XXIX

—Tengo noticias para ti sobre Vandersloot —dijo Jaap cuando me llamó—. Seguro que van a parecerte interesantes. Sé por qué dejó el hospital.

No le dije lo bien que me venía, porque creía que me encontraba en una vía muerta. Había estado siguiendo de nuevo los dos días anteriores a Vandersloot, pero sin ningún resultado. Cuando salía del edificio de oficinas, miraba a su alrededor más asustado que antes, pero por lo demás nada había cambiado. Seguía llenando sus días del mismo modo, incluida la pérdida de importantes cantidades de dinero en el casino.

—Cuenta —le dije.

—Mis colegas se enteraron por un abogado que estuvo involucrado en el caso de Mira Roes. Vandersloot se vio obligado a abandonar el hospital por un asunto de fraude. Su cuñada esta vez no pudo protegerle, o en cualquier caso no del todo. Fue él mismo quien dimitió y, por lo visto, al hospital también le pareció que era el momento adecuado para pasarle a él todas las responsabilidades del pleito de Mira Roes, que ya llevaba años en trámite. Sin embargo, consiguió evitarlo con la ayuda de su abogado, que alegó que el hecho de que al final tuviera que irse no eximía al hospital de sus responsabilidades, ya que, cuando se le administró mal esa anestesia a Mira Roes, él era un empleado de ese hospital.

—¿Y el fraude? —le pregunté.

—Vandersloot ha publicado unos cuantos artículos de investigación sobre calmantes que se emplean en las operaciones. Según el abogado con el que han hablado mis colegas, basó los datos de la investigación en pacientes inexistentes, o bien se los inventó. En esos artículos esboza una imagen muy positiva de los efectos de inhibidores COX-2, una especie de antiinflamatorios y calmantes de segunda generación que supuestamente debían tener menos efectos secundarios. Con medicamentos habituales tales como el ibuprofeno y el diclofenac, pero también con la aspirina, existen grandes posibilidades de que se den problemas estomacales e intestinales, tanto más si se toman regularmente. A menudo hay que compensarlo con otro medicamento que proteja las paredes intestinales, y esto era algo que, naturalmente, ya se conocía, y de ahí que se buscara con insistencia medicamentos alternativos que no tuvieran esos efectos secundarios negativos. Vandersloot hizo una investigación sobre esos nuevos calmantes: Celebrex, Bextra, Vioxx y Ritrex. Hace unos cuantos años, sin embargo, resultó que Ritrex tenía graves efectos secundarios. Entonces se produjo todo un escándalo, porque se constató que la industria farmacéutica lo había sacado al mercado demasiado pronto; no se habían hecho las pruebas suficientes y, a continuación, se había llevado a cabo una campaña muy agresiva entre los médicos para que lo recetaran. Cuando resultó que los efectos secundarios eran peligrosos, llamaron de repente la atención esos resultados positivos de las pruebas realizadas por Vandersloot, y fue entonces cuando se comprobó que eran falsas. Había llegado incluso a ser tan desconsiderado que había utilizado el nombre de otros médicos como colaboradores en la investigación; sin saberlo ellos, naturalmente.

No estaba seguro, pero probablemente no andaría yo muy desencaminado:

—Vandersloot ha recibido dinero de la industria farmacéutica.

—Yo también lo diría —convino Jaap—, pero no estoy tan seguro. Es lógico, porque esos nuevos medicamentos eran mucho más caros y, por tanto, había más dinero que ganar. Según ese abogado, se echó tierra sobre todo el asunto, pero Vandersloot tuvo que abandonar el hospital.

Cuando a la mañana siguiente estuve rebuscando por internet, hasta encontré una página web con el nombre significativo de meldpuntritrex.nl: punto de información sobre Ritrex. Con lo que leí allí, volví a formarme una imagen algo más nítida de Vandersloot. Para ganar dinero había expuesto a pacientes a un medicamento que podía tener efectos secundarios mortales, desde arritmias hasta auténticos infartos; a veces se pudo intervenir a tiempo, pero en la mayoría de los casos el desenlace acabó siendo fatal.

Los parientes de esas víctimas llevaban ya más de tres años embarcados en una amarga lucha para recibir el dinero que les correspondía por daños y perjuicios, hasta hoy sin resultados dignos de mención. No se había alcanzado más que una sentencia de un órgano jurisdiccional inferior que, si bien calificaba de negligente la conducta del grupo farmacéutico, al mismo tiempo la definía como no reprochable. Si consideraba dignas de crédito las historias publicadas en la página web, esa conclusión era muy contraria a la verdad.

Vi una clara similitud: Mira Roes no era la única que estaba involucrada en un larguísimo proceso judicial en el que los abogados de la parte contraria habían conseguido echar por tierra un razonamiento lógico de causa y efecto que para cualquier persona ajena al asunto era de lo más obvio.