IV

Progreso frente a utopía: ¿podemos imaginar el futuro?

Resultará entonces que el mundo ha soñado durante mucho tiempo con aquello de lo que sólo tenía que tener una idea clara para poseerlo realmente.

Karl Marx a Arnold Ruge [1843].

Una tormenta sopla desde el Paraíso; se le ha prendido en las alas con tanta violencia que el ángel ya no puede cerrarlas. La tormenta lo propulsa irresistiblemente hacia el futuro al que da la espalda, mientras que la pila de desechos que tiene ante sí crece hacia el cielo. Esta tormenta es lo que denominamos progreso.

Walter Benjamin, Tesis sobre la filosofía de la Historia [1939].

¿Y si la «idea» de progreso no fuese una idea en absoluto sino por el contrario el síntoma de algo distinto? Ésta es la perspectiva sugerida no sólo por el examen de los textos culturales, como la ciencia ficción, sino también por el descubrimiento contemporáneo de lo simbólico en general. De hecho, tras la aparición del psicoanálisis, del estructuralismo en la lingüística y la antropología, de la semiótica junto con su nuevo campo de la «narratología», de la teoría de las comunicaciones, e incluso de acontecimientos tales como la emergencia de la política de la «conciencia excedente» (Rudolf Bahro) en la década de 1960, hemos llegado a sentir que las ideas y los conceptos abstractos no son necesariamente entidades inteligibles por derecho propio. Ésta fue ya, por supuesto, la fuerza del descubrimiento por parte de Marx de la dinámica de la ideología, pero aunque los términos más antiguos en los que se formulaba tradicionalmente ese descubrimiento —«falsa conciencia» frente a «ciencia»— siguen siendo en general ciertos, el enfoque marxiano de la ideología, alimentado en sí por todos los descubrimientos arriba mencionados, se ha convertido también en una forma de análisis reductora y mucho más compleja de lo que la oposición clásica tiende a sugerir.

Desde el punto de vista más antiguo de una «historia de las ideas» tradicional, sin embargo, la ideología se concebía en esencia como las diferentes opiniones transmitidas por un texto narrativo, como pueda ser una novela de ciencia ficción, del que, como en una ocasión expresara Lionel Trilling, cual sendas uvas, se escogen y exhiben en aislamiento. Así, se piensa que Verne «creía» en el progreso,[392] mientras que la originalidad de Wells debió de albergar una ambigua y agónica relación de amor/odio con este «valor», ahora afirmado y ahora condenado en el transcurso de su compleja trayectoria artística.[393]

El descubrimiento de lo simbólico, sin embargo, sugiere que tanto para el sujeto individual como para los grupos, las colectividades y las clases sociales, la opinión abstracta es un mero símbolo o un índice de una pensée sauvage más amplia acerca de la historia, ya sea personal o colectiva. Puede decirse que este pensamiento, en el que un enunciado conceptual determinado, como la «idea» de progreso, encuentra su inteligibilidad estructural, es de un tipo más propiamente narrativo, análogo en ese aspecto a la función constitutiva desempeñada por las fantasías dominantes en el modelo freudiano del inconsciente. No obstante, la analogía es engañosa hasta tal punto que puede despertar actitudes más antiguas acerca de la verdad objetiva y la «proyección» subjetiva o psicológica, que son explícitamente superadas y trascendidas por la propia idea de lo simbólico. En otras palabras, debemos resistir la reacción que concluye que las fantasías narrativas que una colectividad mantiene sobre su pasado y su futuro son «meramente» míticas, arquetípicas y proyectivas, al contrario que «conceptos» como progreso o retorno cíclico, cuya validez objetiva o incluso científica puede de algún modo demostrarse. Esta reacción es en sí el último síntoma de esa disociación entre lo privado y lo público, el sujeto y el objeto, lo personal y lo político, que ha caracterizado la vida social del capitalismo. Una teoría de cierta pensée sauvage narrativa —lo que en otra parte he denominado el inconsciente político—[394] deseará, por el contrario, afirmar la prioridad epistemológica de dicha «fantasía» en la teoría y en la práctica por igual.

La tarea de dicha teoría sería, por lo tanto, la de detectar y revelar —tras vestigios escritos del inconsciente político tales como los textos narrativos de la cultura elevada o de masas, pero también tras otros síntomas o vestigios que constituyen opinión, ideología o incluso sistemas filosóficos— los contornos de un movimiento narrativo más profundo y amplio en el que en cierta coyuntura histórica los grupos de una colectividad dada examinan con inquietud su destino, y lo exploran con esperanza o temor. Pero la naturaleza de este significado implícito colectivo más amplio, con sus límites y permutaciones estructurales específicos, se registrará sobre todo en función de categorías adecuadamente narrativas: el cierre, la recontención, la producción de episodios, y similares. De nuevo, tal vez sea útil una burda analogía con la dinámica del inconsciente individual. La restricción de Proust a la habitación sin viento, forrada de corcho, por ejemplo, el eclipse emblemático de sus propias relaciones posibles con cualquier futuro personal o histórico concreto, determina las innovaciones formales y los admirables subterfugios estructurales de su producción narrativa, ahora exclusivamente retrospectiva. Pero dichas categorías narrativas están en sí plagadas de contradicciones: para que el relato proyecte cierto sentido de totalidad de la experiencia en el espacio y en el tiempo, debe conocer con seguridad cierto cierre (el relato debe tener un final, aunque éste se organice ingeniosamente en torno a la represión estructural de los propios finales). Al mismo tiempo, sin embargo, el cierre o final narrativo es la marca de ese linde o límite que el pensamiento no puede sobrepasar. El mérito de la ciencia ficción es el de dramatizar esta contradicción dentro de la propia trama, dado que la visión de la historia futura no puede conocer un final puntual de este tipo, al mismo tiempo que su expresión novelística exige cierto final. Así, Asimov se negó siempre a completar o terminar su serie de La Fundación; aunque los modos más obvios en los que una novela de ciencia ficción puede envolver su narración —como en una explosión atómica que destruye el universo, o la imagen estática de un futuro Estado totalitario mundial— son también claramente los lugares en los que nuestros límites ideológicos se inscriben con más seguridad.

Ya habrá quedado claro, confío, que este supremo «texto» u objeto de estudio —los relatos dominantes del inconsciente político— es un constructo: no existe en ninguna parte en forma «empírica», y por lo tanto debe reconstruirse sobre la base de «textos» empíricos de todo tipo, del mismo modo que las fantasías dominantes del inconsciente individual se reconstruyen mediante los «textos» fragmentarios y sintomáticos de sueños, valores, conducta, libre asociación verbal, y demás. Esto quiere decir que debemos necesariamente dar cabida a las mediaciones formales y textuales a través de las que dichas narraciones más profundas encuentran una articulación parcial. Ningún crítico literario serio sugeriría hoy que el contenido —ya sea social o psicoanalítico— se inscribe de inmediato y con transparencia en las obras de la literatura «culta»; por el contrario, éstas se encuentran insertas en una dinámica compleja y semiautónoma propia —la historia de las formas— que tiene su propia lógica y cuya relación con el contenido en sí es necesariamente mediada, compleja e indirecta (y adopta sendas estructurales muy diferentes en distintos momentos de la evolución tanto formal como social). Quizá esté menos aceptado en general que las formas y los textos de la cultura de masas están de igual modo plenamente mediados y que, también aquí, las fantasías colectivas y políticas no encuentran una expresión transparente y simple en uno u otro programa televisivo o película. En mi opinión sería un error hacer la «apología» de la ciencia ficción basándonos en valores literarios específicamente «cultos»; intentar, en otras palabras, recuperar uno u otro gran texto excepcional, del mismo modo que algunos críticos literarios han intentado recuperar a Hammett o Chandler para el linaje de Dostoyevski, pongamos, o a Faulkner. La ciencia ficción es un subgénero con una compleja e interesante historia formal propia, y con su propia dinámica, que no es la de la cultura elevada, pero que se mantiene en una relación complementaria y dialéctica con la cultura elevada o las vanguardias modernas. Debemos, por lo tanto, hacer primero una gira por la dinámica de esta forma específica, con la intención de captar su emergencia como acontecimiento formal e histórico.

Arqueologías del futuro
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