadie quiere ser un mosquito zumbón en un concierto de violines como al parecer somos tanto Torres como yo.
El caso es que con motivo del 75 aniversario de la llegada democrática de la República a España me invitó a presentar junto a Labordeta y con él un precioso libro de fotografías y noticias que había sacado de la prensa de la época. Y, con tal motivo, organizó una comida en el Lhardy invitando a la prensa a acudir a dicho almuerzo que contó, para mi estupor, con Ana Rosa Quintana y la periodista de El Mundo Esther Esteban.
Labordeta nos contó la sorpresa que había tenido aquel fin de semana, pues se había organizado, creo que en Jaca, algún tipo de homenaje a Fermín Galán, precursor de la sublevación. Y en vez de encontrarse con cuatro viejecitos decrépitos y en taca-taca, se maravilló de ver una sala llena de gente joven. Yo les hablé de Besteiro y de Aldasoro, cuya fotografía aparecía en el palacio de Miramar en ese abril de 1931 haciéndose cargo de aquel palacio que luego el ayuntamiento tuvo que comprarle a don Juan de Borbón.
Isabelo Herrero me regaló un libro sobre el cocinero del presidente Manuel Azaña. Pero Rafa Torres, con motivo del lío borbónico montado, además de llamarme escribió unas líneas que sinceramente agradecí. Fue de lo poco positivo que saqué aquellos días en letra impresa. Seguimos siendo un país ágrafo; aunque, por el contrario, aquellos tres meses de agosto, setiembre y octubre, parecía que llegaba la República de un momento a otro, demostrando que a nada que hubiera un debate mínimo, éstas cosas tendrían otra valoración y otro apoyo. Pero, como siempre, no pasó nada.
Esto fue lo que escribió Rafa Torres:
Madrid, 28 Jul. (OTR/PRESS)
Iñaki Anasagasti, hombre instruido, cortés y bondadoso, senador de la Nación y, tal vez, el mejor orador parlamentario que ha tenido el Congreso desde la restauración democrática, tiene un blog personal, y, como es lógico, en él se expresa con la desinhibición y la llaneza que en el uso de su cargo institucional no siempre puede, por cortesía. En ese blog tan interesante (Iñaki, al contrario que la mayoría de nuestros políticos, es un tipo interesante), su dueño ha vertido duras críticas a la Corona referidas a la opacidad de sus finanzas y al escaso control sobre sus gastos, se supone que tanto más onerosos por lo prolífero y prolífico de los miembros más jóvenes de la familia real, circunstancia que se acentúa en estas fechas en que disfrutan largas y rutilantes vacaciones, desde luego mucho más largas y mucho más rutilantes que las de la inmensa mayoría de los trabajadores españoles.
Pues bien; la andanada de invectivas e imprecaciones que ha recibido el senador por cumplir con su deber, que no es otro que el de trabajar por el mejoramiento de la sociedad denunciando los abusos y las demasías que la afligen, pudiera inducir a pensar que el atropello a la libertad de expresión (esto es, a la libertad) sufrido por el semanario El Jueves, no ha sido sino el primer jalón de una desatentada reacción monárquica o cortesana, o borbónica, contra la creciente e imparable opinión republicana, o, sin más, contra todo cuanto ponga en cuestión el carácter intangible, libre de toda crítica y control, de la Corona. Si fuera así, si ésta súbita beligerancia monarquista no se apaciguara (tal vez, en efecto, necesitan unas vacaciones), mal pintan las cosas. O bien, según se mire.
NO RECTIFIQUÉ
Ante aquel chaparrón de vasallaje me preguntaron qué pensaba hacer. «Nada —contesté— No pienso rectificar ni una coma y mucho menos si me lo pide un señor como Pepiño Blanco, que es el teórico representante de un partido que fue republicano, y mucho menos si me lo pide un ex ministro del Interior apellidado Acebes que sigue manteniendo que el 11-M lo organizó ETA.»
A lo que me negué en ese momento fue el ir a La Noria, programa de Telecinco, aunque sí concedí una entrevista en mi despacho que, en un primer programa, Pilar Rahola valoró positivamente y que Anson respetó, frente a un Alfredo Urdaci que me criticó con acritud. Y hubo un segundo programa, como para tratar de sacarse la espina, donde volvieron a repetir lo dicho por mí en el programa Vuelta de Tuerca de ETB, donde otro panel de tertulianos me metió el puñal hasta el quinto espacio intercostal. Lo bueno fue que al día siguiente, Alderdi Eguna, último domingo de septiembre de 2007, no pude dar un paso por la campa de Foronda. Jamás tuve nunca mayor besuqueo, palmoteo, abraceo y petición de fotos y autógrafos. Fue algo increíble. Y sobre todo, gratificante.
Lo más que hice aquellos días en los que se quemaban efigies del rey en Catalunya fue entrar en directo en un programa vespertino, pero desde mi despacho del Senado. Tuve un correcto careo con Jaime Peñafiel en el que este curtido periodista defendía sin mucha pasión a una Casa Real de la que nadie sabe tanto como él. Algún día, si le veo, estoy seguro que me dirá que tenía más razón que un santo, pero que él no podía decir otra cosa que la que dijo sin mucho convencimiento. El hombre está ya de vuelta de muchas cosas y por eso cada vez es más interesante lo que dice.
La semilla había sido sembrada. Grandes robles crecen de pequeñas bellotas. Y todo por un artículo en Internet que, como dice Castells, no hay gobierno que pueda controlar. Es lo que todavía no saben ni Juan Carlos de Borbón, ni Alberto Aza, que seguramente no tienen ni idea de lo que es un ordenador.
Como anécdota final, diré que, estando en Alcudia con todo aquel tsunami desatado, tuve que andar con una gorra y gafas oscuras por si algún monárquico desatado pretendía montarme un buen lío en la calle. Y de esa guisa andaba creyendo que estaba protegido por aquellos artilugios hasta que, al ir a pagar en un local la prensa que había comprado, la señora que me atendió me dijo: «Tiene usted la misma voz que Anasagasti».
¡Tierra, trágame!