XXXV
No dejaba de rondarme la idea de que, después del entierro de Frederik Roes, Kalman Teller hubiera venido a hablar conmigo. Al renunciar al trabajo, le había entregado también todo el material. Yo sólo había conservado mis anotaciones. Aunque no le había prometido nada en absoluto, las coloqué sobre la mesa de la cocina y fui hojeándolas, indeciso y con cierta desgana. Desde luego no era la actitud adecuada para dar con algo que tal vez se me hubiera pasado por alto. No se me iba de la cabeza el comentario de Kalman Teller. ¿Sería cierto que en el futuro seguiría pensando en este caso? Era lo último que me apetecía. Había conseguido seguir el rastro a obras de arte robadas y realizar un estudio detallado de la provenance de cuadros antiquísimos. En la mayoría de ocasiones había tenido que esforzarme mucho, pero al fin y a la postre siempre había tenido éxito. Ahora que no se trataba de obras de arte, sino de personas de carne y hueso, había cosechado un tremendo fracaso.
Al día siguiente de haber estado en la Pension De Kapitein recibí la llamada telefónica de Kalman Teller.
—Estuvo en mi antigua pensión.
Si el tono de voz hubiera sido seco, habría sonado como una acusación, pero seguía siendo tan neutro que no pude apreciar ninguna emoción en particular.
—Pasé por allí por casualidad.
—Creía que la investigación acerca de los antecedentes de las personas que querían contratarle la realizaba antes de ponerse a trabajar.
—Fue del todo casual que pasara por allí. Espero que no le haya molestado que diera su número de teléfono. Insistió bastante, guardaba un recuerdo suyo muy positivo. Solo tenía buenas palabras para usted.
—No, no me molestó, pero fue una enorme sorpresa. Ahora que es tan mayor, su voz suena exactamente igual que la de su madre. Fue una sensación extraña. Muy extraña.
—Ella vivió con usted cosas más extrañas, tengo entendido.
—¿A qué se refiere?
—Parece ser que usted tiene unas manos especiales.
Se produjo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que respondiera:
—Le habló de Dirk.
—Sí.
—Caramba. Usted tiene talento para sonsacarle a la gente. Sin que se den mucha cuenta, supongo.
—Simplemente estuvimos charlando y le pareció agradable recordar cosas del pasado y de usted.
—Es lo que acabamos de hacer ahora y dentro de poco vendrá a visitarme. Y usted, ¿ya se ha pensado lo de examinar de nuevo el caso?
—Sí, pero mi respuesta no ha cambiado.
—Entonces ya no le molestaré más. No obstante, ¿podría decirle algo personal ahora que nuestros caminos van a separarse? Ayer tenía usted la mirada cansada. Perdóneme si me entrometo, pero es un cansancio que conocía de Frederik Roes. Desconozco la carga que lleva encima, pero procure que no le aplaste. Tal vez tenga usted la suerte de poder hacer algo para remediarlo.
Estuve aún un tiempo con el teléfono en la mano. Se refería a las preocupaciones con Jaap que tanto me abrumaban. Y no, por desgracia no tenía la suerte de poder hacer algo para remediarlo. Seguro que no era su intención, pero ya solo el haberlo sugerido me sonaba cruel.