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Fundiendo la línea temporal

Buenos Aires, 15 de Octubre de 1995.

El día había llegado. Hoy conocería la verdad tras casi ocho años de eterna espera. Ocho años que siguieron forjando hora tras hora el carácter de Daniel. Desde aquella fatídica tarde de junio del ochenta y siete en la que presenció el asesinato de su padre, su razón de ser pasó a tener solo dos objetivos, verdad y venganza.

Fueron años crudos, en los que el equilibrio entre la ansiedad y la paciencia se parecía más bien al océano que tanto conocía, con sus días de calma y otros de tremenda tempestad. Tampoco el entorno del internado en el que había pasado los últimos años había colaborado demasiado en estabilizar su vida. Sobre todo en los primeros dos años, en los que sobrevivir era la principal meta de cada día. Cuando él llegó al internado se encontró con un orden establecido, un esquema jerárquico que llevaba años funcionando y donde el liderazgo solo era disputado cuando el jefe cumplía la mayoría de edad y debía dejar la institución. Eran ellos y Daniel, el nuevo, el que debía pasar por todo tipo de improperios.

Durante un tiempo trató de aislarse, logrando ir distanciando las sesiones “ablandamiento” como ellos les llamaban, pero el acoso verbal era el que más le molestaba, el que no le daba tranquilidad, el que no le permitía pensar. Pero él debía resistir, él tenía algo que los demás no tendrían nunca. Él tenía la necesidad de descubrir su propio pasado.

El único vínculo de cariño venía dado junto con las visitas de los sábados de Rosa, “la gallega”, como le llamaba la panda de inadaptados. Después de los primeros meses de contenido comportamiento y papeleo interminable de por medio, le permitieron pasar un fin de semana fuera de la institución. Rosa se había comprado un coche y recogió a Daniel una calurosa mañana de febrero. Hablaron poco durante el viaje. Rosa le preguntó cómo se sentía, cómo lo trataban, dejando claro que ella estaría allí siempre que lo necesitase. Daniel se sintió extraño. ¿Sería eso lo que le hubiese preocupado a su madre?

Entraron a la casa, donde los recibieron los padres de Rosa, ya bastante mayores. Le tenían preparado un pequeño cuarto que, evidentemente, habían acondicionado para la ocasión. Su corazón se aceleró cuando lo vio. Allí estaban sus pocos juguetes rescatados, los que él mismo había puesto en su mochila aquel fatídico día y que había entregado a Rosa cuando el juez decidió que el estado debía hacerse cargo ante la falta de familia directa. Había decidido lo correcto. Era la única persona en la que podía confiar tan preciado tesoro.

Entró en la habitación y cogió el primero de sus juguetes. Rosa y sus padres entendieron que debían dejarlo solo con sus cosas por un rato, lo que permitió a Daniel disponer del tiempo necesario para ver si todo estaba en orden.

Los papeles del banco, su papel con la forma exacta de la llave, las fotos y la libreta negra. Todo a salvo.

La relación con el resto de los internos comenzó a cambiar inesperadamente una mañana, cuando les pidieron que ayudaran a descargar esas intrigantes cajas de cartón de la furgoneta.

El celador les pidió que dejaran las dos primeras, que eran las más grandes, en la semi destruida biblioteca. Las otras cuatro, con sumo cuidado, debían dejarlas en el pasillo. Esas últimas fueron las que armaron el mayor revuelo. Todos, hasta los más salvajes, conocían esas siglas, IBM.

Quitaron el embalaje de las dos grandes y mientras armaban las mesas que venían en su interior, un hombre joven de traje y corbata apareció preguntando por el director. Al rato, con las mesas ya terminadas, estaba dando instrucciones para el montaje de los ordenadores. Nunca antes en la historia del orfanato, una sola cosa había hecho coincidir el interés de todos sin una navaja de por medio.

Las clases eran de dos horas, solo tres veces por semana y el joven ya no venía de traje. Rober se llamaba. Hubo química de inmediato, no podía ser de otra manera ya que enseguida se dieron cuenta que hablaban el mismo idioma.

Cuando los otros todavía consultaban la enciclopedia virtual con dificultad y aún no comprendían bien eso de las carpetas y menos aún cómo moverse en eso que ahora empezaba a estar en boca de todo el mundo, internet, Daniel ya daba sus primeros pasos en programación. Lógica, pura lógica. Para él era como un juego: pensar en una idea, razonar su lógica y escribirla en el ordenador para que luego suceda en la pantalla justo lo que había imaginado; eso era la programación, algo que él había estado haciendo casi desde que tenía consciencia.

Al principio, los más radicales lo miraban con desconfianza, como queriéndose convencer que Daniel tenía algún tipo de chuleta o algo parecido que le hacía parecer más listo. Esa percepción no duró demasiado. En cuanto tuvieron la suficiente humildad de escuchar y prestar atención a lo que Daniel les decía, pudieron ver que el chico realmente sabía lo que hacía. Sus dedos escribían cosas raras en la pantalla y cuando le daba a “ejecutar”, la pantalla cambiaba y hacía justo lo que él les había dicho antes.

Al ver la inquietud y capacidades de Daniel, Rober le fue dando apoyo en cuestiones más avanzadas, hasta que el entorno del propio ordenador comenzó a quedarles pequeño. Había llegado el momento de lanzarse al mundo exterior: las comunicaciones. Ahora la evolución era más lenta. Los conceptos de ingeniería electrónica básica se le antojaban más complicados que la programación. Era una cuestión de formación y madurez. Le llevó varios meses entender los conceptos. Pero allí estaban, los conocimientos habían llegado y ahora sentía que solo era cuestión de tiempo tener el mundo en sus manos.

Su cuerpo había cambiado. Parecía mucho mayor que los dieciocho años que acababa de cumplir. Esa había sido una de sus mayores preocupaciones para cuando llegara aquel momento. Desde el primer día que abrió aquel cajón del escritorio de su padre, siempre le había llamado la atención ese documento del banco en el que aparecía su nombre como cotitular siendo él solo un niño. Recién en uno de los primeros fines de semana que pasó en casa de Rosa pudo disponer del tiempo para leerlo con detenimiento. Estaba claro, su padre habría presentado un DNI con su fecha de nacimiento trucada, como que acababa de hacerse mayor de edad en el momento de abrir esa cuenta. Cuando lo leyó sonrió en su interior. Era la tercera fecha diferente que tenía de su propio nacimiento. Otra vez la verdad sobre su fecha de nacimiento se presentaba escurridiza, pero ahora, aunque sea sólo por un rato, eso era secundario.

Hacía unos meses que se había dejado algo de barba y bigote, lo que le daba un aspecto de varios años más de los ¿verdaderos?…dieciocho que tenía. Su aspecto debía asemejarse lo más que pudiera a la edad de su nuevo DNI, ese que consiguió gracias a su primer “trabajo” con los ordenadores. Finalmente, el orfanato había resultado práctico para sus fines. No solo había logrado explotar sus aptitudes sino que las relaciones que al principio resultaban incómodas, ahora se habían convertido en “funcionales”, como él decía para sus adentros. Un simple cambio electrónico de antecedentes y mejores notas para los dos más beligerantes en las bases de datos, se convirtió en un nuevo DNI con la fecha y fotos adecuadas y por si fuera poco, el papel era original. No preguntó cómo lo consiguieron. A él tampoco le preguntaron cómo lo había hecho. Tampoco lo hubieran entendido. Un segundo favor y el dibujo de la llave se “materializó” en aleación de bronce. Ya estaba todo preparado. Solo debía llegar el día para poder salir sin darle cuenta a nadie de lo que hiciera o dónde se quedase. La gran ciudad parecía ahora un poco más cercana.

Pasó por delante de aquel hotel. Sintió un suave escalofrío. Recordó a su padre. Giró la vista a la izquierda y allí estaba, el obelisco, una de las pocas señales de rectitud que permanecía en el corazón de la Argentina y su gente.

Pasó por la puerta giratoria y se dirigió hacia el fondo del banco, donde alguna vez, él con menor estatura, ya había estado. El mobiliario y el decorado eran ahora diferentes, pero la distribución no había cambiado. La joven empleada no pudo evitar mirarlo. Su aspecto era impecable. Rubio, con barba cuidadosamente recortada, ropa elegante, un Rolex y un suave bronceado que era un claro indicador de su posición, pensó la jovencita que luego de preguntarle sus señas comenzó a teclear en el ordenador.

—Veo que hace tiempo que no viene por aquí, desde hace tiempo la cuenta tiene solo los movimientos de débito de la caja de seguridad y del mantenimiento anual… — Daniel permaneció impertérrito ante el comentario.

—¿Trabaja con otro banco? Si es así… nos gustaría que retomara su actividad con nosotros… tenemos oportunidades interesantes para gente como usted… — la joven le hizo ahora una caída de ojos que por un momento distrajo a Daniel de su objetivo.

—Sí, linda…, Pero ahora necesitaría ir a mi caja de seguridad. Seguro que ya podremos hablar sobre mejorar… nuestra relación…, Tomá, trescientos trece. —Daniel le dejó la llave sobre el escritorio en una actitud insinuante que la empleada correspondió con una dulce sonrisa.

Entraron por aquel pasillo que ya no parecía ni tan frío ni tan inmenso como hace algunos años y se detuvieron frente a la puerta de rejas donde la empleada ingresó el código en el teclado. Hasta allí había llegado la vez anterior. La puerta circular se abrió lentamente y ambos pasaron.

Daniel la siguió dando pasos lentos mientras observaba disimuladamente a su alrededor, completamente revestido en cuadrículas de acero inoxidable, cada una con su número. Unos metros más adelante escuchó como la señorita colocaba y giraba primero la llave propiedad del banco y luego introducía la copia de Daniel.

Hizo el ademán de girar la llave, pero la empleada se sorprendió al ver que no lograba hacerlo. Nuevamente Daniel sintió cómo el frío recorría su cuerpo. No había llegado hasta allí para que una copia mal hecha arruinara todo. Intentó tranquilizarse mientras la joven intentaba nuevamente sin suerte.

—Se ve que hace mucho que no se usa… puedo llamar al cerrajero… —la joven comentó como excusándose de la situación.

—¿Me dejás probar a mí? —le preguntó Daniel mientras estiraba su brazo no dando alternativa a una respuesta negativa.

Daniel sacó la llave de la cerradura y la miró rápido pero detalladamente, buscando algún tipo de marca. Volvió a ingresarla lentamente en la cerradura, esta vez sintiendo el rozamiento interior en la yema de sus dedos. Tenía plena confianza en el dibujo del contorno que había hecho. Allí no estaba el problema, como tampoco debía estarlo en la copia, que se había asegurado que fuera perfecta.

Siguió empujando hasta que sintió que la llave hizo tope y comenzó a hacer fuerza en sentido contrario a las agujas del reloj. Sintió que algo no iba bien. Sin dejar de intentar girar la llave, hizo un leve movimiento hacia el exterior y ambos pudieron escuchar claramente cómo el tambor comenzaba a girar dentro de la puerta. Con alivio, completó la segunda vuelta de llave y sintió en su mano cómo la puerta se liberaba de sus pasadores. Se detuvo y miró a la empleada por un instante.

—Te dejo solo… ahí tenés el timbre. Cuando terminés, lo tocás y vengo a abrirte. —Le dijo educadamente mientras se giraba hacia la puerta de la bóveda. Daniel asintió con la cabeza y disfrutó de la agraciada vista de la señorita al retirarse.

No había soltado la puerta en ningún momento, cuyo tamaño era de los más grandes de ese pasillo. Miró su mano aún en la llave y abrió.

Tuvo una profunda sensación de deja-vu al abrir la puerta, recordando claramente la primera vez que lo había hecho, más de diez años atrás. Aquellos billetes de dólar empaquetados y aprisionados entre sí a la derecha y la caja hermética al otro lado, sobre la que estaba aquel objeto que aparecía oscuro hacia el fondo del cubículo, en el que contrastaba el brillo de la luz de la bóveda reflejado sobre el escudo argentino, vínculo ineludible con la humanidad e identidad de su dueño.

Ahora, a más de diez mil kilómetros de distancia, en Madrid, la disposición dentro de la caja de seguridad no era la misma de aquel entonces, pero el contenido seguía siendo similar a excepción de la gorra presidencial, que ahora apuntaba hacia el oscuro fondo, evitando el resplandor de aquel escudo que reclamaba libertad.

Al igual que la última vez, cogió la caja de madera y la puso sobre la pequeña mesa. Siguiendo su ritual, la abrió con delicadeza y recorrió suavemente con su dedo índice todas las insignias que su padre Horacio había recibido.

Luego de meditar un momento, Daniel se levantó y cogió un sobre del interior de la caja de seguridad. Volvió a sentarse frente a la pequeña mesa y lo abrió. Pese a los años transcurridos sin verlo, al sentir en sus manos la textura del cuero gastado que revestía la libreta negra, recordó el horror que lo inundó aquella noche en la que la soledad y la verdad sobre el pasado de su padre lo golpearon cruelmente. Pero esta vez era diferente, ahora lo acompañaba la adrenalina de la venganza y a diferencia de aquel momento, ahora el horror era su aliado. Ellos habían sido quienes obligaron a su padre a convertirse en un instrumento más de su engranaje de poder y ahora tenía en sus manos la oportunidad de hacerles sentir sus propios métodos.

Daniel Introdujo la libreta en su bolsillo y sonrió pensando en Julia Augusta, o mejor dicho “Anita”, como le gustaba ahora llamarla. Su contundente falta de colaboración de anoche pronto se resolvería. Pobre chica, su tozudez pronto cambiaría a ruego. Hablaría aunque no quisiera. Lo leyó en la libreta. Hasta los más fuertes habían cedido ante los métodos. Estaba todo escrito del puño y letra de su propio padre. Al igual que había adquirido la sabiduría de interrumpirles su paso a la eternidad separando las manos de sus cuerpos, ahora solo debía seguir los pasos allí indicados para lograr ablandarla.

Se agachó y corrió la cremallera de la bolsa de deportes que había dejado al lado de la mesa al llegar. Sacó una caja metálica herméticamente sellada que como única identificación llevaba una pequeña pegatina escrita con suma pulcritud: David Berk. La introdujo en la caja de seguridad, revisó que todo estuviera en su sitio, cerró la puerta de acero inoxidable y llamó por el teléfono al empleado del banco para que bajase a abrirle.

Silvia escuchaba el murmullo desde el pasillo. Al abrir la puerta de la cocina de la comisaría se la encontró abarrotada de rostros conocidos necesitados de cafeína para poder iniciar el día para unos o para poder sostenerse en pie para los otros.

La noche había sido extenuante para todos. Dorina y Robles estaban de continuado debido a todas las actuaciones relacionadas con el asesinato de David y posible suicidio de su supuesto asesino. Sus voces eran apenas susurros debido al agotamiento y estrés que sus cuerpos cargaban.

Pepe se acercó un poco más a Iker y le hicieron lugar a Silvia en el banco de madera que estaba sobre una de las paredes sin ventanas. Estaban todos y se hizo un silencio.

—Empecemos, primero las buenas noticias, que por suerte las hay, según me acaban de comentar —indicó Robles levantando la vista y dejando ver sus profundas ojeras. Miró a Silvia.

—Anoche fuimos con Pepe a la gestoría de Majadahonda. El contacto de Iker nos facilitó la entrada ya que intentamos ubicar al matrimonio dueño de la sociedad pero fue imposible. Nos centramos en el ordenador que estaba pirateado y pudimos instalar todos los programas y hardware de comunicaciones para el rastreo. Todo se dio según lo que habíamos investigado.

A eso de las dos de la madrugada y coincidente con la llegada de Iker, el programa se activó y realizó un total de treinta transacciones salientes, todas disparadas a direcciones ip de Inglaterra, una de las cuales apuntó al banco que dio originalmente el alerta. Una vez terminado el proceso, se estableció una comunicación entrante originada en otra ip de Londres, aparentemente en el mismo centro comercial donde empezó todo, lo que nos daría a entender que el hacker no tiene idea aún de la investigación. Iker, ¿sigues tú?

—Gracias Silvia. Acabo de comunicarme tanto con el equipo de investigación de Scotland Yard como con el Director del centro comercial y acordamos vernos allí esta misma tarde. Ellos ya estarán reunidos y agradecieron nuestra dedicación, entendiendo que para nosotros este caso se ha transformado en una investigación por doble asesinato.

—Pero… ¿acaso anoche no encontraron al asesino que se había pegado un tiro? —comentó Pepe sorprendido.

—Si Pepe —reaccionó Dorina — lo que sucede….—Dorina miró a Robles buscando autorización para el comentario —…es que tenemos serias dudas sobre el suicidio…, —Dorina volvió a mirar a Robles quien tomó la palabra.

—Hemos podido identificar al supuesto suicida. Se llama Raúl Álvarez. A unos pocos metros de la casa encontramos un coche de alta gama con los papeles del vehículo en la guantera. Si bien el coche pertenece a una empresa de renting, ya pudimos constatar que es un coche personalizado y dar con el nombre de su usuario. Lo que encontramos en la base de datos coincide con el cuerpo hallado.

—Vale… pero… —Pepe fue el único que no pudo contener su ansiedad pero todos estaban a la expectativa de la conclusión.

—Ya llego. Resulta que este hombre, de 35 años, fue vigilante de seguridad en sus inicios, pasando de empresa a empresa e incluso llegó a trabajar en la vuestra unos meses. El último rastro laboral que tenemos es de dos años atrás, como custodio en una empresa que ya no existe. Primer interrogante de los CSI: a menos que haya dedicado sus dos últimos años de lleno a la anatomía humana, difícilmente este hombre tuviera los conocimientos para hacer el ritual que encontramos tanto en el cuerpo de Miguel García Pérez como en el de David.

Robles hizo un silencio para tomar un sorbo de café y continuar ante la mirada inquieta de todos.

—Por otra parte, y esto lo acaban de confirmar justo antes de que llegaran, Raúl Álvarez era derecho y si recuerdan, habían algunas dudas al respecto de las inscripciones de “Manipulite” del cuerpo de Miguel, ya que si bien la simetría era casi perfecta, uno de los técnicos sospechaba que una de las escrituras fue escrita por un zurdo. Si bien es muy pronto, uno de los CSI de anoche no solo decía lo mismo, sino que por la posición en que quedó el cuerpo y la pistola, la habían empuñado con la mano izquierda. ¿Qué suicida utilizaría su peor mano para quitarse la vida?

—¿Y si era ambidiestro? —aportó Pepe

—Ahí está la cuestión… —Pepe sonrió victorioso por su aporte — si Raúl Álvarez era marcadamente diestro, como todo indica, —Robles lo miró a Pepe, quien ahora no podía ocultar su incredulidad por el inesperado comentario — no nos queda otra que el asesino sea ambidiestro…, Pero hay más.—bebió otro poco de café y pareció recuperar energías para lo que venía a continuación.

—En el maletero del coche encontramos una bolsa de deportes… de mujer, que contenía una toalla y ropa que era evidente que acababa de ser utilizada. Toda la ropa es de talla media y según los CSIs, por la temperatura que aún conservaba, fue utilizada entre una y dos horas antes del horario estimado de muerte de David.

—¡La madre que la parió!—exclamó Iker— ¿Me estás diciendo que por cuestión de minutos no llegamos antes de que lo maten?

—Sí Iker, así parece.

—¿Y quién es esa mujer? ¿Puede ser la asesina o el tío le hizo de chofer a su querida y después siguió rumbo a cometer el crimen y su suicidio? —preguntó Silvia.

—Es todo muy reciente, pero a diferencia del anterior asesinato, parece que en este hubo prisas o algo lo sorprendió, no encontramos otra explicación. Suponte que realmente Raúl Álvarez es el asesino… ¿para qué iba a tomarse el trabajo de esterilizar todo en plástico para que no haya indicios de nada si después se suicidaría y quedaba todo explícito?

—¿Y si formaba parte de su ritual y decidió quitarse la vida después de matarlo? —Intentó razonar Silvia.

—Pese a las incertidumbres que tenemos, aún no podemos descartar esa hipótesis pero hay algo que por ahora la derrumba… las manos. Si Álvarez fue el asesino, ¿qué hizo con las manos de David? Si tuvo tiempo para llevárselas a otro sitio, ¿porque no desmontó todo el tinglado? Son demasiadas puntas abiertas…

—Por otra parte, están intentando averiguar si había algún vínculo entre Álvarez y Greenrate, no debemos perder de vista que las dos víctimas pertenecían a la agencia de calificación… —agregó Dorina que había permanecido callada la mayor parte del tiempo.

—Eso, Iker, Greenrate. ¿Has podido hablar con Fernando Joseph?

—Sí, me devolvió el llamado esta mañana muy temprano desde Nueva Delhi. La verdad es que es la primera vez que lo noto nervioso desde que lo conozco…

—No es para menos, si se confirma que Álvarez no se suicidó, ya te contaré…, un loco suelto matando a gente de su empresa…, Menos mal que había solo dos archivos “Manipulite”, que si no… yo no estaría demasiado tranquilo… —volvió a agregar Silvia, que de lejos era la más despierta y activa de todos.

—De verdad que lo escuché preocupado. Cuando le conté todo y la posible vinculación con el caso de Londres, no dudó un segundo en pedirme que viaje. De hecho, me acaba de entrar un mensaje de su asistente confirmándome los billetes a Londres para dentro de un rato. Me dijo que nuevamente dispusiéramos de lo que hiciese falta en sus oficinas. Él suspenderá su agenda e intentará coger el primer vuelo que encuentre.

Pese al cansancio, Robles permanecía lúcido e intentó poner orden.

—Iker, vete entonces, pero por favor mantengámonos comunicados sobre el más mínimo avance. Si no tienes inconveniente, ahora vemos con Silvia y Pepe como continuamos. ¿Te parece?

Mientras salía por el pasillo, Iker tenía una extraña sensación de abandono al equipo pero a la vez sabía que si no se trataba de un suicidio, lo que él averiguara podría ser clave en la investigación.

Tenía menos de dos horas para la salida del vuelo por lo que decidió viajar con lo puesto y su ordenador. Al llegar a la T4 de Barajas luego de pillar un buen atasco en la M40 fue directo a la puerta de embarque, que comenzaba en ese momento el proceso.

Mientras hacía la fila para embarcar se relajó un instante y recordó a Laura. La había visto un rato durante la madrugada, junto con Pepe y Silvia y como él debió marcharse antes de que terminaran, apenas pudo despedirse de ella.

Miró la tarjeta de embarque y se dio cuenta que hoy era sábado, el día de su cita y él subiéndose en un avión hacia Londres. Buena manera de empezar una relación, maldijo para sus adentros.

Su primer instinto fue mandarle un WhatsApp como escudo de su propia vergüenza, pero quitó la idea de su mente al instante.

Entregó su tarjeta de embarque junto al pasaporte y se hizo un poco de lío con el teléfono, que también llevaba en la mano. Al entrar al finger, ordenó todo y decidió llamarla.

No lo cogía. Intentó nuevamente pero le cortaron. Antes de entrar en el avión, el teléfono emitió un pitido. WhatsApp de Laura.

—Toy conf call con mi jefa X anoche. En rato t llamo. Bss Lau.

Lamentablemente no podría coger el llamado. La azafata de British Airways lo recibió con una inmaculada sonrisa delineada por el rojo carmesí del rush de sus labios, que contrastaba con la británica blancura de su piel.

Entró por el pasillo y sintió alivio al ver que el avión tenía solo dos asientos a cada lado del pasillo. Detestaba esos aviones con las filas hacinadas, sin espacio para las piernas y que encima tenían tres asientos a cada lado, lo que inevitablemente solía terminar en una educada lucha de codos, intentando aunque más no sea encontrar una posición apenas cómoda.

Buscó su fila entre los asientos de cuero azul y se sentó del lado del pasillo, junto a una elegante mujer cercana a los cuarenta años con aspecto de ejecutiva.

Se sorprendió gratamente al ver que tenía suficiente espacio para cruzar sus piernas y cogió el teléfono para contestar el mensaje de Laura antes que se lo hicieran apagar.

—no podré coger llamada. Vuelo a Londres imprevisto X anoche. No sé cuándo vuelvo. Tenía prep menú especial hoy. ¿Cenamos a mi regreso? Tng ganas de vrt. —Iker sintió que era poco. La azafata comenzó con el procedimiento de despegue y pidió que apagaran los teléfonos lo que apuró el envío del texto. Ni bien darle al botón de enviar, Iker notó que por primera vez en bastante tiempo podía relajarse un buen rato y cerró los ojos, intentando aflojarse.

—Excuse me, Madam. What do you have for breakfast? —El eco lejano de las palabras del ayudante de abordo resonaba en el interior de Iker, que instintivamente intentó abrir los ojos.

—¿And you, Sir? ¿Anything for breakfast? —Movió la cabeza afirmativamente y respiró hondo, buscando algo de oxígeno para refrescar su mente.

Hacía ya un tiempo que no salía de España y prefería no recordar lo doloroso que había sido el regreso de Nueva York cuando rompieron con Sofía. Miró la bandeja que tenía adelante.

—No está mal. —le comentó a la mujer que tenía a su lado. Yogurt low fat, una buena macedonia de frutas, zumo de naranja. Su mano apuntó al croissant antes que otra cosa. Mala elección. Algo pastoso y frío. Afortunadamente, enseguida llegó la ronda del café.

—¿Coffee or tea?

—Coffee, please. —estiró su taza vacía y la apoyó sobre la pequeña bandeja que traía la azafata, quien le devolvió su taza llena a tres cuartos con un perfumado aroma a café recién hecho. Le entregó dos pequeños sobres, que Iker rechazó. Hacía años que bebía el café sin azúcar.

—No thanks. —Al ver el café negro y que el ayudante se retiraba para atender la siguiente fila, Iker apresuró su pedido.

—Sorry, do you have some cream or milk? —El joven hombre se volteó asombrado y lo miró en silencio. Cogió los dos sobres que Iker le había rechazado y los dejó nuevamente sobre la mano de Iker que incrédulo, quedó mirándolo.

—Here you have, Sir. Your MILK. Anything else?

Iker se ruborizó al darse cuenta que los sobres que él mismo había rechazado eran de leche en polvo, no de azúcar como había asumido sin siquiera leer su envoltorio. Aún con vergüenza, miró a la mujer que tenía a su lado que todavía sonreía.

Habían quedado en reunirse a las once en Majadahonda. Los sábados, la gestoría tenía un horario diferente, hasta las catorce, lo que les permitía atender los trámites de cambio de titular de los vehículos de particulares acordados durante la mañana.

Dorina y Pepe fueron recibidos por Laura y un hombre, al que presentaron como Julián, un socio de los dueños y que iba a representarlos hasta que regresaran de su viaje.

Sin desvelar detalles, comentaron alguna de las actuaciones y la importancia de la colaboración del personal de la Gestoría en el caso.

—¿Habéis podido comunicaros con vuestro informático?

—Sí, debe estar al caer. Como nos indicaron, no le hemos dicho nada, solo que como tantas otras veces, necesitábamos que viniera para que revise algún equipo. —comentó Laura mientras que el hombre que la acompañaba tomaba nota y asentía a todo lo que ella decía.

—¿Qué tipo de contrato tenéis con…?

—Juan. Juan Torres. Así se llama el técnico informático. —respondió Laura. — si bien eso os lo podría decir con exactitud mi jefa —miró al hombre que la representaba, quien no se dio ni por enterado del comentario — Por lo que hace un rato miré en los sistemas, tenemos un acuerdo de servicio de pago mensual básico que incluye el mantenimiento técnico preventivo de todos los ordenadores y servidores con un número de visitas puntuales por mes para problemas que aparezcan. Por fuera de esas visitas, hay un precio por hora por mantenimiento correctivo que no incluye repuestos.

Laura estaba finalizando su explicación cuando vieron aparecer al joven a través del cristal de la sala. Golpeó tímidamente la puerta y entró. Su informalidad contrastaba con la imagen del resto de personal de la Gestoría. Tenía el pelo largo y un jersey anaranjado complementado con unos vaqueros que parecían tener más espacio roto que sano.

Luego de hacerlo pasar y de las presentaciones de rigor, el joven se veía temeroso, lo que contrastaba con el desenfado de su vestimenta. Pepe le preguntó algunas generalidades de los sistemas de la gestoría y en cuanto observó que el chaval recuperaba la confianza, fue directo al grano.

—Dentro de nuestra auditoría encontramos algunas anomalías de software pirata, que incumple con las licencias de algunos programas… y algún que otro virus o troyano en algunas máquinas. Entiendo que tú eres el único responsable de esas instalaciones, ¿no es así?

El joven asintió sin decir una palabra. Su actitud aún era ambigua. En su interior no se terminaba de decantar entre ocultar información o por abrirse del todo. Dorina se puso de pie.

—Te lo diré claramente para que no tengas confusión. Tenemos pruebas de que has infringido la ley de propiedad intelectual frecuentemente y además cobras un dinero por tus servicios, que incluyen “ahorros” de licencias… tú puedes elegir…, O colaboras con algunas preguntas que te haremos y a cambio nosotros te ayudaremos a reconducir tu situación, o ahora mismo podrías quedar detenido en averiguación de antecedentes… —El joven pareció reaccionar ante la estacada de Dorina y aceptó colaborar.

—Normalmente, ¿de dónde te bajas los programas pirateados? ¿Los hackeas tú mismo, o los bajas de algún lado? —Comenzó Dorina.

—Yo no suelo hackear este tipo de programas. Generalmente los intercambiamos dentro de un grupo de mi comunidad. Yo estoy especializado en crackear juegos. Hay otros que hackean programas como office o Windows y otros están a full con las apps móviles y comunicaciones…, —esto último activó la inquietud de Pepe, que interrumpió para encausar al chico.

—¿Y tienes claro qué has instalado aquí en la oficina?

—Sí, es fácil porque a este tipo de clientes, trato de poner todo bien… ya me entiende… que aunque sea pirata no tenga ningún truco ni nada raro…

—Por lo visto, algunas licencias de Office instaladas tienen un “upgrade” a la nueva versión sin ser oficiales…

—si…bah…, Un par de chicas me pidieron el power point y el word nuevos y les instalé uno crackeado, pero no tienen nada raro… y tampoco les cobré nada… ¿no me van a meter preso por eso, no?

—No nos descentremos, por favor. —Lo volvió a poner Dorina en su lugar. —Dime una cosa, ¿has tenido que hacer algo en particular con las comunicaciones?

—Ahora que lo dices… sí. Hace unos cuantos meses me llamaron porque internet iba lento. Miré el contrato que tenían y por la infraestructura de la compañía de teléfonos, no podían aumentar la velocidad, por lo que estaban sin solución. Como la jefa me pidió que lo resuelva de cualquier modo, me tomé el trabajo de averiguar cómo acelerar todo y se los resolví. De ahí en más no hubo más problemas.

—¿Y nos puedes decir que has hecho para acelerar las comunicaciones?

—¿Quieren una explicación técnica? —sonrió el joven en tono vacilante.

—Sí chico. Una explicación técnica. Y por favor hazla fácil para que ellos también puedan entenderla. —agregó Dorina impostando seriedad.

—Vale, vale. Dentro de la comunidad tenemos como niveles y cada tanto nos juntamos para cruzar conocimientos e intercambiamos programas para distintos fines…

—Vamos chico, ve al grano de una vez…-Pepe lo cogió del brazo dejando claro que la paciencia había llegado a su fin.

—Cuando tuvimos ese problema con internet, coincidió que nos veríamos varios líderes de grupo en Londres. —los ojos de Dorina y Pepe se abrieron de par en par, pero no lo interrumpieron.

—Tres o cuatro veces al año nos reunimos los “europeos” en alguna ciudad que esté en temporada baja, para que podamos pillar vuelos low cost y así vernos las caras y discutir. Nos juntamos allí, en un centro comercial que acababa de abrir, al lado de la villa olímpica y me pasaron un programa súper chulo que hace las veces de un “robador” de ancho de banda inutilizada y te permite acelerar hasta donde tus equipos sean capaces en ese momento.

—Y tú has instalado ese programa aquí utilizando aquel ordenador, ¿no es así? —apuró Pepe la pregunta señalando el ordenador infectado con el troyano que originaba las transacciones.

—Si… creo que si…-respondió el joven algo perplejo sin estar seguro de que realmente había sido así.

—¿Cómo que creo que sí? ¿Lo has hecho desde allí o no?

—Es muy probable…, No se enoje… pero casi todo lo hago desde mi ordenador portátil, pinchándolo a la red. Pero ahora que lo dice, es verdad. Lo hice desde allí porque me pedía que el programa quede residente en algún ordenador dentro de la intranet… y creo que ese día tenían justo una historia que no podía imprimir… por lo que lo instalé allí. Sí, tiene razón, usé ese ordenador.

—¿Y ese es el portátil que usas normalmente? —preguntó Dorina señalándole el ordenador que el joven había apoyado sobre la mesa ni bien entrar a la sala.

—Sí….pero por favor no se lo lleven…, Tengo todo allí….

—Mira, desconozco si has dicho toda la verdad, pero por lo pronto, no solo estamos aquí por tus pirateos, estás metido en medio de una investigación por doble asesinato y estafas múltiples, por lo que te recomiendo que nos acompañes voluntariamente a la comisaría y te tomemos declaración allí. Si solo es lo que nos comentaste, puede que te salves. Yo, en tu caso, no lo dudaría.

Ni bien acabó con sus palabras, Dorina cogió su abrigo dando por terminada la reunión. —Entonces… ¿Nos acompañas?

Luego del desayuno, Iker ojeó la revista de a bordo, lo que acortó el resto del viaje. Afortunadamente el tiempo estaba bueno en Inglaterra y el avión comenzó un agradable descenso hacia London City Airport.

Iker se estiró un poco para ver las cercanías de Londres desde el aire y el Támesis apareció a su izquierda. Un espectacular navío de tres palos, antiguo orgullo de la Royal Navy apareció amarrado en una de las orillas. El avión siguió descendiendo hasta que los anillos Olímpicos aparecieron a la izquierda del avión.

Tocaron tierra unos minutos antes de lo previsto. El sol presagiaba una hermosa mañana en Londres y el avión se acercaba ya al edificio principal del aeropuerto.

—Remain sitted, pleeeease. —El ayudante de abordo, con voz algo histriónica les pidió a los pasajeros que ya se levantaban de sus asientos antes que el avión se detuviera por completo.

Luego de recorrer los pasillos internos del aeropuerto salieron al hall principal. Un cartel con su nombre ya lo esperaba.

—Buenos días Señor García. —lo recibió el hombre del cartel en un perfecto español.

—Buenos días. Por lo que oigo, muy “British” no eres…

—Soy el Lieutenant Robert García…, Como usted… y sí, soy British, pero mis padres son venezolanos, por lo que en casa de pequeño se hablaba español todo el día…

—Por favor trátame de tú…

—OK, pero entonces tú llámame Bobby, que es como me conocen todos por aquí.

—Vale, Bobby.

—Let’s go, Iker.

Durante el trayecto en coche fueron comentando los antecedentes del caso y al llegar a Stratford Station tenían ya una idea clara de los siguientes pasos que darían.

Miró el reloj y metió la mano en el bolsillo del abrigo antes de subirse al coche. Abrió la cartera y cogió el DNI. Según sus cálculos, su prisionera ya debería estar despierta y muy próxima a sentir una nueva vejación. Una de las que generan un mayor derrumbe psicológico según las descripciones de la libreta negra. Llegaría un momento en el que la incomodidad provocada por sus necesidades fisiológicas sería tal que no lo resistiría más. Sería un nuevo momento de derrota e impotencia. Comenzaría el derrumbe y él ni siquiera había comenzado. Debían pagar con sus propios métodos.

Luego de salir del Banco, condujo hasta la dirección que indicaba el DNI. No fue fácil ubicarla, ya que la dirección se correspondía con una urbanización del norte de Madrid, en pleno corazón de la zona noble de la capital española.

Al ver las barreras altas en el ingreso de la urbanización su arrojo se vio alimentado nuevamente. Debía encontrar rápidamente la calle antes de llamar la atención de la seguridad privada del lugar. Lo tranquilizó algo el hecho de que no hubiera nadie en la garita de acceso.

Hizo unos trescientos metros por la calle principal hasta ver que las calles que aparecían a su izquierda tenían nombres de árboles. Calle de las Acacias, de los Robles, de los Alerces.

—Aquí está. Tuve suerte.— pensó Daniel para sus adentros. Sonrió más aún al ver que la calle tenía escasos ciento cincuenta metros. Disminuyó la velocidad todo lo que pudo y al pasar por el número 24 observó con atención el interior de la casa. Todo parecía en calma.

Detuvo el coche en una parcela vacía cercana al final de la calle y comenzó a andar hacia la casa como quien da un paseo. No había luces, ni sonidos, ni movimiento alguno. La casa, al igual que la mayoría de la urbanización, no contaba con ningún tipo de vallas hacia el interior por lo que se interiorizó en la parcela por un lateral de la vivienda.

Ya en la parte trasera, se tomó un par de minutos para confirmar que no hubiera nadie y sacó el llavero que sustrajo a “Anita” de su bolso la noche anterior. Observó la marca y forma de la cerradura y rebuscó entre el llavero la que aparentemente se correspondía.

Abrió la puerta y se encontró con una estancia parecida a una despensa. Latas de conserva de todo tipo, color y producto abarrotaban las estanterías que ocupaban ambos lados de la despensa. Llegando al final del pasillo, abajo y a la izquierda, unas cien botellas de vino completaban la reserva. Estirando la manga del jersey, cogió una de las que parecía tener más polvo encima. Concha y Toro del 2005, chileno. Excelente elección, pensó. La devolvió a su lugar. Cogió la de al lado. Luigi Bosca, Cabernet Sauvignon del 2002. Miró la etiqueta detenidamente y se sintió satisfecho. Su favorito de Argentina. Uno de los primeros y mejores vinos que haya probado nunca. Siempre lo pedía en sus primeras citas si la dama lo merecía. Probablemente por su paso previo por la caja de seguridad, vino a su mente la cena con aquella empleada del banco, la del primer día de su nueva vida.

Con algo de pena, dejo la botella en su sitio y entró en la cocina. Todo muy ordenado. Observó los electrodomésticos cuyo coste eran proporcionales al nivel de productos de la despensa. No había dudas, “Anita” era un pescado gordo pero debía llegar más allá. No le parecía razonable que una mujer tan joven pudiera estar a la cabeza de la centenaria organización ahora. Avanzó hacia el amplio salón donde tres juegos de sillones triples formados en “U” entorno a una chimenea daban un carácter de elegancia y calidez al ambiente. Miró a la chimenea y las paredes, que estaban cuidadosamente decoradas con cuadros, mapas y adornos, seguramente recuerdo de numerosos viajes.

Giró sobre sí mismo y vio la escalera que conducía a la primera planta. Subió los primeros escalones girando hacia su derecha y enseguida cambió la expresión de su rostro. De uno de los lados, la escalera estaba secundada por una pared de ladrillos vistos, completamente llena de fotografías. Retrocedió un par de escalones para observar detenidamente los retratos que parecían estar en orden cronológico. Unas primeras fotografías en primer plano destacaban la felicidad de un bebé de muy pocos meses de edad. La pequeña Anita.

Subió un escalón. La niña ahora estaba sentada en la playa, al borde de un mar que se extendía inusualmente calmado y turquesa. Un velero amarrado algunos metros detrás proporcionaba aún más belleza a la fotografía. Los colores de la bandera de la popa del velero ponían el toque de contraste. Italia, seguramente el mediterráneo.

Su vista mantenía el orden cronológico, de abajo arriba y de izquierda a derecha. La foto de arriba le llamó la atención por la belleza de la mujer que la tenía en brazos. Indudablemente su madre. El parecido con su presente era más que elocuente. Elevó su vista hacia siguiente fotografía. Instantáneamente su corazón comenzó a latir desbocado y un sudor helado se apoderó inevitablemente de su cuerpo. La foto mostraba a la niña montada en una pequeña bicicleta sobre un verde prado y un hombre que le sostenía por detrás, como enseñándole los primeros pasos en el arte del equilibrio. Subió un escalón más y se estiró acercando su cara a la foto. Apoyó su dedo que temblaba descontrolado en el cristal, cambiando tenuemente el ángulo para evitar reflejos. Al reconocerlo, miró con ansiedad las siguientes fotos. No había dudas. Era él, El “tano”. ¡El padre de “Anita” era “el tano”!!! Sus pensamientos se vieron inundados de recuerdos de aquella tarde y ese hombre enorme y elegante que se bajó del fastuoso coche y acabó con la vida de su padre.

Sus piernas se aflojaron y tuvo que sentarse sobre los escalones de madera. No era capaz de razonar. Metió su cabeza entre las piernas y sintió como temblaban sus rodillas. Estaba descontrolado. Odiaba esa sensación y al reconocerla, ni bien comenzaba a bajar el nivel de adrenalina de su cuerpo, intentó recomponerse de inmediato.

Se quedó inmóvil cerca de un minuto. Se levantó súbitamente y comenzó a mirar las fotos restantes. Llegó a la última y pegó un tremendo puñetazo contra la pared de ladrillos descargando ira e impotencia. ¿Cómo podía haber sido tan ciego? ¿Cómo no había sido capaz de darse cuenta? Ahora que lo tenía adelante, todo era más que obvio. Allí, plasmada en una única pared, estaba la historia gráfica de una mutación. La del asesino de su padre y uno de los verdugos de la humanidad moderna.

La reunión con los responsables de tecnología del centro comercial fue sumamente útil. No solo cruzaron información sobre el caso sino que allí mismo Bobby e Iker cambiaron la codificación de algunos de sus programas de rastreo más evolucionados. Para su sorpresa, el origen de la intrusión no se había realizado en el comercio cuyo banco dio inicio a toda la investigación. En cuanto tuvieron la certeza del local en el cual introdujeron el sofisticado troyano a la red del centro comercial, partieron hacia allí.

Era plena hora de almuerzo en Londres y la hamburguesería Gourmet estaba abarrotada de gente. El representante del centro habló un momento con el encargado y debieron esperar en la barra cerca de media hora.

En cuanto se liberó, el encargado del restaurante se sentó en una mesa con ellos. Conversaron unos minutos sobre la situación y le mostraron algunas fotos en el ipad que Bobby conectó con su sede central. Mientras pasaban retrato tras retrato de hackers fichados, Iker tuvo una corazonada. Cogió el teléfono.

—¿Hola? ¿Pepe?

—¿Novedades?

—Oye, ¿estáis todavía con el técnico que me contaste hace un rato?

—Sí, ese no creo que salga por unos días, a menos que colabore….

—¿Podrías sacarle una foto y mandármela?

—Joder, Iker, sabes que eso….

—Pepe, dale, no me jodas… me hago cargo.

En unos minutos sintió como su móvil vibraba avisándole del mensaje recibido.

—I’m sorry… ¿do you recognize this guy? —Preguntó Iker al encargado del local, quien le quitó el teléfono de las manos y lo acercó para verlo mejor.

—¡That orange jersey is unforgetable!—El hombre les explicó que casi con seguridad había estado allí con un grupo de jóvenes, más o menos todos de aspecto similar. Los recordaba porque después de haber pagado, estuvieron haciendo sobremesa más de lo habitual y cuando los empleados estaban esperando que se fueran de una vez para poder preparar todo para turno de la tarde, uno de ellos sacó un montón de jerséis anaranjados de una bolsa de compras y un aerosol azul, comenzándolos a “firmar” unos a otros, como una especie de recuerdo.

El encargado comentó que se las vio feas con el grupo cuando les pidió que por favor no utilizaran la pintura dentro del local y uno de ellos, el mayor de todos, uno rubio con un inglés muy americano, que había estado callado hasta el momento, se levantó y le puso la cara a escasos dos centímetros increpándolo solo con la mirada. Luego de un instante, recordó el hombre, movió un brazo y todos se fueron sin más.

Preguntaron por cámaras de seguridad, pero ya se había sobrepasado por mucho el plazo de conservación de imágenes que marca la ley, por lo que no había grabación disponible. Intentaron otro camino. Por más improbable que fuera, había que explorarlo. Rastrearon todos los pagos de ese día hasta encontrarlo, pero no había registro de pago por tarjeta. Vía muerta. Bobby sugirió dirigirse a sus oficinas, donde contaban con recursos adicionales y podrían rastrear las cámaras ciudadanas de la estación de tren o de la zona de autobuses.